Capítulo 4 ~ Cartas desde el cielo
—Cartas de amor desde el cielo –murmuró ella, mientras con una sonrisa observaba la reacción de Emmett, que se había puesto a dar vueltas con los brazos extendidos mirando hacia el Cielo.
—Primero, los marcianos intentan secuestrarte, y ahora, recibes cartas del Cielo. Tienes mucha imaginación.
—Lo de los marcianos fue cosa de Emmett —dijo para defenderse y vio que en los labios del hombre volvía a dibujarse aquella inquietante sonrisa.
— ¿Entonces, sí crees en lo de las cartas del Cielo?
—Por supuesto —dijo ella y sacó la lengua para saborear un copo—. Esa era de Elvis.
El soltó una carcajada.
Alice lo habría dejado ahí, pero ella dudó. ¿A ella qué le importaba si Edward pensaba que estaba como un cencerro? Pero, en realidad, sí le importaba.
—Emmett quería ver la nieve en Navidad como prueba de que su madre estaba cuidando de él desde el Cielo. Eso es lo que todo el mundo le dice siempre.
¿Por qué se lo había contado? Era algo tan personal… ¿Por qué tenía aquella sensación de que podía confiar en él?
Él la miró intensamente.
— ¿De verdad lo crees? ¿Que ella lo está cuidando?
A ella le hubiera gustado hacer un comentario divertido, ocultar lo que sentía, pero le resultó imposible.
—Es lo que quiero creer.
Él esperó un instante antes de contestar.
—Eso es muy bonito, Bella. Espero que sea verdad —se quedó en silencio y después miró al cielo. Bella no pudo evitar ver el gesto de preocupación.
—Parece que tú no ves cartas del Cielo.
—Me imagino que no.
— ¿Qué ves entonces?
—Tal vez problemas. Han anunciado en las noticias una tormenta. Parece ser que va a caer mucha nieve hasta Navidad.
— ¿En serio? —preguntó ella con un suspiro.
«Oh, Alice, parece que sí sabes mandar cartas desde el Cielo».
—Parece que no lo has entendido —dijo en voz baja, para que Emmett no pudiera oírlo—. Si nieva mucho puedes quedar aislada. Le he puesto a la camioneta la pala quitanieves; pero, aun así, podría tardar días en despejar el camino. ¿Qué pasaría si perdieras el avión?
Ella se quedó pensativa.
— ¿Qué sugieres que hagamos? —preguntó, molesta con él por las malas noticias.
—Hay un hostal muy agradable en Bragg Creek, seguro que podrían alojaros en caso de emergencia.
—Anoche te burlaste de mí por tener miedo.
—Me burle de ti por tener miedo de cosas tan irreales como osos y ladrones. Pero la nieve es muy real.
—Las predicciones del tiempo suelen equivocarse —dijo ella, con cabezonería.
Él suspiró hondo y miró para otro lado. Ella se dio cuenta de que estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener el control, que iba a intentar convencerla de que entrara en razones.
—Voy a preparar el desayuno. Seguro que la cabaña ya se ha ventilado. ¿Quieres huevos con beicon, Emmett?
—Sí. Edward, quédate con nosotros.
—Seguro que está ocupado —dijo ella, deseando deshacerse de él, que parecía querer aguarles las vacaciones.
Él quería marcharse, no le cabía la menor duda. Pero antes, tenía que convencerla de que abandonara la cabaña.
—Creo que puedo quedarme a desayunar —dijo, como si estuviera accediendo a comer clavos.
Ella miró hacia el cielo y entró en la cabaña después de darle a Emmett instrucciones para que no se alejara. Dentro, el humo había desaparecido, aunque el olor aún permanecía. Sintió un fuerte escalofrío y se puso a cerrar las ventanas.
Edward entró detrás de ella y se ocupó del fuego.
A ella le pareció una bonita estampa y deseó que fuera de verdad. Deseó que Edward se volviera hacia ella y la mirara con una sonrisa y con ternura en lugar de con irritación e impaciencia.
Miró por la ventana y vio que Emmett seguía persiguiendo copos de nieve. Su cara era la viva imagen de la felicidad.
Suspiró contenta y se dispuso a encender la cocina. Abrió el gas, encendió una cerilla y... toda la cara se le llenó de cenizas.
—Primero tienes que encender la cerilla y después abrir el gas —le dijo—. ¿Ves?, ese es el motivo por el que creo que no deberías quedarte.
—No seas ridículo. No me va a volver a pasar.
—Si el camino se cubre de nieve, no podré venir a ver qué tal estáis.
—Ayer no pensabas venir. Además, tengo veintiséis años y puedo cuidar de mí misma.
—Mira, Bella, no estoy poniendo en duda tu competencia.
— ¡Vaya! ¡Gracias! —dijo ella mirándolo desconfiada. No le gustaba el tono que estaba usando. Se notaba que intentaba convencerla. Seguro que ese era el tono que había utilizado con muchas mujeres para conseguir de ellas lo que quería.
Quizá a ella también la hubiera convencido si lo que estuviera intentando fuera robarle un beso, en lugar de que abandonara sus planes.
Se puso colorada por aquel pensamiento. Cascó un huevo y lo volvió a mirar de reojo.
Bueno, ella era una mujer y él, todo un hombre.
No era que ella fuera del tipo de mujer a la que los hombres intentaran robarle besos. Esa también había sido Alice. Entonces, se preguntó qué habría hecho su hermana si se hubiera encontrado con un hombre que la hacía tener esos pensamientos. Seguro que no se hubiera puesto a cascar huevos como si en ello le fuera la vida.
—Lo que quiero decir —aclaró él, con voz sedosa—, es que todo esto es nuevo para ti. Mi madre se las hubiera arreglado muy bien porque lleva toda la vida encendiendo fuegos y manejándose con estufas de propano. Pero dejar sola a una chica de ciudad como tú con la tormenta que se avecina sería una irresponsabilidad por mi parte. Por supuesto, te devolveríamos el dinero que has pagado.
—No pienso marcharme —dijo ella—. Mira todo el esfuerzo que hizo tu madre por arreglar esta cabaña. ¿Cómo puedo marcharme así? Pero si hasta nos hizo galletas y pan.
—Ella lo entendería, en serio.
—A ella le importábamos —dijo ella con cabezonería.
Él se quedó muy callado.
— ¿Es que no tienes a nadie a quien le importes?
Había sonado patética, pensó ella.
—Quiero decir que hace mucho que alguien no se preocupa por mí.
—Puedes llevarte las galletas —dijo él esperanzado—. Y el pan.
¿Cómo podían ser los hombres tan estúpidos? No se trataba del pan o de las galletas. Eran los sentimientos. Desde luego, él parecía el hombre menos capacitado para llamar a los sentimientos por su nombre.
—Sería una pena si nadie se quedara aquí a pasar las Navidades.
En aquel momento, Emmett apareció por la puerta.
— ¿Está listo el desayuno?
—En diez minutos.
—Esperaré fuera. Estoy buscando el árbol de Navidad perfecto.
—Tu madre nos dijo que podíamos cortar uno —dijo Bella antes de que él pudiera protestar—. No te vayas lejos —le advirtió al niño antes de que saliera.
—Sólo en la parte de atrás hay un montón de árboles —dijo él entre risas y cerró la puerta al salir.
Llevaba meses pidiéndole al niño que saliera a la calle a jugar con sus amigos. Meses que no había hecho otra cosa que mirar la televisión abrazado a su osito de peluche.
Puso beicon en la sartén y disfrutó de su aroma.
—No hay nada como el olor del beicon para hacerla a una sentirse como en casa.
—Esta no es tu casa y tienes que marcharte. Por vuestra propia seguridad.
Ella se volvió a mirarlo.
— ¿Has oído eso, Edward Cullen?
— ¿Qué?
—Escucha —le dijo ella y abrió la ventana.
— ¿Te refieres a la risa de Emmett?
Ella asintió.
—Eso es a lo que me refiero. No nos vamos a ir de aquí; no, porque me gusta oírlo reírse así. Hace mucho tiempo que no lo veía disfrutar tanto. Ahora, vamos a tomar el desayuno y después vamos a cortar un árbol. No me importa si no para de nevar en un mes. No nos vamos a ir de aquí. ¿Entendido?
Ni siquiera le había tenido que explicar que su hermana estaba cuidando de ellos desde el Cielo.
Él se había quedado en silencio.
Se volvió a mirarlo y vio que la estaba mirando sorprendido. Era como si no estuviera acostumbrado a que le dijeran cómo iban a ser las cosas.
—Lo que usted diga —dijo él por fin—. He entendido muy bien.
—Fantástico. ¿Cómo te gustan los huevos?
* ~CDEC~*
El problema con las mujeres, pensó Edward mientras desayunaba, era que basaban sus decisiones en los sentimientos en lugar de la razón. Teniendo en cuenta esa enorme diferencia entre la manera de entender la vida del hombre y la mujer era sorprendente que la raza humana hubiera sobrevivido.
Hacía cinco años no había importado que la casa estuviera acabada o que ya hubieran enviado las invitaciones. «Ya no me divierto contigo». Tenía cicatrices. Sabía que Jane se había enfadado con él. Por no haberle hecho caso.
« ¡No entres ahí! ¿Estás loco? Por el amor de Dios, Edward...».
— ¿Estás bien? ¿Edward?
Volvió al presente y se sintió un poco avergonzado por haberse dejado llevar por los recuerdos. Bella lo estaba mirando con una sombra de preocupación.
—Perdona. Estaba pensando en otra cosa.
Ella todavía lo miraba, con el ceño fruncido.
Edward pensó que Bella era todo lo contrario a Jane. Y no sólo en la superficie.
A Jane le encantaba el maquillaje. La cara de Bella estaba como recién lavada. Jane llevaba el pelo teñido de rubio platino. Según ella, las rubias eran más divertidas. Oh, claro. Para ella la diversión era lo más importante.
Jane se vestía muy provocativa. Bella vestía como una de esas monjas que no llevan hábito. ¡Esa mañana, la había encontrado con un pijama de franela blanco con osos!
Jane le podría haber enseñado un par de cosas sobre cómo vestirse de manera indecente; para dormir sólo utilizaba sedas y encajes. Se le ocurrió que no sentía nada al pensar en Jane. Ni siquiera al imaginársela de la manera más sexy. Y eso que Jane lo era y mucho.
Pero la mayor diferencia entre ellas estaba en los ojos. No sólo tenían un color distinto, sino que los de Bella tenían un brillo especial.
En los de Jane había energía y fuego.
En los de Bella, calma, suavidad y amabilidad.
— ¿Más café?
Quizá los hombres al hacerse mayores valoraban más otras cosas. Jane había sido como una orquídea: salvaje y exótica. Bella se parecía más a una margarita.
Tomarse otro café sería un error.
Se puso de pie.
—No, gracias. Tengo que irme.
Había cambiado de opinión. Ella era una persona mayor y no era responsabilidad suya.
—Tía Mami, ¿nos vamos a cortar el árbol?
—Claro —dijo ella—. Ni siquiera voy a recoger. Lo primero que vamos a hacer es preparar el árbol de Navidad.
—Yo puedo cortar el árbol —dijo él, y se sorprendió de haber dicho aquello.
«No, no, no.», se dijo para sí. Él ya había acabado con la Navidad y con todas esas cosas alegres.
—Muchas gracias, pero podemos hacerlo solos —dijo ella con cabezonería.
A Edward no se le pasó por alto la mirada enfadada que le dedicó Emmett.
—Quiero que Edward se quede a ayudarnos. Siempre tomamos chocolate mientras lo decoramos y tía Mami prepara cintas con palomitas.
—No puedo quedarme tanto. Sólo quería ayudaros a cortar el árbol. Puede ser más difícil de lo que parece.
—Yo me las puedo arreglar —dijo ella con firmeza.
¿Cómo sabía que se las podía arreglar si en su vida habría cortado un árbol?, pensó él malhumorado.
—Entonces, me quedaré a mirar —dijo con suavidad—. Ya sabes, por si pasa algo. No me gustaría que te cortaras un dedo del pie y tuvieras que ir caminando hasta mi casa. Probablemente, tardarías más de medio día.
Emmett se rió.
—No me parece gracioso —le dijo a Edward.
—A mí sí —le susurró Emmett cuando ella se marchó al cuarto a ponerse ropa de abrigo.
—Gracias. Nosotros, los hombres, tenemos que estar unidos.
A Emmett le encantó aquello.
—Sí. Nosotros, los hombres, tenemos que estar unidos. Nunca antes había tenido un hombre, solo a mamá y a tía Mami.
— ¿No tiene tía Mami novio? —preguntó Edward, pensando que debería sentirse avergonzado por sacarle información a un niño.
—Antes sí. Pero a él no le gustaba yo.
—Entonces, era un idiota.
Emmett asintió encantando.
—Sí. Era un idiota. Tía Mami y él iban a casarse, pero no se casaron.
—Ya me conozco la historia.
— ¿Ah, sí? —preguntó el niño pasmado.
—No, no me refería a esa historia.
—Le dijo a mi tía que quería tener sus propios niños. Yo lo escuché desde el armario cuando se lo dijo a mi tía.
—Y ella le dijo que se perdiera. ¿A que sí?
El niño asintió lleno de satisfacción.
—Muy bien hecho. Yo habría hecho lo mismo.
— ¿De verdad? ¿Crees que a alguien le gustaría tenerme a mí? ¿Como si fuera su propio niño?
—Oh, tú eres mucho mejor —le dijo Edward—. Ya has pasado la peor edad.
El niño brincó encantado y se sentó en el regazo de Edward.
«Oye, no he dicho que fuera a adoptarte», pensó Edward. Debería ocurrírsele una excusa para que se bajara, pero no se le ocurrió ninguna.
La confianza que el pequeño había puesto en él era bastante desconcertante. Y también bastante agradable.
Bella salió de la habitación.
—Emmett, no molestes a Edward.
—Me ha dicho que le gustaría tenerme —dijo el niño con cabezonería.
—Eso es porque no ha entrado en el cuarto de baño detrás de ti —dijo ella como si nada, pero Edward notó la tensión en su voz y vio la ansiedad de sus ojos.
Él bajó el niño al suelo.
—Vamos a por ese árbol de Navidad antes de que Santa Claus baje y os lleve a tu tía y a ti creyendo que sois unos elfos.
— ¿Tan mal estoy, eh?
Estaba ridícula. Se había puesto la ropa que la señora Cullen le había dejado en un armario y todo eran cosas que le quedaban demasiado grandes.
Salieron al exterior y él se dio cuenta de que había nevado mucho en muy poco tiempo. Ya debía de haber unos cinco centímetros de nieve. Miró al cielo y pensó que aún iba a caer mucho más.
—Aquí está el hacha —indicó el niño.
Edward se cruzó de brazos mientras miraba cómo Bella intentaba sacar el hacha del tronco donde estaba clavada.
Después de dejarla más tiempo del que se consideraría caballeroso, se acercó y sacó la herramienta con una mano.
—Presumido —dijo ella con desagrado.
—Espera hasta que intentes cortar el árbol —le respondió él en el mismo tono.
— ¿Qué árbol, Emmett?
Emmett corrió hasta el principio del bosque. Había elegido un abeto precioso, perfectamente simétrico. Y también muy hermoso. Debía de medir unos dos metros de altura, aunque la base no tendría más de diez centímetros de diámetro.
Fácil.
—Echaos para atrás —ordenó. Tomó aliento y se colocó en posición. Después, lanzó el hacha con todas sus fuerzas contra el tronco.
Lo golpeó y se notó que las reverberaciones del árbol ante el golpe la había pillado por sorpresa. La nieve cayó de las ramas justo encima de ella. Se deshizo de la nieve y bregó para sacar el hacha. Cuando lo consiguió, volvió a colocarse.
Volvió a golpear el árbol en un lugar totalmente diferente, varios centímetros por encima de la primera marca.
Emmett miró preocupado a Edward.
— ¿Cuánto se tarda en cortar un árbol de Navidad?
—Depende —dijo— de lo cabezota que sea una persona. Puede llevar todo un día.
—De eso nada —dijo ella.
Él se encogió de hombros. Con la nieve que estaba cayendo debería estar ansioso por marcharse de allí; pero, de alguna manera, pensó que no le importaba si tardaba todo el día. Quería ver lo cabezota que era.
Y era bastante.
Emmett comenzó a impacientarse.
— ¿Sabes hacer ángeles de nieve? —le preguntó a Edward—. Una vez lo vi en televisión.
—Claro. Solo tienes que tumbarte sobre la nieve y mover los brazos y las piernas.
Emmett lo miró asombrado.
—Así —dijo, pensando que se desconocía a sí mismo.
Se tumbó sobre la nieve y se lo demostró. Después, salió con cuidado de la marca en el suelo.
Emmett lo miró con reverencia.
Edward miró a Bella y la encontró con la misma expresión de ansiedad que cuando Emmett estaba en su regazo.
Emmett se tumbó a hacer el ángel y él lo miró atentamente.
—Perfecto —dijo cuando el niño se levantó.
Era tan fácil hacer que la cara de un niño se iluminara...
Emmett se dedicó a hacer ángeles de nieve y él se acercó a Bella. El tronco estaba bastante cortado, pero no parecía que fuera a caer pronto.
— ¿Qué pasa?
—Ten cuidado con Emmett.
— ¿Por qué? ¿Está enfermo?
—Oh, no; no es eso. Gracias a Dios.
Volvió a lanzarle otro hachazo al árbol. Estaba tan cansada que la hoja ni siquiera se hincó en el tronco, solo rebotó.
Ya estaba bien. Le quitó el hacha de las manos. Ella no protestó. Incluso fingió que no sucedía nada.
—Edward, no tiene muchas influencias masculinas en su vida. Podría verte como a un héroe.
Él se volvió hacia ella y por la expresión de su cara comprobó que no le estaba diciendo toda la verdad.
¿Cuál era la verdad al completo? ¿Que ella ya se había dado cuenta de que él no era ningún héroe? ¿Que no era merecedor de la admiración de un niño de cinco años?
Ya que ella pensaba eso, ¿por qué sentía él esa punzada extraña en el estómago?
Miró a Emmett tumbarse en la nieve para hacer el ángel. Él sí que era un verdadero ángel.
—De acuerdo —le dijo—. Voy a derribar este árbol y después me marcharé.
—No quería herir tus sentimientos —dijo ella en voz baja.
« ¿Herir mis sentimientos?» ¡Qué tontería! ¿Pero qué era esa punzada en el pecho?
—No has herido mis sentimientos —le respondió él.
—No hay razón para que se encariñe contigo, eso es todo. No vamos a quedarnos mucho tiempo —dijo ella como si él no hubiera dicho nada.
—No voy a quedarme mucho —replicó él—. Sólo cinco minutos.
El árbol cayó de cinco hachazos.
—Bueno —dijo—. Me marcho. ¡Mira cuánta nieve! Feliz Navidad.
— ¿Cómo va a poner mi tía el árbol? Ya le cuesta poner el de casa y ni siquiera es de verdad.
—Ya me las arreglaré.
No se fiaba de su seguridad; ya la había visto con el fuego y con el hacha. Suspiró.
—Yo meteré el árbol y lo colocaré. Después me voy. Y lo digo en serio.
Emmett estaba sonriendo como si de serio no tuviera nada.
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Jajajajajajajaja me encanta Emmet!!!! XD definitivamente los esta pasando por arriba a los dos sin querer!!!
ResponderEliminarY bueno vamos a ver qué tan serio fue eso! ;) Jajajajajajajajjajja
Me encantan y probablemente está era toda la intención de Esme... probablemente ni siquiera era verdad q se habían ganado el viaje.. o como fuese la historia esa q se inventó... XD
Para mi tmb Esme lo hizo adrede.
EliminarEdward se despide tanto que al final nonse va a ir jajajaj. Me encanta!!!! Aunque pensé que él los iba a invitar a quedarse en su casa parece que sabe que si lo hace va a quedar enamorado de ellos sin remedio. Emmett es más inteligente de lo que creen los adultos, los convence de hacer lo que él quiere 😊
ResponderEliminarEdward dira en la cena que por fin se tiene que ir jajajaa estoy segura! lo espero con ansias :D
ResponderEliminarJaaa parece que Edward piensa una cosa y termina haciendo otra... Solo espero que todo esto termine en algo realmente bueno ;)
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Al fij lo pude leer, emmet es una ternurita andan saltando chispas en tre este par se ira tan facik ed
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