EHQMO-Capítulo 4


Bella

Bella trató de encontrar el deseo de poder apartarse de él después de la posesión de Edward y de su propia rendición. No lo consiguió.

Un beso. Sólo uno. Y habían realizado un acto sexual tan cercano a la perfección que los recuerdos la perseguirían durante el resto de sus días. Incandescente, profundamente sensual.

Había hecho el amor con Edward Masen.

Cuando se apartó de él no lo miró. Se incorporó de la improvisada cama. Cuando ella hizo intención de levantarse, él la estrechó con fuerza contra su cuerpo, pero luego la dejó marchar. Bella lo miró sólo una vez mientras se dirigía hacia el cuarto de baño, vio que él seguía prácticamente inmóvil, en el mismo sitio, y con los ojos cerrados.


Llegó el sórdido y vergonzoso momento de la limpieza. Tenía las braguitas mojadas por el semen de Edward. El cuerpo le temblaba por el frío más que por el inenarrable placer.

¿Qué habían hecho?

Más exactamente, ¿cómo podían deshacer lo que habían hecho?

La amnesia sería la solución perfecta. Amnesia selectiva, es decir, poder recordarlo todo menos el hecho de que había hecho el amor con Edward. También serviría la negación. Sólo tenía que regresar a la cocina, buscar el abrigo de Jacob, ponérselo y fingir que no había ocurrido nada fuera de lo común, al menos para ella, dado que todo el mundo pensaba que Bella Swan hacía aquellas cosas todo el tiempo.

Habría dado cualquier cosa por una ducha con la que pudiera lavarse todo rastro de él, de lo que acababan de hacer, pero tuvo que conformarse con papel, toallas de mano y agua cálida del grifo. Cuando volvió a salir del baño, todos sus mecanismos de defensa estaban armados y listos para ser utilizados.

Edward Masen no significaba nada para ella. Por lo tanto, no podía hacerle daño. No le había hecho daño. Su encuentro había sido... simplemente algo desafortunado, un producto de las circunstancias y de la proximidad forzosa, del hecho de encontrarse vivos después de haber estado tan cerca de la muerte. Sí. Esa excusa era buena. La ayudaría.

Cuando regresó a la cocina, vio que Edward estaba cerca de los quemadores, envuelto con el saco de dormir. Sobre uno de los quemadores, había un cazo con leche.

La miró rápidamente, como interrogándola. Bella le devolvió la mirada. Resultaba difícil mantener lo que él llamaba arrogancia y ella mecanismos de defensa cuando una llevaba tan sólo unas braguitas de algodón húmedas y una camiseta. Sin embargo, por el modo en el que Edward la miró, parecía que lo había conseguido.

Bella encontró su chaqueta de esquí y se la puso, agradecida de la protección que ésta le proporcionaba aunque estaba muy fría. La cubría desde el cuello hasta los muslos, por lo que se calentaría muy pronto y ella también.

Lo miró de nuevo. Tenía un brazo y un hombro fuera del saco de dormir 
mientras movía ligeramente el cazo.

—Pensé que nos vendría bien un poco de café —dijo él—. O leche con cacao o algo caliente. ¿Te apetece?

Bella lo miró y trató de no acobardarse al ver la advertencia que había en aquellos ojos verdes. Parecían indicar que no hablara del tema, algo que ella estaba más que dispuesta a cumplir.

—Sí —respondió. Encontró sus botas y se las puso antes de dirigirse hacia la despensa donde se guardaba la comida—. ¿Qué te apetece comer? Hay jamón, queso y pastel de zanahoria —añadió. Vio que había pan de pita también, por lo que se lo apiló todo sobre los brazos y regresó a la cocina. Cuando estaba a punto de salir de la despensa, se encontró de nuevo con Edward. Él se hizo atrás con desesperante cortesía y lo que parecía una absoluta necesidad de evitar el contacto físico con ella.

Bella ya conocía aquella reacción.

Él regresó junto al fogón y se ocupó de preparar el café para él y la leche con cacao para ella. Mientras tanto, Bella comenzó a preparar unos bocadillos y cortó dos generosas porciones de pastel.

El sexo le daba hambre. Como andar por las montañas durante una tormenta de nieve. El nerviosismo, por otro lado, le hacía perder por completo el apetito.
Se imaginó que no tenía mucha hambre hasta que mordió el pastel y descubrió que tenía un hambre feroz.

— ¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que llegue alguien aquí? —le preguntó a Edward entre bocado y bocado. El reloj de la pared decía que eran las tres y cuarto, pero ella se imaginó que serían de la mañana.

—Tal vez un par de días. Antes si alguien se da cuenta de que estamos desaparecidos y que nos vinimos hacia aquí. Mi viaje no fue exactamente planeado.

—El mío sí. Mi madre sabía que yo estaba aquí hoy y tal vez ya se hayan dado cuenta de mi ausencia. Yo diría que mis posibilidades son del cincuenta por ciento. Tenía que ir anoche al bar para tomar una copa.

—Tal vez él se imaginó que tú no te presentarías —dijo Edward con acidez—. Ya sabes, lo que sin esfuerzo se consigue, rápidamente se pierde.


—Sólo para ti —murmuró ella. En aquel momento, lo odió de verdad—. Iba a tomar una copa con mi madre y con todos los que quisieran brindar por el recuerdo del hombre al que ella había amado sin dudarlo durante años. Venga — añadió, con tanto desprecio como pudo reunir—. Pregúntame de quién se trataba.

—Eres una zorra.

—Tú me has provocado —le espetó Bella igual de acaloradamente—. Nos llevaríamos mucho mejor si no fuera así.

—Puede ser, pero no sería tan interesante, ¿no te parece?

«Interesante» no era exactamente la palabra que ella habría utilizado para aquel encuentro. «Horripilante» parecía mucho más cercano a la realidad.

Bella le dio un bocado al pastel con más ira que delicadeza y trató de no

prestarle atención a él. Resultaba difícil hacerlo cuando la crema se le pegaba a los labios y tenía que lamérselos para limpiarlos. Edward la miraba con los ojos oscurecidos por el deseo mientras devoraba su propio pastel con avidez.

—Un beso —dijo ella mirándolo con desaprobación—. Eso fue lo que dijiste. Un beso.

—Y fue sólo uno —replicó él. 

—¿Y el resto?

—Eso fue... poco sensato —musitó él sin dejar de mirar su boca. Bella decidió que, tal vez, aún seguía teniendo crema sobre los labios y se la limpió con el reverso de la mano.

No.

Estudió las manos de Edward mientras él llevaba la leche hirviendo a la mesa y comenzaba a preparar lo que los dos iban a tomar. Utilizó café instantáneo para prepararse lo suyo, tal vez para no encender la cafetera o porque no sabía utilizarla. A Bella no le importaba cómo le preparara su leche con cacao mientras estuviera caliente y dulce. Así, tal vez lograría aplacar los nervios que la atenazaban cada vez que miraba a Edward.

Tenía unas manos muy bonitas. Grandes, fuertes, de largos dedos. Manos capaces de excitar a una mujer. Con ellas, seguramente Edward había saboreado el tacto de su piel. No obstante, aquella capacidad de amar no era tan poco frecuente. Él no era el único que sabía cómo hacer gozar a una mujer y satisfacer sus necesidades. Había muchos hombres que podían satisfacerla del mismo modo que él lo había hecho. Muchos.

Simplemente, Bella aún no los había encontrado.

 —¿Azúcar?

—¿Qué? —preguntó ella, aún perdida en su mundo imaginario—. Oh, sí. Una cucharada. Gracias.

Edward le entregó la taza y ella le dio un sorbo. Entonces, se puso a buscar una sartén para tostar los bocadillos y regresó a la despensa para buscar margarina. Mientras ella freía los bocadillos, Edward se tomó su pastel. El calor de la sartén supuso una bienvenida distracción del calor de la sugerente mirada de él. Después, tomaron los bocadillos en silencio. El hecho de saber que estaba segura, cálida y alimentada y que no había otra cosa que hacer más que esperar que pasara la ventisca fue suficiente para que Bella sintiera un profundo sueño. Resultaba casi irreal pensar que, entre todas las cosas ocurridas aquel día, había habido un entierro.

—Deberías dormir un poco —le dijo Edward fríamente—. Pareces cansada. 

—¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?

—Yo voy a mantenerme despierto durante un rato para ver si puedo localizar a Jacob. O a alguien. A quien sea. Así podré informar de dónde estamos y evitar que nos busquen en la montaña.

Bella miró hacia la improvisada cama que había hecho en el suelo. Tenía frío en las piernas y sus pantalones seguían aún mojados. La cama resultaba algo dura, pero podría acurrucarse en su interior y calentarse rápidamente. Y soñar con calcetines. En aquellos momentos, unos calcetines limpios y secos eran su mayor fantasía, inmediatamente después de una ducha de la que pudiera limpiarse de Edward Masen y de su recuerdo.

—Adelante —murmuró él—. Caliéntate y descansa un poco.

—¿Y si tú te sientes cansado o si te duele más la cabeza? No me mires como si no fueras vulnerable porque sé muy bien lo cerca que has estado de congelarte. Yo estaba presente.

Resultaba difícil para un hombre que no llevaba puesto nada más que un saco de dormir tener un aspecto altivo, pero Edward lo consiguió muy bien.

Bella se limitó a levantar una ceja y a esperar.

—Si necesito tumbarme, te despertaré —dijo él, por fin—. Así podremos cambiar la cama o colocar las mantas para que no...

—Eso es —replicó ella, interrumpiéndolo. No había necesidad de explicar más—. Eso estará bien.

Con una última mirada de cautela hacia Edward, Bella se dirigió a la improvisada cama y se dispuso a tumbarse.

—Sólo tenemos que aclarar una cosa más entre nosotros —murmuró mientras trataba de acomodarse sobre las mantas—. Mi madre nunca aceptó dinero de tu padre. Ni joyas. Ni ropa. Ni casas. Ni favores. Se compró el bar con el dinero que heredó a la muerte de su madre. Mi madre provenía de una familia adinerada, ¿sabes? Desgraciadamente, nadie de por aquí se lo cree. Tu madre y sus amiguitas se encargaron de eso.

Edward Masen la miró con desaprobación y Bella hizo lo mismo. Aún no había terminado. Había más. Años y años vividos con aquella amargura.


—Mi madre es una excelente mujer de negocios. El bar tiene muchos beneficios. Tu padre no tuvo nada que ver con eso. En cuanto a mí, trabajo como diseñadora gráfica para un estudio de efectos especiales para el cine en Christchurch y, por lo que yo sé, conseguí el trabajo por mis propios méritos. Vivo en un estudio que apenas me puedo permitir. Tengo deudas relacionadas con mis estudios que aún sigo pagando. Te prometo que no soy dueña de ninguna casa.

—¿Has terminado? —le preguntó él con gélida cortesía.

—No. Llevo viviendo a la sombra de la relación que tu padre tuvo con mi madre desde que tenía doce años. Jamás le deseé a James nada malo, te lo aseguro, pero ahora que ya no está, espero que su sombra desaparezca también porque lo odiaba. Odiaba todo lo que creó a nuestro alrededor. Odiaba el modo en el que los chicos ricos como tú me miraban y se preguntaban cuánto iba a costarles bajarme las bragas. Odiaba la reputación que yo tenía sin habérmela ganado, porque, hiciera lo que hiciera, no lograba desprenderme de ella. Odio el modo en el que me tratan los hombres de esta ciudad, como si yo fuera objeto de conquista, y el modo en el que las mujeres me miran y deciden que estoy aquí para cazar a sus maridos.

Edward guardó silencio.

—Así que te lo voy a decir claramente y te lo digo dos veces por si la primera no lo has entendido. No recibí nada de tu padre y te aseguro que no deseo nada ahora que se ha ido. No presumas de conocerme a mí o a mi madre, porque no es así. No presumas de poder juzgarnos sin mirar primero las carencias de tu propia familia. Me sorprendería mucho que trataras de ser cortés conmigo, pero te estaría muy agradecida. Si eso no es posible, preferiría que me ignoraras.

—¿Ahora sí que has terminado? —le preguntó Edward con una voz suave, letal, que hizo que Bella tragara saliva y deseara no haber sido tan sincera.

—Sí.

—Bien. Ahora, duérmete, pelirroja. No puedo hablar en nombre de mi madre o de mi hermana, pero puedes estar segura de que si tú y yo conseguimos bajar de estas montañas y nos volvemos a encontrar, me comportaré civilizadamente contigo. Seré cortés. Y te aseguro que te dejaré en paz.

Bella estuvo durmiendo el resto de la noche. Edward la despertó a las diez de la mañana del día siguiente con el olor a beicon, a huevos y a café recién molido. Aparentemente, sí que sabía utilizar la cafetera. Parecía agotado, pero sus ojos parecían serenos cuando la observó. Ella se levantó, se frotó el rostro y se desperezó.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó él desde el fogón.

—Como si me hubiera estrellado contra la ladera de una montaña, hubiera tenido que avanzar en la ventisca y me hubiera quedado dormida en el suelo — dijo ella. Se apartó el cabello del rostro y sintió un dolor en la mandíbula que no había notado la noche anterior. También tenía dolores en otras partes del cuerpo.

—Supongo que no me ha pegado nadie mientras dormía, ¿verdad? 

—Efectivamente, tiene mal aspecto.

—Probablemente el aspecto es lo peor —replicó ella mientras se acariciaba suavemente la mejilla—. Me salen hematomas muy fácilmente. Tiene que ver con el color de mi piel. ¿Y tú? ¿Qué tal tu cabeza?

—Más o menos. Me he tomado unos analgésicos que encontré en el botiquín, pero no me acuerdo de cómo llegamos aquí. Ni de haberme desnudado.

—Bien —dijo ella. Se levantó y empezó a buscar sus botas de nieve—. Te aseguro que no fue nada memorable.

Mentirosa.

—Sí que recuerdo haberte prometido un cierto nivel de cortesía —comentó él.

Se detuvo lo suficiente para que Bella pudiera enumerar mentalmente todo lo que había ocurrido entre el hecho de que Edward se desnudara y el momento en el que prometió ser cortés con ella. Prefirió no revivir mentalmente el momento en el que los dos se habían proporcionado una intensa satisfacción sexual. Aún no era capaz de encontrar una buena razón que explicara por qué habían hecho aquello.

—¿Cómo te gustan el beicon y los huevos?

—Crujiente y bien hecho. Gracias. ¿Conseguiste hablar con alguien por radio?

—Sí. Hace veinte minutos. Los de la estación base saben que estamos aquí. Se lo van a decir a tu madre. Y a la mía.

—Ah. Estoy segura de que esto les va a sentar muy bien.


—Eso mismo estaba pensando yo —murmuró él mientras servía los huevos en los platos y se disponía a cocinar el beicon—. Nadie ha podido comunicarse con Jacob. Van a mandar un helicóptero en cuanto el tiempo lo permita, lo que calculan que ocurrirá dentro de un par de horas.

Bella asintió. Estaba segura de que podrían pasar dos horas juntos comportándose civilizadamente. Si evitaban hablar de la familia y se guardaban cada uno sus opiniones al respecto, sería posible.

—Jacob debería haber dado señales de vida —susurró ella. —Lo sé.

—¿Crees que deberíamos ir a buscarlo? Tal vez podríamos ir a la torre de control y ver si sigue allí el vehículo de nieve. Podríamos incluso poder llegar a su cabaña.

—No —replicó él—. Creo que deberíamos dejar que fueran los equipos de rescate los que busquen a Jacob. Llegarán enseguida y vendrán más preparados.

—Pero...

—Bella, ni tenemos ropa ni equipamiento especializado. Si Jacob ha estado fuera con la ventisca de anoche, no va a estar en buena situación. Si está en uno de los edificios, estará bien, igual que nosotros.

—¿Podemos evitar utilizar la palabra «nosotros»? —replicó ella sin poder contenerse—. No me siento muy cómoda.

—Supongo que preferirías que tampoco utilizara «juntos» cuando hablo de nosotros, ¿verdad? —dijo él, suavemente. Bella le dedicó una mirada de preocupación, a lo que Edward respondió con una angelical sonrisa—. Está bien. Tú y yo batallamos juntos contra los elementos. Creo que deberíamos repasar nuestra historia ahora, ¿no te parece? Porque el cielo sabe que la gente va a preguntarnos, a ti y a mí, lo que ocurrió. Ahora, fíjate cómo he evitado utilizar la palabra «nosotros». Tal y como me has pedido.

—¡Qué caballeroso eres!

—En ocasiones lo intento —dijo Edward. Apagó el fogón y entonces, dividió el beicon antes de añadir las tostadas y llevar los dos platos a la mesa. A continuación, fue a por los cubiertos y le entregó los suyos a Bella—. Bueno, ¿dónde estábamos en lo de nuestra historia?

—Nos esforzamos por ponernos a salvo —dijo ella—. Probablemente podríamos dejarlo ahí.


—Estoy de acuerdo. No creo que nadie quisiera saber que llegamos juntos al orgasmo en nuestros esfuerzos por entrar en calor. Siempre me ha gustado esa frase, por cierto. Llegamos juntos al orgasmo como si fuéramos uno solo... Implica un cierto nivel de... competencia. ¿No te parece?

—No es una frase que me atraiga demasiado —replicó ella—. Me parece banal. Sentimental. También implica un cierto nivel de intimidad emocional que, para la mayoría de la gente, no existe. En cuanto a lo de competencia... La competencia requiere un poco de práctica y ciertas habilidades básicas. Creo que tú deberías tratar de alcanzar la excelencia.

—Es cierto. Se me había olvidado. A ti te gusta llegar primero —murmuró él, con voz sedosa.

Edward decidió que no debería haberle dado cubiertos. ¿Y si Bella decidía apuñalarlo con ellos? Sonrió como si pudiera leerle el pensamiento. Entonces, tomó sus cubiertos y empezó a comer.

Bella entornó los ojos e hizo lo mismo. Decidió que era mejor guardar silencio.

—¿Crees que es probable que te hubieras quedado embarazada? —le preguntó Edward sin levantar la mirada del plato y sin dejar de comer.

—No —respondió ella fríamente. 

—Normalmente no soy tan poco cuidadoso. 

—¿Acaso crees que yo sí?

—Yo no he dicho eso. Mira. Sólo llámame si esto tiene consecuencias. 

—No las tendrá.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—Edward, agradezco mucho tu preocupación, aunque sea con algo de retraso. De verdad, pero estoy bien protegida contra esa clase de contratiempos.

Asumamos por el momento que no va a ocurrir nada. Así, cuando por fin nos bajemos de esta montaña, podremos olvidar lo ocurrido y seguir con el resto de nuestras vidas por separado. Tú serás el dueño de todas tus propiedades aquí en Queenstown y yo regresaré a Christchurch. Todo el mundo vivirá feliz para siempre.

—No será tan fácil como tú piensas —musitó él—. Me refiero a lo de olvidar lo que ha pasado aquí.

—Yo no he dicho que sea fácil. Tan sólo necesario.

—¿De verdad? —replicó él, por fin. Le dedicó una mirada tan sombría que Bella se tensó y se echó a temblar—. Tal vez te pueda invitar alguna vez a una copa.


—Edward, no hagas esto. 

—¿Por qué no?

—Ya sabes por qué no. ¿Qué estás pidiendo? ¿La misma clase de relación que tu padre tuvo con mi madre? La respuesta es no.

Los ojos de Edward relucieron con una advertencia que Bella prefirió ignorar. 
—Eso no es lo que yo estoy pidiendo —dijo él tristemente.

—¿Entonces, qué? ¿Lo tuyo de siempre? ¿Una noche? ¿Acaso no hemos hecho eso ya? Aunque, si lo pienso bien —murmuró ella, a la defensiva. No quería ni pensar en dejar que Edward Masen se acercara lo suficiente a ella como para poder hacerle daño—. ¿Qué te parece champán y rosas y un amante para Bella Swan? ¿Alguien que esté orgulloso de ella, que la apoye y que no le importe lo que otras personas digan o piensen sobre ella?

Edward guardó silencio.

—Sí. Eso es lo que me había parecido —dijo Bella con tristeza—. Lo siento, Edward, pero tú y yo... Lo que ha ocurrido aquí no puede volver a repetirse aunque el hecho de sentirte dentro de mí fue muy intenso. No puedo. Y tú tampoco deberías.

8 comentarios:

  1. Esto se pone cada vez más bueno. Gracias por el cap

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  2. K bueno k bella se desahogo un poco y lo puso en su lugar, que paso con jacob ????

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  3. Espero que él le crea, y parece que así es por como se está comportando. Creo que las cosas se van a empezar a dar vuelta y ahorava a ser ella la que lo rechace. Esto se va a poner interesante!!!

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  4. No me digas q a Jacob le dio un ataque ya que le dolía un brazo y no salía en ninguno de los primeros capítulos que hubiera residido un golpe... y q parsito nos encontramos espero leer pronto más de esto...

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  5. Ya no le puede decir que su padre le pagó algo.

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  6. esta increíble cada cuanto actualizas

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  7. Ojalá y encuentren a Jacob, y me gusto que hablen estos dos pero qué sucederá en cuanto bajen!!!

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