Capítulo 8/Enemigo
El jet privado se sacudió al caer en una bolsa de aire y Bella se desperezó. Había sido un vuelo largo y fatigoso, después de un día agotador.
Esa mañana se casaron en una iglesia pequeña cerca de su casa. Bella vistió un vestido de satén y encaje tradicional y cubrió su palidez con un velo de tul. Su padre la miró con lágrimas en los ojos al verla bajar por la escalera. Estaba apoyado en dos bastones. Todavía no estaba bien y el doctor Martin le ordenó que después del brindis regresara de inmediato a la cama.
—Dios mío —comentó con voz ronca— estás igual que tu madre —y sus ojos estaban llorosos al besarle la mejilla a través del tul.
La madre de Edward asistió a la ceremonia y sus modales no fueron más suaves que la primera vez. Angela también estaba allí, invitada por Esme, quien lo hizo sólo por molestar a Bella. La chica sintió la mirada de Angela clavada en su espalda cuando caminó hacia Edward, que la esperaba junto al altar.
Estaba guapísimo vestido con el traje oscuro convencional y la camisa blanca y sencilla. Nada podía quitarle su carisma tan especial. Entrecerró los ojos al verla a la cara y Bella se alegró de tener el velo puesto.
La mano de él era firme y cálida mientras que la de Bella estaba helada. Edward apreté sus dedos con posesividad.
Sólo había una dama de honor, la única del grupo de música que no condenó a Bella por romper con Jasper.
—Te entiendo —comentó Tina después de conocer a Edward en la cena íntima que el padre de Bella ofreció en su casa, unos días antes de la boda— ¿Cómo puedes querer a Jasper después de conocerlo a él? —miró al techo, elocuente— Es como probar caviar cuando sólo estás acostumbrada a comer atún. No hay comparación. Eres muy afortunada, Bella.
Mas Bella no se sentía afortunada. Estaba muy triste y un tanto asustada de lo que vendría después de la ceremonia religiosa. En las semanas que precedieron a la boda, Edward se volvió de nuevo el extraño distante, igual que durante la enfermedad de su padre. La visitó, fue cortés y amable con Bella, pero no la besó después de ese interludio apasionado en el asiento trasero del auto. Entonces, él se había alejado de ella con esfuerzo.
—Cielos, esto tiene que terminar, o de lo contrario serás una mujer muy experimentada en nuestra noche de bodas.
—¿Qué te hace pensar que no lo soy? —se enojó, irritada por verlo tan seguro de su inocencia.
—Será mejor que no lo seas, Bella —la miró, sombrío, pero también divertido.
—¿Es por eso que no te casarás con Angela? —estaba segura de que la madre de Edward quería que Angela fuera su esposa— ¿Porque sabes que no es virgen?
—No —negó con seriedad— No soy tan primitivo como para esperar que mi esposa sea virgen en nuestra noche de bodas —la miró a los ojos con intensidad— Sin embargo, te exigiré que seas completamente fiel como mi esposa. Bella. Recuérdalo —aconsejó— Eso evitará que alguna vez pienses siquiera en engañarme.
—Y supongo que no podré exigir lo mismo de ti.
—¿Antes de conocernos? No —confirmó— Supongo que es por la fea doble moral de nuestra sociedad. Pero desde que nos conocemos, sí —le dio un beso final en los labios— Tendrás todo el derecho de matarme a golpes si me atrapas con otra mujer.
—Para eso tendré que atraparte.
En ese momento, Edward echó a reír y la observó mientras llegaban a casa de Bella. Desde entonces, mantuvo su distancia y se convirtió en el hombre frío y distante que Bella rechazaba por instinto.
Sin embargo, sus ojos la miraron con ardor al levantar el velo de su cara. Mía, ese era el mensaje ferviente. Bella tembló cuando él se inclinó a besarle los labios fríos y rígidos. De nuevo estaba muerta de miedo.
—Nunca podrás retenerlo a tu lado —comentó Angela con confianza cuando logró apartar a Bella en la recepción— No eres lo bastante mujer.
—Aprenderé a serlo —replicó y se negó a mostrarle que sus palabras la hirieron.
—Creo que mi hijo ha cometido el error más grave de su vida hoy —anunció la nueva suegra— Y eres la única responsable de que haya sido así.
Lo cual tal vez era más cierto de lo que creía Esme, pensó Bella con pesadumbre.
—Cuida a mi hija —ordenó el padre con brusquedad y emoción cuando lo instaron a volver a la cama— Y recuerden que me prometieron un nieto.
Bella vio cómo el doctor se lo llevaba. Frunció el ceño, aprensiva.
—Déjale sus sueños a un anciano —comentó Edward, entendía la razón de la tensión de su esposa— ¿Que no es esa la esperanza de los padres cuando sus hijos se casan? Hasta mi madre piensa en ello. Lo que pierde ahora, piensa ganarlo después
—se burló un poco.
—Y por eso sigue tratándome como si fuera una leprosa.
—Espera a que tengamos hijos —la apaciguó— Verás cómo responde a ti entonces.
—¿Qué hijos? —estaba muy tensa.
—Los que procrearemos en una tormenta de fuego y pasión —prometió Edward y la hizo temblar por su intensidad al verla— ¿Estás asustada, Bella? —preguntó con suavidad.
La joven iba a negarlo y en vez de eso bajó la vista.
—Tengo que ir a cambiarme —murmuró. Se alegró cuando volvió a estar sola, pero la risa de Edward la siguió…
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—Ya casi llegamos —susurró una voz profunda. Bella se irguió y bostezó con delicadeza— La isla es pequeña, pero lo bastante grande como para tener una pista de aterrizaje —comentó al ver por la ventana.
—¿Tiene nombre? —inquirió Bella al ver la forma oval de la isla, en el mar Egeo. Era tarde. Más de las siete de la noche y todo estaba iluminado por el sol poniente.
—Es la isla Esme —declaró divertido y sin arrogancia— Ha pertenecido a la familia durante generaciones... La isla es mi único hogar... el verdadero hogar que tuve cuando niño.
Bella recordó que Edward viajó mucho pues su padre fue diplomático. Sintió simpatía por el niño que debió considerar su existencia nómada muy solitaria a veces.
—Allá hay un pequeño pueblo... —Edward señaló unas casas blancas con techos de teja— Es una isla pequeña y es autosuficiente para sus necesidades y complementada por un bote que viene cada quince días en su recorrido por las islas pequeñas.
—¿No hay turistas? —Bella trató de hablar con naturalidad. Edward estaba tan cerca, que le costaba trabajo respirar.
—No —le indicó con una sonrisa— Los turistas ya tienen suficiente espacio en otras islas para broncearse y no tenemos nada que ofrecerles a modo de historia ni de hoteles. En el fondo somos gente sencilla Bella —le informó con sequedad— Dale a un griego un hogar modesto, una mujer buena y un lugar en donde pueda charlar con los vecinos y beber ouzo y estará feliz.
En ese momento, el avión hizo un giro brusco y lanzó a Edward sobre ella. Él alargó una mano para estabilizar a Bella y rozó las sensibles puntas de sus senos al hacerlo. La chica jadeó y él la miró con intensidad al ver que su suave boca empezaba a temblar.
—¿Y la... casa grande... que está sobre la colina? —inquirió sin aliento. Sabía que Edward quería besarla y oró para que no lo hiciera. Consideraba que quedaría destrozada si eso pasaba.
Él hizo una mueca y volvió a su asiento. Alzó la ceja al verla suspirar de alivio.
—Nuestra villa —anunció con una sonrisa— Y me temo que no es tan modesta.
Bella miró la hermosa villa con sus balcones de dos pisos y muros blancos Había una piscina en medio de un patio y un jardín muy bonito que llegaba hasta el mar.
—El agua no es un problema en la isla —comentó Edward adivinándole el pensamiento — Tiene, su propio manantial que nos da mucha agua para sobrevivir en los largos y calurosos meses del verano.
El avión hizo un aterrizaje brusco, asustando a Bella.
—Primitivo pero efectivo —comentó Edward cuando el avión empezó a frenar con fuerza. Casi de inmediato se detuvo.
Se puso de pie y sonrió a Bella al ayudarla. Esta tomó su mano, silenciosa y tensa. La hizo pasar al frente, tomándola de la cintura para guiarla por el pasillo. La azafata ya abría la puerta. En la escalera Bella se detuvo impresionada por el calor.
—¿Estás bien? —inquirió Edward.
—Sí —susurró con voz ronca— No esperaba que hiciera tanto calor a esta hora, eso es todo.
—Mmm —apretó un poco su cintura— Debemos asegurarnos de que tu delicada piel no se queme, agapi mou. No me gustaría que su blanca perfección quedara arruinada por el fuerte sol de Grecia.
—Tendré cuidado —prometió al bajar por la escalera. Edward se reunió con ella abajo. Entonces la tomó de los hombros y la volvió hacia él.
—Bienvenida —se inclinó para besar sus labios.
No fue un beso apasionado ni que exigiera respuesta, pero dejó sin aliento a Bella y la hizo ruborizarse. Estaba invadida por una dolorosa timidez.
—Vámonos —dijo Edward y ella tembló. ¿Le quedaba acaso otra alternativa?, se preguntó con tristeza cuando él la llevó a un Mercedes convertible que estaba estacionado debajo de un olivo enorme. Todas sus alternativas terminaron esa noche fatídica en que fue a buscar a Edward Cullen.
—No tiembles tanto —la reprendió al tomarla de la mano— No voy a atacarte en el momento en que estemos solos.
—No pensaba que lo harías —negó y trató de mirarlo con indignación.
—Mentirosa —fue todo lo que dijo él con burla.
La sentó en el Mercedes. Volvió al avión en donde el piloto y la azafata ya bajaban el equipaje. Los tres charlaron unos momentos; luego Edward tomó las dos maletas y las aventó en el asiento trasero. Se sentó frente al volante y se relajó al arremangarse las mangas y abrirse los botones de la camisa.
Bella lo observó con fascinación. Apartó la vista cuando la embargó el deseo arrasador de tocar la piel de su pecho. Sintió un nudo en el estómago. Era humillante la forma en que sus sentidos respondían a ese hombre.
El oscuro zafiro de su dedo brillaba mucho, además del grueso anillo de bodas. Giró las sortijas, distraída, recordando lo bonito que se vio el diamante de Jasper en su mano. Se entristeció.
Pobre Jasper. Lo trató tan mal que nunca dejaría de sentir remordimientos. Sí, nunca habría podido ser feliz a su lado. Edward terminó con cualquier oportunidad de que Bella fuera feliz con otro hombre que no fuera él. Sólo bastaba un beso, un beso pequeño e insignificante como el que le acababa de dar al bajar del avión, para convertirla en un volcán de pasiones.
El avión volvió a despegar y Bella vio el color tan azul del cielo.
Bueno, a eso se comprometió. A un esposo del que sabía que nunca estaría segura y la posibilidad enervante de una noche de bodas que sabía que afectaría la esencia de su vida para siempre.
—Me temo que habrá un pequeño comité de recepción cuando lleguemos — Edward interrumpió sus pensamientos pesimistas— Es una costumbre de la gente del pueblo que te den la bienvenida como mi esposa.
Bella lo miró. Su cabello flotaba en el viento y su hermosa cara resplandecía con el sol de su país, acentuando la belleza de su piel.
—¿Crees que podrás hacer frente a la situación? —la retó con suavidad al sorprenderla mirándolo y le sonrió.
—No lo sé —desvió la mirada— ¿Crees que podré?
—Creo que sí —llegaban a una pendiente y la vista estaba bloqueada a ambos lados por enormes árboles— Probablemente les ofrecerás tu sonrisita tímida que tiene cierto encanto y reserva y los dejarán hechizados, como me pasó a mí la primera vez que te vi. Y si eso no funciona —se estacionó y Bella se sorprendió — entonces lo hará tu hermoso cabello. Pensarán que he traído mi propia diosa a la isla y pronto empezarán a erigirte altares.
—Los altares son para los santos —replicó, perturbada por el orgullo que Edward sentía por ella— Y yo no soy una santa — Las santas no se excitaban como ella al ver a un hombre.
Hubo una pequeña pausa y Bella ya no pudo seguir contemplando a Edward.
—¿Por qué nos hemos detenido? —inquirió. Miró a su alrededor y no vio nada que se pareciera a la hermosa casa que divisó desde las alturas
—Vamos —bajó del auto. Bella lo imitó. Edward la tomó de la mano y la condujo entre los árboles. Se detuvo y la hizo pararse frente a él—. Mira —pidió— Pensé que te daría gusto ver esto. No podríamos haber escogido mejor momento para pasar por aquí.
—¡Oh! —jadeó gratamente sorprendida. Vio la extensión del mar Egeo bañado por el sol enrojecido. Todo parecía brillar desde la curva de la pequeña bahía hasta la arena de la playa de abajo. Unas sombras moradas se alargaban en el cielo y el mar parecía tragarse una bola de fuego en el horizonte.
—Apolo —susurró Edward y la rodeó de la cintura para apoyarla en su cuerpo— el dios del sol, se une a Zeus en los cielos y a Poseidón en el mar. Es un encuentro maravilloso, ¿no te parece?
Bella asintió, apoyada sin darse cuenta en el cuerpo de Edward mientras seguía observando la escena con fascinación.
Luego, ya no fue la hermosa vista lo que atrajo su atención, sino el hombre que estaba a su lado, cuando empezó a acariciarle el brazo y las puntas del cabello. Bella sintió unas placenteras sensaciones en el cuero cabelludo cuando Edward jugueteó con los mechones de pelo y el corazón se le aceleró.
—Hermoso —murmuró Edward con voz ronca.
—Sí —volvió la cabeza para poder sonreírle— Es como si... —no pudo hablar más y las palabras murieron en su boca al ver la mirada de deseo ferviente de Edward. Este la miraba a ella no al sol. Su rostro reflejaba los colores del sol que desaparecía.
—Eres hermosa, Bella —murmuró de nuevo antes de bajar su boca para besarla.
La joven pensó protestar y hasta se tensó un poco en sus brazos, empezando a rechazarlo. Sin embargo, la magia del momento hizo que sus labios se entreabrieran bajo los suyos y le permitió que la volviera y que la abrazara. El cuerpo de la chica se arqueó con sensualidad cuando el beso se ahondó.
—Bella... —suspiró sobre sus labios. El mundo pareció detenerse. Todo pareció depender de ese conmovedor momento. La boca de Bella floreció bajo la de Edward y sus lenguas se tocaron en un electrizante encuentro de los sentidos
Fue el beso más íntimo que habían compartido, que opacó a los anteriores. Bella le tocó los brazos y luego subió las manos hasta aferrarse al cuello. Su cuerpo se arqueó y estiró con tal sensualidad innata, que Edward se estremeció al abrazarla.
Cuando se separaron, ya todo estaba oscuro. Bella se mareó un poco, desorientada por el beso, por el ocaso inspirador, por el hombre que la abrazaba con tanta posesividad.
—Vamos a casa —anunció él y Bella se estremeció, sabiendo que implicaba con
eso.
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Ni Edward ni Bella fueron capaces de hablar mientras se dirigían a la villa. La chica sabía que estaba tan tenso como ella. Permanecía muy quieta y no sabía qué hacer para aliviar la tensión. Dieron vuelta en una curva. Los faros del auto iluminaban el paisaje solitario. Poco después llegaron a la villa. De las ventanas salía una luz cálida y acogedora.
Por lo menos media docena de personas esperaban en el pórtico. Bella fue invadida por la aprensión e hizo un firme esfuerzo por controlar su nerviosismo antes que alguien pudiera percatarse de ello.
Edward detuvo el auto frente a la casa. Salió del auto, fue abrir la puerta de Bella y se inclinó para ofrecerle el brazo.
Bella se dio cuenta de que todavía estaba muy nerviosa cuando Edward le susurró con urgencia
—Sé valiente… Esto sólo nos llevará un momento y luego estaremos a solas.
¿Acaso se lo decía para hacerla sentir mejor? Bella no sabía qué la alarmaba más, la posibilidad de encontrase con esas personas o la soledad a la que Edward se refería con tanta naturalidad.
Edward empezó a hablar en griego con una sonrisa y rodeó a Bella con un brazo al subir por la escalera y llevar a la chica con una señora muy gorda y vestida de negro que sonreía con afecto.
—Es Agnes —informó a Bella— Nuestra ama de llaves y la mujer que me regañó incontables veces cuando siendo niño venía a la isla.
Bella le sonrió a Agnes con timidez y de pronto fue abrazada con fuerza mientras le decía algo en griego con alegría.
Luego conoció a Leon, Giorgio, Atiene... Bella les sonrió a todos. Esas personas tenían un puesto de importancia en la pequeña isla pero la joven no pudo entender qué era. Edward fue abrazado por los hombres y las mujeres. Bella se sintió estudiada y observada y mucho más acogida por esos extraños que por cualquier otra persona en toda su vida.
Edward impartió una orden que hizo reír a todos y salir de la casa... salvo Agnes, quien tomó de la mano a Bella, con la intención de hacerse cargo de ella. Le dijo algo a Edward y Bella se sorprendió al ver que éste la obedecía sin chistar.
Agnes llevó a Bella a un vestíbulo fresco cono muros blancos y suelo de loza que añadían un toque cálido a la casa.
—Vea... vea... —decía Agnes mientras llevaba a Bella arriba por una escalera y la hacía entrar en una habitación— ¡Vea! —exclamó de nuevo la única palabra que parecía conocer en inglés. Bella entró en el cuarto y ella la siguió. Se dirigió a la cama y presionó el colchón hacia abajo con las manos, con una gran sonrisa— Vea...
—Lo que intenta decirte —comentó una voz divertida que hizo que Bella se volviera con rapidez. Edward estaba en la habitación, con las maletas— es que este es nuestro dormitorio. No trata de ordenarnos que subamos de inmediato al tálamo nupcial.
¿Acaso su aterrada expresión fue tan reveladora? Bella se ruborizó y bajó la vista para no ver los rostros sonrientes que la atemorizaban tanto.
El cuarto era precioso, de estilo simple y sin ostentaciones. Los muros eran blancos, los muebles al igual que las puertas eran de madera labrada y hechos a la medida de la habitación. Bella adivinó que los fabricaron en la isla, con amor y orgullo reflejados en cada detalle. Las cortinas de encaje hecho a mano estaban en la ventana y el mismo encaje cubría la cama, enorme... una cama que Bella se negó a ver mientras esos dos pares de ojos la observaran con tal intensidad.
Respingó al oír que Edward dejaba las maletas en el suelo.
—El baño está allí —él ignoró su reacción de nerviosismo y volvió a ignorar otra reacción igual al tomar a Bella de los hombros— Dale las gracias a Agnes. Y te dejaremos sola para que... te refresques.
Bella se volvió con timidez al ama de llaves que la miraba, esperando.
—¿Cómo se dice en griego? —le preguntó al hombre que estaba a sus espaldas.
Por alguna razón, esa pregunta lo afectó porque no contestó de inmediato y empezó a acariciarle con el pulgar la tensa nuca.
—Eres una chica atenta y considerada, Bella Cullen —murmuró al fin. Al oír su nuevo nombre, la joven se estremeció— Di “eftharisto, Agnes” y se convertirá en tu esclava de por vida.
Bella repitió las palabras con timidez y el ama de llaves sonrió de felicidad empezó a hablar en griego Edward sonrió.
—Quiere que te diga que piensa que soy el hombre más afortunado de la tierra por tener a una esposa tan encantadora.
Bella volvió a ruborizarse una vez más.
—Gracias —no podía dejar de ser tímida— Eftharisto, Agnes —repitió Bella y volvió a escuchar otra contestación en griego.
Edward se rió e hizo un comentario que ella no comprendió.
—Agnes dice que se irá para no hacerte sonrojar más y que nos verá mañana por la mañana — tradujo Edward. Agnes asintió, sonrió y salió del cuarto con una reverencia.
Bella ya sólo estaba con Edward.
Estaba tan nerviosa, que sentía que tendría un colapso en cualquier momento. No podía verlo y el silencio se alargó. Edward suspiró después de un momento y se dirigió a la puerta. Bella esperó que se fuera como él prometió.
Cuando Edward no se fue, sino que sólo cerró la puerta, la chica casi rompió en llanto.
—No. Edward, por favor... —ya estaba retrocediendo a pesar de que él no se le acercaba.
—“No. Edward, por favor” ¿qué? —la retó con voz ronca. Sus ojos estaban ardientes. Parecía ser un hombre que tuviera una posesión nueva y que estuviera ansioso por aprenderlo todo de ella. Bella tragó saliva.
—No te burles de mí —susurró, bajando la vista—- Dijiste que me dejarías sola para... para…
—Para que te refrescaras —concluyó— Sí, eso dije —parecía que ahora lo lamentaba— Un beso —decidió— Un pequeño beso y entonces te dejaré, Bella. Te lo prometo.
La ronquera de su voz la hizo temblar y su boca se resecó al ver el brillo hambriento de esos ojos oscuros. La chica negó con la cabeza y su cabello se sacudió un poco, enmarcando la perfección pálida de su rostro.
—Ven acá —ordenó.
El estómago de Bella le dio un vuelco.
— Por favor... —suplicó y volvió a negar con la cabeza. Sus ojos estaban demasiado grandes en su pálido rostro.
—Ahora.
Bella no se atrevió a retarlo y se acercó, con piernas temblorosas, hasta estar frente a él.
—Tan tímida —le acarició la mejilla— Tan dulce e inocente. Casi me avergüenza querer tomarlo todo de ti —suspiró, desesperado— Pero lo tomaré — prometió— con fuego, pasión y una sensualidad devastadora. Transformaré a la niña en una mujer y luego me preocuparé tanto, que me saldrán canas al pensar en la caja de Pandora que habré abierto.
—No soy así —inhaló hondo cuando Edward le acarició un seno. La firme punta se endureció a modo de respuesta.
—¿No? —se burló— Eres demasiado poco experimentada como para saber qué clase de mujer vas a ser. Una niña, Bella —susurró con voz ronca y la abrazó con fuerza— Eres una niña que no tiene idea del poder que su femineidad tendrá sobre el resto de los mortales.
—¡No! —asustada por las palabras, por la pasión que existía entre ambos, trató de apartarse.
—Y eres mía —se negó a soltarla— Te poseeré y te conoceré como ningún otro hombre lo hará nunca.
Desde el beso en el momento del ocaso, Edward vibraba con una ansia que Bella temía que ya fuera incontrolable. Ese miedo se confirmó ahora que él apretó la mano en su seno y la hizo perder el aliento mientras miles de agujas de deseo atravesaban su cuerpo. Edward murmuró algo y luego la besó con intenso ardor. Bella se derritió. Se odió por ello pero no pudo evitar que su sensatez desapareciera. Edward era como una droga en su sangre; Bella lo odiaba pero no podía saciarse de él y cuanto más tenía de él, más quería.
Cuando Edward se separó, Bella temblaba de emoción. Bajó la vista para que él no pudiera ver la confusión reflejada en sus ojos. Sus labios hinchados estaban ardientes y temblaban y Bella ansió tocarlos para ver qué cambios había efectuado Edward en ellos. Sabía que, al igual que su seno, su boca floreció para él. Odió ser tan débil.
—Tranquila —murmuró él y la apartó con manos temblorosas. Estaba ruborizado y se alejó— No soy tan salvaje como para quitarte la virginidad en el instante en que estamos solos —salió del cuarto con una violencia controlada que revelaba la batalla que libraba en su interior.
Bella se sentó en la cama. Edward la deseaba tanto que ella no creía que pudiera ser suave con ella. Edward también debía ser consciente de ello pues por eso debió hacer ese último comentario con la intención de calmarla.
Y de pronto la magnitud de lo que significaba haberse casado con él, casi hizo que Bella corriera y huyera de la casa.
Mas no había escapatoria. Ni de Edward ni de la isla. Estaba comprometida, atrapada. Casada con un hombre cuyos deseos la aterraban a pesar de que también la excitaban. Y casada con un hombre que, en cualquier momento, se hartaría de ella y la abandonaría, destrozándola.
Se levantó y fue a la ventana. Alzó la cortina para ver hacia afuera y salir al balcón. Ya estaba más fresco el aire. Suspiró y se apoyó en la barandilla blanca, contemplando el cielo iluminado por las estrellas. Era una noche hermosa y sólo se escuchaba el canto de los grillos. Se abrazó para darse valor.
Allí estaba, era la esposa de un hombre cuya sangre era tan cálida y libre como el sol que bañaba la isla. Arriba, detrás de la cortina de estrellas, estaban sus dioses, los conquistadores mitológicos de la vida misma.
¿Acaso la observaban ahora y sentían curiosidad por ver cómo la inglesita lidiaba con uno de sus descendientes?, se preguntó.
Sonrió con amargura y volvió al cuarto. Sabía que podría hacer frente a Edward.
Este la consumiría, la devoraría con su pasión y eso era lo que ella quería.
Eso lo resumía todo y Bella lo aceptó al ir al baño.
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Bueno parece que Bella cada vez se convence más de que Edward es su esposo... y más con matrimonio encima... aunque siga pensando en Jasper, creo que Edward es mucho más conveniente para ella.... además de que se preocupa por ella, así no parezca....
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
Auch, la noche el bodas! Veremos como les va a esos dos, gracias por el capítulo.
ResponderEliminarAuch, la noche el bodas! Veremos como les va a esos dos, gracias por el capítulo.
ResponderEliminarMuy buen capitulo...
ResponderEliminarGracias
Me encantó!!! Se nota que el está enamorado de ella!!!! :) Y Agnes awwww :3 jejejej que amor de mujer. Ya quiero leer más, estoy segura que esa noche de bodas va a ser puro fuego!
ResponderEliminarwow hermoso capitulo veremos como les va!! y esme ahggg dan ganas de darle un buen bofeton!!
ResponderEliminaromg esta lucha interna d los, dos quieriendo y no a la ves uno x miedo d el mismo ella x miedo d no saber q le espera omg me encanta esto gracias x el cap. =) ♥
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