Capítulo 4 /Perdida
La tormenta siguió amenazando lo que quedaba de día, pero a media noche llegó el hielo. Edward se movió en su cama cuando oyó los primeros golpes en su ventana y en el tejado de tejas españolas.
A lo mejor Bella tenía frío.
Se oía una especie de quejido procedente del lago, producido por el viento.
Bella nunca se había aclimatado a esa clase de clima y sabía que el invierno le afectaba. Hubo un tiempo en que él la abrazaba y la calentaba.
Pero en el estado en que se encontraba, lo único que quería de él era que la reconfortara cuando las pesadillas la acechaban.
Pesadillas. Su cuerpo había dejado ya de sufrir por los efectos de las drogas que el médico le había dado. Pesadillas que ella se negaba a contar. Pesadillas que hacían que ella se abrazara a él, antes de despertar presa del terror, temblando y necesitándolo, aunque sólo fuera durante unos cuantos minutos.
Miró el reloj despertador que tenía en la mesilla de noche. Eran las tres. Las tres y estaba despierto, mientras que Bella estaba dormida en la cama que en el pasado habían compartido. La noche anterior había dormido de un tirón. A lo mejor sus noches de vigilia habían quedado definitivamente atrás.
Al igual que el amor que ella una vez le había profesado.
Se puso de espaldas y cerró los ojos, escuchando el granizo golpear las ventanas. Bella no era la única que sentía frío. Él también lo sentía, de una forma que pocos podían entender. Frío en lo más hondo de su ser.
No debía haberle contado la historia de su familia. Pero empezó a contársela y ya no pudo parar. Aunque no le había contado la mayor traición de todas, la que le había dejado con el deseo de que aquella misión acabara con su vida de una vez por todas.
De pronto oyó que ella se quejaba. Esa noche no iba a dormir de un tirón.
Estiró la mano y se puso la bata que había al lado de la cama. En la oscuridad no se le veían las heridas que tenía en el brazo y en su hombro. No quería que Bella se las viera. Tenía en la piel las mismas heridas que tenía en el alma.
La habitación estaba a oscuras, iluminada tan sólo por los
rescoldos del fuego en la chimenea. Bella estaba dormida en el sofá, escondida entre una pila de cojines y mantas que había llevado de la cama.
Edward se quedó de pie mirándola. Había rechazado su cama, lo mismo que lo había rechazado a él. Su dolor había dejado de ser físico. Rose se lo había asegurado. Lo que la asustaba no quería compartirlo con él. ¿Por qué entonces se empeñaba en reconfortarla, cuando ella lo rechazaba nada más pasársele los momentos de debilidad?
Bella se movió, cubriéndose los hombros con la manta. Las llamas se avivaron un poco y vio que en su mano llevaba los anillos de zafiros y diamantes. Sus anillos.
Unos anillos que él no había visto desde que en marzo la dejara en aquella habitación y se fuera a morir a un hospital de la jungla.
Unos anillos que Vulturi le había jurado que no había llevado con ella al hospital que ella misma había encontrado.
Unos anillos que eran el símbolo de la promesa de amor y protección que él le había dado.
Se quejó de nuevo, capturada entre las redes de su pesadilla. Edward se sentó a su lado, sin tocarla, sin atreverse a despertarla.
Tampoco quería saber dónde había encontrado aquellos anillos.
Se despertó como siempre, incorporándose de pronto, con la boca abierta, con sus ojos mirando algo que él sospechaba ni siquiera podía ver.
—Bella —le dijo con voz suave, según le había dicho noche tras noche.
Ella se dio la vuelta para mirarlo y lo dejó que la estrechara entre sus brazos, abrazándolo con tanta tuerza como él la estaba abrazando, temblando, pero no llorando, pero sin decir una palabra.
—Dime —le dijo, con la misma voz suave, sabiendo que en sus sueños estaba la llave para recuperar su memoria—, ¿qué has visto?
Ella se estremeció y se apartó un poco, pero sin soltarse del todo.
—Teléfonos —le respondió—. Miles de teléfonos—. Con todos los cables cortados y colgando. Y escaleras. Oscuras y estrechas escaleras que bajaban hasta el infinito.
Edward cerró los ojos un momento. Recordar los sueños era una mejora. Aunque no tuviera ningún significado. Le pasó la mano por la espalda, hasta que sintió que su cuerpo se ponía tenso, momento en el que entendió que era mejor retirarse.
La soltó, pero no se movió de su sitio. Ella también estaba sentada, retiró sus manos y se cruzó de brazos, moviendo su cuerpo en una leve cadencia hacia atrás y hacia delante.
—Cuéntamelo —le propuso, con tono tranquilo.
Rose había dicho que aquello era importante. Era mejor que lo expresara con palabras, mientras todavía lo pudiera recordar, porque era posiblemente la única forma de que recuperara la memoria
—Cuéntame lo que has visto.
Bella dejó de moverse, pero se mantuvo de brazos cruzados
—Eso es todo —le respondió. Dio un suspiro –Teléfonos y escaleras —tosió—. Supongo que eso es mejor que nada —lo miró y vio el brillo de lágrimas no derramadas en sus ojos—, Y estaba muy oscuro. Tan oscuro, Oscuro. Oscuro...
Se dio cuenta del tono histérico en su voz y estiró una mano para calmarla. No la abrazó, el momento ya había pasado, pero le dejó la mano en el hombro. Era un gesto que siempre había logrado calmarla. Pero esa vez no. Bella levantó un brazo y le apartó la mano.
— ¿Por qué, Edward? —le estaba haciendo la misma pregunta que le hizo el día que la sacó de aquel inmundo hospital, pero no con el mismo tono de voz. Había un tono de frustración ahora, y la misma ira que él sintió cuando se hizo a sí mismo esa pregunta.
« ¿Por qué Bella? ¿Por qué me abandonas cuando más te necesito? ¿Por qué no has querido continuar un poco más con esta farsa de matrimonio? ¿Por qué traicionaste la confianza, el amor, los sueños que compartí contigo? ¿Y sobre todo, por qué te castigaste de esa forma?»
—Pero claro, no estás dispuesto a contestarme, ¿no? —por un momento, ella descargó su ira en él, antes de apoyarse en su almohada y dar un suspiro de resignación—. Claro que no, qué tonta soy. Rose dice...
Bella logró ponerse una mano en la boca, justo a tiempo para reprimir el llanto. Una vez más la luz del fuego de la chimenea hizo brillar las piedras de los anillos, haciéndole recordar a Edward preguntas cuyas respuestas él necesitaba saber.
— ¿Y esos anillos, Bella? —le preguntó.
Bella miró con cara de sorpresa los anillos que se había puesto en el dedo y se los tapó con la otra mano, escondiéndolos o protegiéndolos.
— ¿Son míos?
Claro que eran de ella. Los había tenido hasta que día que los abandonó. ¿Dónde los había abandonado? ¿Cómo los había vuelto a recuperar?
— ¿Dónde estaban?
—Aparte de la ropa del armario, no hay nada mío en esta habitación —dijo, sin responder su pregunta—. Estuve buscando esta tarde. No hay ni una sola nota, ni una dirección, ni ningún recibo, nada.
Él asintió con la cabeza, dejándola continuar.
—Lo sé. Yo también busqué cuando volví.
Ella se lo quedó mirando con cara de sorpresa. ¿Volver? ¿De dónde? ¿Cuándo? En aquel momento un vendaval de hielo golpeó contra la ventana. Bella se estremeció y Edward se puso en pie, alejándose de ella. ¿Cómo lograba aquella mujer que se sintiera culpable? En el fondo de su ser lo sabía. Porque no quería casarse con él. Siempre fue consciente de ello.
—Los anillos, Bella —le dijo.
Tiró de los anillos y se los sacó del dedo.
—Estoy harta de los juegos mentales de Rosalie. Estoy harta de tener que responder preguntas cuyas respuestas todo el mundo sabe. Tú puedes responderlas. Lo has demostrado hoy. ¿Por qué entonces me estás haciendo esto?
Estiró la mano y se los ofreció.
—Tómalos.
Edward se quedó mirando los anillos que ella tenía en la palma de la mano, y toda la desolación que había sentido los meses anteriores le invadió de pronto. Una vez más lo estaba abandonando. No había sido capaz de hacer nada por evitarlo la primera vez, pero esta vez podía.
Le cerró la mano con la suya, dejando los anillos donde estaban.
—Guárdalos tú —le dijo—. Mientras estés en esta casa, llévalos puestos.
Edward oyó un pequeño grito de asombro. Ella siempre había sabido que él era un hombre violento. ¿No fue por eso al fin y al cabo por lo que se había ido de su lado? ¿Por qué le dolía entonces aquella reacción hacia él?
—Póntelos —le repitió—. Y dime dónde los encontraste.
Bella se levantó del sofá. Con movimientos rápidos y de ira se puso los anillos en el dedo, cerró el puño y se los miró. Cerró los ojos un momento, antes de girar la cabeza y mirarlo a los ojos.
—Los llevaré puestos —le dijo—. Quería llevarlos. Pero no sabía si debía o no. Y ahora... parece que no tengo otra elección. Pero me temo que no te puedo dar ninguna respuesta. Así que si quieres saber de dónde han salido, te sugiero que se lo preguntes a la mujer que me los dio esta mañana. Sería mejor que hablaras con tu madre. Me comentó que por esto empezó todo. ¿Qué empezó, Edward? Quiero saberlo. Tengo que saberlo. ¿Por qué no me dices lo que pasó?
¿Querría saberlo? ¿Tendría que saberlo?
— ¡No te lo puedo contar! —las palabras surgieron de su interior con toda la frustración acumulada a lo largo de los meses—. No puedo decírtelo, porque yo no estaba aquí. No lo sé —se dio la vuelta para marcharse antes de seguir hablando más. Antes de que ella suplicara por respuestas. Antes de que él le suplicara que fingiera que no había ocurrido nada en los últimos meses y que todavía vivían en el lindo de fantasía en el que él creía que vivían los dos juntos.
Bella sintió que le debía a Edward una disculpa.
.
.
.
A la mañana siguiente se despertó con aquel pensamiento en su mente. Edward había acudido a su lado en medio de la noche, para consolarla, y ella había descargado contra él toda su ira.
No era justo. Pero no había nada en su vida que lo pareciera. A excepción de Edward.
Había dejado de granizar, pero el viento golpeaba contra las ventanas de la habitación. Bella se estremeció. La luz que pasaba a través de las cortinas era la luz de la mañana, aunque no de madrugada. Había descansado muy bien como para ser tan temprano.
Se destapó y se obligó a levantarse, odiando aquella tristeza, aquel frío y la opresión que sentía en aquella casa, una casa que seguro nunca había sido su hogar.
Alguien, bien Edward, o algún criado, había llevado una bandeja con café y bollos, que habían dejado en la mesa que había frente a la chimenea, la cual habían encendido de nuevo. Bella se puso una bata y se sirvió una taza, antes de irse a la ducha.
No pudo encontrar el despacho de Edward. Sabía que estaba en algún lugar del laberinto de pasillos que había en el subsuelo. Nadie necesitaba tanto espacio. Y menos una mujer, una niña pequeña y un hombre que sólo las visitaba de vez en cuando. Ni tampoco para un matrimonio de recién casados como Edward y ella.
Recién casados.
— ¿Se lo había dicho Edward?
Bella se detuvo ante otra puerta cerrada con llave y se apoyó en ella, sintiendo frío con tan sólo el suéter y los vaqueros que se había puesto, convencida de que la iban a proteger de aquella atmósfera extraña.
Se sintió oprimida por aquellas puertas cerradas a cal y canto. Desde donde estaba, se oía el sonido rítmico de un motor. Aquel sonido la oprimía tanto que en un momento determinado se descubrió apretando su espalda contra una puerta, con los latidos de su corazón al unísono con los cada vez más incesantes ruidos del motor.
— ¡Que paren eso!
Se puso la mano en la boca, pero no pudo evitar que se le escapase el grito. No había nada en aquel sitio que la hiciera perder el miedo que la atenazaba.
Nada, excepto la causa de su pérdida de memoria.
Nada, excepto lo que la había torturado en sus sueños y le había hecho refugiarse en los brazos de Edward.
Nada, excepto lo que había hecho que volvieran a aquella casa, que los dos parecían odiar.
Bella dio un suspiro. No estaba atrapada, se recordó a sí misma, para darse más seguridad. Ni se había perdido. No encontraba el despacho de Edward, pero podría encontrar otro sitio cálido y confortable.
Sin prestar atención al olor de cloro de la piscina, Bella se fue en el sentido opuesto, hacia donde estaba el invernadero, hacia un banco de cemento rodeado de bananeras y palmeras muy altas.
Detrás de ella había una pajarera en la que había pájaros tropicales. Estaban encerrados. Atrapados. Si hacía lo que su corazón le estaba pidiendo can esos momentos, abriría la puerta y los dejaría escapar a todos.
Se sentó en el banco y se quedó mirando un colorido tucán.
Era una jaula que llegaba hasta el techo del invernadero. ¿Sabrían los pájaros que estaban en una prisión?
Miró a su alrededor. A través del ramaje de las palmeras, vio una mesa y unas sillas de mimbre y un escalofrío le recorrió la espalda.
¿Estaría en una prisión?
Tenía que salir de aquella casa. Tenía que marcharse.
Cuanto antes mejor.
Vio una puerta al otro lado de la habitación y se puso de pie. Una puerta que la llevaba al exterior. Se abrió paso a través de la jungla de plantas. Cuando llegó, intentó abrirla, pero estaba cerrada.
Se apoyó en el frío cristal de la puerta. No. Al otro lado de aquel cristal, en el patio embaldosado, la libertad la esperaba. Había llegado hasta allí y no podía detenerse. No debía. Miró el marco de la puerta. No había ningún cable. ¿Querría decir aquello que no había alarmas? ¿O sólo que no las veía? Qué más daba. Tenía que salir cuanto antes de allí. Había una tortuga de terracota cerca de la puerta. Bella la levantó y golpeó la puerta con ella.
Los cristales rotos cayeron en las baldosas del patio. De pronto vio que dos figuras se levantaban y se dirigían hacia ella.
¿Eran perros?
Se quedó paralizada por el miedo, al ver sus cabezas y sus relucientes colmillos. Fue incapaz de moverse, hasta que Edward y Charles acudieron corriendo. Sintió las manos de Edward en sus hombros. Se interpuso entre ella y los perros. Suspiró hondo.
Era la casa de Edward. Era la puerta de Edward. Ella era de Edward. Bella agarró los brazos de Edward, agarrándose a ellos como si intentara agarrarse a un recuerdo terrorífico y elusivo.
—Estás bien —le dijo Edward—. Estás bien, Bella. Mírame.
Le agarró las dos manos.
—Estás sangrando. Te has cortado. ¿Qué querías hacer?
Oyó un quejido y supo que había salido de sus pulmones. Los perros también lo oyeron y concentraron su atención en ella.
— ¿Estabas intentando escapar?
Bella se apartó de él de forma un tanto brusca.
— ¡Rose!
—Estoy aquí Edward. Déjame ver el corte.
— ¿Podría alguien apagar la alarma, antes de que venga la policía?
Estaban los tres, toda la familia y la mitad de los criados observándola. Esperando. ¿A qué? Esa vez supo que no iba a recibir el consuelo del hombre que la estaba agarrando de los brazos.
—Vamos a llevarla a mi habitación. Allí tengo el maletín.
Bella no quería ir a la habitación de Rosalie. No quería someterse al frío distanciamiento que le mostraba Rosalie McCarty. No quería sentir el desprecio de aquella mujer. No quería ir a otro sitio más que a su habitación, donde ni siquiera se sentía segura.
Pero no tenía otra elección. Edward le puso una mano en el hombro y la condujo a través del invernadero al ascensor semi oculto y subieron a la habitación de Rosalie.
La herida que se había hecho no era muy grave.
Mientras Rosalie se la curaba, Edward permaneció en silencio.
—Te estaba buscando —le informó Bella.
— ¿Y por eso rompiste la puerta?
—No —nunca lo había visto tan serio. Algo le dijo que tenía que proceder con cautela, que si no lo hacía le iban a pasar cosas desagradables—. No sé por qué rompí la puerta. Sólo sentí que tenía que salir de la habitación, de esta casa —le respondió—. Pero no creo que lo pueda hacer, ¿no? Los perros me lo impedirían.
Edward movió en sentido negativo la cabeza.
—Bella, los perros no... —guardó silencio y se quedó mirando su mano—. No —le dijo, admitiendo lo que ella ya había sospechado, que no iba a decirle una mentira—. No te puedes ir de esta casa sin decírselo a nadie, sin que yo esté contigo, o Charles.
— ¿Puedo salir entonces?
— ¡Maldita sea, Bella! Estás en tu casa, no en una prisión.
—Edward —Rosalie se acercó y le puso una mano en su brazo—. Déjanos solas.
—Rose...
—Déjame hacer mi trabajo.
—Está bien —le puso una mano en la mejilla a Bella y la obligó a mirarlo a los ojos—. ¿Dónde estás, Isabella? ¿Quién eres?
Cuando Edward se marchó, Bella se fue con Rosalie a alcoba, donde sabía que tendría que responder preguntas que no podría responder. En el hotel, Rosalie se había sentado detrás de un escritorio. Ahora estaba sentada en una silla al lado de Isabella, con una actitud amistosa. Pero Bella sabía que Rosalie no era su amiga.
Bella se apoyó en el respaldo y cerró los ojos. Durante semanas, había tenido que soportar aquel interrogatorio, sometiéndose a la autoridad de aquella mujer. Su silencio no le había servido de nada. Ningún recuerdo había acudido a su mente.
Pero ése día, cuando empezó a ejercer un deseo desconocido, había empezado a sentir la llegada de tenues recuerdos. Pero sólo de forma tenue. A lo mejor tenía que revisar su opinión en cuanto a los métodos de tratamiento de Rosalie.
Volvió la cabeza y abrió los ojos, mirando con frialdad la imagen que Rosalie presentaba al mundo.
—Ya sé que no es necesario que a un médico le guste su paciente —le dijo Bella—, pero, ¿crees que es posible ser imparcial cuando se odia como me odias tú?
—Yo no te odio, Isabella —le dijo Rose—. Tienes todo lo que Edward quiere. Eres amable, gentil y cariñosa.
— ¿De verdad? —era importante, más que nunca, saber cosas—. ¿Merezco entonces la animosidad que siento de todo el mundo de esta casa?
—Eso es lo que estoy intentando averiguar.
¿Qué estaba intentando averiguar, que era amable, o que merecía aquel trato de todo el mundo?
—Pues pongamos fin a esta confusión. ¿Por qué no me hipnotizas? No me fío de ti, Rosalie, pero estaría dispuesta a que me hipnotizaras, si sirviera de algo. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa. Dime lo que tengo que hacer. Tú eres la que sabe de estas cosas.
Rosalie se levantó.
—Está bien. A pesar de lo que puedas pensar, yo quiero lo mejor para ti. Así que, hasta que decida que estás preparada para otro tipo de tratamiento, seguiremos con el que tenemos. Y ahora, Isabella, quiero que me digas en qué estabas pensando cuando rompiste la puerta.
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Insisto en que Rosalie no me gusta.....!!!!!!!!
ResponderEliminarAghhh parece que Rosalie estuviera celosa de lo que Bella tiene... que no quisiera que Bella recuperara la memoria....
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Quisiera que ya recobrara la memoria para que nos cuente su historia.
ResponderEliminarA que juega Rosalie? esta chica esta ocultando algo
ResponderEliminaresto cada ves se pone mas sospechoso quiero saberrrrrrr
ResponderEliminarLa intuición y el instinto no suele fallar y Bella es con lo único que cuenta. ¿Rose esconde algo tal y como Bella presiente?
ResponderEliminarMmm sera cierto que no la odia? Que intriga continúen ;)
ResponderEliminarQue es lo que paso??? Por más que le soy vueltas no logró armar hipótesis!!!
ResponderEliminarme estoy poniendo al corriente, por cuestiones de tiempo no he podido seguir los capis, pero estoy en ello, super interensate la historia, aun que me desespera un poco no saber casi nada, me siento como bella jajajaja, en fin. rose definitivamente no me empieza a gustar!
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