Bella llevaba un rato despierta.
Estaba en la cama, intentando descubrir por qué Edward no estaba con ella.
Había sido increíble. En el porche, mientras la besaba y la tocaba… había sido
maravilloso.
Pero estaba sola de nuevo.
Poco después, tragándose el
orgullo, se vistió y bajó a la cocina.
Había terminado de freír el
beicon y estaba haciendo la masa de los panecillos cuando oyó sus pasos en la
cocina. Pero no pensaba demostrarle que se sentía herida, no pensaba decirle
nada.
Bella levantó la barbilla. No
le dejaría ver su humillación.
—Buenos días —lo saludó,
sonriendo.
Con el pelo despeinado, los
ojos llenos de sueño y la camisa sin abrochar estaba tan guapo que su corazón
se encogió. En lugar de dormir con ella, había vuelto a dormir en el sofá. Y
aquella imagen de su marido recién levantado le recordaba lo que no tenía. Lo
que quizá no tendría nunca.
Nerviosa, se volvió
inmediatamente.
—¿Has dormido bien?
—Sí, gracias. No tenemos que
ir a la iglesia hasta dentro de dos horas, así que voy a hacer panecillos.
Puedo hacer huevos revueltos y…
—Bella, mírame —la
interrumpió Edward. Ella no quería mirarlo. No quería ver compasión en sus
ojos. Y esperó, con el corazón en la garganta—. ¿Qué pasa?
—No pasa nada.
—¿Te encuentras bien?
—Muy bien.
—Pero estás enfadada.
—No estoy enfadada. ¿Por qué
iba a estarlo? —replicó ella, sin poder contener su indignación.
Edward había esperado
encontrarla tímida, avergonzada. Pero no esperaba verla enfadada. Y lo estaba.
Mucho.
Sorprendido, se sirvió una
taza de café para aclarar sus pensamientos. No había dormido mucho y tenía que
estar fresco si iban a hablar de su situación.
Bella llevaba un vestido de
flores en tonos pastel que la hacía parecer una niña. Pero sabía que no lo era.
Imaginaba por qué estaba
enfadada. Lo de la noche anterior había sido demasiado para ella. Debería haber
confiado en su instinto.
Debería haber esperado un
poco más. No estaba preparada.
—Lo siento —dijo por fin.
—No me toques. No me toques
como si fuera una figurita de cristal a punto de romperse.
—Anoche no te toqué así.
—No. Anoche olvidaste por un
momento quién soy y me tocaste como a una mujer.
Edward la miró con el ceño
fruncido.
—¿Quieres que me disculpe?
¿Quieres que me disculpe por besarte como a una mujer?
—¿Es que no lo sientes? ¿No
lamentas haberte casado conmigo?
Los ojos de Bella estaban
llenos de lágrimas y él no sabía qué decir.
—No espero que me quieras porque
nos conocemos muy poco. Pero pensé que anoche… pensé que me deseabas. Y no es
así, ¿verdad? Solo soy una obligación, una carga.
—Bella, cariño…
—¡No me hables como si fuera
una niña! Soy una mujer, Edward. ¡Y soy tu mujer! —lo interrumpió ella. Edward estaba
boquiabierto por aquel arranque de furia—. ¡Se supone que soy tu compañera, no
una carga para ti! Y tengo epilepsia, no la peste. No es contagiosa, Edward. Si
te asusta, lo siento. Pero eso no significa que no pueda ser tu
mujer.
mujer.
¿Pensaba
que tenía miedo de su enfermedad? ¿Era eso lo que le había hecho creer al no
acostarse con ella?
Mientras seguía pensando, Bella
se quitó el mandil y salió de la cocina.
Edward la siguió, descalzo,
hasta el establo. La vio abrazada a su caballo, Bud, acariciándolo con lágrimas en los ojos.
—No me da miedo tu
enfermedad, Bella. Te deseo. Te deseo con toda mi alma —dijo cuando estuvo a su
lado.
—Entonces, ¿por qué no
duermes conmigo? ¿Por qué me dejaste sola anoche después de… de lo que había
pasado entre nosotros? Me diste algo maravilloso para después quitármelo.
Edward se pasó la mano por el
pelo, angustiado.
—Cariño, yo… Estabas cansada
y era muy tarde. No quería agotarte.
—Y tomaste una decisión sin
contar conmigo.
—Así es.
—Como si fueras mi padre
—dijo Bella entonces.
—Como alguien a quien le
importas mucho —corrigió él—. Pero es posible que me haya equivocado. Bella,
por favor, mírame. Me parece que no lo estoy haciendo nada bien. Yo quería…
—Cuidar de mí.
—Sí —admitió Edward—. No es
nada malo. Quiero cuidar de ti.
—Pensé que estábamos de
acuerdo en que cuidaríamos el uno del otro.
—Tienes razón. Pero no puedo…
no sé… —Edward no sabía cómo terminar la frase—. Quiero hacerte el amor, Bella.
Y después de lo de anoche, no sé si podré esperar. Pero no quiero hacerte daño.
Ella dejó escapar un suspiro.
—Estoy tan harta de que todo
el mundo tenga cuidado conmigo, como si fuera a romperme en cualquier momento
—murmuró, mirándose las manos—. Soy una persona normal, Edward. Tengo una
enfermedad, pero quiero vivir. Quiero estar viva.
—¿Preferirías que no tuviera
en consideración tu enfermedad? ¿Que no me ocupara de tu salud?
—Mi enfermedad existe, no
puedo negarlo —dijo Bella entonces—. Pero tú no puedes curarme.
—Bella, no…
—¿Crees que no sé lo que
estás haciendo? Desde que llegaste aquí, no paras de hacer cosas, arreglando
esto y aquello. Pero a mí no puedes curarme por mucho que quieras.
Edward tuvo que apartar la
mirada. Era cierto. Eso era lo que habría querido hacer. Pero no podía. Quería
arreglar todo lo que fuera posible porque no podía controlar su enfermedad.
—Bella, yo…
—Dices que no quieres hacerme
daño. Pues entonces, tienes que aceptarme como soy. La epilepsia es parte de
mí.
—Entonces, ayúdame a
entender. Dime qué debo hacer.
—¿Para que puedas cuidarme?
—preguntó ella.
—Sí. Pero también porque tu
enfermedad es parte de mi vida. Soy tu marido y quiero conocerte del todo.
Ayúdame a entender para que no vuelva a hacerte daño.
Cuando Bella se volvió hacia
él su gesto no era de aceptación, sino de derrota. Edward lo vio en sus ojos.
Pensaba que nunca conseguirían entenderse.
Alargó la mano y, después de
lo que le pareció una eternidad, ella la aceptó.
En el temblor de aquella mano
estaba el miedo al rechazo que tantas veces había sentido. Y Edward se juró a
sí mismo que no volvería a sentirlo jamás.
La llevó de vuelta a la casa
y se sentó con ella en la mecedora del porche, con la brisa primaveral moviendo
su pelo. Y entonces Bella le contó cosas que nunca le había contado a nadie.
.
.
.
.
.
Llegaron tarde a la iglesia. Edward
no tenía costumbre de asistir a los servicios religiosos, lo hacía solo por Bella.
Antes de los diez años, jamás
había entrado en una iglesia. Solo lo hizo porque Renée insistía en ello. Y
cada vez que lo hacía, se sentía pequeño frente al altar, abrumado al escuchar
la música del órgano.
Seguía considerándose más un
pecador que un santo. Sin embargo, no había olvidado la paz que lo embargaba
cada vez que entraba en alguno de aquellos edificios consagrados a Dios.
A su lado, Bella estaba
callada y entendía por qué. Los dos tenían muchas cosas en qué pensar.
Y tenía razones para pensar
que el doctor Cullen podría contarle lo que ella no le había contado.
Desde aquel mismo día, quería
hacer lo que no había hecho hasta entonces. Porque entendía a Bella. Entendía
que él no era el único que se había sentido rechazado, ofendido, insultado.
Quería ser más que un
protector, quería ser todo lo que ella le pidiera. Y si su mujer quería un
caballero andante, lo sería.
Pero también quería ser su
marido. No por obligación, sino porque necesitaba ser importante para ella. Bella
se merecía alguien importante en su vida.
Y quería hacerle el amor.
Aquella misma noche.
El sol brillaba en el cielo
aquella mañana y, al salir de la iglesia, la gente se reunió en grupos para
charlar. Edward se quedó solo, un poco sorprendido de que Alice Brandon hubiera
prácticamente secuestrado a su mujer. Las dos estaban hablando bajo la acacia
que daba sombra a la iglesia. La niña de Alice, una cría de cinco años con el
vestido manchado de hierba, estaba jugando en el columpio.
Edward se quedó en el último
peldaño de la iglesia, con las manos en los bolsillos.
—¿Qué tal, jovencito?
Cuando se volvió, se encontró
con el doctor Cullen y emitió un suspiro de alivio.
—¿Tiene un momento?
—Claro que sí —contestó el
hombre.
—Tengo que hablar con usted.
El doctor Cullen sonrió,
condescendiente.
—Pues ya era hora.
.
.
.
.
.
Aquella tarde, Edward estaba
en la colina desde la que podía verse todo el valle de Swan. Su caballo se
movía, inquieto.
En la casa, suponía que Bella
estaría preguntándose qué significaba su ausencia.
Ojalá hubiera podido
ahorrarle la angustia. Pero necesitaba tiempo. Tiempo para acostumbrarse a la
información que había recibido tanto de Bella como del doctor Cullen.
Después de la iglesia, había
llevado a Bella a comer al único restaurante de Forksdown. A ella no pareció
hacerle mucha gracia la idea. Parecía incómoda, nerviosa. Y la gente la miraba
con curiosidad. Edward necesitaba tiempo para acostumbrarse a esas miradas,
como lo había necesitado ella.
Así que cuando llegaron a
casa, se puso los vaqueros, le dio un beso y salió a montar a caballo, con la
excusa de inspeccionar el ganado.
Habían pasado tres horas. Y,
en realidad, su presencia allí no era tan necesaria, porque las yeguas habían
parido antes de que llegara a Swan y el ganado pastaba tranquilamente.
Bella lo sabía. Sabía tanto
como él que necesitaba tiempo para sacar sus propias conclusiones y para
decidir lo que debía hacer.
Tanta información… era duro
para él, pero Bella había tenido que vivirlo. ¿Cómo habría sido para ella?
Edward bajó del caballo y se
dejó caer sobre la hierba. Mientras Bud
pastaba, se colocó las manos detrás de la cabeza y miró las nubes. Solía
hacerlo cuando era un niño. En otoño, aquellos campos verdes se llenarían de
colores, el rojizo del castaño de las indias, cafés de…
Cafés, como los ojos de Bella.
Bella.
—Los
ataques de epilepsia ocurren cuando nadie los espera. La cirugía no serviría de
nada, pero la medicación que toma ayuda mucho —le había dicho el doctor Cullen.
Anticonvulsivos.
Fenobarbital y
más nombres que no recordaba.
—Ella
odia tomar medicinas.
El
médico de Forksdown asintió con la cabeza.
—Lo
sé. Los efectos secundarios después de un ataque son desagradables, pero está
acostumbrada.
Períodos
de depresión, cansancio, dolores de cabeza.
La
epilepsia no era suficientemente mala. Además, tenía que vivir con el
tratamiento.
—Es
terrible.
—La
medicación ayuda a evitar ataques. Eso es lo más importante.
—¿Y
qué los causa?
—Con
Bella, sospechamos que es un trauma en el momento del parto, pero da igual. El
tratamiento es el mismo.
—¿Qué
ocurre cuando le da un ataque?
El
doctor Cullen se había quedado pensativo.
—En
el cerebro hay innumerables células que funcionan a la perfección normalmente.
Pero en el caso de Bella, en algún momento esas células se vuelven locas y es
entonces cuando sufre un ataque.
—¿Y
qué lo desata?
—Cuando
era pequeña, solía ser la fiebre. Y después, durante la adolescencia, el cambio
hormonal y todo eso… Ahora sus ataques están muy controlados, pero cuando está
muy cansada o sufre ansiedad por algo… A veces ocurre porque sí, no hay
explicación.
—Ella
me ha dicho que oye un ruido, como de campanas.
—Lo
llamamos aura. A veces lo oye y es capaz de prever o controlar un poco el
ataque, tumbándose a oscuras y cerrando los ojos.
—Pero
no siempre —murmuró Edward.
—No,
no siempre —suspiró el médico.
—¿Y
qué debo hacer cuando sufra un ataque?
—Si
estás con ella, intenta dejarla sola. Y no te asustes. Puede que haga cosas que
te
sorprendan, como mover mucho las manos. Renée decía que solía hacer como si abrochara y desabrochara botones. Lo mejor que puedes hacer es llamarme por teléfono. Pero no es auto-destructiva, ni violenta. Déjala sola, en la cama si es posible, a oscuras. Y cuando el ataque termine, debes estar a su lado para que se sienta segura. Le dolerá mucho la cabeza y estará desorientada. Y cansadísima, como si hubiera corrido un maratón. Es entonces cuando se siente más vulnerable.
sorprendan, como mover mucho las manos. Renée decía que solía hacer como si abrochara y desabrochara botones. Lo mejor que puedes hacer es llamarme por teléfono. Pero no es auto-destructiva, ni violenta. Déjala sola, en la cama si es posible, a oscuras. Y cuando el ataque termine, debes estar a su lado para que se sienta segura. Le dolerá mucho la cabeza y estará desorientada. Y cansadísima, como si hubiera corrido un maratón. Es entonces cuando se siente más vulnerable.
El
corazón de Edward había latido con violencia al escuchar las explicaciones del
doctor Cullen.
—¿Y
cómo lo soporta ella?
—Hijo,
lo soporta como una campeona. Está acostumbrada y no puede evitarlo, eso es
todo. Es una persona muy sensata y sólida. En lugar de dejarse abatir por su
enfermedad, sigue adelante como si tal cosa. Pero supongo que tú ya te has dado
cuenta.
Edward
cerró los ojos.
Se
había portado como un imbécil, tratándola como si fuera una enferma, una niña
que no era.
—No
estoy tan seguro.
—Aceptar
que tiene una enfermedad es lo más importante —le había dicho Cullen—. Es
necesario si quieres que vuestro matrimonio funcione.
—Pero
es que no quiero hacerle daño.
—Lo
sé. Pero la deseas, supongo.
—Claro
que sí —suspiró Edward—. ¿Y en qué me convierte eso?
—En
un hombre normal y corriente —rió el médico—. Si no quieres hacerle daño,
trátala como a una mujer normal. Eso es lo que es Bella, una mujer normal con
una enfermedad que la ataca de vez en cuando. Ella también necesita la parte
física de una relación sentimental. Llévatela a casa y quiérela. Eso es lo
único importante.
—¿Y
los niños? —preguntó Edward entonces.
—¿No
quieres tener hijos?
—¿Deberíamos
tenerlos? ¿No sería un problema para ella?
—Existe
un riesgo, desde luego. Pero con cuidados y sensatez, puede tener niños como
cualquier otra mujer.
Edward no había escuchado
nada después de la palabra «riesgo».
No habría niños. Nunca arriesgaría la vida de Bella y se sintió aliviado al
saber que una de las medicinas que tomaba para controlar el equilibrio hormonal
era, también, un anticonceptivo.
De modo que no existía ese
riesgo.
Pero quizá el riesgo estaba
en alejarse de ella, en dejarla sola tanto tiempo, pensó entonces.
Edward se incorporó. Su mujer
lo estaba esperando. Y no quería decepcionarla.
El sol se escondía en el
horizonte cuando volvía a casa.
La casa donde lo esperaba, sin que
él lo supiera del todo, lo más importante de su vida.
Hola creo que algunas quedaron con la dudas sobre Bree Tanner, bueno al principio pensé que fue un error mío al cambiar los nombres de la historia original a los de Twilight, pero revisando bien me di cuenta que Bree la ex de Edward es la misma Bree amiga de Bella, no sé si fue error de la autora o la traductora del libro, así que decidí cambiarlo el nombre de la Bree amiga de Bella por Alice, para que se entienda más la historia, porque la verdad yo también me confundí.
Aclarado
esto espero que les haya gustado el capítulo.
Muchas gracias por la aclaración, piensan en todo ;)
ResponderEliminarPor lo menos ahora Edward sabe más de la enfermedad, pero parece que sigue pensando más o menos lo mismo... :(
Besos gigantes!!!!
XOXO♥
Hola comencé a leer la historia en fanfic pero ya me puse al corriente aquí =P ojalá Edward deje de lado sus temores y se de la oportunidad de disfrutar lo que siente por Bella
ResponderEliminarSaludos y espero el siguiente capítulo
Gracias por aclarar, estaba confundida por eso jajajja.
ResponderEliminarMe gustó mucho el capi, que al fin se estén entendiendo y que puedan empezar a ser felices :D
Que bueno que Edward ya conoce a detalle la enfermedad de Bella y así se entenderán mejor.
ResponderEliminarLo bueno es se comunicaron.
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