Luego, el rostro de Edward se transformó y pareció reflejar el desprecio que sin duda sentía por Bella, al tiempo que recorría con los ojos toda la figura de ella. Bella pensó que debía de estar viéndola desnuda, al igual que ella lo había visto a él.
Eso la hizo sentirse enferma. El estómago y la cabeza comenzaron a darle vueltas.
—No quiero que te vuelvas a recoger el pelo mientras estés conmigo —dijo Edward, en un tono extraño. Bella se llevó una mano al prendedor con el que se recogía el pelo, sin comprender por qué él intentaba meterse con ella de esa manera tan extraña.
—No me importa lo que tú quieras —respondió Bella, desafiante—. Para mí es más cómodo llevar el pelo así.
—Pero es que al llevarlo recogido estás mintiendo. Sólo si lo llevas suelto, la gente podrá saber cómo eres en realidad.
—¿Y cómo crees que soy? —preguntó, temerosa de que pensara lo mismo que su padre había pensado de ella, que su comportamiento era como el de una fulana.
Seguro que ese hombre no debía de ser muy distinto de su padre. Y se lo confirmó la tranquilidad con la que bebió un trago del vaso de whisky que tenía en la mano, antes de contestarla.
—Suéltatelo —le ordenó—. O tendré que soltártelo yo mismo.
—La cena está lista —anunció una voz, detrás de Bella.
Se volvió bruscamente y se encontró con la mirada glacial de Elena. Y a pesar de que la mujer debía de haber oído toda la conversación entre ellos por el modo en que la miraba, Bella le devolvió la mirada con gesto orgulloso.
Bella se sobresalto al sentir la mano de él sobre su hombro. No sabía cómo podía haber recorrido la habitación tan rápidamente, pero era indudable que ésa era la mano de Edward.
—Déjanos solos —ordenó al ama de llaves.
En cuanto la mujer se fue, Edward le quitó el prendedor que le sujetaba el pelo, y éste cayó sobre su espalda como una cascada de fuego.
Bella se volvió para encararse con él.
—No me desafíes —le advirtió con gesto sombrío, o atente a las consecuencias. Y para demostrarlo la agarró del pelo e hizo que ella apartara la mirada de él.
—¿Qué sucede? ¿Es que no te gusta ser quién eres? —La verdad es que no—contestó ella, con sinceridad.
—Y es por eso que escondes tu verdadera naturaleza bajo esas ropas remilgadas y ese peinado. ¿Es que te avergüenzas de ti misma?
—Así es —volvió a asentir, con la misma frialdad. —Pero no pudiste controlar tus sentimientos en la cama hace un rato, ¿verdad?
—Tampoco tú lo hiciste.
—Pero yo no llegué al punto de quedarme casi sin aliento. Bella bajó la mirada, palideciendo.
—¿Te lo pasabas así de bien con esa estrella del rock? ¿Reaccionabas de un modo tan espectacular como lo hiciste conmigo?
Ella se negó a contestar a eso. No era asunto de ese hombre lo que a ella le había pasado antes de conocerle a él, y no tenía intención de inflarle el ego confesando que nunca había perdido el control con ningún otro hombre como con él.
Él levantó su barbilla con la mano, obligándola a mirarlo a los ojos, como si estuviera esperando una respuesta. Pero lo único que obtuvo fue una mirada fría y desafiante. Su boca sensualmente roja, todavía hinchada por los besos de él, permaneció cerrada.
—Te advierto que en cualquier caso no te podrás permitir ver a ningún otro hombre a solas mientras estés aquí. De hecho, te puedes considerar mi prisionera.
—Eso ya quedó claro en el contrato —le recordó. —No es necesario que me lo recuerdes.
—Pero es que cuando firmaste el contrato, me da la impresión de que no eras tan consciente como ahora de tu verdadera naturaleza. Así que quiero que sepas que no permitiré que te acuestes con ningún otro hombre. ¿Lo entiendes?
—Perfectamente —no quiso darle la satisfacción de discutírselo. Sabía que ese hombre se crecía con las discusiones. Era como si le abrieran el apetito sexual. Pero Edward se debió de dar cuenta de lo que ella estaba pensando. Al fin y al cabo, no era ningún idiota y podía adivinar los pensamientos de ella como ella los de él. Sin embargo, para sorpresa de Bella, lo único que hizo fue echarse a reír. Y luego, la besó de nuevo.
Sus cuerpos se juntaron con una rapidez sorprendente. Sus lenguas se encontraron, mientras él recorría el cuerpo de ella con sus manos, atrayéndola hacia él, de manera que Bella pudo sentir como la virilidad de él se endurecía.
Ella volvió a sentir que su cuerpo se derretía, sintió un dolor en sus pechos y en el interior de sus muslos ante el que no pudo hacer nada. No pudo hacer nada para evitar que eso volviera a suceder.
Ella abrió las piernas para poder sentirle más cerca y se le escapó un gemido de placer. Sin embargo, tenía la horrible sensación de que no podía hacer nada para evitar perder el control.
Él apartó su boca de la de ella, a pesar de que seguía sujetándola por las caderas con ambas manos para apretarla contra él. Ella abrió los ojos extrañada de que él le negara su boca y se quedó completamente confusa al darse cuenta de lo que él estaba haciendo.
Estaba observándola.
Observándola con una expresión que delataba el desprecio que él sentía por la falta de autocontrol de ella. Sus ojos la estaban insultando.
La despreciaba por responder de esa forma a los requerimientos de él. Pero también se despreciaba a sí mismo por desearla tanto.
—Tendrás que esperar —dijo Edward—. Tengo que ir a consolar a otra mujer antes de que te pueda dar consuelo a ti.
Eso fue muy cruel. Sin duda ese hombre sentía un gran desprecio por la situación en la que se habían metido ambos.
Finalmente, Edward se marchó bruscamente. Oyó cómo se cerraba la puerta de la calle y cómo un coche arrancaba y salía a toda velocidad.
Ella se quedó allí temblorosa y avergonzada. Apenas podía respirar por la rabia de sentirse tan despreciada por ese hombre. La trataba como su padre había hecho siempre.
Pensó también en lo que le había dicho acerca de que iba a consolar a otra mujer, dejando claro que ella apenas contaba para él.
Ella estaba allí con un único propósito: concebir un hijo de Edward para que pudieran obtener los beneficios del trato que habían firmado.
—La cena está lista, señora... —Sofia apareció ante ella con la mirada baja—. Le enseñaré dónde está el comedor.
Bella tuvo que esforzarse por recuperar la calma y seguir a Sofia hasta un salón clásico donde sólo un plato esperaba en la gran mesa.
No sabía por qué se sentía tan desesperada. Él siempre le había advertido que la iba a dejar sola.
Pero, afortunadamente, desde lo más profundo de su agonía emergió la otra Bella, la práctica, la fuerte, la Bella burlona. La que sonreía de manera extraña ante el hecho de sentirse herida por el trato que la ofrecía Edward. La que podía sentarse cómodamente en la mesa y comer sola, porque eso era preferible a comer con un hombre mezquino y cruel como Edward Cullen, un hombre que se parecía tanto a su padre.
Cuando terminó la silenciosa comida, salió del comedor con la barbilla alta y subió las escaleras impecables para volver al santuario de su dormitorio a prepararse para irse a la cama. Entonces sintió que las barreras que había construido a su alrededor estaban amenazadas por una sola cosa.
Lo supo cuando miró a la cama que con tanto cuidado había ordenado antes de ir a cenar. Alguien había cambiado las sábanas y había puesto una colcha de color limón que no dejaba traslucir lo que había pasado allí. Efectivamente, ya no había arrugas traicioneras.
Bella se encogió de hombros. Estaba segura de que todos los empleados de la casa debían saber lo que había pasado ya en aquella cama.
¿Y sabrían también por qué había pasado? Por el frío recibimiento, se imaginaba que sabían exactamente por qué estaba ella allí, y lo que era mucho peor, que Edward Cullen aceptaba la situación bajo las condiciones más duras.
Eso hizo que pensara en la posibilidad de que también supieran dónde estaba aquella noche.
Que conocieran la existencia de la amante, de la otra.
¿Sabían que se había levantado de su cama sólo para meterse en la cama de su amante?
La embargó un sentimiento de humillación que abrió paso a una furia que pocos sabían que Bella poseía. Con los ojos brillantes, agarró la colcha de color limón y tiró de ella, haciéndola caer sobre el suelo.
¡Desde ese momento, cada vez que entrara en esa habitación, desharía esa cama podrida! Obligaría a los empleados a cambiar la cama quince veces al día y a asombrarse de la virilidad insaciable de su jefe, que podía satisfacer a dos mujeres a un tiempo.
¡Y a ella no le importaba! Se dijo, mientras se metía en las sábanas inmaculadas. No le importaba, siempre que el hombre hiciera el amor con la otra de una manera segura. ¡Aparte de eso, no tenía ningún interés en la vida sexual de él!
En ese preciso instante su cerebro le ordenó cambiar de tema, ya que tenía la horrible sensación de que podría empezar a importarle mucho más de lo que creía. Afortunadamente, el sueño llegó en su ayuda nada más cerrar los párpados. Y acurrucada hacia un lado, con un camisón de satén y su cabello sobre la almohada, se olvidó de todo durante horas. Horas y horas durante las que ignoró el horrible cambio que iba a dar su vida desde aquel momento.
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La realidad había vuelto de nuevo.
—¿Qué? —murmuró confundida—. ¿Qué estás haciendo? —protestó, al notar que él la ponía boca arriba y se colocaba encima—. ¡No!
—No es una palabra que me resulta familiar —dijo él, con una sonrisa irónica.
Bella abrió los ojos y se encontró atrapada en las pupilas verdes que confirmaban sus palabras y sus actos. —¿Qué pasa? ¿No ha estado cariñosa hoy?
Él frunció el ceño y entrecerró los ojos unos segundos hasta entender el significado de aquellas palabras. Luego hizo una mueca y sus dientes brillaron en la oscuridad, crueles y agresivos como las siguientes palabras que pronunció.
—Fue cariñosa, pero ahora te deseo a ti.
—Eres desagradable —replicó, tratando de liberarse, pero él no iba a permitirlo.
—Sin embargo, el trato dice que te puedo tomar siempre que quiera. Así que no vuelvas a decirme nunca más que no.
Y él la tomó, apasionada y despiadadamente, cubriendo la boca de ella con la suya, con una intimidad oscura y sabía que espantaba a Bella, a pesar de que sus propios deseos estallaron traicioneros dispuestos a recibirlo.
Él todavía olía a whisky. Sus labios estaban calientes por el alcohol y su lengua también, y traspasaron a la lengua de ella el sabor embriagador, con su desvarío. Las manos le temblaban ligeramente, como si el deseo fuera tan grande que tuviera problemas en controlarlo. Los largos dedos se deslizaron sobre la tela suave, buscando sus senos, sus costillas, su abdomen, provocando en ella gemidos de placer. La espalda de Bella se arqueó, los músculos se pusieron tensos y las manos femeninas agarraron los hombros de él con la intención de apartarlo.
Pero las manos de ella no obedecieron. Tocaron la piel dura, caliente y desnuda, y se abrazaron a ella. Un gemido escapó de los labios de la mujer, al tiempo que las manos de él volvían a encontrar sus senos. Los pezones se pusieron rígidos instantáneamente y continuó acariciándolos con las palmas con una sabiduría erótica que los mantuvo contra la tela del camisón, mientras rozaba sus muslos contra los de ella.
El roce del miembro masculino contra la tela fina le resultaba tan excitante que Bella abrió un poco más los muslos para que le diera donde más lo necesitaba.
La boca de él se apartó y soltó una carcajada. Fue un sonido que expresó rabia, más que diversión. —Qué ardiente eres cuando te abandonas —observó provocativo—. No me extraña que me prefieras a mí, en vez de a ese grotesco y ridículo viejo que está a punto de cumplir los sesenta. Ese no te habría dado ni la mitad de placer.
—Tu mente está podrida. —¿Tú crees? —se burló.
Entonces agarró el borde del camisón y se lo subió por encima de las caderas.
Luego la penetró. Sin ningún escrúpulo, sin un pensamiento más.
Para horror de Bella, sintió que se volvía loca. Como la última vez, sintió instantáneamente un éxtasis que dejó su cuerpo palpitante y retorciéndose de placer. Echó la cabeza hacia atrás, y de su garganta salieron exclamaciones que no pudo evitar.
Edward se quedó perplejo una vez más, aturdido por la espectacular respuesta de ella. Luego inclinó la cabeza y chupó uno de los pezones duros a través de la tela, mientras movía las caderas con golpes secos cada vez más largos y profundos, más fuertes, haciendo imposible que Bella volviera a la realidad.
Ella estaba fuera de sí y eso lo preocupaba, pero no podía hacer nada para evitarlo. Cuando él se apartó ella debería de haberse tumbado y haber vuelto a la tierra, pero no lo hizo. En vez de ello, se quedó allí levantada, perdida en un mundo de sensaciones eléctricas.
Él murmuró algo que ella no entendió. Luego se puso de lado, y le levantó el camisón, antes de que con la boca cubriera de nuevo la dé Bella y descubriera con los dedos lo que su cuerpo ya sabía: lo que era un orgasmo múltiple femenino.
Esos dedos torturadores la acariciaron y excitaron. Bella lo agarró del cuello y se abrazó a él desesperadamente, para que la boca de él cubriera la suya, mientras con la otra mano, buscaba otras partes del cuerpo masculino.
Era tan alto, tan duro y tan fuerte que lo necesitaba dentro de nuevo. Deseaba la boca de él sobre sus senos, pero también quería que siguiera besándola de la manera en que lo estaba haciendo. Finalmente, agarró un mechón de cabello y con un gesto de impaciencia, ofreció uno de sus senos. Era como si todo su cuerpo necesitara sus cuidados.
Edward comenzó a vibrar ante las caricias de ella. Bella lo notó y suspiró satisfecha. Se desnudó para él y lo guió hacia su centro, agarrándolo por los muslos delgados y musculosos.
Así agarrado, con la cabeza de él enterrada entre sus pechos, hizo un movimiento hacia delante de sus caderas, ofreciéndose por completo. No pudo evitar un grito de angustia y placer que resonó en la oscura habitación cuando sintió el clímax de él, cuando oyó una maldición suave de boca de él al tiempo que perdía el control y se elevaban juntos, tan alto que Bella sintió que perdía su mente y su cuerpo.
.
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A la mañana siguiente, cuando se despertó, no había señales de Edward, sólo el olor de él sobre las sábanas y sobre su cuerpo...
Fue un esfuerzo enorme levantarse. Llegó al baño casi tambaleándose, y sólo consiguió sentirse mejor al comenzar a buscar entre sus ropas lo que ponerse.
Era un día soleado y hacía un calor sorprendente para la época del año, descubrió al abrir la ventana en un esfuerzo por llenarse los pulmones de un aire que no llevara el olor de él.
Fue inútil. Él estaba dentro de ella, lo sabía. Sabía que aquel hombre y su olor estaban destinados a formar parte de ella desde entonces.
Era un pensamiento terrible, el tipo de pensamiento que la hacía temblar, ya que sabía que él la despreciaba por la manera en que había respondido.
«¡Oh, Bella, tienes que asumirlo!», se dijo con tristeza. «Te despreciarías a ti misma menos si hubieras sido capaz de responderle de manera fría, y eso es lo que de verdad te preocupa. Estás disgustada contigo misma por ser tan frágil ante un hombre que te tiene tan poco respeto».
«Y por lo que sabes de él, probablemente tiene el mismo efecto sobre todas las mujeres con las que se acuesta».
¿Significaba eso que su amante también perdía la cabeza cada vez que él le hacía el amor?
¿Importaba eso?, se preguntó enfadada, mientras una desagradable sensación de celos comenzaba a penetrar dentro de sus venas. «Lo único que tiene que importarte es cómo has respondido tú, y es una lástima».
Durante los quince días siguientes su vida no cambió. Durante el día no lo veía. Y luego, al caer la noche, hacían el amor, sin que él se quedara nunca a dormir con ella. Bella se acostumbró al ruido de un helicóptero que aterrizaba y despegaba cada mañana temprano, que lo llevaba a su empresa en Atenas, imaginaba, aunque nunca le habían dado la posibilidad de preguntar. Luego volvía de la misma manera, generalmente al atardecer, cuando el cielo comenzaba a oscurecer.
Bella no sabía dónde. Pero nunca estaba con ella. El único contacto que tenían era en la oscuridad, cuando él se tumbaba a su lado y ambos disfrutaban de la poderosa fuerza del erotismo compartido. Nunca hablaba y nunca demostraba remordimientos por tratarla según el trato convenido.
Cuando terminaban, él se tumbaba boca arriba a su lado y ella se acurrucaba lo más lejos posible de él, esperando a que los temblores que agitaban su cuerpo cesaran. Temblores que ella sabía que él notaba, y que creía, eran la razón por la que él permanecía un rato más... porque esos temblores eran parte de su deber. Alimentaban su ego. Un ego que había sido profundamente dañado al aceptar aquel trato.
Puede que incluso se odiara a sí mismo por aquello. Bella creía haber visto en la oscuridad una expresión en sus ojos que dejaba adivinar un desprecio a sí mismo cuando la veía fuera de sí.
Al final de aquellos primeros quince días empezó a desear, a rezar que la Madre Naturaleza fuera amable con ella y la ayudara a quedarse embarazada. Si la fuerza de su acto amoroso dependía de ello, debería de estar embarazada ya. Por lo menos eso serviría para que la dejara en paz.
Pero no fue así. La mañana en que se despertó con los síntomas de que le iba a llegar el período, Bella lloró.
Ese día Bella vagó por la casa vacía sumida en una profunda depresión. No tenía allí ningún amigo, nadie en quien confiarse. Además, tendría que contarle a Edward que todo había sido en vano y que no podrían tener relaciones durante los cinco días siguientes.
¿Pero cómo iba a decir nada a un hombre que sólo iba a verla durante la noche?
¿Dejándole una nota en la puerta que había entre su dormitorio y el de ella?
La tentación era tan fuerte que estuvo a punto de hacerlo. Finalmente hizo lo único que podía hacer, que era esperar levantada hasta que él llegara. Cuando oyó la puerta entre los dos dormitorios abrirse, ella estaba en la ventana con un albornoz blanco hasta los pies.
Se dio la vuelta para enfrentarse a él.
—No estoy embarazada —informó, sin preámbulos, observando cómo se detenía de repente.
Se quedó inmóvil durante unos treinta segundos. Por un instante ella tuvo una sensación de triunfo al ver que estaba desconcertado y no sabía qué hacer.
—Te sugiero que utilices a tu amante durante los próximos días —añadió, con voz gélida—. Ya te diré cuándo estoy disponible de nuevo.
¡Cómo disfrutaba Bella! Él la trataba como a una prostituta, y ella respondía como tal. Las pestañas largas de él parpadearon ligeramente, como si las brutales palabras de ella le hubieran golpeado en la cara.
Porque no era estúpido, y sabía que no merecía un tratamiento mejor. Pero el hombre en seguida recobró la fuerza. —Muy bien, lo haré.
Entonces se marchó y cerró la puerta, dejándola allí en pie con la barbilla desafiante, la postura orgullosa y lágrimas rodando por sus mejillas.
¿Por qué lloraba? No lo sabía. ¿Qué esperaba de él, después de todo? ¿Esperaba que él demostrara disgusto, preocupación por su salud o compasión por la soledad de sus noches?
A sí continuaron los dos meses siguientes. Edward iba y venía desde la isla a Atenas. Pasaba con ella cada noche, excepto los fines de semana que pasaba con su amante. O eso imaginaba Bella.
Bella se decía continuamente que no le importaba, que los sábados y domingos suponían para ella un descanso del apetito voraz al que la sometía los restantes días de la semana.
Todos los sábados por la mañana llamaba a Alice y pasaba largo rato hablando con ella, asegurando a la niña que no la había olvidado.
Esas llamadas eran para ella muy dolorosas, y al mismo tiempo, eran el único aliciente de la semana. La niña se sentía muy sola. Bella la entendía, porque ella había sentido lo mismo durante su infancia y se pasaba los fines de semana deprimida.
Durante el día, Bella se había organizado su propia rutina: nadaba veinte largos antes del desayuno y hacía lo mismo por la tarde. Entremedias leía bastante y Bella se encogió de hombros y de repente se dio cuenta que iba a tener que admitir que le había dejado hacerle el amor cuando ya sospechaba que estaba embarazada.
—La semana pasada tuve la segunda falta en mi período. Quería estar segura antes de decírtelo.
Era una excusa estúpida, pero él no dijo nada. Simplemente la miró en silencio, con unos ojos que no dejaban traslucir nada.
Pero aún así, ella creyó intuir algo en él... algo que la dejó inmóvil bajo el sol, conteniendo el aliento mientras esperaba...
¿Qué esperaba? Se preguntó confusa.
Enseguida lo supo, porque la respuesta de él fue tan dolorosa que creyó que iba a desmayarse.
—Entonces ya está.
Dicho lo cual se dio la vuelta y se marchó, dejándola allí sola, abandonada y vacía.
Una hora después, desde el dormitorio, Bella escuchó el helicóptero despegar. Con la cara pálida y los dientes apretados, cerró los ojos y los puños y oyó el ruido del motor alejarse.
«Entonces ya está». Aquellas palabras crueles no habían dejado de repetirse en su mente una y otra vez. No le había hecho ninguna pregunta sobre su salud. ¡Ninguna! De su boca únicamente habían salido aquellas tres palabras que demostraban el desprecio que sentía por ella y por su hijo. Que indicaban que aquel hombre no tenía sentimientos y que deseaba aquella isla a cualquier precio.
No había esperado algo diferente de él, pero aún así se sentía muy dolida.
Y de repente, sin previo aviso, las puertas que conectaban su dormitorio con el de él se abrieron. Bella se dio la vuelta sorprendida y se encontró con Edward.
El asombro y la confusión que experimentó fueron tan fuertes que su cabeza comenzó a dar vueltas, sin saber exactamente por qué, hasta desvanecerse.
—¿Qué demonios te ha pasado? —oyó que decía la voz ronca de él, mientras volvía en sí.
Estaba tumbada en la cama y él estaba a su lado, mirándola con expresión enfadada y preocupada a la vez.
—Creí que te habías ido —murmuró—. Me ha sorprendido verte.
—¿Creíste que me había ido? —preguntó, con una incredulidad tal que ella estuvo a punto de reír—. Acabo de llegar. ¿Por qué demonios me iba a marchar tan pronto?
—¿Por qué demonios ibas a querer entrar en mi dormitorio durante el día? —replicó ella.
Él hizo un gesto incómodo, al tiempo que se sentaba en el borde de la cama.
—Puede que sea cruel, pero no soy tan despiadado. Fue una pequeña concesión, una insignificante, por su parte que no merecía la respuesta de ella... o no todavía.
Entonces el brazo de ella se levantó, como por propia voluntad, para agarrar el cuello de él, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. A continuación se incorporó y apoyó el rostro sobre su hombro y lloró.
Era difícil saber cuál de los dos estaba más impresionado. Bella estaba sorprendida de ella misma porque nunca, ni en sus horas más bajas, había imaginado hacer algo así. Jamás había llorado delante de nadie, ni siquiera se había permitido hacerlo a solas.
Edward, por su parte, estaba tan asombrado que se quedó rígido. Ella notó la tensión de sus hombros y su cuello, pero también sintió el latido de su corazón, como si la impresión le hubiera hecho cambiar su ritmo habitual.
Y en ese instante, con un suspiro extraño y contenido, Edward se giró y la abrazó. No dijo nada, simplemente la dejó que hiciera lo que necesitaba hacer: llorar como si tuviera el corazón destrozado.
Pero como suele pasar con los gestos impulsivos, ése llegó de repente a su fin. Cuando así fue, cuando los sollozos se hicieron gemidos amortiguados y Bella se dio cuenta de lo que había hecho y con quien, la vergüenza tiñó sus mejillas y se estremeció de horror. Se apartó de él, se levantó de la cama y se dirigió hacia el cuarto de baño dejándolo sentado en la cama, siguiéndola con sus ojos.
Ella no miró atrás, no quería ver lo que había en aquellos ojos. Necesitaba estar sola para asimilar lo que había pasado en aquella habitación bañada por el sol.
Por primera vez en muchos años, Bella había pedido la ayuda de una persona para consolarse y se despreció por su debilidad. Odió a Edward por hacerla sentirse tan frágil y odió la situación que nunca debió comenzar y que tenía que continuar su curso.
Un curso que cambiaba y avanzaba poco a poco. Sorprendentemente, Edward no la olvidó después de que su parte del contrato se hubo cumplido. Si estaba en Atenas, iba todas las noches a la casa, e
incluso comenzó a cenar con ella para charlar un rato y acompañarla cada tarde. La llevó de excursión varias veces a tranquilas playas al atardecer o a dar un paseo por alguna ciudad de la isla, en esa época llena de turistas.
Pero, siendo fiel a su palabra, no volvió a hacerle el amor.
Pasó un mes y luego otro, y era visitada por un doctor que viajaba desde Atenas. Ganó peso y sabía con certeza que si no seguía haciendo ejercicio dos veces al día en la piscina, se hincharía como un balón gigante.
No notó el brillo de su rostro, que aumentaba su belleza con una nueva vitalidad de su pelo que se hizo más profundo y sedoso y que, bajo el sol, parecía fuego ardiente.
Tampoco notaba la voluptuosidad que emanaba de su cuerpo hinchado en el vientre mientras el resto permanecía increíblemente delgado.
Lo único que sabía en esos momentos era que amaba a su hijo ya, aunque no le gustara la forma de su cuerpo.
—Estás creciendo, cariño —murmuró suavemente una mañana, mirándose al espejo los cambios que se producían en el abultado abdomen—. Toma lo que necesites de tu madre para hacerte un hombre fuerte.
Y el hijo tomó mucho, tenía que admitirlo. Tanto que necesitaba irse a la cama antes de las diez cada noche y descansar varias veces durante el día.
Luego, la tarde de un miércoles, dos semanas después de que comenzara su quinto mes de embarazo, recibió una llamada que le devolvió toda la energía en forma de venganza. Sofia contestó la llamada y fue a buscarla.
—Una tal Leyton. Dice que es urgente.
La señora Leyton, el ama de llaves de su padre la llamaba y Bella se levantó alarmada hacia el teléfono más próximo.
La causa de la llamada era Alice y diez minutos más tarde Bella volvía a la cama en un fuerte estado de nervios.
—Escucha, Elena, tengo que irme a Inglaterra. No me importa cómo, pero iré aunque tenga que ser a nado.
—Pero el señor dice que no puede dejar la isla sola.
—¡No me importa lo que el señor dice! ¡Tiene que haber un número de teléfono donde se pueda contactar con él en una urgencia! Así que llámalo ahora mismo —ordenó, abriendo su maleta y poniéndola sobre la cama.
—¿Ponerse en contacto conmigo para qué? —dijo una voz masculina desde la entrada de su dormitorio. Bella se volvió y fue hacia él.
—¡Oh, Edward! Gracias a Dios...
La muchacha notó un mareo repentino y no tuvo más remedio que tumbarse en la cama, al lado de la maleta. Como en la lejanía escuchó las maldiciones de su marido y su prisa por ir hacia ella en su ayuda.
—¡Mujer estúpida! ¿Cuándo vas a aprender que no puedes salir de la isla así?
—Estoy bien —aseguró, aunque sus labios estaban extrañamente pálidos.
—Sí, claro —replicó él burlonamente, viendo el esfuerzo que hacía para levantarse—. ¡Estás tan pálida como las sábanas!
—¡Escucha! —gritó, interrumpiéndolo enfadada, ignorando su mareo y la sensación de náuseas que le llegaba del estómago—. Alice, mi hermana, está en el hospital con apendicitis aguda. Tengo que ir a Inglaterra, me necesita.
—Necesita a su padre —aseguró Edward con frialdad—. Tú necesitas descansar y cuidarte.
¿Era una negativa? Bella lo miró y vio en su cara aquella conocida expresión hermética. Su corazón dio un vuelco al darse cuenta de que tenía que librar una batalla. Elena había desaparecido del cuarto.
—Ella me necesita —repitió.
Edward fue hacia el baño como si ella no hubiera hablado. Bella se levantó, notando cómo el temor la invadía.
—Edward... —le dijo, en la puerta del baño, sintiendo sus caderas temblorosas y su cabeza tan mareada que tuvo que agarrarse al marco de la puerta—. Por favor... Tiene solo siete años, está asustada y débil.
—Así que he pedido que nos preparen algo para ir a comer a la bahía del otro lado de la isla.
—No voy a ir a sentarme tranquilamente a comer en ninguna playa mientras Alice me necesita —exclamó enfadada.
—Lo harás, Bella. Vas a hacer exactamente lo que yo diga. Tu hermana no es asunto tuyo, tu preocupación tiene que ser ahora mismo el hijo que llevas dentro. Concéntrate en tus prioridades y olvida que has recibido esa llamada. Te prometo que será la última que recibas desde ahora.
—Entiendo. La prisionera ha sido finalmente aislada, ¿es eso? No se me permite salir de la isla por si acaso alguien adivina que la forma de mi cuerpo tiene algo que ver contigo. No se me permite hablar con nadie por si alguien de la isla descubre mi relación contigo. Y ahora no voy a recibir llamadas de mi propia familia por si acaso reciben la impresión estúpida de que todavía tengo una cabeza para pensar de vez en cuando.
—Así es... te tengo en una jaula de cristal. Y dime, ¿vas a querer nadar en la bahía? Porque si es así puedes llevar un traje de baño.
—¡No voy a ir a ningún lado contigo!
El hombre entornó los ojos y alzó la cabeza como si le hubiera golpeado.
—No me hables así —dijo, sorprendido.
Como respuesta, ella se acercó a la maleta y la cerró.
Inmediatamente, él le quitó la maleta y la agarró por los hombros sin apretarla, aunque demostrándole lo que estaba dispuesto a hacer.
—Ahora escúchame —continuó él, con los dientes apretados—. Firmaste un contrato en el que yo tengo más derechos sobre ti que tú misma. Llevas un hijo mío dentro de ti.
—Un pasaporte para lo que más deseas, quieres decir. Yo no soy otra cosa que la mártir que has tenido que aceptar para conseguir tu sueño.
—¿Mártir? ¿Te ves así de verdad? ¿Y quién demonios crees que soy yo?
—Alguien cruel y sin corazón si no me permites ir en ayuda de una niña enferma y asustada que me necesita —exclamó, apartándolo de un empujón—. Pero yo no soy como tú y me importa el dolor y el sufrimiento de una niña, así que voy a ir, te guste o no.
Entonces tomó el bolso y se dirigió hacia su dormitorio. Tenía dinero propio, así que podría comprarse la ropa que necesitara y el billete de avión.
—No permitiré que te vayas, lo sabes.
—No creo que te haya pedido permiso —replicó con tono seco.
—Mis hombres te detendrán cuando te aproximes a la salida de la finca.
En ese momento Bella estaba en las escaleras que bajaban hacia la primera planta, la mano apoyada en la barandilla porque sabía que podía desmayarse en cualquier instante. El la observaba atentamente, temiendo lo que la muchacha podría hacer si daba un paso hacia ella.
—¿Quieres decir que me detendrán físicamente?
—No, pero yo si lo haré. Apártate de las escaleras, la palidez de tu cara me dice que estás luchando por mantenerte en pie.
—Tú cara me dice que no tienes ni idea de lo que es amar a alguien por encima de lo que te amas a ti mismo.
—¿Me estás hablando de tu hermana?
—Sí —dijo, con el rostro más sombrío aún—. Alice me necesita. Soy la única madre que ha conocido en su vida y tiene derecho a llamarme para que corra a su lado si está sufriendo.
—Vete con ella y se romperá inmediatamente el contrato que tenemos. Bella se quedó inmóvil, mirándolo con los ojos abiertos de par en par.
En el contrato había una pequeña cláusula que la prohibía salir de la isla mientras estuviera embarazada, a riesgo de perder la custodia sobre su hijo. Y es que al firmar no había previsto ningún motivo para salir de allí hasta que todo hubiera terminado.
Su corazón dio un vuelco al darse cuenta de que llegaba el momento de elegir entre Alice y el hijo que crecía dentro de su vientre. Un hijo al que ya amaba y seguiría amando mucho más que aquel hombre cruel. ¿Podría hacer ella eso a su hijo? Lo demás no le importaba.
Bella cerró los ojos, preguntando en silencio por qué el destino le mandaba una prueba así. Le llegó la imagen de Alice; recordó su carita mirándola. Alice tenía los mismos ojos verdes y serios de ella, el mismo cabello rojizo y la misma personalidad vibrante y natural.
Finalmente decidió que, a pesar del dolor que ello le provocaría, aceptaría el riesgo de perder a su hijo. Era justo ya que Alice había sufrido mucho a su corta edad, mientras que su hijo viviría rodeado de felicidad. Ésa era la diferencia entre su padre y Edward: ambos eran déspotas quizá, ambos crueles y sin corazón, pero Edward nunca castigaría a su hijo por los pecados de su madre.
Los ojos de Bella se abrieron y miraron dentro de aquellas pupilas.
—Tengo que ir. Lo siento.
Dicho lo cual se dio la vuelta y comenzó a bajar las escaleras. Tenía los ojos llenos de lágrimas porque era como si la historia volviera a repetirse y no pudiera soportarlo.
—Espera.
Bella estaba en el último escalón y las palabras de él la golpearon. Se detuvo temblando, pero no se volvió, a pesar de oír que él bajaba las escaleras. Era mejor que él no viera su rostro en ese momento.
—¿Por qué? Dime una sola razón para que esto sea tan importante para ti. Explícame por qué eres capaz de perder los derechos sobre tu propio hijo y te dejaré ir en busca de tu maldita hermana.
Bella bajó los ojos. Le palpitaba el corazón con fuerza.
—Alice no es mi hermana, es mi hija...
Por primera vez en siete años lo decía y se sintió tan extraña que se estremeció.
—¿Es una razón importante para ti?
Ohhh así que está haciendo todo porque Alice es su hija!!!!!
ResponderEliminarAy no, y ahora será que Edward si la deja ir??? Será que le pide una explicación de Alice???
Besos gigantes!!!
XOXO
Lo sabia, por algo la quiere tanto.
ResponderEliminartenia la sospecha de que alice es hija de ella, acepto todas las condiciones de su padre y las de edward sin mas que solo por alguien o razones muy poderosas la hicieron actuar así, obviamente dejas con ganas de seguir leyendo, está más que claro que queremos saber de la reacción de edward, y sobretodo que edward de sé cuenta de que bella solo fue una victima mas de emmett y de edward mismo pues el trato que le dio no fue el mejor, y me alegro por bella , al darle el lugar a alice, esa niña debió haber sufrido tanto, que ya se merecía algo, por cierto la niña sabe que bella es su madre??? ni modo a esperar por la próxima actualizacioón.
ResponderEliminarOmg!! Esto se pone cada vez mejor!,
ResponderEliminaromgggggggg esto se pone cada vez mas tenso mas difícil mas doloroso para bella q clase a alimaña es el papa d bella omg ya lo odio si antes lo odiaba ahora massssssssssss x ser tan despiadado y malo y ahora Edward se le une siendo igual d malo aunq algo pasa x q el x mas hdp q quiere ser no lo es tanto cual será el secreto d alice y bella? omg nena sigue x favor q esto es buenísimo ;) =) ♥
ResponderEliminarSera que Bella fue obligada por el rockero??
ResponderEliminaryo sabiaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa y es mas a ella el fucking padre de alice la violooo y el hijo de su madre de su propio padre no le creyooo
ResponderEliminarAsi que si es su hija! Creo que morire ahora que lo ha dicho npi de que va hacer Edward.
ResponderEliminarO.O solo puedo decir... sin palabras!
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