Capítulo 10 / Perdida



Edward la despertó antes de que amaneciese cuando le quitó el brazo de debajo de su cuerpo y se levantó de la cama.

Bella murmuró una protesta.

—Shh —le dijo él—. Vuélvete a dormir.


Calentita y contenta saciada y arropada por el amor que él le había demostrado, pero no expresado con palabras, Bella fue lo que hizo. Se despertó más tarde y lo vio vestido con otro de sus elegantes trajes, apoyado en una silla y cerrando su bolsa de viaje.

Se apoyó sobre un codo y trató de sacar algo en claro de aquella escena. 

— ¿Edward?

Se puso tenso. Sus manos todavía en la cremallera de la bolsa. Poco a poco se dio la vuelta y la miró.

—¿Vas a algún sitio?

Bella envidiaba su capacidad para estar despejado nada más levantarse. A ella le costaba bastante. No le había dicho que se fuera a marchar. No le había mencionado que fuera de viaje, y menos a algún sitio donde necesitara equipaje. Ni tampoco le había preguntado si se quería ir con él, o quedarse en aquel mausoleo, rodeada de gente que mostraba a las claras su animadversión por ella.

La calidez que había sentido desapareció de repente, dejándola fría y con el estómago revuelto.

Se incorporó. Echó las mantas para atrás, pero el frío de la habitación no era superior al que ella sentía por dentro.

—Supongo que no vas a decirme dónde vas, ni me vas a llevar contigo. 

—Bella...

Estaba acostumbrada a oír sus protestas y las de todo el mundo, y no quería escuchar más. En especial las de Edward, sobre todo cuando habían estado durmiendo juntos las dos noches anteriores.

Tenía su camisón a los pies de la cama. Se levantó y se lo puso. Edward se acercó y se quedó de pie frente a ella, impidiéndole que se levantara de la cama. Le puso las manos en los hombros.

—No te lo puedo decir. Créeme, es algo que no puedes saber. Pero te prometo que muy pronto te contaré lo que está pasando.

—¿Qué clase de poder tiene Rosalie sobre nosotros, Edward, que puede dictar lo que tienes que hacer y casi cualquier aspecto de mi vida?

—¿Crees que esto tiene algo que ver con Rosalie?

Rosalie, con su cabellera rubia muy arreglada. Pegada a Edward. Riendo. Y Edward también.

—Mira lo que hacen cuando tú no estás. ¿De verdad crees que quiere que vuelvas? Madura un poco. Te pudrirás aquí, si esperas a que él venga a rescatarte.

El recuerdo surgió del negro abismo en su memoria. Se echó en la cama, fuera del alcance de Edward, rodeándose el cuerpo con sus brazos. Así se sentía segura.

—Bella, ¿qué te pasa?

Lo miró, incapaz de ocultar el miedo que la había metido en una emboscada, pero a pesar de ello se sintió más segura de sí misma. Porque al fin y al cabo él había ido a rescatarla. Estaba allí con él, a salvo de las indignidades de...

Bella cerró los ojos, intentando sacar a la luz cl recuerdo escondido en la oscuridad.

—Bella. Dime algo —Edward la agarró y la obligó a mirarlo—. ¿Qué te ocurre?

La había rescatado. La quería, aunque nunca se lo hubiera dicho. Y estaba a salvo con él. No tenía más remedio que
creérselo. Emitiendo un quejido apagado se abrazó a él con todas sus fuerzas.

—No me dejes sola aquí, Edward. Por favor, no me dejes sola.

Los brazos de Edward se apretaron en torno a ella y la, levantaron de la cama. 

—No tengo más remedio, Bella.

—Me portaré bien, te prometo que me portaré bien.

Bella se apartó de él, asombrada al descubrir que él la dejó sin oponer resistencia.

—No sé cómo he podido decir eso, Edward. ¿Qué clase de persona soy, como para suplicarte de esa manera?

Edward se dio la vuelta. Por un momento, al ver que él echaba para atrás los hombros y levantaba la cabeza, pensó que le iba a responder.

—Estarás bien aquí, Isabella —parecía que no iba a responder a las preguntas. Pero respondió a algo que ella no le había preguntado, algo que daba pie a más preguntas—. He convertido esta casa en un fuerte. He puesto medidas de seguridad que nunca pensé que iba a necesitar, pero que más tarde me he dado cuenta de lo necesarias que eran. Volveré en cuanto pueda. Pero tengo que irme. Y no puedo llevarte conmigo. Esta vez no.

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Las horas que pasaron entre la marcha de Edward y que ella empezara a vestirse para bajar a desayunar, Bella acalló sus emociones y guardó en lugar seguro ésas imágenes que la habían alterado.

No había ninguna razón por la que no pudiera recordar su pasado. Semanas después de que todos le dijeran eso, reconoció que era verdad. El trauma que le había hecho perder la memoria tenía que ser terrible, para no querer enfrentarse a él.

¿Tendría que hacerlo para recuperarla? Porque en aquellos momentos no sentía miedo. ¿No podría aceptar que su vida era parecida a ese personaje llamado Kristen en el libro de Edward? Su atracción por el clima tropical del invernadero y su agilidad en la piscina parecían indicar una vida muy parecida a la de Kristen. De ser así, su padre, el único familiar aparte de Edward, había muerto. ¿Sería ese suceso lo que le había hecho perder la memoria?

¿Qué sentido tenían todas aquellas imágenes de escaleras y teléfonos? ¿No sería la reacción lógica por trasladarse de un pueblo a esa cripta en la que estaba encerrada?

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Se puso un vestido de lana muy abrigado, pero todavía sentía frío. La corriente de aire la hizo caminar por sus habitaciones hasta llegar a la puerta cuya puerta estaba
cerrada con llave.

Cerrada. Tan sólo había dos puertas cerradas con llave en aquella casa. Y las dos daban a la misma ala.

Recordó que Edward le había dicho que era peligroso entrar. No. No, lo que dijo fue que no era seguro. No era seguro para ella. Edward siempre le había dicho la verdad. Por tanto, no tenía más remedio que creérselo. Y se lo creía.

Sintiendo un escalofrío, se dio la vuelta. Había llegado el momento de enfrentarse de nuevo a la familia de Edward.

Cuando Bella llegó al comedor donde desayunaban, Emmett y Esme ya estaban sentados a la mesa.

Esme le regaló una mirada fría, pero continuó desayunando sin decir una sola palabra.

Emmett estaba tenso y su rostro tenía un color gris, que reflejaba el dolor que con tanta frecuencia se apoderaba
de él.

Bella miró a la silla vacía que había a su lado, y Emmett trató de esbozar una sonrisa. 

—Otra cosa que tenemos en común, Isabella. No me canso de repetirlo, pero tú no me haces caso.

Bella se quedó de pie, con su mano sobre el respaldo de la silla. 

—Están juntos. Mi mujer. Tu marido. Se han ido de viaje juntos.

Su mano se quedó agarrada al respaldo de la silla. Recordó la imagen de Rosalie y Edward riéndose y muy juntos.

—Por favor, siéntate y no pongas esa cara —le dijo Esme—. No creo que se te haya pasado por la cabeza alguna vez que tú puedes interesar a un hombre como Edward. Aunque yo tampoco sé cómo una mujer tan educada e inteligente como Rosalie puede preferirlo a él en vez de a Emmett.

—Lo prefiere a él, porque es un hombre completo, madre. Porque los canallas que me raptaron me hicieron esto a mí en vez de a él.

—Debería haber muerto. Nunca debería haber sobrevivido a ese accidente de avión. Tú eres su hermano. Somos su única familia. Sin él...

—¡Silencio!

El grito de Bella los dejó a todos perplejos. Se tapó la boca con la mano, para acallar las palabras que todavía
amenazaban con salir por ella. Con una mirada de desprecio hacia las dos personas que deberían haberse alegrado de la recuperación de Edward, se fue de la habitación, a un sitio donde se respirara seguridad y cordura, a la cocina, donde estaba Makenna Handly.

Cerró la puerta y se apoyó en ella. 

Makenna la miró.

Estaba sirviendo café a uno de los hombres que habían ido para renovar el comedor. Intercambió una mirada con el hombre y le ofreció la taza. Dirigiendo una mirada a Bella, el hombre se marchó por la puerta de servicio.

—Parece que no han esperado mucho para empezar a meterse contigo.

—No sólo conmigo, esta vez —le respondió temblando—. Con Edward también. Hasta ahora, había pensado que estaba exagerando, o que no entendía a Esme. Pero la verdad es que creo que ella no lo quiere, ¿verdad?

Makenna movió en sentido negativo la cabeza. Sacó una taza, la llenó de café y la puso en la mesa.

—Toma, siéntate.



Bella obedeció y agarró la taza con las dos manos, para sentir su calor. 

—Esme es incapaz de amar a nadie.

—¿Y a Emmett?

—A nadie. Su única obsesión es esta casa. Emmett es su excusa para estar aquí. Sabe que Edward nunca la va a apartar de su lado.

—Lo mismo que sabía que tú no la ibas a echar, cuando ya hace meses se vino a vivir aquí, a esperar noticias de sus dos hijos.

—Pero ninguno de nosotros sabía nada de ella, aparte de que era la madre de Edward. Y al igual que tú, yo nunca pensé que pudiera ser tan despiadada.

—¿Y Emmett? —preguntó Bella —. ¿De verdad cree que Rosalie y Edward están... ? —Emmett sufre tanto que no sabe qué creer. ¿Y tú, Bella? ¿No sabes que, por encima de todo, tu marido es un hombre de honor? Nunca sería capaz de traicionarte, ni a su hermano, con una aventura con otra mujer.

—¿A pesar de que estén enamorados los dos?

Lo había dicho. Se le escaparon las palabras y estaban rebotando por las paredes de la habitación, destruyendo todo lo que encontraban a su paso.

Makenna le puso una mano en el hombro y la acarició, antes de darse la vuelta y caminar hacia la mesa, donde bandejas con fruta y pan esperaban a ser servidas.

—Hay muchas formas de amor —le dijo—. Muchas. A lo mejor es el momento de que pienses bien lo que tú sientes por Edward.

—¿Crees que no lo quiero?

—Incluso un ciego se daría cuenta de que lo adoras. Lo que no está claro es si estás enamorada de él. ¿Lo respetas, confías en él, lo admiras, te gusta y lo deseas?

No lo sabía.

Pero Makenna no había acabado.

—Si Edward fuera tan dañino como Emmett, ¿estarías enamorada de él? ¿O sólo te gusta su fuerza y el hecho de que te haya rescatado?

No lo sabía. 

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Los dos días que siguieron a la pregunta que le hizo Makenna, Bella se lo había estado cuestionando con frecuencia. La soledad le daba tiempo para muchas preguntas como esa y pocas posibilidades de evitarlas.

Pero lo que sí pudo fue evitar a la familia de Edward, aunque ello supusiera no disfrutar de la piscina y del invernadero y tener que comer en su habitación.

Esa mañana el cielo estaba despejado, por lo que se podía ver el lago desde su habitación. Se abrigó bastante y se fue al balcón desde el cual se accedía al jardín. A los pocos segundos apareció de la nada uno de los hombres que había contratado Edward.

—Señora —le dijo—. Si quiere dar un paseo, déjeme que llame al señor Handly para que la acompañe.


Vio a los dos perros, con las orejas levantadas, alerta, dirigiéndose a ella. Bella se fue a refugiar a la casa.

Pero dos días encerrada en una elegante habitación., por muy elegante que fuera, eran dos días confinada. Más tarde, la segunda noche desde que Edward se fuera, Bella estaba sentada en el sofá, arropada con la manta, mirando las llamas del fuego que no lograban quemar las imágenes que la mantenían despierta.

Tenía los libros de Edward a su lado. Todos. No había podido guardarlos. Como tampoco había logrado guardar los fragmentos de los sueños que aparecían en sus horas de vigilia, de teléfonos y de escaleras y de una voz que acompañaba a una imagen en la que alguien le ofrecía un vaso.

—Tómalo. Te calmará. Tómalo... tómalo... tómalo.

No se atrevía a dormir. Se quedó mirándose al espejo del aparador, hablando al reflejo de sí misma.

—¿De verdad crees que no soy la mujer de Edward? A lo mejor no. Pero puedo ser su viuda. No lo dudes.

Se echó a reír. 

Y Esme se reía. 

Y Bella lloraba.

Y el teléfono sonaba, de forma persistente, sacando a Bella de sus pensamientos, con el corazón en un puño. Seguía sonando. Por primera vez desde que Edward la
había llevado allí, desde Boston. Y era tarde, muy tarde.

—Hola —respondió, cuando levantó el auricular. 

—Isabella —la voz era tan parecida a la de Edward. —¿Emmett?

No desveló su identidad, sino que siguió hablando en un tono monótono, como si lo tuviera ensayado y no quisiera salirse de su papel.

—Dentro de unos minutos van a volver a poner una noticia que han estado dando toda la tarde. Yo ya la he visto dos veces. Ya sé que no tienes ninguna razón para confiar en mi juicio o en mis motivos, pero creo que deberías verla. ¿Quieres bajar al salón de juegos?

Emmett estaba sentado en su silla de ruedas motorizada, un indicador de que el dolor estaba pudiendo con él. Levantó un vaso y señaló el bar.

—Sírvete una copa, si quieres. Creo que la vas a necesitar. «Toma esto, te calmará...»

Bella se estremeció al oír sus palabras.

—No gracias. ¿Qué es lo que tengo que ver, Emmett?

—A lo mejor, después de todo, no es una buena idea que lo veas. Para ninguno de los dos lo es.

Dio un trago. En la otra mano tenía el mando a distancia del televisor.

—Yo te odiaba, ¿sabes? Por no querer que Edward viniera a por mí. Llegué incluso a echarte la culpa por distraerlo, e incluso por el accidente de avión. Algo ilógico, lo sé.

»También le odiaba a él por todo lo bueno que tenía y que yo siempre había admirado. El sentido del deber que le había obligado a ir en tu busca y que provocó que los terroristas vinieran a por mí, pensando que yo era él. Le odié por no dejar, que me muriera en la jungla. Y luego le odié porque él tenía el cuerpo más o menos completo, mientras que yo no voy a poder recuperarme nunca de cómo estoy ahora. Y le odié a él y a ti, por llevarse a mi esposa cuando se fue a buscarte. Odié con toda mi alma. Porque el odio es una emoción muy fácil. Lo único que tienes que hacer es darle rienda suelta hasta que te destroza. Pero es posible, sólo posible, que me quede algo de humanidad para darme cuenta de cuándo alguien ha sufrido tanto como yo. No sé cuándo pasó o por qué, pero maldigo la opinión profesional de mi mujer. Tienes que ver esto.

Apretó un botón del mando a distancia y el sonido llenó la habitación.

En la imagen que apareció se veían dos perros guardianes que atacaban una alambrada, ladrando y enseñando los dientes.

Bella tuvo que agarrase a la silla. Por fin logró escuchar la voz del locutor.

—,.. alegaciones de que esta escena es un lugar en el que los que tienen dinero pueden recluir a los que no quieren, alegando que están en cuidados psiquiátricos.

En la siguiente escena se veía a Edward y Rosalie, los dos muy elegantes, saliendo de una limusina y entrando en un edificio oficial.

... la investigación se inició después de que Edward Cullen, un ex corresponsal internacional, informara de que encontró a su esposa ingresada como paciente en este hospital. La doctora Rosalie McCarty, cuñada, del señor Cullen, que al parecer fue la psiquiatra que ordenó el ingreso, niega todo conocimiento del mismo, alegando que estaba fuera del país, cuando se produjo.

No hemos podido localizar a la esposa del señor Cullen, para que nos dé su opinión. La doctora McCarty ha informado de que aunque ya ha superado su adicción, la señora Cullen no recuerda los siete meses de hospitalización, a causa de la terapia que recibió.


»Este testimonio ha sido corroborado por el doctor Jasper Whitlock, que ha examinado recientemente a la señora Cullen.

El doctor Marcus Vulturi, director de la clínica, declara que la señora Cullen fue la que ingresó por voluntad propia. Sin embargo, hemos recibido información de primera mano en la que se dice que por lo menos en otras dos ocasiones una mujer no identificada se ha hecho pasar por Isabella Cullen.

»Hasta el momento, un total de veintiún pacientes han sido trasladados a otros centros para que reciban tratamiento. El testimonio de hoy nos revela una década de hospitalización forzada, terapia inadecuada y diagnósticos equivocados...

Emmett volvió a apretar el mando a distancia y se hizo el silencio en la sala. Intentó beber de su vaso, pero la mano le temblaba y el líquido se le derramó por el pecho, manchando su camisa. Con un movimiento de su mano y un grito de dolor, tiró el vaso contra la chimenea, donde se hizo añicos.

—Lo siento —se disculpó—. No puedo decir otra cosa. No tendrás que esconderte más de mí y de mi ácida
disposición. A menos, claro, que no puedas tolerarme cerca. Eso lo entiendo. Porque ni yo mismo me aguanto.

Los nudillos de la mano de Bella se pusieron blancos de tan apretada que tenía la silla. 

Edward y Rosalie. Juntos. Hablando de algo. Riéndose. Muy juntos.

— ¿Crees que él quiere que vuelvas? Madura un poco. Te quedarás aquí hasta que te pudras...

Se puso una mano en la boca, impidiendo así echarse a llorar.

Sentía que tenía que decir algo, pero no se le ocurría nada. Lo único que sentía era que tenía que escapar y olvidarse de las imágenes y las palabras que acababa de escuchar.

—Isabella —dijo Emmett—. Lo siento.

—Y yo también. Y yo también —le respondió.

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Bella no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado desde que se había ido de la sala de juegos, ni de cuánto tiempo había permanecido sentada en el suelo del invernadero, con la espalda apoyada en la pajarera, escondida bajo las ramas de una palmera todavía muy pequeña.

La encontrarían. Siempre la encontraban.

Se había cubierto con una toalla de baño que había encontrado en el gimnasio. También se había puesto unos calcetines gordos. Pensó que aquello era suficiente para entrar en calor, pero no creía que fuera capaz nunca más en su vida de entrar en calor de nuevo.

No quería reconocerle nada a Rosalie, pero a lo mejor había tenido razón al no contarle nada de su pasado. ¿Y Edward? Parecía conocerla mejor de lo que había pensado. Conocer lo que había causado su enfermedad no le produjo ningún alivio, sino sólo un sentimiento de disgusto.

Pero por lo menos entendía los extraños dolores que habían torturado su cuerpo. Habían sido producidos por la medicación que había recibido. Siete meses de adicción a psicotrópicos causaban eso en una persona.

No estaba dispuesta a llorar. Ya había llorado demasiado.

Había suplicado para que le informaran, lo había exigido, pero no se sentía con fuerzas de indagar en los datos que le habían facilitado. No quería saber, no se sentía con fuerzas para saber, cómo había salido de aquella casa, con una suma considerable de dinero y se había ido a una prisión psiquiátrica en Boston.

¡Qué cobardía por su parte!

Oyó pasos y se puso tensa. El sonido de los pasos retumbaron en la estancia. A través del ramaje de la palmera vio la figura familiar de Edward.

Había regresado.

Edward tocó con su mano el sofá, antes de dirigirse al banco de piedra, a pocos metros de donde ella estaba acurrucada, el mismo banco en el que los dos habían estado sentados hacía sólo unos días.

Se quedó de pie y en silencio, esperando, antes de decir: —Sé que estás aquí.

Sí. Claro que lo sabía. Alguien de la casa se lo habría dicho.

—No te voy a hacer daño —le dijo—. Prometí no hacerte daño ni dejar que nadie te lo hiciera.

Debió hacer algún ruido, porque se dio la vuelta y apartando las ramas de la palmera la miró.

—Siento mucho que hayas tenido que enterarte de esta manera. 

Seguro que había hablado con Emmett.

—Yo creo que sientes incluso que me haya enterado. 

—Sí, eso también.

Bella se quedó mirando su mano tendida, llena de cicatrices, la que tantas veces había tratado de ocultar, mostrando un acto de coraje por su parte.

—Yo también siento haberme enterado.

—Sé que no puedo pedirte que confíes en mí, Bella. Prometí cuidar de ti y no lo hice. No tengo excusas.

Bella dejó su mano en la suya..

—¿Puedes decirme por qué soy tan cobarde? —le preguntó ella.

— Tú no eres cobarde, Bella. Si lo fueras, los dos estaríamos muertos, junto a tu padre. Sin tu fuerza y ganas de vivir, no estaríamos aquí, tratando de reunir los fragmentos de nuestras vidas.

Le apretó la mano y la levantó. Por un momento pensó que la iba a abrazar, pero lo que hizo fue retroceder unos pasos, sin soltarla, sin dejarla marchar.

—Tu padre no quiso que nadie te tocara, e hizo lo que pudo para que nadie lo consiguiera. Te encerró en un convento de monjas el tiempo que pudo. Creo que hubiera sido feliz si te hubieras convertido en una de ellas.

—No le gustó lo más mínimo cuando te fuiste a enseñar a una de las zonas más conflictivas del mundo. Una cobarde nunca se hubiera atrevido a adentrarse en esas zonas.

—Eso lo mencionas en tu libro. ¿Entonces es verdad? ¿Vino a estar conmigo?

—Sí, a protegerte. Pero lo reconocieron y lo siguieron y con ello te puso en peligro.

—¿Y mi madre?

—No lo sé. Nunca me lo contó. Al parecer no la conociste. 

—Entonces estoy sola. Lo único que tengo es...


En ese momento la abrazó, apretándola contra su pecho. 

—A mí. Sólo me tienes a mí, Bella. Y yo sólo te tengo a ti.

Quiso rebatirle, decirle que no era verdad, pero no pudo, no después de ver el poco cariño que Esme y Emmett le tenían, no después de haber visto en sus libros parte de su personalidad.

—¿Crees que eso será suficiente para los dos, Edward? —le preguntó—. ¿Lo será? —odiaba el tono tembloroso de su voz—. ¿Lo es?




8 comentarios:

  1. uffffffffff, candente capitulo.... apuesto que pronto se develara el secreto

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  2. Cuando se sabrá en verda que es lo que paso???

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  3. Quien se habrá hecho pasar por Bella! que curiosidad.

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  4. Cada ves se pone mejor
    Poco a poco nos vamos enterando y enrredando mas jaja

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  5. ¿Quién sería tan despiadado para hacerse pasar por Bella y que ésta terminase encerrada en un psiquiátrico por voluntad propia durante 7 meses? Esto quiere decir que Emmet se arrepiente de su actitud para con Bella al menos?

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  6. Aghhh quien se hizo pasar por ella????? Espero que pronto Bella recupere la memoria... Todos la bombardean con imágenes que no le favorecen!!!
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  7. ohhhh o fue esme o rosalie la impostoria!!

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