Bella se apoyó contra la puerta y empezó a temblar de modo incontrolable. Todavía podía sentir sus manos que le quemaban la piel, probar el sabor de sus besos en sus labios cálidos y secos. Bajó la vista y tragó saliva. Fijo la vista en el cuello de Edward y vio las gotas de sudor sobre su piel morena. Se veía el vello negro y rizado arriba de las solapas de la bata que debió ponerse cuando ella fue invadida por el pánico. Edward jadeaba para recuperar el control.
Bella se estremeció cuando la invadió el deseo incontrolable de besar esa garganta brillante y se llevó una mano a la boca.
En la relativa seguridad de un cuarto lleno de gente, ese hombre la asustó. Ahora, después de la intimidad que compartieron en la cama, la joven experimentó algo más que miedo, una especie de terror por su propio deseo por ese hombre.
Sonrió, tensa. Tal vez él tenía razón y estaba loca. Edward vio la sonrisa y no le gustó nada. Jadeó y le alzó la barbilla para contemplarla con sus ojos verdes.
—Todo esto te parece divertido, ¿verdad? —se enojó— ¿El hecho de que ahora pudiera estar moribundo en esa cama no hace que te remuerda la conciencia?
La joven miró la bronceada y sana piel. No veía ninguna marca que hubiera podido hacerle.
—Lo siento... —murmuró con torpeza.
—¿Lo sientes? —se atragantó— Irrumpes en mi casa. Me esperas en mi habitación. Tratas de seducirme... y luego me atacas con un arma mortal.
—No traté de seducirlo —negó con firmeza— ¡Usted estaba ebrio! —lo acusó— Demasiado borracho como para siquiera saber si estaba soñando o no.
—¿Y cuál es tu pretexto? —se burló con cinismo— No, mi querida y dulce ninfa —desafió, no estaba tan ebrio para no darme cuenta de que tenía debajo de mí a una jovencita muy deseosa.
—Me da asco —susurró con rabia.
—Y tú, señorita Swan... me enfureces mucho. Ahora... —trató de controlar las emociones que lo inundaban— quiero saber qué demonios haces aquí y quiero enterarme ahora. Empieza a hablar.
Bella inhaló hondo. Todo eso era una pesadilla, una horrible pesadilla...
— ¡Habla! —le espetó él.
Era tan horrible como los tres últimos días cuando todo empezó al escuchar a su padre hablar por teléfono. “Y puede también quitar sus asquerosas manos de mi hija y de mi compañía. ¡Ninguna de las dos es para un tipo como usted!”, explotó el padre.
Bella sabía ahora que en ese momento su padre firmó su sentencia de muerte. Nadie insultaba a Edward Cullen y quedaba impune. Ese día, el padre sólo colgó el auricular con fuerza y Bella entró en el estudio justo a tiempo para verlo palidecer, fúrico, incrédulo, antes de llevarse una mano al pecho y caer al suelo.
—El día en que usted discutió con mi padre, él tuvo un infarto —susurró con desesperación.
Lo fruncir el ceño y suspiró con impaciencia despreciando más a un hombre que ni siquiera podía recordar el momento en que provocó tanto horror.
—¡Hace tres días! —exclamó con amargura, tratándolo como si fuera un imbécil— Mi padre sufrió un infarto hace tres días.
—De eso me enteré esta noche —siguió mirándola con el ceño fruncido, intrigado.
—¿No lo supo antes? —no le creyó nada.
—Estuve de viaje —negó con la cabeza— Regresé hoy... Claro que no sé qué tengo yo que ver en todo esto...
Era más alto y más ancho de hombros y... más de todo. Bella volvió a bajar la vista.
—Desde entonces, he tenido que escucharlo delirar sin cesar acerca de usted — siguió hablando con voz lastimera— Escucharlo debilitarse con cada nueva maldición que profiere contra usted —suspiró, cansada— Quería que usted lo supiera, señor Cullen. Quería que se enterara de los resultados, que su ambición tiene en sus víctimas. Y es por eso que estoy aquí esta noche —terminó con voz ronca— Para decirle que sin importar que otras personas piensen que su dinero y poder merecen respeto, yo lo aborrezco. Usted y los de su calaña me enferman.
—Gracias —imitó una ligera reverencia— Y era necesario dejar a su padre enfermo para decirme esto —entonces puso todo lo que pasó en perspectiva al añadir— Incluyendo el arriesgar su inocencia.
—Mi inocencia o la falta de ella nada tiene que ver en esto.
—¿Ah, no? —se burló y la contempló— Yo diría que lo tiene todo —sonrió con tensión— Si tiene otra cosa más que decirme para desahogarse antes de terminar con esta… velada tan informativa...
El sarcasmo la irritó y alzó la barbilla.
—Sí —confesó— Vine aquí a pedirle... —tuvo que tragar saliva para proseguir— A... pedirle que no le haga eso a mi padre
—¿Ah? —no parecía estar muy receptivo y la miró con ojos implacables.
—Deje de hacerme las cosas más difíciles de lo que ya son —Bella se incomodó y molestó, consciente de que había hecho un desastre de todo— Debe conocerse muy bien y dudo que mi opinión le haya causado una fuerte impresión. De acuerdo, está enojado porque me escurrí en su casa y traté de pegarle, pero...
—¿Trató? —de nuevo lo invadió la furia— Un centímetro, señorita Swan — jadeó y se abrió la bata para mostrarle el hombro— Eso es todo lo que faltó para que el tacón de acero de su zapato se hundiera en la arteria principal. ¿Acaso lamenta que ese no haya sido el caso?
Parecía intimidante. Bella tragó saliva y se obligó a ver la horrible marca roja que se hallaba en el lugar en donde el cuello se encontraba con el hombro. Ya empezaba a hincharse de modo alarmante.
—Yo... —no pudo hablar y tuvo que respirar hondo— Yo... ---sus ojos reflejaron su sentimiento de culpa y sin darse cuenta tocó la marca con un dedo tembloroso.
Edward se estremeció con dolor y atrapó su mano con la suya, fuerte y morena. El color de sus ojos se hizo más intenso y Bella se quedó muy quieta. Sabía que iba a besarla de nuevo.
Sus labios se entreabrieron, trémulos. Edward aspiró y todo el cuarto pareció darles vueltas cuando sus bocas se encontraron con ansiedad.
—¡Dios mío! —fue él quien se alejó con enojo— ¿Qué es usted? —se molestó—
¿Una sirena insaciable? —la vio bajar la cabeza, su largo cabello ocultó su rostro. Estaba avergonzada por el ansia tan intensa que se apoderó de ella— ¡Maldición, tonta! —explotó, fiero— ¿No tiene idea de lo que está incitando en este momento?
—Señor Cullen, por favor escúcheme —apeló con tristeza— No quería que sucediera nada de esto... Yo... sólo vine aquí para hablar con usted esta noche. Acerca de mi padre... de su enfermedad... de su angustia... de su tristeza. Quería suplicarle que me ayudara —exclamó cuando él le dio la espalda.
—¿Al meterse en mi casa como una ladrona? —gruñó— ¿Al insultarme? ¿Al tratar le enviarme a la tumba antes que su padre esté allí? —metió las manos en los bolsillos de su bata.
—Lo... lamento —repitió— Me quedé dormida en la silla... y usted me asustó...
—se mordió el labio y se acercó para ponerle una mano en el brazo— Yo le pegué por instinto... —parecía que la presión haría que su pulmón explotara en cualquier momento— No estaba en mis cabales al venir aquí esta noche. Mi padre ha estado en cama desde hace días, agitado, delirando acerca de su compañía, del dinero... de usted —añadió con amargura— Al fin no lo pude soportar más —exclamó— Los médicos temían que tuviera otra infarto y yo sólo quería tranquilizarlo un poco. Le pregunté qué lo preocupaba, qué podía hacer para ayudarlo —sollozó con angustia y él se volvió para no ver los estragos de la vigilia en su pálido y joven rostro— Necesita a Swan’s, señor Cullen, su compañía —concluyó con rapidez— Sin Swan’s, no tiene otro motivo para vivir.
—La tiene a usted —gruñó Edward Cullen y sus ojos brillaron con fuerza— De seguro, usted basta para hacer que cualquier hombre desee seguir viviendo.
—No soy un hombre —sonrió para burlarse de sí, cínica— Usted, siendo griego, debe entender muy bien a qué me refiero con ello.
—Entonces está más loca de lo que creí si no se da cuenta de lo mucho que usted le importa a su padre.
Bella lo miró con fijeza, sorprendida por la sinceridad de esa última declaración. De pronto, la pasión que los unía de modo irremediable despertó entre ellos y la chica se llevó una mano a la boca al reconocer lo que sucedía.
De nuevo hubo una muestra de violencia cuando Edward tomó su mano con tanta fuerza que la hizo gemir, sobresaltada.
—¿Qué es esto? —jaló su mano y la sacudió— ¿Qué demonios es esto?
—Es... un anillo —jadeó la chica, atónita.
—Ya veo que es un maldito anillo —rugió— Lo que quiero saber es quién lo puso allí.
—Mi... mi prometido —susurró y palideció al recordar el atractivo rostro de Jasper. ¡No había pensado ni una sola vez en él! Hacía sólo veinticuatro horas que Jasper le dio el anillo para hacerla sentirse segura en medio de la terrible enfermedad de su padre.
—Su prometido —repitió con sarcasmo—. Y, ¿cómo... se llama ese joven tan afortunado? —inquirió, tenso.
—Yo... Jasper —tartamudeó, consciente, como el hombre que la contemplaba, de que esa noche había traicionado a Jasper— Jasper Hunter.
— ¡Dios! —se apartó de ella— No me sorprende que el viejo Charlie... —se interrumpió y la evaluó con la mirada— Supongo que Charlie está enterado de todo esto, ¿verdad? —estaba sombrío.
—Este... —Bella se mordió el labio y negó con la cabeza, invadida por la culpa.
No le había dicho nada a su padre.
“Ya sabes que se enojará mucho”, había afirmado Jasper. Este sabía tan bien como Bella que Charlie jamás lo aceptaría como yerno. “Sin embargo, ahora sólo me preocupas tú, no la absurda aversión que me tiene tu padre. Necesitas tener el aliento de saber que alguien se preocupa por ti... si sucede lo peor.” Bella estaba tan cansada que no pudo pensar con claridad y cedió en vez de negarse como debió hacerlo.
—Salga de mi casa, señorita Swan —la voz dura la sobresaltó. Edward Cullen la miraba con desprecio— Salga de aquí antes que llame a la policía y haga que la arresten por haberse escurrido en mi casa.
—¡Hágalo! —lo desafió de inmediato... aunque tal vez sabía que merecía que la tratara así— Llame a la policía y les diré que trató de violarme.
—No cometa el error de desafiarme —advirtió— Puede que salga muy mal librada si lo hace. Una violación, señorita Swan, no deja a la víctima ansiando más.
Vio cómo palidecía ella consciente de lo que pasó en realidad
—Váyase a casa —repitió— Salga de mi cuarto de mi casa de mi vida señorita Swan —la atravesó con la mirada— Regrese a donde pertenece, a la cabecera de su padre, a los brazos de su prometido y encuentre allí su consuelo sexual. Hágalo ahora antes que cambie de idea y la lleve de regreso a esa cama para disfrutar lo que usted me iba a ofrecer con tanto gusto hace tan poco tiempo.
—¡Desearía no haber errado con mi zapato! —tartamudeó, herida.
—¡Largo! —rugió él. De pronto, su rostro se contorsionó por la rabia. Sin esperar a que ella se moviera, la tomó del brazo y abrió la puerta de un tirón. La bajó por la escalera hasta que llegaron al vestíbulo.
Cullen abrió la puerta principal y echó a Bella afuera. Antes que ella pudiera entender lo que pasaba, cerró la puerta con fuerza.
Todavía llovía con suavidad. La llovizna lo cubría todo con una bruma plateada. Bella miró el jardín, los árboles. Todo parecía ser algo irreal.
Se estremeció y se abrazó. Sus brazos desnudos estaban expuestos al frío. Empezó a caminar y sus pies descalzos se hundieron en el suave y mojado pasto. Salió por las rejas de hierro forjado y miró a su derecha y a su izquierda, preguntándose cómo fue que llego allí.
Recordó que llamó a un taxi pues no se sintió con el ánimo de conducir su propio auto. Se llevó una mano a la frente. Qué cansada estaba. Quería hundirse en el suelo y dormir para siempre. Se puso a temblar y dio vuelta a la izquierda. Sus pies descalzos no hicieron ruido al caminar por el pavimento.
En unos minutos quedó empapada. No podía dejar de temblar y un frío interno e intenso se apoderaba de ella.
¿Por qué cedió al impulso desquiciado de ir a esa casa esa noche?, se preguntó con desesperación. Se cubrió los ojos con las manos pues las lágrimas demasiado tiempo contenidas amenazaban al fin con verterse.
Al alejarse del lecho de su padre, sólo pensó en el rostro sonriente de Edward Cullen, quien le ofrecía la promesa de una pasión tan avasalladora que ella rechazaba. ¡Quiso borrar esa sonrisa de su rostro! ¡Quiso herirlo tanto como él la lastimaba a ella! Y también ver si la atracción que ejercía sobre ese hombre la ayudaba a que él se apiadara de ella y de su padre.
No fue así. Bella hizo un desastre de todo. No hizo nada por ayudar a su padre, traicionó a Jasper y al final se traicionó así misma.
Fue entonces que se dio cuenta de que un auto iba detrás d ella, rodando a baja velocidad. Se tensó de inmediato. Eso era lo único que le faltaba. Un tipo que pensara que ella era una…
Se volvió con rapidez cuando el Mercedes gris se detuvo a su lado.
La puerta del conductor se abrió y Edward Cullen salió del auto para abrirle a la chica la puerta del pasajero.
—Sube —le indicó, tajante.
Bella se quedó quieta, tan agotada que sólo pudo mirarlo con fijeza. Estaba vestido y tenía un aspecto muy diferente. Estaba muy tranquilo y sombrío, insondable.
—Sube, Bella —repitió con calma— Te llevaré a casa.
Algo... la suavidad de su voz o tal vez su mirada de lástima, quizá por el hecho de que no pudiera quedarse tranquilo si la dejaba irse caminando en ese estado a su casa... lo que fuera, bastó para que Bella bajara la barbilla y perdiera el poco control que le quedaba. Empezó a llorar, y esa fue su última humillación, llorar frente a ese hombre.
Edward Cullen la tomó con suavidad de los hombros y la guió al auto. El mismo le abrochó el cinturón de seguridad y le cubrió las piernas con una manta. Cerró la puerta y un momento después puso el auto en movimiento.
El silencio sólo era roto por los suaves sollozos de la chica. La calefacción del auto trataba de calentar su helado cuerpo. Después de un momento, Edward Cullen se inclinó hacia ella para abrir la guantera. Hurgó hasta encontrar un pañuelo y dárselo.
—Bella... —susurró con suavidad una vez que ella pareció controlar mejor sus emociones— Tenemos que...
Pero se interrumpió cuando un gato negro y grande salió en frente de ellos. Bella cayó sobre su hombro y Edward alargó la mano para estabilizarla. Su mano pareció quemarle la piel, petrificándola. La sonrisa breve de ese hombre reveló que sintió exactamente lo mismo.
— ¿Es de buena o mala suerte en Inglaterra? —preguntó al verla a los ojos. Sonreía— El hecho de que un gato negro se atraviese en el camino de uno significa diferentes cosas en distintas partes del mundo —explicó—En Grecia es señal de buena fortuna, pero los griegos se caracterizan por su amor a los amuletos de la buena suerte, aunque para ello deban alterar las fábulas.
—Usted no parece griego —observó, estremecida.
Lo vio encogerse de hombros y lo estudió con la mirada. Era un hombre alto y musculoso. Exudaba una sensación de poder. Era un hombre de una perturbadora presencia y la chica sintió un nudo en el estómago. Desvió la mirada.
—He vivido gran parte de mi vida en diferentes partes del mundo —le informó, conduciendo el auto con eficiencia— Mi padre era diplomático y a través de los años aprendí a hablar varias lenguas. Me parece más fácil hablar inglés porque me eduqué aquí.
—Los gatos negros son de buena suerte —declaró Bella aunque sabía que estaba cambiando la verdad para su conveniencia.
—Entonces puede ser que nos salvemos —sonrió y la contempló— o tal vez no
—añadió con sequedad. De nuevo, los residuos de lo que compartieron un momento antes tensaron el ambiente y Bella ya no podía dejar de reconocer que se sentía muy atraída por él. Él también lo advertía. La chica se daba cuenta por sus rápidas e intensas miradas. Ese hombre la deseó desde el instante en que la vio. Y ahora Bella le había revelado que era vulnerable a su encanto. Edward no desaprovecharía una oportunidad semejante. No era el tipo de hombre que se alejara cuando veía que la victoria estaba al alcance de su mano.
Se estremeció y desvió la mirada para que él no notara su aprensión.
— ¿Tienes frío? —preguntó— Tengo tu chaqueta y tus zapatos en la cajuela, pero están tan húmedos que no creo que te sirvan de mucho.
—Estoy... bien —le aseguró con rapidez y el resto del trayecto transcurrió en silencio.
Sólo cuando llegaron a la casa, Bella suspiró, temblorosa.
Las luces estaban encendidas en las habitaciones. Era obvio que nadie se había acostado. Bella supuso que se había ido sin revelarle a nadie a dónde iba. Pero no podía recordarlo. Debido al gran agotamiento que sentía, sufría de amnesia.
Deseó que nada de lo que pasó hubiera ocurrido, mas no era posible. Revivió todo y recordó lo tonta que fue... lo estúpida que fue, como la llamó Edward.
El Mercedes plateado se estacionó junto a otro auto. El corazón de Bella se hundió de tristeza.
—El médico está aquí —declaró— Mi padre debe estar peor.
Cullen se volvió hacia ella: Bella aspiró su aroma y sus sentidos volvieron a acelerarse.
— ¿Estarás bien? —inquirió él con suavidad.
La chica no contestó. ¿Qué objeto tenía? Podía asegurarle que sí, que estaría bien, y eso no sería la verdad. Temía enterarse de lo que pasó durante su ausencia, enfrentarse a las miradas de curiosidad y tener que confesar la verdad.
—Dios mío —susurró y hundió el rostro entre las manos— No quiero entrar en la casa.
—Iré contigo —fue firme.
—No —trató de buscar el seguro de la puerta para abrirla. Estaba pasmada por la forma en que el corazón le dio un vuelco al oír el ofrecimiento de ese hombre.
—Sí —insistió él—. No puedes encararlos sola. No en el estado en el que te encuentras. Me pediste ayuda y la única forma en que puedo brindártela es entrar contigo.
—Pero... —ahora Bella ya no sabía si en verdad quería que la ayudara. Sus miradas se encontraron. Edward se percató de su confusión y le puso una mano suave en el hombro.
—No hay peros que valgan. Ahora ya es demasiado tarde pues la puerta de tu casa se ha abierto y un hombre muy atractivo y bastante agresivo está de pie en el umbral, observándonos.
Está enamoradooooo!!!! Ahhhhhhhhhhhhh!!!!Esto se pone caliente y picante, sólo espero que Charlie se ponga bien ^^
ResponderEliminarOh ohh... Bueno, espero que Edward de verdad la ayude... Aunque lo dudo... Y Bella de verdad esta demasiado afectada!!!!
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Ouuu!!
ResponderEliminarQue bonito!
Me encanto!
Sigo al pendiente
Saluditos
jasper creo que esta esperando a bella, pero ella no entra sola... dios muero por leer el siguiente capitulo.
ResponderEliminarohhhh seguramente es jasper!!
ResponderEliminaromggggggggg sigo
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