Con un sollozo Isabella se despertó, temblando. Se sentó en la cama, intentando tranquilizarse. Había estado soñando otra vez. El mismo sueño que llevaba años persiguiéndola. ¿Por qué su subconsciente insistía en recordarle lo que ella estaba intentando olvidar con todas sus fuerzas?
En su mente apareció la imagen de su padre, gritándoles a ella y a Edward, e insultándoles con una fiereza que nunca habría sospechado en él.
Aún recordaba el temor que se había apoderado de ella mientras buscaba la bata caída en el suelo y su padre amenazaba a Edward.
Había intentado explicar que estaban casados, pero en lugar de tranquilizarlo, sus palabras sólo consiguieron enfurecerle más. Su padre le recordó a Edward que ella era muy joven, que no había terminado sus estudios y que su familia tenía muchos planes para ella. Después les dijo que pensaba anular su matrimonio y que, si intentaban impedírselo, él se encargaría de que ni Edward ni su familia pudieran encontrar trabajo en toda la costa norte del Pacífico.
Después ordenó a Isabella que se vistiera y bajara al vestíbulo, donde su hermano les estaba esperando.
Humillada, Isabella se metió en el cuarto de baño, perseguida por los gritos de su padre y los intentos de Edward de decir algo, sin éxito.
Cuando salió del cuarto de baño Edward estaba de pie, con el torso desnudo, y ella no pudo evitar recordar los momentos íntimos que habían compartido la noche anterior. Fue hacia él, pero su padre la detuvo.
—No te acerques a él —le ordenó—. Baja y espérame.
Edward la miró con expresión serena.
—No tienes por qué irte, Isabella —le dijo—. No puede hacernos nada.
—¿Ah, sí? —le interrumpió su padre—. Ahora vas a saber lo que es tener problemas. Tengo bastantes influencias en esta zona para asegurarme de que tu familia y tú os veáis obligados a iros de aquí. ¡Deja en paz a mi hija!
Edward continuó mirando a Isabella, esperando su reacción.
La joven sólo estaba pensando en lo que acababa de decir su padre. Era cierto. Ella sabía muy bien que su padre destruía a sus rivales, y lo capaz que era de hacer lo mismo con los Cullen.
—¿Edward? —susurró ella, sin saber qué hacer.
—No te vayas, Isabella. No puede hacernos nada. Ahora eres mi mujer.
El padre empezó a insultarles con las palabras más desagradables que Isabella había oído en su vida. Edward no se daba cuenta de lo que su padre era capaz de hacer, pero ella sí. Se dijo que no podía permitir que su padre destrozara al hombre que amaba y a su maravillosa familia.
—Oh, Edward —empezó a llorar.
Edward fue hacia ella, pero Charlie Swan se interpuso.
—Baja, Isabella. ¡Ahora! —gritó su padre. Isabella temió que fuera a pegar a Edward—. Quiero que salgas de su vida, Cullen. Vosotros no estáis casados, y de eso me voy a encargar yo —miró a Isabella—. Fuera de aquí.
Años más tarde, Isabella todavía recordaba el murmullo angustiado de Edward al verla dirigirse hacia la puerta.
—No te vayas, Isabella.
Desde entonces no había vuelto a verle. Hasta dos días antes, cuando le reconoció en el centro comercial.
Su padre y su hermano se habían encargado de llevarla a casa, y el primero le había dicho que se olvidara de Edward y del matrimonio.
Al día siguiente de Navidad Isabella fue enviada al internado, y no volvió a hablar con su padre, que murió tres meses después de un ataque al corazón.
Ella asistió al entierro, pero no intentó ponerse en contacto con Edward ni con su familia. Después de tres meses de silencio en respuesta a sus cartas, no tenía ninguna duda acerca de la respuesta de los Cullen. Ninguno quería saber nada de ella.
Seis años después, ella estaba de nuevo entre ellos. Todos eran muy amables con ella, incluso Edward, que la trataba como si aquel suceso no hubiera ocurrido nunca.
Isabella, que se había encerrado en sus estudios durante los años siguientes, sabía que era responsable de la situación actual. Entre Edward y su familia había elegido a su familia, y se decía que ya era demasiado tarde para cambiar eso.
Sabía que dejar a Edward en un momento tan difícil había sido una traición a todo lo que habían compartido. Él parecía tratarla como a una antigua amiga. Cuando estaba con ella, estaba relajado y sereno. Y su actitud la estaba matando poco a poco. Cuando ella intentó hablar de lo sucedido, él la interrumpió diciéndole que ya no tenía importancia.
Miró el despertador. Eran casi las cuatro de la mañana. Por la tarde Edward pasaría a recogerla para enseñarle su nueva casa. Se preguntó por qué quería estar con ella sin hablar de temas personales. Isabella sabía que no podría estar mucho rato con él sin traicionar sus sentimientos.
Tenía la sensación de que los últimos seis años habían sido borrados del mapa y que era de nuevo aquella joven de dieciocho años que se echaba a temblar cada vez que lo veía aparecer.
Había cosas que no cambiaban nunca.
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Cuando Edward fue a recogerla, su madre y su hermano estaban en casa. Isabella le hizo pasar al salón.
—Madre, Emmett, supongo que recordáis a Edward Cullen.
A Isabella le sorprendió que su hermano Emmett se levantara solícito y fuera a estrecharle la mano a Edward.
—Hola, Edward. Me alegro de verte. Hacía mucho que no te veía.
—He estado ocupado —dijo Edward.
—Eso me parecía. Leí en el periódico que os han dado la adjudicación de las propiedades de Denali.
—Así es.
—Enhorabuena. Tu empresa está creciendo muy rápidamente.
Isabella no podía creer lo que estaba oyendo: Emmett hablando con Edward como si fueran viejos amigos, aunque la actitud de Edward era mucho más reservada. Y era evidente que Emmett estaba al día sobre la situación de la compañía de Edward. Desconocía el motivo.
—Hola, Edward —saludó la madre—. ¿Cómo está tu familia?
—Bien, gracias.
—¿Te apetece un café?
—Ahora no, gracias —dijo él—. Le he prometido a Isabella que la llevaría a ver mi último proyecto y después iremos a cenar.
—Sí, ya me lo ha dicho. Sé que está contenta de ver a los viejos amigos después de tanto tiempo.
Edward miró a Isabella de soslayo.
—Yo también me alegro de verla.
Isabella recogió su abrigo y salieron. Afuera estaba aparcado el deportivo último modelo de Edward.
—Un recibimiento muy diferente al que solía darme tu familia —señaló él, después de poner el coche en marcha.
—No creo que ni Emmett ni mi madre sintieran lo mismo que mi padre, Edward.
—Eso parece.
—Emmett parece muy interesado en tus cosas.
Isabella se dio cuenta de que Edward vaciló durante unos segundos antes de contestar.
—Sí, bueno, en estos últimos años nos hemos visto algunas veces.
—A mí nunca me lo ha dicho.
—No tenía motivo para hacerlo, ¿no crees?
Edward se dirigió hacia el sur, siguiendo el río Olympic, hacia el lago, hasta llegar a la entrada de una calle donde había un letrero que decía: «Propiedad particular». Siguieron, por un camino flanqueado de árboles, que se bifurcaba formando un círculo delante de una gran mansión de dos pisos.
—¿Aquí es donde vives?
—Llevaba muchos años abandonada, y pensé que merecía la pena arreglarla —explicó—. Por dentro está prácticamente terminada. Ahora sólo falta dar unos pequeños arreglos a la fachada.
Isabella bajó del coche y se dirigió hacia la puerta.
—¡Es preciosa, Edward!
Era una mansión con grandes ventanas, rodeada de árboles y aislada del mundo exterior.
Edward abrió la puerta principal, que daba a un amplio recibidor del que salía la escalinata en curva que subía al primer piso.
—Apuesto a que más de un niño se ha deslizado por la barandilla —comentó ella, que casi podía sentir el calor y las risas de los anteriores habitantes de la casa.
—Desde luego es muy tentadora —repuso él. Edward había realizado un excelente trabajo en la casa, conservando y puliendo los suelos de madera y pintando las paredes en tonos pastel. Un jardín bajaba hasta la orilla del lago. Rododendros, azaleas y rosales indicaban que la primavera y el verano llegarían acompañados de vivos colores.
—Oh, Edward —exclamó ella, hechizada.
—¿Te gusta?
—Me encanta. Nunca he visto una casa tan bonita y acogedora.
Edward la cogió de la mano y la llevó a la cocina, que había sido modernizada, y después volvieron al pasillo.
—Te enseñaré el piso de arriba.
Había cuatro dormitorios, de los cuales el principal contaba con un cuarto de baño propio. La decoración era muy masculina, e Isabella no pudo evitar que su mirada se detuviera en la inmensa cama que dominaba la habitación. Se preguntó cuántas mujeres la habrían compartido con él. No quería saberlo. Ya no era asunto suyo. Había sido ella quien le había dejado.
—Es increíble, Edward. Has hecho un trabajo excepcional. ¿Piensas ponerla a la venta cuando termines de arreglarla?
—Todavía no sé lo que haré.
—Ya veo.
Isabella deseó que así fuera. Edward no había mencionado a ninguna otra mujer, y sin embargo era demasiado atractivo para no tener a nadie. La tarde que había estado en su casa, escuchó atentamente la conversación, buscando alguna palabra o nombre que le diera una pista sobre su vida personal.
Se dijo que si fuera más valiente se lo preguntaría directamente, pero sabía que no era asunto suyo, y no estaba muy segura de poder soportar la respuesta.
—¿Nos vamos? He reservado una mesa en un restaurante cerca del río.
Ella asintió y se dirigió hacia la puerta.
—¿Isabella?
Se volvió. Edward continuaba en medio de la habitación.
—¿Sí?
—¿Crees que debo reservarme esta casa para mí?
—Realmente no lo sé —dijo ella, encogiéndose de hombros y fingiendo indiferencia—. Me parece muy grande para una sola persona.
—No tengo la intención de vivir aquí solo.
A Isabella se le hizo un nudo en la garganta.
—Entonces se lo tendrás que preguntar a la mujer con quien piensas compartirla.
Edward se situó a su lado y la miró con intensidad.
—Te lo estoy preguntando a ti.
Antes de que pudiera decir nada, la abrazó y la besó, lenta y apasionadamente, con una caricia embriagadora que la hizo recordar el pasado, aquella inolvidable noche que habían pasado juntos.
Isabella le rodeó el cuello con los brazos. Aún no había olvidado lo que era sentir el cuerpo de Edward pegado al suyo. Ese beso, le estaba demostrando que la actitud que había tenido con ella hasta entonces no había sido más que una máscara. Todavía le importaba.
Cuando finalmente sus bocas se separaron, los ojos de Edward brillaban apasionados.
—Vámonos de aquí —musitó—, o no seré capaz de dejar que te vayas.
Sin mirarla, Isabella era consciente de la cama que les estaba esperando, incitante. Se dijo que sería muy fácil decirle lo mucho que deseaba hacer el amor con él, después de tanto tiempo.
Fueron al coche en silencio. Cuando Edward se sentó al volante, Isabella le miró y sonrió.
—Llevas más carmín en los labios que yo —dijo, ofreciéndole un pañuelo.
Edward se miró en el espejo retrovisor, aceptó el pañuelo y se quitó el color de la boca.
—Lo siento. No quería hacerlo —dijo sin mirarla. Le devolvió el pañuelo y puso el coche en marcha.
Isabella decidió ser sincera con él.
—Yo no. He querido besarte así desde que te vi el otro día en el centro comercial.
Edward la miró sorprendido, y después una lenta sonrisa se dibujó en sus labios.
—¿En serio?
—En serio.
Edward soltó una carcajada.
—Y yo he estado conteniéndome contigo continuamente.
—¿Por qué?
—No quería asustarte.
—Edward, nada de lo que hagas puede asustarme.
Edward reflexionó sobre aquellas palabras en silencio. Después dijo:
—Tenemos que hablar.
—Sí.
—Pero esta noche no. Quiero que pasemos una velada tranquila, que tengamos la oportunidad de volver a conocernos —hizo una pausa para elegir bien las palabras—. Mañana es Nochebuena —Isabella sabía que los dos recordaban el significado de aquel día, pero no pudo encontrar palabras para expresar lo que estaba sintiendo—. Isabella, ¿quieres salir conmigo mañana? Podemos ir a cenar con mis padres, y a la iglesia… —hizo una pausa.
—Me encantaría.
—¿Te gustaría volver a mi casa después, conmigo? —por un momento Isabella creyó que se le iba a salir el corazón del pecho—. Tenemos que hablar. Tenemos mucho que decirnos, pero prefiero esperar a que tengamos bastante tiempo e intimidad.
—Sí, Edward—dijo ella—. Estaré contigo todo el tiempo que quieras.
Edward, sin mirarla, le acarició suavemente la mejilla.
—Gracias.
La joven se preguntó cómo podía darle las gracias por haber accedido a algo que estaba deseando desesperadamente. Ella era la que le había dejado plantado.
Cuando llegaron al restaurante, enseguida los llevaron a su mesa. A Isabella le sorprendió la decoración y la intimidad de que gozaban todas las mesas. Su mesa estaba junto a un ventanal desde el que se divisaba el río y un puente cercano. Una vela en un candelabro de cristal creaba el efecto de un halo que les envolvía a ambos.
Después de pedir, Edward cogió sus manos entre las suyas y la miró intensamente a los ojos.
—Háblame de ti, Isabella. Del colegio, de tus amigos, de tus aficiones. Ayúdame a conocer mejor a la mujer en que se ha convertido la joven que conocí.
Isabella fue narrándole su vida, y él a veces la interrumpía, haciéndole preguntas que ella respondía con facilidad. Su vida no tenía secretos; era casi aburrida.
Cuando llegó al final, ya estaban tomando café.
—¿Y tú? —preguntó ella—. ¿Cuándo vas a hablarme de ti?
—Lo haré. Mañana por la noche, te lo prometo —desvió la mirada durante un momento e Isabella admiró la perfección de su perfil. Sus ojos verdes volvieron a encontrarse con los azules de ella—. Ya es tarde y los dos necesitamos descansar. Pasaré a recogerte mañana para ir a cenar con mis padres.
Ella asintió. Sus planes para el día siguiente eran muy similares a los de aquel mismo día seis años atrás, pero en esa ocasión no estaba su padre para poder cambiarlos. En esa ocasión Edward no le estaba sugiriendo que se casaran y ella tampoco era aquella niña ingenua con los ojos llenos de estrellas.
Isabella sabía que Edward la deseaba. Ella también. Se dijo que si eso era todo lo que podía tener, tendría que ser suficiente para ella. Después de todo estaban en Navidad y durante esa época mágica podía suceder cualquier cosa.
Cuando Edward la acompañó hasta la puerta de la casa, rehusó la invitación a pasar.
—Para mañana han anunciado nieve. Espero que se equivoquen. Va a viajar mucha gente.
—Conduce con cuidado —dijo ella, poniéndose de puntillas para besarle suavemente en los labios—. Cuídate por mí.
—Siempre —repuso él, riendo—. Hasta mañana.
Isabella entró en el vestíbulo y su hermano Emmett salió a recibirla a la puerta del salón.
—Me había parecido oírte.
—¿Dónde está mamá?
—Se ha acostado; estaba cansada. ¿Te apetece una copa de jerez antes de acostarte?
—Sí, ¿por qué no? Un jerez me sentará bien —siguió a su hermano al salón y fue a la chimenea—. Al lado de la chimenea se está muy bien —comentó—. He oído que va a nevar.
—Sí —Emmett le ofreció una copa y ella se sentó en una silla cerca del fuego—. ¿Qué tal ha estado la cena?
—Bien.
—¿Vas a pasar la Nochebuena con él?
—Sí. ¿Por qué?
—Por nada en particular. Desde que te fuiste de Forks no has vuelto a hablar de Edward. No estaba seguro de que quisieras verlo.
—Nos encontramos por casualidad.
—Yo no creo en las casualidades.
—¿Qué quieres decir? Era imposible que supiéramos que los dos íbamos a estar comprando en el centro comercial ese día.
—Pero tarde o temprano le habrías visto —Emmett bebió un trago de su copa—. Ya sé que piensas que papá fue muy duro con Edward hace seis años.
—Duro no es la palabra. Fue brutal, y tú lo sabes.
—Estaba preocupado por ti.
—No tenía motivos para estarlo.
—Papá te quería mucho, Isabella. Quería lo mejor para ti.
—Pero él creía que era el único que sabía qué era lo mejor.
Emmett sacudió la cabeza.
—Casarse en aquel entonces no era una idea muy sensata, ¿no crees?
Isabella dirigió la mirada a las llamas que bailaban en la chimenea.
—Le quería. Era la única manera de estar juntos. Además, yo pensaba seguir estudiando.
—A menos que te quedaras embarazada. Siempre existía esa posibilidad.
—¿Qué más da ahora? —dijo ella, encogiéndose de hombros.
—¿Sigues enamorada de él?
Isabella lo miró, sorprendida. Su hermano jamás le había hecho preguntas tan personales como ésa.
—Claro que estoy enamorada de él. Siempre lo he estado y siempre lo estaré. Pero eso ya no importa.
—¿Y qué es lo que importa?
—Pues que Edward ya no tiene sitio para mí en su vida. Ni siquiera desea hablar de lo que pasó, como si para él ya no significara nada.
—Isabella, tienes razón. No puedes seguir viviendo en el pasado, ni dejar que las heridas de entonces te sigan obsesionando. Lo pasado, pasado está. No puedes cambiarlo.
—Lo sé. La verdad es que creía haberlo olvidado todo hasta que volví a verle. Perdí muchas cosas.
—No creo que «perder» sea la palabra adecuada. «Posponer», quizá, describiría mejor la situación. Todavía sois muy jóvenes. Os quedan muchos años para ser felices juntos, sobre todo ahora que él tiene una buena posición económica y tú has terminado tus estudios.
—Sólo falta un pequeño detalle.
—¿Cuál?
—Que Edward no ha mencionado en ningún momento nada de un futuro en común.
—¿No te ha sugerido que te vengas a vivir a Forks?
—Ni una sola vez.
—Muy interesante —musitó Emmett.
—¿Qué quieres decir?
—Nada. Se podría hacer un interesante estudio sobre su personalidad —Emmett apuró la copa y se levantó, sin dar más explicaciones—. Entonces mañana no cenarás en casa, ¿verdad?
—No —dijo ella—, y no creo que vuelva hasta bastante tarde.
No podía mirarle a los ojos. ¿Cómo podría decirle a Emmett que si Edward le sugería que pasaran la noche juntos ella aceptaría sin pensárselo dos veces? Dejó la copa en la mesa y se levantó.
—Hasta mañana, Emmett. Buenas noches.
O XD divina muero ya quiero que sea el siguiente día para saber que pasa gracias gracias preciosa emosionada X leer pronto un nuevo cap graciasssss gracias gracias graciasssss graciasssss
ResponderEliminarGRACIAS, OMG ya quiero saber q pasara x la noche 😉😘❤
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarHola hola Emmet sabe más de lo que dice. Espero el siguiente capítulo, gracias nena
ResponderEliminarSaludos y besos 😘😘😘
dioos, esto se pone intenso
ResponderEliminarMuchísimas gracias, actualiza pronto!!
ResponderEliminarCreo que Edward ha hecho todo lo contrario, ha construido un futuro para los dos... Se esforzó para que tuvieran un sitio donde vivir, dinero, y todo lo que puede ofrecerle!!!! Esperando que ella volviera ;) será que todavía siguen casados????
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Que oculta Emmett?? Edward que ha hecho? Porque Emmett dice que se podría hacer un estudio de su personalidad?
ResponderEliminarNos dejas ansiando el siguiente te dejo besos y abrazos silmonianos ������
Hola me facina la historia.
ResponderEliminarNos seguimos leyendo
Me encanto...Gracias preciosa...
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