Jasper
Dios, se sentía tan bien. Su canal tragaba
mi pene, me acariciaba con fuerza, perfectamente.
Sus curvas suaves se sentían
sorprendentemente bien contra mi dura musculatura. Sus pezones se frotaban con
fuerza contra mi pecho, cada vez que me deslizaba dentro de ella. Sus caderas
se encontraban ansiosamente con las mías en cada inmersión. La sostenía tan
firmemente como ella me agarraba, luchando duro por no lastimarla. Nunca una
mujer se había sentido tan bien.
Mi ingle se apretó insoportablemente cuando
su coño me apretó, comprimiendo mi pene.
—Jasper, por favor. —Estas palabras me
harían enfrentar el mundo por ella.
—¿Qué necesitas, querida?
Se apartó de mis labios, echando la cabeza
hacia atrás. Su boca formó una 'O' perfecta cuando un gemido se le escapó.
Cerré la boca sobre su cuello, provocando
con mi lengua su vena que latía. Su gemido me apretó el pene. ¡Joder! Tenía que ser cuidadoso. No
quería tener que serlo, sin embargo. No sabía cuánto tiempo más lo podría
manejar. Todo en ella hacía que aumentara mi testosterona. Quería follarla duro
y sin sentido.
Puso sus manos en mi cuello, abrazándome
fuertemente.
—Necesito más. —Su voz era atractivamente
sexy y un poco ronca.
—No quiero hacerte daño. Puedo decir que
hace un tiempo que no estás con nadie.
Abrió los ojos y me miró directamente. Sus
ojos brillaban.
—No me lastimarás. Confío en ti.
La maldita presa se rompió. Una ola de
emoción se estrelló a través de mí, enviándome en espiral. Pensé que la guerra
sería lo que me rompería. Resulta que fue una pequeña rubia con curvas
peligrosas y un corazón sin igual.
—Cálmate, querida.
Envolvió sus brazos de nuevo a mí
alrededor, sin apartar nunca la mirada. Sonrió con gracia hasta me dejé ir. Sus
gritos llenaron la habitación, alrededor de mi corazón, dirigiendo mi pasión
mientras golpeaba dentro y fuera de ella. Sus uñas se clavaron dolorosamente en
mi carne; eso era lo único que me mantenía ligado a la tierra, lo que me
impedía perderme completamente.
Cuando empecé, no pude parar. Más duro, más
rápido, mi cuerpo ansiaba más, mi pene exigía más y más de ella, con cada
golpe.
Isabella tenía los labios entreabiertos,
enmarcando perfectamente cada grito lleno de placer.
Apoyé la cabeza en el hueco de su cuello,
inhalando mientras se lo daba todo de mí. El placer rasgó mi núcleo, arrancando
lo último de mis inhibiciones. Ella era mi nueva droga, me convertí en adicto
con una sola probada.
De repente, mi nombre salió de sus labios
mientras su coño se convulsionaba alrededor mi pene, girando mi voluntad, empujándome
a un frenesí peligroso, convirtiéndome en un adicto desesperado en busca de
otra dosis. Mis movimientos perdieron ritmo cuando mi conciencia se deslizó en
la oscuridad. Me estrellé contra su coño; sabía que mis manos le dejarían
moretones cuando me ahogué en ella. Grité su nombre cuando mi calor marcó su
vientre, un placer inimaginable sacudiéndome, golpeándome. Nunca había sentido
algo tan intenso, tan potente y poderoso, traspasándome. No tenía ningún
control. Era una experiencia erótica de alto nivel, que nadie podría igualar
jamás. Isabella sacó lo mejor de mí cuando me dio lo mejor de ella.
Mi respiración estaba entrecortada,
mientras el placer continuaba quemando mi entrepierna. No había tregua. El
placer me arañaba de adentro hacia afuera, tenía mi cabeza dando vueltas, mi
mente ciega, perdida en el denso hedonismo que me poseía en ese momento.
Mis movimientos fueron lentos cuando volví
a descender. Esparcí suaves besos por su cuerpo, incapaz de salir de ella.
Sus pequeñas manos se apoderaron de mi
cara; agresivamente, me atrajo hacia ella y tomó mis labios. Esta vez la dejé
besarme. Nuestros pechos chocaban con cada respiración. No podía dejar de
tocarla. Era mía. En algún lugar, en el fondo de mi mente, siempre supe eso. La
carta de Isabella no había sido la primera que recibí. Las personas enviaban
cartas a los soldados todo el tiempo. Había recibido una en cada período de
servicio que había completado, pero la de Isabella fue la única a la que
contesté. Había algo en ella que me obligó; la propia mujer me forzó. El
ejército puede haberme poseído en el papel, pero yo era todo suyo.
Rompiendo el beso, la apreté contra mí y me
puse de lado. Sus manos se deslizaron para descansar en mi pecho, irónicamente,
sobre el corazón que poseía.
Barrí algunos cabellos sueltos de su cara,
cepillé suavemente sus labios por última vez. Abrí los ojos para mirarla. Sabía
que ella necesitaba este nivel de intimidad, este grado de confianza.
—Te amo, Isabella.
Me miró, sonriendo tímidamente.
Inclinándose, besó mi pecho.
—También te amo, Sargento.
Sabía que tenía una sonrisa tonta, el tipo
de sonrisa que haría que todos los soldados de mi pelotón estuvieran burlándose
de mí durante meses. No me importaba. Así de feliz que estaba. No me importaba
un comino lo que ellos pensaran. La única persona que me importaba ahora, era
Isabella.
Me devolvió la sonrisa con facilidad. Me
besó en la barbilla, y me dio un abrazo.
—Debes estar cansado. ¿Por qué no tomas una
siesta mientras termino de hornear?
—Cariño, estoy acostumbrado a estar
cuarenta y ocho horas sin dormir. Lo único que quiero ahora es abrazarte.
Sentí su sonrisa en mi contra.
—Creo que puedo manejarlo.
—Bien. —Mi tono estaba un poco ronco, pero
sabía que el militar en mí concordaba. Nunca la dejaría ir, no ahora que la
tenía.
Que hermosos!!! Po fin entendieron que están hechos el uno para el otro.... Es lindo ver como se unen!!!
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
Que hermosos!!! Po fin entendieron que están hechos el uno para el otro.... Es lindo ver como se unen!!!
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
😍siii por fin juntos y para siempre!!! Son muy tiernos los dos!!! Saber que Jasper sólo quiso contestar a Bella, es lo más dulce 😊
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