Arreglo de Boda 7

Bella llevaba un rato despierta. Estaba en la cama, intentando descubrir por qué Edward no estaba con ella. Había sido increíble. En el porche, mientras la besaba y la tocaba… había sido maravilloso.

Pero estaba sola de nuevo.

Poco después, tragándose el orgullo, se vistió y bajó a la cocina.

Había terminado de freír el beicon y estaba haciendo la masa de los panecillos cuando oyó sus pasos en la cocina. Pero no pensaba demostrarle que se sentía herida, no pensaba decirle nada.

—Buenos días.

Bella levantó la barbilla. No le dejaría ver su humillación.

—Buenos días —lo saludó, sonriendo.

Con el pelo despeinado, los ojos llenos de sueño y la camisa sin abrochar estaba tan guapo que su corazón se encogió. En lugar de dormir con ella, había vuelto a dormir en el sofá. Y aquella imagen de su marido recién levantado le recordaba lo que no tenía. Lo que quizá no tendría nunca.

Nerviosa, se volvió inmediatamente.

—¿Has dormido bien?

—Sí, gracias. No tenemos que ir a la iglesia hasta dentro de dos horas, así que voy a hacer panecillos. Puedo hacer huevos revueltos y…

—Bella, mírame —la interrumpió Edward. Ella no quería mirarlo. No quería ver compasión en sus ojos. Y esperó, con el corazón en la garganta—. ¿Qué pasa?

—No pasa nada.

—¿Te encuentras bien?

—Muy bien.

—Pero estás enfadada.

—No estoy enfadada. ¿Por qué iba a estarlo? —replicó ella, sin poder contener su indignación.

Edward había esperado encontrarla tímida, avergonzada. Pero no esperaba verla enfadada. Y lo estaba. Mucho.

Sorprendido, se sirvió una taza de café para aclarar sus pensamientos. No había dormido mucho y tenía que estar fresco si iban a hablar de su situación.

Bella llevaba un vestido de flores en tonos pastel que la hacía parecer una niña. Pero sabía que no lo era.

Imaginaba por qué estaba enfadada. Lo de la noche anterior había sido demasiado para ella. Debería haber confiado en su instinto.

Debería haber esperado un poco más. No estaba preparada.

—Lo siento —dijo por fin.

Cuando ella lo miró con los ojos llenos de ira y dolor, Edward dio un paso adelante.

—No me toques. No me toques como si fuera una figurita de cristal a punto de romperse.

—Anoche no te toqué así.

—No. Anoche olvidaste por un momento quién soy y me tocaste como a una mujer.

Edward la miró con el ceño fruncido.

—¿Quieres que me disculpe? ¿Quieres que me disculpe por besarte como a una mujer?

—¿Es que no lo sientes? ¿No lamentas haberte casado conmigo?

Los ojos de Bella estaban llenos de lágrimas y él no sabía qué decir.

—No espero que me quieras porque nos conocemos muy poco. Pero pensé que anoche… pensé que me deseabas. Y no es así, ¿verdad? Solo soy una obligación, una carga.

—Bella, cariño…

—¡No me hables como si fuera una niña! Soy una mujer, Edward. ¡Y soy tu mujer! —lo interrumpió ella. Edward estaba boquiabierto por aquel arranque de furia—. ¡Se supone que soy tu compañera, no una carga para ti! Y tengo epilepsia, no la peste. No es contagiosa, Edward. Si te asusta, lo siento. Pero eso no significa que no pueda ser tu
mujer.

¿Pensaba que tenía miedo de su enfermedad? ¿Era eso lo que le había hecho creer al no acostarse con ella?

Mientras seguía pensando, Bella se quitó el mandil y salió de la cocina.

Edward la siguió, descalzo, hasta el establo. La vio abrazada a su caballo, Bud, acariciándolo con lágrimas en los ojos.

—No me da miedo tu enfermedad, Bella. Te deseo. Te deseo con toda mi alma —dijo cuando estuvo a su lado.

—Entonces, ¿por qué no duermes conmigo? ¿Por qué me dejaste sola anoche después de… de lo que había pasado entre nosotros? Me diste algo maravilloso para después quitármelo.

Edward se pasó la mano por el pelo, angustiado.

—Cariño, yo… Estabas cansada y era muy tarde. No quería agotarte.

—Y tomaste una decisión sin contar conmigo.

—Así es.

—Como si fueras mi padre —dijo Bella entonces.

—Como alguien a quien le importas mucho —corrigió él—. Pero es posible que me haya equivocado. Bella, por favor, mírame. Me parece que no lo estoy haciendo nada bien. Yo quería…

—Cuidar de mí.

—Sí —admitió Edward—. No es nada malo. Quiero cuidar de ti.

—Pensé que estábamos de acuerdo en que cuidaríamos el uno del otro.

—Tienes razón. Pero no puedo… no sé… —Edward no sabía cómo terminar la frase—. Quiero hacerte el amor, Bella. Y después de lo de anoche, no sé si podré esperar. Pero no quiero hacerte daño.

Ella dejó escapar un suspiro.

—Estoy tan harta de que todo el mundo tenga cuidado conmigo, como si fuera a romperme en cualquier momento —murmuró, mirándose las manos—. Soy una persona normal, Edward. Tengo una enfermedad, pero quiero vivir. Quiero estar viva.

—¿Preferirías que no tuviera en consideración tu enfermedad? ¿Que no me ocupara de tu salud?

—Mi enfermedad existe, no puedo negarlo —dijo Bella entonces—. Pero tú no puedes curarme.

—Bella, no…

—¿Crees que no sé lo que estás haciendo? Desde que llegaste aquí, no paras de hacer cosas, arreglando esto y aquello. Pero a mí no puedes curarme por mucho que quieras.

Edward tuvo que apartar la mirada. Era cierto. Eso era lo que habría querido hacer. Pero no podía. Quería arreglar todo lo que fuera posible porque no podía controlar su enfermedad.

—Bella, yo…

—Dices que no quieres hacerme daño. Pues entonces, tienes que aceptarme como soy. La epilepsia es parte de mí.

—Entonces, ayúdame a entender. Dime qué debo hacer.

—¿Para que puedas cuidarme? —preguntó ella.

—Sí. Pero también porque tu enfermedad es parte de mi vida. Soy tu marido y quiero conocerte del todo. Ayúdame a entender para que no vuelva a hacerte daño.
Cuando Bella se volvió hacia él su gesto no era de aceptación, sino de derrota. Edward lo vio en sus ojos. Pensaba que nunca conseguirían entenderse.
Alargó la mano y, después de lo que le pareció una eternidad, ella la aceptó.

En el temblor de aquella mano estaba el miedo al rechazo que tantas veces había sentido. Y Edward se juró a sí mismo que no volvería a sentirlo jamás.

La llevó de vuelta a la casa y se sentó con ella en la mecedora del porche, con la brisa primaveral moviendo su pelo. Y entonces Bella le contó cosas que nunca le había contado a nadie.

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Llegaron tarde a la iglesia. Edward no tenía costumbre de asistir a los servicios religiosos, lo hacía solo por Bella.

Antes de los diez años, jamás había entrado en una iglesia. Solo lo hizo porque Renée insistía en ello. Y cada vez que lo hacía, se sentía pequeño frente al altar, abrumado al escuchar la música del órgano.

Seguía considerándose más un pecador que un santo. Sin embargo, no había olvidado la paz que lo embargaba cada vez que entraba en alguno de aquellos edificios consagrados a Dios.

A su lado, Bella estaba callada y entendía por qué. Los dos tenían muchas cosas en qué pensar.

Y tenía razones para pensar que el doctor Cullen podría contarle lo que ella no le había contado.

Desde aquel mismo día, quería hacer lo que no había hecho hasta entonces. Porque entendía a Bella. Entendía que él no era el único que se había sentido rechazado, ofendido, insultado.

Quería ser más que un protector, quería ser todo lo que ella le pidiera. Y si su mujer quería un caballero andante, lo sería.

Pero también quería ser su marido. No por obligación, sino porque necesitaba ser importante para ella. Bella se merecía alguien importante en su vida.

Y quería hacerle el amor. Aquella misma noche.

El sol brillaba en el cielo aquella mañana y, al salir de la iglesia, la gente se reunió en grupos para charlar. Edward se quedó solo, un poco sorprendido de que Alice Brandon hubiera prácticamente secuestrado a su mujer. Las dos estaban hablando bajo la acacia que daba sombra a la iglesia. La niña de Alice, una cría de cinco años con el vestido manchado de hierba, estaba jugando en el columpio.

Edward se quedó en el último peldaño de la iglesia, con las manos en los bolsillos.

—¿Qué tal, jovencito?

Cuando se volvió, se encontró con el doctor Cullen y emitió un suspiro de alivio.

—¿Tiene un momento?

—Claro que sí —contestó el hombre.

—Tengo que hablar con usted.

El doctor Cullen sonrió, condescendiente.

—Pues ya era hora.

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Aquella tarde, Edward estaba en la colina desde la que podía verse todo el valle de Swan. Su caballo se movía, inquieto.

En la casa, suponía que Bella estaría preguntándose qué significaba su ausencia.

Ojalá hubiera podido ahorrarle la angustia. Pero necesitaba tiempo. Tiempo para acostumbrarse a la información que había recibido tanto de Bella como del doctor Cullen.

Después de la iglesia, había llevado a Bella a comer al único restaurante de Forksdown. A ella no pareció hacerle mucha gracia la idea. Parecía incómoda, nerviosa. Y la gente la miraba con curiosidad. Edward necesitaba tiempo para acostumbrarse a esas miradas, como lo había necesitado ella.

Así que cuando llegaron a casa, se puso los vaqueros, le dio un beso y salió a montar a caballo, con la excusa de inspeccionar el ganado.

Habían pasado tres horas. Y, en realidad, su presencia allí no era tan necesaria, porque las yeguas habían parido antes de que llegara a Swan y el ganado pastaba tranquilamente.

Bella lo sabía. Sabía tanto como él que necesitaba tiempo para sacar sus propias conclusiones y para decidir lo que debía hacer.

Tanta información… era duro para él, pero Bella había tenido que vivirlo. ¿Cómo habría sido para ella?

Edward bajó del caballo y se dejó caer sobre la hierba. Mientras Bud pastaba, se colocó las manos detrás de la cabeza y miró las nubes. Solía hacerlo cuando era un niño. En otoño, aquellos campos verdes se llenarían de colores, el rojizo del castaño de las indias, cafés de…

Cafés, como los ojos de Bella.

Bella.

—Los ataques de epilepsia ocurren cuando nadie los espera. La cirugía no serviría de nada, pero la medicación que toma ayuda mucho —le había dicho el doctor Cullen.

Anticonvulsivos. Fenobarbital y más nombres que no recordaba.

—Ella odia tomar medicinas.

El médico de Forksdown asintió con la cabeza.

—Lo sé. Los efectos secundarios después de un ataque son desagradables, pero está acostumbrada.

Períodos de depresión, cansancio, dolores de cabeza.

La epilepsia no era suficientemente mala. Además, tenía que vivir con el tratamiento.

—Es terrible.

—La medicación ayuda a evitar ataques. Eso es lo más importante.

—¿Y qué los causa?

—Con Bella, sospechamos que es un trauma en el momento del parto, pero da igual. El tratamiento es el mismo.

—¿Qué ocurre cuando le da un ataque?

El doctor Cullen se había quedado pensativo.

—En el cerebro hay innumerables células que funcionan a la perfección normalmente. Pero en el caso de Bella, en algún momento esas células se vuelven locas y es entonces cuando sufre un ataque.

—¿Y qué lo desata?

—Cuando era pequeña, solía ser la fiebre. Y después, durante la adolescencia, el cambio hormonal y todo eso… Ahora sus ataques están muy controlados, pero cuando está muy cansada o sufre ansiedad por algo… A veces ocurre porque sí, no hay explicación.

—Ella me ha dicho que oye un ruido, como de campanas.

—Lo llamamos aura. A veces lo oye y es capaz de prever o controlar un poco el ataque, tumbándose a oscuras y cerrando los ojos.

—Pero no siempre —murmuró Edward.

—No, no siempre —suspiró el médico.

—¿Y qué debo hacer cuando sufra un ataque?

—Si estás con ella, intenta dejarla sola. Y no te asustes. Puede que haga cosas que te
sorprendan, como mover mucho las manos. Renée decía que solía hacer como si abrochara y desabrochara botones. Lo mejor que puedes hacer es llamarme por teléfono. Pero no es auto-destructiva, ni violenta. Déjala sola, en la cama si es posible, a oscuras. Y cuando el ataque termine, debes estar a su lado para que se sienta segura. Le dolerá mucho la cabeza y estará desorientada. Y cansadísima, como si hubiera corrido un maratón. Es entonces cuando se siente más vulnerable.

El corazón de Edward había latido con violencia al escuchar las explicaciones del doctor Cullen.

—¿Y cómo lo soporta ella?

—Hijo, lo soporta como una campeona. Está acostumbrada y no puede evitarlo, eso es todo. Es una persona muy sensata y sólida. En lugar de dejarse abatir por su enfermedad, sigue adelante como si tal cosa. Pero supongo que tú ya te has dado cuenta.

Edward cerró los ojos.

Se había portado como un imbécil, tratándola como si fuera una enferma, una niña que no era.

—No estoy tan seguro.

—Aceptar que tiene una enfermedad es lo más importante —le había dicho Cullen—. Es necesario si quieres que vuestro matrimonio funcione.

—Pero es que no quiero hacerle daño.

—Lo sé. Pero la deseas, supongo.

—Claro que sí —suspiró Edward—. ¿Y en qué me convierte eso?

—En un hombre normal y corriente —rió el médico—. Si no quieres hacerle daño, trátala como a una mujer normal. Eso es lo que es Bella, una mujer normal con una enfermedad que la ataca de vez en cuando. Ella también necesita la parte física de una relación sentimental. Llévatela a casa y quiérela. Eso es lo único importante.

—¿Y los niños? —preguntó Edward entonces.

—¿No quieres tener hijos?

—¿Deberíamos tenerlos? ¿No sería un problema para ella?

—Existe un riesgo, desde luego. Pero con cuidados y sensatez, puede tener niños como cualquier otra mujer.

Edward no había escuchado nada después de la palabra «riesgo». No habría niños. Nunca arriesgaría la vida de Bella y se sintió aliviado al saber que una de las medicinas que tomaba para controlar el equilibrio hormonal era, también, un anticonceptivo.

De modo que no existía ese riesgo.

Pero quizá el riesgo estaba en alejarse de ella, en dejarla sola tanto tiempo, pensó entonces.

Edward se incorporó. Su mujer lo estaba esperando. Y no quería decepcionarla.

El sol se escondía en el horizonte cuando volvía a casa.

La casa donde lo esperaba, sin que él lo supiera del todo, lo más importante de su vida.


Nota Administradora FFAD:

Hola creo que algunas quedaron con la dudas sobre Bree Tanner, bueno al principio pensé que fue un error mío al cambiar los nombres de la historia original a los de Twilight, pero revisando bien me di cuenta que Bree la ex de Edward es la misma Bree amiga de Bella, no sé si fue error de la autora o la traductora del libro, así que decidí cambiarlo el nombre de la Bree amiga de Bella por Alice, para que se entienda más la historia, porque la verdad yo también me confundí.
Aclarado esto espero que les haya gustado el capítulo.
Nos leemos mañana con otro.



5 comentarios:

  1. Muchas gracias por la aclaración, piensan en todo ;)
    Por lo menos ahora Edward sabe más de la enfermedad, pero parece que sigue pensando más o menos lo mismo... :(
    Besos gigantes!!!!
    XOXO♥

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  2. Hola comencé a leer la historia en fanfic pero ya me puse al corriente aquí =P ojalá Edward deje de lado sus temores y se de la oportunidad de disfrutar lo que siente por Bella
    Saludos y espero el siguiente capítulo

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  3. Gracias por aclarar, estaba confundida por eso jajajja.
    Me gustó mucho el capi, que al fin se estén entendiendo y que puedan empezar a ser felices :D

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  4. Que bueno que Edward ya conoce a detalle la enfermedad de Bella y así se entenderán mejor.

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