Capítulo 7 / Perdida



—Lo intentaré.

A pesar de que había sido ella la que se lo había pedido, Bella escuchó las palabras de Edward con una sensación de temor. Todavía tenía su mano entre las suyas.

—¿Por qué me odia todo el mundo? 

—Bella, no todo el mundo...

Se detuvo a mitad de la frase, incapaz de terminarla, porque sabía que no era verdad.

—A lo mejor «odiar» es una palabra muy fuerte —le dijo—. Y sé que tú no sientes eso. Nadie podría haber sido tan amable y cariñoso de lo que tú has sido. Pero los demás... ¿Qué es lo que hice, Edward? Te ruego que me lo digas.

No le respondió, pero sintió cómo se ponía en tensión.

—Emmett me llamó ladrona y mentirosa. No le puedo rebatir, porque no sé lo que pasó. Y esta noche, han empezado a hablar de hospitales, de quirófanos, terapias y rehabilitaciones. Y nos llamó a todos los heridos andantes.

—¡Condenado Emmett!

Le apretó la mano. Ella movió sus dedos y le apretó la mano también, en muestra de agradecimiento por lo que él había hecho por ella, pero que era incapaz de darle en aquel momento.

—Y en realidad eso es lo que somos. Emmett un inválido y tú con todas esas cicatrices. Yo, no me acuerdo de mi pasado. ¿Qué es lo que me ha pasado, Edward? ¿Qué es lo que pasó para que me olvidara de todo?. Por favor, dímelo. ¿Soy yo la responsable? ¿Fui yo la culpable de tus heridas y las de Emmett?

Todavía le sostenía la mano. La otra la levantó y se la puso en la boca. ¿Habría sido ella la responsable del dolor que se sentía en aquella casa?

—¡No! ¡Ni lo pienses siquiera!

Bella emitió un quejido a pesar de su esfuerzo por reprimirlo. Echó la cabeza para atrás y se sitió más aliviada.

—¿Qué es lo que tengo que hacer entonces? 

—¿Te ha acusado alguien de las lesiones de Emmett?

— No exactamente —las palabras que había dicho Emmett en la cena le habían hecho mucho daño. —Dijo que habría estado mucho mejor y que nunca habría ocurrido lo que ocurrió, si todos hubieran hecho lo que yo quería y le hubieran dejado morir —se dio la vuelta para mirarlo, ansiosa por descubrir la verdad—. ¿Quería yo que muriera? ¿Era yo tan despiadada?

Edward le soltó la mano y le acarició la cara, estudiándola con una intensidad que nunca había visto antes en sus ojos.

—No —le dijo—. No.

—Entonces, ¿qué ocurrió, Edward? —le preguntó otra vez, incapaz de ocultar el tono de súplica en su voz.

Edward cerró los ojos. A continuación la abrazó, colocando su cara en su cuello.

¿Para así no tener que mirarla? ¿Para impedir que lo viera mientras le hablaba? No lo sabía, pero también había que no tenía fuerzas suficientes como para apartarse de él, menos cuando lo que le había preguntado tenía el poder suficiente como para destruir cualquier imagen decente que se hubiera formado de sí misma.

—Emmett estaba en una conferencia médica en Colombia, porque se lo había pedido un colega, presentando un
informe sobre una nueva técnica quirúrgica. Lo secuestró un grupo terrorista justo a la puerta de su hotel. Según las informaciones que recibimos más tarde, pensaban que era otra persona. Pero al principio no lo sabíamos.

—Rose acudió a pedirme ayuda. Y tú no quisiste que yo fuera. 

—¿A rescatarlo? ¿A irte a Sudamérica?

Ella notó que él asentía con la cabeza.

—¿Y qué podías hacer tú que no pudiera hacer la policía?

—Yo tenía contactos, Bella —le dijo con voz muy tranquila—. Contactos por mi trabajo anterior, por el que pasé años en ese país.

Otro dato que no sabía. ¿Habría sido necesario que se lo ocultaran? Sin embargo, eso todavía no explicaba la razón por la que él tenía que ir.

—Y como trabajaste una vez de periodista, Rosalie no dudó que tu ibas a estar dispuesto a correr ese peligro.

Bella se apartó. Levantó la mano y le acarició las cicatrices en su mejilla.

—Y la situación era peligrosa, ¿no es verdad? Porque te hirieron. Y yo no me fui contigo. Eso fue lo que me dijo la señora Handly y lo que me ha confirmado Esme esta noche. Pero si yo no fui, si no estaba allí, ¿qué es lo que pasó para que perdiera la memoria?

Se apartó y se levantó. Se fue hacia la pajarera y se agarró a los barrotes. Había algo que no cuadraba.

—¿Y sólo por no querer que corrieras peligro, soy una mentirosa y una ladrona? 

—Emmett no tenía que haberte dicho eso.

—¿Por qué no? ¿Es verdad?

Edward también se puso en pie. Dio unos pasos y se detuvo. Pero no le respondió. 

—Por favor, Edward, dímelo. No sabes lo que sufro por no saber.

—Sí Isabella, claro que lo sé.

Apartó su mirada de ella y se concentró en el grupo de muebles que había colocados alrededor de una palmera. Suspiró hondo, se pasó la mano por el cuello y echó la
cabeza para atrás. Miró al techo, como ella había hecho hacía sólo unos segundos. No había respuestas en aquel techo. Ella podría habérselo dicho.

—No. No viniste con nosotros. Rosalie y yo nos fuimos a Bogotá. La dejé allí, esperando a que yo la llevara a su lado a su marido. Lo encontré. El avión en el que salimos de Bogotá se estrelló. Se prendió fuego.

Se notaba tensión en su voz. Trató de ocultar el horror que sintió, pero no lo consiguió.

—Afortunadamente un cura de un pueblo cercano nos salvó. Nos llevó al hospital más cercano.

Bella se puso a su lado y le colocó una mano en el hombro. Edward le agarró la mano y la apretó entre las suyas.

—Esme viajó para estar junto a Emmett. Nadie dudó de ello en ningún momento —dijo, al oír las protestas de Bella—. Ella fue la que me lo contó, junto con otras muchas cosas.

—Y también me trajo tu petición de divorcio —concluyó Edward.

Bella se quedó boquiabierta. Le apretó la mano con más fuerza, impidiéndole que la retirara.

—Pedías una suma muy alta de dinero, pero no tanto como yo te habría dado si antes de mi viaje me lo hubieras dicho a la cara.

—¿Me divorcié de ti?

—No —le soltó la mano y se dio la vuelta para mirarla—. Me dejaste. Y te llevaste lo que los dos teníamos juntos, en compensación por tu petición.

Bella se quedó horrorizada ante el cuadro tan horrible que estaba dibujando de ella misma. Movió la cabeza de lado a lado y trató de apartarse. La sujetó y trató de tranquilizarla.

—Al menos eso era lo que pensaba, hasta hoy. 

—¿Y qué es lo que ha ocurrido hoy?

—Hoy he logrado superar el dolor, porque me he acordado de la mujer con la que me casé.

—Sin embargo fuiste a buscarme —le dijo—. A pesar de lo que pensabas que había hecho, fuiste a buscarme.

—Un poco tarde —sintió que sus manos se ponían tensas—. Un poco tarde.

Bella sintió deseos de sentir sus manos, necesitaba sentir su piel. Le puso una mano en el pecho y notó los latidos de su corazón. Tenía tantas preguntas que hacerle.

—¿Quiere decir eso que...?

—Por favor, Bella, no me preguntes más. Esta noche no.

—¿Cuándo entonces? Hay tantas cosas que quiero saber. ¿Dónde estaba, Edward? ¿Qué me pasó? Pensabas que no te iba a dejar, pero te dejé. ¿Por qué? ¿Dónde me fui? ¿Por qué quería divorciarme de ti? Todo esto no tiene sentido. ¿Por qué no me puedo acordar?

—De lo que no te puedes acordar es de que nunca me quisiste.

La mano de Bella se puso en tensión, todavía en el pecho de Edward.

—De que te casaste conmigo sólo por gratitud y que en ese momento no te di otras opciones.

—No. Eso no puede ser. Y menos conociéndote ahora.

—Pero nunca actuaste con crueldad —le dijo—. Nunca de forma deshonesta. Y yo pensé durante un tiempo que eras feliz en el aislamiento forzado de esta casa.

—¿Y tú, Edward? —le preguntó suspirando, incapaz de creer lo que le estaba diciendo. Pero, ¿por qué iba a. mentir?—. ¿Y tú estabas enamorado de mí? ¿Eras feliz?

—Eso es todo lo que te puedo decir por ahora. Más de lo que te debería haber dicho. 

—Edward...

—Es tarde, Bella. Ha sido un día muy largo y mañana va a ser también agotador. Vámonos a.... nuestras habitaciones.

Casi se le escapa y dice cama. Lo notó por lo tenso que puso en mentón. Seguro que en otro tiempo lo hubiera dicho. Estaba segura de que se había acostado con él y a pesar de lo que había dicho, lo había amado. Lo sabía. ¿Pero por qué él no lo sabía? ¿Nunca se lo habría dicho? Demasiadas preguntas sin contestar. Demasiadas. Y a cada respuesta aparecía una nueva pregunta.

No quería irse a su habitación, sino que prefería quedarse donde estaba, porque se encontraba como en el cielo. Aunque no había cielo para ella. Sí, había uno. Pero Edward parecía decidido a no querer dárselo. La trataba como si fuera una inválida. Y no lo era. Lo único que le pasaba era que había perdido la memoria. Pero no se había anulado la parte de su cerebro que se encargaba de sentir y amar. De alguna manera, tenía que convencer a Edward de las palabras que había dicho esa mañana, de que a pesar de que había perdido la memoria, todavía era su esposa.

Le apartó la mano del pecho y retrocedió unos pasos. 

—Sí —le dijo—. Vámonos a la habitación.

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Bella volvió a soñar. Pero no soñó con escaleras y teléfonos, un sueño que la dejaba alterada y el cuerpo empapado en sudor, sino el otro, en el que aparecía Edward. Su ángel oscuro. Con barba. Sin camisa frente a una ventana en una habitación casi sin muebles. Se despertó cuando iba a abrazarlo y a apoyar la cabeza en su espalda.
Estaba segura de que había amado a aquel hombre. Lo sabía. Y había hecho el amor con él. En sueños. Y allí, en la cama que habían compartido.

Bella recordó las palabras que le había dicho la primera noche que volvieron a la casa.

«¿Si te dijera que me amabas con todas tus fuerzas y que éramos las personas más felices del mundo, me creerías?»

«¿O me creerías si te dijera que me temías, que odiabas este sitio, que lo único que querías era escapar?»


El viento golpeó contra las ventanas. Tuvo miedo de que se desencadenara otra tormenta. Aquella casa era tan fría, a pesar de lo que había costado, a pesar de la caldera que había en el sótano, a pesar de la multitud de chimeneas que los criados se encargaban de mantener siempre encendidas.

Edward se había criado allí. Había crecido en una casa en la que no había ningún espacio destinado a un niño. Qué tristeza, haber vivido con una madre que sólo había amado la casa, no a los que había dentro de ella. ¿Podría ser que Edward hubiese sido el único que había querido escapar? ¿O la escapada que él pensaba que ella deseaba había sido concebida para los dos?

Edward, frente a una ventana. Bella volvió a recordar su sueño. Oscuro. Peligroso.

Sólo.

Sólo, como estaba en esos momentos. Como siempre estaba, incluso cuando iba a veces a consolarla por la noche.

¿Le habría, alguna vez, consolado alguien a él? ¿Habría ido alguien alguna vez a abrazarlo y amarlo?

¿Cómo podría saber que nadie lo había hecho, cuando todo lo que había ocurrido antes de Boston era desconocido para ella?

Pero estaba segura.

Y en aquel momento estaba solo, a pocos metros de donde estaba ella, porque no había querido imponer su presencia, a pesar de que ella estaba en su cama y era su esposa.

Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, se había levantado y había cruzado la habitación. La puerta que separaba las dos habitaciones estaba abierta. Recordó el tacto de su piel cuando soñó con él.

Bella se detuvo en la puerta y dirigió su mirada a la cama, iluminada por una luz ámbar de una lámpara.

Edward dormía. A pesar del frío que hacía, dormía sin camiseta. Había echado para atrás la manta y estaba boca abajo, abrazado a la almohada. Por primera vez, vio las heridas en su cuerpo.

Recordó que le había dicho que el avión se había prendido fuego. 

—Oh, Edward —dijo en un susurro.

Lo vio tensar el cuerpo y se dio cuenta de que lo había despertado.

Podía marcharse. A lo mejor no se enteraba de que había interrumpido su sueño, si volvía a su cama y guardaba silencio. Pero aquello era una cobardía, y mucho se temía que había actuado de aquella manera muchas veces.

Edward se incorporó. 

—¿Bella?

La podía ver perfectamente. El fuego todavía iluminaba con su resplandor la habitación. Aunque Edward debía tener los ojos como los gatos. Por que la silueta de Bella no podía ser más que otra sombra en aquella habitación.

—¿Sí?

—¿Qué te pasa?

Seguro que pensaba que había ido a su habitación sólo porque lo necesitaba. Podía mentirle. Seguro que si lo hacía él la consolaría. Pero no necesitaba consuelo.

—No me pasa nada —entró más en la habitación—. O a lo mejor sí.

Edward alcanzó una camiseta que había a los pies de la cama. Bella recordó el tacto del algodón en sus manos cuando se despertó y se descubrió agarrada a Edward. Estaba claro que si se ponía camiseta era por ella, no porque le gustara.

Bella llegó a su cama cuando él intentaba ponerse la camiseta. Buscó las mangas y el cuello mientras la miraba a los ojos.

Bella pensó que a lo mejor también se la había puesto para que no viera sus cicatrices. Había sido un hombre muy guapo. Recuerdos del fuego estropeaban su belleza.

—Por mí no te la pongas, si no quieres.

Edward se quedó quieto. Dejó la camisa en la cama pero continuó mirándola. Ella se sentó en el borde, tan cerca de él que casi lo podía tocar. Pero no lo hizo. Todavía no.

—¿No te importa... verlas?

Levantó la mano y se la puso en el hombro. Fue tan diferente a la sensación que sintió en sus sueños.

Él retiró un poco el cuerpo al notar su mano, pero se quedó quieto esperando. ¿Esperando a qué? Bella le pasó la mano por el pecho y sintió los latidos de su corazón.

—He soñado contigo.

Edward movió su cuerpo un poco hacia delante, pero ella se lo impidió con la mano que tenía en su pecho.

Era mejor esperar.

Miró otra vez sus heridas y él la siguió con su mirada.

—En el sueño no veía esto, pero no cambia la identidad de la persona. 

—¿Y quién era esa persona, Isabella?

—Alguien al que yo amé mucho, a pesar de que no me creas. 

Edward le agarró la mano y se la mantuvo cerca de su
corazón. 

—Fue un sueño, Isabella.

—¿Tú crees? ¿O fue un recuerdo?

Increíble. No le estaba pidiendo que se lo contase, como le había pedido con los otros.

—Tenía el pelo largo —le dijo—. Por debajo de mi cintura. Y tú también lo tenías largo y también tenías barba.

Notó que se ponía en tensión.

—¿Es un sueño, o un recuerdo, Edward? 

—Sigue —le dijo, más como una súplica.

—Eras el primer hombre con el que me acostaba —le dijo. Aquello era difícil. Notó que nunca le había gustado compartir sus sentimientos más íntimos, pero si no los compartía con el hombre con el que había jurado compartir todo, ¿qué esperanza le quedaba? Al parecer yo fui la que te sedujo.

Edward cerró los ojos, para intentar bloquear su pensamiento, pero incapaz de tranquilizar su corazón.

—¿Sólo un sueño, Edward? Por favor, no digas eso. 

Abrió los ojos. Reflejaban deseo y negación. 

—No me hagas esto, Bella.

—Esta mañana, cuando me besaste en el lago, recordé tu tacto, tu olor y tu sabor. Te quería y tú me querías a mí —le dijo ella.

Y entonces, al ver que él no hacía ningún movimiento, y porque el recuerdo de su sueño le dio coraje que no hubiera tenido de no haber sido por su sueño, Isabella hizo lo que había querido hacer desde que había llegado a esa casa, o incluso tiempo atrás, a lo mejor. Se inclinó, se acercó a él, y le dio un beso en la mejilla, antes de dejar sus labios sobre su boca cálida y asombrada.

Lo oyó quejarse, no porque quisiera apartarse de ella, antes de ponerle las manos en los hombros y tirar de ella contra sí, para tomar el control del beso.

O a lo mejor no.

Porque ninguno de los dos parecía controlar mucho. Ella sintió que le estaban temblando las manos, la desesperación por la forma en que él movía la boca, su respiración entrecortada, los latidos de su corazón.

Bella le puso las manos en los hombros, sintiendo el deseo de tocarlo, para que supiera que quería tocarlo.

—Te quiero —le dijo él—. Noche tras noche te he abrazado y he luchado para no desearte.

Lo mismo que estaba luchando en aquel momento. Bella se dio cuenta al instante. ¿Por qué? No se lo preguntó. Porque a lo mejor él le respondía y no quería saber en esos momentos secretos a los que no podía enfrentarse.

—No te resistas, Edward —le dijo, dándole besitos en los labios, en el cuello y en su pecho—. Por favor.

—No puedo —le respondió—. Que dios me perdone, pero no puedo.

Se puso encima de ella, al tiempo que trataba por todos los medios de desenredarse de entre las sábanas y
quitarle el camisón que llevaba y la ropa interior. Ella levantó su cuerpo, para facilitarle la labor. Cuando tiró el camisón al suelo, y se la colocó debajo, ella sintió placer al sentir el peso de su cuerpo y el contacto del vello de sus piernas contra las suyas, por el calor que irradiaba, y su manifiesta necesidad por ella.

Estaba lista para que él la poseyera. Levantó las caderas un poco y se restregó contra él.

Edward se apartó.

—Todavía no, Bella. Espera. Vamos a disfrutar un poco más.

—Estoy disfrutando, Edward —le dijo—. Te necesito. Ahora, Edward. Por favor. 

Edward se estremeció, y por un momento ella pensó que se iba a separar, pero poco a poco se acercó a ella y unieron sus cuerpos.

Bella dio un largo suspiro al sentirlo dentro. Sí. Lo conocía. Había deseado tanto aquel contacto, tanto como necesitaba el aire para respirar.

En ese momento, él empezó a perder el control. Y ella también. Los dos se perdieron en sus sensaciones, que los llevaron a un lugar que ella conocía pero que no recordaba.
Un lugar que Edward siempre creaba para ella, un lugar en el que se vivían unas sensaciones que nunca hubiera podido sentir en sus sueños. Edward le demostraba su amor en cada caricia. En un momento determinado el mundo creado alrededor de ellos empezó a desvanecerse, dejándolos a los dos seguros, saciados y juntos. Finalmente juntos.

.
.
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Bella estaba en la cama de Edward, con el brazo en el que no tenía heridas encima de su cuerpo, apoyada en su
hombro. Estaban tapados con la sábana que él había puesto para protegerse un poco del frío, aunque era difícil sentir frío durmiendo con una estufa como él.

¿Cómo podría alguien compartir y recordar esos momentos de intimidad y no recordar los detalles, sino sólo las emociones? No lo sabía.

No se acordaba.

Pensó que algo le vendría a la mente. Alguna revelación de lo que había pasado. Un rayo que iluminara la oscuridad en la que se encontraba. Algo. Cualquier cosa. Pero no recordó nada.

Sintió los dedos de Edward en su rostro. 

—Lo siento, Bella.

—No digas eso. Nunca digas eso, Edward. 

Lo abrazó con fuerza.

—Estamos casados —le dijo ella—. Eso fue lo que me dijiste. Y nos acostábamos en la cama que hay en la habitación de al lado. Eso lo sé.

—¿Te acuerdas? —más tarde recordaría aquel tono de voz. Más tarde. Pero no en aquel momento.

—¡No! Debería recordar. Sé que debería. Pero no me acuerdo. Lo único que sé es que te necesito, Edward. No sólo para cuidarme por la noche. No como alguien que duerme en la habitación de al lado. No para responder mis preguntas.

Se le empezaron a caer las lágrimas.

—Te necesito, Edward. Te necesito como hemos estado esta noche. No sé lo que he hecho para alejarte de mí.

—Oh, Bella —se dio la vuelta y la abrazó con fuerza —. No podemos hacer esto más. No hasta que... todavía no. Pero yo también te necesito. Déjame que te abrace, déjame que te amé otra vez.



6 comentarios:

  1. Que capitulazo! Me encantó que ella tomara la iniciativa y esas fotos simplemente maravillosas muy adoc.

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  2. Oughh odio que Edward no pueda contarle la verdad completa, decirle que fue lo que pasó... Dr verdad Bella era asi de mala??? O será como la quieren pintar los demás???
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  3. Oh por que Edward no le dice ya la verdad a Bella que es lo que paso en verdad??? Me encantó el capitulo!!!

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  4. Edward dinos k paso!!
    Poco bella va teniendo recuerdos, y que recuerdos jajaja k buen capitulo

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  5. ohhhh excelente capitulo!!! hermoso realmente

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