Capítulo 3/ El Secreto




Alice se alegró enormemente de verla. Sin embargo, al decirle que iba a marcharse fuera un tiempo, la niña de siete años se puso muy triste.

La muchacha la tomó en su regazo y le secó las lágrimas. Sólo el cielo sabía que había pocos momentos en que ella podía expresarse libremente.

—Sólo serán uno o dos años, y vendré a verte siempre que pueda.

—Pero no será como ahora —protestó la niña—, porque Grecia está muy lejos. Y eso significará que tendré que estar con papá durante las vacaciones escolares.

A Bella la emocionó la tristeza de la pobre niña. —La señorita Leyton estará contigo también. La quieres mucho, ¿verdad?

—¡Pero no soportaré estar sin ti, Bella! Él me odia. Sabes que es verdad porque a ti también te odia.

Bella suspiró y abrazó a la niña con fuerza porque sabía que no podía engañarla y negar aquellas palabras. Emmet Swan las odiaba a las dos. El poco amor que había sido capaz de ofrecer, lo había empleado en el hermano de ambas, Jacob. Una vez que Jacob murió, su padre estaba cada vez más enfadado y resentido con ellas.

—Escucha, te prometo llamarte una vez a la semana por teléfono.

—¿Me lo prometes?

—Lo prometo.

La muchacha abrazó el cuerpo pequeño, sintiendo que no era justo para ella, tampoco para Alice. «Que el ciclo me perdone por abandonarla así», rezó en si— lencio.

—Te quiero mucho, cariño —murmuró con voz ronca—. Tú eres y siempre serás lo más importante para mí.

Volvió a casa tarde, después de oscurecer, sintiéndose vacía y sola.

—Tu padre ha ido a Génova —le informó la señorita Leyton—. Dijo que no volvería antes de que te marcharas. ¿Te vas a ir de esta casa?

La pobre anciana parecía tan sorprendida que Bella tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para dar de nuevo explicaciones.

—Voy a irme a vivir a Grecia para uno o dos años. —¿Con el hombre griego que vino el otro día? —Así es. Nos vamos... a casar.

—¿Tu padre lo acepta?

—Él lo ha preparado todo —respondió, con una mueca de ironía—. Cuidarás de Alice por mí mientras estoy fuera. Lo harás, ¿verdad?

—Deberías quedarte aquí y hacerlo tú misma —dijo el ama de llaves con firmeza.

—No puedo, Cissy —aseguró, a punto de estallar en lágrimas—. Por lo menos en este próximo año. Por favor, no me regañes por ello, prométeme que la cuidarás y mantendrás alejado a mi padre de ella.

—¿No es lo que hago siempre? —dijo el ama de llaves. Bella suponía que sospechaba lo que sucedía—. Ese griego ha llamado a la casa un montón de veces hoy. No parecía muy contento de que no estuvieras para atender sus llamadas.

—Mala suerte. Ahora estoy muy cansada, me voy a la cama.

—¿Y si llama de nuevo?

—Dile que deje un mensaje y que se vaya al infierno —contestó, subiendo las escaleras hacia su dormitorio. Allí se desnudó y decidió darse una ducha. Pero no pudo esperar tanto tiempo y se arrojó sobre la cama para llorar abrazada a la almohada, igual que Alice había llorado aquella tarde en sus brazos.
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¿Dónde demonios has estado estos tres últimos días?

Bella notó que la furia le estallaba por dentro. Miró de reojo al hombre de traje oscuro que estaba sentado a su lado en el coche.

Edward parecía enfadado y nervioso. Ella no lo culpaba, se sentía también nerviosa porque era la primera vez que hablaban desde la horrible ceremonia.

—Tenía cosas que hacer —replicó ella, tocándose nerviosa el anillo que adornaba su dedo corazón.

—Y yo tenía que hablar contigo de varias cosas. —La señorita Leyton contestó a todas tus preguntas —murmuró fríamente Bella. ¿No se daba cuenta de que ella era la que tenía que dejar todo para irse a vivir con él?

¡Y le había dejado para ello tres malditos días!

Pero ésa no había sido la razón por la que ella se había negado a aceptar ninguna de sus llamadas. Necesitaba aquellos tres días para estar sola, para asimilar lo que había estallado entre ellos en su despacho.

Pero no había podido. Seguía aterrorizada por ello, asustada por todo.

—Bueno, hazlo de nuevo y te aseguro no te gustarán las consecuencias —advirtió.

«Tampoco ahora me gustan», dijo en silencio, pero se encogió de hombros y miró hacia el paisaje que se veía a través de la ventanilla de la limusina.

Era extraño, verdaderamente extraño, musitó para sí, pero allí estaba, casada con aquel hombre. La había besado dos veces, la había insultado y la había demostrado su desprecio de tantas maneras durante las dos breves citas que habían tenido que no podía soportar pensar en ello. Y aún así, durante esas dos citas, e incluso durante la breve ceremonia civil que había tenido lugar aquella mañana sin ningún representante de las dos familias, ni siquiera el hermano de él, Jasper, apenas se habían mirado a los ojos.

Sí se miraban el uno al otro, admitió secamente, pero nunca al mismo tiempo. Sus miradas eran más bien como un baile en el que se cedían el turno cuidadosamente el uno al otro.

¿Por qué? Se preguntó a sí misma. Porque ninguno de los dos estaba realmente preparado para aceptar lo que estaban haciendo. Lo que habían hecho en nombre del deseo.

No un deseo sexual, sino el deseo de posesión. —¿Por qué esa sonrisa?

—Me preguntaba si mi padre se estará tomando una copa de champán en homenaje nuestro en cualquier bar de Génova —dijo, notando impasible cómo su espalda se estremecía—. Se quedó con su amante en Knightsbridge desde que firmé su maldito contrato. Me imagino que quería mantenerse lejos de ti por si acaso empezabas a hacerle preguntas difíciles sobre el contrato.

Bella volvió el rostro despacio, notando que su cuello estaba rígido de tensión, que su ojos miraban al hombre sin verlo. Luego inclinó la cabeza. Había algo desagradable en cómo lo había hecho todo, algo que le provocaba náuseas.

—No creo que hayáis decidido nada sin que yo lo sepa —declaró temblorosa.

—Así es. No hemos acordado nada —dijo, para alivio de ella—. Pero sí hemos discutido el hecho de que tienes una hermana pequeña.

Bella cerró los ojos, notando que su corazón se aceleraba. No era posible que su padre le hubiera hablado de Alice.

—Quiso que supiera que ejerces una terrible influencia sobre ella —continuó aquella odiosa voz, mientras la mente de Bella vagaba en una dirección completamente diferente—. De manera que mientras estés conmigo, no podrás tener ninguna relación con Alice, ¿no se llama así? Aparentemente tú eres muy celosa con ella y puedes hacer que su vida sea un infierno...

Así que eso era lo que su padre le había estado diciendo. Bella cerró los ojos y apretó los labios, sin decir nada. No poder tener relación con Alice, iba a obligarla a intentar por todos los medios tener ese nieto que su padre tanto deseaba. No tener contacto con Alice era una advertencia: haz tu trabajo y olvídate por completo de ella.

—¿Para eso te ha casado con el mejor postor? ¿Para apartarte de su hija menor?

—Tú no has pagado por mí, tú fuiste comprado — exclamó ella furiosa—. Para el propósito específico de que él pudiera tener un nieto. Así que, si la fama para fabricar hijos de tu familia falla, puedes estar seguro de que no me echarán la culpa a mí.

Él pudo haberse enfadado, pero lo único que hizo fue soltar una carcajada que expresaba una confianza plena en su masculinidad.

—Mi madre tiene tres hijos y mi abuela cinco. No creo que tenga que preocuparme por ello. Pero eso no era lo que estaba intentando decirte. Sólo quería que supieras que ahora sé por qué tu padre está deseando pagarte cinco millones de libras para que salgas de su vida. —Imagino que una isla griega valdrá más que eso —añadió Bella—. Por favor, no olvides la isla. ¿Qué valor monetario tiene?

El rostro de Edward se oscureció con el recuerdo. —Hemos llegado —dijo él de repente, dando por finalizada la conversación.

El coche se detuvo y Bella se dio cuenta de que habían llegado a uno de los aeropuertos privados de Londres. Un avión Gulfstream brillante de color blanco esperaba inmóvil bajo el débil sol invernal. En el metal se veía claramente el logo de la familia Cullen en letras doradas.

Diez minutos más tarde, Bella estaba sentada en uno de sus sillones de cuero.

Estaba sola.

Su nuevo marido desapareció en la cabina del piloto y no volvió a verlo hasta que aterrizaron en Grecia. Eso tuvo que imaginarse, porque nadie habló con ella.

Edward salió de la cabina sin su chaqueta ni su corbata de seda. Parecía diferente de alguna manera, menos formal, pero mucho más intimidante por ello.

Viril, fue la palabra que le llegó a la mente. Parecía mucho más agresivo que nunca. Bella bajó los ojos, antes de que él pudiera imaginar lo que pensaba, y se dispuso a recoger la chaqueta, que también ella se había quitado durante el vuelo.

De manera que no pudo ver cómo los ojos de él se fijaron en sus senos, realzados por el jersey ceñido blanco. No pudo ver aquellos ojos bajar luego hacia su estómago liso, hacia sus muslos delgados y finalmente, hacia sus piernas, antes de volver de nuevo al rostro de la muchacha.

—¿Dónde estamos? —preguntó Bella.

—En la isla de Skiathos. Tengo una casa aquí. Cuando recupere la isla de mi familia, la venderé.

La isla de su familia... Bella se estremeció y trató de deshacer el nudo que se le había formado en la garganta al recordar que eso era lo único que le importaba.

—Ese color azul te favorece —dijo él, en un tono de voz muy distinto—. Realza el color de tus ojos de manera espectacular.

Ese comentario la desconcertó por completo. Lo único que pudo hacer fue bajar la mirada hacia su traje de chaqueta de color azul de cachemir.

—Gracias —contestó finalmente, haciendo verdaderos esfuerzos para evitar sonrojarse ante el galante comentario. .

Ambos se quedaron en silencio. Lo que a Bella le pareció una situación terriblemente incómoda, ya que estaban uno enfrente del otro y ella no se atrevía ni a mirarlo. De pronto, alguien abrió desde fuera la puerta del avión. Y por fortuna, se rompió la extraña tensión que había surgido entre ellos.

Él salió del avión y ella le siguió hasta un Mercedes plateado que estaba esperándolos.

El sol brillaba en el cielo y la temperatura era más cálida que en Londres, pero no tan alta para que Bella no agradeciese que su traje no fuese demasiado ligero.

Ambos subieron al coche y en un momento, ella giró la cabeza hacia él, de modo que sus ojos se encontraron por primera vez. Bella pudo ver que Edward estaba enfadado. Sus ojos parecían más oscuros de lo normal y tenía el ceño fruncido. En la expresión de él ya no quedaba nada del cumplido que la había hecho momentos antes.

No cabía duda de que la odiaba por haberle llevado a rebajarse de esa manera. Y no podía culparlo, ya fue también ella se despreciaba a sí misma. ¿Por qué, entonces, se sentiría tan herida?

Y realmente se sentía herida. Al fin y al cabo, ella tenía derecho a sufrir, igual que todo el mundo.

Apartó la mirada de él, tratando de evitar que pudiera adivinar lo que estaba pasando por su cabeza en esos momentos, escondiendo esa sensación de autodesprecio con la que ella tenía que vivir.

El coche arrancó y la atmósfera dentro se hizo sofocante. Ninguno de los dos se atrevió a mirar al otro. —No es demasiado tarde para dejarlo, si es lo que quieres —se oyó susurrar Bella, esperando... «¿Esperando qué?», se preguntó en silencio.

—No —contestó él.

Bella se sintió aliviada. Se dio cuenta de que era lo que estaba deseando escuchar.

Ella lo quería, lo necesitaba. Ella necesitaba a Edward.

A través de los cristales pudo ver el verdor del paisaje, matizado de vez en cuando por las explosiones de color de algunas flores tempranas. En pocos meses, ese verdor desaparecería debido al calor del verano. Las flores se marchitarían también debido al sol, pensó Bella con tristeza.

¿Se marchitaría ella con el tiempo, al igual que las flores?, se preguntó. Tenía la sensación de que su vida con ese hombre iba a convertirse en un desierto, donde no florecería ninguna emoción.

Pero, ¿por qué le extrañaba? Si había vivido con la misma falta de cariño incluso con su propio padre. El hecho de pasar de las manos de un déspota a las de otro, no supondría ningún cambio para ella.

La carretera dejaba el mar a su izquierda y pasaba al lado de edificios blancos que en verano debían de albergar a los turistas, pero que en esa estación estaban deshabitados casi en su totalidad. Bella se atrevió a preguntarle por qué se veía tan poca gente.

La mayoría de las personas de aquí pasa el invierno en el continente —le explicó él—. Allí hay trabajo, y además, el tiempo aquí puede ser tan frío como el de Inglaterra en algunas ocasiones. Pero en un par de meses el lugar volverá a estar lleno de vida.

—¿Es grande la isla? Él negó con la cabeza.

—Casi la hemos recorrido en su totalidad. En la próxima bahía está mi casa.

Cinco minutos después, estaban atravesando las puertas de lo que parecía una enorme propiedad privada, rodeada por un alto muro cubierto de arbustos.

Bella se quedó impresionada por lo grande que era la casa, cubierta con un tejado rojo. Pudo contar seis ventanas en el piso superior y cuatro en el inferior. Una doble puerta cubierta por un arco daba paso a la terraza.

Antes de llegar hasta la puerta de la casa, Bella había podido contar hasta cuatro guardias de seguridad que habían ido dando paso al coche al reconocer en él al dueño de la casa.

—Bueno, aquí está —anunció Edward, recostado en el asiento del coche, al tiempo que se apagaba el motor—. Tu nueva casa.

Bella no contestó. ¿Qué podía decir? ¿Que era preciosa? ¿Que era una maravilla?

¿Que sería muy feliz allí?

Sabía que Edward no tenía ningún interés en hacerla feliz.

Aunque a pesar de eso, ella se sintió sobresaltada por una vaga inquietud. Finalmente, salió del coche y se fijó en que Edward se tomó su tiempo antes de hacer lo mismo. Pudo ver cómo permanecía sentado en el coche después que ella saliese, mostrando en su rostro lo que sin duda estaba sintiendo.

Rabia y un amargo resentimiento hacia la intromisión de ella en su vida.

Las puertas blancas de entrada comenzaron a abrirse. Bella vio aparecer a través de ellas a una mujer vestida de uniforme gris.

La mujer pareció estudiar a Bella con su impasible mirada durante unos breves instantes, antes de desviar su atención hacia Edward Cullen, que ya había salido del coche. Y una cálida sonrisa iluminó todo su rostro, con lo que quedó remarcada de un modo cruel la diferencia que hacía la mujer entre ambos recién  llegados.

La mujer dijo algo en griego y él la contestó en el mismo idioma, al tiempo que se acercaba hacia ella. No se abrazaron, por lo que la sospecha de Bella de que esa mujer debía de ser la madre de Edward se desvaneció. Luego, ambos se giraron hacia ella con lo que sus rostros perdieron la expresión cordial que antes  tenían.

—Ven —fue todo lo que él dijo, llamándola como si fuera un perro de compañía.

Reprimiendo el deseo de mandarlo al infierno, Bella rodeó el coche y se dirigió hacia la casa con la mirada desafiante, fija en un lugar indeterminado entre ellos  dos.

—Ésta es Elena —la informó—. Es el ama de llaves. Cualquier cosa que necesites, pídesela a ella. Elena te llevará a tu dormitorio. Y pídele a Guido que recoja tu equipaje. Tengo que hacer unas llamadas telefónicas.

Edward entró en la casa y desapareció de la vista de Bella sin decir nada más.

—Por aquí, señora... —dijo el ama de llaves, en un inglés casi perfecto, al tiempo que se volvía y entraba en la casa.

Bella notó calor al entrar en la casa. El sol de últimas horas de la tarde se colaba a través de las cortinas de seda que cubrían los ventanales, reflejándose en las paredes de color albaricoque y en las puertas y suelo de madera pulida. El mobiliario era antiguo, aunque sólido y bien cuidado. Lo cierto era que Bella no se esperaba ese tipo de casa de un hombre como Edward.

Elena comenzó a subir por una escalera de madera que conducía a la segunda planta. Allí, se dirigió hasta la puerta que quedaba enfrente de la escalera y la abrió. Luego se echó a un lado para dejarla pasar.

Al entrar en la habitación, sus pies se hundieron en una tupida alfombra de color claro, que hacía juego con las cortinas y con las paredes de color amarillo limón.

—El baño queda a la derecha —le informó Elena en un tono frío—. La habitación del amo es la que queda a la izquierda según se sale.

Así que iban a dormir en habitaciones separadas. Bella sintió un gran alivio al descubrirlo.

—Gracias —murmuró, haciendo un esfuerzo para adentrarse un poco más en la habitación.

Elena no la acompañó, sino que permaneció al lado de la puerta abierta.

—Mi hija, Sofia, vendrá luego a deshacer su equipaje. Si necesita usted algo, dígaselo, y ella me lo transmitirá a mí.

Bella interpretó que lo que realmente quería decirle esa mujer en ese tono gélido con el que la hablaba era que con ella sólo debía de hablar lo imprescindible.

—Guido, mi esposo, traerá su equipaje en un momento —continuó el ama de llaves—. La cena se servirá a las nueve, como es costumbre. ¿Querrá tomar algo antes de esa hora?

Bella se volvió hacia ella con una gran sonrisa en los labios, y la mujer apartó la vista, sorprendida por esa actitud.

—Sí —dijo alegremente—. Me gustaría que me trajeran un enorme cuenco de café con leche, sin crema, acompañado de un plato con un par de sandwiches vegetales. Gracias, Elena. Ya puede retirarse.

El rostro de la mujer se congestionó con el gran enfado que parecía tener. Finalmente, retrocedió y cerró la puerta algo más fuerte de lo necesario. Bella sintió de inmediato el cansancio acumulado por tener que mantener una actitud defensiva con todo el mundo. Las piernas apenas la podían mantener en pie, así que casi se derrumbó en la silla más cercana.

Pero eso no fue nada más que una debilidad repentina, pensó, al tiempo que respiraba hondo y estiraba los brazos. Al fin y al cabo, estaba acostumbrada a vivir en un entorno hostil.

De nuevo con la barbilla erguida, echó otro vistazo a la habitación. Era muy grande, tenía mucha luz y estaba bien ventilada, con dos ventanas en una de las paredes. El mobiliario era además el adecuado para una habitación como ésa. Había dos silla tapizadas en color claro, al lado de la cama y un pequeño sofá color limón.

En la pared de enfrente de las ventanas había un guardarropa y al lado, un tocador. Todo el mobiliario era antiguo y recordaba otros tiempos donde las cosas se hacían con más amor, lo que se reflejaba en su forma de elaborar los muebles.

Y luego, estaba la cama, por supuesto.

Apretando los dientes, Bella se obligó a mirar lo que más temía. La cama era enorme. Sintió cómo el corazón casi se detenía y cómo el estómago se le encogía mientras la observaba fijamente.

Se estremeció al pensar que ser despreciativos o desafiantes no iba a ser nada bueno para mantener una relación sexual. Si ella se mostrara sumisa, la mezcla sería mucho más eficaz, pensó burlonamente.

Aunque ni la ironía la funcionaba como otras veces. Se dirigió hacia las ventanas y abrió una, tratando de buscar aire fresco. La brisa consiguió calmar la sensación de terror que se iba apoderando de ella a medida que pasaban las horas.

La vista era magnífica, se dio cuenta, tratando de olvidarse de sus sombríos pensamientos. Sin embargo, no pudo ver ninguna playa ni ningún camino que bajara hasta el mar.

Lo que sí había era una piscina de agua cristalina, lo que la alegró un poco, ya que mientras estuviese allí, podría hacer sus ejercicios diarios, siendo además la temperatura mínimamente templada como para bañarse. En la lejanía, se podían ver otras islas, lo que le hizo desear haber traído un mapa para comprobar donde estaban exactamente y cuál sería el nombre de esas islas.

De pronto, recordó algo que había aprendido hacía ya muchos años. Estaban en Skiathos, y Skiathos pertenecía a las islas Sporades. Pensó en lo estupendo que habría sido ir allí con su verdadero marido.

Pero, al momento, se volvió a ver agobiada por el recuerdo de lo que había ido a hacer allí. Pensó en la cama y sintió que se le helaba la sangre. Cualquier consuelo que hubiera encontrado en la belleza del paisaje, se volatilizó. Sintió ganas de alejarse de la ventana, y por supuesto, de la cama, así que se metió en el cuarto de baño.

Decidió que necesitaba una ducha, necesitaba liberar la tensión de su cuerpo con el agua caliente. Debía de recuperarse para lo que la esperaba todavía.

Guido había llegado con el equipaje, mientras ella estaba en el baño, y Sofia estaba esperándola en la habitación cuando Bella volvió, cubierta por un albornoz y con el pelo envuelto en una toalla a modo de turbante. Sofia la miró con reserva. Prefirió olvidar todo metiéndose a la cama cuando todos se fueron.
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—¿Sabías que duermes como una bendita? —le dijo con voz suave—. He estado aquí durante un buen rato, fijándome en cómo dormías. Y apenas te has movido, parecía casi que ni respirabas. Y tu encantadora boca parecía tan vulnerable... He tenido que hacer un gran esfuerzo para no besarte.

Pero lo hizo en ese preciso instante. Se inclinó hacia Bella y juntó sus labios contra los de ella.

—A... Aléjate de mí. N... Necesito...

—El sexo entra dentro del trato —la recordó, acallando sus protestas—. Y tú estabas de acuerdo, así que no debes de extrañarte de que yo venga a reclamarte.

—Por favor —susurró con las pocas fuerzas que pudo reunir—. Es que no estoy acostumbrada a...

—¿A ceder fácilmente? —sugirió él—. Pues no era eso lo que yo había oído... Luego se quedó en silencio. Bella sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—No sé qué quieres decir con eso.

—¿No? Entonces, corrígeme si me equivoco. Tú tuviste tu primer romance cuando tenías sólo dieciséis años, ¿no es cierto? Creo que fue con un cantante de rock. El murió tiempo después de un cóctel de drogas y alcohol. Pero antes de eso, tus desmanes, hicieron que tu padre te recluyera en una institución donde debían de reformarte. ¿Lo consiguieron?

Bella se sintió morir, pero no dijo nada. Su padre nunca la dejaría hacer nada con una mínima dignidad. Siempre tenía que ensuciar su nombre y todo lo que la rodeaba.

—Por lo que parece, no te has portado demasiado mal durante los últimos siete años —prosiguió él, en un tono insultante—. Pero ¿te gustan todavía las drogas?

Ella negó con la cabeza. Decidió que no valía la pena decirle que ella nunca había abusado de las sustancias ilegales, ya que él no la creería.

—No quiero tener un hijo con una mujer que dependa de las drogas y no pueda mantener el control. ¿Y qué hay del sexo? ¿Debería de haberte hecho pasar una revisión médica? ¿Corro peligro de contraer alguna enfermedad?

—No he tenido relaciones sexuales con ningún hombre desde hace años.

—¿Esperas que me crea eso?

—Es la verdad —se defendió ella, con la mirada llena de desprecio hacia él—. Y no me preocupa que me creas o no. Si quieres traer todo un ejército de doctores, adelante, pero estoy sana. Lo único que te pido es que acabemos cuanto antes con este sórdido asunto de la concepción del niño.

Después de eso, Bella consiguió escapar del abrazo de él y rodó sobre la cama, hacia el otro lado, pero él la agarró antes de que se levantara.

—¡Oh, no, no te vas a ir tan tranquila! —la volvió a acercar hacia él— . ¿Es que lo que te he dicho no es cierto?

¿Cierto?, se burló para ella misma. Si descubriese la verdad, le gustaría incluso menos que las mentiras de su padre.

—Me he vendido por cinco millones de libras. ¿Contesta eso a tu pregunta? Fue una tontería decir eso cuando era evidente que él estaba fuera de sí.

—¿Sí? Pues entonces comienza a cumplir tu parte del trato —le dijo, mientras la volvía a besar.

Eso era un insulto y un ultraje. Pero ella se encontró, de pronto, contestando a su beso con una pasión inesperada. Fue horrible... Bella sintió como si se desintegrase en un millón de partículas ardientes, y no pudo hacer nada para evitarlo.

—¡Dios mío! —exclamó Edward, apartándose para poder mirarla a los ojos. Se
mostraba sorprendido, y Bella no podía culparlo, ya que ella se sentía igual que él.

—¡Ya estás contaminado! —se burló Bella.

Él lo único que pudo hacer fue reírse. Pero la risa sonó extraña, no era natural. Después él volvió a besarla. Y esta vez el beso fue distinto, Bella ya no sintió llamaradas de odio, sino una clara y cálida pasión que se introdujo en su sangre, haciendo que su piel se estremeciera.

Las manos de él la acariciaron, los largos dedos se hundieron en su cabello, bajando luego por el cuello, hasta sus pechos. Y descendiendo aún más, alcanzaron el cinturón del albornoz y lo desabrocharon con gesto impaciente.


El aire fresco la hizo gritar al entrar en contacto con su piel caliente. La boca de él ya no estaba sobre la suya, y ella ni lo había notado. Edward se había deslizado hasta tumbarse a su lado y la había desnudado por completo.

Los ojos de Bella estaban cerrados, mientras su cuerpo temblaba ante la sobrecarga de emociones. Él se arrodilló a su lado y se abrió también su albornoz, mostrando su cuerpo bronceado y musculoso, que no podía ocultar su deseo.

Cuando él se tendió sobre ella, Bella le pasó los brazos alrededor del cuello, hundiendo sus dedos en su oscuro cabello. Sus bocas se volvieron a juntar hambrientas la una de la otra. Ella sintió el agradable cosquilleo del pelo rizado de su pecho sobre sus pezones. Y al notar la presión de su sexo contra sus muslos, abrió las piernas instintivamente para dejar paso a la urgencia de su pasión.

El gritó algo que ella no entendió, pero que tampoco la importaba. Sin embargo, no pudo evitar abrir los ojos en señal de protesta cuando él apartó la boca de la de ella.

Él la estaba observando con fuego en la mirada. —Salvaje —murmuró—. Sabía que eras una mujer salvaje. No podía ser de otro modo, con ese color de pelo y esas maneras tan excesivamente controladas. Estaba seguro de que tu lado salvaje aparecería en cuanto te dejaras ir.

—¡Yo no me he dejado ir! —exclamó, deseando que fuera verdad—. ¡Te odio!

—Yo también te odio —se rió Edward—. Interesante, ¿verdad? Me pregunto cómo dos personas que se odian mutuamente, podrán sentir una pasión tan intensa.

—Lo de la pasión lo dirás por ti —dijo, con los labios apretados. Luego gritó cuando él se arrodilló entre sus piernas abiertas.

Edward la miró con un deseo que la hizo estremecerse. Ningún hombre la había mirado antes así, y no pudo evitar que su cuerpo reaccionase con excitación.

—Me doy cuenta de que te mueres porque te toque. —Por favor. ¡No me hagas esto! —imploró, sintiendo un dolor que la mortificaba.

—Desearás que te haga el amor antes de lo que tú te piensas —prometió, con un tono de voz sombrío. Entonces la tocó. Pasó un dedo suave y experto a lo largo del sexo femenino caliente y húmedo que él mismo había destapado con una total indiferencia hacia su persona. Luego lo introdujo profundamente.

Ella se estremeció en lo más profundo de su ser. Cuando tenía dieciséis años era demasiado joven e inexperta como para saber que ella también tenía que disfrutar aquello, lo mismo que el hombre que le había robado su virginidad.

Pero esa tortura salvaje, ese placer penetrante que la estaba haciendo perder la cabeza era completamente nuevo para ella. Y el hecho de que se lo provocara ese hombre al que ella despreciaba tanto era motivo suficiente para dejarla completamente conmocionada, aturdida, frágil ante el hombre que arqueaba su cuerpo sobre el de ella, capturando su boca con aquel deseo mientras con las manos acariciaba su piel con una magia que nunca antes había experimentado.

«Que alguien me ayude», exclamó en silencio. No podía creer que le estuviera sucediendo aquello, no podía creer que pudiera perder el control de aquella manera.

Él también lo sabía y jugaba con ella, como un gato con un ratón hipnotizado. Le pasó un brazo por debajo de los hombros, de manera que el cuerpo del hombre dejó de cubrirla por completo y la verdadera tortura comenzó, con unas caricias lentas y lánguidas que le dijeron todo lo que tenía que saber sobre la mujer a la que estaba explorando.

Tocó su rostro, su nariz, sus labios y pasó las manos por el cuello y hacia el valle entre sus senos palpitantes. Siguió la línea de las costillas hacia su estómago de músculos firmes, dibujó la curva de sus caderas, y de nuevo penetró en sus entrañas. Pero fue de una manera tan fugaz, demasiado fugaz, antes de vagar por sus muslos de seda, observándola con una intensidad oscura que casi la asustó.

—¿Por qué siempre escondes tu pelo? –murmuró con voz ronca—. Me excita mucho que tenga el mismo color del vello que tienes entre los muslos. Me encanta que la palidez de tu piel contraste tanto con mi propia piel, que tus senos sean tan sensibles a la más ligera caricia, a pesar de que te resistas. E incluso que te resistas, me excita. Me hace preguntarme lo que podría sentir cuando decidas devolverme la tortura.

—No —protestó, negándose a esa voz que la hablaba con tanta dulzura y provocación—. No voy a tocarte nunca. No necesitas que lo haga.

Su excitado sexo lo confirmaba.

—Te volveré loca —le advirtió, pareciendo disfrutar de la batalla—. Te haré pedirme...

Bella mantuvo los puños cerrados a ambos lados del cuerpo como respuesta.

Oyó la risa de él ante su sufrimiento, luego notó que él agarraba uno de los pezones duros y se lo metía en la boca para lamerlo, al mismo tiempo que metía un dedo dentro de su cuerpo.


Él la había llamado salvaje. Pues bien, sería una salvaje. Entonces levantó las manos y lo agarró del pelo, arañándolo con las uñas mientras gritaba por lo que le estaba haciendo.

Él murmuró algo, parecía sorprendido. Luego comenzó a repetir de nuevo cada uno de los pasos, de manera que ella reaccionó de la misma manera. Fue tan placentero, tan increíble, que Bella ni siquiera sintió vergüenza de sí misma, sólo excitación... una excitación exquisita porque nunca había imaginado responder así a ningún hombre.

—Me suplicarás o me acariciarás tú también —le advirtió Edward.

Los ojos de él estaban abiertos de par en par. Un verde.

—Yo nunca suplico —le informó, con sorprendente frialdad.

—¿No?

Con los ojos repentinamente brillantes, la dejó en la cama y él se arrodilló a su

lado.

—¿Suplicas? —dijo, con dulzura. —¡Vete al infierno! —exclamó ella. Lo que hizo fue hundir su boca entre los muslos de ella.

Bella suplicó. Se agarró a él en exquisita agonía y le rogó que se detuviera. Envolvió con sus largas piernas y lo empujó, intentando que se apartara. Clavó sus largos dedos en los fuertes hombros de él. Ella gimió, se retorció, jadeó y le odió, mientras él la agarraba con las manos las caderas y la llevaba hasta el límite de la locura.

—¡Oh, por favor, para!

—Di mi nombre —murmuró, al tiempo que su lengua seguía con su movimiento ondulatorio, con la cruel intención de dejarla sin aliento—. Vuelve a suplicarme, pero menciona mi nombre.

—Dios... —susurró indefensa.

—Edward—la corrigió—

—Por favor, por favor... —murmuró, al borde del delirio.

—Por favor... ¿qué?

—¡Por favor, penetra en mí! —gritó Bella, sintiendo un dolor increíble.

Bella sintió una gran humillación cuando él se tendió sobre ella y sin más avisos, la penetró.

—¿Así? ¿Es esto lo que la mujer de los cinco millones de libras quiere?

Pero ya era tarde para Bella. Ya nada la podía importar, perdida como estaba en un tremendo climax que seguía y seguía.

Él notó su éxtasis y no pudo evitar besarla mientras ella clavaba los dedos en su espalda, y se siguió moviendo dentro de ella hasta alcanzar su propio clímax. Edward sintió que perdía contacto con la realidad, que su mente se iba en ese momento de increíble dolor y gozo.

Bella se daba cuenta de que después de ese encuentro, no volvería a ser la misma. Algo dentro de ella había desaparecido. Mientras sentía el enorme cuerpo de él todavía encima de ella, se daba cuenta de que algo vital le había abandonado. Pasando desde su cuerpo al de él.


Finalmente, él se echó a un lado, hundiendo la cabeza en la almohada y ella giró sobre sí misma, apartándose de él. Todavía estaba sorprendida por lo apasionado del encuentro, pero se daba cuenta de que una vez superado el momento de frenesí, ambos volvían a ser extraños. Allí tumbados, uno al lado del otro, algo volvía a separarlos.

Él fue el primero en moverse, rodando hasta el borde de la cama y sentándose con los pies en el suelo. Bella oyó cómo él lanzaba un fuerte suspiro antes de levantarse y ponerse de nuevo el albornoz.

6 comentarios:

  1. me encanta.. no puedo esperar por mas

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  2. omg si esto es la guerra como será hacer el amor omggggggggggggggg jajajajaja nos leemos nena gracias ;) =) ♥

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  3. Ohhh bueno, si las peleas terminan así, no me quejo, jajajaja
    Esos dos de verdad pelean muy fuerte, pero ni se determinan en otras ocasiones...
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  4. wow , muy buena la pelea jajajaja, por que ed, tenia que joder todo en el momento perfecto?? ahss ni modo , estaá genial, espero leerte pronto :)

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  5. Por Deos todo fue tan intenso que crei morir con ellos, asi q Bella tuvo un romance a los 16 imagino que ahi quedo embarazada y el papa de Alice murio asi que ella tendra como 23 o 24 y Ed 33 o 33 algo asi. Me dio tristeza el final pero a Edward le interesaba ella antes asi que hay esperanza.

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  6. Wuouw, que intenso todo. No puedo imaginar como sería tener que estar siempre a la defensiva, debe ser muy agotador tener siempre que estar con la guardia en alto. Espero que ese encuentro no solo la afectara a ella sino a él también

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