Capítulo 1 / Perdida
Edward Cullen estaba de pie, a la sombra de las cortinas, pero no escondido por completo. El hombre de detrás del escritorio de madera, el doctor Vulturi, lo estaba viendo. Aunque Vulturi adoptaba una actitud profesional, Edward se dio cuenta de las gotas de sudor que había en su frente y en su labio superior, mientras sostenía el bolígrafo entre sus dedos y dibujaba, de forma tensa, círculos en la carpeta que tenía delante.
La atmósfera de aquella espaciosa habitación era sofocante. Los muebles de madera la abarrotaban y los cortinajes le daban mayor sensación de oscuridad. No olía a medicinas, tan sólo a madera vieja y aceite de linaza. Olores que no eran muy agradables, porque la madera olía a podrida, La carcoma estaba destruyendo la estructura detrás de aquella fachada.
A través de las ventanas, se veía el sol del mes de octubre intentando atravesar las ramas de los árboles. La brisa tiraba las pocas hojas que quedaban. El aire era frío, el anticipo de un crudo invierno. Edward reprimió su impulso de abrir las ventanas de par en par, para dejar que el aire limpiase aquella habitación. ¿Cómo se podría limpiar la atmósfera que se respiraba allí? ¿Habría algo que la pudiera limpiar?
Pero no era el médico que estaba sentado detrás del escritorio, ni aquella habitación, lo que llamaba su atención. Era la mujer. Llevaba un vestido de manga larga y se sentaba al borde de una silla que había frente al escritorio. La ira que había sentido cuando la vio por primera vez, dormida en una habitación en la que no había más que un camastro en el que estaba tumbada, todavía no se había extinguido. Era difícil que se le pasara. Sin embargo había decidido no tenerla más bajo sus cuidados.
El pelo de aquella mujer, que antes le había llegado hasta casi la cintura, lo tenía casi al
cero, sin estilo alguno. Siempre había estado muy delgada, pero en aquellos momentos era casi un esqueleto. Era la expresión en sus ojos lo que más lo sacaba de quicio. Hacía ya tiempo que había perdido la inteligencia y humor que se reflejaban en su rostro. Sus ojos eran dos pequeñas manchas en la palidez de su cara, sin vida, sin esperanza, manchas que se dirigían hacia el hombre que había sentado en el escritorio.
Incluso le había cambiado la voz. Todavía la tenía suave y baja, pero había perdido la musicalidad de su sonrisa. Respondía las preguntas que le hacía Vulturi sin inflexiones, sin emoción. Las mismas preguntas y las mismas respuestas que Edward había oído el día anterior.
—¿Cómo se llama?
—Isabella Swan
—¿Cuándo nació?
— El trece de agosto.
—¿Qué día es hoy?
—Quince de marzo.
—¿Cómo se llama su marido?
—No tengo marido.
Vulturi giró la cabeza en dirección a Edward y él habló, para que se diera cuenta de su presencia, pero la mujer ni se inmutó.
—Como puede ver, y según le dije ayer señor Cullen, esta mujer ha perdido contacto con la realidad.
—No del todo —Edward salió de entre las sombras. Las respuestas no habían sido correctas, pero tenían una base de realidad, una realidad que aquel médico habría descubierto si de verdad hubiera intentado ayudarla. Swan, el nombre con el que la habían ingresado, era su nombre de soltera. El trece de agosto, aunque no era su cumpleaños, era el día que se había casado. Y el quince de marzo era el día en que se había estrellado el avión en el que viajaba él.
Edward se acercó a su silla y se puso de rodillas junto a ella, obligándose a no pensar en otra cosa más que en ella y en el momento presente. Le habló con voz suave.
—¿Bella?
Ella giró la cabeza al oír su voz y lo miró.
—¿Te acuerdas de mí?
Edward creyó percibir un tono de duda en su mirada. Fue algo pasajero, sin saber si lo había visto o se lo había imaginado. Pero lo miró.
—Viniste. Antes.
Edward dejó escapar el aire de sus pulmones despacio.
—Sí, ayer —y había tenido que luchar contra su impulso de llevársela de aquel sitio. No había tenido más remedio que fingir que estaba de acuerdo con la opinión del doctor Vulturi, de que estaba donde mejor podía estar. Había sentido que aquella farsa era necesaria para su seguridad.
—¿Te gustaría venir conmigo?
Volvió a ver la misma expresión. Y no habían sido cosas de su imaginación. La duda en sus ojos. Una leve sonrisa suavizó su expresión.
—No dejarán que me vaya contigo —le respondió con voz suave—. No me dejarán marcharme de aquí.
Edward apretó sus manos en los brazos de la silla, pero mantuvo el tono de voz suave y controlado.
—Sí que te dejarán.
Edward se puso de pie y miró al hombre que había en el escritorio.
—Mande que alguien traigan sus cosas.
Vulturi también se puso de pie. Edward lo miró con gesto de cansancio. Era un hombre con un gesto tranquilo, pero no tan tranquilo como él pretendía. Tenía las manos apretadas a sus costados.
—Sería mejor que ella se fuera a su habitación, mientras usted y yo hablamos de esto.
—No —Edward se acercó al escritorio—. No se va a ir a ningún sitio, hasta que salga de aquí conmigo —levantó la carpeta que había sobre la mesa—. Y también me llevo esto.
—No.
—Este es su historial, ¿no? —le preguntó Edward, aunque ya sabía la respuesta. Era su historial. O por lo menos una parte. Probablemente en algún sitio estaba el resto.
—Sí, sí claro.
—Y se lo enviarán a otro especialista, como es la costumbre.
Vulturi apretó las manos a sus costados.
—Sí.
—Entonces no veo qué problema hay –comentó Edward—. Pero si no quiere que me los lleve, no creo que tenga problema alguno para que llame y encargue que investiguen este hospital.
Vulturi intentó intimidarlo con su mirada, pero como no lo consiguió, pulsó el botón del interfono sobre su escritorio.
—Isabella se va del hospital —dijo—. Que traigan sus cosas a, mi despacho.
—Doctor, debería... —se escuchó la voz procedente del otro lado de la línea, antes de que la silenciara.
—Haga lo que le dicen.
—Sí, inmediatamente —respondió, en un tono más sumiso.
Cuando al cabo de los pocos minutos se oyeron los golpes en la puerta, Edward fue quien la abrió. Tomó el paquete que la mujer con cara grisácea portaba en sus manos y cerró la puerta de nuevo.
Miró el paquete. Un pantalón de lana, un suéter azul claro, ropa interior y un par de sandalias de estilo italiano.
—¿Dónde están los anillos? —preguntó Edward—. ¿Y sus documentos de identificación? ¿Y el resto de su ropa?
—Eso es todo lo que tenemos —le respondió Vulturi—. Cuando llegó aquí vino con lo puesto.
Edward juró por lo bajo y volvió a meter la ropa en la bolsa con gesto de enfado, pero cuando se acercó a la mujer que estaba sentada en la silla, su expresión fue suave y gentil. Le tocó el brazo y ella lo miró.
—Vámonos, Bella.
Ella se puso de pie de forma obediente y le dejó que la guiase por la habitación. Vulturi los siguió.
La sala que había al salir del despacho estaba repleta de hombres. Edward ya sabía que iban a estar allí. Todos permanecieron en silencio, como le habían prometido. Se dio la vuelta y miró a Vulturi, que se había quedado en la puerta, pálido como la pared, cuando reconoció al abogado que estaba al lado de la mesa de su secretaria.
—¿Doctor Marcus Vulturi? —le preguntó el abogado. Era una pregunta ritual que no requería respuesta—. Tengo una orden de investigación de este hospital, y otra en la que le piden que me deje que un grupo de especialistas examinen a sus pacientes.
—¡Cullen! —exclamó Vulturi—. Ya tienes el historial. Dijiste que...
Edward sonrió.
—Te mentí. En realidad quería matarte, Vulturi, pero los hombres civilizados ya han dejado de hacer esas cosas. Pero estoy decidido a acabar contigo. Y si estos señores encuentran lo que creo que van a encontrar, tendré el placer de verte entre rejas, donde será imposible que sigas controlando tu nefasto negocio.
Uno de los hombres se separó del grupo, le quitó a Edward la carpeta y la bolsa con la ropa y salió por la puerta. La abrió y se quedó esperando, mientras Edward sacaba a Bella, que ni siquiera rechistaba, de la prisión en la que había estado los últimos siete meses.
En el último escalón del porche, en su primer acto obstinado desde que Edward había ido a por ella, se detuvo. Él la miró. Sin fijarse en los coches oficiales que había aparcados, miró al sol y respiró el aire de octubre. Después se quedó esperando a que él le indicara dónde tenía que ir.
Un conductor sin uniforme estaba de pie junto a la puerta abierta del coche. Después, en un acto de consideración que Edward nunca había pensado posible de un extraño, sacó una manta doblada y se la entregó a Edward. Edward la tomó, la desdobló y se la puso a Bella sobre los hombros, mientras la ayudaba a subirse al coche.
El hombre que los había acompañado desde la clínica, se sentó en el asiento delantero de la limusina. En silencio, el coche se alejó de aquella mansión.
Bella no prestó atención al interior del coche, ni tampoco al paisaje que se veía en los cuarenta kilómetros que los separaban de Boston. Se mantuvo en silencio durante todo el trayecto, sin levantar la mirada, hasta que el automóvil se detuvo frente a las puertas de un hotel.
Edward la ayudó a salir y se fijó en que estaba medio temblando de frío. Llevaba sólo unas zapatillas, con unas suelas finísimas. Edward la tomó en sus brazos. Ella no protestó, cuando sintió los brazos en su cuerpo.
—No te asustes —le dijo—. Te voy a llevar en brazos.
Edward se dio cuenta de que no se asustaba. Ella aceptó que la levantara en brazos, lo mismo que había aceptado, sin oponerse, sabe Dios qué cosas. No pesaba casi nada.
El hombre que los había acompañado desde la clínica los acompañó a lo largo del pasillo del hotel hasta que llegaron al ascensor, en el que había esperándolos un oficial de policía que les abrió las puertas. El hombre le entregó la carpeta con el historial, le dijo algo en voz baja y después entró en el ascensor con Edward y Bella. Cuando llegaron hasta el piso donde iban, los dirigió a lo largo de un pasillo enmoquetado y abrió una puerta de la habitación que había al final del mismo, entrando y dejándola abierta.
Edward dejó a Bella en el sofá y se quedó mirándola, pero ella no lo miró. Su mirada estaba perdida en dirección a la ventana.
Edward se dio la vuelta, jurando por lo bajo. Había una bandeja con bebidas en una de las mesas. Edward se sirvió un whisky en un vaso de cristal.
De pronto oyó que algo se movía. Volvió la cabeza y vio que Bella se había quitado la manta y se había puesto de pie. Se estaba dirigiendo hacia la ventana. Había una mesa y sobre ella había un ramo de flores, flores que le había costado muchísimo encontrar en esa época del año. Bella se inclinó y las olió. Edward se quedó observándola, incapaz de apartar su mirada de ella. Poco a poco se llevó el vaso a sus labios, mientras la observaba acariciar los pétalos de las flores.
—Edward.
Oír pronunciar su nombre en sus labios era lo último que había esperado. Se quedó petrificado. Ella se dio la vuelta, con los ojos abiertos de forma desmesurada, sus manos extendidas, como si estuviera suplicando.
Antes de que él se diera cuenta de lo que le estaba pasando, ella se desmayó. Cuando llegó a su lado, estaba tumbada en el suelo enmoquetado. Edward la levantó y la llevó al dormitorio.
Apartó las mantas de la cama y dejó a Bella sobre las sábanas. Sin pensar en el hombre que había en la otra habitación, se sentó en el borde de la cama, tapándola de miradas indiscretas, mientras le quitaba la ropa.
No llevaba nada debajo del vestido, a excepción de unas bragas de algodón que le quedaban grandes. Levantó su brazo y vio las marcas que le habían dejado las inyecciones. Se le habían formado hematomas en su descolorida piel.
Edward empezó a lanzar juramentos en silencio, con gesto de rabia. Maldijo a Vulturi y a todos sus colaboradores. Maldijo a su madre. Maldijo al médico que había recomendado el hospital de Vulturi. Y se maldijo a sí mismo por su estupidez.
Se inclinó y se acercó a ella, la abrazó con mucha delicadeza.
—¿Señor Cullen?
La voz que se oyó en la otra habitación era lo que menos se esperaba en aquellos momentos. No hasta que la oyó por segunda vez.
—Señor Cullen—dijo el hombre. Había entrado en el dormitorio—. No quiero molestarlo, pero es la hora. Es mejor reunir cuanto antes todas las pruebas, para poder ganar este caso.
Edward asintió en silencio con la cabeza.
—Está bien.
Se puso en pie y tapó a Bella con la sábana. Levantó el teléfono que había en la mesilla y marcó un número. El teléfono al otro lado de la línea lo levantaron al primer tono.
—Ya estamos aquí —dijo, notando el tono ronco de su voz—. Rose... te necesito.
La doctora Rosalie McCarty llegó a los pocos minutos, porque su habitación estaba al otro lado del pasillo. Estaba guapísima con su traje de chaqueta, con su pelo rubio y sofisticado. Una enfermera la acompañaba. Su cuñada frunció el ceño. Fue el único gesto de preocupación que manifestó al ver a Bella.
—Sal de la habitación, Edward —le dijo.
—No.
Rosalie se las arregló para ponerse entre él y la cama.
— Pues por lo menos déjame sitio —le pidió. Le puso las manos en los hombros—. Por favor. Es mejor que salgas.
No quiso salir, pero tampoco pudo soportar ver a la enfermera con la jeringuilla en su mano. Se fue hacia la ventana y miró la calle, mientras a Bella le sacaban muestras para hacerle los análisis de sangre. A los pocos minutos, la enfermera se marchó y casi de inmediato un hombre entró en la habitación con una fotocopia del historial del hospital. Después, Edward y Rosalie se quedaron solos con Bella.
Horas más tarde, todavía estaban solos en la misma habitación.
El dormitorio del hotel estaba iluminado por la lámpara que Rosalie estaba utilizando para leer el historial. Puso una expresión de sorpresa cuando empezó a leer, pero no hizo ningún comentario. Leyó en silencio, concentrándose en los papeles que tenía en las manos.
Bella seguía dormida, sin enterarse de su presencia.
—¿No puedes hacer nada? —le preguntó Edward en tono de frustración, rompiendo el silencio.
Rosalie apartó la mirada de los papeles.
—No hasta que sepamos qué es lo que han hecho —le respondió, con voz suave—. Lo que está claro es que el tratamiento psiquiátrico que le han puesto es el menos indicado. Antes de tomar una decisión me gustaría ver los resultados de los análisis. Pero me parece que le han creado una adicción tan fuerte que va a ser muy difícil desengancharla.
Edward cerró los ojos y se apoyó en el respaldo de la silla, tragando saliva antes de hablar.
—¿Qué dicen en el historial?
—Demasiadas cosas —respondió Rosalie—. Pero no lo suficiente.
—Maldita sea, Rose, no juegues conmigo —se quedó mirando a la figura en silencio que estaba tumbada en la cama— . ¡Es mi mujer! —bajó la voz, intentando controlarse—. Y yo fui el que pagué ése hospital.
—¿De verdad crees lo que estás diciendo?
—No lo sé.
Suspiró y se metió las manos en el pantalón de su traje.
—Yo creo que sí. Por lo menos tengo los justificantes del banco que lo demuestran. Así que dime lo que dicen esos papeles.
—Edward...
—Dímelo.
—Dicen que yo era el psiquiatra de referencia.
—Pero tú estabas con Emmett.
—Dicen que Isabella fue a la clínica por su propio pie.
—¿Por qué? —preguntó Edward—. Se había ido de mi lado. Era libre.
—Edward. No te castigues de esa forma.
—¿Por qué, Rose? ¿Por qué?
Rosalie se puso de pie, se acercó un poco a él.
—Su historial médico refleja una depresión...
—Eso no tiene sentido...
—Producida por... por un aborto.
Edward la estaba mirando. Había oído su voz. Pero aquello no tenía sentido. ¿Bella embarazada? ¿Lo había abandonado sin decírselo? Podía creerse que lo hubiera abandonado, pero no que matara a un niño y menos al que llevara dentro de ella. No. No Isabella.
El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Rosalie ordenó las fotocopias y levantó el aparato, antes de que sonara otra vez. Habló en voz baja, haciendo preguntas. Cuando terminó, dejó el teléfono en su sitio.
—Los análisis no son muy positivos.
Edward se la quedó mirando. La noticia le tendría que haber sorprendido. Ya habían hablado de que era posible que le hubieran creado una adicción. Pero ahora era una realidad. Una realidad que tenía que confirmar mirando al cuerpo tumbado sobre la cama.
Tenía los ojos abiertos y lo estaba mirando.
—¿Bella?
Al oírla respirar, Rosalie también se dio la vuelta y se colocó al lado de la cama. Bella movió la cabeza en la almohada. Miró a Edward y después a Rosalie, para mirarlo después otra vez a él. Antes de darse cuenta de sus intenciones, Bella se apoyó en el respaldo de la cama, cubriéndose con la sábana. Se tocó el cuerpo. Tan sólo llevaba las bragas puestas, pero no pareció darse cuenta de eso.
—¿Dónde están mis zapatos?
Aquellas zapatillas con las que salió del hospital, se habían caído al suelo cuando la había llevado a la cama. La enfermera las había recogido y Edward le había dicho que las tirara a la basura.
—Ya no los necesitas. Mañana te compraré unos nuevos. Te compraré todo lo que quieras.
—¡Quiero esos zapatos! —se apartó de él. Edward se dio cuenta del tono histérico de su voz—. Por favor. Me portaré bien, te lo prometo. Seré buena.
Edward le agarró de los hombros.
—Por favor Rose, dame esos condenados zapatos.
En el momento en que Rosalie puso los zapatos en sus manos, Bella se quedó más tranquila. Los acarició y los apretó contra ella, antes de tumbarse de nuevo en la cama.
Edward se quedó sentado a su lado, mirando el preciado tesoro que ella tenía entre sus manos. Se había puesto como se había puesto sólo por unas zapatillas muy viejas.
¿Por qué?
Cuando se quedó dormida, sus dedos siguieron acariciando aquellas zapatillas, agarrándose con fuerza a ellas, cuando intentó quitárselas. Pero al final, con mucho cuidado, lo consiguió.
Miró a Rosalie, quien movió en sentido negativo la cabeza, indicándole con ello que tampoco entendía bien aquella respuesta. Edward las acarició, como Bella había hecho. No entendía nada, Pero al pasar la mano por la suela percibió un cambio en la textura, una zona un poco más rígida que el resto, una pequeña abertura que casi no se distinguía.
Con gesto impaciente, rasgó la suela y vio que había un trozo de cartón diferente del resto. Lo desdobló y se quedó boquiabierto.
La tinta se había casi borrado por la presión del pie. No tenía fecha, pero Edward no necesitaba ninguna fecha. Bella y él habían renovado el estudio de su casa en Backwater Bay, Oklahoma, el año anterior. Juntos habían elegido los muebles. La foto que tenía entre sus manos no era muy buena, pero en ella se veía a Rose y a él sentados en un sofá estampado. Estaban sonrientes y mirándose el uno al otro, compartiendo uno de los pocos momentos que habían tenido alguna razón por la que sonreír en los últimos meses.
Le dio la foto a Rosalie, quien la miró en silencio.
—¿Sabes lo que quiere decir todo esto? —le preguntó.
—Sí —le respondió con una sonrisa amarga—. Quiere decir qué Isabella es una persona muy tenaz. Significa que tiene más espíritu del que todos creíamos que tenía. Significa que por lo menos hay una parte dentro de ella todavía intacta, a pesar de lo que ha pasado.
—Y significa — dijo Edward, sin querer digerir lo que Rosalie había dicho—, que alguien de la casa, muy cercano a nosotros, se ha tomado la molestia de sacar esta foto y enviársela.
—Edward — Rosalie le puso una mano en el pecho—. Yo creo que tendría que estar ingresada en un hospital.
— ¡No! Ya ha estado hospitalizada demasiado tiempo. No la ingresaré a menos que no sea necesario.
—Quitarle la adicción va a ser un proceso doloroso.
Edward cerró los ojos y bajó la cabeza.
—Lo sé.
—Y para ti también.
—También lo sé.
Abrió los ojos y vio que Rosalie lo estaba mirando.
—¿Cuánto tiempo?
—Varios días, como mínimo.
—¿Y después?
Rosalie no apartó su mirada.
—No puedo prometer nada.
Edward buscó su mano, como un ciego buscando cobijo.
Rosalie lo abrazó.
—Oh, Edward —murmuró—. Mi querido Edward. Ojalá pudiera decirte algo. Pero no lo sé.
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aaaaaaaaaaaa quiero mas k capitulo
ResponderEliminarme dejo con millones de dudas y queriendo mas!!!
por lo que se ley hay mucho misterio
Quiero una explicación.... Estoy muy confundida...
ResponderEliminarEspero que Rosalie pueda ayudar, Bella esta completamente destrozada... así que la madre de Edward es la mala... interesante....
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Que extraño está todo.
ResponderEliminarAl menos se que no soy la única confundida porque se me está formando una imagen muy rara en mi cabeza... QUIERO MÁS!!!!!!
ResponderEliminarQue!!! Con lo poco que leí me quedaron demasiadas dudas, que paso????
ResponderEliminar😯😯😯😯😯😯😯😯😯😯?????????,????
ResponderEliminarUn momento.... Rosalie esta metida otra vez en medio?????
ResponderEliminarAyy Dios no entindo nada necesito saber mas mebquedan muchas dudas, aborto, abandono, Divorcio? Ayyyy necesito saber mas
ResponderEliminarAyy Dios no entindo nada necesito saber mas mebquedan muchas dudas, aborto, abandono, Divorcio? Ayyyy necesito saber mas
ResponderEliminarexcelente comienzo!!
ResponderEliminarEl capitulo es algo confuso ya tengo ideas raras en mi cabeza, esa foto, que significa que edward y rosalie tienen algo y alguien se lo quiso hacer saber a bella? Porque la guardo en el zapato? adiccion a que? bueno no se mucho de esas cosas pero no se supone que deberia estar en algun estado de abstinencia histerica o algo asi? Porque rosalie la quiere ingresar en un hospital otra vez si la acaban de sacar del peor y porque edward acepta tan facilmente si tiene mucho dinero y puede hacer lo mejor por ella? Confuso, muy confuso
ResponderEliminarEl capitulo es algo confuso ya tengo ideas raras en mi cabeza, esa foto, que significa que edward y rosalie tienen algo y alguien se lo quiso hacer saber a bella? Porque la guardo en el zapato? adiccion a que? bueno no se mucho de esas cosas pero no se supone que deberia estar en algun estado de abstinencia histerica o algo asi? Porque rosalie la quiere ingresar en un hospital otra vez si la acaban de sacar del peor y porque edward acepta tan facilmente si tiene mucho dinero y puede hacer lo mejor por ella? Confuso, muy confuso
ResponderEliminar😢😢😢😢gracias
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