Seguramente… —Me río de mí misma—. Así que ahora eres una peregrina… ¿hasta dónde llegan las alucinaciones? Estás limitada, eres una esposa que se queda en la casa cuyos días están llenos con actividades significativas de esperar a tu esposo a que regrese a casa y satisfacer cualquier necesidad que él tenga. Aparentemente, tampoco eres muy exitosa en eso tampoco, ya que es obvio que está buscando satisfacerse en otra parte. ¡Abandonaste tu vida por una insignificancia! Y ahora huyes con la primera señal de problemas maritales, con la cola entre las piernas, no vas a llegar muy lejos…
Una nueva ola de náuseas me llega. Esas terribles palabras dando vueltas en mi cabeza, como las risas de un payaso loco lograban hacerme sentir físicamente mal. Corrí al baño y vomité. Aun cuando no había comido adecuadamente en los últimos días, aun así logré vomitar. Mis manos se pusieron frías mientras me sostenía de la taza del baño, mientras mis asquerosos jadeos hacían eco en los muros del baño. Era doloroso, me dolía tanto la garganta como el estómago. Permanecí de rodillas, metafóricamente abrazando mi miseria, mi nuevo estatus, hasta que comencé a temblar. Después de retomar algo de postura, me paro, con las piernas temblorosas, me lavo la cara y mi amarga boca. Desanimada, veo mi reflejo en el espejo.
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