Arreglo de Boda Final



Esta historia es una adaptación
Historia Original Corazones Solitarios de Cindy Gerard
Los personajes  pertenecen a Stephenie Meyer
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Edward estaba guardando unos papeles en su maletín. Después salió de la clase y fue hacia el aula de Bella.

Llevaban un mes yendo a la universidad nocturna de Bozeman dos veces por semana. Y eso lo había hecho darse cuenta de ciertas verdades que había querido ignorar mientras estaban aislados en Swan.

«Viejecillo».

Aquella palabra lo había hecho sonreír. Pero eso era antes.

Bella solía llamárselo cuando protestaba por algo y la broma empezaba a no tener gracia. De hecho, lo molestaba.

No era un viejo, pero Bella era una chica muy joven, un hecho del que se había dado cuenta desde que empezaron a estudiar en la universidad.

Bella tenía diecinueve años. Y debería vivir las experiencias que vivía una chica de esa edad.

«Viejecillo».

Se había estado engañando a sí mismo. Durante todo el tiempo, creyó que le hacía un favor casándose con ella. Y era al revés. Era Bella quien le hacía un favor.

Serio, miró por el cristal del aula. Ella no sabía que estaba allí. Y tampoco lo sabía el chaval que estaba tonteando con su mujer.

Tenía aspecto de atleta y sonrisa de seductor. Pero Edward debería estar acostumbrado. Desde que llegaron a la universidad, todos los chicos volvían la cabeza al ver a Bella. Y aquellos chicos tan jóvenes estaban siempre «preparados», como él recordaba bien.

Cuando miró a aquel joven no pudo evitar una punzada de envidia. Estaba lleno de confianza y tenía una de esas sonrisas que vuelven locas a las jovencitas.

No podía tener más de veinte años. Lo que no sabía era que no cumpliría veintiuno a menos que se apartara de su mujer.

Inmediatamente.

Edward abrió la puerta del aula.

—Hola, Edward —sonrió Bella al verlo—. Estamos a punto de terminar. Mike, este es mi marido, Edward Masen.

Mike debería tener suficiente sentido común como para apartarse. Pero como, aparentemente, no lo tenía, Edward puso una mano sobre el hombro de su mujer.

Era un gesto absurdamente posesivo, pero no pudo evitarlo. Por supuesto, Bella no se dio ni cuenta.

Pero Mike sí y, afortunadamente, murmuró una despedida apresurada.

Durante el camino a casa, Edward iba preguntándose por qué había reaccionado así, como un quinceañero. Pero no podía evitarlo.

Cuando volvió a Swan lo hizo con la convicción de que Bella lo necesitaba. Pero era evidente que lo único que necesitaba era saber quién era y lo que quería hacer.

Esa era una verdad en la que debía pensar. Bella no había podido, hasta entonces, decidir qué iba a hacer con su vida.

De hecho, empezaba a ser aparente que no lo necesitaba para nada.

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Las clases terminaron en junio y Bella estaba deseando abrir su propia página Web.

—Tengo tantos planes —le estaba diciendo a Mike el último día de clase—. Tanta gente con la que quiero hablar, a la que me gustaría decir que no están solos, que sé por lo que están pasando…

Además de los planes para la página Web, una de las mejores cosas que le habían pasado era su amistad con Mike Newton.

Cuando se encontró con él el primer día se puso nerviosa. Pero los dos habían crecido mucho desde que él le hizo tanto daño. Desde que, para Bella, no era más que un «ignorante» y ella para él «una tonta a la que le había mordido la lengua el gato».

Mike se había disculpado mil veces. Incluso le contó que había intentado en varias ocasiones enmendar el error, pero no supo cómo hacerlo.

Años después se habían hecho amigos. Por fin. Pero las clases terminaban y pronto dejarían de verse.

Los días pasaban y Bella notó que Edward parecía extraño, ausente. Ella trabajaba en su página Web, diciéndose a sí misma que no pasaba nada, que nada había cambiado entre ellos. Se decía que la razón para que estuviera tan callado últimamente era porque él también tenía trabajo. Y porque le estaba dando tiempo para terminar su página.

La vida era estupenda. Tenía un nuevo amigo y Alice  y ella habían decidido comer juntas todas las semanas. No pensaba dejar que las inseguridades que la habían mantenido encerrada durante toda su vida la hicieran pensar que Edward había dejado de amarla.

Sabía que no era cierto. No podía ser.

Solo era su imaginación.

¿No seguía haciéndole el amor con una ternura que la hacía llorar? Aun así, había algo raro, cierta desesperación en sus besos. Y Bella no podía dejar de preguntarse qué estaba pasando por su cabeza.

Bella oyó el sonido de un coche un sábado por la mañana y salió al porche. Cuando vio quien era, bajó los escalones corriendo.

—¡Mike, qué alegría verte!

—Yo también me alegro mucho —rió el joven, tomándola en brazos.

—¡Suéltame, tonto! No puedo respirar.

—Bella, cariño, tú me has dejado sin respiración tantas veces que es justo que yo te la robe a ti ahora.

—¿Es eso lo que tienes en mente, Newton? ¿Robar algo?

Bella volvió la cabeza y vio a Edward en el porche, sus ojos tan duros como el martillo que tenía en la mano.

—Hola, Masen —lo saludó el joven, dejando a Bella en el suelo—. ¿Qué tal?

—Bien —contestó Edward con voz fría—. ¿Pasabas por aquí o qué?

Como Swan no estaba cerca de ningún sitio, la pregunta era absurda. Pero Bella estaba tan contenta de ver a Mike que no quería darle más vueltas al asunto.

—Ven, entra. Recibimos tan pocas visitas que no estoy acostumbrada a hacer de anfitriona —dijo, sonriendo. Estaba subiendo los escalones cuando se dio cuenta de que ni Edward ni Mike se habían movido—. ¿No vienes? —preguntó, sorprendida al ver la expresión de los dos hombres.

—Dentro de un momento —contestó Edward, sin dejar de mirar al joven—. Quiero enseñarle el establo a tu amigo.

—Entra, Bella. Volveremos en cinco minutos —sonrió Mike.

Los dos se dirigieron al establo, dejándola con la impresión de que no iban a hablar precisamente de caballos.

Edward estaba furioso. Y Bella no se daba ni cuenta de que su héroe estaba a punto de perder dos dientes.

—¿No puedes buscarte tu propia chica? ¿Tienes que venir a buscar la mía?

—¿Bella es tuya? ¿Tienes el título de propiedad? —preguntó Mike, a la defensiva.

Edward soltó el martillo para no sentirse tentado.

—¿Te importaría explicarme qué has venido a hacer aquí?

—Hace tiempo le hice daño a Bella. Mucho daño. Entonces era un niño, pero ya no lo soy —contestó el joven—. Y no creo que esté bien quedarme mirando cuando creo que alguien va a hacerle daño.

—Y tú crees que yo voy a hacerle daño a mi mujer —dijo Edward entonces.

—Eso es lo que he venido a averiguar.

La furia apareció entonces desde muy dentro. Desde tan dentro que Edward no sabía de dónde. Mike Newton y su actitud de caballero andante lo sacaban de quicio. ¿Quién era aquel crío para pensar que iba a hacerle daño a Bella?

—¿Por qué te crees con derecho a intervenir?

—No quiero que pienses que Bella me gusta. Bueno, me gusta, pero como amiga.

—Entonces, ¿por qué tanto interés?

—Bella está loca por ti y yo solo quería saber si el sentimiento es mutuo.

El silencio que siguió a aquella frase podría cortarse con un cuchillo.

—Ya veo.

—Swan es una propiedad muy golosa —dijo Mike entonces, sin saber que arriesgaba su vida.

—Y tú crees que estoy aquí para llevármelo todo —murmuró Edward.

—Se me ha ocurrido pensarlo. Hasta que me encontré con Bella en la universidad.

—¿Y qué pasó entonces?

—Que nunca la había visto tan feliz.

En ese momento, escucharon la voz de Bella, llamándolos. Pero estaban demasiado ocupados chocando sus cornamentas.

—¿Tú crees que es feliz?

—Eso parece. He venido para ver si todo iba bien.

—Sin pensar que no era asunto tuyo.

—No, es verdad. Pero me alegro de haberlo hecho. Es evidente que quieres a Bella tanto como ella te quiere a ti —sonrió entonces Mike, mirando el martillo—. Y como veo que estás dispuesto a cargarte a cualquiera que desee hacerte la competencia, puede que seas suficientemente bueno para ella.

Bella había entrado en el establo sin que ninguno de los dos la oyera y se colocó al lado de su marido.

Edward no pudo evitar una sonrisa. Y después, para sorpresa de su mujer, invitó a Mike a tomar una cerveza.

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Mientras fregaba los platos de la cena, decidió que nunca entendería a los hombres. No tenía mucha experiencia con ellos, pero la que tenía… no le servía de mucho. Cuando entró en el establo aquella tarde, estaba convencida de que encontraría al uno o al otro cubierto de sangre, aunque no tenía ni idea de por qué podían estar discutiendo.

Pero estaban tan tranquilos, hablando de ella. Y durante la cena, el uno se reía de las bromas del otro. Increíble.

Edward seguía siendo un rompecabezas. Cuando Mike se marchó, volvió a encerrarse en sí mismo. Y Bella se daba cuenta de que aquella actitud había empezado cuando empezaron las clases. Había visto esa expresión en su rostro muchas veces cuando iba a buscarla.

A veces parecía realmente enfadado. No. Molesto, preocupado. Mientras se secaba las manos, miró una fotografía de Edward que había encontrado aquella mañana. Era una fotografía de cuando tenía diez años, cuando llegó a Swan, antes de que ella naciera. Su carita hacía que se le encogiera el corazón.

Su padre le había puesto una mano en el hombro, pero la cara de aquel niño tenía una expresión de soledad extrema. Era como si hubiera estado solo toda su vida.

Tenía la expresión, se dio cuenta entonces con lágrimas en los ojos, que había tenido durante las últimas semanas. Parecía confuso, desconfiado. Profundamente solo.

Su corazón dio un vuelco cuando volvió a mirar la fotografía del niño que había llegado a Swan, abandonado y olvidado de todos. Y con la sabiduría de una mujer enamorada por fin entendió.

Entendió tantas cosas…

—Edward… —susurró, acariciando la carita de la fotografía.

Por fin había entendido que, de los dos, era él quien seguía estando más herido.

Fue a buscarlo por la noche. Con el camisón blanco, el pelo suelto, salió al porche donde él estaba sentado.

—Vuelve dentro, Bella. Hace frío.

Pero ella no pensaba ir a ninguna parte.

—Hace más frío dentro. Sin ti.

Se puso de rodillas a su lado, mirándolo a los ojos, como ya había hecho otra vez cuando decidió convertirse en una mujer.

Y después se sentó sobre sus rodillas. Edward se rindió y, con un suspiro, la tomó entre sus brazos.

Ella lo apretó contra su corazón, disfrutando de su calor, de las grandes manos que rodeaban su cintura.

—Te quiero, Edward.

El dejó escapar un suspiro.

—Podrías haber sido cualquier cosa. Todo lo que quisieras ser.

—¿Es eso lo que te preocupa? ¿Crees que me has quitado algo?

Edward apartó la mirada.

—No.

—¿Lamentas haberte casado conmigo?

—Lamento haberte dejado sin alternativa.

—Escúchame —dijo entonces Bella, obligándolo a mirarla—. Todo lo que soy, todo lo que necesito está contigo. Siempre ha sido así.

—No.

—Tú me has abierto el mundo, Edward. Tú me has enseñado quién soy. Y las únicas opciones que he tenido en mi vida, me las has dado tú. Es la verdad. ¿Por qué no confías en mí? Juntos sabremos cuál es la mejor opción, en cada momento. Yo he elegido Swan. Te he elegido a ti.

Edward miró a la mujer que era su esposa. Escuchó sus palabras, notó la fuerza, la confianza que había en ellas, vio la convicción en sus ojos, sintió el amor que salía de su corazón.

Bella creía firmemente lo que estaba diciendo. Creía que él le había dado opciones, no que se las había quitado. Que era fuerte no a pesar de él, sino por él.

Creía en él. Creía en ellos.

Y, en ese momento, Edward creyó también.

—Puede que tú hayas tenido opciones —dijo, apretándola contra su corazón—. Pero yo no las he tenido. Nunca en lo que se refiere a ti.

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A medianoche, Swan dormía. Pero no así sus ocupantes.

—Quiero tener un niño —susurró Bella.

Aunque se sentía feliz, Edward se puso tenso al escuchar esas palabras. Había estado esperando aquel momento, pero no pensaba que llegaría tan pronto.

—Dame más tiempo —le rogó—. Necesito acostumbrarme a la idea.

A la luz de la luna, vio que los ojos cafés se llenaban de lágrimas.

—¿Por qué?

—Tenemos que hablar con el doctor Cullen, Bella. No quiero ni pensar en el riesgo que un niño sería para ti.

—La vida es un riesgo. Cuando estés preparado… solo cuando estés preparado hablaremos con el doctor Cullen —dijo ella entonces—. Y después tomaremos la decisión juntos.

Edward se quedó en silencio durante un rato.

—¿Y si la decisión es no tenerlo? ¿Si es más seguro para ti no tener hijos?

—Swan tiene mucho que ofrecer a un niño. Especialmente a un niño abandonado, un niño que nunca ha tenido oportunidades.

Él había sido un niño así. Un niño que, de mayor, pensó que la mujer que tenía entre los brazos necesitaba que alguien cuidara de ella. Pero estaba equivocado. Era él quien la necesitaba.

Tanto calor, tanta sabiduría, tanto amor… Edward tenía que agarrarse a ella como a un ancla. Y pensaba hacerlo durante toda su vida.

—Te quiero, Bella.

—Lo sé —susurró ella—. Creo que siempre lo he sabido.

Edward le mostró cuánto la amaba con su cuerpo; así le dijo lo que no sabía cómo decirle con palabras.

La llevó de nuevo a aquel sitio donde podían perder el control, a aquel sitio donde ella era fuerte y él era el mejor hombre posible.

Y donde ninguno de los dos tenía miedo.






9 comentarios:

  1. Que lindo final, me encantó la historia, muy tierna. Y me alegra que Bella haya podido hacer que Edward dejara todos sus temores atrás.
    Gracias por la historia!!!! 😘

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  2. HOOOOO XD GRACIAS ame la historia de principio a fin gracias una súper fantástica historia gracias gracias gracias gracias

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  3. Hermosa historia, muy tierna y dulce. Gracias.

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  4. Muy bonita historia😢😢😆😀😊 gracias yenni

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  5. hermosa historia graciasssssssssss la lei toda y no e dormido nada pero vale la pena graciasssssssssss =) ♥

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  6. Que lindoooo!!!! Me encanta que por fin, después de tanto tiempo, hayan podido saber que ninguno tuvo oportunidad desde que se conocieron, y que Mike le haya podido mostrar a Edward que Bella lo ama, aunque él crea que es solo porque estuvo obligada a hacerlo ;)
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  7. Hola me a facinado la historia. El amor nos encuentra cuando menos lo esperas.

    Nos seguimos leyendo.

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