Capítulo final/El Secreto



Alice salió del hospital tres días más tarde. Luego, el tiempo comenzó a pasar muy deprisa, debido a que fueron unos días muy agradables para todos. Jasper había suavizado sus maneras hacia ella debido en gran medida al hecho de que Alice estuviera viviendo con ellos. E incluso Jasper Cullen no era insensible a los encantos de la niña. 

Alice se había llevado a la casa sus pinturas, sus maquinas de juegos y su conejo de peluche. Además, Bella le contaba un cuento todas las noches. La niña estaba encantada con Jasper y Rose. Los miraba de un modo tan agradecido por el hecho de que la dejaran quedarse allí que a Bella casi se le saltaban las lágrimas. 

La niña se recuperó rápidamente de la operación con esa resistencia que tienen los niños, pero estaba preocupada por el hecho de que pronto tendría que regresar a la escuela, debido a que ese momento coincidiría con un nuevo viaje de Bella a Grecia. 

—¿Te olvidarás de mí cuando nazca el niño? —le preguntó una noche, cuando ya estaba acostada en la cama que Rose había preparado para ella en la habitación de al lado de la de Bella. 

—Los recién nacidos no acaparan todo el cariño de las personas —le dijo Bella, cariñosamente—. Pero tú tendrás que acostumbrarte a que las otras personas compartan su cariño con el bebé. ¿Crees que podrás compartir el cariño que siento por ti con mi hijo? —¿Crees que Edward me dejará visitaros de vez en cuando? 

—¡Por supuesto que si! Fue él quien convenció a papá de que te dejara venir aquí hasta que volvieras al colegio. 

—Rose me dijo que a Edward le gustan mucho los niños. Y que a mí me quiere porque me parezco a ti. 

Bella pensó que eso había sido muy amable por parte de Rose y se lo agradeció en cuanto pudo. 

—Pero es que no es más que la verdad —respondió Rose, encogiéndose de hombros—. A Edward le encantan los niños, pero sería capaz de querer a Alice sólo porque se parece a ti. 

—No sabes de lo que estás hablando... 

—¿No? —sonrió Rose de un modo extraño—. Seguro que Edward te ha hablado de esa mujer con la que se veía. Esa es su forma habitual de comportarse. Así se cubriría las espaldas, pero lo que seguro que no te dijo es que rompió con ella a la semana de casaros. 

Bella puso cara de sorpresa. 

—No —continuó Rose—. No creo que te lo dijera. Pero has de saber que Edward es un hombre que se compromete con cualquier asunto en el que se meta. Y que mientras esté casado contigo, no se acercará a ninguna otra mujer. 

—Lo único con lo que Edward se ha comprometido es con esa isla que quiere recuperar —dijo Bella, negándose a admitir que Edward podía ser una persona diferente de lo que ella pensaba. 

No podía hacerlo ya que eso la pondría en una situación delicada ante él. 

—Es cierto que el hecho de recuperar la isla de la familia ha sido su principal objetivo durante los últimos diez años —concedió Rose—. Y yo pensé que al aceptar casarse y tener un hijo para conseguirlo, él había ido demasiado lejos, pero cuando te conocí comencé a tener mis dudas. Y creo que no se casó contigo sólo por lo de la isla... 

—Eso no es así —dijo Bella con frialdad—. Mi padre es un maestro del arte de negociar. 

—Es cierto que tu padre sabía que él quería recuperar esa isla, y que lo había prometido sobre la tumba de su padre, pero aún así insisto en que... 

—¿Lo prometió sobre la tumba de su padre? 

—¿No lo sabías? Ven, te enseñaré algo —Rose se levantó y tomó a Bella de la mano para conducirla al pasillo. 

La condujo a una habitación que Rose usaba como estudio de trabajo. 

—Mira —le dijo, señalando un cuadro de la pared. Se titulaba Visión, y Bella se estremeció al darse cuenta de que era el original de la acuarela que había visto en el ascensor en el que había subido hasta el despacho de Cullen. 

—Su padre encargó este cuadro cuando supo que iba a tener que vender la isla 

—explicó Rose—. Fíjate en ese cementerio —señaló un lugar del cuadro—. Todos  los Cullen, excepto el padre de Edward están enterrados allí, incluidos su madre y su hermano mayor, que murieron en un accidente aéreo cuando Edward era todavía un adolescente y Jasper, un niño. El accidente destrozó al padre, que los  adoraba. 

Rose hizo una pausa. 

—Cuando ellos murieron, él pensó que no había ningún motivo para seguir viviendo, y eso hizo que los negocios de la familia entraran en quiebra; La salud del padre también se resintió y murió al poco tiempo, pero no antes de hacerle prometer a Edward que recuperaría la isla y llevaría sus restos allí. ¿Lo entiendes ahora? 

—¿Que si lo entiendo? —repitió Bella. 

Por supuesto que lo entendía. Aquella isla no era sólo un trozo de tierra para él. Era su casa. Era allí donde su corazón estaba, junto a su madre y su hermano. Y era allí donde su padre debía descansar. 

Finalmente, entendió que su padre le había elegido porque podía hacer presa de él tan fácilmente como había hecho presa de ella. Les había chantajeado emocionalmente a ambos. Y el chantaje emocional era mucho más poderoso que el chantaje económico. 

—Creo que voy a vomitar —dijo Bella, llevándose una mano a la boca, y echando a correr hacia el cuarto de baño. 

Resultó irónico el hecho de que Edward eligiera esa misma noche para llamarla por teléfono. 

—¿Te encuentras bien? Rose me ha contado que te habías sentido mal hace un 

rato. 

—Debió de ser algo que comí. Ahora me encuentro bien —dijo, quitándole importancia, y deseando que Rose no le hubiera contado la verdadera razón por la que se había puesto enferma. 

¿Y qué había sido lo que la había puesto enferma? Todas las palabras crueles con que había descalificado a Edward, volvieron a su mente. Palabras crueles provocadas por el hecho de que él se hubiera vendido por una ganancia material, mientras que ella se había vendido por amor. 

—No debes preocuparte demasiado ahora que Alice está fuera del hospital —ordenó él. 

—No lo haré. Además, es una niña fácil de entretener. —Me he dado cuenta. ¿Has visto a tu padre? —No. 

—Bien. Esperemos que todo siga igual. 

—¿Por eso has llamado? ¿Te preocupa que mi padre venga por aquí? No lo hará, lo sabes —le aseguró—. No se preocupará por mí de nuevo hasta que tenga el niño. 

—¿Te molesta eso? 

Bella frunció el ceño ante esa pregunta. 

—No —dijo con firmeza. La falta de interés de su padre por su persona había dejado de herirla hacía mucho tiempo. 

—Bien. Escucha, tengo dos razones para llamarte —anunció, de repente, casi con brusquedad—. Esta semana tenías que hacerte una revisión médica y como no vas a viajar a Atenas sólo para eso, te he preparado una cita en una clínica de Londres. 

Edward le dio el nombre y la dirección, así como la fecha y la hora, que ella anotó apresuradamente. 

—Y la otra razón por la que te llamo es porque acabo de descubrir que tienes tu pasaporte aquí. Debí meterlo en mi maletín sin darme cuenta cuando salimos hacia Londres y aquí ha estado hasta que lo encontré por casualidad esta mañana. También me he dado cuenta de que llevas en él tu nombre de soltera, con lo cual ahora no te vale. 

—Ah, entonces me tendré que hacer uno nuevo. —Ya lo estoy arreglando —anunció—. Jasper está haciendo todos los trámites necesarios para que esté listo cuando vuelvas a Grecia. Sólo tendrás que firmar lo que Jasper te de y darle una foto nueva. ¿Podrías hacerlo esta misma mañana? 

—Por supuesto, pero también puedo hacer el resto. Estoy embarazada, no soy una inválida. 

—No quise decir que lo fueras, pero me imaginé que preferirías emplear tu tiempo en Londres para estar con Alice —dijo, en un tono que dejaba claro cuáles eran sus prioridades. 

—¿De verdad? —replicó ella, en un tono seco. Él murmuró algo entre dientes. 

—¿Por qué tienes que convertir cada conversación en una pelea? 

—¿Y tú por qué tienes que ser tan dominante? —¿Porque intento ahorrarte un montón de problemas? 

—¡No me gusta que organicen mi vida! —exclamó. —Intento ayudarte, ¡maldita sea! —explotó ¿Cuándo vas a dejar de comportarte de esa manera y darte cuenta de que soy tu aliado, no tu enemigo? 

«¡Cuando dejes de confundir mis emociones tanto que no sé quién eres!», pensó con amargura y colgó el teléfono, antes de que aquellas palabras salieran de su boca. 

Entonces se levantó, temblando de ira y sin saber por qué estaba tan enfadada. 

«Lo que te pasa es que quieres que él te demuestre cariño y consideración», le dijo una voz interior, «pero cuando lo hace, te asustas tanto que no puedes sopor tarlo». 

Jasper le llevó aquella misma tarde una serie de papeles para firmar, algunos le hicieron fruncir el entrecejo. 

—Son copias por si acaso se extravía algún papel —le explicó. 

Ella se encogió de hombros y obedeció, para a continuación darle las fotografías requeridas: cuatro instantáneas que hizo en una cabina de la calle. Rose había ido con ella, también Alice y entre todas convirtieron la excursión en un juego. 

Bella consiguió varias fotos de Alice haciendo muecas a la cámara, e incluso dos de Rose, también haciendo tonterías. 
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Días después, fue a la cita que Edward le había arreglado en una famosa clínica londinense. Le hicieron varias pruebas: de sangre, de tensión, la examinaron físicamente y le hicieron una ecografía. No encontraron ningún problema, para alivio suyo. Los mareos eran señales de niveles bajos de azúcar, que se podían remediar fácilmente teniendo algo dulce a mano. Le aseguraron que no tenía que preocuparse de nada más. Salió de la clínica contenta de no tener ningún problema en su salud y con una fotografía en blanco y negro de su bebé acurrucado en el vientre. 

—¿Te hicieron daño? —preguntó Rose, al ver la fotografía. 

—¿Con la ecografía? No. Notabas una sensación un poco extraña, eso fue todo. 

Tuvieron que repetirlo varias veces hasta conseguir la posición adecuada. 

Rose le devolvió las fotografías, pero había una luz extraña en su mirada que Bella no pudo interpretar. Una mirada que recordó durante varios días sin saber por qué. 

Pasó otra semana y Edward no volvió a llamar de nuevo. Realmente, ella no esperaba que llamara, después de la última discusión, pero le molestaba que ni siquiera lo hiciera para saber cómo había ido la revisión en la clínica. 

Luego algunas preocupaciones empezaron a tomar prioridad. Una de ellas la manera en que Alice iba haciéndose más callada y triste a medida que las tres semanas llegaban a su fin. 

Rose encontró una noche a Bella llorando sobre la mochila infantil que la señora Leyton le había enviado aquel día. 

—Oh, Bella —exclamó Rose con un suspiro, abrazándola—. No te hagas esto a ti misma. 

—No puedo soportar la idea de que se marche —le confió destrozada—. No sé cómo voy a hacerlo. Ella odia ese colegio. Odia que la aparten de mí. La separación va a ser muy dura para ambas. 

—¡Oh, Dios mío! No puedo soportar verte así. Bella, escucha, tú... 

—Rose... 

Fue la voz de Jasper la que impidió que Rose dijera lo que estaba a punto de decir. 

—No te metas en ello —le advirtió el hombre. —No digas eso, Jasper. Si Edward supiera... 

—Te he dicho que no te metas en eso —repitió. Estaba de pie en la entrada del dormitorio de Bella y parecía tan firme que cuando Bella lo miró a través de las lágrimas, pensó que era Edward quien estaba allí. 

La muchacha se estremeció. Ellos habían hecho un trato importante para ambos, así que tenía que ser fuerte hasta el final. 

—Estoy bien —dijo, levantándose con arrogancia—. No es nada —dijo, mirando a Rose con una sonrisa cínica en los labios—. Aunque te agradezco que te preocupes por mí. 

—Todos nos preocupamos —afirmó Rose con ansiedad—. Aunque puedo entender que no lo creas. Dos días después, pálidas, pero relajadas, Bella y Alice habían pasado por aquello muchas veces, bajaron las escaleras de la mano. La niña vestida con un uniforme negro y gris y Bella con un sobrio traje de chaqueta gris, una blusa blanca y el pelo recogido en una trenza. 

Esperaba encontrar al chófer de Edward esperándolas, pero no había imaginado que estuvieran también Rose y Jasper. 

—Vamos a ir con vosotras —explicó Rose—, son órdenes de Edward. 

La muchacha estuvo a punto de reír, pero estaba demasiado triste. 

El viaje hasta Bedfordshire fue angustioso. Alice se sentó entre Bella y Rose en el asiento trasero, mientras que Jasper fue delante con el conductor. 

La niña fue todo el camino con una mano en las de Bella, mientras ésta le contaba cosas para mantenerla entretenida. Cuando salieron de la autopista y Alice reconoció los alrededores, se puso más nerviosa y agarró más fuertemente a Bella. Dos kilómetros antes de llegar, comenzó a llorar. 

—¡Oye —exclamó Bella, forzando alegría—, esto es una aventura para mí! Nunca había venido por este camino antes. 

—Lo odio —susurró Alice. 

—¡Pero mira! Hay un aeropuerto privado allí. Puedo ver un avión blanco en la pista 

—exclamó Rose. Bella alzó los ojos y no pudo evitar un estremecimiento. 

—¿Sabes? Edward tiene un avión igual que ése. ¿Crees que habrá venido a...? —añadió Rose. 

—¿Qué pasa? —interrumpió Bella, al ver que el coche daba un volantazo hacia la derecha. Se inclinó hacia adelante y miró por la ventanilla—. ¿Por qué hemos girado a quí? 

Para aumentar la confusión Rose hizo un ruido con la boca. 

—Un viaje misterioso —cantó excitada. 

Entonces el coche se detuvo. Bella notó que su corazón daba un vuelco al ver, efectivamente, un avión blanco Gulfstream con los motores en marcha. 

—No. ¡No! —exclamó—. ¡Rose es... ! 

Pero Rose ya se estaba bajando del coche y se llevaba a Alice con ella. 

— ¡Jasper! 

—Confía en nosotros —aconsejó, saliendo él también del coche. Entonces fue cuando el pánico la invadió. 

—¡No podéis hacer esto! —protestó, saliendo del coche al tiempo que veía a Rose y Alice desaparecer dentro del avión—. ¡No! —gritó de nuevo—. 

Jasper, por el amor de Dios, no entendéis. 

—Créeme —dijo con suavidad—. Sí entendemos. No te preocupes —dijo, comenzando a ir hacia el avión—. Edward ha arreglado todo. No tienes de qué preocuparte. Confía en él, Bella. Lo que más le importa es tu salud. 

«¿Mi salud?», pensó Bella, mientras la sangre le subía a la cara. Siguió caminando, casi sin poder sostenerse, buscando con la mirada a su hija. Entonces fue cuando vio al hombre que la agarraba de la mano. 

—¡Edward! —gritó confundida. 

Su rostro moreno se alzó y la miró con tal determinación que todas las sospechas y los miedos se hicieron de repente realidad como una bofetada. 

Como una confirmación, la voz de Alice llegó lejana hasta ella, excitada. 

—Me voy a Grecia a vivir contigo, Bella. No voy a volver a ese horrible colegio. 

—No. Edward, no puedes hacer esto. 

—Ve y siéntate cerca de Rose. Abróchate el cinturón, Alice. 

Edward se puso derecho. Estaba delgado y llevaba una chaqueta de lino informal, junto con unos pantalones negros y una camiseta negra que no disimulaba el contorno de su cuerpo. Incluso en aquel momento, Bella no pudo evitar sentirse excitada recordando la sensualidad de aquel hombre. 

—Tranquilízate. No tienes por qué asustarte. 

Las palabras envolvieron a Bella. ¡Por supuesto que tenía por qué preocuparse! Eso estaba mal. Era una locura e iba a arruinar todo. 

En ese preciso instante se escuchó el ruido de la puerta del avión e inmediatamente después los motores encenderse. Todo su cuerpo reaccionó con un estremecimiento violento y el horror invadió su sangre. Dio un gemido y miró acusadoramente aquellos ojos verdes, que se acercaban cada vez más mirándola indiferente. Ya no recordó nada más. 

Volvió en sí y se encontró tumbada entre dos asientos de cuero, con un cojín bajo su cabeza. Edward estaba arrodillado al lado de ella y sus manos le desabrochaban los botones del cuello de la blusa. 

Estaba muy pálido y parecía muy enfadado. 

—Juro por Dios que pasarás el resto del embarazo encerrada en un lugar tranquilo. 

Después de abrirle la blusa, se sentó de nuevo y la miró con furia. 

Bella, todavía demasiado débil para contestar, levantó un brazo para cubrirse los ojos. ¡Ya estaban volando! Sólo se oía el ruido de los motores y supo con certeza que estaban muy lejos de Inglaterra. 

Como pudo se incorporó en el asiento y miró con sus ojos verdes el interior de la cabina. 

Estaban solos. 

—¿Dónde está Alice? 

—En la cabina central, divirtiéndose como nunca con Rose —dijo Edward con ironía—. Le dijimos que estabas dormida. No vio cuando te desmayaste en mis brazos, así que nos creyó. 

¿Eso había hecho? ¿Desmayarse en los brazos del enemigo? Se dijo burlonamente. «Has estado en los brazos del enemigo desde el comienzo». 

—¿Llevas algo apretado? —preguntó Edward, empezando a quitarle la chaqueta. 

—¿Quieres dejar de molestarme? —gritó, tratando de apartarle las manos. 

Pero la chaqueta ya estaba fuera y la cara de Edward estaba tensa. Luego pareció hacer un esfuerzo para controlarse. Dio un suspiro y sus hombros borraron la rigidez. 

—Siento todo esto. No quise asustarte, pero tuve miedo de avisarte y que se lo dijeras a tu padre. 

Que es lo que habría hecho, estaba segura. 

—¿Pero por qué, Edward? ¿Por qué, cuando sabes que mi padre me castigará a mí y a Alice por este desafío sin sentido? 

—No es un desafío —dijo, mirándola a los ojos y sentándose en el asiento opuesto al de ella con la expresión de alguien que está a punto de revelar algo importante—. He roto el contrato. 

Bella siguió allí sentada, mirándolo con los ojos abiertos de par en par, con una expresión que indicaba que no le creía. Él permaneció en silencio esperando, observando, notando cómo sus labios se separaban para ayudar a su respiración entrecortada y viendo cómo su cara se hacía cada vez más pálida. 

—¿Nuestro trato? —preguntó con dramatismo. —No. Eso es algo que no tiene nada que ver y de lo cuál no estoy preparado para hablar ahora. Estoy hablando del trato con tu padre. Lo he roto porque sé que eso tendrá un efecto inmediato sobre ti. Os llevaré a ambas a mi casa y estaréis bajo mi protección. Por eso vamos a Grecia. 

—¿Protección? —repitió. 

Las quería proteger, pero la forma de hacerlo era justamente la manera de conseguir eliminar la única protección que tenían. 

—¿Cómo puedes decir eso? Legalmente Alice sigue siendo su hija. Legalmente él puede ir a por ella cuando quiera. 

—¿Querías dejarla en Inglaterra? —quiso saber, desafiante— ¿La habrías dejado en el colegio y te habrías ido? 

—Eso no es una respuesta. Mi padre... 

—Tu padre puede hacer lo que quiera —interrumpió Edward, recostándose en el asiento—. Pero tendrá que hacerlo a través de canales legales, porque es la única manera por la que va a poder veros de nuevo. 

Bella tomó aire horrorizada. 

—Pero, Edward... esto es secuestro. ¡Podías ser arrestado por esto! Te pueden llevar a la cárcel. 

—Intenta tener un poco de fe. —¡Alice ni siquiera tiene pasaporte! 

La expresión del rostro de Edward no cambió, sólo hizo un gesto para meter la mano en el bolsillo y sacar algo que puso en el regazo de ella. 

Eran dos pasaportes nuevos ingleses. Bella notó una sensación extraña en el estómago y sus manos temblaron al tomarlos. Los abrió y vio las dos caras tan parecidas, una de adulta, la otra infantil. 

—¿Cómo has conseguido esto? —susurró, mirando el pasaporte de Alice. 

—Con un cuidadoso plan. 

—Pero... —dijo, parpadeando y mirando de nuevo a la fotografía de su hija—. Habrás estado muy ocupado —añadió finalmente. 

—Por naturaleza soy una persona minuciosa. —¿Incluso para obtener el permiso  de mi padre para hacer esto? 

—Tú lo autorizaste. —¿Qué? 

Lo miró sin pestañear, pero sus ojos no permanecieron vacíos, porque de repente recordó los documentos que Jasper le había hecho firmar. «Copias», había dicho, «por si se extravía algún papel». 

—¡Terminaremos los dos en la cárcel! 

Para desesperación de Bella, Edward comenzó a reírse. Bella deseó golpearlo. Él nunca sonreía así. ¡Nunca! Y lo hacía en ese momento justamente. 

—Deja ya de preocuparte —suplicó, inclinándose para tomar los dos pasaportes y ponerlos de nuevo en el bolsillo de su chaqueta—. ¡Nadie va a preguntarte la relación que tienes con Alice, os parecéis demasiado! —Pero sigue siendo una equivocación—insistió—. 

Y además, ¿por qué has hecho todo esto? ¡Todo se habría solucionado dentro de dos meses! 

—No estoy preparado en este momento para contestar a ese tipo de preguntas 

—respondió, para total confusión de Bella. El hombre se levantó. 

— ¡Pero, Edward! —exclamó, agarrándolo de la manga cuando él comenzaba a alejarse—. Necesito que me lo digas ahora mismo. 

—No —fue la respuesta. 

Dicho lo cual se dio la vuelta y se marchó. 

El resto del largo viaje fue resuelto en un ambiente de tensión reprimida. Reprimida porque Alice estaba tan alegre con todo el asunto que habría sido cruel estropeárselo. Pero no resultó fácil, y Bella se tuvo que encerrar tras una máscara fría que nadie podía romper excepto Alice. 

Aterrizaron en Skiathos en el calor del mediodía y Bella estuvo nerviosa durante el tiempo que permanecieron en el aeropuerto. Esperaba continuamente ver un grupo de oficiales dirigiéndose hacia ellos para detenerlos por orden de su padre. 

Pero no fue así. Pronto estuvieron en el Mercedes plateado todos juntos. 

La niña, sentada detrás, entre Rose y Jasper, fue charlando constantemente y preguntando cosas que, afortunadamente, podían contestar los demás, ya que Bella era incapaz de articular palabra. 

Se sentía al margen de todo. Llena de rabia, tensión y una sensación terrible de traición. Había empezado a querer a esa gente, a confiar en ellos a pesar de saber que confiar en alguien era una debilidad tremenda, además de una equivocación. 

Alice confiaba en ellos. Los ojos de Bella comenzaron a humedecerse. ¡Alice empezaba a abrirse al mundo como un capullo en flor ante el calor del cariño! El coche llegó a la familiar verja y se detuvo en el porche. Se abrieron las puertas y salieron todos. El sol estaba alto y el mar tenía un color azul intenso. Las paredes blancas de la casa contrastaban con el verde de las montañas de detrás. 

—¿Ésta va a ser mi nueva casa? ¿De verdad? — preguntó Alice. Bella se dio la vuelta para mirarla. Luego se dirigió a Edward. 

—Si la haces daño, nunca te lo perdonaré. 

Bella agarró por la cintura a Bella al llegar al vestíbulo. 

¡Quítame las manos de encima! 

Pero la agarró más fuerte para subir las escaleras hacia el dormitorio de ella. 

Edward cerró la puerta ayudándose con un pie. Luego la hizo girarse para que lo mirara a los ojos. Bella vio lágrimas de rabia en ellos. 

—No voy a dejar que nadie haga daño a Alice —dijo enfadado—. ¡Y no estoy haciéndolo para hacerte daño a ti! 

—¿Entonces por qué lo haces? —replicó. 

—¡Ya te lo he dicho! He roto el trato que tenía con tu padre. 

—¿Pero por qué? ¿Por qué, Edward? 

En los ojos del hombre se podía ver frustración y rabia. 

—¡Por esto! —murmuró, cubriendo los labios de ella y besándola apasionadamente. Cuando la soltó para que tomara aire, ella apenas podía sostenerse en pie. 

—Te quiero, quiero a nuestro hijo y quiero a Alice más de lo que quiero mi isla —declaró con fiereza—. ¿Contesta eso a tus preguntas? 

¿Que si las contestaba? ¿Pero era verdad que la quería tanto? 

El rostro de Bella se puso pálido, sus pestañas temblaron mientras toda ella comenzaba a agitarse. Su hábito de protegerse la impidió creer lo que él quería decirle. Lo que sus ojos le decían mientras la miraba apasionadamente. ¡Lo que sus sentidos suplicaban que creyera! 

—¡Confía en mí! —se oyó murmurar, y de repente, Edward la elevó por los aires—. ¿Por qué eres así? ¿Por qué cada vez que quiero hablar contigo te marchas o intentas insultarme? 

Edward la dejó sobre el borde de la cama.

—¡Me estás volviendo loco! —gruñó, poniéndose en cuclillas para acercarse más a ella—. No puedo acercarme a ti a menos que use el sexo como una lanza. No puedo hablar contigo sin tener la sensación de atravesar un campo lleno de minas, y si consigo llegar hasta ti, haces esto. 

—No estoy haciendo nada —susurró. 

—¡Estás temblando! 

—Porque tú estás gritando. 

—Yo no... ¡Maldita sea! 

Edward dio un suspiro, bajó la cabeza y se pasó la mano por su cabello negro. Luego se levantó y se acercó a una de las ventanas. Se quedó allí con las manos metidas en los bolsillos mientras miraba hacia afuera con desesperación, como si necesitara tiempo para recuperar la compostura. 

—Quiero que me entiendas —murmuró repentinamente—. He hecho esto porque necesitaba estar seguro de que tú y Alice estabais a salvo antes de acercarme a tu padre. 

—¿Pero por qué te tomas todas estas molestias? — preguntó, sin entender todavía por qué había sucedido todo—. En dos meses podíamos tenerlo todo: tú, tu isla; yo, a mi... Alice; y mi padre, su precioso nieto. 

—No. 

—¡Sí! —insistió, levantándose sobre sus piernas débiles—. Decidir romper ahora el trato no va a cambiar el hecho de que yo esté embarazada de tu hijo, Edward, que es lo que mi padre quiere. 

—No, no lo estás. 

—¿Que no estoy qué? —preguntó, con los ojos fijos en la espalda de Edward. 

Sus hombros mostraron su rigidez y su rostro estaba sombrío, al volver su cara hacia ella. 

—No vas a tener un niño —dijo, despacio y pronunciando con claridad. 

—¿Puedes repetir? ¿Qué crees que es esto entonces, Edward? ¿Un milagro? —dijo la muchacha, soltando una carcajada mientras se tocaba el vientre. 

—Es una niña. 

—¿Qué? 

—¡Siéntate! —suplicó, al ver que el color de la cara de Bella se desvanecía. Edward se acercó y la ayudó a sentarse en la cama. 

—¡Dios, nunca pensé que una mujer tan fuerte pudiera ser físicamente tan frágil! 

—No soy frágil —dijo en un murmullo roto. Simplemente me sorprende que hayas dicho tal cosa. 

—Es cierto. La ecografía que te hiciste la semana pasada dice que es una niña. 

—Pero... pero si tu familia sólo tiene hijos varones. 

—Esta vez parece ser que no —dijo, con una mueca. 

—¡No! No te creo. Ni siquiera viste la foto. 

—Tu médico me mandó un fax con la fotocopia. , «¿Lo hizo?», se preguntó ella, con los ojos sorprendidos por que Edward se hubiera tomado tanto interés en su embarazo. Entonces recordó que ella también tenía su propia fotocopia y estaba segura de que no había ninguna indicación sobre el sexo del bebé. 

Bella comenzó a mirar a su alrededor con impaciencia, buscando su bolso. Edward le dio la pequeña fotografía en blanco y negro con dedos temblorosos. Después de ello, Bella no se movió. Esa fotografía era diferente de la suya. El bebé se había movido y demostraba claramente que Edward decía la verdad. 

—¡Dios mío! ¿Cómo ha podido ocurrir? 

Era una pregunta estúpida para cualquiera que no conociera la situación. 

—Por los métodos habituales —contestó con ironía Edward—. Me imagino. 

Entonces lo entendió todo de golpe. Supo lo que Edward había ganado y lo que había perdido, así como la carga de la que se había hecho responsable. 

—¡Oh, Edward, lo siento muchísimo! 

—¿Por qué te disculpas? Los dos corríamos un riesgo. 

—¡Pero perderás tu preciosa isla! —continuó ella, sin hacer caso de lo que él decía. 

De repente él estaba agachado frente a ella de nuevo. —¿Crees que parezco un hombre que necesita compasión? Mírame, Bella —insistió, al ver que ella bajaba los ojos. 

Edward tomó la barbilla de ella y Bella se quedó mirándolo fijamente a los ojos. No sonreían, pero tampoco parecían tristes. Y su boca estaba relajada. 

—Tengo que confesar que me complace ser el primer miembro de la familia Cullen que es padre de una hija —confesó sumisamente, casi—. También me complace que este inesperado hecho me ha ahorrado tener que buscar otra manera de hacer que tu padre salga de nuestras vidas. 

—No te olvides de que todavía sigue afectando a mi vida y a la de Alice —le recordó temerosa Bella. —Pero pronto saldrá de vuestras vidas para siempre. 

—Vendrá detrás de ella, lo sabes. 

—Quiero que lo haga —asintió gravemente, luego levantó las manos y las puso sobre los hombros de ella—. Alice está aquí a salvo. No podrá tocarla, lo sé con certeza. Y cuando llegue aquí, se lo dejaré claro. 

Bella deseó poder estar segura de ello. Conocía a su padre, sabía cómo respondía a una desobediencia de cualquier tipo y se estremeció. 

Fuera, se oyó la risa de una niña feliz. 

Un gemido escapó de los labios de Bella y las manos que había sobre sus hombros la apretaron con fuerza. —Te prometo en este momento que nadie, nunca, borrará esa risa de ella de nuevo. 

Las lágrimas humedecieron los ojos de Bella. Edward observó cómo la boca de ella comenzaba a temblar y se emocionó. 

—Eres tan frágil a veces que me duele el corazón de verte. 

Y era cierto. Bella se dio cuenta sorprendida. ¡Se veía a Edward tan indefenso ante su fragilidad... ! 

—¡Oh! 

No supo cómo, pero de repente estaba en los brazos de él, y lo agarraba por el cuello como había hecho en el pasado. Y sin avisar, enterró el rostro en el cuello de él y se abrazó como si de ello dependiera su vida. 

Tampoco supo cómo comenzaron a besarse apasionadamente. O cómo terminaron desnudos y entrelazados sobre la cama, pero supo, cuando él entró en su cuerpo, que algo importante había cambiado sus vidas porque ya no existían barreras entre ellos. Además, tampoco se arrepentía del modo en que él hacía que perdiera el control. 

—Te adoro —murmuró Edward, contra su boca anhelante—. Te has metido en mi corazón sin saber cómo. Ahora no puedo tomar aire sin sentirte dentro de mí. 

—Lo sé —susurró ella con suavidad—. Te amo tanto que me duele pensarlo. 

Él reaccionó como un hombre al que han disparado en el pecho. Dejó de moverse, dejó de respirar. —Dímelo otra vez —ordenó con voz ronca. 

Edward tenía los ojos dilatados, la piel pálida y su cuerpo bronceado duro por la tensión. Bella le acarició las mejillas y lo miró fijamente a los ojos con sus ojos verdes. 

—Te amo. 

Él recogió aquellas palabras que salían de su boca, las robó, las saboreó y se las hizo repetir una y otra vez hasta que les hizo perder el control de sí mismos y sumergirse en un acto amoroso apasionado. Tan apasionado como siempre había sido entre ellos, a pesar de haber creído que se odiaban. 

—Ya está hecho —murmuró Edward con pereza, cuando yacían el uno al lado del otro—. 

Nunca permitiré que te marches. 

—¿Crees que voy a intentarlo? —dijo con una sonrisa. 

—No, pero... 

Se oyó un golpe en la puerta que detuvo sus palabras. 

—¡Edward! —dijo la voz de su hermano—. Swan está a teléfono, será mejor que bajes. 







—¿Y bien? —preguntó Bella impaciente. 

La muchacha se había acercado al estudio de Edward y esperaba en la entrada. 

Éste, apoyado en la mesa, tenía la cara sombría. 

Iba vestido con la misma ropa de por la mañana, mientras que ella se había puesto un vestido de algodón azul, antes de correr hacia la planta baja. 

Edward miró hacia ella y esbozó una sonrisa breve. —Está en camino —informó—. Viene en avión. Bella se estremeció. 

—¿Cuándo llegará? 

—Mañana, como muy pronto —replicó—. El aeropuerto de aquí no acepta que aterricen aviones después de la caída del sol, así que no tiene otra opción que quedarse en Tesalónica. 

—¿Y si trae a la policía consigo? 

—No va a hacer nada por el estilo —aseguró, con total firmeza. 

—Edward. 

—No —interrumpió él, comenzando a caminar hacia ella—. No tienes que preocuparte por nada, sé lo que hago. 

Es decir, le estaba diciendo que confiara en él. 

Pero no era en Edward en quien no confiaba ella, sino en su padre. 

—Voy a buscar a Alice —murmuró ella. 

Él la dejó ir y la muchacha se esforzó por tranquilizarse antes de encontrarse con la niña que, encantada y hablando sin parar, la acompañó a explorar el paraíso que iba a ser su nueva casa. 

—Tienes que confiar en él —le dijo Rose en voz baja, al ver a Bella con cara pálida y preocupada, mientras Alice se daba un baño antes de ir a la cama—. Edward es muy eficiente cuando traza un plan. 

—Ha perdido su isla —respondió Bella, con una sonrisa en los labios. 

—Ya, pero eso se debe a que ha tenido que elegir entre su antiguo sueño y el nuevo —explicó Rose—: El nuevo ganó. Si no hubiera sido así, él no habría perdido su isla, te lo puedo asegurar. Tiene una paciencia increíble, ¿sabes? Te habría encerrado aquí hasta que te hubieras quedado embarazada del hijo que necesita para ello. 

Alice las interrumpió al salir del baño bailando envuelta en una toalla, y tan feliz que Bella decidió apartar sus preocupaciones y confiar en que todo iba a ser tan maravilloso como su hija pensaba. 







A la mañana siguiente, muy temprano, Emmet Swan llamó desde el aeropuerto de Skiathos, en el momento en que todos estaban desayunando relajados. 

Aunque en realidad todos esperaban la llamada. Bueno, no todos. Alice no sabía nada. Nadie habló mucho, excepto ella. Y es que todos estaban tan nerviosos que, cuando sonó el teléfono, casi fue un alivio. De algún modo, eso significaba que la espera llegaba a su fin. 

—Muy bien, ya está —dijo Edward al colgar—. Rose, ibas a enseñar a Bella y Alice el estudio de arriba, creo. 

—¡Oh, sí! —exclamó y, como una marioneta a la que alguien tirase de una cuerda, se levantó y se volvió hacia Alice—. Vamos, pequeña, nos vamos a divertir mucho. ¡Ya verás el tamaño de la hoja de papel donde vas a pintar un cuadro! 

Alice obedeció al instante, levantándose y tomando la mano de Rose. 

—¿Bella? 

—Estaré allí en seguida —contestó a la mujer que la miraba con ojos interrogantes. Una vez Rose y Alice hubieron salido, Bella se volvió hacia Edward. 

—Dime qué vas a hacer. 

—Después —prometió—. Ahora quiero que te vayas y no vuelvas hasta que tu padre se haya ido. —Pero... 

—¡No! —exclamó enfadado—. ¡No voy a dejar que te pongas en peligro! Así que será mejor que hagas lo que te digo, Bella. Si no, tendré que obligarte a que lo hagas. 

La muchacha levantó la barbilla y los ojos brillaron desafiantes, mostrando a la antigua Bella. —¿Quieres que empecemos a discutir de nuevo? —Está en la entrada de la finca —anunció Jasper de repente. 

—¡Maldita sea! 

Bella se encontró bruscamente en los brazos de Edward, que la subió por las escaleras. La dejó en una de la sillas del dormitorio. 

—¡Quédate aquí! —ordenó. Luego salió del cuarto enfadado y cerró la puerta de un golpe. 

Ella obedeció. Se quedó en la misma silla, mientras escuchaba el sonido de un motor que llegaba a la casa. El coche se detuvo, se oyó una puerta y Bella se estremeció y cerró los ojos. Una sensación de náusea le revolvió el estómago al escuchar la voz de su padre diciendo algo enfadado. Oyó la respuesta de Jasper, en un tono seco y luego pasos en el porche... 

Finalmente, no se pudo oír nada más. La finca entera parecía sumida en un silencio absoluto. Bella esperó unos segundos, pero no puedo aguantar más y se levantó temblorosa, saliendo del cuarto y dirigiéndose hacia la escalera de madera barnizada. 

Mientras bajaba, pudo ver la puerta del estudio de Edward abierta, y no pudo evitar encaminarse directamente hacia ella. 

—No sé a qué demonios cree que está jugando — decía la voz enfadada de su padre—, pero no se va a escapar tan fácilmente con lo que me ha robado. —¿Escapar con qué? —fue la pregunta de Edward. —¡Sabe de qué estoy hablando! 

Entonces Bella lo vio y se quedó inmóvil. Estaba de pie de espaldas a ella y tenía todo el cuerpo en tensión. Edward estaba frente a él sentado, sorprendentemente re lajado, con los ojos impasibles y la cara desafiante. 

Pero lo que más le sorprendió fue ver a Jasper al lado de su hermano. 

Bella abrió los ojos de par en par al descubrir lo que estaba mirando. Era como si estuviera de repente en una escena igual, en otro estudio y en otro país. Sólo que los papeles se habían invertido. Era su padre quien estaba enfadado en ese momento y Edward quien parecía totalmente controlado e impasible. 

Jasper estaba allí como testigo silencioso, mientras que en Londres, Bella había jugado aquel papel. ¿Era deliberado? Se preguntó Bella, sospechando que en efecto, así era. Emmet Swan había humillado a Edward ese día en Londres delante de Bella. En ese momento, su padre estaba descubriendo lo que significaba que alguien hiriese su orgullo. 

Bella se estremeció. No sabía a ciencia cierta si le gustaba la crueldad de Edward. 

—Lo único que veo es que usted está ahí insultando y amenazando y yo sigo sin saber exactamente por qué está enfadado —respondió Edward. 

—No juegue conmigo —le avisó el padre de Bella—. Ha roto nuestro contrato, canalla traidor y me ha robado a mi hija pequeña. Quiero que me la devuelva enseguida o le haré arrestar por secuestro. 

—El teléfono está ahí. Si le duele tanto, llame a la policía. Pero creo que debo advertirle que la policía pedirá una prueba de lo que dice antes de actuar. ¿Ha traído pruebas? 

Hubo un silencio. Bella creyó que iba a desmayarse mientras miraba fijamente la espalda de su padre y esperaba que sacara la prueba que sólo ella sabía que tenía. 

Pero él no hizo nada. Se quedó en pie inmóvil, rodeado por aquel silencio espeso. 

—¿Tiene problemas con las pruebas? —dijo Edward con voz suave. 

—¡No tenemos por qué perder la sensatez y llamar a la policía! 

—¿Sensatez? Sí, yo creo que puedo ser muy sensato. Me enseña la prueba que dice tener y le devolveré a Alice al momento. 

Bella notó que la sangre se le congelaba en las venas, mientras un sentimiento doloroso de traición le robaba el color de las mejillas. Dio un paso hacia adelante. Pero de repente se clavaron en ella los ojos verdes de Edward y se quedó totalmente inmóvil. 

Esos ojos parecían suplicarle que esperara. Que confiara en él. La mano de Bella se extendió para abrir la puerta. «¡Confía en él! Si no confías en él lo perderás para siempre. ¡Nunca te perdonará!». 

Bella tragó saliva y permaneció donde estaba. 

—Dejaré que lo solucionen mis abogados —dijo su padre impaciente—. Puede hacerlo ahora mismo. Llámelos y dígales que envíen por fax la información necesaria y resolveremos todo esto en seguida. 

Incluso se levantó y ofreció el teléfono al padre de Bella. Edward parecía relajado, el rostro impasible y no hizo nada más, sólo mirar en dirección a Bella cuando un nuevo silencio comenzó, dando la impresión de que nunca iba a finalizar. 

Bella, con la mano en el marco de la puerta, permaneció a la espera. De repente, se sobresaltó cuando Edward le quitó el teléfono y se lo puso en el regazo. 

—No. No puede hacerlo porque no hay pruebas legales de la adopción. 

Al mismo tiempo que decía esas palabras, sacaba algo de la mesa de cajones y se lo mostraba a Emmet Swan—Usted engañó a Bella para que creyera que lo que firmaba era la adopción de su hija, cuando este papel no vale nada. 
El padre miró el papel que Edward le mostraba. Un papel escrito que a Bella le resultaba, desgraciadamente, demasiado conocido. 

Era su propia copia de lo que su padre le había hecho firmar siete años antes. Edward debía de haber buscado entre sus documentos y lo había sacado, sin que ella lo supiera. 

—¡Pero ella lo firmó! ¡Ella deseó entregarme a su maldita hija! 

—¡Oh! —gimió Bella, poniéndose una mano cerrada en la boca para no dejar que el sonido escapara de sus labios. 

—O si no, tendría que quedarse en la calle, como usted caritativamente le dijo entonces —completó Edward—. Usted jugó con su juventud, su ingenuidad, su desesperación y su incapacidad para descubrir un documento falso —continuó—. Y lo hizo con una crueldad tal que deberá de alegrarse cuando sepa que usted no es su padre verdadero. 

—¿Qué quiere decir con eso? 

—Quiero decir que los análisis de sangre demuestran que Bella no es su hija —en ese momento le tendió otro documento—. Éste es el análisis de sangre suyo, éste es el de Karl Dansing, y éste, afortunadamente, el de mi esposa —le había dado tres papeles diferentes—. ¿Me entiende? —finalizó, con una sonrisa—. ¿Alguna pregunta? Creo que no, porque usted ya lo sabía, ¿verdad? Y por eso la ha estado castigando todos estos años. Bien... Ahora todo ha acabado, y usted ya no es bien recibido aquí. 

—¿Pero qué le pasa, amigo? Si yo sigo diciendo que Bella es mi hija, tendrá su isla cuando nazca el niño. 

—Pero Bella no va a tener un niño. Va a ser una niña —informó con frialdad. 

—¿Qué? ¿Quiere decir que ni siquiera ha conseguido hacer eso bien? 

—Tenga cuidado con lo que dice. Ésta es mi casa y ella es mi esposa. 

—¡Una esposa a la que usted no quería en un principio! Y si usted decide ahora seguir con ella, habrá otros hijos, sin duda varones —añadió, cambiando el tono—. Lo único que tiene que hacer es devolverme a Alice y Bella será tan complaciente como un gatito, se lo prometo. Otro año y usted podrá tener su isla. 

—Puede quedarse con la isla. No tengo deseos de poner los pies en ella nunca más. Usted no posee ya nada que me interese, con lo cual, tampoco me interesa usted. Así que, como usted me dijo una vez: la puerta, señor Cullen, está allí. 

—Pero... 

—Sácalo de aquí —dijo a su hermano. 

Jasper se movió entonces. Lo mismo hizo Bella, que volvió apresuradamente a las escaleras. No quería enfrentarse a Emmet Swan, ni quería verlo nunca más. 

Bella estaba mirando por la ventana de su dormitorio, cuando Edward entró a hablar con ella. 

—Espero que estés contenta —dijo Edward. 

—No mucho —dijo, volviéndose hacia él y mirándolo con una disculpa en los ojos—. 

Lo siento, estuve a punto de estropear todo. 

—¿Por qué bajaste, cuando te pedí que no lo hicieras? 

—No lo sé. Fue... un impulso. No imaginaba cómo ibas a poder echarlo de aquí sin que se llevara a Alice. 

—Y por no obedecerme, te enteraste de cosas que no habrías querido saber. 

—¡Sí, que estuviste indagando en mis papeles sin mi permiso! 

—¡Ah! —exclamó, con un sentimiento de culpa. La rabia se borró de su rostro y las manos calientes agarraron a la muchacha—. Estaba enamorado de una mujer que se negaba a confiar en mí. Los hombres desesperados hacen cosas desesperadas. ¿Me perdonas? 

Bella no estaba dispuesta a perdonar nada a nadie, y esquivó la boca del hombre. 

—¿Cuándo estuviste mirando mis documentos? Él suspiró. 

—Cuando te dejé en Londres. En un principio, quise ver si había algún modo de anular la adopción —explicó—, pero nada más ver el documento, me di cuenta de que no era legal. Sin embargo, tenía que confirmarlo con mis abogados antes de hacer nada. Además, tú lo habías firmado. Mis abogados tenían miedo de que si tú te enfrentabas a tu padre con lo que yo había descubierto, todavía en Londres, él podía insistir en que tú habías firmado un papel que dejaba a la niña en manos de las leyes británicas. 

—Y así él podría seguir chantajeándonos —comentó Bella, entendiendo todo. 

—Era más seguro enfrentarme a él teniéndolas aquí en Grecia. 

—Así que nos secuestraste. —Sí, siento haberte asustado. —Tú eres tan astuto como mi padre, ¿lo sabías? —Te quiero con locura. No te haría daño nunca. 

En respuesta a ello, Bella se puso de espaldas a él, aunque no apartó aquellos brazos fuertes que la sujetaban. 

Edward no iba a detener sus halagos. 

—Te adoro —le susurró contra el oído—. Te deseo tanto, durante el día y la noche, que no puedo soportarlo. —Por eso tienes una amante, supongo. 

—La amante. Creo que estás enfadándote otra vez. «No me estoy enfadando, te amo con locura y no quiero compartirte con nadie». 

—Perdona. Olvidé que había firmado no mencionar a la amante. Edward rió y la agarró con más fuerzas. 

—No hay amante —aseguró—, nunca la hubo. No he mirado a ninguna otra mujer desde que te vi por primera vez en aquella sala llena de gente y me quedé fascinado. Creo que tú te diste cuenta. 

Bella sonrió satisfecha. 

—Rose había sugerido algo parecido, pero quería que tú lo dijeras —confesó, acercando su rostro al de él. —Voy a romper ese maldito contrato —prometió. —Bien. 

—Y te haré firmar otro que te atará a mí para toda la vida —añadió. 

—¿Y qué te hace pensar que voy a firmarlo? —desafió. 

La boca de él se deslizó por el cuello de Bella. —Tengo mis métodos —murmuró, sacando la lengua para chupar la suave piel. 

El cuerpo de Bella comenzaba a excitarse peligrosamente cuando oyeron un ruido fuera. 

Miró hacia abajo y vio a Alice acompañada de Jasper y Rose. Los tres iban en traje de baño y llevaban la toallas al cuello.

—Hace lo que quiere de ellos —remarcó Bella. —.Conozco esa sensación —murmuró Edward—. Su madre hace lo mismo conmigo.

Bella sonrió sin decir nada. Miró al trío de nuevo, que desapareció de su vista. Luego levantó la vista y observó todo. Era su nueva casa. Detrás del jardín, el mar vibraba perezoso. Detrás del mar se divisaban pequeñas islas que la niebla confundía.

—¿Cuál es tu isla?

Edward no contestó en seguida, parecía más interesado en disfrutar de ella.

Entonces levantó la cabeza y miró hacia el horizonte.

—Justo la que está frente a nosotros, la que tiene dos playas de arena dorada...

¿Por eso había comprado aquella finca? ¿Porque miraba directamente a su verdadero hogar?

—Era tu sueño. Siento que lo hayas perdido.

—Yo no —replicó con sinceridad—. Los sueños pueden cambiar. El mío ha cambiado.

Lo único que quiero es tenerte en mis brazos.

—De todas maneras me parece injusto que rompas la promesa que hiciste a tu padre sólo porque mi falso padre sea una persona cruel.

—Te tengo a ti. Tengo a mi hija en tu vientre —sus manos tocaron su abdomen con cariño—. Y tengo una versión en miniatura de ti en Alice, a la que he rescatado de tu padre. Estoy muy contento, de verdad.

—Tu alegría va a salir volando por la ventana si bajas las manos más —informó, de manera práctica. Luego levantó la cabeza y le guiñó un ojo.

Él rió con una carcajada profunda y masculina que la obligó a volverse hacia él. Eso fue todo. Sus cuerpos se unieron... también sus bocas... y se perdieron el uno en el otro.

FIN.

13 comentarios:

  1. que bonito me encanto el finallll

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  2. Que lindossssssss!!! Por fin están juntos, menos mal que Edward había planeado todo, la quería y no quería que se separara de él!!!!
    Que historia mas bella!!!
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  3. bien muy biennnnnnn Edward lo trato como se merese ese viejo estúpido malvado, odioso, etc. x fin juntos y se aman eso es lo mejor d todo este lio d porquería alice es feliz donde la aman d verdad y es una niña feliz Bella tiene el amor d un hombre q lucho x ellas omg hermoso nena hermoso gracias =) ♥

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  4. Que grande es el amor de Edward por Bella, renuncio a su sueño por ella, wow, que lindo.

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  5. Muchas gracias, excelente historia, más de éstas x favor!

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  6. Que bonito final! Cada cosa cayó donde debía t cada quien recibió lo que merecía. Me encantó la historia.

    Gracias infinitas por traducir.

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  7. El final de lo más lindo aunque Bella me desespero mucho jajaja, todas las señales de que él la amaba y aún así se negaba a aceptarlo... En fin, me ha encantado :D

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  8. lo ameeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee gracias gracias gracias gracias

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  9. Me encanto! Aunqe sinceramente esperaba q pudiera recuperar su isla, que maldito es Emmett aprovechandose de la inocencia de Bella para tenderle semejante trampa con su hija y ps q al final resulto q Bella era hija de alguien mas, llegue a odiar a Bella por todos sus dramas y alejamientos de Edward, la amante nunca existio y q sorpresota su bebe es Ella no El! Eso si no me lo esperaba tmbien queria ver como le decia a Alice q era su hija, en fin estubo buena.

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  10. Me encantooooo!!!!! Que lindo final ♥.♥

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  11. Fascinante.....Me encanto....Muchas gracias...

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  12. Hola me a hacinado la historia.

    Nos seguimos leyendo

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