Capítulo 5/El Secreto

No hubo respuesta. Él no dijo nada y ella temblaba tanto que era incapaz de hablar. Ella sólo podía pensar en que acababa de perder a Alice por la promesa rota hacia otro hombre, hacia su padre. Antes de que éste firmara el contrato con Edward, había firmado con ella otro en el que se prohibía a Bella descubrir su verdadera relación con Alice hasta después de que concibiera el hijo varón que su padre deseaba. 

¿Y ahora qué le quedaba? Estaba a punto de perder los derechos sobre su hijo aún por nacer y acababa de perder los derechos sobre la hija que había tenido siete años antes. 

La mano que la agarró por la cintura era suave. Ella temblaba tanto que no se apartó. 

—Ven. Mi avión llegará dentro de una hora al aeropuerto. Siéntate mientras hago algunas llamadas. 

Bella no pudo evitar apoyarse en él y dejarse conducir hacia el comedor. La sentó en uno de los sillones y se inclinó sobre ella, como si fuera a decir algo. 

Bella esperó con los ojos bajos, pero la pregunta no llegó. Finalmente Edward dio un suspiro y se marchó de la habitación, dejándola allí nerviosa, horrorizada por su propia confesión. 

Más tarde, no supo exactamente cuándo, Sofía llegó con una bandeja de té que colocó frente a Bella, luego desapareció sin decir una palabra. 

Los minutos pasaron y Edward volvió, encontrándola sentada en la misma posición en que la había dejado. Fue él quien le sirvió una taza de té y se la puso amablemente entre las manos. 

—Bebe. 

Obedeció como un autómata. Él se quedó en pie y ella esperó de nuevo sus preguntas. Bella imaginaba que estaría calculando la temprana edad en la que había dado a luz a Alice. 

Diecisiete años. Los labios de Bella hicieron una mueca al levantar la taza. Diecisiete años y su madre acababa de morir días antes en un accidente por ir en estado de embriaguez. Las crueldades de su marido la habían obligado a buscar un escape en el alcohol, aunque ésa no fuera excusa suficiente para abandonar a Bella a un padre que la odiaba y a un hermano que apenas la quería. 

Por eso se había rebelado. 

Bella se burló de sí misma al pensar la manera en que se había rebelado: seis meses intensos, el año en que cumplió los diecisiete. 

Todo comenzó cuando se fugó del internado para unirse a unos jóvenes que iban siguiendo a un grupo de rock por todo el país. El cantante había tardado dos meses en darse cuenta de su presencia, un mes en robar su virginidad y otro mes en abandonarla. 

Al encontrarse en la calle, sin dinero y embarazada, se vio obligada a pedir ayuda a su padre. 

—Bebe un poco más. 

Bella alzó la vista. Edward estaba sentado en el sillón de enfrente y tenía los ojos bajos. 

De repente se oyó el ruido del motor y un coche que se detenía en la entrada. 

Edward se levantó, se acercó a ella y se inclinó para quitarle la taza de las manos. 

—Sofia ha hecho las maletas, sólo queda ponerse en marcha. ¿Vamos? 

La muchacha asintió sin decir nada. El hombre se acercó para ayudarla y ella se apartó bruscamente. Él era su enemigo, recordó con amargura. 

El viaje al aeropuerto fue hecho en total silencio y Bella no se dio cuenta de que Edward la acompañaba hasta que estuvo sentada en el avión privado que comenzaba a despegar. 

—No tenías por qué venir conmigo. Volveré tan pronto como Alice se recupere. 

Él no respondió, sólo la miró fijamente a los ojos, como perdido en miles de sentimientos encontrados. Los ojos de Bella se llenaron de lágrimas. Alzó la barbilla, de aquella manera que se iba haciendo tan habitual en ella, y lo miró a través de sus ojos húmedos. —No soy una cualquiera. 

—Tú misma te anunciaste así. Yo nunca he usado esa palabra dirigiéndome a ti. 

—No hace falta que lo hagas. La oigo cada vez que me miras. 

—Tú eres la única que te vendes. No culpes a otros si creen lo que tú misma les enseñas. 

—Por si te da miedo que te haya contagiado alguna enfermedad mortal con mi conducta indecente, te diré que sólo ha habido dos hombres que han utilizado mi cuerpo. El padre de Alice fue uno, tú el otro. 

—Si me hubiera preocupado eso, habría insistido en que te hicieras análisis... Yo sabía ya casi todo lo que me has dicho sobre ti, hice investigaciones antes de aceptar el contrato. Sé de la vida monacal que has llevado desde que volviste con tu padre, por eso fue tan sorprendente la manera en que respondiste a mí. 

Las mejillas de Bella enrojecieron violentamente. Él levantó la mano para acariciarla suavemente. 

—Lo único que no me dijeron mis detectives fue que tenías una hija. Así que ha sido una sorpresa. 

—Y me imagino que lo utilizarás en contra mi. 

—¿Hace falta? 

Era un desafío. Bella se estremeció y levantó el rostro. 

—Quiero a mi hijo —murmuró con voz ronca—, pero no lo conservaré si tengo que perder a Alice. 

—¿No lo quieres tanto como a ella? 

—Sí, pero Alice ya ha sufrido bastante por la desgracia de tener una madre como yo. Ella merece algo mejor y yo estoy preparada para hacer cualquier cosa por conseguirlo. 

—¿Como acostarte con un hombre al que odias? ¿Como aceptar cualquier insulto de ese hombre sin decir una palabra en tu defensa? ¿Como permitir que te aísle y te castigue por su propia debilidad? 

—¿Admites que eres débil? Edward sonrió con tristeza. 

—Conozco mi debilidad y mi fuerza. Tengo treinta y seis años después de todo, si todavía no me conociera un poco correría el peligro de convertirme en un hombre como tu padre. Así es como tú me ves, ¿no? como a alguien mejor que tu padre. 

—Tú encuentras en la vida cosas que valen la pena. Por eso sí, eres mejor que él. 

—¿Y tú? ¿Qué te hace ser mejor que él? 

—Yo me vendí a mí misma, no vendí la vida de nadie. Tú compraste mi cuerpo a mi padre, no a mí. Como recompensa tú obtendrás tu querida isla mientras que él obtiene un heredero al que le pueda dejar todo su dinero. Yo obtengo a Alice como pago. Así que la única cosa que he vendido ha sido el uso de mi cuerpo. 

—Parece que olvidas los cinco millones de libras que tu padre va a pagarte por ese heredero varón. 

Bella apartó los ojos y miró al cielo que se veía por la ventanilla del avión. 

—No hay dinero. Me mentiste para que te dejara marchar —murmuró él. 

—Yo tengo dinero propio. No necesito el dinero de mi padre. 

—El dinero de tu madre —asintió, sorprendiéndola una vez más—. Ella colocó el dinero en una fundación para ti y podrás disponer de ello cuando cumplas veinticinco años. Doscientas mil libras —añadió con desdén. 

Doscientas mil libras era una pequeña fortuna para cualquier persona y mucho más para Bella, que nunca había tenido dinero. Podría vivir de ello si se organizaba cuidadosamente. 

—¿Sabes? Eres una fulana por varias razones —dijo, quitándose el cinturón y  poniéndose en pie—. Te muestras como una de ellas y te ves a ti misma como tal. 

Dicho lo cual se dio la vuelta, dejándola allí sola con aquellas palabras suspendidas en el aire. Aterrizaron en Londres al atardecer. El ambiente era frío, en contraste con el clima de Grecia. 

—¿A qué hospital vamos? —preguntó Edward, ya en el asiento del Mercedes. 

Ella se lo dijo y él se acercó al conductor, separado de ellos por un cristal ahumado. 

Bella se alegró de no tener que discutir por ir directamente al hospital. Estaba cansada e imaginaba que debía de tener mal aspecto. 

Recordó a Alice, su hija, y sintió que la ansiedad se le concentraba en el estómago. 

Bella había tenido que luchar muchas veces por esa hija, a la que el padre había intentado en numerosas ocasiones apartar, sin conseguirlo nunca. 


—Ahora es mi hija —había anunciado Emmet Swan, el día en que los documentos sobre la adopción fueron firmados—. Dile quién eres en realidad y será la última vez que la veas. 

Bella se estremeció, recordando las posibilidades que le fueron ofrecidas el día en que fue a casa de su padre con una hija recién nacida. 

—No quiero murmuraciones sobre la promiscuidad de mi hija —le advirtió brutalmente—, así que si quieres mi ayuda, déjame adoptarla, a pesar de que no quiero otra maldita mujer a mi alrededor. Puedes ser su hermana, pero para todo el mundo será mi hija, no la tuya, y no debes olvidarlo. 

De manera, que continuó viviendo con su padre para poder estar al lado de su hija. Fue ella quien cuidó de la niña desde su nacimiento, ella quien la alimentó y ella quien la visitaba cada semana desde que su padre la había metido en aquel horrible internado. 

—Lo hago para que se haga fuerte —le había dicho—. Tú la mimas demasiado y nunca va a saber cuidar de sí misma. 

Pero en realidad lo había hecho porque sabía lo mucho que sufrirían ambas con la separación. Y porque colocaba a Bella en una situación más dependiente de él. 

—La tendrás durante las vacaciones —prometió—. Mientras sigas viviendo aquí, claro. Entonces Jacob, el único hijo varón, se había matado y el comportamiento de Emmet Cullen había dado un giro completo. Con su muerte perdió al heredero y al mismo tiempo la posibilidad de una prolongación de sí mismo. Entonces fue cuando Bella se hizo necesaria para sus propósitos, y Alice fue la trampa que tendió para atraparla. 

—Si me das un nieto, yo te cederé la custodia de Alice. Yo elegiré al hombre. Yo sabré dar con uno que quiera casarse contigo. Tú sólo tendrás que acostarte con él... y eso no será ningún problema para alguien como tú. 

Ningún problema. Bella hizo una mueca en el interior del lujoso coche. Bueno, y lo cierto era que no había habido finalmente ningún problema, ¿verdad? De hecho, acostarse con Edward había sido todo un placer. Por lo que su padre debía de conocerla mejor que ella a sí misma. ¿Estaría enterado ya de que estaba embarazada? ¿Se lo habría dicho Edward? Ella, desde luego, no le había informado. No había vuelto a hablar con su padre desde que se casó, pero seguro que Edward habría  informado a Emmet Swan de que había tenido éxito en la misión. 

En cuatro meses su padre tendría al niño a quien dejaría toda su fortuna. Edward tendría su isla y Bella tendría la custodia de Alice. 

El niño que llevaba dentro haría que todos obtuviesen su premio. 

—¿Sabe la niña que eres su madre? La pregunta la sobresaltó. 

—No —contestó—. Y no se me permitirá decírselo hasta que haya entregado el niño a mi padre. Y tampoco te lo debería de haber dicho a ti. Si mi padre descubre que he desvelado el contenido de nuestro pacto, romperá nuestro contrato y se quedará con Alice sólo para martirizarme. 

El hospital apareció delante de ellos. Edward la acompaño en silencio por los largos pasillos, haciendo que Bella se olvidase de su presencia. La ansiedad fue en aumento mientras se acercaba a la sala adonde les habían indicado. 

Pasaron primero por una sala de enfermeras, donde estaba una enfermera joven y bonita que los miró con una sonrisa en los labios. Era la sonrisa más amable que habían dirigido a Bella en meses. 

—Usted debe de ser la hermana de Alice. Se parece mucho a ella. 

—¿Cómo está? —preguntó Bella, preocupada. 

—Está bien —la enfermera se dirigió a ella y la tomó la mano amablemente—. La operación se llevó a cabo sin complicaciones. El apéndice no estaba perforado por lo que fue una operación sencilla. Ya está fuera de peligro y la hemos trasladado a una habitación de esta sala donde podemos vigilar su recuperación. 

—¿Puedo verla? —preguntó Bella con los ojos dirigidos hacia la habitación que había señalado la enfermera. 

—Por supuesto, pero está durmiendo —dijo la enfermera, echando a andar hacia la habitación—. Aunque puede echar un vistazo para comprobar que está bien. La niña no paraba de preguntar por usted... 

La habitación era pequeña y estaba decorada con dibujos infantiles, colgados sobre las paredes blancas. Pero fue la pequeña cama situada en el centro del cuarto lo que requirió toda la atención de Bella. Su mirada se volvió sombría y su rostro perdió el poco color que tenía al ver a su hija allí; inmóvil y con la piel tan pálida. 

Sin apartar los ojos de ella, avanzó hasta el borde de la cama y se inclinó sobre la niña para acariciar su rostro. Finalmente, la besó. 

—Parece tan vulnerable... 

—Tendrá molestias durante unos días —dijo la enfermera con voz tranquila—, pero creo que no le va a importar, porque su única preocupación hasta ahora era que usted no pudiera venir a verla. 

Bella se sintió conmovida y alguien cerca de ella también se sintió conmovido. 

—Por lo que parece, usted no estaba en el país cuando la niña enfermó. 

—Regresé en cuanto me enteré. ¿Vino mi padre a verla? 
—No —dijo la enfermera en un tono más frío.— Sólo la señora que la acompañó en la ambulancia. La señora Leyton, el ama de llaves de su padre, según creo. Se quedó hasta que Alice estuvo fuera de peligro. 

—Gracias —murmuró Bella—. Me gustaría quedarme un rato más aquí con ella, si no le importa. 

—Claro que no —dijo la enfermera—. Ahí tiene una silla, por si quiere sentarse 

—remarcó. Después salió de la habitación, echando una mirada curiosa hacia el hombre que había permanecido en una esquina de la sala sin intervenir en la conversación. 

Bella se sentó en la silla sin apartar la vista de Alice. Tomó una mano de la niña entre las suyas y luego se la llevó a la cara. 

—Ya estoy aquí, cariño —murmuró suavemente. La niña no se movió. Estaba tan sedada que no podía enterarse de nada de lo que ocurriera a su alrededor, pero Bella estuvo hablándole todo el rato. Le dijo todas esas frases que una madre emplearía en una ocasión como ésa. 

Aunque quizá la niña pudo percibir la presencia de su madre con el inconsciente, ya que su cuerpo parecía más relajado que cuando entraron en la habitación, e incluso su rostro estaba menos pálido. 

Edward también se dio cuenta del cambio que había sufrido la niña. Luego, salió en silencio de la habitación y las dejó solas. No quería entrometerse en el reencuentro de Bella con su hija. 

Regresó una hora después y al ver el gesto descompuesto de Bella, avanzó hacia ella y la tocó el hombro. La expresión de ella le confirmó que la mujer se había olvidado de su presencia. 

—Tenemos que irnos. Volveremos mañana. Ahora necesitas descansar si no quieres que la niña te vea agotada. 

Iba a protestar, pero luego se lo pensó mejor y decidió que él tenía razón. Se levantó y después de besar a la niña de nuevo, salió de la habitación. 

Tan pronto como estuvieron de nuevo en el coche, Bella reclinó la cabeza en el asiento y sus ojos, agotados, se cerraron. 

—Tienes suerte —comentó Edward—. ¿Tiene tus ojos? 

Pero Bella permaneció en silencio. No tenía fuerzas para hablar. Había hecho el viaje desde Grecia en tal estado de nervios, que su cuerpo lo único que quería en esos momentos era relajarse, una vez se había asegurado de que la niña no corría ningún peligro. 

—¿Y nadie ha sospechado que sois madre e hija? —insistió Edward—. Me parece increíble, vuestro parecido es tan evidente que no creo que nadie pueda pensar que sois simplemente hermanas. 

—También se parece mucho a mi hermano. De hecho, mucha gente sospecha que es hija de él, ya que yo era demasiado joven cuando la tuve. 

—Creí que me habías dicho que tu padre no creía que tú fueras su hija, pero si tú y tu hermano os parecíais tanto, de algún sitio tenía que venir ese parecido. 

—Imagino que de mi madre. Pero lo del padre ya es otra cosa. 

—Y me dijiste que tu padre aceptó a tu hermano como hijo propio, pero no a ti... 

—Sí, y si te digo la verdad, dudo que mi padre sea capaz de tener hijos. Y él debe de saberlo. Si no, ¿por qué nos ha contratado a ti y a mí para darle un nieto. Con su edad y posición podría haber conseguido casarse con la mujer que él quisiera y tener media docena de hijos más —confesó Bella—. Si te digo la verdad, creo que mi madre comenzó a serle infiel desde el comienzo del matrimonió. 

Bella no sabía por qué le estaba contando todo aquello a Edward, pero aún así prosiguió la confesión. 

—Mi madre venía de una buena familia que se había arruinado recientemente. Y mi padre se casó con ella para obtener una buena posición social. Él estaba deseoso de tener hijos que consolidasen su status, y como tardaban en llegar, se volvió un hombre muy desagradable con mi madre, diciéndole todas esas frases que utilizan los hombres con las mujeres que no tienen facilidad para tener hijos. Así que ella comenzó a verse con un amante con el que concibió un hijo. Aunque ella nunca pudo estar segura de quién había sido el padre de sus dos hijos, debido a que se siguió acostando con ambos hombres hasta el momento en que se mató. 

—¿Y el amante? 

—Murió de cáncer hace un par de años. Era Karl Dansing, el magnate de la electrónica. 

El hombre se quedó muy sorprendido. 

—¿Estás diciéndome que podrías ser la hija de Karl Dansing? 

—¿Te parece impresionante? No te preocupes, Karl Dansing debía de saber que Jacob y yo quizá fuéramos hijos suyos, pero nunca hizo nada por averiguarlo ni se preocupó por nosotros mientras vivió. Y tampoco nos mencionó en su testamento... 

—Pero... 

—Mira, prefiero no hablar más del tema —dijo, en tono sombrío—. Si quieres saber algo más, contrata unos detectives que te proporcionen más información. 

Luego, cerró los ojos y comenzó a pensar en que le daba igual quién fuera su padre. Ambos hombres la desagradaban por igual. Ambos habían sido igual de avariciosos y egoístas. Jacob solía decir que él prefería ser hijo de Emmet, ya que no tendría que compartir su fortuna con ningún hermano, mientras que Karl Dansing tenía cuatro hijos, que se tendrían que repartir la herencia. 

Sólo que Jacob no iba a poder cobrar ninguna herencia, ya que se había matado, igual que su madre, en un accidente de coche. 

Ella le echaba de menos.

Edward salió y dio la vuelta, haciendo señales al chófer de que él mismo abriría la puerta del lado de Bella. —Pareces exhausta —le dijo, una vez ella consiguió ponerse en pie. 

—Lo único que necesito es dormir —admitió ella. 

—Lo que necesitas es ser tú misma —le dijo él, mientras se dirigían a una lujosa casa que ella supuso debía de ser el hogar del griego cuando estaba en Londres—Y no adoptar una personalidad distinta según la persona con la que te encuentres. 

—¡Oh, qué profundo! —se burló ella. 

—Más que profundo, trágico. Un psicoanalista tendría trabajo para toda una vida contigo. En un sólo día he tenido que tratar con la zorra, con la mujer de negocios sin escrúpulos, con la madre que se preocupa por su hija y con una mujer cínica. ¿Quién de todas ésas eres tú realmente? —preguntó con expresión de enfado, mientras llamaba al timbre de la puerta. 

—No será a ti a quien se lo diga —le respondió con hostilidad. 

—Yo ya sé quién eres. Lo descubrí en la cama, en la oscuridad. Y esa mujer es la más fascinante que nunca he conocido, puedo asegurártelo. 

—Te equivocas. Esa era la fulana... ¿Y por qué estás llamando a la puerta en vez de usar la llave? 

—Porque, como es evidente, ésta no es mi casa — respondió él, sardónicamente. Cuando por fin se abrió la puerta, Bella descubrió de quién era esa casa. 


Era de Jasper, el hermano pequeño de Edward. 

Jasper sonrió de un modo educado—. Así que al fin estáis aquí. Pensábamos que nunca ibais a llegar. 

Pero Bella se dio cuenta de que el hombre no estaba demasiado feliz con su visita, ya que apenas la miró mientras hablaba. Seguramente, estaba resentido por la intrusión de ella en la vida de Edward y no se iba a molestar en disimularlo. 

—Entrad —les dijo. 

Ella se sintió sin fuerzas para poder soportar esa nueva situación, pero de pronto un brazo cálido se posó sobre sus hombros y ella se sintió de repente bien, mientras Edward la dirigía por el pasillo, al mismo tiempo que hablaba con su hermano en su lengua natal. 

No sabía lo que le estaba diciendo, ni quería saberlo, pero notó cierta amabilidad en el tono de la voz, mientras aumentaba ligeramente la presión de su abrazo. 

—¿Dónde está esa bruja mala? —preguntó Edward en voz alta. 

—Te he oído —respondió una voz femenina. 

Bella se estaba preguntando de quién sería esa voz, cuando vio aparecer una rubia guapísima vestida con vaqueros y una blusa blanca en lo alto de la escalera que había enfrente de ellos. 


Altísima e increíblemente delgada, esa mujer tenía los ojos más azules que había visto en su vida. Y lo que era más sorprendente, esos ojos la estaban sonriendo. 

—Hola —saludó a Bella—. ¡Pero si tienes un aspecto espantoso! ¿Cómo te atreves, Edward, a hacer recorrer medio mundo a una mujer embarazada, como si fuera parte de tu equipaje? ¿Cómo se encuentra su hermana? —y luego se volvió hacia Bella, sin darle tiempo a Edward a responder—. ¿Está muy enferma,  Bella? 

Luego volvió a sonreírle cariñosamente. 

—Yo soy Rose y tengo la fortuna de haberme casado con el mejor hermano. Creo que te equivocaste al elegir a Edward. 

—Bella está exhausta —la interrumpió Edward, algo enfadado—. Ella no necesita toda esa cháchara, sino una buena cama. 

—¡Oh, lo siento! —se excusó_ Rose, algo desconcertada por el tono cortante de él—. Es por aquí, Bella. ¡Dios mío, estas agotada! ¿Quieres apoyarte en mí? 

—Gracias, pero creo que puedo sola —contestó Bella. 

—Muy bien —dijo Rose, mirando a ambos hermanos—. Bueno, tu cuarto está por aquí —guió a Bella, que la siguió escaleras arriba. 

Llegaron a un cuarto precioso decorado con paredes azules y mobiliario de color albaricoque. Rose corrió a ponerle un baño a Bella, mientras ésta se sentaba en la cama agotada. 

Antes de que Rose regresara a la habitación, Bella sabía todo acerca de su matrimonio. Cómo se conocieron, que se casaron hacía ya dos años, que no tenían niños porque Jasper quería que sus hijos nacieran en Grecia y ellos no irían allí hasta que su casa griega estuviera acabada. 

—El baño está listo —le anunció Rose—. Todo lo que tienes que hacer es desnudarte y meterte en el agua. Volveré dentro de media hora para asegurarme de que estás bien... 

Luego la mujer salió de la habitación y un agradable silencio reinó el cuarto. Bella se quedó donde estaba durante un buen rato disfrutando del silencio que la envolvía. Finalmente, consiguió levantarse y se dirigió al baño. 

Cuando salió de la bañera, estaba todavía más agotada que antes y se quedó sentada en el taburete que había en el baño, sin fuerza para levantarse. 

—¿Qué estás haciendo ahí? 

Bella se dio cuenta de que Rose había regresado. —Espera un momento. Rose volvió al instante con un camisón y se puso a secarle el pelo a Bella. 

—¡Vaya pelo! Eres guapísima. Veo que Edward ha sabido elegir. ¡Venga, te ayudaré a llegar a la cama! 

Bella se tumbó en la cama sin decir una sola palabra. Rose se empezó a reír al darse cuenta de que la mujer la miraba frunciendo el ceño. 

—Bueno, te dejo dormir. Además, Edward me ha advertido que me vaya pronto. Seguro que tiene miedo de que te diga algo inconveniente, como que no me gusta nada el modo en que te ha estado tratando hasta ahora. ¿Ves? —sonrió—. ¡Ya lo he soltado! 

Pero no parecía que eso la preocupase mucho. Finalmente, Rose se marchó. E instantáneamente, Bella se quedó dormida. Había sido un día cargado de emociones y estaba agotada. Una hora después, la puerta de la habitación se volvió a abrir. 

Edward se quedó mirándola con gesto sombrío. Ella, aun dormida, mostraba signos de estar agotada. Su rostro sin maquillaje delataba la tensión que había sufrido durante todo el día. 

Después de echar un último vistazo en dirección a la mujer, Edward se metió en el baño. 

Diez minutos después volvió al cuarto, después de ducharse y afeitarse. Llevaba un albornoz negro, y después de apagar varias lámparas que Rose había dejado encendidas, se quitó el albornoz en la oscuridad y se metió desnudo en la cama. 

Notó el cuerpo de Bella tendido a su lado y se echó hacia ella, para colocarle otra almohada bajo la cabeza. Ella, de pronto, abrió los ojos, al notar la presencia de él. Todavía parpadeando, se acordó de aquella otra noche en la que él se había acostado a su lado y sus ojos se abrieron de par en par. 

—No te preocupes —dijo Edward en voz baja—. No estoy intentando seducirte, sólo quería ponerte una almohada para que estuvieras más cómoda. 

—¿Qué estás haciendo aquí? —susurró ella. 

—Ha sido idea de Rose. Ella cree que dormimos en la misma cama y no quería comenzar una charla interminable con ella, así que preferí no decirle la verdad. 

Él se apartó de ella y se tendió en la cama mirando al techo, mientras Bella se hacía a la idea de pasar la noche con él. 

Llevaban siete meses casados, y ésta iba a ser la primera noche que compartieran la cama, como si fueran un matrimonio corriente. 

A Bella le pareció una situación absurda. Para ella Edward seguía siendo un extraño. 

—¿Te importa que duerma aquí? —preguntó Edward. —No, la cama es suficientemente grande para los dos. 

Finalmente se quedaron en silencio: Pero era un silencio tenso el que envolvía toda la habitación. 

—¿Por qué me has traído a la casa de tu hermano? 

observándola en la oscuridad y debía de haberse dado cuenta de que su respiración era agitada y su cuerpo se encontraba crispado debajo de las sábanas. Se notaba que cierta tensión los estaba envolviendo. Una tensión sexual. 

—Vamos a dormir —repitió él, con una voz suave que demostró que el hombre mantenía la calma a pesar de los mensajes que el cuerpo de ella debía de estar enviándole. 

Al borde del desmayo, se separó un poco más de él, avergonzada por su debilidad. 

Trató de tranquilizarse, pero no podía. Finalmente, oyó un hondo suspiro y que Edward se levantaba de la cama y se ponía una bata por encima. Aún en la oscuridad, ella pudo darse cuenta de que él estaba enfadado. 

Seguramente, él deseaba estar a miles de millas de allí. Y durmiendo con aquella otra mujer que él había mencionado en vez de con ella. 

Edward se dejó caer sobre una de las sillas que había debajo de la ventana. Le oyó suspirar otra vez. Después se quedó en silencio. Silencio que duró varios minutos. Finalmente, ella no pudo aguantarlo más y se volvió hacia la silueta que había bajo la ventana. 

Él estaba dormido, la cabeza echada hacia atrás y una expresión sombría en el rostro. Ella sintió cómo las lágrimas acudían a sus ojos y se quedó dormida sin haber cesado de llorar.
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Cuando se despertó a la mañana siguiente, vio que estaba sola en la habitación. El recuerdo de que Edward no había podido aguantar ni una noche en la misma cama que ella, le provocó un gran dolor. 

Luego, se acordó de Alice y se levantó. Se dio una ducha y se vistió con ropa cómoda. Finalmente, salió del cuarto en busca de los otros. 

Se disponía a bajar las escaleras, cuando Edward salió de una de las habitaciones. 

La miró con sus impenetrables ojos. 

—Todavía pareces cansada. 

—No estoy cansada, sólo preocupada. Me gustaría telefonear al hospital —dijo con frialdad—. ¿Podría usar algún teléfono? 

—Por supuesto. 

Edward le hizo señales de que se acercara a la habitación de la que él acababa de salir. Al llegar allí, vio que el cuarto era una especie de biblioteca. El le señaló un teléfono que había encima de una mesita y ella, dándole las gracias, se dirigió a llamar. 

El hecho de darle las gracias, había sido un modo educado de sugerirle que se marchara, pero para su sorpresa, Edward se quedó allí a su lado, observándola mientras hablaba por teléfono. 

Se pudo enterar de que Alice había pasado una buena noche. También le informaron de que la niña había sido avisada de que Bella la había ido a visitar la noche anterior y de que ella, al enterarse de que la que creía su hermana se encontraba en Londres, se había alegrado enormemente. 

—No para de preguntar que cuándo vendrá usted a verla de nuevo —le dijo la enfermera. 

—Iré un poco más tarde —contestó Bella—. Infórmele de que estaré con ella tan pronto como pueda. —¿Está bien? —preguntó Edward, en cuanto ella colgó el auricular. 

Ella asintió con los labios apretados, tratando de evitar que le comenzasen a temblar al pensar en lo que la niña debía de haber sufrido y en lo que pasaría con ella una vez Bella se tuviera que volver a marchar.' 

—¿Qué sucede entonces? Pareces preocupada... 

—Estoy bien —mintió ella—. Lo único que necesito es llamar a mi padre. Eso es todo. 

—¿Te importaría que fuera yo el que llamase a tu padre? —le ofreció él. 

Ella levantó la barbilla y lo miró desafiante, sin ni siquiera contestarle. Edward sonrió con ironía. —Confías en mí tanto como en él, ¿no es así? 

Bella no contestó, y tampoco hacía falta. Ya sabía lo poco que Bella confiaba en él. Fue el ama de llaves quien contestó el teléfono. Y en cuanto oyó la voz de Bella se puso a hablar sin parar y de un modo nervioso. La mujer debía de haber sentido una gran ansiedad por el estado de salud de Alice. 

Bella la escuchó con la mirada baja, apretando el auricular con los dedos. Los nudillos se le pusieron blancos debido a la presión. La rabia que sentía no paraba de crecer en su interior. 

Alice había pasado tres días enteros con dolores y el señor Swan no había 
parado de repetir que no se trataba nada más que de una artimaña de la niña para hacer regresar a Bella a Londres. 

La adrenalina corría por su cuerpo, poniéndola fuera de sí. Edward se acercó un poco y ella, al notarlo, clavó sus ojos verdes en él con tal odio que le hizo parpadear. 

—No, no Cissy. Estoy en Londres. Estuve viendo a Alice anoche y esta misma mañana me voy a acercar de nuevo al hospital, así que no tienes que preocuparte por ella. 

Luego, la mujer le contó nuevas cosas que volvieron a hacer que Bella se enfureciese. 

Edward la agarró de la barbilla, obligándola a que lo mirase. El hombre la miró con expresión de asombro. —¡Dios mío! ¡Estás sufriendo una crisis nerviosa! —exclamó él—. Parece que el hielo está comenzando a derretirse. 

—¿Está mi padre? —preguntó al ama de llaves, en un tono de voz gélido—. ¿Puedo hablar con él? 

Cissy le dijo que su padre estaría toda la mañana fuera. Se había marchado temprano, sin ni siquiera preguntar por la niña. Para él no significaba nada más que una herramienta útil para que Bella cumpliese sus deseos. 

Era otra mártir. 

Cuando colgó el teléfono, Bella estaba temblando como una hoja. El comportamiento de su padre la había puesto fuera de sí y deseosa de descargar su rabia sobre la persona más cercana. 

Y esa persona era Edward. 

Se apartó de él, abrazándose a sí misma para controlarse. 

—Bella... 

—Di algo más y te aseguro que te arrojaré alguno de estos bonitos adornos. 

—¿Qué te ha dicho? —preguntó Edward bruscamente. 

—Nada que tú pudieras encontrar extraño —replicó ella—. Necesito ir a... —añadió, intentando salir de allí para calmarse. 

—¡No! Quiero saber qué te ha dicho para que te enfadaras tanto —insistió Edward, agarrándola por la cintura. Bella se dio la vuelta con ira. Tenía los dientes apretados y de los ojos salían chispas. Con la mano libre intentó golpearlo, pero él se apartó y ella estuvo a punto de caerse. 

—¿Qué demonios haces? 

—¡Tres días! Estuvo enferma tres días y mi padre no permitió que Cissy la llevara al médico. 

—¿Y crees que yo sería tan cruel? ¡Yo no soy tu maldito padre! —gritó él furioso. 

«No, tú eres el hombre que me está destrozando el corazón!», pensó ella. 

—¡Oh, Dios mío! Déjame salir —susurró, sintiendo que iba a ponerse a llorar de un momento a otro. 

Quizá él también se dio cuenta, porque la dejó salir con un suspiro. 

—No deberías enfadarte de esta manera —murmuró él—. En tu estado no puede ser bueno. 

Bella esbozó una sonrisa tensa, pensando en su estado. —Estoy bien —dijo con tristeza, recobrando sus fuerzas—. Es la salud de mi hermana la que me preocupa, no la Bella. 

—Tu hija —corrigió él. 

—Hermana —repitió—. Ella no será mi hija hasta que haya traído al mundo el hijo que llevo dentro de mí. 

Edward la acompañó al hospital aquella mañana, aunque Bella habría preferido que él hubiera demostrado un poco más de tacto y la hubiera dejado ver a Alice a solas. 


Cuando la niña vio a Bella, rompió en sollozos. Bella la tomó en sus brazos y luchó por no ponerse a llorar ella también. 

—Papá dijo que no vendrías —murmuró la niña, abrazada a ella—. Dijo que no me querías más porque yo era un estorbo. 

—Eso no es cierto, cariño —aseguró Bella—. Tú nunca serás un estorbo para mí y siempre vendré cuando me necesites. ¿No te lo prometí la última vez que estuve? 

—¡Pero él me dijo que te habías ido para formar tu propia familia! —exclamó la niña entre sollozos. ¡Que sería mejor que fuera acostumbrándome a estar sola! Pero te echo de menos, Bella. 

Fue un grito tan emocionado que incluso Edward, testigo silencioso de aquella tragedia cargada de sentimientos, no pudo permanecer más tiempo en silencio. 


—Hola —saludó, deteniendo así las lágrimas de Alice. 

La niña apartó el rostro del hombro de Bella para mirar a aquel hombre  de voz profunda y suave. Primero sorprendida, ya que no lo había visto entrar con su querida Bella, luego con la extrañeza natural de una niña hacia un desconocido. 

Un desconocido alto y guapo que sonreía de una forma que a Bella le encantaba, y que era la sonrisa que había utilizado con ella al principio, antes de que la oferta de su padre la hubiera borrado por completo. 

—Me llamo Edward. Bella es mi esposa. 

Esposa. El corazón de Bella dio un vuelco. Era la primera vez que la presentaba formalmente como su esposa y la palabra le resultaba ajena. 

Como una mentira que no fuera en realidad una mentira... ' 

—Y tú eres Alice... —dijo, acercándose en cada palabra, suavemente pronunciada, atrayendo la atención de la niña—. Encantado de conocerte —aseguró, ya al lado de la cama. 

Extendió la mano en señal de saludo y la niña miró la mano con un ligero parpadeo húmedo. Luego, temerosa, volvió a mirarlo a la cara, antes de mirar finalmente a Bella buscando una señal, una pista de cómo debía responder. 

«No me preguntes», pensó Bella. «Todavía ni yo misma sé cómo tratarlo, después de vivir con él varios meses». 

—No tengas miedo. Salúdalo. Es simpático —dijo, sin embargo. 

—Gracias —murmuró Edward en un tono seco que indicaba que había notado la entonación irónica de sus palabras. 

Entonces, Alice puso cuidadosamente la manita en la de él y la atención de 

Edward se dirigió de nuevo a la niña. 

Fue como una revelación, la niña en pocos segundos había dejado de llorar y había olvidado todo su sufrimiento. Efectivamente, parecía haber olvidado todo mientras, con increíble intuición, Edward eliminaba la timidez de la pequeña frente a desconocidos, animándola a describir cada detalle de su entrada en el hospital y los acontecimientos allí ocurridos hasta ese momento. 

—Duelen mucho cuando me muevo —aseguró la pequeña, refiriéndose a los puntos, todavía sin cicatrizar. 

—Entonces intenta no moverte —aconsejó el hombre, cuya lógica sencilla parecía gustar a la niña. 

—Gracias —murmuró Bella, una hora después, cuando Alice estaba sumida en un profundo sueño. 

—¿Por ayudarla —a olvidar los horrores que tu padre ha metido en su mente? 

—preguntó, levantándose de la cama—. Eso no necesita agradecimiento, necesita en frentamiento. 

Tenía razón y Bella ni siquiera se ofendió por el comentario. 

—No es un buen hombre —admitió, con un suspiro—. Le gusta controlar a la gente. A ti, a mí, a Alice, a cualquiera al que pueda dominar. 

—Eso no justifica que torture mentalmente a la niña —replicó Edward. 

Bella se puso pálida, pero asintió con la cabeza. —Quizá ahora puedas entender por qué me he casado contigo. Tuve que hacerlo para poder apartarla de él. —¡Nunca debió de estar a su lado! 

Estaban hablando en voz baja para no despertar a Alice, pero aquellas palabras se metieron dentro de Bella como un cuchillo. Se levantó y salió de la habita— ción con las piernas temblorosas. 

Cuando Edward fue a buscarla, la encontró de pie en el pasillo, mirando por una de las ventanas que daban al aparcamiento del hospital. 

—Lo siento —dijo, al acercarse a ella—, no quería herirte. Era una crítica hacia tu padre. 

Bella no creyó sus palabras. 

—Me crees despreciable porque dejé a mi hija con él —murmuró temblorosa—. ¡No creas que no lo sé! —Está hablando tu conciencia, que se siente culpable —dijo, con un suspiro—. Yo lo único que habría querido es que me hubieras contado desde el principio por qué tenías que casarte conmigo. 

—¿,Y qué te iba a decir? —preguntó ella, con ironía—. A propósito, me caso contigo porque tengo otra hija a la que di y ésta es la única manera que tengo para recuperarla, ¿te habría parecido bien? Eso habría hecho que me respetaras, ¿no es así? 

—¿Pero tú deseas mi respeto? —preguntó él, con voz ronca. 

—Lo único que quiero es que pasen estos meses sin sufrir demasiado —fue la respuesta de ella. 

El silencio los envolvió. Un silencio triste que los aisló en medio de aquel pasillo de hospital.

Bella tenía ganas de llorar, aunque no sabía exactamente por qué. Quizá tuviera algo que ver la necesidad de borrar el latido que sentía en su interior y abrazarse a aquel hombre fuerte y alto que estaba a su lado. —¿Tienes la copia del documento de adopción? —Sí.

—¿Dónde está?

Bella frunció el ceño y se giró para mirarlo a los ojos.

—Tengo todos mis documentos en un maletín en Grecia, ¿por qué?

—Porque me gustaría verlo, si no te importa.

Por supuesto que le importaba, pensó, con un repentino temor que borró el color de su rostro. —Quieres usarlo contra mí, ¿verdad? —lo acusó—. Crees que si dejé una hija en adopción en el pasado, la ley no va a darme la custodia de mi segundo hijo. Tú...

—Tú tienes una mente sucia, insultante y suspicaz... Tu padre tenía razón.

—Y eso te hace sentirte superior a mí, ¿verdad? Pues deja que te diga algo, Edward, nunca pensaré que eres superior a mí mientras te importe más un trozo de tierra griega que tu esperma.


7 comentarios:

  1. Bueno, me parece que Edward quiere ayudarla, pero ella sigue con la idea de que quiere quitarle la custodia del nuevo bebé... ojalá Edward le demuestre lo contrario, y se las lleve a las dos.... Maldito Emmett!!!
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  2. Entiendo que Bella este a la defensiva todo el tiempo, pero creo que Edward la quiere ayudar. Gracias por el capítulo!!

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  3. Me encanto el capítulo no pude dejar de leer hasta que me puse al corriente te felicito !!!! Esperamos el siguiente ansiosas!!!!

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  4. Hermoso capitulo, Alice me fascino y Bella deberia de tratar de ver más alla en las acciones del pobre de Edward.. aunque quien sabe que haría yo si me encontrara en su lugar... quizás lo mismo jajajaj

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  5. Me parece que Bella esta segada por el constante sufrimiento

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  6. Francamente Bella me esta molestando, con esa actitud de martir cuando ella sabe todo de todos por el contrario Edward estaba en ignorancia sobre lo de Emmett y Alice asi que ella deberia de ser mas comprensiva y dejar de pensar mal de el, por otro lado si Alice esta asi la culpa la tiene solamente ella por abrir las piernas para joder a su papa.

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  7. Creo que Edward ya quiere a Bella pero no quiere decírselo porque ella no baja la guardia. :( Debería intentar arreglar las cosas con él :(

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