Capítulo 2 ~ Amor en Navidad



Una vez más llegó el lunes por la mañana, y bastante fresco. Bella, que bajó temblando al cuarto de baño de la planta inferior, envidió a Aengus acurrucado en el sofá. Al ir al trabajo comenzó a caer una llovizna fría. Alegre por naturaleza, le costó pensar con ecuanimidad en el día que la esperaba. Pero se recordó que había algo en lo que valía la pena pensar; el sábado siguiente se iba a celebrar el baile del hospital e iba a asistir con algunas de las chicas del departamento administrativo.

No esperaba que ninguno de los médicos jóvenes la invitara. Se llevaba bien con ellos, pero había muchas chicas bonitas a las que podían elegir como acompañantes. No obstante, en todos los bailes a los que había asistido en años anteriores nunca le había faltado pareja, ya que bailaba bien.

Necesitaría un vestido nuevo; se había puesto el único que tenía en tres bailes consecutivos. Analizó el problema a lo largo del día. No podía permitirse el lujo de comprarse uno, pero alguien le había contado que las tiendas Oxfam de segunda mano, con sucursales en las calles más elegantes, a menudo guardaban tesoros rebajados.

El martes se saltó el almuerzo, le suplicó a la señora Stanley que le diera una hora extra y fue en autobús a Oxford Street.

El profesor, atrapado en un atasco e inmune ya a ellos, dedicó el tiempo a mirar distraído a su alrededor. Las calles estaban atestadas y los escaparates muy iluminados. Fue la visión de ese pelo rubio lo que captó su atención. No podía haber dos chicas con ese color de cabello.

Bella, que sostenía en la mano un vestido de color gris perla, lo acercó al escaparate para inspeccionarlo mejor, y él la observó mientras lo hacía. Fue una pena que en ese momento el tráfico se pusiera a avanzar. De pronto experimentó una preocupación inesperada al pensar que ella se veía obligada a comprar el vestido de otra persona.

Sin saber que la habían visto, se llevó el vestido a casa, se lo puso y bajó a hurtadillas al cuarto de baño, donde había un espejo de cuerpo entero. Serviría; debería arreglarlo aquí y allá, y el escote era demasiado pronunciado. Sacó el costurero y se puso manos a la obra.

Era diestra con la aguja, aunque necesitó un par de noches hasta quedar satisfecha con el resultado final.

Pensó que iba a haber mucha gente y que nadie iba a fijarse en que estaba sin pareja. También asistiría la señorita Stanley, por supuesto, aunque esta cortaba cualquier mención del baile en horas de trabajo, y al preguntarle qué pensaba ponerse, le respondió que no fuera impertinente. Se sintió herida, ya que su pregunta había sido bienintencionada.

El sábado por la noche se arregló con esmero, se observó en el espejo del cuarto de baño y se encontró bien. Era una pena que no le hubiera alcanzado para comprarse un par de esas sandalias de tiras. Sus zapatos plateados estaban pasados de moda, pero al menos resultaban cómodos. Le dio la cena a Aengus, se cercioró de que se hallaba caliente y cómodo en el sofá y se dirigió a pie al hospital enfundada en el abrigo y, como lloviznaba, protegida con el paraguas.

El patio del hospital estaba atestado de coches, pues se trataba de una velada a la que asistían la junta de directores y sus esposas, el alcalde y su mujer y los dignatarios relacionados con el St Alwyn. Bella entró por una puerta lateral, encontró a sus amigas, dejó el abrigo con los de ellas en un cuarto pequeño donde las limpiadoras guardaban sus cosas y las acompañó al salón donde el baile ya había comenzado.

Parecía muy festivo, con un árbol de Navidad en un rincón del escenario donde se encontraba la orquesta. Había globos, acebos y luces de colores; mucha gente había salido a bailar. Una a una sus amigas fueron reclamadas a la pista y ella misma salió a bailar de la mano de uno de los técnicos del laboratorio. No lo conocía muy bien y era un bailarín horrible, pero resultaba mejor que permanecer al pie de la pista, con la expresión de que bailar era lo último que le apetecía.

Después de que la orquesta realizara un breve descanso, uno de los estudiantes con quien charlaba de vez en cuando le solicitó un baile. Se trataba de una pieza lenta y él tuvo tiempo de contarle todo sobre la autopsia en la que había participado aquella mañana. Bella escuchó con atención y se sintió un poco mareada, pero fue consciente de que él anhelaba narrárselo a alguien. Las canciones se encadenaron una detrás de la otra, por lo que pudo relatar hasta los detalles más horrendos. Cuando la orquesta volvió a descansar y él se ofreció a ir a buscarle un refresco, aceptó agradecida.

En una ocasión había visto al profesor bailando con una mujer elegantemente vestida, luego con una hermana del pabellón femenino y una tercera vez con la esposa del alcalde.

Y también él la había visto, ya que no había modo de confundir su pelo. Después de bailar con todas las señoras con las que se esperaba que bailara, rodeó la pista hasta llegar a su lado. Ella comía un helado en compañía del ingeniero del hospital.

Los saludó a ambos con cordialidad y, pasados unos momentos de charla, la sacó a bailar.

—Primero tendría que habérmelo pedido — comentó Bella.

— ¡Habría dispuesto de una oportunidad para negarse! ¿Lo está pasando bien?

—Sí, gracias —y era verdad, ya que él bailaba bien y de nuevo sonaba una pieza lenta.

El profesor, cuyos ojos estaban entrenados para captar los detalles, había reconocido el vestido gris. Era bonito de un modo recatado, pero no era de su talla. Se dio cuenta de que ella había arreglado las tiras de los hombros y la cintura. Sería un placer llevarla a una buena boutique para comprarle ropa que fuera de su talla y nueva. Sonrió ante ese pensamiento absurdo y le preguntó con amabilidad impersonal si tenía ganas de que llegara la Navidad.

—Oh, sí, y este año serán tres días, ya que en medio habrá un domingo —sonó más entusiasmada de lo que se sentía; tres días con sus tías no era una perspectiva que la volviera loca, pero se recordó que era un pensamiento poco agradecido—. Mis tías disfrutan de una Navidad a la antigua usanza —añadió.

Ella subestimó su percepción. Se hizo una idea bastante precisa de cómo iba a ser su Navidad. Bajó la vista. Sería un error que le inspirara pena; no era lo que necesitaba Bella. Jamás había conocido a alguien tan satisfecha con la vida y tan dispuesta a ser feliz, pero deseó que sus navidades fueran distintas.

Resistió la tentación de bailar con ella toda la noche, la devolvió a la compañía del ingeniero y dedicó unos momentos a charlar con él antes de alejarse.

Al final de la velada la encontró entre la gente que iba hacia la salida del hospital. Le tocó el brazo.

—Venga; tengo el coche cerca.

—No hace falta… Es una caminata breve… De verdad que no… —podría haberse ahorrado el aliento; la condujo con gentileza lejos de la multitud, la introdujo en su coche y le dijo que se abrochara el cinturón de seguridad. Volvió a intentarlo cuando salió del patio a la calle—. No es necesario.

—Pierde el tiempo, Bella —no tuvo nada más que comentar hasta que llegaron a la casa de la señora Newton.

No había ninguna luz encendida, y la calle asustaba un poco en la oscuridad. Regresar a pie no habría sido muy agradable.

Él salió, la ayudó a bajar y le quitó la llave que ella ya tenía en la mano; abrió la puerta en silencio y encendió la luz tenue del pasillo.

Bella extendió la mano para que le devolviera la llave.

—Gracias por traerme —susurró—. Buenas noches —y se quitó los zapatos.

El profesor cerró sin hacer ruido, recogió los zapatos y la siguió mientras subía. Ella temió que pudiera hacer algún ruido, pero no fue así y tuvo que reconocer que la reconfortó que la acompañara. Al llegar a la puerta del estudió volvió a quitarle las llaves, abrió y encendió la luz; se las devolvió y se apartó para dejarla pasar.

—Muchas gracias —murmuró—. Tenga cuidado al bajar o se quedará a oscuras.

Él le aseguró en voz tan baja como la suya que tendría cuidado, le deseó buenas noches, la empujó con delicadeza al interior y cerró la puerta. De vuelta en el coche se preguntó por qué no la había besado; no había sido por falta de ganas.

En cuanto a Bella, que de inmediato se metió en la cama para abrazar a un tolerante Aengus, la mente somnolienta se le llenó de pensamientos deliciosos, todos ellos con el profesor de protagonista.

A la tarde siguiente, cuando salió a dar un paseo por Victoria Park, se dijo que él había aparecido por casualidad y que la educación lo había obligado a llevarla a casa. Regresó, tomó un té y fue a misa de noche para rezar por una feliz semana.

No supo si fue en respuesta a sus plegarias que por la mañana recibió una carta de la tía Marie. Le pedía que fuera a Fortnum & Masón para comprar los artículos de una lista que le adjuntaba. Puedes traerlos el siguiente fin de semana, concluía.

Bella estudió la lista: jamón y salmón ahumados, mantequilla al brandy, un queso de Stilton, galletitas Bath Oliver, bombones, té Earl Grey, café en grano, melocotones en brandy. El sueldo de la semana apenas bastaría para pagarlo. Inspeccionó el interior del sobre con la esperanza de encontrar un cheque o unos billetes, pero estaba vacío. Tendría que ir al banco a retirar dinero que tanto esfuerzo le había costado ahorrar. Si se saltaba el almuerzo dispondría de tiempo para hacerlo. La tía Marie le pagaría el fin de semana y luego podría ingresarlo otra vez.

Hasta el miércoles no dispuso de la oportunidad de saltarse el almuerzo. No había tiempo que perder, de modo que corrió hacia la entrada con la intención de tomar el autobús.

El profesor, que iba hacia su coche, la vio atravesar el patio casi a la carrera y la interceptó antes de que alcanzara la calle. Ella frenó en seco, incapaz de avanzar más allá de su imponente persona.

—Hola, profesor —saludo; luego añadió—: No puedo detenerme… —un comentario fútil, ya que la sostenía con firmeza por el brazo.

—Si tiene prisa la llevaré. No puede ir corriendo adonde sea que desee llegar.

—Sí puedo…

— ¿Adonde?

—El banco y luego a Fortnum & Masón — repuso, a sabiendas de que nada la obligaba a contestar.

La hizo dar la vuelta y la guio hasta el coche.

—Y, ahora, cuénteme por qué tiene tanta prisa —pidió una vez dentro.

Probablemente empleaba esa voz gentil y autoritaria con sus pacientes, y una vez más Bella se sintió impulsada a responder. Lo hizo de forma un poco atropellada.

—Verá, si no le importa, debo tomar el autobús.

—Me importa. ¿Qué es exactamente lo que tiene que comprar?

Le entregó la lista.

—Todo es un poco caro, desde luego. A la tía Marie no le preocupa mucho el dinero. Me pagará el fin de semana. Por eso he de ir al banco.

—Eso requerirá mucho tiempo —expuso él—. Iremos directamente a Fortnum & Masón; yo lo pagaré y su tía podrá devolvérmelo. Da la casualidad de que el sábado vuelvo a Braintree —continuó con voz convincente—. La llevaré y entregaré estas cosas al mismo tiempo.

Bella abrió la boca, la cerró y volvió a intentarlo.

—Pero, ¿no es su hora para almorzar?

—Por suerte, sí; y ahora dediquémonos a estas compras.

—Bueno, si a usted le parece correcto.

—Correcto y lo más sensato.

Al llegar le entregó la lista a un joven solícito con la petición de que lo tuviera todo listo y empaquetado en media hora; luego la condujo al restaurante.

—El departamento de alimentación se encargará de todo —le dijo—. Así es mucho más rápido y, mientras tanto, podemos comer algo.

—Pero, ¿no tendría que elegirlo todo yo?

—No, no. Déjelo en manos de los expertos; para eso están aquí. Y ahora, ¿qué le apetece? Disponemos de una media hora. ¿Le parece bien una tortilla francesa con patatas fritas y ensalada, acompañada con una copa de vino?

Fue una comida deliciosa, más aún por inesperada. Bella, todavía sin aliento por la celeridad con que el profesor lo había organizado todo, y sin saber si había sido temeraria al permitir que él se ocupara de la situación de esa manera, decidió disfrutar. Era algo especial, lo cual no le ocurría a menudo.

Gozó del almuerzo, bebió el vino y una taza de café y lo siguió hasta el departamento de alimentación, donde encontraron una caja cuidadosamente embalada que un botones transportó al coche. Él le dijo que lo esperara mientras iba a pagar la cuenta y a darle una propina al chico.

— ¿Cuánto ha sido? —preguntó ella con ansiedad en cuanto se sentó a su lado.

— ¿Le parece una buena idea que guarde la comida en mi casa? —Sugirió él con delicadeza—. No hace falta sacarla de la caja; contiene todo lo que figuraba en la lista y tengo la factura detallada.

—Pero, ¿por qué iba a hacerlo? Puede representar una molestia para usted o su esposa.

—No estoy casado, y mi ama de llaves la guardará a salvo hasta el sábado.

—Bueno, si no es ninguna molestia. ¿Cuánto le ha costado?

—No lo recuerdo con exactitud, pero su tía debe tener una buena idea de los precios y la factura me pareció bastante razonable. La han embalado con los alimentos, si no le habría permitido que la estudiara.

—No, no, seguro que está bien. Muchas gracias.

Regresó al hospital tomando atajos para que ella aún dispusiera de cinco minutos de su hora para almorzar. Dos de ellos los dedicó a darle las gracias con voz entrecortada y sonrisas, agradecida por su amabilidad y preocupada por haber consumido tanto de su tiempo.

—Ha sido un placer —dijo él, que apenas pudo resistir la tentación de darle un beso en la punta de la nariz. Le abrió la puerta y le sugirió que se diera prisa.

A pesar de la lengua afilada y del malhumor de la señorita Stanley, el resto del día le pareció de color de rosa. No sabía muy bien por qué se sentía tan feliz; desde luego, había sido maravilloso poder realizar las compras, comer con él y saber que el sábado la llevaría hasta la casa de sus tías, pero era más que eso; a todo ayudaba la presencia del profesor. Y que no estuviera casado.

El resto de la semana no lo vio, pero cuando el viernes por la noche salía del hospital le había dejado un mensaje. Le preguntaba si podría estar lista al día siguiente a las diez de la mañana. La recogería igual que la última vez. En esa ocasión no se le escapó el brillo que vio en los ojos del portero mientras se lo transmitía. Durante años había dado mensajes parecidos, pero jamás del profesor.

—Volvemos a la casa de las tías —informó a Aengus—. En ese coche bonito. Te gustará, ¿verdad?

Dedicó una noche feliz a prepararse; se lavó el pelo, se repasó el cutis, se pintó las uñas y dejó todo listo para el desayuno. No quería hacerlo esperar.

A la hora establecida bajó a la puerta y allí lo encontró, apoyado contra la puerta de la
señora Newton mientras escuchaba las descripciones detalladas que le daba la casera sobre sus venas varicosas con la misma atención que le habría dedicado a cualquiera de sus pacientes particulares.

—Bueno —dijo la señora Newton al verla bajar—, le contaré el resto la próxima vez. Sin duda los dos querrán ponerse en marcha.

Le guiñó un ojo y Bella enrojeció al desearles a ambos unos buenos días, soslayando la leve sonrisa que esbozó él. Cuando arrancó se despidió de la casera con un gesto de la mano.

Estaba nublado y hacía frío.

— ¿Nevará? —preguntó ella.

 —Probablemente, pero todavía no. Cuando empiece se encontrará ya en la casa de sus tías — la miró—. ¿Volverá a verlas antes de la Navidad?

—No, esta es una visita inesperada para que pudiera comprar todas esas cosas —por si pensaba que buscaba que volviera a llevarla, añadió—: ¿Pasará la Navidad en su casa?

Se lo confirmó con voz agradable que no invitó a hacerle más preguntas, de modo que guardó silencio. Cuando este se prolongó demasiado, comenzó a hablar del tiempo, ese recurso tan útil.

Pero no podía hacerlo indefinidamente.

—Ya no hablaré más; imagino que deseará pensar. Debe tener mucho en la cabeza.

El profesor pensó si debía contarle que la tenía a ella en la cabeza, cada vez más con el paso de los días. Pero si lo hacía la asustaría. I Una cosa era ser amistoso, pero percibía que si iba más allá se inhibiría. Era bien consciente de que ella consideraba que vivía en un plano diferente y que sus caminos jamás se cruzarían. Bella se mostraba abierta porque eso formaba parte de su naturaleza y porque le caían bien todos aquellos con los que trabajaba. Incluso la dudosa señorita Stanley.

—Con usted no hace falta hablar por obligación —comentó—. ¿Usted siente lo mismo?

—Bueno, sí, así es. Quiero decir, es agradable estar con alguien y no tener que preocuparte de que piense que desearía que no estuvieras presente.

 —Muy bien expuesto. ¿Tomamos café en Great Dunmow?

Permanecieron largo rato ante las tazas. Él no mostró indicio alguno de prisa. Las preguntas que le formuló fueron casuales, pero las respuestas de Bella le revelaron mucho. No reconocía la soledad ni se preocupaba por su futuro; las contestaciones eran alegres y esperanzadas. No tenía ambición de perseguir una carrera, solo de gozar de un trabajo fijo y seguridad.

— ¿No querrá casarse?

—Oh, lo haré… pero no con cualquiera — aseveró con énfasis—. Será agradable tener un marido y un hogar; y también hijos.

—Tantas mujeres jóvenes desean una carrera… ser abogadas, doctoras o ejecutivas de alto rango.

—Yo no —movió la cabeza—. Para empezar, no soy inteligente.

— ¿No hace falta ser inteligente para casarse? -—sonrió un poco.

—No de esa manera. Pero estar casada no es solo un trabajo, ¿verdad? Es un modo de vida.

—E imagino que muy grato si el matrimonio es feliz —miró el reloj—. Quizá sea mejor que nos vayamos.

Al llegar a la casa de las tías, la señora Zafrina, con el mismo sombrero, los hizo pasar y
los condujo al salón. La tía Marie se levantó para saludarlos, pero la tía Charlotte permaneció en el sillón y con voz ronca declaró que el frío se le había metido en sus viejos huesos, convirtiéndola en una especie de inválida. Bella las besó a las dos, le ofreció su simpatía a Charlotte y esperó que no albergara ninguna idea de recibir tratamiento gratuito de su visitante. Más no tuvo oportunidad de hablar más, porque en el acto Marie le preguntó si había comprado los alimentos.

El profesor saludó a las dos damas con la, manifestación adecuada de placer y se ofreció a entrar la caja a la casa.

— ¿La dejo en la cocina? —quiso saber.

—No, no. La abriremos aquí; en cuanto terminemos la señora Zafrina lo podrá guardar todo. ¿Has traído la factura, Bella?

—Bueno, en realidad la tiene el profesor Masen. Él lo pagó todo. Yo no tenía suficiente dinero —pudo ver que eso no bastó para satisfacer a sus tías—. Nos encontramos cuando salía del hospital. Intentaba ir al banco a retirar dinero. Con el fin de ahorrar tiempo, porque era mi hora para almorzar, amablemente se ofreció a llevarme a Fortnum & Masón, donde pagó por todo.

La tía Charlotte se mostró aturdida.

—De verdad, Bella, una joven como tú no debería aceptar dinero de un caballero.

Pero la tía Marie sonrió.

—Bien, querida, le estamos agradecidas al profesor Masen por su ayuda. Rellenaré un cheque.

—Tal vez puedan entregárselo a Bella.

Ella me lo dará más adelante. Mañana por la noche pasaré a recogerla.

—Supongo que te habrás gastado todo el dinero en ropa —Charlotte seguía con el ceño fruncido—. Hoy en día las mujeres jóvenes parece que no piensan en otra cosa.

A ella le habría gustado explicarle que se lo gastaba en comida para el gato, en leche, pan y queso, té y la carne barata que compraba, y en las demás necesidades que hacían falta para mantener el cuerpo y el alma unidos. Pero no dijo nada.

—No creo que a Bella le sobre mucho dinero —comentó el profesor—; los sueldos del
hospital no son generosos —sonrió, se despidió y se marchó. Al llegar a la puerta del salón se inclinó desde su gran altura y besó la mejilla de ella—. Hasta mañana por la noche —siguió a la señora Zafrina hasta la entrada.

La tía Marie podía ser que no hubiera avanzado con los tiempos, ya que en sus días de juventud los caballeros no besaban a las damas de esa manera, pero en el fondo de su corazón era una romántica, por lo que sonrió. Fue la tía Charlotte quien habló con voz de desaprobación.

—Me sorprende, Bella, que permitas que un caballero te bese así. Esos besos casuales son un aspecto lamentable de la vida moderna.

—Bueno, no fui yo quien se lo permitió, ¿verdad? —comentó ella de forma razonable—. Estoy tan sorprendida como tú, tía Charlotte, pero puedo asegurarte que en la actualidad un beso no significa nada… se trata de un saludo social o un modo de despedida —y le había gustado mucho—. ¿Saco las cosas que queríais? —preguntó, ansiosa de pronto por dejar de hablar del profesor.

Fue una tarea que requirió cierto tiempo y logró distraer la atención de las ancianas.

El fin de semana fue como todos los demás, con la excepción de que se habló más de la Navidad.

—Te esperamos en Nochebuena —comentó la tía Marie—. Alrededor de la hora del té será perfecto.

Eso también le iba bien a ella. Tenía que trabajar por la mañana; los pacientes aún recibían dietas especiales incluso en la Navidad. Habría mucha prisa por organizar los menús para el período de las fiestas, pero con algo de suerte podría alcanzar el tren de la tarde. Debía recordar comprobar el horario…

Al meterse en la cama aquella noche, con Aengus acurrucado a su lado, se permitió pensar en el profesor. Desde luego, no pasaba nada con que le diera un beso, ya que era un saludo aceptado socialmente. Sin embargo, no había sido necesario que lo hiciera. Somnolienta, pensó que era un hombre muy agradable, aunque no resultaba una palabra muy adecuada para describirlo.

A la mañana siguiente hizo mucho frío en la iglesia y, como de costumbre, el almuerzo también fue frío: rosbif, poco hecho, con verduras y patatas hervidas. Luego, a pesar de la temperatura, sus tías ocuparon sus sitios habituales en el salón. Le agradó cuando llegó la hora del té, aunque dos tazas de Earl Grey, sin leche, no bastaron para hacerla entrar en calor.

Se sintió aliviada cuando llegó el profesor; dedicó un rato a charlar con sus tías y luego sugirió que debían marcharse. No le había dado un beso; y Bella tampoco lo esperaba, pero sí la miró detenidamente antes de despedirse de las ancianas de la manera más amable posible y llevarla al coche.

Debió ser la temperatura caliente del interior del vehículo lo que hizo que ella estornudara y luego temblara.

—Ha pillado un constipado —comentó al emprender la marcha.

—Es posible —volvió a estornudar—. La iglesia estaba helada, aunque a mis tías parece que el frío no las molesta. Me recuperaré en cuanto llegue a la casa de la señora Newton. Lo siento —añadió—, espero no contagiárselo.

—No lo creo. No pararemos a cenar en Great Dunmow, la llevaré directamente a casa.

—Gracias.

Bella se dijo que era lo más sensato, pero, al mismo tiempo, experimentó una gran decepción. Le habría encantado tomar una sopa caliente, una tortilla francesa o simplemente un café. Quizá, a pesar de su negativa, él estaba ansioso por no contagiarse. Contuvo un estornudo e intentó sonarse la nariz en silencio.

Cuando llegaron a las afueras de Londres, se sentía muy mal; comenzaba a dolerle la cabeza, tenía la nariz roja y le daban escalofríos. La idea de prepararse la cena, ocuparse de Aengus y meterse en la bañera no la seducía. Estornudó otra vez y él le extendió un pañuelo blanco y grande.

—Oh, cielos —dijo ella. Suspiró—. Ya casi hemos llegado —pero daba la impresión de que él conducía en la dirección errónea—. Estamos en Embankment —señaló—. Se ha saltado.

—No, vendrá a casa conmigo. Cenará y tomará algo para el constipado, luego la llevaré a su estudio.

—Son demasiadas molestias, y además está Aengus.

—No hay problema, y Aengus podrá cenar con mi ama de llaves.

Entró en una calle estrecha y tranquila con casas de estilo regencia; se detuvo ante la última.

Bella aún intentaba pensar en un buen motivo para insistir en ir a la casa de la señora Newton, pero no tuvo la oportunidad de manifestarlo. La ayudó a bajar del coche y la invitó a entrar en su residencia, donde una mujer pequeña y robusta de pelo cano y cara redonda, que no mostró sorpresa alguna por su aparición, la condujo hasta un guardarropa que había al final del pasillo, sin dejar de hablar con simpatía en todo momento.

—Es un constipado feo el que ha pillado, señorita, pero el profesor tendrá algo para combatirlo y en seguida estará lista la cena.

Se lavó la cara y se arregló el pelo, y casi de inmediato comenzó a sentirse mejor; regresó al pasillo y fue conducida a una estancia grande y de techo alto con una ventana en arco que daba a la calle. Exhibía unos muebles acogedores, con sillones a ambos lados de una chimenea encendida y un amplio sofá en el centro; había más sillones, lámparas de pie y una mesa de caoba delante de la ventana. También unas vitrinas con puertas de cristal a los dos lados de la chimenea y junto a la puerta un reloj alto.

—Oh, qué habitación tan deliciosa — comentó encantada; le sonrió al profesor.

—Sí, a mí también me lo parece. Venga a sentarse. Una copa de jerez hará que se relaje; se sentirá mejor en cuanto coma algo. Luego le daré algunas píldoras; tómese dos al acostarse y dos más por la mañana. Le entregaré suficientes para varios días.

Bebió el jerez y al rato apareció el ama de llaves para anunciar que la cena estaba servida.

—Y ese bonito gato suyo está sentado en la cocina como si viviera aquí. Ya ha cenado.

Bella le dio las gracias y el profesor dijo:

—Le presento a Senna, mi ama de llaves. Hace mucho tiempo fue mi niñera. Senna, la señorita Bella Swan; trabaja en el hospital.

—Vaya, ¿no es agradable? —Senna esbozó una amplia sonrisa y estrechó la mano que le ofrecía.

La cena fue todo lo que podía haber deseado: una sopa caliente, una tortilla francesa ligera como el aire, patatas gratinadas y coles de bruselas. Se lo comió todo y el profesor, que veía cómo el color retornaba a sus mejillas, la instó a tomar una segunda taza de café y le entregó una copa de brandy.

—No creo que me guste.

—Es probable que no. Se lo doy como medicina, de modo que bébaselo todo, aunque no muy deprisa.

Se atragantó y se le humedecieron los ojos, pero también le dio calor.

—Ahora voy a llevarla a casa —añadió él cuando terminó de beberse la copa—. Métase en la cama, tómese las pastillas y le prometo que por la mañana se va a sentir mejor.

—Ha sido muy amable; le estoy muy agradecida. Y ha sido una cena deliciosa.

Se despidió de Senna y también le dio las gracias, y con Aengus en la parte de atrás del coche la condujo de vuelta a la casa de la señora Newton.

El contraste con la casa del profesor, tan digna y elegante, resultó cruel al bajar del vehículo, pero no era una chica que se quejara. Tenía un techo sobre la cabeza, un trabajo y el beneficio añadido de conocerlo a él.

Subió con ella, cargando con la bolsa y la jaula del gato. Luego abrió la puerta, encendió la luz y fue a encender la chimenea. Dejó las píldoras en la mesa.

—Vaya directa a la cama, Bella —sonaba como un tío o un hermano mayor.

Volvió a darle las gracias y le deseó buenas noches. En la puerta él se volvió y estudió su rostro de un modo que la desconcertó. Ella sabía que tenía la nariz roja y los ojos hinchados; debía estar horrible.

Entonces se inclinó y la besó, un beso suave y lento en la boca. Luego se fue, cerrando la puerta en silencio a su espalda.

—Le contagiaré el constipado —musitó—. ¿Por qué habrá hecho eso? Jamás me lo perdonaré si cae enfermo por mi culpa; debí detenerlo.

Pero no había querido hacerlo. Sacó a Aengus de la jaula y le dio su refrigerio de la noche, puso agua al fuego para la bolsa de agua caliente y abrió el sofá cama, todo ello sin darse cuenta de lo que hacía.

—Me gustaría que volviera a besarme. Me ha agradado. Él me gusta… no, estoy enamorada, ¿verdad? Lo cual es muy tonto. Supongo que se debe a que no veo a muchos hombres y con él parezco encontrarme muy a menudo. Debo dejar de pensar en él y sentirme feliz cuando lo veo.

Después de ese pequeño discurso se tomó las píldoras y, templada por la bolsa de agua caliente, al final se quedó dormida… pero no antes de haber llorado un poco por lo que podría haber sido si la vida le hubiera permitido tener el mismo camino que el profesor.



8 comentarios:

  1. Pobre bella agripada y con mal de amores dobles lagrimas. Ed se a portado divino

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  2. Se me hace algo triste por esos pequeños detalles pero me gusta lo positiva que es.... donde me encuentro un caballero asi?? Bonita hidtoria.. solo.falta que nos digan a donde va el cuando se ofrece a llevarla 😀

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  3. Definitivamente es todo en caballero, me encanta como trata a Bella, hasta envidia me da jajaja

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  4. Pobre Bella, su tía es definitivamente una inconsciente.... Aunque menos mal Edward se está portando como todo un héroe ;)
    Solo espero que mejore su resfriado :D
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  5. Owww me encanta esta historia, y Edward es todo un caballero, adoro que siempre aparezca para ayudarla 😁😁 esperare con ansias el prox cap jiji 😀😀

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  6. Que amable Edward al ayudar a Bella yo creo q se enamoro d ella sin darse cuenta.

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  7. Encontré la historia por casualidad.
    Esta muy interesante y éste Edward tnb me enamoró.

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