El Productor (Final)




Resultaba extraño ir a trabajar y no ver ya los camiones de la televisión en la puerta y a la gente del equipo de filmación.

—Ese señor Cullen es guapísimo —comentó la señora Lamb mientras echaba la última prenda dentro de la vieja lavadora—. De haber sido joven como tú, Bella, te aseguro que hubiera tratado de atraparle.

—Las chicas de hoy en día no se dan cuenta de cuándo están frente a un buen partido —intervino la señora Waters, una de las nuevas residentes.

—Creo que sí nos damos cuenta —observó Bella tratando de sonreír—, pero es la competencia lo que nos detiene.

—Yo creo que si una cosa tiene valor, vale la pena luchar por ella —prosiguió la señora Lamb—. Tal vez si hubiera luchado con más fuerza, Bert no se hubiera ido así… aunque quizá sí, porque mi Bert sólo piensa en él. Siempre ha sido así.

—Da la impresión de que está dispuesta a aceptarle si vuelve —le dijo Bella a Jean cuando estuvieron solas.

—No lo dudo, es una de las cosas que Andrew y yo hemos pensado; las personas con este tipo de problemas no son felices aunque sus relaciones se rompan, a pesar de que a los demás nos pueda parecer un verdadero desastre. Se conocen muchos casos de mujeres maltratadas y con las costillas rotas que buscan disculpar a sus maridos por lo que les han hecho —suspiró—. Yo no creo poseer ese valor ni ese espíritu de sacrificio.

—Yo tampoco —respondió Bella—. ¿Cómo está Emily… es decir Carol?

—Muy tranquila. Esta mañana irá a ver al doctor Winters, y le ha dado a Andrew el teléfono de su familia que vive en el norte. Él les va a escribir para ver qué posibilidades hay de que ella vaya a visitarles. Parece que hubo muchos problemas cuando ella se fue de su casa, y Carol tiene miedo de que no la vuelvan a recibir. La muchacha necesita afecto y un hogar estable.

En ese momento apareció Andrew con expresión preocupada.

—La señora Henderson —anunció—, y parece que viene en son de guerra. ¿Hay café?
El humor de la señora Henderson era terrible cuando Bella entró a llevarles el café.

—Como le decía, señor Milner, no le encuentro ningún sentido a que esta gente forme parte del público en el estudio. Si me lo hubieran consultado, les hubiera dado mi parecer.

—Lo siento mucho, señora Henderson —dijo Andrew conciliador—. Pero no le veo nada de malo. Después de todo, tomaron parte en el documental. Además, el señor Cullen quiere que los residentes participen en el debate que se llevará a cabo en el estudio.

—El señor Cullen tiene una actitud deplorable y exagerada. Parece haber olvidado que esta gente vive de la caridad.

—Creo que el señor Cullen sabe perfectamente todo lo relacionado con la gente de aquí, y también pienso que sabe muy bien cómo hacer el programa. En mi opinión, no tenemos derecho a darle indicaciones de cómo debe ser filmado, ni de quienes tienen que tomar parte en el debate.


—Le aseguro que estoy sumamente desilusionada con todo esto. De haberlo sabido jamás hubiera autorizado el documental. Y tal vez debería prohibir que el programa sea televisado.

—Creo que ya es tarde para eso —comentó Andrew muy serio—. Está incluido en la programación del lunes por la noche. Además, supongo que suspenderlo tendría que ser decisión de todos los miembros del patronato y dudo que haya tiempo para convocar una junta extraordinaria

La señora Henderson le miró con furia y guardó silencio. Después de una pausa Andrew prosiguió:
—Debo informarle de que parece existir un gran interés en el programa por parte de otras entidades. Se me ha pedido que participe en otro programa en la radio, en torno al problema de las personas abandonadas y esta mañana temprano me llamaron de un periódico para preguntarme sobre el trabajo que realizamos.

—¿Ah, sí? Pues espero que toda esta publicidad tenga el efecto deseado en lugar de producir revuelo entre la gente. Tengo grandes dudas en torno a la forma en que ha sido enfocado todo esto. Buenos días, señor Milner.

—Eso me temía —comentó Andrew una vez que se había ido la mujer—. Tenía esperanzas de que no se enterara de que todos los residentes van a participar en el debate. Espero que no se refiera a ellos en público como casos de caridad, porque habrá un escándalo.

—Tal vez eso sea lo que necesitamos —murmuró Bella—. Tal vez no un escándalo, pero algo que haga reaccionar a los socios. No es posible que todos tengan la misma actitud negativa de la señora Henderson.

—Por el contrario, creo que son varios los que quisieran hacer cosas más positivas, pero ninguno desea lanzar la primera piedra, porque ella es la viuda de James Henderson, y ha sido el dinero de Henderson el que ha mantenido el Centro hasta este momento. Supongo que el asunto de la lealtad es comprensible, pero sería muy bueno para nuestros residentes que ella no fuera la benefactor a principal.

Esa noche, al llegar al apartamento, Bella le contó a Rose los acontecimientos del día.

—Es evidente que el dinero es la respuesta. Si el Centro obtuviera fondos de otras fuentes, podrían sacar a la Henderson del puesto que ocupa en la Asociación.

—Suena muy cruel… pero es tan… reacia a las cosas que atañen al Centro. Además, toda su ayuda la presta por un extraño sentimiento de obligación, pero no por un interés sincero por la gente. Indudablemente, no es la persona adecuada para estar al frente de una institución de caridad.

—¿Qué te parece si para el lunes preparamos grandes pancartas que digan «Henderson fuera». ¿Crees que aceptaría la indirecta?

—Lo dudo.

—Esta será una gran semana para todos nosotros en la televisión. El documental del Centro se emitirá el lunes y la obra de teatro el miércoles. Me temo que no podré ofrecerte un pase para «Bajo la Piel».

—Tampoco iré al estudio para «Aquí y Ahora» —comentó Bella, Rose la miró sin comprender.

—¿Y por qué no? Supongo que Edward y tú no seguiréis enfadados. —Tal vez.

—Querida, me asustas. Jasper era terrible, pero Edward… —No te preocupes, no tengo ninguna esperanza.

—¿Y ya sabe lo que sientes por él? —le preguntó Rose, Bella asintió—. ¡Vaya! Te aseguro que dejar que se enterara no ha sido una jugada muy inteligente.

—Lo sé, pero yo no se lo dije, él lo adivinó.

—¡Qué listo! ¿Y ahora qué? ¿Alguno de esos amoríos espectaculares a los cuales está acostumbrado? Bueno… tal vez así logres olvidarlo.

—No creo que sea posible.

Esa noche estuvo mucho tiempo acostada sin poder dormir, tratando de decidir su futuro. No había razón alguna para que su camino y el de Edward volvieran a cruzarse. Él no regresaría al Centro y ella se mantendría alejada de los estudios de televisión, Rose era el único vínculo entre ambos, y en poco tiempo, se iría de viaje.
Julie se cambió al apartamento ese fin de semana, Bella logró olvidarse un poco de sus problemas mientras cambiaban los muebles de lugar y trataban de hacer espacio en armarios y cajones para que la muchacha pudiera colocar sus cosas.
Bella no le había dicho a Andrew que no iría a los estudios de televisión, pero cuando surgió el tema el lunes por la tarde, le comunicó su decisión, y él la aceptó sin protestar, aunque era obvio que le había desilusionado.
Estaba pasando a máquina las últimas cartas que le había dejado Andrew, cuando entró la señora Henderson con un periódico en la mano. Ignoró a Andrew por completo, y fijó su mirada furiosa en Bella.

—Está usted despedida, señorita Swan. Y váyase de una vez. Sepa que me quejaré a la señorita Shaw, la de la agencia de empleo, por recomendar a una persona tan inmoral como usted para trabajar en una institución cristiana.

—¡Señora Henderson! —Andrew se puso de pie—. No tiene usted derecho…

—¿Que no tengo derecho? —la señora Henderson volvió hacia Andrew su mirada furiosa—. Claro que lo tengo cuando esta jovencita anda arrastrando por el lodo el nombre de la Asociación junto con el suyo.

—Por favor, señora Henderson —intervino Bella con voz temblorosa—. Debe decirme qué es lo que he hecho.

—Hace muy bien el papel de inocente, señorita, y logró convencer al señor Milner, pero yo jamás he confiado en usted. Recoja sus cosas y váyase. Me quedaré aquí hasta que lo haya hecho.

—Señora Henderson. Insisto en que me diga lo que se supone que ha hecho Bella para merecer esto. Debo recordarle que existe algo que se llama calumnia — con gesto despectivo la mujer arrojó el periódico encima de la mesa diciendo:

—Véalo usted mismo.

Bella observó a Andrew mientras leía y notó que poco a poco su expresión iba convirtiéndose en una de asombro, y al levantar la vista la miró casi acusadoramente.

—¿Andrew, qué sucede?

Le entregó el periódico. En cuanto lo tuvo en sus manos se dio cuenta de que era una columna de notas de sociedad, donde aparecían fotos de celebridades seguidas de algún comentario. Le llamó la atención una donde una muchacha de pelo largo sostenía en la mano una almohada.

—¡Pero ésta soy yo! —exclamó desconcertada, y de inmediato sus ojos volaron hacia el comentario al pie.

La bella cantante escocesa Bella Swan ha encontrado un confortable nido de amor en el apartamento del productor de televisión Edward Cullen. Pero esta joven de veinte años, no está allí sólo para cantar dulces canciones de cuna, sino que también desempeña el papel de doncella a la perfección.
Pero encargarse de cuidar la casa del famoso señor Cullen no es lo único que llena su día. Después de terminar con sus deberes domésticos, se dirige a su trabajo en la Asociación Henderson… es un verdadero ángel para los desamparados.
Esto explica por qué el prestigioso programa "Aquí y Ahora" del señor Cullen, ha demostrado interés en esta institución de caridad venida a menos.
Pero la caridad bien entendida comienza por uno mismo, el señor Cullen y su hermosa compañera también lo entienden así.

Bella dejó el periódico y se puso de pie, se sentía muy mal. No había necesitado leer el nombre final de la columna para saber quién firmaba aquella espantosa nota. ¿Cómo había podido olvidarlo?, se preguntó, recordando la breve conversación en la cafetería y la imprevista visita al día siguiente. Había pensado decírselo a Edward, pero todo lo que sucedió después le hizo olvidar el asunto.

—Fueron los del Globe los que me llamaron el otro día —dijo Andrew—, y yo me pregunté cómo sabían tanto de nosotros.

—¿No me diga que cree esto? —exclamó Bella.

—¿Está tratando de decir que este periodista miente? —preguntó la señora Henderson—. ¿En dónde estaba usted cuando le hicieron esa fotografía? ¿Era realmente la habitación de Edward Cullen?

—Sí, pero no es lo que usted piensa. Yo… yo no vivo con Edward. Comparto un apartamento con Rose Fenton. Ella es actriz, puede preguntarle si lo desea.

—¡Una actriz! —la señora Henderson escupió la palabra—. Y seguramente es amiga del señor Cullen.

—Sí, lo es, pero no veo…

—¿Y puede usted jurarme que nunca… pasó la noche en casa del señor Cullen? —Sí, una vez, pero…

—Ya ve, tiene la desfachatez de confesarlo —gritó la mujer mirando otra vez a Andrew.
—Su vida privada no nos concierne —respondió él con tranquilidad.

—Claro que no, siempre que sea privada. Pero la señorita Muir ha permitido que se haga pública, y se ha atrevido a mezclar el buen nombre de la Asociación con sus sórdidas aventuras. Le repito, señor Milner, que esta jovencita tiene que irse.

Andrew se puso de pie muy serio.

—Entienda, señora Henderson, que si usted despide a la señorita Swan, la señorita Haydon y yo también nos vamos. No creo una palabra de ese artículo insidioso y desagradable, aunque admito que es lamentable que aparezca en él el nombre de la Asociación.

—Y el mío, señor Milner.

—Pero Bella no tiene la culpa de eso. Estoy convencido de que esto no fue publicado con su consentimiento.

—Si usted o la señorita Haydon se marchan de aquí por defender a esta joven, señor Milner, le aseguro que cierro el Centro.

—¡Oh, no! —exclamó Bella—. Andrew, no puede hacer algo semejante, esta gente le necesita. Yo puedo conseguir otro trabajo. Y aunque ella no me echara, yo renunciaría ahora mismo. No puedo quedarme sabiendo lo que la señora Henderson piensa de mí.

—Creo que es el acuerdo más satisfactorio —convino la mujer sentándose otra vez—. El señor Milner le hará llegar el sueldo de una semana.

—Eso no será necesario —Bella trató de sonreírle a Andrew que la miraba preocupado—. Adiós, Andrew, salude a Jean de mi parte y también a los demás.

—Esto no acaba aquí, Bella. Me mantendré en contacto contigo.

Una vez en el metro, Bella se dio cuenta de que aún llevaba en la mano el periódico de la señora Henderson. Lo abrió y volvió a leerlo. Tenía que haber alguna manera de limpiar su nombre, pero la fotografía era muy sospechosa. Ella le había dicho a Roger que hacía la limpieza de la casa del señor Cullen, pero ¿de dónde había  sacado que cantaba… y también lo de la Asociación? Comprendió que aunque iniciara un juicio por difamación, le sería muy difícil probar su inocencia.

Cerró los ojos y se dijo que al menos era poca la gente que la conocía en Londres… pero no podía decir lo mismo de Edward. Abrió los ojos repentinamente. Se había preocupado tanto por su propia situación, que no se había detenido a pensar que no era la única persona afectada. ¿Habría leído él el periódico? Tenía que verle y hablarle, sólo Edward podría hacer algo para aclarar las cosas.

Se bajó en la siguiente estación y desde una cabina de teléfono llamó a la oficina de Edward, pero Diane le informó que el señor Cullen ya se había ido a su casa.
Paró un taxi y le dio la dirección de Belmont Gardens. Ella había permitido que el periodista entrara en el apartamento de Edward, y le había contestado a algunas preguntas, por lo tanto le debía una explicación.

Al llegar, pagó al conductor y corrió hacia la puerta de entrada sintiendo que el corazón le latía con fuerza.

Finalmente se abrió la puerta.

—¿Qué quieres? —la dureza en la voz de Edward era el peor castigo que se habría podido imaginar.

—Por favor, déjame entrar. Necesito hablar contigo… explicarte —pero él dio media vuelta y se dispuso a cerrar. Reuniendo todas sus fuerzas Bella dio un empujón a la puerta y logró pasar al hall. Allí trató de controlar la respiración, y le miró a lo lejos. Edward se encogió de hombros y abriendo la puerta de la sala hizo una reverencia indicándole que pasara.
Lo primero que vio Bella al entrar fue el periódico abierto. —Debes permitir que te explique cómo fue.

—Las explicaciones no son necesarias —respondió él con violencia—. Cualquiera que haya sido el motivo que hayas tenido para hacer una cosa así, no me interesa. No tiene importancia.

—Sí, la tiene —afirmó Bella sintiendo que las lágrimas asomaban a sus ojos.

—Por Dios. No utilices ese truco. ¿Cuántas veces tengo que decirte que las lágrimas no me conmueven?

—No voy a llorar —aseguró ella conteniéndose—. Pero no quieres escucharme y debes hacerlo.

—Está bien —aceptó Edward sentándose en uno de los sillones—. Tienes toda mi atención.
Bella le contó todo, su encuentro con Tanya y Roger Hunt, y después su aparición en la casa mientras ella limpiaba, y la desconfianza que tuvo en ese momento.

—¿Te crees que soy tonto? ¿No se te ocurrió pensar que si me lo hubieras dicho entonces yo podría haber hecho algo antes de que se animara a publicarlo?

—Traté de ponerme en contacto contigo…

—Eso dijiste… pero ¿qué te impidió decirle a Diane lo que estaba sucediendo? Ella está perfectamente capacitada para poner en su lugar a esos sensacionalistas. Ésa es una de las razones por las que se le paga.

—No pensé en eso.

—No lo pensaste. Claro que sí, tal vez hasta fui yo el que te dio la idea. Yo te dije que sería la venganza perfecta que les dijeras a todos que yo era Jon Lisie… lo que no imaginé es que fueras capaz de inventar tantas mentiras. ¿Qué te llevó a decirles todo esto? Supongo que no buscarías más publicidad para tu amado Centro. No creo que te lo agradezcan mucho.

—Me han despedido. Es una de las razones por las que he venido. Pensé que si les explicabas que todo era un malentendido, tal vez la señora Henderson… se convencería de la falsedad de la noticia.

—La próxima vez que hable con la señora Henderson, será cuando estemos emitiendo el programa esta noche. ¿Qué sucedió? ¿Acaso el bueno de Andrew no te apoyó… o se echó atrás al darse cuenta de que eras de segunda mano?

—Estás diciendo algo muy cruel.

—Tal vez. ¿Es ésa la razón por la que prefieres a un inútil como Andrew? —al ver que ella le iba a defender levantó una mano para silenciarla—. Sí, Bella, es un inútil, porque de no haber sido así, podría haberse quitado a la señora Henderson de encima desde hace mucho tiempo. Tiene a la mayor parte de los socios de su lado, todo lo que necesitaba era presionar un poco. Es un chico atractivo, pero necesita otra persona que le haga los trabajos desagradables. ¿Acaso te imaginas que ése podrá ser tu papel en el futuro?

—Ya te he dicho que me han despedido —respondió; temblaba a pesar suyo.

—Supongo que olvidaste que la malicia a veces se vuelve en contra de uno. Sé que te hice enfadar en algunas ocasiones, pero hacerme esto… ¿Qué te llevó a hacer algo tan bajo? No es posible que sigas disgustada conmigo por el asunto de Jasper.

—¡No! —exclamó Bella moviendo la cabeza de un lado al otro. Jasper ahora le parecía algo terriblemente lejano.

—¿Y no se te ocurrió pensar que al hacerte pasar por mi amante eras tú la más perjudicada? Yo jamás he dicho que vivo como un santo, pero tú… aun cuando te tuve en mis brazos hubiera jurado que eras virgen.

Edward se puso de pie y se rió de una forma tan desagradable que Bella tuvo miedo, y al verle acercarse dio un paso atrás.

—Qué tonto fui, debí haber sido más persuasivo. Tal vez no eres tan ingenua como pareces, pero representaste muy bien el papel, querida. Te felicito por haberme logrado convencer.

—No, Edward, por favor, estás equivocado —exclamó Bella tratando de alejarse, de él.

—Creo que nos olvidaremos de la palabra «no» —ella no tenía la fuerza necesaria para rechazarlo, y en un segundo se encontró en sus brazos. Edward empezó a besarla en el cuello—. Pobre Bella, yo imaginando que querías conservarte pura para el matrimonio con el bueno de Andrew, y tú lo que querías era acostarte conmigo. Si me lo hubieras dicho, no hubieras necesitado hacer que publicaran una cosa así en un periódico para hacérmelo comprender.

Bella temblaba. Las palabras de Edward parecían quemarle la piel. —Edward… no debemos…

—¿Por qué no? —la levantó en brazos y comenzó a avanzar hacia el dormitorio—. Tú te inventaste nuestras relaciones… ¿por qué no habría yo de convertirlas en un hecho?
Por más que Bella luchó, Edward logró abrir la puerta de la habitación, y después de cerrarla de golpe, la arrojó en la cama.

—Es una lástima que ya hayan hecho la cama, pero tú la puedes volver a hacer después. Le dijiste a Roger que ése era tu fuerte.

Bella lanzó un gemido que Edward ahogó con la presión de su boca contra la de ella. Era inútil luchar contra él, lo único que podía hacer era quedarse acostada muy quieta y demostrarle lo equivocado que estaba. Que ella no le deseaba…
Era una batalla silenciosa que culminó tan pronto como había comenzado, ya que el cuerpo de Bella se excitaba bajo el fuego de las expertas caricias de Edward. Poco a poco se dio cuenta de que ya no lograba controlar su propio deseo y que le estaba besando con intensa pasión.

De pronto Edward se sentó en la cama y dijo:

—Acaríciame, Bella —a pesar del tono suave de su voz, era una orden y no un ruego.
Lentamente ella se arrodilló a su lado y metió la mano dentro de su camisa. Tenía la piel tibia y suave, y los rápidos latidos de su corazón parecían confundirse con los de ella. De pronto sintió vergüenza y quiso sacar la mano, pero él la apretó contra su pecho.
Edward murmuró su nombre empujándola otra vez contra las almohadas mientras su boca buscaba la de Bella desesperadamente. Perdida en sus brazos, se olvidó de todo. Lo que debía hacer y lo que no debía hacer no tenía ningún significado en un mundo donde la única realidad eran las caricias de Edward. Cada fibra de su cuerpo hacía una pregunta para la que sólo él tenía la respuesta.

Y de pronto se quedó sola. Se quedó muy quieta, sonrojándose al pensar que seguramente él se estaba desnudando. Pero el silencio prolongado la puso nerviosa y se apoyó en un codo para mirarle. Lo vio de pie junto a la ventana mirando hacia afuera, pero debió escuchar su movimiento porque se volvió hacia ella.

—¿Edward? —le tendió una mano para que regresara a su lado.
Él se acercó a la cama y se quedó observando a Bella, pero haciendo caso omiso de su mano extendida.

—Será mejor que te arregles —le dijo con calma.

—¿Edward, qué sucede? ¿Algo no anda bien?

—Todo anda mal —sonrió débilmente—. ¿Tú no dirías lo mismo? 

—¿He sido yo? ¿He hecho algo mal? Yo no sabía…

—No —interrumpió él—. Si supieras —movió la cabeza—. No es nada que hayas hecho, Bella. Es lo que tú eres.

—¿Y qué soy? —preguntó mientras se arreglaba la ropa con manos temblorosas y los ojos llenos de lágrimas.

—Eres lo que pensé desde el primer día —dijo suavemente—. Sé que toda esa inocencia no es simulada. Es real porque aún eres virgen.

—¿Y eso cambia las cosas? —trató de sonreír, pero no pudo.

—Al menos para mí —respondió sombríamente—. Por una razón, me impone una serie de responsabilidades que no puedo aceptar en este momento. Pero existen otras razones menos egoístas… debes salir de aquí antes de que te haya hecho un daño irreparable.

—¿Se supone que tu comportamiento me hará no desearte ya? —le preguntó Bella en voz baja.

—Yo hice que me desearas. Te traje aquí porque estaba enfadado, por esto te digo que te vayas. Una muchacha debe ser poseída por amor y no por rabia… sobre todo la primera vez.

Bella hubiera querido decirle que ella le quería tanto que sería capaz de olvidarse de su rabia y de sus celos por Tanya y cualquier otra emoción que pudiera distanciarles, pero un nudo en la garganta le impedía hablar.

—Algún día me lo agradecerás. La pasión no cierra heridas, sólo abre otras más profundas. Algún día conocerás a un hombre al que realmente quieras y te podrás entregar a él sin reservas —fue hasta la puerta—. Te pediré un taxi.

Cuando por fin llegó al vehículo, Bella ya estaba más calmada, aunque tuvo que hacer un gran esfuerzo para pasar frente a Edward sin siquiera mirarle antes de subirse al taxi.
Cuando el vehículo se había alejado unos pocos metros, pasó un coche en sentido contrario. Bella lo siguió con la mirada y vio que se detenía frente a la casa de Edward. De él bajó Tanya que corrió y se arrojó en sus brazos antes de que la puerta se cerrara detrás de ambos.

Había estado lloviendo durante tres días. Bella estaba sentada junto al fuego en la cocina de la señora McGregor leyendo la carta de Rose. Habían pasado diez días desde su repentina decisión de abandonar Londres y marcharse a Torvaig donde pensaba encontrar sosiego. Pero se había engañado a sí misma, ya que en un pueblo tan solitario los recuerdos se hacían más intensos.

La mañana en la que decidió marcharse, ni siquiera tenía idea de qué iba a hacer en Torvaig, y sólo había traído las cosas más indispensables en su vieja mochila. Todo lo demás, tanto la ropa como la guitarra se habían quedado en casa de Rose, y en una nota le había pedido que se las enviara dejándole dinero para los gastos.
Pensó que tal vez la señora Mackintosh le diera alojamiento a cambio del trabajo en la casa, pero descubrió que las cosas andaban tan mal que la mujer estaba pensando en regresar a Glasgow.

A Bella le dio vergüenza presentarse en casa de la señora McGregor, pero ésta la recibió con tanta ternura que la dejó asombrada. No le hizo una sola pregunta, comportándose como si el tiempo pasado en Londres hubiera sido una locura de la cual Bella ya estaba arrepentida.

La obligaba a dar largos paseos por las colinas y por la playa, la hacía comer deliciosa comida casera y no le parecía bien que Bella se fuera a Glasgow a buscar trabajo.
—No hay prisa, no hay ninguna prisa —era todo lo que le decía.
Pero sabía que tendría que encontrar una ocupación muy pronto. La carta de Rose la había inquietado, recordándole el mundo que había dejado atrás.

En ella le contaba que las cosas habían mejorado notablemente en el Centro después de la emisión del programa; que la señora Henderson había renunciado a su puesto de directora de la Asociación, y que en su lugar iban a poner un representante de las diferentes entidades de caridad que habían ofrecido ayuda económica al Centro. Andrew y Jean se casaban dentro de quince días, y los padres de Carol Barton habían venido a buscarla para llevársela a casa.

«Y tengo órdenes de decirte que el Bert de la señora Lamb ha regresado», escribía Rose. «Al parecer vio el programa en la televisión y se dio cuenta de que echaba de menos a su mujer y a sus hijos. Él está trabajando en Manchester, por lo tanto se han ido todos para allá.
Supongo que no verías «Bajo la Piel», pero fue muy bien recibida, y las críticas fueron excelentes. Hugo está pensando en poner en escena una nueva obra de Edward. Corren rumores de que tal vez abandone el asunto de los documentales para dedicarse por entero a escribir teatro, aunque él no dice nada al respecto».

Bella dobló las hojas y las guardó en el sobre. Había dejado de llover, por lo tanto, después de ponerse un jersey gordo encima de la camisa y los vaqueros, decidió salir a dar un paseo por la playa antes de cenar.

En el horizonte las nubes se habían despejado bastante por lo que se podía ver el sol hundirse en el horizonte como una bola de fuego. Bella se acercó hasta la orilla y se quedó largo rato contemplando la sombra de las islas distantes. El agua llegaba muy cerca de sus pies, una gaviota lanzó un extraño y melancólico gemido que la asustó. Éste había sido su hogar la mayor parte de su vida, pero de pronto se sintió ajena y sola. Cuando volvía a casa de la señora McGregor, se detuvo al ver la figura de un hombre en el camino. Al principio pensó que debía ser algún forastero

porque no la saludó con la mano como solía hacerlo la gente del lugar, pero de inmediato comenzó a sentir una extraña sensación.

Se detuvo asombrada. No podía creer lo que sus ojos veían. —Hola, Bella —dijo él sin sonreír y acercándose a ella. 

—¡Edward! ¿Qué haces aquí?

—Rose me pidió que te trajera las cosas que dejaste en Londres. Hubiera esperado que dijera cualquier cosa menos eso. —Entiendo. ¿Entonces estás de vacaciones… o algo parecido?

—Algo semejante —mientras hablaba tenía los ojos fijos en los de ella. —Has elegido un lugar muy poco frecuentado.

—La elección no fue mía, Bella —ella le miró con una pregunta en los ojos y Edward se acercó lentamente—. ¿Tengo que decírtelo más claro?

—Sí, Edward, creo que sí —respondió Bella sintiendo que surgía en su interior una extraña alegría.

—Estoy aquí porque éste es el lugar donde estás tú… y porque es aquí donde debo estar. Y si te vuelves a escapar de mí, te seguiré hasta el fin del mundo para demostrarte que ya no tienes por qué tener miedo, ni de mí… ni de la vida, ni de nada.

—No tengo miedo —murmuró ella. La alegría brillaba en su sonrisa y en sus ojos—, y seré tuya si me quieres aceptar. Siempre lo he sido.

Edward la abrazó y la estrechó contra su cuerpo antes de buscar sus labios. Cuando al fin la soltó, estaban los dos sin aliento. Edward le cogió la barbilla con ternura para obligarla a mirarle.

—Ahora… dime por qué diablos huiste de mí. Cuando al día siguiente Rose me dijo que te habías ido no lo podía creer. Había planeado todo cuidadosamente. Flores, teatros, cenas para dos… para poder conseguir tu firma en el papel que me quema el bolsillo.

—¿Un papel? ¿Te… quieres casar… conmigo?

—¿Y qué otra cosa? —la besó suavemente en los labios—. ¿Qué otra solución hay? —dijo sonriéndole.

Bella sonrió también y hundió el rostro en su pecho.

—Espero que esto signifique que aceptas mi proposición —le dijo acariciándole el pelo—. Creo que un noviazgo de veinticuatro horas es todo lo que puedo esperar.

—Edward, ¿y qué pasa con Tanya?

—Eso terminó hace tiempo. La seguía viendo de vez en cuando, pero ella era sólo parte de la defensa que trataba de construir contra ti.

—Pero ella fue a tu casa… aquel día, cuando yo me iba.

—Sí, había estado comiendo con Hugo, y él le había dicho que iba a estrenar mi nueva obra. Fue a ver si había algún papel para ella, pero perdió todo interés en mí cuando supo que no. Además me dijo otra cosa; ella es la responsable de la noticia del Globe. Hunt nunca se hubiera atrevido a publicarla, pero ella le convenció.

—¿Y por qué lo hizo?

—Porque sabía que yo me pondría furioso. Estuvimos… muy ligados hace tiempo, y creo que pensó que podría volver a suceder. Pero tú eras un gran peligro, por lo tanto hizo lo peor que se le podía ocurrir para asegurar que terminara cualquier tipo de relación que existiera entre nosotros dos.

—Pero cuando me dejaste… el día de su fiesta, regresaste a ella.

—Regresé a la fiesta, no a ella. Mi productor ejecutivo y algunos otros estaban allí y quería comentar con ellos la posibilidad de presentar al Centro en mi programa «Aquí y Ahora», por eso tenía que darme prisa —la volvió a besar—. ¿Tenías celos de Tanya? Me alegro, entonces sabrás lo que yo pasé.

—No es posible que hayas tenido celos de Jasper.

—No pensaba en Jasper, estaba seguro de que te estabas enamorando de Andrew Milner.

—¿Andrew? —le miró sorprendida—. Pero él está enamorado de Jean…

—Ya lo sé. Tenía tanto miedo, querida, tanto miedo de que te volvieras a enamorar de un hombre que no te convenía.

—Y yo pensé que me tenías lástima porque te habías dado cuenta de que estaba enamorada de ti.

—No, jamás me imaginé eso. Estaba tan ocupado luchando contra mis sentimientos, que malinterpreté la situación. Pero aquella tarde, después de tratar de hacer el amor contigo… me di cuenta de que jamás me sentiría satisfecho con una aventura. Supe entonces que te quería a mi lado como mi esposa. De lo único que no estaba seguro era de si iba a lograr que tú me aceptaras. Tengo muy mal genio y me gusta que las cosas se hagan como yo quiero. Lo único que puedo decir a mi favor es que te amo.

—Es más que suficiente —le sonrió y Edward la besó con ternura.

—Fue Rose la que me abrió los ojos. Fui a verla al apartamento y le exigí que me dijera a dónde te habías ido. Me entregó un papel con tu dirección y me dijo que si realmente pensaba buscarte, que te trajera tu ropa… porque así tendrías que comprar menos cosas para el ajuar —sonrió al recordar la escena—. Creo que me quedé con la boca abierta, porque me dijo que era un ciego, un idiota y un egoísta, entre otras cosas.

—¿Y dónde está mi ropa?

—En mi coche. Está a unos cuantos metros de aquí. Todavía no tengo ni idea de dónde voy a pasar la noche.

—Estoy segura de que la señora McGregor te encontrará un lugar.

—¿Es allí donde vives? —al ver que ella asentía agregó—: entonces no, querida, prefiero estar lejos hasta que nos casemos. No quiero compartir un techo contigo hasta no estar seguro de que tengo el derecho a compartir tu cama. No respondo de mí… —dijo sonriendo.

—Está bien, quizá la señora Mackintosh no tenga problemas en darte alojamiento, pero primero quiero que vengas conmigo a ver a la señora McGregor, porque ella jamás me perdonaría que no te invitara a cenar.

—Creo que podré controlarme un par de horas —la atrajo hacia sí dejando muy clara la necesidad que tenía de ella.

Su beso fue largo y profundo.

—Si no quieres volverme loco, no me hagas esperar mucho.
Cuando entraron en la casa, la señora McGregor estaba sentada cerca del fuego leyendo. 

Levantó la vista y al verles dijo:

—Y bien, Bella… parece que éste es el hombre de tu vida. 

—Sí —respondió ella con una sonrisa de felicidad.



Fin

10 comentarios:

  1. Jajajaja, vaya la manera en que terminaron las cosas 😝 De todas maneras me gustó el final. Gracias por la historia!

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  2. Jajajaja, vaya la manera en que terminaron las cosas 😝 De todas maneras me gustó el final. Gracias por la historia!

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  3. Ahhh no me lo habría esperado de edwaed... Un epílogo por favor

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  4. Jumm así que Edward solo estaba haciendo la pasar un mal rato... Es lindo que haya tenido que ir a buscarla... por fin la siguió ;)
    Besos gigantes y miles de gracias por esta maravillosa adaptación!!!
    XOXO

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  5. Gracias por la historia, es hermosa.

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  6. Gracias hermosa historia al final siempre el amor lo puede todo ;)

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  7. Que bueno que al final edward reconoció su error y fue por bella, solo que al parecer tiene prisa por hacerla su esposa jajajjaa ojala tenga epílogo...
    Gracias por la historia..

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  8. Me encanto este final, realmente este Edward era demasiado arrogante. Pero que bueno que dejo su orgullo y busco a Bella...

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  9. Gracias, esperando la historia en PDF.

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