Capítulo 9/Enemigo
Encontró a Edward en la cocina cuando bajó a buscarlo más tarde. Estaba sentado frente a la mesa de la cocina. Leía el periódico mientras tomaba una taza de café.
Edward alzó la vista y sonrió al verla, pero no parecía dar muestras de la ansiedad hambrienta de antes.
—Hay más café si quieres —murmuró con naturalidad mientras volvía a prestar atención a las noticias…
—¿Hay algo frío? —preguntó nerviosa.
—Claro. En el refrigerador —mostró en dónde estaba— Sírvete lo que quieras. Bella tomó una jarra de jugo de naranja y se sirvió un vaso. Lo bebió con mucha sed.
Edward dio vuelta a una hoja y Bella miró el contraste de sus largos
dedos con el blanco papel. Algo despertó en ella, de nuevo sus sentidos vibraron y contuvo el aliento. Luego exhaló con lentitud y trató de actuar como adulta en vez de una tonta. Se sentó frente a Edward.
—Too parece estar... perfecto —observó.
—Si pensaras lo contrario, Agnes quedaría muy decepcionada —observó Edward mirándola de nuevo.
Bella se sirvió otro vaso de jugo de naranja.
—¿Acaso viviría ella aquí si nosotros no estuviéramos... no?... — ¡que horror!
Ni siquiera podía hablar Sin...
—Agnes tiene su propia casa a diez minutos de aquí —intervino Edward y bebió un poco de café. Siguió leyendo su periódico.
Bella tocó el borde del vaso. Edward era el hombre más atractivo que había visto en su vida. No podía quitarle la mirada de encima, estaba fascinada por sus matices. Como su cabello, suave, bien cortado. Sus pestañas eran largas y gruesas, sus pómulos altos…
—Pero cuida esta casa como si fuera suya...
…Su nariz era larga y delgada. Su boca era ancha y sensual, su barbilla cuadrada, dura...
Edward volvió otra hoja del periódico y Bella se sobresaltó cuando él la sorprendió en el acto de observarlo. La chica bajó la vista. La tensión aumentó aún más. No podría llevar eso a cabo, se desesperó. Edward tenía un aspecto tan diferente allí, en su medio natural.
—Agnes se enorgullece siempre de estar lista para mi llegada, con o sin aviso... Y extraño. Esa elegancia mundana se transformaba en algo más...
—Aunque suelo avisarle con anticipación. Lo hago por cortesía...
…intimidante. Volvió a verlo y su mirada se detuvo en el vello del pecho que podía ver donde la camisa blanca estaba desabrochada. El vello oscuro era grueso y rizado, muy masculino, los pectorales parecían estar tan firmes, la piel blanca parecía tan sedosa...
—Bella...
Esta respingó con tanta fuerza, que casi derrama el contenido de su vaso. Sus miradas se encontraron. Edward estaba serio y apretaba el periódico con fuerza.
—Si no dejas de mirarme así —le advirtió con calma— te vas a meter en un gran lío...
La boca de Edward tenía una forma fascinante cuando hablaba, parecía formar las palabras con un...
La chica se ruborizó y empezó a respirar con dificultad.
—Yo... —se lamió los labios resecos. Edward estaba tenso, casi enojado— Estaba distraída en otra cosa —mintió— ¿Qué dijiste?
—Dije que debes tener cuidado, o de lo contrario...
Bella se levantó e hizo mucho ruido al hacerlo pues la silla se arrastró contra el suelo.
—¿No te importa si voy a dar un paseo afuera? —estaba tensa y parecía una niña pidiendo permiso. Estaba enredándolo todo. Edward sabía lo que le pasaba y trataba de hablarle con tranquilidad para darle confianza. Pero aún allí su voz era diferente, más profunda líquida y seductora. Bella no podía respirar por la excitación. Lo peor era que sabía quién estaba provocando eso y no era el hombre que la observaba.
—Puedes hacer lo que te plazca, Bella —susurró— Siempre y cuando no trates de huir.
¿Acaso era tan obvia su intención?
—Lo... siento... —volvió a tartamudear— Lo que... pasa es que...
—Que estás tensa por lo que pueda suceder después y no puedes pensar en otra cosa —se enojó— Por el amor de Dios, cálmate —suspiró— Ya te aseguré que no voy a tomarte por asalto. No estoy tan desesperado.
Pero lo estaba... y ella también. Dios, ¿qué le estaba pasando? Retrocedió sin dejar de ver su hermoso y enojado rostro.
—Vamos —Edward se levantó y maldijo con suavidad— Iremos a dar un paseo afuera. Tal vez eso te ayude a relajarte un poco. Después yo...
—No... por favor —el solo hecho de pensar en que él se le acercara la derretía. Libraba una batalla terrible en su interior. Sólo tenía que mirarlo para desearlo con intensidad y, al mismo tiempo, se moría de miedo ante la perspectiva de que la tocara.
Edward la observaba con irritación y Bella lo miró con una súplica en los ojos. No sabía qué le pedía, salvo tal vez que la dejara conservar la cordura, pues tenía la sensación de estarla perdiendo.
Edward la estudió unos momentos más, dándose cuenta de cómo temblaba, de cuán pálido estaba su rostro, de la batalla que libraba y se reflejaba en sus ojos. Suspiró.
—¿Qué objeto tiene? —murmuró y se acercó y Bella gimió al ver sus intenciones, horrorizada por su propia conducta, asustada por la de él— Será mejor que terminemos con esto de una vez —estaba molesto— Entonces quizá dejes de sobresaltarte cada vez que te miro siquiera.
—No, Edward... —adelantó la mano suplicante y retrocedió más. Edward tomó su mano y la atrajo hacia él.
—Mira cómo estás —gruñó. Su impaciencia estaba matizada con una lástima que la hizo querer llorar— ¿Por qué te parece tan terrible la idea de hacer el amor conmigo?
—Estoy cansada, Edward —se defendió. Ya sus sentidos despertaban ante su cercanía. Lo miró a los ojos y su boca empezó a temblar de modo incontrolable— Por favor —apeló— Déjame sola… sólo por esta noche, déjame dormir sola para poder...
—No —fue rotundo— Postergar lo inevitable sólo hará más difíciles las cosas mañana… o al día siguiente —sonrió— Eres mi esposa ahora, Bella —le recordó— Y esta noche te trataré como tal —la abrazó con decisión— Te has bañado —murmuró al oler su garganta, entrelazando sus dedos en su cabello— Hueles a rosas y a inocencia.
—Por favor... —exclamó tensa contra su boca exploradora.
—Demasiado tarde, mi confundida esposa —susurró— No debiste admirarme con tus ojos ahora… la invitación fue muy clara...
Besó su boca con calidez y entreabrió sus labios con facilidad para acariciarla con su lengua. La alzó en brazos y la amoldó a él mientras salía de la cocina y subía por la escalera. El beso la mantuvo cautiva mientras entraba en el cuarto y se acercaba a la cama.
La dejó en el suelo y se separó para ver el efecto que le provocó el beso. Los ojos de Bella estaban más sombríos. Volvió a besarla, ya sin prisa, sin urgencia, con una sensualidad lenta y profunda que la hizo abandonar toda resistencia.
Edward la desvistió con lentitud y el ligero temblor de sus dedos la hacía perder el aliento y jadear. Las prendas eran sustituidas por las caricias de sus labios. Bella cerró los ojos y rezó por que lograra pasar por la prueba sin morir. Sentía que lo haría; todos sus sentidos ansiaban escapar del rígido control que ella les imponía.
Saltó cuando Edward le tocó un seno. Sus miradas se encontraron. Bella estaba de pie, desnuda, frente a él. Edward se alejó un poco para observarla con ojos ardientes y densos.
—La luz, Edward... —suplicó con voz ronca— Apaga la luz.
—No —se negó— La ocasión anterior que estuviste en mi cama fue en la oscuridad. Esta vez terminaremos lo que empezamos entonces con la gloria de la luz
Volvió a alzarla en brazos y la puso en la cama. Le dio un beso en los labios antes de erguirse y quitarse la ropa. Bella cerró los ojos y oyó su suave risa, burlona ante su timidez.
Edward ya jadeaba cuando se reunió con ella en el lecho. La abrazó con un ansia que encendió la sangre de Bella y la hizo acercarse sin protestar enredándose en la belleza de su cuerpo con tal sensualidad inconsciente que Edward se estremeció.
—Bella —gimió con voz ronca— Deseas esto tanto como yo.
La chica no lo negó, no podía hacerlo. Edward tenía razón; lo deseaba con un fuego que era igual al de él.
Y todas las predicciones que Edward hizo acerca de su unión se cumplieron en esa larga ferviente y turbulenta noche en que él abrió la caja de Pandora de los deseos de Bella y los liberó al fin.
Era sorprendente, impresionante, emocionante. Y la intensidad de lo que sentía hizo que Bella llegara a alturas increíbles Abrió los ojos y vio que Edward estaba atónito y la veía con pasión y entonces supo que él también estaba sorprendido.
Le echó los brazos al cuello jalándolo hacia ella y se regocijó al descubrir el poder que tenía sobre ese hombre.
— Bella... —susurró, sobre su seno, tembloroso— Bella...
Bajo la pálida luz del alba Edward por fin se quedó dormido Bella miró el azoro de su rostro y sus ojos cansados se llenaron de lágrimas, de lágrimas de vergüenza, horror e impotencia.
Meses atrás, cuando esos ojos la vieron por vez primera y anunciaron que la deseaban, Bella se alejó por instinto. Semanas atrás se vio forzada a reconocer el motivo. Ahora cuando se aproximaba un nuevo día, lo supo todo y sus lágrimas corrieron por sus mejillas. Amaba a ese hombre, lo amaba con todas las fibras de su ser y no podía hacer nada al respecto.
Yació despierta, sus lágrimas se secaron y empezó a tener sueño. Trató de olvidar los sonidos e imágenes de esa noche en que sólo se salvó cuando profirió una exclamación cuando Edward la penetró.
—Te odio, Edward —susurró con voz temblorosa mientras el fuego que la invadía amenazaba con consumirla para siempre.
—No me odias —aseguró, jadeante, apasionado—. Sólo deseas odiarme.
Tenía razón, igual que la tuvo acerca de todo, desde el principio. Bella no lo odiaba, lo amaba. Y cuando se quedó dormida, alargó una mano sobre su pecho y suspiró, acariciando la curva de su cuello. No supo que Edward despertó al sentir el roce de sus dedos y por un tiempo la contempló mientras dormía, tan apesadumbrado y triste como ella.
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Durmieron hasta tarde. Despertaron con los cuerpos enredados al oír sonidos de vajilla que les anunciaron que ya no estaban solos. Bella hundió la cara ruborizada en el hombro de Edward mientras Agnes parloteaba en griego con el hombre que abraza posesivo a su nueva esposa.
— Ya se fue —bromeó Edward cuando al fin el silencio reinó en el soleado cuarto.
Bella no podía mirarlo. El drama de la noche anterior la embargaba con una profunda timidez. Edward le acarició la mejilla con suavidad y luego le alzó la barbilla para mirarla a los ojos.
—¿Estás bien? —estaba sombrío, sus ojos estaban oscuros y serios, de veras estaba preocupado por ella— ¿No te... lastimé?
Bella negó con la cabeza. No, no sintió dolor, o no recordaba haberlo sentido. Sólo se acordaba del ansia salvaje de sentirlo dentro de ella y la breve punzada de esa unión, acogida por todo su cuerpo excitado.
—Pero te provoqué una fuerte impresión —declaró Edward, severo.
Ella misma se impresionó. La profundidad de las pasiones de Edward siempre fue algo claro. La profundidad de las de ella los dejó atónitos a ambos.
—Lo siento —dijo Edward y acarició el costado de su cuerpo, en donde se curveaba de modo íntimo con el suyo— Perdí el control. La espera fue un tormento tal...
Sí, Bella lo entendía ahora. El terrible aumento de tensión sexual en esas últimas semanas provocó esa violenta explosión por parte de ambos.
Tembló cuando Edward le acarició un seno con suavidad. Lo miró a los ojos, turbada. Perdió el aliento cuando Edward observó el deseo reflejado en sus pupilas.
—Demonios, Bella... —se acercó para apoyarse sobre ella. La miró con igual turbación y fervor cuando su ansia despertó para satisfacer la de ella— Me aterras — gruñó y cubrió su boca ansiosa con la suya.
Eso estableció la rutina de toda su estancia en la isla. Se suponía que permanecerían allí dos semanas y se quedaron un mes. En ese tiempo lograron estar tranquilos uno con el otro aunque Bella sabía que eso no duraría una vez que volvieran a la realidad.
Tal vez Edward también lo sabía y por eso decidió quedarse más tiempo, a pesar de que tuvo que pasar algunas horas en su estudio, atendiendo sus negocios por teléfono y por computador.
Por acuerdo tácito, ninguno de los dos mencionó los temas que podrían recordar los resentimientos que ahora estaban fuera de la relación. Su relación era demasiado frágil como para resistir una presión externa y la hostilidad que los reunió al principio seguía presente, en las sombras, y hacía que Bella se mantuviera en parte alejada de Edward, algo que sabía que lo molestaba.
Pero el comprometerse del todo a ese hombre sería una locura, aunque, Bella casi sucumbió a la necesidad de hacerlo, esa mañana, después de su primera noche de amor, cuando Edward la condujo a la asoleada sala de estar y anunció con voz ronca:
—Iba a comprarte diamantes, pero recordé que no te gustan las joyas, así que me imaginé que esto te gustaría más.
Esto era un hermoso piano de cola blanco que estaba en un rincón de la sala.
Bella sintió que su corazón se llenaba de emoción.
—Edward... —susurró, demasiado conmovida como para decir más.
—He ordenado que instalen uno en todas las casas que tenemos —le informó con una suave voz que la estremeció— He hecho que dejes de estudiar, Bella, pero no quiero alejarte de tu música.
—Gracias —sus ojos brillaron con lágrimas de felicidad y le echó los brazos al cuello. Era la primera vez que actuaba con espontaneidad con Edward
Y ese momento fue el único en el que estuvo a punto de confesarle lo mucho que lo amaba, sobre todo, cuando Edward la abrazó con fuerza y murmuró con fiereza:
—Quiero que seas feliz conmigo, agapi mou —como si eso fuera lo que más le importaba en el mundo.
Pero cuando la chica alzó la cara para confesarle su amor y comprometerse para siempre con él, se percató de que otra vez sus ojos brillaban con deseo. Con un gruñido sensual, Edward la alzó en brazos y volvió con ella a la cama. Y en ese momento, Bella nunca más pensó en decirle palabras de amor. Los sentimientos de Edward eran demasiado claros.
Sólo era deseo físico y nada más.
La deseaba, todo el tiempo, en cualquier momento, y su ansia no parecía dar muestras de disminuir conforme transcurrieron los días. Por el contrario, Edward se tornaba posesivo y celoso con cada sonrisa de Bella, con cada momento de su tiempo, hasta que ella empezó a aguijonearlo con ello.
Entonces llegó el día en que todo llegó al límite. Bella supuso que eso debía pasar cuando un hombre como Edward Cullen estaba junto a una mujer que acababa de descubrir el poder de su propia sexualidad y lo aguijoneaba sin piedad, embriagada con las pequeñas victorias que podía lograr contra Edward con una mirada o cierta palabra provocativa. Eso consolaba un poco el corazón de Bella, quien no podía dejar de portarse como una sirena cuando eso provocaba resultados tan excitantes.
Edward la sorprendió charlando con los pescadores en el pueblo una mañana. Bella dejó a Edward en la villa trabajando en el estudio. Ella solía tocar en el piano y de pronto sintió el deseo de caminar junto al mar en la playa. Llegó al pueblo, en donde varios botes de pescadores llegaban después de pasar una larga noche en el mar.
Tal vez cuando dejó de escuchar la música del piano, Edward se preguntó en dónde estaría Bella y fue a buscarla. Cuando la encontró, estaba furioso pues ella no vestía nada más que una de sus propias camisas blancas de lino encima de un revelador bikini blanco. Su cabello volaba al viento mientras ella reía divertida por las tontas señales que debía hacer con las manos para hacerse entender y los pescadores sonreían mientras trataban de comentar algo con su rudimentario inglés.
—No puedes acercarte a ningún hombre —gruñó Edward al alejarla de los pescadores, que echaron a reír.
—¿Por qué no? —estaba contenta por hacerlo sentir celos y enojo— ¿Crees que los voy a seducir si dejas que me vaya de tu lado?
—Nunca te daré la oportunidad de que lo intentes.
—Pues que Dios te ayude cuando lleguemos a la civilización —se apoyó contra su mano a modo de provocación cuando empezaron a subir la loma que llevaba del pueblo a la villa— A menos, claro, de que planees encerrarme en un cuarto oscuro y sólo me dejes salir para tu propio placer.
—Puede ser que nunca deje que te vayas de esta isla —la amenazó. Se detuvo para mirarla con altivez, era una mirada que adoptaba cuando quería intimidarla.
—Eso significaría dejarme sola con esos seductores pescadores —le recordó con voz sedosa y miró con fascinación que él se ruborizaba.
—Te mataré si llegas siquiera a mirar a otro hombre, ¿entendiste?
—Sí, señor —exclamó con formalidad fingida. Estaba tan seductora con su cabello volando alrededor de ella que Edward la atrajo con fuerza y su boca cubrió la suya con un beso cuya intención era más castigar que dar placer.
Con igual agresión, Bella le devolvió el beso, absorbiendo los movimientos de su lengua con los de la suya. Entablaban batallas en todos los niveles. Bella no sabía de dónde provenía, pero había un demonio en su interior que la hacía querer estar a la par de Edward en todo lo que este le hiciera, aunque tenía la sensación de hacerlo por miedo a que, si no lo mantenía interesado, entonces la pasión de Edward terminaría por morir y ella no tendría nada con que retenerlo a su lado.
Edward la tomó de los hombros para mantenerla alejada de él y miró con enojo sus desafiantes ojos.
— Aprenderás a respetarme —se irritó y la jaló a la villa para hacerle el amor hasta que ella pidió clemencia.
Y cuando Bella yació en la cama, complaciente al fin, Edward se levantó y la dejó, fría y temblorosa, frustrada e impresionada al ver la facilidad con la que Edward hizo a un lado su propio deseo, aclarando de una vez por todas quién controlaba la situación.
Edward se encerró en su estudio y Bella no lo vio durante el resto del día. Ella lo castigó al no volver a tocar el piano y dejar que el silencio de la villa fuera muy elocuente, aunque tampoco volvió a salir. Cuando fueron a cenar, la tensión entre ambos era tan intensa como antes de casarse. Bella estaba muy altiva y desdeñosa y Edward retraído detrás de una fría arrogancia impenetrable. Bella se fue de mal humor a acostarse esa noche.
Por vez primera en un mes, durmió sola.
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A la mañana siguiente, recibieron la llamada telefónica que evitó que tuvieran la oportunidad de resolver ese primer desacuerdo importante entre ellos.
Bella estaba en el patio, tomando un vaso de jugo de naranja, cuando Edward fue a buscarla. La chica se tensó en el momento en que él se sentó a su lado y la tomó de las manos.
—Bella... —suspiró.
—¿Qué pasa? —jadeó. Ya estaba asustada y miró sus ojos oscuros y serios.
—Se trata de tu padre —anunció con increíble suavidad—. Ha tenido otro infarto.
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Ahhh, esto cada vez se pone más y más emocionante!!! Edward la ama también, solo que no lo quiere admitir!!! Y los celos jajajaja, buena técnica aunque si no tiene cuidado cuando vuelvan a la ciudad se le puede volver en contra.
ResponderEliminarHolaaaa!!
ResponderEliminarMuy buen capitulo :D
Saluditos
Ayy nooo!!! y Ahora tendrán que volver a la civilización!!!! Espero que no suceda nada que los haga separar :(
ResponderEliminarBesos gigantes!!
XOXO
estos niños caprichosos igual d cabezotas los dos orgullosos no seden pero igual se están torturando ;) ojala no sea nada malo lo d Charlie gracias x el cap. nos leemos ♥
ResponderEliminarayyy muchas gracias por el capitulo, amo la historia, esta genial, y me encanta ver a edward celosito!!!!
ResponderEliminarUna pregunta que paso con esta adaptacion? No la van a seguir?
ResponderEliminarUna pregunta que paso con esta adaptacion? No la van a seguir?
ResponderEliminarhola no me di cuenta que que no estaba terminada...la van a continuar...??
ResponderEliminarPor favor continúen la me gusta mucho
ResponderEliminarSi por favor sigue la historia esta muy buena no nos dejes así
ResponderEliminarTan ciegos los dos, pero mas ella.... Imagino que Ángela va a meter su cuchara ahora que vuelvan ya que estan peleados.
ResponderEliminarMe encanta esta historia