Capítulo 5 / Perdida


Bella había pasado toda la tarde sin ver a Edward. Rosalie le había impuesto un nuevo régimen horario, según el cual después de la sesión matutina tenía que volver al invernadero. Ya habían retirado la puerta y retirado los cristales rotos, sin embargo, todavía seguía oliendo a cloro. El agua la atraía, atendiendo a una llamada de su alma. Bella se quitó el albornoz que llevaba puesto, debajo del cual sólo llevaba el bañador y se agachó para tocar el agua con la mano.

Cálida. El agua estaba cálida y la invitaba a meterse en ella. Bella se sentó en el borde de la piscina y metió las piernas en ella. Rose le había ordenado nadar. ¿Sabría cómo? ¿No se le habría olvidado y se ahogaría? No, porque si no Rose no se lo hubiera recomendado.

Esme sí que lo hubiera hecho. Recordó la animadversión que había mostrado esa mujer hacia ella. Rose podría desear su muerte, o incluso su desaparición, pero para ella era muy importante el juramento que había tenido que hacer cuando se convirtió en doctora.

No, seguro que no se iba a ahogar. Bella mantuvo ese pensamiento mientras se metía en el agua.

Deliciosa. Bella se dejó acariciar por el agua, dejándose arrastrar a sus profundidades. Era como estar en el cielo. Sus pies tocaron el fondo y la impulsaron a la superficie, en la que tomó aire y se tumbó. Se deslizó por el agua con suma facilidad lo cual le resultó curioso. Se sentía dichosa de felicidad.

Un sentimiento que se evaporó cuando vio a Edward y a Emmett en la puerta del gimnasio, observándola. Emmett llevaba un albornoz, por lo que posible mente se dirigía a la piscina. Se acercó y le dijo:

—Bueno, ya veo que no te has olvidado de todo —se retorció en sus muletas y se fue al gimnasio.

Edward se quedó, mirándola a los ojos. De pronto sintió que su dicha, su exuberancia al encontrar el agua, había tocado alguna fibra sensible en él, que habría evocado recuerdos menos placenteros que las sensaciones que momentos antes habían parecido liberarla de la oscuridad que la rodeaba.

Levantó una mano para alisarse el pelo y quitárselo de los ojos. El silencio en la habitación lo rompía sólo el ruido del agua de una fuente y el cantar de los pájaros que había en la pajarera.

Se quedó de pie unos segundos, sin hablar, antes de darse la vuelta y marcharse con Emmett.

Bella nadó hasta el borde de la piscina y se agarró a él, mientras sentía que toda su alegría se desvanecía tan deprisa como había venido. ¿Qué diablos había ocurrido? No era por las palabras de Emmett, porque ya sabía cómo se sentía aquel hombre. Si no más bien por Edward, que mantuvo una comunicación en silencio.

Movió en sentido negativo la cabeza, apartándose el pelo de los ojos, sin lograr con ello que se le aclararan los pensamientos. Una vez desaparecida esa sensación de alegría, los ejercicios se convirtieron en sólo ejercicios, descubriendo que a pesar de lo mucho que le gustaba nadar, la habían dejado exhausta. Así como descubrió que, por muy a gusto que se hubiera encontrado en el agua, si no hubiera sido por la abundancia de escalerillas alrededor de la piscina, no habría estado muy segura de haber podido salir de allí.

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Edward no se presentó a cenar.

Esme presidió la mesa, esa vez en el comedor más masivo y opresivo de todos. Las cuatro personas que lo ocupaban se perdían en aquella mesa descomunal.

—Supongo que estará enfrascado en sus libros comentó Esme—. Puedes estar segura de que en el momento que puede abandonar todas sus responsabilidades familiares.

Bella la miró.

Rose también la estaba mirando con gesto de desagrado incontrolado.

—No creo que pasar estos últimos ocho meses cuidando de su familia sea abandonar sus responsabilidades.

—No, pero tú no eres una observadora imparcial en lo que se refiere a mi hijo mayor, ¿no es cierto, Rosalie?


Emmett tiró su servilleta a la mesa e intentó levantarse con dificultades de su silla. 

— ¡Por dios bendito, madre! ¿Por qué no anunciar a los cuatro vientos que mi esposa está enamorada de mi hermano? 

— ¡No!

El grito fue de Rosalie, pero también lo podría haber dado Bella. Se dio la vuelta para mirar a la mujer, pero ella tenía los ojos clavados en Emmett.

—No —repitió Rose en voz más baja—. No creas lo que dice.

— ¿Por qué no? —Emmett se tambaleó mientras se agarraba a sus muletas. Hizo un gesto de desprecio con su cabeza, indicando a Bella—. ¿Qué hombre no te preferiría a ti, querida, en vez de a una mentirosa y ladrona como ella, alguien que no fue capaz de quedarse para saber si él estaba vivo o muerto?—Hizo un gesto de desagrado con la boca—. ¿Y qué mujer no lo preferiría a él, a pesar de sus cicatrices, en lugar de un inválido como yo?

Bella lloró esa noche. Sola, en la oscuridad de su habitación, sola en aquella inmensa cama para dos personas, sintió las lágrimas deslizarse por sus mejillas en la oscuridad de la noche.

No lloraba por algo que Edward le podría ayudar a superar, caso de que hubiera estado allí. O por lo menos eso creía. Pero no importaba. Por primera vez en su limitado recuerdo, Edward no estaba cerca.

La habían llamado mentirosa y ladrona. ¿Sería verdad? ¿Lo habría abandonado de verdad?

Eso explicaría muchas cosas.

Pero no las fugaces imágenes del pasado que había sentido desde que estaba en aquella casa.

Ni tampoco la amabilidad que había demostrado con ella las noches que se había despertado aterrorizada por alguna desconocida amenaza.

Pero sí explicaría su distanciamiento en bastantes ocasiones. Explicaría la animadversión de Rose, Emmett, Esme e incluso la señora Handly. Explicaría muchas cosas, pero parecía imposible.

Se limpió las lágrimas, odiando el sentimiento de debilidad que hacía todo aquello posible, odiando la oscuridad en la que se escondía la causa de todo aquello. Había dejado abierta la puerta que separaba la habitación de Edward de la de ella, como él había insistido, pero no se escuchaba ningún ruido en la otra habitación, ni se veía ninguna luz, ni ninguna energía que le indicara que él había vuelto ya de lo que fuera que lo hubiera alejado de la casa.

Bella se puso su camisón y se fue hacia la puerta. La habitación de Edward estaba a oscuras. Tan sólo estaba iluminada por los rayos de la luna que atravesaban por la ventana y reposaban en la cama. Miró las ventanas y la cama, y se sintió como abandonada. Dejó que salieran a la superficie todos sus sentimientos, porque había aprendido que luchar por recordar cosas sólo servía para que nada acudiera a su mente.

Sonrió de forma amarga y volvió a la calidez de su lecho. Nunca lograba recordar nada. La sonrisa se convirtió en llanto. Estaría condenada a pasarse el resto de su vida sin recordar cómo había llegado al punto en el que se encontraba? ¿Estaría destinada a pasarse el resto de su vida rodeada de gente que no la toleraba, sin que ella supiera la razón?

¿Una ladrona y una mentirosa? ¿Sería verdad?

¿Sería por eso por lo que Edward no le contaba lo que había pasado? Si fuera verdad, no seguiría casado con ella, ¿no? La podría echar y se quedaría sin nada, sin nadie. Sin pasado, sin futuro, sin él.

¿Dónde se habría metido?

Pero aquello no era asunto suyo.

Se dio una vuelta en la cama y se sintió sola, desesperada, un sentimiento que amenazó con destruir sus frágiles defensas. No estaba dispuesta a ceder. No podía. Se abrazó a la almohada y rezó para encontrar la paz en el sueño.

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Una figura delgada y oscura estaba de pie ante una ventana sin cortinas, de espaldas a ella. Incluso con aquella tenue iluminación, podía ver la tensión que lo inmovilizaba. Su ángel. Su precioso ángel negro. Y ahora la necesitaba.

Se acercó a su lado, sintiéndose ligera como una pluma, en lo que a las claras ella reconocía como un sueño. Sin miedo, le rodeó la cintura con sus brazos.

— ¿Por qué? — preguntó ella, apoyando su cabeza en, su espalda—. ¿Por qué? 

Él le agarró las manos y se las apretó contra sí, mientras suspiraba hondo.

—Vete de mi lado, Isabella —le dijo, a pesar de que le tenía aprisionadas las manos—. Vete antes de que te pueda hacer más daño del que te he hecho.

Ella sintió unos segundos de duda, que pronto se desvanecieron. Eso era lo que ella había deseado durante semanas. Se dejó llevar por los sentimientos de intimidad y acopló su cuerpo a su espalda, sintiendo en sus senos los músculos de sus costillas y espalda, así como el deseo que reflejaba su cuerpo por ella.

—Será mejor que te vayas —le dijo.

—No lo voy a hacer —le respondió ella. Inclinó la cabeza y empezó a darle besos por el hombro, queriéndole dar más, mucho más—. Nunca.

—Isabella —se quejó él y se dio la vuelta, apretándola contra él.

Ella se puso de puntillas, se abrazó del cuello, pero ni siquiera eso era suficiente y él la levantó en brazos. Le puso los labios en su boca con tal pasión que impulsó por sus venas la sangre cada vez más caliente. Ella se quejó cuando él apartó su boca y la soltó poco a poco, hasta que sus pies tocaron el suelo.

—Te quiero —le dijo él, pero ella oyó todas las palabras más dulces que no quiso decir Te amo. Te necesito.

Tenía los ojos tan oscuros como la noche, guardando los mismos secretos. Aquel era el momento, lo sabía. Si tenía alguna duda, aquel era el momento de sonsacarle. Si lo rechazaba, volvería de nuevo al ostracismo.

Sintió la tensión en los músculos de su cuello y estiró los dedos, pidiéndole algo que ni ella misma entendía. Le acarició con una mano el mentón, obligándole con un gesto a que inclinara su cabeza.

—Y yo también te quiero a ti.

Él permaneció estático, pero ella sintió toda la fuerza de su energía contenida. —No quiero hacerte daño —le dijo él—. No he estado con otra mujer desde...

Ella le puso la mano en los labios, silenciando sus palabras. 

—Ni yo... —dudó unos segundos. Era una mentira, que quizá él se la perdonara cuando se enterara—. Yo también hace tiempo que no estoy con nadie.

Sintió sus labios en la palma de la mano mientras movía su rostro para sentir el tacto de su mano.

Amaba a ese hombre. Aunque él no la creyera, mientras la tuviera abrazada podría demostrarle cuánto lo amaba. Volvió a ponerse de puntillas y le apartó la mano de la boca, llevándola hasta su cuello. Estaba dispuesta a demostrárselo.

Cuando volvió a besarla, se dio cuenta de su pasión contenida. La levantó en brazos, pero en esa ocasión empezó a moverse hacia la pequeña cama, en la que la tumbó. Se echó a su lado sin perder el contacto con su boca en ningún momento.

Al no tener que sujetarla, con sus manos pudo recorrerle todo el cuerpo. Hizo buen uso de aquella libertad. Era como si le quisiera conocer todas y cada una de las partes de su cuerpo, poner la marca suya en cada una de ellas. Pero ella también podía hacer lo que quisiera con las manos, y también quería tener un conocimiento profundo de él.

Cuando la levantó para desnudarla completamente, sintió el suave roce de los pelos de su barba en su espalda, pero cuando sintió su piel, se olvidó de todo lo demás.

Sentir el peso de su cuerpo, su boca, su olor limpio, su lengua en su boca, moviéndola de una manera que ella nunca pensó fuera posible. Movió su cuerpo aprisionado debajo del de él. Le acarició la espalda y abriéndose de piernas él buscó entrar dentro de ella.

Ella abrió los ojos y lo miró. Los músculos de sus brazos estaban tensos por el peso que tenía que soportar de su cuerpo. Mirando la profundidad de sus ojos, entendió que en aquel momento no podía permitirse ninguna duda. Le puso las manos en la espalda y las bajó poco a poco a su trasero, para instarle a que entrara más dentro de ella y terminara lo que había empezado.

— ¡No! —gritó él cuando se encontró con el inesperado obstáculo.

—Sí —susurró ella—. Claro que sí —levantó sus caderas y le obligó a que entrara más dentro.

Por fin era suya. Era suya de la forma que había soñado, pero que nunca pensó que iba a conseguir. Ella se quedó tumbada, acoplando su cuerpo al de él, observando las expresiones de su rostro. Una sombra oscurecía sus rasgos. ¿Estaría arrepentido? Ella suplicó para que no se hubiera arrepentido. Al poco tiempo, él empezó a moverse de nuevo dentro de ella, empujando casi de forma descontrolada, empujones que le encendieron la sangre, y encendieron su ya derretido núcleo. Ella se empezó a mover al unísono, para poder alcanzar juntos el momento de mayor placer.

Más tarde, cuando sobraban las palabras, mientras él la tenía, agarrada como si temiera que se escapara, le apartó un mechón de pelo, húmedo por el sudor, de la cara y le apoyó la cabeza en su pecho.

— ¿Por qué no me lo dijiste? —le preguntó.

—No es lo normal a mi edad —le respondió —. Pero no quería parar para explicarlo. No quería detenerme —dobló la cabeza, pero no pudo ver su rostro.

No creo que nadie hubiera sido capaz de detenerme —admitió él—. Te he deseado durante tanto tiempo. Pero te merecías más. Podría haber sido más suave.

Recordó la pasión con la que la penetró y dudó de lo que estaba diciendo. Era un hombre que había pasado mucho tiempo sin hacer el amor. Le dio un mordisco en el pecho y se lo acarició con la lengua.

— ¿De verdad crees que lo hubieras conseguido?

—No lo sé — se dio la vuelta y se puso encima de ella— La primera vez no, pero ahora creo que sí lo puedo conseguir.

Y lo consiguió. Claro que lo consiguió. Con cada una de sus caricias comprobaba lo mucho que la quería. Y más tarde, cuando yacía en sus brazos, incapaz de pensar de forma coherente, sus palabras reflejaron el amor que le había demostrado, pero no expresado con palabras.

— ¿Estás tomando la píldora? —le preguntó. 

Ella movió en sentido negativo la cabeza.

—No te preocupes —declaró él—. A partir de ahora yo te cuidaré.


—Bella, Bella. Despierta.

Le puso la mano en su cara, suave y recién afeitada. 

—No tienes barba —le dijo.

—Despierta —le volvió a decir, agarrándola del hombro y apartándola un poco. 

— ¿Edward?

Él suspiró y la soltó. 

—Sí. Estabas soñando.

Se quedó sentado en el borde de la cama, completamente vestido, con un traje muy elegante y una camisa recién planchada.

—Cuéntame de lo que te acuerdas.

Bella suspiró. Un sueño. Un sueño muy distinto a los que hasta ese momento le habían acosado, pero un sueño al fin y al cabo. ¿Por qué no se habría dado cuenta antes? Miró a Edward. ¿Lo conocería tan bien como los fragmentos de los recuerdos guardados en su mente decían que lo conocía? ¿Habría hecho con aquel hombre las cosas que ha había soñado?

—Cuéntamelo —le repitió.

No estaba dispuesta a contarle el placer que había sentido en sus brazos. Sintió un escalofrío. No iba a contarle que incluso en los sueños, en los momentos más íntimos, le había mentido. Hizo lo único que podía hacer. Se apartó de su lado, lo miró y le mintió de nuevo.

—No me acuerdo de nada.

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Desayunaron juntos. Se había cambiado de ropa y había ido a buscarla, justo en el momento en que ella salía de su vestidor, con unos vaqueros y un suéter.

—He pensado que será mejor que bajemos los dos juntos a desayunar esta mañana —le dijo—. Creo que ayer por la noche, la cena no fue una experiencia muy gratificante.

Habló como si no hubiera ocurrido nada la noche anterior. Bella dudó unos segundos, hasta que se descubrió frotándose los anillos que se había puesto en el dedo, dándose cuenta de que en realidad para él no había ocurrido nada.

No le contó dónde había estado aquella noche. Tampoco ella quiso preguntárselo. Era mejor no hacerlo.

—No —admitió ella—. No lo fue. 

— ¿Estás bien, Bella?

Él sí que podía preguntarle lo que quisiera. Se soltó la mano y levantó el mentón. Edward se acercó y le puso la mano en la mejilla y durante unos segundos, sólo unos segundos, esbozó una sonrisa.

—Lo sé —le dijo—. Ha sido una pregunta estúpida.

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La señora Handly estaba en el comedor donde fueron a desayunar, colocando en la mesa dos platos, mientras Edward acompañaba a Bella. Por suerte, no había nadie más. No sabía si podía soportar otra velada familiar. Edward la ayudó a sentarse. Bella miró las cosas que habían puesto para desayunar. Frutas tropicales, melón y cereales.

—Gracias —le dijo, dirigiéndose al ama de llaves—. Hace tanto tiempo que...

No supo cómo terminar la frase.

Bella se fijó en la mirada que Makenna Handly le dirigía a Edward.

—Gracias, Makenna —dijo Edward, rompiendo el tenso silencio, al tiempo que despedía al ama de llaves.

Bella levantó la servilleta de la mesa y la retorció en sus manos.

—No me pidas que termine la frase —le dijo—. No me preguntes qué es lo que iba a decir, ni lo que significa.

Bella sintió las lágrimas en sus ojos.

—Aunque no es necesario, ¿no? Porque tú ya sabes las respuestas.

—Algunas, Isabella —admitió él—. Sólo algunas. Pero cada día descubro cosas nuevas que he de aprender.

Se sentó a su lado.

—Come —le dijo—. Hoy ha amanecido buen tiempo y podemos ir a dar una vuelta, como te prometí.

Con el paso de la mañana, Bella fue comprobando el cambio de actitud de Edward. Sus actos Habían cambiado de forma sutil. Los perros se fueron con ellos, corriendo y con las orejas puestas en cualquier movimiento, atentos a la llamada de Edward. Bella caminaba a su lado, sintiendo en su piel la humedad procedente del lago, dándose cuenta de que él había aminorado el paso para que ella no se cansase. Al poco tiempo, llegaron al muro que rodeaba la finca. Al otro lado del muro había un bosque de robles. Siguieron el muro hasta llegar a un punto en el que desaparecía en el agua y a continuación caminaron por el borde del lago.

Diferente. Todo era distinto. Pero a la vez muy familiar. El viento se quedó estático durante unos segundos y Bella se acercó al agua. Una roca con una forma muy extraña recabó su atención y la levantó. Oyó unas risas infantiles y se vio a sí misma con una concha en una mano, descalza y con los pies metidos en un agua limpia y clara.

— ¿Cuánto? —se oyó a sí misma preguntar.

—Uno —la respuesta procedía de un niño de pelo oscuro que no tenía más de cinco años, con los ojos negros, que estaba en medio de un grupo de niños de su misma edad.

— No, no —se oyó a sí misma decir, mientras se reía a carcajadas—. En inglés, por favor.

—One —le respondió—. One, profesora. One, two, three.

El viento acarició la superficie del agua del lago, llevándose con él los recuerdos de otra vida. Apretó la piedra en su mano, pero supo que ya no iba a recordar más. Bajó los hombros, se dio la vuelta y vio que Edward la estaba mirando. Parecía que quería preguntar algo, pero ella iba a responderle con una pregunta.

— ¿Dónde está el niño?

— ¿Qué niño? —replicó él, poniéndose más pálido de lo que estaba.

Maldijo a Rose por las reglas tan estrictas que había establecido. Maldijo la oscuridad a la que la tenía relegada.

—El niño al que yo enseñaba —le respondió, dispuesta a no revelar sus sentimientos de frustración y sabiendo que había perdido la batalla—. No, no, los niños. Los niños con los que hablé en español. Porque yo hablo español, ¿no? ¿Hablo español?

—Sí —le respondió él—. Y francés y griego y un par de dialectos de la India.

Era lingüista y profesora.

—Entonces no soy tan idiota como me tratan 

—Nadie te ha tratado nunca como una idiota, Bella.

— ¿No? —oyó alzar su tono de voz e intentó consolarse—. Simple, entonces. Incapaz de tomar las decisiones más sencillas. Si eso no es tratarme como a una idiota, entonces dime qué es.

—Es querer lo mejor para ti, aunque nadie sabe cómo conseguirlo. No creo que nos eches la culpa por ello.

—No Edward, no te echo la culpa. Sé que estás haciendo todo lo que está en tu mano. Sé que sin ti, estas últimas semanas habrían sido insoportables

No tenía más remedio que admitirlo. Él sabía tantas cosas de ella y ella tan pocas. Pero nunca le había negado su consuelo en las noches en que se había sentido acosada por los fantasmas.

—Tengo miedo —admitió —. Tengo miedo de no volver a recordar el pasado. ¿Quién soy, Edward? —le preguntó—. ¿Qué es lo que hice para llegar a este punto?

Edward se acercó a ella. Durante unos segundos se quedó mirándola y poco a poco y sin que casi se diera cuenta la fue abrazando, estrechándola entre sus brazos y contra su pecho.


Ella levantó la mirada y él le puso las manos en su rostro. Después, inclinó poco a poco la cabeza y le dio un beso en la boca.

Bella suspiró y se dejó llevar por las sensaciones que recorrieron en oleadas su cuerpo. ¡Cuánto lo había echado de menos!

Pero al poco tiempo, sintió que él se retiraba de su lado, oyó su respiración entrecortada, que indicaba sus sentimientos y la fuerza de sus manos en sus hombros, mientras se separaba de ella.

—No podemos hacer esto —le dijo. 

— ¿Por qué? —le preguntó—. ¿Por qué?

—Porque no me conoces, Isabella. Y porque yo no te conozco a ti.




8 comentarios:

  1. Awwwwwwwwwwwwwwww, cuando va a saber mas, cuando voy a dejar de soñar con la historia, ya estoy igual que bella

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  2. Ay no... Por que la tratan así???
    Espero que en algún punto tanto Emmett como Rose y Esme se arrepientan de tratarla de esa forma... Mucho mas cuando no recuerda nada....
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  3. Sabía que Rose está atraída hacia Edward.... emmett habla del dolor y esme.... que me pase porq sino la cuelgo

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  4. Que él no la conoce a ella, que raro. Y esa zorra de Rosalie deseando a Edward, perra.

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  5. Como que no la conoce? Osea qur carajos paso ya no agunta mas cada vez me enredo mas necesito saber que pasa y porque tratan asi a Bella

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  6. Como que no la conoce? Osea qur carajos paso ya no agunta mas cada vez me enredo mas necesito saber que pasa y porque tratan asi a Bella

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  7. awwww excelente fin de capitulo, me keda la duda si se conocen o no, supongo que es por las mentiras!!

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  8. A no !! Claro k se conocen solo k Bella esta oculta en la niebla del miedo por culpa de alguien de la familia de Edward . el odio de Esme la frustración de Emmett. Tal vez no es bueno k vivan con su familia. Los sentimientos de la madre de Edward no son buenos para ellos o hay algo mas ahí escondido.

    Nos seguimos leyendo.

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