Hubo un silencio pasmado. La compostura de Angela desapareció y se quedó rígida como un pilar.
—No puedes hablar en serio, Edward —jadeó, horrorizada, incrédula.
—Es una verdadera sorpresa, ¿no te parece? —ignoró el horror de Angela— Estás atónita —concedió— Y tienes razón. Yo también lo estoy.
—Pero, ¿qué... qué hay con?... —tartamudeó y Bella deseó estar a millones de kilómetros de distancia— ¿Está enterada tu madre de esto?
¿Qué madre? Bella ni siquiera sabía que Edward tenía madre.
—Claro —le aseguró con calma— Yo mismo se lo informé por teléfono ayer. De lo contrario no te lo estaría contando, Angela. Ya sabes lo mucho que le gusta a mi madre el protocolo.
—Sí... —Angela entrecerró los ojos y contempló a Bella. Recuperó la compostura— ¿Puedo felicitarla, señorita Swan? —alzó la mano larga.
Dios mío, pensó Bella al estrechar muy brevemente esa mano, quiere matarme.
—Gracias —contestó con la mayor frialdad que pudo.
—Y a ti también, querido por supuesto... —sonrió con calidez y seducción a Edward y alzó el rostro para que la besara.
Edward soltó a Bella para hacerlo y Bella fue testigo de un casto beso en la mejilla. Cuando se separaron, Angela sonreía con la satisfacción de un gato.
—Creo que esto merece festejarse con champaña, ¿no te parece? —sugirió— Edward, ¿por qué no vas a ver si tienes una botella fría en alguna parte mientras tu prometida me cuenta todo acerca de su romance? —sugirió Angela con voz sedosa.
—Qué buena idea —le ofreció una brillante sonrisa a Bella y le dio un beso en los fríos labios.
No te atrevas a dejarme sola con ella le advirtió la chica con la mirada Edward sonrió aún más. Bella se percató que estaba muy divertido con lo que pasaba. ¡Debía parecerle muy gracioso que su futura esposa y su amante se enfrentaran!
—No tardaré nada —le aseguró y le acarició la mejilla con un dedo. Se alejó, silbando, y dejó a Bella con la sospecha de que él quería ver cuál de las dos seguía con vida cuando regresara.
Bueno, pues ella no pensaba pasar la prueba.
—Si me disculpa, voy a cambiarme mientras…
—¿Huye, querida? —retó la voz seductora— No puedo culparla. Fue muy malo de parte de Edward no contarle nada acerca de mí.
Bella alzó la cabeza y encaró a la otra mujer con frialdad.
—Bueno, lo sé todo acerca de usted, señorita Mandraki…. Usted es... la vieja amiga de Edward —comentó con dulzura.
—Querida —sonrió con burla— hay mucho más entre nosotros que una simple amistad.
—Qué bien —comentó con torpeza. Bella se negó a tragar el anzuelo. Aunque era una masa de antagonismo por dentro.
—Sabe, su madre no la aceptará —declaró Angela— Alice tiene ideas muy estrictas y anticuadas en lo que se refiere a su único hijo. No cree en la mezcla de razas. Una griega será la esposa de Edward y él lo sabe, lo cual... —miró con curiosidad a Bella— lo cual me intriga más acerca de este precipitado compromiso.
Si quería poner más incómoda a Bella con la idea de casarse, lo estaba logrando.
A la chica no le agradaba la posibilidad de tener a una suegra entrometida ni hostil.
—No me voy a casar con su madre —mantuvo su expresión fría.
—Tampoco se casará con su hijo, si Alice puede evitarlo —declaró Angela con certeza— Swan... —murmuró, pensativa— Swan... ¿por qué me parece conocido el nombre? —estudió a Bella un momento y entonces sonrió— Ah, sí. ¿No es Charlie Swan quien tiene varias propiedades en el centro de Londres? —musitó con voz sedosa— Las que Edward ha querido apropiarse desde hace varios meses, a menos de que me equivoque...
No, no está equivocada, pensó Bella deprimida. Bajó la vista y Angela sonrió al ver su reacción.
—Me pregunto si eso la hará más aceptable ante los ojos de Alice —prosiguió Angela— Los griegos favorecen mucho los matrimonios por dinero. Y nunca se sabe, varios millones de libras en propiedades y bienes raíces pueden hacerla entrar a la familia... Y dígame, señorita Swan; ¿qué se siente ser comprada y vendida de ese modo? —la retó.
—Espere un momento... —Bella alzó la barbilla, muy enojada— No tiene ningún derecho de...
—¡Tengo todos los derechos! —intervino Angela, desenvainando la espada al fin, y reveló su furia— Edward es mío, ¿me oyó? —se acercó a Bella, amenazadora— Siempre lo ha sido. Hemos sido amantes durante años.
—¿Lo cual... qué hace de usted, para ser exactos? —retó Bella a su vez.
—Si cree que él dejará de venir conmigo sólo porque va a casarse con usted, entonces es una tonta —Angela palideció— Usted, con su fría pasión inglesa, ¿qué tiene para retener a un hombre como Edward Cullen de volver a buscar favores... más satisfactorios?
Bella miró a Angela con infinito desprecio.
—La virginidad, señorita Mandraki —se sorprendió casi tanto como Angela al oír su contestación— ¿No es eso tan apreciado por los griegos como la propiedad que yo aportaré a nuestro matrimonio? —Angela no lo sabía pero esas palabras la herían también— De seguro, hasta su madre, que tiene tantos principios y valores tradicionales, verá la ventaja de tener una nuera que no ha estado divirtiéndose, como nos gusta decirlo a nosotros, los fríos ingleses.
Bella se dio cuenta de que dio en blanco cuando el bello rostro griego se contorsionó por la furia. Logró apartarse antes que Angela la abofeteara.
Se lanzó a la piscina con más urgencia que gracia. Su corazón estaba acelerado por haber tenido que soportar esa desagradable escena y permaneció sumergida hasta que oyó alejarse el taconeo de la otra mujer que salía del cuarto. Sintió alivio al darse cuenta de que esa terrible mujer no iba a atacarla dentro del agua.
—Dios mío —jadeó cuando al fin salió a respirar. Se apoyó en el borde de la piscina.
—Las griegas son famosas por su mal humor —comentó una voz sedosa.
Bella se sobresaltó. Edward estaba apoyado en el marco de la puerta y llevaba en el brazo una hielera con una botella de champaña.
—¿Qué tanto oíste? —lo miró con furia indecible.
—Me temo que no mucho —parecía desilusionado—. Pero por la expresión de Angela, parece que saliste ganando. Bien hecho. Aunque creo que ahora tendré que mimarla mucho para hacerla recuperar el buen humor.
—¡Vaya! —sintió asco por él— ¡Me voy de aquí, antes que lleguen más... de tus mujeres a afirmar su derecho de propiedad! —nadó hacia la escalera y salió del agua. Caminó con irritación hacia la puerta contra la cual Edward estaba apoyado.
—Bella, mi amor, tienes que terminar con tu costumbre de salir de mi casa vestida a medias — su burla la hizo detenerse y mirarlo con odio. Edward la recorrió con mirada insolente — No puedo permitir que mi esposa exhiba… —volvió a observarla — sus encantos para que todos los vean.
—Todavía no soy tu esposa. —replicó y se ruborizó. Esta vez se dirigió al vestidor, enojada porque Edward tenía razón: ella tenía la intención de salir de la casa así, en traje de baño.
—¿Necesitas ayuda? —ofreció, socarrón.
—¡Vete al demonio! —rugió y cerró la puerta con violencia.
Cuando Bella volvió a salir, Edward estaba sentado junto a la piscina, esperándola. De nuevo estaba vestido. Sólo su cabello mojado revelaba que no había pasado toda la mañana frente a su escritorio. Bella sintió la boca seca al verlo y maldijo su reacción instantánea cada vez que lo veía.
—Ustedes son amantes —lo acusó, desde el otro extremo de la piscina.
—Angela y yo somos muchas cosas uno para el otro —contestó con tranquilidad.
—Como dije antes, eres despreciable.
—¿Qué se siente desear a un tipo tan despreciable como yo? —alzó las cejas.
La chica se ruborizó por la desesperación. Tenía razón. Lo deseaba al tiempo que lo odiaba con fuerza.
—Me gustaría que me llevaras a casa, por favor.
—De eso estoy seguro, pero todavía no. No hasta que te hayas sentado y comido algo —señaló la bandeja que el ama de llaves debió llevar mientras Bella se cambiaba de ropa— Necesitamos hablar y además estás demasiado delgada. Debes haber perdido peso desde la primera vez que te vi.
No podría recordarlo con precisión con tantas mujeres que pasaban por su vida,
¿ó si? Bella estaba sorprendida. Se quedó en su sitio. No sabía si ir a su lado o salir de la casa. ¡Ya estaba harta de Edward!
—Si tengo que ir por ti no te gustará.
Edward también leía la mente. Se armó de valor para sentarse frente a él. Escogió un emparedado. Evitó verlo mientras Edward bebía el café. Bella estaba esperando el momento en que él decidiera “charlar”.
Tomó otro emparedado.
—¿Has sabido algo de Jasper desde la semana pasada? Bella se petrificó.
—No —mintió y su corazón se aceleró. Él no podía estar al tanto de las cartas de Jasper, ¿o sí? Ella las tiró todas— ¿Le diste su cheque como prometiste? —sintió la confianza de hacerle la pregunta.
—Estoy seguro de que habrás considerado las consecuencias si descubro que me mientes —ignoró el reto y le hizo la advertencia con calma.
—¿Y acaso me informarás tú de las veces que estés en contacto con la hermosa Angela a partir de ahora? —lo miró con curiosidad.
—¿Estás segura de que quieres saberlo? —sonrió— Vi que estabas celosa. Los celos ocultan la verdad y la verdad es que no puedo prometerte no ver a Angela porque... de vez en cuando tenernos asuntos que nos unen.
—No hay que olvidar los nexos familiares —manifestó Bella sin creer lo que decía. Edward no tenía intenciones de mantenerse alejado de la hermosa Angela.
—Dices bien —asintió— También es hija de la mejor amiga de mi madre.
Mientras que Jasper no tiene el menor pretexto para ponerse en contacto contigo.
—Salvo nuestra música —intervino Bella. Tomó otro emparedado. Tal vez nadar le abrió el apetito... o quizá los besos. No, desechó ese último pensamiento— Jasper y yo pertenecernos al mismo grupo musical —explicó contenta de tener algo con que molestarlo— Así que tendremos que vernos una o dos veces por semana — encogió los hombros.
—Lo cual saca a colación otro... delicado asunto —susurró y Bella se tensó.
Sabía que no le agradaría el siguiente comentario— Tu educación universitaria.
Bella dejó a un lado el emparedado, confirmando sus sospechas.
—¿Qué hay con eso? —estaba a la defensiva— Empiezo un nuevo semestre en octubre y eso... —se atragantó al verlo negar con la cabeza. Se deprimió sólo de verlo— ¡No! —se negó a creerle— No puedes hablar en serio. No puedes quitarme mi música.
—Tienes que entenderlo —la urgió— Será imposible que sigas estudiando una vez que nos casemos —estaba muy triste. De veras lo lamentaba— Salgo demasiado y quiero que me acompañes en mis viajes. Seremos marido y mujer en todos los aspectos, Bella. Quiero que estés a mi lado en cualquier cama en donde tenga que dormir.
—No —se puso de pie. Edward todavía tomaba su mano fría y temblorosa— No dejaré mis estudios por ti. Viviré aquí en tu casa, contigo. Y aquí seremos lo que quieras que seamos. Pero no echaré por la borda años de estudio sólo porque piensas que el lugar de tu esposa es estar para siempre a tu lado.
—Doy muchas fiestas —insistió— Será natural que seas la anfitriona... en cualquier país en el que estemos. Quiero que asumas ese papel —sus ojos se endurecieron— No tendrás tiempo para tus estudios universitarios, Bella. Lo siento, pero así es.
—No —negó con la cabeza— No, me niego a aceptar.
Edward la observó un momento, su rostro decidido y molesto. Algo cruzó por su expresión, ¿dolor o irritación? De pronto, la soltó.
—En realidad no te estoy dando la opción —declaró al fin sin sentimiento. La vio palidecer sin parpadear.
Tenía que ser una broma, pensó la chica. No era tan malo, ¿o sí? Sólo trataba de asustarla, de hacerla creer que él controlaba sus...
—Claro —prosiguió cuando la chica no pudo emitir ningún sonido—, si crees que tu música vale más que el tratar de tener un matrimonio de éxito conmigo, entonces por favor olvídate de nuestro casamiento. ¿Qué derecho tengo de negarte eso? ¿Acaso vale más la música que la salud y felicidad de tu padre?
—Dejaré mis estudios —se hundió en su silla, derrotada, como siempre. Edward debió sentirse triunfante, pero tan sólo la miró con amargura.
—Así que luchas conmigo a muerte cuando te pido algo para mí. Pero en cuanto menciono a tu padre y su amada compañía, te rindes sin pensarlo dos veces.
—De eso se trata todo, ¿no? —lo odió como nunca— De mi padre y su empresa... de lo contrario, no estaría aquí sentada contigo.
—Eso es cierto —murmuró. Entonces, sin advertencia alguna, puso su mano con fuerza sobre la de la chica, sobresaltándola— Ahora, me dirás toda la verdad — exigió, molesto— Y me dirás todo acerca de esas cartas secretas de amor que has estado recibiendo de tu adorado Jasper.
—¿Sabes lo de las cartas? —lo miró con horror.
—Lo sé todo —confirmó con desprecio— No te daré la oportunidad de que me engañes con Jasper—fue rotundo— Ninguna mujer me hace quedar como un tonto... sobre todo una mentirosa consumada como tú has demostrado serlo. Ni una mujer que tiene la tendencia de escurrirse en los dormitorios de los hombres cuando siente deseos de hacerlo.
—Eso no es justo —se defendió de inmediato— Cuando fui a tu habitación esa noche no fue para…
—Seducirme —terminó cuando ella no pudo decir la palabra— ¿Y cómo puedo estar seguro? —se burló— Es posible que lo hayas planeado desde siempre para... colocarme en una situación comprometedora y así poder chantajearme para que dejara en paz a Swan’s. Arruinarías mi reputación al contarle a todos cómo fui yo capaz de seducir a la hija de un hombre enfermo mientras que al mismo tiempo le robaba su compañía.
En ese momento Bella entendió qué estaba pasando.
—Leíste las cartas de Jasper —suspiró Bella y trató de recordar cómo lo escribió Jasper.
Podríamos amenazar con decirle a todo el mundo que él te chantajeó y sedujo. Piensa en lo mucho que él estaría dispuesto a pagar para callar semejantes rumores. Es un hombre de negocios y depende de sus contactos sociales para hacer tratos. Se volvería un paria social si se supiera que fue capaz de seducir a la luja de un anciano enfermo mientras le arrebataba su compañía. Con una astuta planeación, podríamos hacerlo pagar lo suficiente como para hacer que Swan’s recupere sus pérdidas. Entonces no le quedaría otro remedio a tu padre que el aceptarme y estar agradecido de que lo hayamos salvado de las garras del ambicioso Cullen.
—¿Cómo las conseguiste? —lo miró con tristeza.
—Las saqué del basurero —se encogió de hombros, indiferente.
Claro, pensó. Qué tonta fue. Edward estuvo en el estudio de su padre todas las mañanas... después de que Bella estuvo allí para leer las cartas de Jasper y tirarlas. Fue una tonta al pensar en que él no tendría el des caro de leerlas.
—Jasper escribió muchas mentiras en esas cartas, Edward —murmuró con voz ronca— Estaba como loco y no quiero que mal interpretes sus palabras. Fue el dolor y la confusión de Jasper los que lo hicieron escribir así. Él no podía aceptar que ya todo hubiera terminado entre ambos.
—Y en tu opinión, ¿qué es verdad y qué mentira? —inquirió con cinismo — Tal vez sus insinuaciones acerca de mí son verdad o no lo son. O quizá la intensidad de su amor por ti es cierta... o tal vez falsa —de pronto le alzó la barbilla para mirarla a los ojos— ¿Y qué hay acerca de esas súplicas de verte, Bella? ¿Fueron sólo deseos de parte de Jasper, o acaso has estado viéndolo a mis espaldas?
Bella apretó la boca para no contestarle. El ambiente se tomó tenso, lleno de desdén y enojo. Y siempre estaba presente el torrente sexual que complicaba cualquier cosa entre ellos dos.
—¿Has estado viéndote con él? —los negros ojos exigían una respuesta.
—¿Por qué, acaso estás celoso? —lo retó y vio con fascinación cómo se ruborizaba. Se dio cuenta de que lo estaba y sintió una alegría inmensa al descubrirlo.
—¡Maldita! —jadeó y la odió por sorprenderlo. En ese momento, le acercó la cara y la besó con dureza. Cuando se separaron ambos estaban sin aliento, por la emoción de una sensualidad ardiente y odiada— Ahora me dirás lo que quiero saber
—insistió con voz ronca.
—¿Por qué tengo que hacerlo? —se llevó una mano a la boca hincha da— Quieres tomarlo todo de mí y no darme nada a cambio —no iba a llorar— Si no me dejas seguir con mis estudios, no te diré nada que no quiera.
Edward ya no se enojó. Mostraba una férrea decisión y nada de suavidad.
—Puedes tocar el piano hasta que los oídos me revienten en nuestra casa, Bella.
Pero no podrás volver a la universidad después de las vacaciones de verano.
—Pero Jasper ni siquiera va a las clases —señaló con tristeza— Sólo al grupo musical. Ya no asistiré a eso —prometió con ansiedad— Dios —gimió al verlo necio y hundió el rostro entre las manos. Se preguntó con dolor si le quedaba algo que Edward no hubiera destruido ya en ella.
—Vamos —suspiró— Te llevaré a casa —parecía estar tan derrotado como ella.
El trayecto no fue agradable. Ninguno de los dos habló. Todo parecía estar dicho. Cuando Edward se estacionó frente a la casa, Bella se alegró al darse cuenta de que no apagó el motor. Eso significaba que no pasaría a la casa.
—Tengo que salir fuera unos días —la informó—mi asistente, se pondrá en contacto contigo en relación a los preparativos de la boda. Déjale todo a él
—era una orden— Todo lo que tienes que hacer antes que nos casemos, es comprarte un vestido digno.
—Negro, será negro como... —murmuró con amargura.
—Escúchame, tonta —la acercó, sobresaltándola por su enojo— Recuerda por quién hacemos esto. Y si eso no te ayuda a tragarte tus palabras, entonces recuerda esto —la tomó de la nuca— Sólo tengo que tocarte así —la besó con tal intensidad, que la dejó gimiendo cuando se alejó— para hacer que supliques más —concluyó como si no hubiera existido ese apasionado interludio.
—Desearía nunca haberte visto en mi vida —se atragantó, avergonzada y consciente de cómo palpitaban sus labios, ansiosos de más caricias.
—El sentimiento es mutuo —declaró— Me parece muy desagradable casarme con una chiquilla loca y confundida que no sabe cuándo debe callarse.
—Entonces ¿por qué te vas a casar?
—Ya sabes por qué —gruñó—. Porque no puedo quitarte las manos de encima.
—No tienes que casarte conmigo para hacerlo—señaló con cansancio— Estás en la posición de impartir órdenes... —desvió la mirada— ¿Qué no te he probado ya que haré lo que sea para hacer feliz a mi padre?
—Entonces alégrate de que esté dispuesto a casarme contigo para conseguir lo que quiero —suspiró— Entra, Bella, antes que esto degenere en una discusión peor. Y, Bella —añadió cuando ella se disponía a salir del auto— recuerda a quién debes ser leal ahora —advirtió— Jasper pertenece al pasado y allí es donde debe quedarse. No más mentiras. Ahora quiero saber incluso si te manda una tarjeta postal, ¿lo entiendes?
—Sí —lo entendía. Ahora pertenecía a Edward Cullen. Fue comprada, en cuerpo y alma.
Que intenso!!!! De verdad que no puedo entender a Edward, a veces me parece que ama a Bella y otras que no =/
ResponderEliminarMe parece que sucederá con estos dos sinceramente y gracias por la actualización
ResponderEliminarAyyy Edward.... espero que llegue el momento en el que Edward tenga que rogarle... y no tratarla como un trapo...
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
Edward, parece que que es el amo del mundo, en realidad yo tampoco se si el ama a bella o es un capricho o sólo un medio para conseguir lo que quiere, esperó que bella no se deje pisotear por nuestro chico malo.
ResponderEliminarEdward, parece que que es el amo del mundo, en realidad yo tampoco se si el ama a bella o es un capricho o sólo un medio para conseguir lo que quiere, esperó que bella no se deje pisotear por nuestro chico malo.
ResponderEliminarohhh angela y bella al ataque!! bien por bella al sacarlas garras, y edward es un cinico de primera, pero aun así tiene algo que no hacer que lo odie jejeje, por lo visto esto se pone mejor, estaré al pendiente gracias por el capitulo!!
ResponderEliminarzorra infeliz y el otro mas desgraciado pero a si les a d ir ;) nos leemos
ResponderEliminarMe facina la historia.
ResponderEliminarNos seguimos leyendo