Capítulo 3 ~ Cartas desde el cielo





—Papel, unas astillas y cerillas –el papel encendió dentro de la cocina de hierro y Edward sopló sobre las astillas para avivar el fuego—. No hay que soplar mucho —le dijo sintiéndose ridículo— porque puede apagarlo.

Siempre había pensado que encender un fuego era como un baile de delicadeza y equilibrio, bastante parecido a la relación entre un hombre y una mujer. Demasiado de un elemento introducido demasiado pronto y podía apagarlo.

No le gustaba nada tener aquellos pensamientos de un hombre y una mujer bailando juntos con Isabella Swan a su lado, con los brazos alrededor del cuerpo y tiritando.

Una mujer hecha para estar en los brazos de un hombre. Tenía el color más intrigante de ojos que había visto jamás. Eran cafés, pero eran como diamantes que se habían fundido con marrón. El efecto era un color ahumado muy sensual.

Enfadado consigo mismo, se echó para atrás y evitó mirarla.

—Inténtelo. No voy a estar por aquí para ayudarla con cosas así.

De eso nada, él era un hombre con un fuerte sentido de la supervivencia, y cuando uno empezaba a pensar que un fuego le estaba dando mensajes sobre relaciones y uno intentaba mirar a una mujer a los ojos de soslayo, intentando buscar las palabras para definir su color, entonces, ese era el momento de largarse, y rápido.

Isabella se puso de rodillas delante del fuego, se puso el pelo detrás de las orejas y sopló con suavidad sobre la llama. Aquello era peor que cuando lo había estado mirando. Ahora, estaba demasiado cerca. Él podía ver la curva de sus hombros y la forma de sus senos. Y cuando ella volvió a soplar, se dio cuenta de que aquella postura de los labios era la misma que la que se utilizaba para besar.

Bueno, ya había tenido bastante por un día. Quería largarse a casa, meterse en la cama y ponerse la almohada sobre la cabeza para olvidar el aroma de aquella mujer que le llegaba inevitablemente, a pesar del olor a madera quemada.

Olía a limones.

No era que los limones fueran sexys. De hecho, su madre los utilizaba mucho, decía que tenían poderes curativos. 

Pero, allí estaba él, de rodillas al lado de Bella Swan, pensando en su olor embriagador, deseando acercarse más, inhalar más profundamente, queriendo más. Aquello era suficiente para hacerle perder la cabeza a un hombre.

Eso, y la manera en la que el pelo se le venía hacia delante, su aspecto bajo la luz del fuego, volviéndolo brillante como el oro.

—Parece que va bien —dijo él cuando no pudo aguantar más el calor. Y el del fuego tampoco—. Ahora podemos poner algo más grande.

En su desesperación por irse de allí cuanto antes, eligió un tronco demasiado grande y apagó la llama con la misma precisión que si hubiera echado agua.

Entonces, soltó un juramento.

—Déjeme intentarlo esta vez —pidió ella.

— ¿Ha hecho alguna vez un fuego?

—Bueno, de pequeña fui a campamentos —dijo ella un poco resentida por su falta de confianza.

Bella se concentró en lo que estaba haciendo y, con precisión y paciencia, consiguió reavivar el fuego. Un fuego perfecto.

El ambiente empezó a caldearse y ella dejó de tiritar y la habitación cobró un brillo acorde con todas las decoraciones.

Se volvió hacia él con una sonrisa.

Si la sonrisa hubiera sido fea, le habría resultado fácil detestarla. Pero no era así. Tenía una sonrisa perfecta de dientes blancos y uniformes que hacía que los ojos le brillaran aún más.

— ¡Qué divertido! —dijo ella mientras se ponía de pie.

Él también se puso de pie.

«Divertido». Justo en lo que él había fallado. «Ya no me divierto contigo», le había dicho Jane. No era que él y Jane hubieran encontrado divertido algo tan sencillo como encender un fuego. No, para ellos sólo eran divertidas las cosas más salvajes como conducir muy rápido, estar de fiesta toda la noche, ir de rodeo en rodeo, la pasión desbordada.

Edward se dio cuenta de que no le gustaba la manera en la que una extraña le hacía revivir recuerdos y lo hacía pensar en relaciones. Esos pensamientos los había abandonado hacía mucho tiempo.

Bella todavía estaba sonriendo como una niña pequeña. Para conseguir una sonrisa así de Jane habría hecho falta un anillo con un gran pedrusco.

—Calienta mucho —dijo ella.

«Y que lo digas», pensó él, pensando en ella.

—Le enseñaré cómo funcionan las luces de propano y la estufa, y después me marcharé.

Ella se puso a su lado mientras él le explicaba todo. Demasiado cerca para el gusto de él. Al rato, sintió que estaba sudando. Los milagros de la combinación de un buen fuego y las hormonas.

— ¿Necesita algo más? —preguntó con cortesía, deseando marcharse de allí.

—No, nada. Bueno, el teléfono. No sé dónde está.

— ¿Teléfono?

—Sí, por si ocurre algo.

—No hay teléfono.

— ¿Y un móvil? —preguntó ella con los ojos muy abiertos.

—No tienen cobertura. 

—Pero, ¿qué puedo hacer si ocurre algo? —preguntó muy seria.

— ¿Algo como qué?

—No sé, si me rompo una pierna o si Emmett se abre la cabeza.

Sólo a una mujer se le podían ocurrir esas cosas.

— ¿Pero qué piensa hacer aquí?

—Si no nieva, jugaremos a las cartas o algún juego de mesa.

—No creo que los juegos de mesa puedan ser peligrosos.

Ella seguía preocupada.

«No te ofrezcas», se advirtió él. Pero su voz dijo. 

— ¿Quiere que venga de vez en cuando para comprobar que todo va bien? 

—Por supuesto que no.

Él la miró fijamente. Aquella seguridad sólo era superficial. Si miraba bajo la superficie seguro que veía otra cosa; por eso no pensaba mirar.

—Entonces, me marcho.

—Sería una molestia venir de vez en cuando. ¿Verdad?

«Muchísima». 

—Puedo hacerlo.

—No, no —se rió ella nerviosa—. Es que nunca he estado lejos de un teléfono o vecinos.

— ¿No era eso lo que buscaba al venir aquí?

—Bueno, yo sólo quería nieve.

Tenía miedo. Podía olerlo. También se daba cuenta del esfuerzo que estaba haciendo para que no se le notara, pero podía vérselo en los ojos.

—Me pasaré por aquí.

—No, no, de verdad. Seguro que no pasa nada.

—Como quiera. Hasta dentro de una semana. Para Año Nuevo ya estará con sus teléfonos y sus vecinos.

—Bien —dijo ella, demasiado alegremente—. Hasta el día veintiocho. No se olvide la chaqueta.

Él la miró. Con el calor que sentía, una chaqueta era lo último que necesitaba; pero eso no se lo iba a decir a ella.

— ¿Quiere que lo lleve a la cama? —preguntó mirando al niño.

—Ya me las arreglaré. Gracias.

Él se puso la chaqueta y abrió la puerta.

— ¡Espere!

— ¿Qué?

— ¿Si tengo que marcharme de aquí, cuánto tiempo me llevaría?

— ¿Qué? —preguntó incrédulo.

—Sí, si nos pasara algo. Por ejemplo, si un oso nos atacara o algo así.

Estaba claro que no se había olvidado del tema.

—Los osos duermen durante el invierno.

—Es verdad. Hibernan, ¿verdad?

—Tardarían una mañana.

— ¡Una mañana entera!

— ¡Adiós! —dijo él calándose el sombrero.

— ¿Alguna vez viene alguien por aquí? —preguntó ella como el que no quiere la cosa.

— ¿Qué? —preguntó él incrédulo, con un pie ya en el exterior.

— ¿Que si alguien viene por aquí? ¿Cazadores, excursionistas?

—No es época de caza. ¿Se refiere a asesinos en serie, violadores y tipos de esa calaña?

—Claro que no —dijo ella, pero no pudo evitar morderse el labio con aprensión.

—No. Nunca viene nadie. Nunca. Además, para llegar aquí, hay que pasar por la carretera que hay delante de mi casa. Aquí está segura, señorita Swan. Probablemente más segura que en su propia casa.

—Lo sé —dijo ella—. Puede llamarme Bella —dijo ella.

—De acuerdo, Bella —dijo él y pensó que su nombre sonaba a música—. Hasta luego. 

—Feliz Navidad —dijo ella. 

—Sí. Feliz Navidad.

Por fin, consiguió salir por la puerta. Se quedó unos segundos en el umbral, saboreando el aire puro y limpio de la noche y pensó cómo alguien podía tener miedo allí.

Él no era responsable de que ella tuviera miedo. No podía hacer nada al respecto. Su obligación con ella había terminado.

Se subió a la camioneta y bajó la montaña. Durante el camino, no pudo evitar preguntarse si tendría miedo. ¿Conocería el aullido de los coyotes en mitad de la noche? ¿Sabría que el viento podía hacer que los árboles rechinasen como puertas oxidadas? ¿Conocería el grito del búho, el berreo de un reno, el crujido del hielo del lago?

Incluso cuando estaba en la cama, no podía dejar de pensar en ella. El aroma a limones parecía cosquillearle en la nariz y podía ver sus ojos verdes ahumados como si estuviera delante de él.

Por la mañana subiría a ver qué tal estaban. Sería lo más caballeroso. No había nada malo en comportarse como un caballero.

Lo consideraría como un regalo de Navidad para su madre.

Al otro lado de la puerta cerrada, Bella oyó la camioneta alejarse. 

Se había ido.

Emmett y ella estaban solos.

—Bella —se dijo en voz alta—. Te lo ha dicho con total seguridad: no hay nada de qué tener miedo.

Después de decirse eso, volvió a comprobar que la puerta estaba cerrada.

Después, colocó las cosas en los armarios e hizo recuento de las cosas que había en el frigorífico. Se dio cuenta de que había un bote lleno de galletas de chocolate caseras y una bolsa con pan.

El fuego crujió y ella dio un salto.

Pensó que no había hecho las suficientes preguntas sobre la cabaña y ahora era demasiado tarde. De alguna manera, se había imaginado que tendría luz y que estaría cerca de otras cabañas. Se había imaginado que sería una especie de estación de esquí con un montón de actividades.

Cosas con la nieve.

Ahora estaba allí, totalmente sola, sin teléfono ni vecinos y, lo que era peor, sin nieve. ¿Qué iban a hacer todo el tiempo? ¿Jugar a las cartas? Recordaba la cara de Edward cuando se lo había dicho. Su expresión parecía haber querido decir que qué aburrido sonaba. Pero ella ni siquiera lo conocía. ¿Qué le importaba lo que él pensara?

Sí le importaba.

A pesar de todos los adornos, Bella se preguntó si iría a vivir las vacaciones más deprimentes de su vida.

¿Debería haberlo invitado a comer el día de Navidad? A Emmett le habría encantado. Aunque, pensándolo bien, así era mejor. Así no tendría que enfrentarse a una vuelta a casa sin su «papá».

Pensó en las cicatrices que le había visto en el cuello. Iban desde la oreja a la mandíbula y bajaban por todo el cuello hasta esconderse bajo la camisa.

En otro hombre habrían resultado feas, pero en él era diferente. Como si fueran parte de él. Como parte de su fuerza y de su misterio.

«No vas a volver a verlo hasta el día de tu marcha», se dijo a sí misma. «Y eso es algo bueno. Un hombre así hace que una vea las cosas confusas».

Un hombre así hacía que una mujer se preguntara cosas que era mejor no preguntarse. ¿Qué se sentiría al besarlo? ¿Cuál sería la textura de su piel? ¿Cómo serían sus ojos grises si su mirada se suavizara un poco?

Pensando en eso, exploró el resto de la cabaña. Aparte de la habitación principal, había dos dormitorios diminutos. No había baño, de eso ya la había avisado la señora Cullen. Desde la seguridad de su casa, aquello le había parecido algo insignificante, parte de una gran aventura.

Ahora, pensar que tendría que aventurarse en la noche antes de irse a la cama no le hacía ninguna gracia.

Pospuso el momento todo lo que pudo. Se llevó a Emmett a una habitación, le dio un beso en la frente y se quedó un rato mirando la inocencia de su adorable carita.

Por fin, agarró una linterna que había al lado de la puerta y se aventuró al exterior, no sin antes mirar alrededor desde la puerta.

No había ni un solo ruido. Ni de vecinos, ni de tráfico, ni del televisor. Se sentía como si, de repente, hubiera aterrizado en la Luna. El silencio era tan desconocido para ella que la ponía nerviosa.

Tomo aliento y salió al porche, cerrando la puerta detrás de ella. Durante un momento, le pareció que todo estaba muy negro, pero no se atrevió a encender la linterna.

Se paró un momento en la puerta a disfrutar del aire frío. Nunca había sentido algo así; era como si se le clavaran en la piel un millón de pequeños alfileres.

Esperó un instante a que sus ojos se adaptaran a la oscuridad. Las estrellas brillaban sobre su cabeza y los árboles parecían gigantes.

De repente, tuvo la necesidad de saber que no estaba sola. Sintió lo que le pasaba a Emmett y deseó que le aseguraran que su hermana estaba allí.

—Alice —susurró—. ¿Estás ahí? ¿Cómo has podido hacerme esto? Yo no estoy preparada para ser madre. Estoy liando todo este asunto de Santa Claus. Voy a fastidiar las Navidades de Emmett. Yo no tengo tu seguridad, tu aplomo. Algunos días no sé qué hacer sin ti. Algunos días, ni siquiera puedo tomar las decisiones más sencillas, como qué preparar para cenar. Después, cuando tengo que tomar una gran decisión como la de venir aquí, me lanzo de cabeza, sin mirar atrás. Tú sabes que yo no soy así.

Sintió que las lágrimas le atenazaban la garganta.

—Alice, él necesita saber que tú estás cuidando de nosotros. Y yo también lo necesito.

Entonces, sucedió la cosa más sorprendente. El cielo comenzó a bailar. Al principio fue solo un brillo pequeño, tan pequeño que pensó que se lo había imaginado. Después, volvió a suceder. Como si el cielo fuera una enorme sábana negra y la luz intentara atravesarla.

De repente, apareció una columna verde iridiscente. Parecía como si alguien estuviera lanzando fuegos artificiales en medio de la montaña. El verde desapareció y, después, volvió a brillar de nuevo, con intensidad, sorprendente. La banda de luz se estiró y se retorció, brillando con una impresionante gama de colores, desde el turquesa al rojo y de nuevo al verde.

Bella estaba sobrecogida. No tenía ni idea de lo que estaba sucediendo. Sólo sabía que era un milagro. Y una respuesta.

Mucho rato después, las luces desaparecieron. Entonces, se dio cuenta de que se estaba quedando helada y corrió hacia el servicio.

Era un lugar pequeño y estrecho, como los de las películas del Oeste.

« ¡Qué frío!».

Cuando terminó, corrió de vuelta a la cabaña, cerró la puerta y se fue a su dormitorio. Cuando se metió en la cama se sintió segura. Se cubrió con las mantas y se durmió con una sonrisa en el rostro.

—Tía Mami. Estoy helado.

Abrió los ojos y se encontró a Emmett a su lado tiritando. Estaba comenzando a amanecer y la habitación estaba helada.

Levantó sus mantas y el niño se metió en la cama con ella. Después, se acurrucaron, los tres, el osito de peluche en el medio, y se taparon hasta las cejas.

—Emmett, anoche vi la cosa más increíble del mundo.

Intentó describirle las luces, pero se dio cuenta de que no podía.

—Seguro que eran marcianos —dijo el niño encantado.

— ¡Me alegro de que a mí no se me ocurriera pensar en eso anoche! —sintió que el frío comenzaba a atravesar las mantas y decidió levantarse—. Espérame aquí, voy a calentar esto.

El niño la miró esperanzado.

Ella preparó el fuego, como lo había hecho la noche anterior. El fuego prendió sin problemas, pero, en seguida, se dio cuenta de que algo no marchaba bien: el humo salía hacia el salón en lugar de salir al exterior por la chimenea. En pocos segundos, sintió que no podía respirar.

Recordó que en los incendios la gente solía morir de asfixia más que quemada por las llamas, por lo que corrió a la habitación para sacar de allí a Emmett. Le dio una chaqueta al niño y ella agarró otra antes de salir al exterior. Ni siquiera el frío que había experimentado la noche anterior la había preparado para el frío gélido que hacía.

—Dejaremos que se vaya el humo y luego intentaré volver a encenderlo —dijo sintiendo que la seguridad de la noche anterior comenzaba a desvanecerse.

A los pocos minutos, oyó el ruido de un motor. 

—Aquí llega la caballería —le dijo a Emmett con una sonrisa de alivio.

El niño también sonrió.

—No. Es Edward. Sabía que vendría.

Edward saltó de la camioneta y se acercó corriendo hacia ellos, sus piernas fuertes y ágiles, todo masculinidad y fortaleza. Podía hacer que cualquier mujer se sintiera débil.

«No lo permitas», se advirtió a sí misma.


— ¿Estáis bien? —la agarró por los hombros y ella sintió la fuerza de sus manos.

Afortunadamente, el gesto solo duró unos segundos.

Sin dudarlo. Se dirigió hacia la cabaña y abrió todas las ventanas. Después, salió con los brazos llenos de mantas. Arropó con cuidado a Emmett y des-pués a ella.

—En un par de minutos se habrá ido el humo. 

— ¿Qué ha pasado? —preguntó ella tiritando. 

—Olvidaste abrir el regulador del tiro de la estufa. 

— ¿Qué regulador?

—El que controla la entrada de aire. Si entra mucho hay mucho fuego, si entra poco, un fuego más atenuado, y si no entra nada, mucho humo.

—Yo no he tocado nada —dijo ella a la defensiva.

—Quizá lo hayas movido sin darte cuenta. A mí a veces me pasa que lo muevo con la pierna. Estás temblando —le dijo rodeándola con un brazo—. ¿Qué tal, Emmett?

—Fenomenal —dijo el niño entusiasmado—. Esto parece una película del Oeste. 

Edward soltó una carcajada por el entusiasmo del niño ante la dificultad.

Ella lo miró y sintió que el corazón se le paraba. No sólo era guapo, sino que además era extraordinario.

— ¿Qué te ha traído por aquí? —preguntó ella cuando recobró el aliento.

—Bueno, pasaba por aquí... —le respondió él.

Había estado preocupado por ella y ahora comprobaba que tenía motivos para estarlo.

—Anoche casi raptan a mi tía unos marcianos —le dijo el niño muy serio.

Edward la miró sorprendido.

—No es ningún cuento —dijo a la defensiva—. Había unas luces muy extrañas en el cielo. Pero yo ni siquiera pensé en marcianos.

—Vamos adentro —dijo Edward, haciendo un esfuerzo para no reírse de ella.

— ¿Qué te parece tan divertido?

—Lo que viste fue la aurora boreal.

Ella abrió la boca. Después de todo, si había podido ser testigo de un fenómeno tan maravilloso de la naturaleza, aquellas vacaciones ya habían merecido la pena.

— ¡Eh! —he sentido algo.

Entonces, ella también lo sintió. Era algo húmedo, frío y suave.

Emmett miró hacia arriba y ella hizo lo mismo.

— ¡Nieve! —gritó el niño—. ¡Está nevando!

Bella se dio cuenta de que Edward no parecía tan entusiasmado como ellos.






7 comentarios:

  1. Que lindo... Por fin nieva y ahora Edward está con ellos, asi no quiera y solo parezca alejado, es lindo ver que todo lo lleva a ellos ;)
    Besos gigantes!!!
    XOXO

    ResponderEliminar
  2. Guuaaaoo todo lo que bella experimento en una noche que le espara para la segunda jajajaja. Ed ya está cambiando se está volviendo más cálido. Espero el próximo capítulo con ansias. Besos ����

    ResponderEliminar
  3. Estoy enamorada dd esta historia!!!💗💗💗💗💗

    ResponderEliminar
  4. Coincido con un comentario que ví ahí... Estoy enamorada de esta historia!!! Es espectacular verlos ser tan sencillos... Es un mundo muy particular y muy interesante de probar para todos los q vivimos en ciudades!

    ResponderEliminar
  5. Que aventura!!! Pobre Bella, yo también me asustaría jejejejeje. Y Edward sin darse cuenta está cayendo bajo el embrujo de los dos XD

    ResponderEliminar
  6. Hola me gusta la historia.

    Nos seguimos leyendo.

    ResponderEliminar