Bella se despertó sin nadie a su lado.
Edward la había tapado y le había llevado la bata, que le había puesto a los pies de la cama. Después se había marchado.
Sintiéndose vulnerable, Bella se puso el albornoz y se sentó en el borde de la cama, tratando, sin conseguirlo, conservar lo mágico de la noche.
La habitación en la que estaba era muy elegante, con el toque inconfundible de haber empezado a decorarla, pero sin los toques finales que la habrían convertido de verdad en la habitación de Edward.
¿Por qué se habría ido ella de su lado? ¿Por qué?
Al otro lado de la habitación había un teléfono multilínea en una mesa donde también había una lámpara, un
calendario y un bolígrafo. Una de las luces del teléfono estaba parpadeando, llamando su atención, hipnotizándola hasta que empezó a ver no sólo un teléfono, sino docenas de ellos todos parpadeando, con los cables cortados y colgando.
Bella movió en sentido negativo la cabeza, para borrarse aquella visión, pero fue incapaz de quitarse la opresión que sentía en el corazón.
Se estremeció, tanto por el frío que hacía en la habitación, como por el miedo a lo desconocido. Apartó la mirada del escritorio. En la mesilla de noche había un reloj despertador. Lo levantó y miró la hora.
No era de extrañar que estuviera sola. Era tardísimo. Se quedó sentada un poco más, recordando imágenes de la noche anterior.
De pronto oyó abrirse una puerta del pasillo. Levantó la mirada, sin atreverse a pensar quién iba a entrar en la habitación, ni el porqué, ni cómo iba a reaccionar cuando la vieran sentada en la cama de su marido.
En la puerta apareció Edward, vestido con traje negro, con sus cicatrices ocultas bajo las mangas de su suéter.
Se quedó mirándola en silencio durante unos segundos. Parecía no saber qué decir a la mujer que había ido a su cama en medio de la noche. A la mujer que le había suplicado que la abrazara, que la poseyera, que la amara. A lo mejor es que no tenía nada que decirle. A lo mejor lo único que sentía por ella era rechazo. Edward no había respondido a ninguna de las preguntas que le hizo la noche anterior. A ninguna de ellas.
Suspiró hondo y movió la cabeza hacia donde estaba el teléfono.
—Está parpadeando —le dijo—. ¿Quiere decir eso que tengo que levantarlo?
Entró en la habitación y cerró la puerta, apoyándose después en ella.
—Sí.
No se acercó a ella, no hizo nada para comunicarle cuáles eran sus sentimientos.
— ¿Por qué no te vistes mientras yo respondo? —le propuso—. Después, podemos bajar a desayunar juntos.
El albornoz que llevaba puesto le llegaba hasta los pies, pero Bella se sintió como si estuviera desnuda, cuando se levantó y atravesó la habitación. Por alguna razón, Edward parecía querer olvidar la noche anterior, y no tenía más remedio que aceptar aquella situación. Se detuvo en la puerta de su habitación y le dijo:
—No tienes por qué hacer todo esto —le dijo.
En un momento determinado volvió a ver al hombre que la había tenido entre sus brazos esa misma noche. Pero sólo durante unos segundos.
—Sí —le respondió—. Creo que sí he de hacerlo.
No tuvo tiempo de pararse a pensar los cambios que empezó a sentir en su cuerpo, ni tiempo para recordar el placer que los había causado, ni esperanza por retener lo cerca que se había sentido de Edward. Bella se metió en la ducha y se vistió rápidamente. Cuando volvió a la habitación de Edward, lo encontró sentado en su escritorio. La luz del teléfono estaba apagada, pero él tenía la mano puesta en el auricular, como si acabara de colgar. Estaba sentado con la cabeza echada para atrás, como ella recordaba haberlo visto... ¿cuándo?... antes. Tiempo antes. Tenía cerrados los ojos. El ceño lo tenía fruncido.
—¿Edward ?
Abrió los ojos, y vio la preocupación reflejada en su mirada.
— ¿Tú confías en mí, Bella?
—Sí —la única duda que tenía era la forma en que le hacía la pregunta.
—Está bien, porque necesito que confíes en mí. Necesito...
Se puso en pie y cruzó la habitación hasta donde ella estaba. Había tantas preguntas sin responder. Tantas dudas. Tanto dolor. Lo veía claramente en sus ojos.
— ¿Estás bien?
Bella sintió que se estaba enrojeciendo. ¿Cómo le preguntaba aquello en esos momentos, cuando los últimos vestigios de su intimidad compartida habían desaparecido? Las sábanas de la cama todavía estaban alborotadas. A lo mejor no era mala idea hacer la cama antes de bajar a desayunar, para que el ama de llaves no se enterara de lo que habían hecho, por lo cual Edward podría sentirse avergonzado.
Edward le tocó la cara. Fue una caricia fugaz.
—Espero no darte nunca una razón para odiarme, Isabella, pero hay cosas que no te puedo explicar. Todavía no.
—Edward...
La agarró del brazo.
—Vámonos —le dijo—. Todavía podemos estar unos minutos a solas, antes de que vengan el resto de la familia.
Habían puesto la mesa para todos. Se podía ver pan y bollos recién hechos, así como bastantes bandejas con frutas. Tan sólo estaba la señora H en la habitación.
Edward ayudó a Bella a sentarse a la mesa y luego se sentó a su derecha, presidiendo la mesa. Bella miró a su alrededor y no pudo evitar sentir un escalofrío. La mejor forma de empezar un día no era precisamente una comida familiar. Pero parecía inevitable.
La señora H les sirvió café y después, cuando Edward se lo indicó con la cabeza, puso un portafolio en una mesa y se marchó de la habitación.
—Si te pudiera conceder un deseo... aparte de devolverte la memoria, que no está en mi mano, ¿qué te gustaría pedir?
Bella lo miró a los ojos. No era una pregunta que hubiera hecho sin intención. Un deseo. ¿Quizá que se enamorara de ella? No. No, eso tenía que salir de él, no sólo de su deseo. Sintió el vacío de la mesa y se dio cuenta de que muy pronto estaría llena de gente que estaba contra ella. Un deseo. De pronto, las palabras surgieron de su interior, casi sin pensarlas.
—Algo que hacer, Edward. Algo que llene mis días, para no estar constantemente... —no terminó la frase—. Algo que le dé sentido a mi vida.
Edward asintió. Bella notó el movimiento de su cuello y tendría que haber respondido como la esposa que él recordaba. Durante unos segundos se sintió furiosa, pero trató de quitarse de encima ese sentimiento. ¿Estaría probándola? ¿O ya habría pasado la prueba y aquello sólo era para confirmarla? Es posible que nunca lo supiera. Preguntarle, de nada serviría. ¿O sí?
—No pareces sorprenderte.
Edward sonrió unos segundos. Le puso la mano encima de las suyas y luego las soltó.
—No, no lo estoy. Ya hemos tenido esta conversación antes. Y en aquel momento, me respondiste lo mismo que ahora.
—¿Y qué es lo que me respondiste tú?
Edward movió su mano hacia el portafolio que había en la otra mesa.
—Pues que no estaba seguro de que fuera a servir para algo, pero que si querías hacer un esfuerzo y convertir este mausoleo en algo que pareciera un hogar, te estaría agradecido de por vida.
Bella se apoyó en el respaldo de la silla y se puso las manos en la boca, manteniéndolas en el mismo sitio hasta que se dio cuenta de que parecía que estaba rezando, suplicando. Miró al portafolio y se encontró con la mirada de Edward.
—Lo siguiente que ibas a decorar era el comedor.
Le tocó la mano que tenía en el portafolio, que parecía no querer abrir. La señora H volvió a entrar en el comedor.
—Ya vienen.
Edward asintió al ama de llaves y tomó la mano de Bella una vez más.
—Durante los próximos días puede parecer que te estoy utilizando —le dijo—. Y no te puedo decir que no lo esté haciendo, pero es que no conozco otra forma de...
Se oyeron voces en el pasillo.
—¡Maldita sea! —Edward movió en sentido negativo la cabeza—. Necesito un poco más de tiempo.
Pero no iba a ser posible. Ni la interrupción iba a ser pacífica. La voz autoritaria de Esme se oía en la distancia.
—Confía en mí —Edward dijo en voz baja—. Nunca te haré daño y no dejaré que nadie te lo haga. No dejaré que nadie te haga sufrir. Nunca más.
Los acontecimientos estaban pasando demasiado rápido para ella. ¿Confiar en él? Con su vida. Sí. Bella sabía que podía confiar en él. Pero no entendía aquello de que podía utilizarla.
—¿Bella?
Oyó los golpes de las muletas de Emmett en el suelo de la habitación de al lado. Bella ya le había entregado su corazón a Edward. ¿Qué más tendría que pagar por confiar en él?
—Sí —le respondió—. Sí.
Edward suspiró y la agarró de la mano de nuevo, pero en esa ocasión no sabía si lo estaba haciendo por él, o por ella. Dio la vuelta a su mano y entrelazó los dedos con los de él y de esa forma fue cómo los encontraron su madre, su hermano y Rose cuando entraron en el comedor, sentados uno al lado del otro, agarrados de la mano. Bella trató de soltarse, pero Edward se lo impidió.
La señora Handly se acercó a la mesa y le puso a Bella un plato con bollos y fruta. Esme enarcó de forma elegante las cejas.
—Bueno, veo que los criados trabajan cuando el dueño de la casa está presente.
Edward miró a la señora Handly. Parecieron intercambiarse ciertos mensajes.
—Gracias Makenna —le dijo. ¿Sería Bella la única en darse cuenta de la tensión en su voz? La señora Handly asintió con la cabeza y empezó a servir a los demás. Cuando terminó se quedó de pie, alejada de la mesa. Edward la miró—. Se puede ir si quiere.
La señora Handly puso una cafetera en la mesa y se marchó.
—De verdad, Edward, eres muy blando con los criados —comentó Esme—. Espero que no mantengas la misma actitud en los negocios. No sabes las libertades que se toman cuando tú no estás aquí.
—Creo que sé más o menos lo que ocurre cuando estoy fuera. Esme miró a Bella con cara de pocos amigos.
Sólo en ese momento, Edward soltó su mano.
—Esta noche tenemos invitados a cenar.
— ¿Quién? —preguntó Rose, en tono precipitado.
—Unos posibles socios. Unos hombres con los que he estado discutiendo algunas posibilidades de negocio.
Rose enarcó las cejas y miró a Bella, pero no dijo nada más. No tenía por qué. A continuación, fue Emmett el que habló.
—¡Maldita sea, Edward! Sabes que no quiero ver a nadie.
Por eso estoy viviendo en este mausoleo.
—No tienes que ver a nadie si no quieres, querido —le dijo Esme—. Siempre podemos enviarte una bandeja con la cena a tu habitación.
—¿Has dicho dos? —preguntó de nuevo su madre— . ¿Van a venir con sus esposas? No. Claro que no, porque lo habrías dicho. La verdad, Edward, me podías haber dado algo más de tiempo. Tendré que preparar el comedor, está horroroso. Y también tendré que ver si tu señora Handly sabe cómo atender a esas personas de la forma adecuada. Por no hablar de su forma de servir las comidas. Dios mío, sólo quiere servirlas cuanto antes, para poder marcharse a su habitación.
—Esme. Deja de meterte con mis criados.
Se quedó callada en mitad de una frase y dirigió a Bella una mirada venenosa.
—Supongo que habrás oído....
—Ya está bien — le dijo Edward— . Ya he oído suficiente y he visto suficiente.
—Pero Edward, alguien se tiene que encargar.
— Y alguien lo hará. Pero aquí en esta casa sois mis invitados. Y la que manda es mi mujer. Ella será la que decida cuándo cenamos y qué cenamos. ¿Está claro?
—¿Y dónde, Edward? Porque por ella serviría todas las comidas donde tomamos el desayuno.
—Mientras que tú seguro nos obligarías a comer en esa tumba que hay al lado del vestíbulo. Así que no hay otra opción, ni la habrá durante un tiempo.
Abrió el portafolio y sacó una hoja de papel, que entregó a Bella.
— Teníamos pensado hacer esto hacía meses. Los trabajadores vendrán esta misma mañana y empezarán a hacer los trabajos de remodelación.
—¡Edward, no puedes dejarla que haga eso! —Esme se inclinó hacia delante mientras estiraba una mano—. Está destruyendo el corazón de esta casa.
Bella miró la hoja que tenía en la mano. Era un cambio precioso.
—El corazón de esta casa tiene cáncer —dijo Edward. Bella se dio cuenta de la amargura en su voz—. Y no se puede operar.
—Pero...
Edward giró la cabeza y miró a su hermano.
—Y tú tendrás que estar a la mesa esta noche. Te he perdonado muchas cosas los últimos días, porque sé lo que
has tenido que soportar, pero creo que ya es hora de que recuerdes que eres mi invitado, y que hay más gente aparte de ti, que sufre en esta casa.
.
.
.
Edward estaba sentado en su despacho. Sólo. Con los demonios a los que se había enfrentado hacía tiempo. Pero se estaba dando cuenta de que en realidad no se había enfrentado, sino que se había escondido de ellos. Nunca antes se había visto como un cobarde. Pero se daba cuenta de que lo único que había arriesgado era su vida, como todo el mundo sabía, que no valía mucho para los demás, y ni siquiera para sí mismo.
Miró a su alrededor. Era un despacho en el que había lo básico. Pocas gentes iban allí. Makenna, Charles. Los primeros meses de su matrimonio, Bella, a la que no le había gustado en absoluto aquella estancia.
Edward abrió el cajón y sacó dos fotos.
La primera era el día de su boda. Bella parecía una chica
demasiado joven como para atarse a un hombre mucho más maduro, aunque lo estuviera mirando con ojos luminosos, prometiéndole amor, a pesar de lo que el futuro les pudiera traer. ¿Amor? ¿Por él? Increíble, sobre todo cuando él no le había dado muchas más opciones que casarse con él.
La segunda era la fotografía que había encontrado en su zapato. Aquello era lo que el futuro le había dado.
Edward sabía que la razón de su depresión, que la había llevado a ser hospitalizada, había sido una mentira.
Si había estado embarazada, había perdido al niño. Pero seguro que no porque ella lo hubiera decidido así.
Edward se apoyó en el respaldo de la silla y cerró los ojos, soportando el dolor que le atravesaba el corazón. Un niño. Un hijo nacido del amor por Bella. Alguien que lo amaba por lo que él era, sin pedirle nada más.
Se puso recto en la silla, para tratar de quitarse de la cabeza esos pensamientos. Pero era difícil. Tenía muchas cosas en las que pensar.
No sabía si había sido Bella la que había ido por su propio pie al hospital. No estaba seguro.
Miró la fotografía que había enviado al laboratorio a analizar, en el que no supieron establecer su origen. Pensó que debería haber sido tomada con un teleobjetivo, pero si se miraba de cerca, se veía que era imposible. Con lo cual estaba claro que la habían tomado desde el interior.
Confiaba en que sus contactos descubrieran quién se estaba vengando de él y haciendo daño a los que amaba. El secuestro de Emmett en Sudamérica había sido al fin y al cabo una venganza contra él. Aunque no se podía demostrar. Parecía que no había duda alguna de que alguien de la casa, alguien en quien él confiaba, podría haber cometido un acto diabólico contra un inocente. ¿Pero había él confiado alguna vez en alguien?
Sí. Había confiado en el padre de Isabella. Charlie Swan. Había confiado en Charlie. Y Charlie le había confiado a la persona que él más amaba en el mundo. A su hija.
Y Bella era inocente. De eso no había duda. Se había olvidado de ello, se había dejado llevar por su dolor y se había olvidado de que había gente decente y cariñosa en el mundo.
No tenía que haber hecho el amor con ella. No tenía que haber cedido a la necesidad que todavía torturaba su cuerpo. No aún. No hasta que la hubiera liberado de todas sus dudas de sí misma.
O de toda la culpa.
Rosalie le había dicho en una ocasión que era mejor no dejarse cegar por aquello que se quería. Y eso era lo que él había hecho. Había dejado que su dolor y sentido de la traición lo cegaran. Y si no ponía remedio pronto, dejaría que su creencia en la familia lo cegara de nuevo. Y no podía permitírselo. Menos si ello suponía poner en peligro a Bella o a sí mismo.
Los hombres que iban a llegar ese mismo día, supuestamente a hacer los trabajos de remodelación, le ayudarían a solucionar sus problemas. Eran investigadores que iban a tratar de descubrir la verdad.
Se miró el reloj. Era la hora de irse. No sabía si llevarse con él a Bella. No sabía si iba a estar allí segura sin él. Se levantó y se estiró el traje. La verdad era que no quería tenerla a su lado sólo por su seguridad. La necesitaba. Y debido a su necesidad, la había puesto en aquel infierno. Estaba más segura en la casa. Mucho más de lo que lo estaría con él.
Bella se estremeció de frío, a pesar del suéter de lana y
los calcetines que llevaba puestos. ¿Se calentaría aquella casa alguna vez?
Se había retirado a la biblioteca, donde Charles había encendido la chimenea y Makenna le había llevado una tetera cargada de té antes de dejarla con una pila de libros y una manta para que se la pusiera en las piernas.
Edward se había ido otra vez. Si no de la casa, por lo menos de su lado. Después de lo que pasó por la noche, habría esperado un mayor acercamiento entre los dos. Pero parecía que eso no iba a ocurrir.
Se escondió en la lectura. O por lo menos lo intentó. Pero ninguno de los libros que había sacado lograban su atención por completo.
Necesitaba hacer algo.
Edward le había encargado un trabajo, pero no era un trabajo que requiriera esfuerzo alguno.
Prefirió quedarse leyendo en la librería, pensando en lo que le había pasado. Porque algo terrible había tenido que pasar para estar en el estado que se encontraba. ¿Por qué se quedaba sentada allí quejándose?
Puso los pies en el suelo y se apartó la manta
Bella encontró a Makenna Handly sentada a la mesa de pino de la cocina, colocando las recetas. Con un ligero movimiento de cabeza, Bella le indicó que no se levantara.
Makenna le dio una hoja de papel en la que había escrito un menú.
—Mire a ver qué le parece esta cena para esta noche.
Bella miró la lista.
—Me parece bien —le respondió. Makenna se apoyó en la silla.
— ¿Me quiere preguntar algo, no? Y sabe bien que la señora McCarty nos ha dicho que no le contemos nada.
—Pero no tengo más remedio que hacerlo.
Makenna suspiró.
—No hay nadie más. Rosalie ha convencido a Edward de que el silencio me beneficia. Le pedí que me hipnotizara. Pero no quiso. Señora Handly, tengo que saberlo. Edward me ha dicho que yo no soy la responsable de lo que le pasó a Emmett y a él. Pero yo sé que tiene que haber una conexión entre lo que les pasó y mi pérdida de memoria.
Makenna guardó las recetas de cocina y se quedó mirándolas varios segundos. Se mordió el labio, suspiró y levantó la mirada. —No se lo puedo contar —dijo Makenna. Bella se desplomó en la silla.
— No tengo más remedio que creer lo que dice Edward. Nunca haría nada contra usted. Si él piensa que esto es lo mejor, lo tendré que aceptar.
Lealtad. Si Bella había tenido la lealtad de aquella mujer, en algún momento la había perdido por culpa de sus acciones.
—Gracias, señora Handly —le dijo con voz ronca— . Siento haberla puesto en una posición que no haya tenido más remedio que defender sus acciones.
Ahhhh así que por fin Edward decidió poner las cartas sobre la mesa, y poner a Bella antes del resto... espero que los investigadores puedan hacer algo par descubrir la verdad...
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Que bien que Edward ya hablo y dijo quien debe mandar en la casa!!! Que es lo que paso??? Aún tengo muchas dudas!!!
ResponderEliminarEstoy sumamente confunfida.
ResponderEliminarEstar confundida es poco.....pero me ha enganchado esta historia .... Menos mal que edward esta resuelto a descubrir la verdad. Y presiento que ese aborto fue provocado y no por bella o quiza se aprovecharon de su momento de angustia al estrellarse el avion.... Muy buena historia
ResponderEliminarEstar confundida es poco.....pero me ha enganchado esta historia .... Menos mal que edward esta resuelto a descubrir la verdad. Y presiento que ese aborto fue provocado y no por bella o quiza se aprovecharon de su momento de angustia al estrellarse el avion.... Muy buena historia
ResponderEliminarahh x fin edward se fajo bien sus calzones!!!
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