Capítulo 2 / Perdida



En lo primero que se fijó Bella fue en que estaba nevando.

La única luz que había en la habitación procedía de las ventanas. Los primeros rayos del sol de la mañana entraban por las cortinas iluminando la habitación.

Lo siguiente que sintió fue que le dolía todo el cuerpo y que el peso de las mantas intensificaba su dolor. Tenía el brazo izquierdo sobre las mantas, inmovilizado por un aparato de alguna clase. Hizo un rictus de dolor al ver la aguja. Siguió con la mirada el tubo, hasta llegar a la botella que colgaba de un soporte.

¿Estaría en un hospital?

Lo dudaba. Las mantas eran muy suaves y la habitación demasiado grande para ser un hospital. Además, estaba muy bien amueblada.

Miró a su alrededor, absorbiendo impresiones de lo que la rodeaba. Había dos sillas cerca de las ventanas. En una de ellas había una masa oscura.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, se dio cuenta
de que aquella masa era un hombre. Tenía las piernas estiradas. Los pantalones vaqueros muy ajustados a sus muslos. Tenía la cabeza echada para atrás y estaba dormido.


—Hola.

Lo dijo en un tono ronco, casi en un susurro, pero la oyó. Era un hombre alto, por lo menos así lo percibía desde donde estaba encendió la lámpara de la mesilla y lo pudo ver con más claridad.

Tenía una mandíbula agresiva, oscurecida por un día sin afeitarse. La nariz recta, un poco puntiaguda y una boca generosa. Su cabello era rojizo, probablemente cobrizo, pero era difícil de precisar con aquella luz. Seguro que tenía la piel morena, pensó, porque iba bien con su imagen. Sin embargo, se fijó que estaba pálido. Tenía unas líneas marcadas a los dos lados de la boca. Los ojos oscuros también, enrojecidos por el cansancio.

No sabía si lo conocía o no.

Se fijó en que él la estaba mirando con la misma intensidad que ella lo miraba a él. Parecía que estaba buscando algo en el fondo de sus ojos.

—Estás despierta.

—Sí —se sintió atrapada en su mirada, atrapada en una pregunta que no podía responder—. ¿Has estado aquí toda la noche?

Esbozó una media sonrisa, como si acabara de recordar un chiste que no quiso compartir con ella.

—Sí.

Tenía una voz profunda, cálida. O por lo menos eso se imaginó con los pocos monosílabos que oyó de él.

Rompió el hechizo de su mirada y se miró el brazo. 

—No me gustan las agujas.

—Lo sé.

Con mucho cuidado, él se sentó en el borde de la cama. 

—Ahora que has vuelto a la realidad, pediré que te quiten eso.

Había juzgado bien su tono de voz. Era una voz que casi la acariciaba. 

—Gracias.

Lo miró. Todavía la estaba mirando de forma intensa

—No me gusta tener que preguntar esto –dijo ella—, pero ¿dónde estoy? 

—Estamos en un hotel de Boston.

No tenía acento de Boston. Tenía un acento más sureño. Se fijó en las líneas de su frente y el tono de sus ojos.

— ¿Cómo te sientes?

Bella se puso a pensar en lo que sentía, preguntándose por primera vez cómo había ido a parar allí.

—Como si me hubieran dado una paliza —admitió. El pensamiento la dejó aturdida—. ¿Me la han dado?

Él cerró los ojos.

—No. ¿No te acuerdas?

¿Recordar? ¿Recordar qué? Lo primero que había pensado era que estaba nevando.

— ¿Quién eres? —le preguntó ella, pero había otra pregunta que para ella era más importante—. ¿Quién soy?

La cara que puso él podría haberse visto en cualquier estatua. Pálido como el mármol, con la boca apretada, la mirada perdida.

—Te llamas Isabella Cullen —le respondió—. Yo te llamo Bella. Y eres mi esposa.

Ya tenía un nombre. Isabella Cullen, y una edad. Veintiséis años. Un marido y una familia. Ro…salie, la doctora Rosalie McCarty, era parte de su familia. Estaba casada con el hermano de Edward, Emmett, que también era médico. Pero todo aquello lo fue sabiendo a lo largo de las semanas de recuperación, a partir del momento en que se había despertado y vio a Edward en aquella habitación. Eran cosas de las que ella no se acordaba.

No se acordaba de nada, ni siquiera de la razón por la que estaba enferma. De lo único que se acordaba era que no le gustaban las agujas. Que le gustaba el color azul. Le gustaba el marisco y la fruta. Y las flores de primavera. Pero todo aquello eran sensaciones. Y cada vez que hacía aquellos comentarios, Rosalie entrecerraba los ojos y Bella se sentía como un animal de laboratorio.

Nadie le había explicado el origen de su enfermedad, que le había arrebatado la memoria. Ni tampoco nadie le quería decir nada sobre su pasado, ni de su identidad.

—Es mejor que te acuerdes por ti misma —le había dicho Rosalie, sin querer escuchar los argumentos de Bella.

Y Edward, aquel hombre extraño que decía ser su marido, parecía a veces menos accesible que Rosalie.

La llevaron a casa. La metieron en un avión privado y no le dijeron dónde iban en concreto. Oklahoma. Bella tenía un vago concepto de aquel estado, imágenes de praderas y polvo, de indios en sus tiendas. Pero el terreno que vio desde el avión era llano y seco.

Había volado sobre las montañas. No vio picos muy altos, sólo bosques de madera y rocas. Y en el centro de aquellos montes, recorriéndolos de norte a sur, había un inmenso lago.

— ¿Cómo se llama? —preguntó Bella. 
Lago Eufaula


—Eufaula —le respondió Edward. 

—Eufaula —repitió Bella—. ¿Es francés? 

—No es indio —le informó.

Rosalie, sentada en un asiento al lado del piloto, parecía absorta en unos papeles. Bella vio que Edward tenía otro estado de ánimo, del que había estado con anterioridad.

— ¿Está nuestra casa cerca del lago? —le preguntó. 

—No mucho.

Bella se sintió desilusionada. 

—Oh.

Edward frunció el ceño y se acercó a ella, hablándole de forma suave, casi como si no quisiera que los demás le oyeran.

— ¿Por qué pones esa cara?

—Porque siempre haces lo mismo —le respondió, sin sentirse intimidada por el hombre que tenía el control absoluto sobre su vida—. No es justo. Me pides respuestas, pero tú no me das ninguna.

Edward apretó los labios y la miró con unos ojos verdes.

—A lo mejor tienes razón —admitió él—. ¿Qué es lo que te ha decepcionado? 

—Nada importante —le respondió.

—Eso tú no lo sabes.

—No, no. Claro que no —todos los sentimientos de frustración acumulados estaban saliendo de pronto a la luz—. Yo lo único que sé es lo que tú quieres contarme. Y me cuentas muy poco. ¿Por qué, Edward? ¿Qué es lo que estás ocultando?

El tiempo que habían pasado en el hotel de Boston, a pesar de que había salido de vez en cuando, no había mejorado la palidez de Edward. Pero al hacerle aquellas preguntas, se puso más pálido aún. La agarró de los hombros con las dos manos, como si quisiera zarandearla, o estrecharla entre sus brazos.

— ¿Qué es lo que te ha decepcionado? —le repitió. 

Tenía mucha más fuerza que ella.

—Es que pensé que podría ser agradable vivir cerca de un lago —le respondió.

Él cerró los ojos y suspiró. Después, como si se hubiera dado cuenta en aquel momento de que la estaba agarrando con fuerza, la soltó.

—Pues entonces vivirás cerca del lago.

Ella apartó su mirada, sintiéndose confusa, fijándose en sus manos y viendo que tenía unas cicatrices que subían por el brazo y se ocultaban bajo la manga de la camisa. Se preguntó cómo se habría hecho aquellas cicatrices, si tenían alguna relación con su pérdida de memoria. Pero eso pertenecía al pasado y no lo recordaba. Suspiró y cerró los ojos, para reprimir las lágrimas que amenazaban con salir. 

—Tu respuesta era importante, Bella.

Fue una concesión, y sabía que tenía que estar agradecida por ello. 

—Pero no me vas a decir por qué.

—No puedo — le respondió—. Ten paciencia, a pesar de que algunas veces que te parezca que yo no la tengo. Tenemos que fiarnos de Rose en este aspecto, por lo menos durante un tiempo.

El avión empezó a volar en círculos. Edward se apoyó en su respaldo. Le agarró su mano y entrelazó sus dedos con los de ella. Bella miró por la ventanilla, pero inmediatamente apartó la vista.

Edward la estaba mirando, sin reflejar emoción alguna. No le molestó que la mirara. El viaje la había dejado más cansada de lo que ella había pensado. Se fijó en que él también tenía gesto de cansancio. ¿Cuánto tiempo llevaría sin dormir una noche entera? Porque cada vez que se había despertado en las noches que habían pasado en el hotel, él siempre había estado a su lado.

De pronto sintió que el miedo se apoderaba de su cuerpo. Edward apartó su mano. Cerró los ojos y procuró olvidarse de aquel temor. Se apoyó en su respaldo y se agarró con fuerza a la mano de Edward, como si le fuera la vida en ello.

.
.
.

—Dios mío —exclamó Bella con sorpresa.


La carretera privada por la que habían ido era
impresionante, cubierta a ambos lados de árboles. Se detuvieron ante unas puertas inmensas que se abrieron de forma electrónica. Cuando el coche se detuvo frente a una casa inmensa, sintió que no estaba preparada para tantas sorpresas.

Salieron del coche y subieron por unos escalones de mármol y entraron en un vestíbulo de mármol también. Dos columnas de estilo corintio sujetaban el techo arqueado.

Bella miró al hombre que había a su lado. No le extrañaba que no le hubiera contado aquello. No se lo hubiera creído.

— ¿Vivimos aquí? —le preguntó.

—Bueno, bueno. Al fin llegan los viajeros. 

— ¡Emmett!

Bella notó la emoción en la voz de Rosalie por primera vez, cuando se dirigió a saludar al hombre que se acercaba a ellos con la ayuda de unas muletas.

— ¿Te he sorprendido, querida? Ya te dije que no me iba a quedar para toda la vida en esa silla de ruedas.

—Pero tus manos... —le dijo Rosalie. 

—Olvídate de mis manos.

El hombre se quedó de pie frente a ellos. Miró a Bella. No sabía si los conocía. Sabía que era el hermano de Edward. Se parecían, aunque no era tan alto, ni tan delgado como el hombre que estaba a su lado.

—Así que tú eres la mujer que le ha echado el lazo a mi hermano.

Bella se encogió, al oír la amargura en el tono de voz de aquel hombre. 

—Ya basta, Emmett.

Edward habló muy suave, pero Bella notó que en realidad le estaba dando una orden. Y así lo debió entender también Emmett. Su rostro dibujó una sonrisa.

—Claro, Edward. Es mejor no molestar, ¿verdad? —se apoyó en sus muletas y se dio la vuelta—. Tu eficiente ama de llaves os ha preparado un refrigerio y también tiene una lista de mensajes de personas que han llamado. Tu agente por lo menos ha llamado seis veces.

—Isabella está cansada —dijo Edward, interrumpiendo a Emmett al tiempo que apretaba su hombro, instándola a que se diese la vuelta—. La llevaré a su habitación. Espérame en la biblioteca.

Esa vez la orden fue tajante. Bella se dio la vuelta, contenta de abandonar la escena que no entendía. Dejó que Edward la llevara a su habitación.

Subieron al piso de arriba. El suelo del pasillo era de madera de roble, no mármol.

Bella miró al hombre que caminaba en silencio a su lado. ¿Quién era? Creía haber visto todas sus facetas durante las semanas que pasaron en Boston. Lo había visto mostrarse gentil y a veces despegado. Pero nunca le había visto ejercer la autoridad con tanto aplomo. ¿Sería por la casa? No. Descartó esa idea de inmediato. La casa, si acaso, podía ser un reflejo de sí mismo, no lo contrario. Eso estaba claro, porque no había más que fijarse en su porte, en su traje hecho a medida y sus zapatos de estilo italiano. Estaba claro que era un hombre vestido como se tenía que vestir viviendo en una casa de ese tipo, mientras que ella...

No sabía nada de él. Sabía lo mismo que había sabido la mañana que despertó y lo encontró a su lado. Un desconocido que le dijo que era su marido.

Su marido.

Rosalie, la omnipresente Rosalie, le había dicho a Edward que Bella ya estaba en condiciones de volver a casa. ¿Le habría dicho también que podría volver a sus deberes conyugales?

Bella tropezó y Edward se dio la vuelta de inmediato para sujetarla. Lo miró, pensando en que le había leído los pensamientos, pero tan sólo vio preocupación en sus ojos, nada más. Sintió la presión de sus manos en sus brazos, unas manos fuertes y a la vez delicadas. ¿Qué es lo que había habido entre ellos en el pasado?

Ella sonrió, como disculpándose por su torpeza y él respondió con una mirada cargada de preocupación.

— ¿Estás bien?

No lo estaba. Allí, en la semioscuridad del pasillo, con Edward a su lado, era cada vez más consciente de ello.

No sabía cómo le habría respondido a una pregunta así en el pasado. No sabía cómo tenía que responder una esposa. Sólo sabía y se daba cuenta de la ironía de sus palabras.

—Una pregunta un poco tonta, Edward —le respondió, echando la cabeza para atrás para poder ver su mirada penetrante—. Debes saber que estoy aterrorizada.

— ¿De qué, Bella? —le preguntó—. ¿De mi casa, de mi familia, de que no puedes recordar nada, de mí?

—Sí.

Le dio esa respuesta, a pesar de que sabía que no era verdad. La mirada de Edward perdió su calidez, al tiempo que la soltaba.

—No, de ti no —le aclaró—. Si no de lo que esperas de mí. Y quizá de lo que yo espero de mí misma.

— ¿Y si te digo que no espero nada de ti?

—Pero no es lo que me vas a decir, ¿no es cierto? —le preguntó. Edward movió la cabeza en sentido negativo.

—No.

La agarró del brazo y su cuerpo respondió al sentir su mano. No era miedo, se dijo Bella a sí misma, sino conciencia del poder que tenía sobre ella, tanto física como emocionalmente, e incluso financieramente. No, miedo no. En ningún momento había sentido miedo de él. Aunque a lo mejor debía sentirlo, pensó por un momento. A lo mejor algún día debía sentirlo. Intentó borrar de su mente esos pensamientos.

Entró en una habitación muy grande, decorada con luces indirectas que iluminaban determinadas zonas y en tonos azules.

Bella se quitó el abrigo con la ayuda de Edward y lo dejó en un sofá de estilo francés. Recorrió con su mirada la habitación, esbozando en su rostro una sonrisa.

Aparte del sofá no había más muebles de estilo francés. Mesas de estilo Hepplewhite inglés. Sus oscuras superficies brillaban a la luz de las lámparas. También había un sofá blanco frente a la chimenea.

Al otro lado de la habitación estaba la alcoba, con dos paredes de ventanas y en una tercera con puertas francesas, que albergaban una cama casi de tamaño real.

Se dio la vuelta y vio que Edward estaba observando su reacción. 

— ¿Te gusta? —le preguntó.

—Sí, mucho —le respondió—. Casi me había esperado ver gárgolas y grifos en el techo.

—No, monstruos no, Bella. Eso es algo que no puedes tolerar.

A continuación, y como si hubiera pensado que ya le había dicho demasiado, se dio la vuelta y comentó:

—El cuarto de baño y el vestidor están ahí. Encontrarás todo lo que necesitas. Cuando suba, te traeré una bandeja. No tardaré mucho. Date un baño si quieres.

— ¿Edward?

Se dio la vuelta, caminó hacia una puerta que salía del pasillo y la abrió.

—Yo me voy a quedar en una habitación al lado de la tuya —le dijo—. Puedes cerrar la puerta si quieres, pero preferiría que la dejaras abierta para que pueda oírte si me necesitas en medio de la noche.

— ¿Edward? —lo miró un tanto confusa. 

Estaba teniendo con ella una actitud un tanto despegada. Educado, pero impersonal. La estaba tratando como una desconocida, mientras que ella tenía en su cabeza un montón de preguntas que hacerle. Había sacado sus cosas de aquella habitación. Porque estaba claro que aquella era también la habitación de Edward. Pero no se atrevía a preguntarle las cosas que le tenía que preguntar.

— ¿Compartíamos antes esta habitación? 

—Sí —le respondió.

— ¿Y la cama?

—Sí —volvió a responderle.

— ¿Éramos felices aquí? —insistió—. ¿Nos amábamos?

—Bella —le respondió con voz suave—. ¿Por qué me preguntas esas cosas?

— ¿A quién más se las puedo preguntar? —se fue a su lado y le puso la mano en el brazo—. Me estás diciendo que ésta es mi casa, pero yo no me acuerdo. Me dices que eres mi marido. No quiero herirte, pero tampoco me acuerdo. ¿No crees que deberías responderme la pregunta?

— ¿Me creerías?

—No tendría más remedio, ¿no?

—Si te dijera que me amabas con todo tu corazón y que los dos éramos las personas más felices del mundo, ¿me creerías?

Eso era lo que ella deseaba. Lo deseaba con todas sus fuerzas.

—0 si te dijera que tenías miedo de mí, que odiabas este sitio, que esperabas la mínima ocasión para escaparte, ¿me creerías?

Bella sintió en la mano su brazo en tensión. 

— ¿Por qué no me quieres responder?

Edward le quitó la mano de su brazo y se la puso entre las suyas.

—Tú sabes las respuestas, Bella. Sean las que sean, las tendrás que descubrir por ti misma.




9 comentarios:

  1. es triste que Bella no recuerde las cosas que eran importantes, debe ser muy frustrante creer en alguien que no recuerdas... pero ojalá Edward se mostrara más cercano, menos malo y más su marido...
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  2. No!cuanto misterio, me tiene picadisíma.

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  3. Ayy por Dios, tantos misterios que fue lo que en verdad paso para que Bella este asi ya quiero saber mas

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  4. cada ves estoy mas intrigada, ya parezco bella que no sabe que onda

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  5. Os bella como sabrás la verdad algún día lo recordarás o a empezar todo una vez

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  6. Os bella como sabrás la verdad algún día lo recordarás o a empezar todo una vez

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  7. ahsss edward con respuestas tan vagas y simples me desespera igual o más que bella, y bella tan indefensa, esperemos a ver que pasa!

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