Parcela de Tierra 9


Bella sintió que la tierra se abría bajo sus pies y que no le llegaba el aire a los pulmones.

¿Qué demonios hacía Suzanne allí? ¿Por qué había aparecido ahora que todo parecía estar comenzando a ir bien?

—¿Y tú quién demonios eres? —le preguntó Suzanne cruzándose de brazos.

Tamaña grosería hizo que Bella saliera de su estado como si le hubieran tirado un cubo de agua fría.

—Soy Bella, Bella Swan —contestó utilizando su apellido de soltera porque suponía que Suzanne la recordaría—. Nos conocimos en...

Suzanne desvió la mirada hacia el interior de la casa.

—¿Dónde está Edward? Soy su mujer y quiero verlo. ¿Dónde está?

Bella la miró furiosa y apretó los puños, no solamente porque fuera una maleducada y estuviera ignorando su presencia sino porque estaba mintiendo, ya que no era la esposa de Edward.

—Ex mujer —le recordó—. Te recuerdo que eres su ex mujer, Suzanne.

—No por mucho tiempo —contestó la aludida—. Lo del divorcio ha sido simplemente una fase, pero vamos a volver juntos y nos volveremos a casar.


—Siento mucho decirte que eso va a ser imposible porque Edward está casado conmigo.

Suzanne se quedó mirándola con la boca abierta y con los ojos entrecerrados y Bella se preparó para lo peor. No tenía miedo ya que estaba acostumbrada a recibir coces y patadas de vacas y caballos.

No le gustaba en absoluto pelear, pero sabía que podría aguantar la embestida. Sin embargo, antes de que a Suzanne le diera tiempo de responder o a Bella de cerrarle la puerta en las narices, se oyó la voz de Edward desde la pradera.

—Me ha parecido oír llegar un coche. ¿Tenemos visita?

Bella tuvo que ladear la cabeza para conseguir ver a su marido porque Suzanne llevaba el pelo completamente cardado y le tapaba la visión. Edward llevaba el sombrero puesto sobre los ojos y no había visto a su ex mujer. Por lo visto, tampoco había reconocido su coche porque, de lo contrario, habría sabido inmediatamente quién los había ido a visitar.


Al llegar al porche, levantó la cabeza y vio Suzanne. Al verla, la miró sorprendido, lo que hizo que Bella se alegrara porque lo cierto era que había albergado algún temor de que Edward se alegrara de verla.

Al oír su voz, Suzanne se quedó helada durante un segundo y, a continuación, de repente, gritó, corrió hacia él y se abalanzó sobre Edward.

Bella enarcó una ceja al ver que Edward daba un paso atrás y tenía que hacer equilibrios con los brazos para no caerse.

—Oh, Ed, Ed, cuánto te he echado de menos —gritó Suzanne con fingida dulzura, besándolo en la mejilla repetidas veces.

A Bella le entraron ganas de vomitar.

—Hola, Suzanne —contestó Edward agarrándola de las muñecas y quitándosela de encima.

—¿Qué haces aquí?


A Bella le pareció que Edward estaba irritado, lo que le produjo una gran alegría porque no estaba segura de poder soportar que Edward se alegrara de ver a su ex mujer.

—Te he echado de menos, Ed. Quiero volver contigo y ser feliz a tu lado.

 —¿Y Kevin?

—Bueno, eso ya es agua pasada. Fue una estupidez por mi parte irme con él y abandonarte. ¿Me perdonas?

Edward tardó tanto en contestar que Bella sintió una punzada de pánico. ¿Y si se alegraba de ver a su ex mujer? ¿Y si quería volver con ella?

Con ningún objetivo en concreto, abrió la puerta mosquitera y salió al porche, dejando que se cerrara de un portazo. El ruido hizo que Edward levantara la mirada hacia ella.

A continuación, soltó a Suzanne y caminó hacia Bella, agarrándola de la cintura al llegar a su lado.
—Supongo que ya conoces a Bella, mi mujer.

Bella sintió que el corazón le daba un vuelco de alegría al oír aquellas palabras. Parecía que Edward no se iba a deshacer de ella para irse con su ex mujer.

La expresión del rostro de Suzanne era claramente de odio, un odio dirigido directamente a ella.

—No sabía que te hubieras vuelto a casar —comentó.

—Hay un montón de cosas que no sabes sobre mí —le espetó Edward—. Ésa es una de las razones por la que no seguimos casados.

Suzanne volvió a cruzarse de brazos. Al hacerlo, se le abría cada vez más el escote del jersey y Bella no podía parar de mirarle los pechos.

—¿Podríamos hablar un momento en privado? —le preguntó Suzanne a Edward irritada.

Bella dio un respingo.

—¿Te importa? —le preguntó Edward.

Por supuesto que le importaba porque estaba insegura y asustada y estaba empezando a sentirse como una leona guardando su territorio, pero, por supuesto, no lo iba decir en voz alta, así que tuvo que aguantarse.

—No, adelante —mintió.

Edward siguió a Suzanne, que había bajado los escalones del porche y estaba cruzando la pradera de césped con un provocativo vaivén de caderas. Menos mal que no entraron en las cuadras.

Bella no podía escuchar lo que estaban diciendo, pero se dio cuenta de la cantidad de veces que la ex mujer de Edward intentaba tocarlo con la excusa de quitarle algo de la camisa o de abrocharle un botón, aproximándose tanto a él que podía rozarlo con los pechos.

Cuando vio que la pareja se despedía, se fijó en que Edward se encogió de hombros y en que Suzanne sonreía. A continuación, ella se dirigió a su coche, se montó y se fue y Edward volvió a casa.

—Perdona —le dijo—. No creía que fuera a volver por aquí jamás. Bella asintió.

—¿Y qué quería?

—Prefiero no hablar de ello ahora —contestó Edward—. Me voy a duchar.

Y, dicho aquello, sin esperar su respuesta, pasó a su lado y se perdió en el interior de la casa.

Bella se giró y se quedó mirándolo, calculando que habían pasado catorce horas de perfecto matrimonio, catorce horas de felicidad.

Catorce horas.

Edward se metió en la ducha y dejó que el agua le resbalara por el cuerpo, deseando que las gotas pudieran borrar los últimos veinte minutos de su vida.

Justamente ahora que creía que las cosas estaban yendo bien porque Bella y él habían hecho una tregua y habían pasado la noche y buena parte de la mañana haciendo el amor...

Tal vez, si no se hubieran levantado de la cama, si se hubiera quedado en ella haciéndole el amor a su esposa durante el resto del día, no habría sucedido nada.

No, imposible, Suzanne le habría arruinado la vida de todas maneras.

¿Por qué demonios tenía que haber vuelto precisamente ahora? Después de la corta conversación que había mantenido con ella a las puertas de la cuadra, lo sabía.

Suzanne había abandonado a su amado Kevin, el hombre con el que se había estado acostando mientras estaba casada con él, y ahora quería una reconciliación. Por lo visto, quería volver con él, decía que seguía enamorada de él y que se arrepentía mucho de haberlo engañado y abandonado.

Por supuesto, Edward no la creía.

En el pasado, lo había hecho, había confiado en ella, se había comportado como un estúpido, cegado por el deseo y convencido de que la amaba, pero había aprendido de sus errores.

Ahora, sabía que una persona que te ama no te deja, no liga con otros hombres delante de ti para ponerte celoso ni te separa de tu familia buscando más tiempo, atención y dinero.

A Suzanne le solía bastar con sonreír, ahuecarse el pelo y pasearle una uña pintada por el centro del pecho para que Edward se excitara y no fuera capaz de pensar con claridad.

¿Pero qué quería en realidad?

Edward creía que era posible realmente que quisiera volver con él, pero lo que no se tragaba eran las razones que le había dado. No, aquella mujer tramaba algo y Edward no iba a permitir que se saliera con la suya.

Sin embargo, aquello no significaba que su visita no hubiera levantado viejos recuerdos. Edward se frotó bien la piel con el jabón con la doble intención de limpiarse el sudor del trabajo y el olor de su ex mujer.

Creía que se había olvidado de ella y, en cierto sentido así era, pero también era verdad que todavía no se había recuperado del dolor de la traición, lo que lo ponía de muy mal humor.

Maldita Suzanne.

Ojalá se hubiera quedado con su querido Kevin y no hubiera vuelto a aparecer en su vida. Tras cerrar el grifo del agua, Edward salió de la ducha y comenzó a secarse.

Además, estaba Bella. Edward era perfectamente consciente de que estaba disgustada porque Suzanne se hubiera presentado en su casa y él no la había ayudado a tranquilizarse negándose a hablar con ella después de que su ex mujer se hubiera ido.

En aquellos momentos había necesitado estar solo para lamerse las heridas y apartar de su cabeza la voz y la imagen de su ex mujer.

Ahora que ya lo había hecho, sabía que le debía una explicación a Bella, tenía que asegurarle que Suzanne no iba a formar parte de sus vidas.

Tras vestirse, bajó a la cocina, donde encontró a Bella preparando la cena. Estaba empanando pechugas de pollo y friéndolas, uno de los platos favoritos de Edward que, sin embargo, estaba tan disgustado que apenas tenía apetito.

Al verlo entrar, se giró hacia él y sonrió, pero era una sonrisa triste.


—¿Te sientes mejor? —le preguntó volviéndose a ocupar de las pechugas de pollo.

—Sí —contestó Edward aunque no era cierto.

—Mira... te quería pedir perdón por no haber hablado contigo cuando se ha ido Suzanne —añadió yendo hacia ella y apoyándose en la encimera.

—No pasa nada, lo entiendo —contestó Bella mirándolo de reojo y siguiendo con las pechugas.

Edward pensó que, tal vez, aquél era precisamente el problema. Bella era demasiado comprensiva. Si le hubiera hecho algo parecido a Suzanne, se habría enfadado, habría gritado, llorado y aullado, lo habría perseguido por la casa y, posiblemente, le habría tirado algo a la cabeza.

Era una ironía, pero el hecho de que Bella no reaccionara así lo molestaba. ¿Acaso no le importaba que su ex mujer se hubiera presentado en su casa de repente? ¿Acaso no le importaba que Suzanne hubiera abandonado a su segundo marido y quisiera volver con él?

Lo cierto era que no le habría importado que Bella hubiera mostrado ciertos celos. Él se había puesto de lo más celoso cuando la había encontrado en brazos de su hermano.

Sin embargo, Bella no parecía estar celosa de Suzanne en absoluto, lo que ponía a Edward de muy mal humor.

—En cualquier caso, quiero que sepas que no creo que vuelva a venir por aquí.

Bella asintió, pero no reaccionó, así que Edward se dijo que era mejor dejar las cosas como estaban porque, al fin y al cabo, la visita de Suzanne no había sido idea suya, así que tampoco tenía por qué pedir perdón mil veces.

—¿Te ayudo?

—Sí, vete poniendo la mesa —contestó Bella.

Edward así lo hizo y se dijo que todo iba bien, que todo estaba aclarado y resuelto y que podían seguir adelante con sus vidas, pero el nudo que sentía en la boca del estómago mientras ponía la mesa le indicaba que no era así.

Edward tenía la corazonada de que las cosas entre Bella y él iban a empeorar.

«Podría ser peor», se dijo Bella un par de semanas después.

Su relación con Edward no había vuelto a ser feliz y eufórica, como ella creía que iba a ser antes de la aparición de Suzanne, pero tampoco había vuelto a ser fría y distante como antes.

Comían juntos y hablaban más de lo que lo habían hecho durante las primeras semanas de estar casados. A veces, trabajaban juntos, cuando ella le pedía que acudiera al despacho a mirar algún documento o él le pedía que lo ayudara en las cuadras.

Por supuesto, Bella era consciente de que Edward en realidad no necesitaba que lo ayudara y que se lo pedía para que se sintiera útil. Claro que ella tampoco necesitaba su ayuda con el papeleo, pero lo hacía para tenerlo cerca y para sentir que eran un equipo.

Además, dormían juntos en el dormitorio de Edward, donde hacían el amor, murmuraban en la oscuridad y dormían uno en los brazos del otro.

Era casi perfecto. Casi.

Edward seguía sin quererla y Bella lo sabía y lo aceptaba de alguna manera. Lo que más miedo le daba en aquellos momentos era Suzanne. Suzanne Yates Ramsey, que en aquellos momentos estaba haciendo todo lo que podía para convertirse de nuevo en Suzanne Cullen.

Había vuelto a presentarse en su casa cuatro veces. Aparecía cada dos o tres días, tirándole puñales a ella mientras ligaba con Edward y aprovechaba cualquier oportunidad para tocarlo.

Había que decir en defensa de Edward que intentaba zafarse de todas sus caricias y dejarle claro que no tenía ningún interés en ella ni en que apareciera por allí, pero su ex mujer se hacía la sorda y, para colmo, le daba exactamente igual que la actual mujer de su ex marido estuviera delante.

Bella sabía que las visitas de Suzanne molestaban a Edward porque, cuando su ex mujer se iba, estaba serio y distante, apenas hablaba, dormía apartado de ella y no la tocaba.

Bella intentaba no tomárselo personalmente porque entendía que su ex mujer lo había engañado y lo había abandonado por otro hombre y ahora había vuelto. Aquello era más que suficiente para que cualquier hombre estuviera de mal humor, pero no podía evitar tener miedo de que se estuviera distanciando de ella, de que la presencia de Suzanne los estuviera alejando.

Edward le había dicho que no quería nada con Suzanne, que no quería reconciliarse con su ex mujer, pero ¿cómo saberlo seguro?

Bella sabía que la había amado en el pasado y que su traición le había dolido muchísimo y todavía no sabía si se habría repuesto de ello.

¿Qué ocurriría si Edward recordaba a la Suzanne que había conocido, de la que se había hecho novio y con la que se había casado? ¿Y si decidía que merecía la pena darle una segunda oportunidad y ver qué tal les iba?

La mera idea de que aquella posibilidad se cumpliera hacía que Bella sintiera un escalofrío de pies a cabeza.

Ojalá Edward la tomara entre sus brazos y le asegurara que no tenía nada que temer, que la quería y que no sentía nada por su ex mujer, pero Edward no le podía decir algo que no sentía.

Aunque la deseara físicamente, la quisiera como amiga y como madre de su hijo, no la amaba como un hombre ama a su mujer.

Y aquello era lo que más la asustaba porque, si Edward no la amaba, no había ningún vínculo emocional que lo retuviera a su lado y la posibilidad de que volviera con su ex mujer era mucho mayor.

Bella hacía todo lo que podía para ocultar sus miedos, fingía que todo iba bien y que no le importaba lo más mínimo que Suzanne apareciera en su casa.

Lo único que los mantenía juntos era el bebé que iba a nacer y, aunque Edward le había dicho que quería hacer las cosas bien, que quería que aquel niño llevara su apellido y darle la estabilidad de un hogar en el que vivieran sus dos progenitores, Bella era consciente de que, si decidía volver con Suzanne, podría divorciarse de ella y seguir siendo un padre maravilloso.

Se le había ocurrido la idea de casarse con ella cuando no había tenido otra opción, pero ahora su ex mujer le estaba poniendo otras opciones sobre la mesa, dos opciones grandes y voluminosas que no todos los hombres serían capaces de ignorar.

Bella suspiró y dejó su taza de té sin teína sobre la mesa de la cocina. Ya llevaba demasiado tiempo perdido mirando por la ventana por si veía a Edward y deseando que las cosas fueran diferentes.

Tenía cosas que hacer y, mientras siguiera casada con él, lo mejor que podía hacer era disfrutar, así que tomó un plátano del frutero y se dirigió al despacho de Edward, que se estaba convirtiendo rápidamente en su despacho ya que ella era la única que lo utilizaba.

Una vez allí, se sentó en la butaca de cuero con ruedas, encendió el ordenador y le dio un mordisco al plátano mientras consultaba el correo. Cuando hubo terminado, se giró para dejar un montón de papeles que ya había examinado en una estantería y, al hacerlo, un sobre color manila cayó al suelo.

No lo había visto antes, pero tampoco la sorprendió porque Edward solía dejar sus cosas en la mesa para mirarlas cuando tuviera tiempo. No tenía remite ni sello, así que Bella lo abrió y comenzó a leer.

Ver el nombre de Edward en un documento legal no la sorprendió en absoluto y supuso que eran papeles del rancho, alguna compra o venta de ganado, pero cuando vio el nombre de su padre se quedó de piedra.

Entonces, volvió a leer el documento desde el principio lentamente. Cuanto más leía, peor se encontraba. Sentía que el estómago le daba vueltas y que tenía unas terribles náuseas.

«Oh, Dios mío, no puede ser cierto», pensó.

Sin embargo, allí lo tenía, ante ella, bien clarito. El documento era un codicilo legal, un anexo del testamento de su padre, en el que Wyatt Swan le dejaba su rancho a Edward con la condición de que se casara con su hija.

Bella se puso en pie como pudo, agarrándose a los muebles y corrió a la cocina para vomitar en el fregadero. Sintiéndose como que se iba a desmayar en cualquier momento, se lavó la cara con agua fría.

Dios mío.

Su padre la había vendido como a una yegua y Edward la había comprado y se había casado con ella no porque la amara, no porque quisiera tener otra esposa sino a cambio de cien acres de tierra colindantes con la suya y varias cabezas de vacas y caballos. Cambiada por una parcela de tierra.


Bella se agarró a la encimera mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas y recordó la primera propuesta de matrimonio de Edward y su insistencia la segunda vez en que quería hacerse responsable del hijo que iba a nacer.

Sí, seguro que quería hacer lo adecuado por el bien del niño, pero Bella estaba segura de que la generosa oferta de su padre también habría influido en su decisión.

Sollozando, subió las escaleras hacia el dormitorio con la idea de recoger sus cosas. Tenía que salir de allí cuanto antes. No quería seguir allí, no quería volverse loca.

Su matrimonio era una verdadera farsa. Ahora sabía que Edward le había mentido, la había traicionado y la había comprado.

Tras meter en una bolsa su cepillo de dientes, ropa interior y un par de camisetas y de pantalones, sin saber muy bien hacia dónde iba y con la certeza de que jamás volvería a aquella casa, se fue.

5 comentarios:

  1. Nooooo aghhhhh las mentiras tienen patas cortas genteeee y, ahora?!? Reaccionara edd?!? Me muero!

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  2. Hija de fruta la Susan y hora joderrrrrrrr noooooo que pasara ahora X Dios hermosa no me.dejes a siiiiiiiiii gracias gracias actualiza pronto plisssss

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  3. Ahhhh, si de por si las visitas de la ex mujer ya eran malas, no me imagino comoEEdward va a poder remontar esta situación 😞

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  4. Que! Y le deja el camino libre tan fácil a Suzanne, que cobarde, debería luchar.

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  5. Aghhh pobre Bella, después de la llegada de Suzanne, y tener que encontrar ese sobre con el trato... es muy triste!!!!
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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