Capítulo 17 / Ochenta y Seis Cartas




Jasper

Dios, se sentía tan bien. Su canal tragaba mi pene, me acariciaba con fuerza, perfectamente.

Sus curvas suaves se sentían sorprendentemente bien contra mi dura musculatura. Sus pezones se frotaban con fuerza contra mi pecho, cada vez que me deslizaba dentro de ella. Sus caderas se encontraban ansiosamente con las mías en cada inmersión. La sostenía tan firmemente como ella me agarraba, luchando duro por no lastimarla. Nunca una mujer se había sentido tan bien.

Mi ingle se apretó insoportablemente cuando su coño me apretó, comprimiendo mi pene.

—Jasper, por favor. —Estas palabras me harían enfrentar el mundo por ella.

—¿Qué necesitas, querida?

Se apartó de mis labios, echando la cabeza hacia atrás. Su boca formó una 'O' perfecta cuando un gemido se le escapó.

Cerré la boca sobre su cuello, provocando con mi lengua su vena que latía. Su gemido me apretó el pene. ¡Joder! Tenía que ser cuidadoso. No quería tener que serlo, sin embargo. No sabía cuánto tiempo más lo podría manejar. Todo en ella hacía que aumentara mi testosterona. Quería follarla duro y sin sentido.

Puso sus manos en mi cuello, abrazándome fuertemente.

—Necesito más. —Su voz era atractivamente sexy y un poco ronca.

—No quiero hacerte daño. Puedo decir que hace un tiempo que no estás con nadie.

Abrió los ojos y me miró directamente. Sus ojos brillaban.

—No me lastimarás. Confío en ti.

La maldita presa se rompió. Una ola de emoción se estrelló a través de mí, enviándome en espiral. Pensé que la guerra sería lo que me rompería. Resulta que fue una pequeña rubia con curvas peligrosas y un corazón sin igual.

—Cálmate, querida.

Envolvió sus brazos de nuevo a mí alrededor, sin apartar nunca la mirada. Sonrió con gracia hasta me dejé ir. Sus gritos llenaron la habitación, alrededor de mi corazón, dirigiendo mi pasión mientras golpeaba dentro y fuera de ella. Sus uñas se clavaron dolorosamente en mi carne; eso era lo único que me mantenía ligado a la tierra, lo que me impedía perderme completamente.

Cuando empecé, no pude parar. Más duro, más rápido, mi cuerpo ansiaba más, mi pene exigía más y más de ella, con cada golpe.

Isabella tenía los labios entreabiertos, enmarcando perfectamente cada grito lleno de placer.

Apoyé la cabeza en el hueco de su cuello, inhalando mientras se lo daba todo de mí. El placer rasgó mi núcleo, arrancando lo último de mis inhibiciones. Ella era mi nueva droga, me convertí en adicto con una sola probada.

De repente, mi nombre salió de sus labios mientras su coño se convulsionaba alrededor mi pene, girando mi voluntad, empujándome a un frenesí peligroso, convirtiéndome en un adicto desesperado en busca de otra dosis. Mis movimientos perdieron ritmo cuando mi conciencia se deslizó en la oscuridad. Me estrellé contra su coño; sabía que mis manos le dejarían moretones cuando me ahogué en ella. Grité su nombre cuando mi calor marcó su vientre, un placer inimaginable sacudiéndome, golpeándome. Nunca había sentido algo tan intenso, tan potente y poderoso, traspasándome. No tenía ningún control. Era una experiencia erótica de alto nivel, que nadie podría igualar jamás. Isabella sacó lo mejor de mí cuando me dio lo mejor de ella.

Mi respiración estaba entrecortada, mientras el placer continuaba quemando mi entrepierna. No había tregua. El placer me arañaba de adentro hacia afuera, tenía mi cabeza dando vueltas, mi mente ciega, perdida en el denso hedonismo que me poseía en ese momento.

Mis movimientos fueron lentos cuando volví a descender. Esparcí suaves besos por su cuerpo, incapaz de salir de ella.

Sus pequeñas manos se apoderaron de mi cara; agresivamente, me atrajo hacia ella y tomó mis labios. Esta vez la dejé besarme. Nuestros pechos chocaban con cada respiración. No podía dejar de tocarla. Era mía. En algún lugar, en el fondo de mi mente, siempre supe eso. La carta de Isabella no había sido la primera que recibí. Las personas enviaban cartas a los soldados todo el tiempo. Había recibido una en cada período de servicio que había completado, pero la de Isabella fue la única a la que contesté. Había algo en ella que me obligó; la propia mujer me forzó. El ejército puede haberme poseído en el papel, pero yo era todo suyo.

Rompiendo el beso, la apreté contra mí y me puse de lado. Sus manos se deslizaron para descansar en mi pecho, irónicamente, sobre el corazón que poseía.

Barrí algunos cabellos sueltos de su cara, cepillé suavemente sus labios por última vez. Abrí los ojos para mirarla. Sabía que ella necesitaba este nivel de intimidad, este grado de confianza.

—Te amo, Isabella.

Me miró, sonriendo tímidamente. Inclinándose, besó mi pecho.

—También te amo, Sargento.

Sabía que tenía una sonrisa tonta, el tipo de sonrisa que haría que todos los soldados de mi pelotón estuvieran burlándose de mí durante meses. No me importaba. Así de feliz que estaba. No me importaba un comino lo que ellos pensaran. La única persona que me importaba ahora, era Isabella.

Me devolvió la sonrisa con facilidad. Me besó en la barbilla, y me dio un abrazo.

—Debes estar cansado. ¿Por qué no tomas una siesta mientras termino de hornear?

—Cariño, estoy acostumbrado a estar cuarenta y ocho horas sin dormir. Lo único que quiero ahora es abrazarte.

Sentí su sonrisa en mi contra.

—Creo que puedo manejarlo.


—Bien. —Mi tono estaba un poco ronco, pero sabía que el militar en mí concordaba. Nunca la dejaría ir, no ahora que la tenía.


3 comentarios:

  1. Que hermosos!!! Po fin entendieron que están hechos el uno para el otro.... Es lindo ver como se unen!!!
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

    ResponderEliminar
  2. Que hermosos!!! Po fin entendieron que están hechos el uno para el otro.... Es lindo ver como se unen!!!
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

    ResponderEliminar
  3. 😍siii por fin juntos y para siempre!!! Son muy tiernos los dos!!! Saber que Jasper sólo quiso contestar a Bella, es lo más dulce 😊

    ResponderEliminar