Capítulo 9 / Perdida


Bella se puso esa noche un vestido muy sencillo de manga larga, de lana, que encontró en el armario. Para conocer a los socios de Edward, había probado con el maquillaje que encontró en el aparador. Pero al mirarse al espejo decidió quitárselo y darse sólo un poco de colorete.


Estaba sentada frente a la chimenea de su habitación, esperando de forma ferviente que alguien recordara atizar la caldera que había en el sótano, para que las habitaciones estuvieran más calientes. Se puso a juguetear con los anillos que tenía en el dedo. Como señora de la casa, ella era la que se tenía que encargar de recibir a los invitados. Pero la verdad era que prefería quedarse en su habitación que tener que enfrentarse a la familia de Edward y a los desconocidos que iban a venir.

—¿Bella?

Edward estaba en la puerta que separaba las dos habitaciones. 

—Estás preciosa —le dijo.

Él también lo estaba. Su ángel negro. 

—Gracias. ¿Ya es hora de bajar?

Atravesó la habitación y tomó sus manos, sosteniéndolas mientras la miraba a los ojos.

—Esta noche estaré contigo —le dijo.

Bella le sonrió. Necesitaba que le diera ánimos para poder enfrentarse a todos.

—Entonces, vamos a saludar a nuestros invitados.

Bajaron al piso de abajo. Edward se quedó en todo momento a su lado. Bella saludó a los tres hombres que llegaron, en vez de los dos que ella pensaba que iban a llegar. Charles Handly se había puesto un traje oscuro y estaba sirviendo las bebidas y los canapés en el vestíbulo, donde la conversación se hacía un poco tensa.

Bella se preguntó qué tipo de negocios mantendrían aquellos hombres con Edward, porque ninguno de ellos lo mencionó en ningún momento. Ni tampoco entendía muy bien el interés que los tres mantenían por ella. Se mostraron muy discretos, pero ella lo sintió lo mismo. ¿O se estaría volviendo paranoica por la hostilidad que sentía en aquella casa?

Paranoica. Esa noche estaba a salvo, porque durante todo el tiempo que estuvieron tomando un aperitivo, Edward no se apartó de su lado. Durante la cena también se sentó a su lado.

La cena la sirvieron dos jovencitas uniformadas que Bella no conocía. Bella comprobó que ella no era la única que se había vestido para la cena. Vestida como si perteneciera a la realeza, mostrando su desagrado por ella, Esme estaba sentada a un extremo de la mesa. Rose, que también iba muy elegante, mantenía un tono distraído, mientras que Emmett aparecía tranquilo e introspectivo.

Edward parecía tenso y expectante. Fuera cual fuera el negocio que se traía entre manos con aquellos dos hombres, seguía siendo un misterio para ella. Pero a lo mejor ése era su plan, porque cuando terminaron de cenar miró a sus invitados, que respondieron asintiendo con la cabeza.

—Creo que nos han servido el café en la biblioteca —comentó Edward.

—¿Vais a hablar ahora de negocios, Edward? —preguntó Esme—. ¿No pretenderás aburrir a estos señores con una
conferencia?

—Creo que sí —respondió Edward—. Si nos perdonáis...

—Gracias a Dios —Emmett tiró su servilleta a la mesa y apartó su silla. Sin decir otra palabra, se levantó con sus muletas y salió de la habitación. Rose se puso de pie. Esme también se levantó muy decidida y siguió a su hijo. Rose se dio la vuelta y miró a Edward.

—¿Me necesitáis para algo?

Edward cerró los ojos unos segundos. 

—No, ve con él, Rose.

Eso fue lo que hizo. Pero antes de marcharse, se acercó a la silla de Edward y le puso una mano en el hombro.

—Espero que seas consciente de lo que pretendes sacar a la luz —le dijo.

Bella se quedó sentada mirando sus dos cabezas juntas. El
cabello de Edward cobrizo. El de Rosalie rubio. Una imagen muy familiar, que no recordaba dónde la había visto.

Pero aquella imagen pronto se desvaneció de su cabeza. Rose se estiró y se dirigió a los desconocidos.

—Ahora, si me perdonan... —les dijo. Parecía dirigirse al más alto de los tres, un hombre muy tranquilo que casi no había dicho una palabra y había estado mirando todo el tiempo a Bella—. Si me necesitan, estaré en mi habitación.

—¿Me marcho yo también? —preguntó Bella.

Edward tomó su mano cuando ella empezó a levantarse. 

—No, quédate con nosotros, por favor.

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En la biblioteca hacía una temperatura muy agradable. Charles Handly estaba esperándolos allí, con el café y el coñac. Makenna, que había estado ausente durante toda la
cena, estaba a su lado. Con la mano colocada en su espalda, Edward dirigió a Bella por la habitación hasta el sillón de cuero en el que ella acostumbraba a sentarse y se quedó de pie a su lado, con una mano apoyada en su hombro. A una señal de Edward, Charles cerró la puerta.

Makenna dio unos pasos y empezó a servir las tazas de café. Cuando llegó hasta el más joven de los tres, este levantó su taza y sonrió a la mujer.

—Makenna, me alegra verte de nuevo.

Makenna miró a Edward y él asintió con la cabeza.

—Yo también me alegro, doctor Garrett —le respondió.

Aquel hombre era médico. ¿Por qué hasta ese momento no había dicho su profesión? ¿Y los demás? Bella empezó a sentirse tensa, notó la mano de Edward en su hombro e intentó relajarse. Edward le había pedido que confiara en él, y eso era lo que iba a hacer.

Con una mirada, que ella sólo podía interpretar como una disculpa, Edward relajó un poco la mano que tenía sobre su hombro.

— Isabella, sé que quieres saber cosas de tu pasado. También sé que te has sentido frustrada porque no te he dado respuestas. Pero he de confesarte que hay respuestas que yo no conozco. He llamado a estos señores precisamente para descubrirlas juntos.

Bella miró a los tres hombres.

— ¿Ustedes, entonces, no son socios de Edward? 

Edward movió en sentido negativo la cabeza. 

—No. Siento haber representado esta farsa.

El tercer invitado, un hombre rechoncho, que llevaba un traje que debía costar una fortuna, sonrió.

—Bueno Cullen, dadas las circunstancias, creo que ha sido lo correcto.

Confiar en él era una cosa, pero no entender nada era otra. Bella estudió a los tres con la misma intensidad que ellos la habían estado estudiando a ella.

—¿Los conozco yo a ustedes? ¿Los he visto alguna, vez en mi vida?

El hombre que se identificó como el doctor Garrett fue el que habló primero. 

—Sólo brevemente, señora Cullen. Usted vino a mi consulta la primavera pasada porque tenía bronquitis y una leve infección gástrica. 

Bella miró al más alto, al que Rose se había dirigido. 

— ¿Y usted? ¿Lo conozco yo a usted?

Movió en sentido negativo la cabeza, pero no sonrió.

—Yo soy psiquiatra. Soy colega de la doctora McCarty, de Rosalie. Usted y yo nunca nos habíamos visto.

¿Qué estaba haciendo allí, entonces? ¿Examinándola como paciente? Bella no estaba segura de sí lo quería saber.

—¿Y usted? —le preguntó al tercero—. ¿Usted también es médico?

—No, querida. Yo me llamo Jason Jenks. Siento toda esta farsa, pero he preferido no desvelar mi identidad antes. Yo soy abogado. Mi especialidad son los divorcios, normalmente de entre personas con un alto nivel social. Hace algunos meses, inicié los trámites de divorcio entre Isabella Cullen y Edward Cullen.

Bella se apoyó en el respaldo de la silla, mientras escuchaba su declaración. ¿Entonces era cierto? Había traicionado a Edward, como todo el mundo pensaba.

—No —susurró—. Eso es imposible. Yo no habría hecho algo así.

— No querida, usted no fue. No sé quién la suplantó, porque la mujer que vino a verme se parecía mucho, pero he de confesarle que a usted nunca la había visto en mi vida. Y tendré que hacer algo para rectificar esta situación.

Notó de nuevo la tensión en la mano de Edward.

Bella no sabía qué respuesta esperar a su protesta, pero desde luego no la que le dieron.

—¿Y quién se hizo pasar por mí? ¿Quién iba a hacer algo así? ¿Y por qué, Edward? 

—No lo sé.

Edward no lo sabía. Si no lo sabía él, quién entonces lo sabría. ¿Y por qué no le había dicho nada sobre la finalidad de aquella visita? A menos que Edward pensara que ella era una mujer que podría ser tratada con ese desprecio.

—¿Y usted? —preguntó, dirigiéndose al psiquiatra—. ¿Está aquí para examinarme o para identificarme?

—Un poco por las dos cosas, señora Cullen —le respondió.

Se sintió furiosa. Después de semanas de miedo y confusión, aquel sentimiento le hacía bien a su cerebro. Sí. Ira. Cada vez más en aumento.

— ¿Y he pasado la inspección? 

—Mucho más, cada minuto que pasa.

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Bella caminó de arriba abajo por su dormitorio. Las paredes se le echaban encima. ¿Estaba prisionera? No. Se negaba a creer eso. Pero la idea era recurrente. Se fijó en la mesa baja que había frente al sofá, donde todavía la esperaba una tetera llena de té. Se la había llevado Makenna y se quedó con ella hasta que la vio un poco más tranquila. Bella no supo por qué Makenna se había quedado con ella. A lo mejor era porque se lo había pedido Edward.

¿Tendría miedo de que se pudiera escapar? ¿Qué se había demostrado con aquella farsa? ¿Nada?
En un momento determinado sintió que el vestido le molestaba. Se lo quitó mientras caminaba hacia el vestidor. Se puso unos vaqueros y un suéter.

Parecía que ya no iba a conseguir más respuestas por ese día, ni tampoco iba a poder hacer más preguntas. Con unas pocas palabras y una mirada enigmática a Charles, a Makenna y a ella, Edward se había ido a, llevar a sus invitados al aeropuerto.

Los libros estaban en la mesa. Seis libros de tapas duras. Bella se sentó y se quedó mirándolos.

¿Quién habría entrado en la habitación? ¿Y por qué? Tocó el libro que había más arriba. A lo mejor era algo que no debería haber hecho. A lo mejor habría dejado sus huellas o algo...

Tendría que decírselo a su marido, ese desconocido que había llevado a unos desconocidos a casa a que la examinaran, sin molestarse en explicarle nada...

El desconocido que la había amado con dulzura.

Suspiró y se concentró de nuevo en los libros. Aquello era otro puzzle, como todo lo que rodeaba su vida. Todos ellos eran del mismo autor, un nombre que ella no conocía. Todos ellos eran nuevas copias, aunque los derechos de autor eran de años diferentes. Eran libros de espionaje, pero todos desconocidos para ella. Hasta que vio el último. La cubierta no le sugirió mucho, pero cuando lo abrió se quedó boquiabierta...

Ninguno de los libros llevaba la fotografía del autor. Pero aquel sí la llevaba. Una fotografía en blanco y negro que
había sido tomada desde bastante lejos. Al hombre que había en la foto no se le distinguía bien. Iba con pantalones vaqueros y camiseta. Tenía barba y escondía sus ojos detrás de unas gafas oscuras. Estaba apoyado en una especie de vehículo militar.

Casi no se lo reconocía. A menos que alguien lo hubiera visto en sueños. En una ventana. Por la noche. En una habitación pequeña. A menos que alguien hubiera visto quién había debajo de esa barba y hubiera encontrado un hombre elegante que la había amado y consolado en mitad de la noche y que la había traicionado hacía sólo unas horas. Un hombre que mantenía cosas en secreto, que ni siquiera a ella se las decía. Abrió el primer libro y leyó las notas en la contraportada.

Era un libro de aventuras de un personaje, un corresponsal extranjero, que trabajaba para una organización gubernamental, pero que ocultaba su verdadera misión. En el último episodio del libro estaba la fotografía que ella había reconocido.

Y no fue lo único que reconoció. El personaje del libro, llamado Robert, quería abandonar su misión. Había abandonado. Entonces se enteró de que la identidad y seguridad de su compañera estaba en peligro. De pronto se vio envuelto en un mundo de intriga y peligro del que había querido escapar. La historia estaba ambientada en la jungla de Sudamérica, donde operaba una organización terrorista. El personaje principal no pudo llegar a tiempo para salvar a su compañera, ni a su hija, una niña inocente a la que tuvo que sacar de la jungla para salvarla.

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La casa nunca estaba a oscuras del todo. Los pasillos siempre estaban iluminados por algunas luces, revelando los tesoros de un pasado del que Edward había querido desprenderse hacía tiempo, porque pensaba que no tenía nada que ver con él.

Pero todo estaba tranquilo. Tranquilo como la tumba de sus sueños. Sueños que Edward había empezado a tener los últimos meses y que pensaba que se podía permitir.

Volvía de llevar a sus invitados al aeropuerto y encontró la casa iluminada tan sólo por las luces de seguridad. Los perros estaban sueltos y se acercaron a él. El más joven, una perra, se acercó para que la acariciara.

Dentro de la casa, las habitaciones de abajo estaban a oscuras. Los sirvientes se habían ido todos a la cama. Dos hombres patrullaban por los pasillos, silenciosos y casi invisibles como sombras.

Bella había odiado esa casa desde el momento que la vio. La había llevado allí para que estuviese segura, después de escapar de los terroristas que habían matado a su padre. Pero al parecer, como se había demostrado esa noche, no lo había conseguido, y le había echado la culpa a ella.

Una sombra emergió de una silla cerca de la habitación de Bella. Era Makenna. 

— ¿Está dormida?

—No lo sé, Edward. Me dijo que quería dormir, pero parecía muy tensa. Ya sé lo que dice la doctora McCarty, pero ¿es posible...?

—¿Crees que he cometido otro error con lo que respecta a la seguridad de mi esposa? —la interrumpió —. No los sé. Pero el doctor Whitlock está de acuerdo con el tratamiento de Rosalie. Y es posible que sea mejor que no recuerde nada, por lo menos hasta que no acabe el juicio.

—Pero eso podría tardar meses.

Edward movió en sentido negativo la cabeza.

—La primera vista se va a celebrar esta misma semana. La primera de muchas por venir, me temo. Whitlock está de acuerdo en que Isabella está muy débil como para ir a testificar, incluso aunque tuviera algo que decir. Whitlock va a venir a Boston con nosotros, con Rosalie y conmigo. Mañana. Y Jenks va a empezar a investigar quién inició los trámites de divorcio.

—¿Fue alguien de esta casa, Edward? ¿Es posible que ella fuera la que nos echara, y no Bella? Yo quería a esa chica. ¿No debería haberlo sabido?

—Makenna.

Intentó controlarse echando los hombros para atrás y levantando la mirada.

—Lo sé. Tuvo que ser Bella. Nadie más habría entrado aquí, sin que nadie se enterase. Pero no me resigno a que fuese ella.

—Lo entiendo —le dijo Edward—. Créeme que lo entiendo.

Cuando llegó a la habitación de Bella, la encontró dormida. Estaba tendida en el sofá, frente a la chimenea, pero no parecía que estuviera descansando. Había estado llorando. Las lágrimas secas se le notaban en sus mejillas y en sus pestañas.

Sintió un desprecio por sí mismo. Había hecho un buen trabajo protegiendo a la única persona que lo había amado de verdad.
Las sospechas de Makenna acosaron su mente. No podía ser. Las implicaciones eran demasiado horrorosas. Pero sin embargo...

Se dirigió al cuarto de baño de Bella y comprobó si la puerta que daba al pasillo estaba cerrada. Estaba cerrada con llave. Lo mismo que la otra habitación de al lado.
Él se había guardado las llaves. Por primera vez sintió deseos de abrir la puerta para ver, después de las últimas noticias, todo lo que había tras de ella. Pero prefirió no hacerlo. No había entrado desde hacía meses, cuando se sintió como un animal herido después de la traición de Bella. ¿Por qué había iniciado ella los trabajos de renovación en aquella ala de la casa, en secreto y sin decirle nada, y luego...?

Pero Bella no se había divorciado de él. ¿Se habría marchado por voluntad propia? ¿O la habrían obligado a apartarse de él? Y si era así, ¿quién le habría obligado? ¿Y por qué? Porque no habían pedido ningún rescate. No había sabido nada de ella hasta que descubrió la cuenta bancaria de la que había sacado dinero de forma sistemática.

No. Había demasiadas preguntas sin responder que le aguardaban detrás de esa puerta, unas respuestas que le causarían dolor.

Cuando volvió a la sala de estar, Edward encontró a Bella todavía dormida, pero las lágrimas que le caían por las mejillas eran recientes. Se quedó mirándola, deseando estrecharla entre sus brazos y llevársela hasta su cama, donde habían pasado una noche maravillosa, fingiendo que nada había pasado durante el año anterior.

Pero habían pasado muchas cosas.

Y por ello no tenía ningún derecho a tomar a esa mujer que él había creído que era su esposa y era posible que nunca la volviera a tocar.

Tenía una manta, que él le había regalado, sobre sus piernas. A Bella siempre le había gustado mucho aquella
manta y se la había puesto todas las noches, delante de la chimenea, porque sentía frío, acostumbrada como estaba a temperaturas más tropicales. Levantó la manta y la olió. Llevaba el olor de Bella impregnado.

Sabía que si la levantaba en brazos, se iría con él y compartiría cama, como lo había hecho la noche anterior.

No podía hacerle eso.

Volvió a taparla con la manta y la dejó tranquila.

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Bella no supo qué la había despertado, pero algo la despertó. Se quedó tumbada mirando al fuego y escuchando un sonido que identificó como el viento.

Edward.

Claro.

Sus palabras habían alterado su sueño. ¿Recuerdos?

Podía ser. ¿De qué?

Una escena que había leído en el libro. Sólo eso.

Bella se acurrucó en una esquina del sofá, tapándose de nuevo con la manta.

La versión de Edward habría sido diferente a la que contaba Robert. Robert no había confiado en ella, en las promesas de amor que le había hecho Kristen. No se había creído con derecho a ser amado.

Bella había leído el libro fascinada por la historia. Atraída por el hombre, por el calor de la jungla, el canto de los pájaros y el aroma del río, aterrorizada por la violencia que los dos personajes habían tenido que soportar. ¿Habría leído ese libro antes? ¿Sería eso de lo que se acordaba? ¿Pero por qué, entonces, sólo una escena le era familiar?

Sólo Edward podría darle esa respuesta.

Lo mismo que la noche anterior, Edward estaba tumbado boca abajo, abrazado a la almohada. Se quedó al lado de su cama, hasta que él se despertó.

—¿Había leído yo antes tus libros?

La miró con gesto confuso. Esa pregunta era en sí una respuesta. Él no había dejado los libros en la mesa.

—No entiendo por qué me has ocultado tu profesión hasta ahora, Edward. Quiero que me respondas a lo que te he preguntado. ¿Había leído yo tus libros?

Vio cómo se le tensaban los músculos. Soltó el almohadón y se puso de costado. 

—No. Odiabas la violencia. No eran libros que te gustase leer.

— ¿Aunque los hubieras escrito tú? 

—Por eso en especial.

Bella pensó que estaba confundido. Seguro que le habría gustado leerlos, por lo menos el último. Un recuerdo. Un recuerdo de su pasado, revelado en forma de sueño.

¿Estaría el resto del libro basado en su pasado? Nunca lo sabría. Pero lo que sí sabía era que en algún sitio Edward y ella habían compartido la belleza de su sueño y que él lo había elegido como un refugio en medio del terror.

Era suficiente.

Por el momento era suficiente.

Estiró la mano hacia la manta que lo cubría. 

—Vete, Bella.

No le hizo el menor caso.

—Bella. Estoy tratando de hacer lo mejor para los dos. Por favor, déjame solo. 

—No me digas que no quieres que esté aquí –le dijo poniéndole una mano en el hombro—. Porque no me lo creo.

Edward estuvo quieto y sin moverse durante unos segundos, hasta que no pudo soportar más tiempo y la estrechó entre sus brazos. 

—No, no te voy a decir eso. No podría. 





6 comentarios:

  1. Bueno, aunque lo que dijo Rosalie, es una opción para cuidar de su enfermedad, creo que debería darle más pistas sobre lo que pudo y no pudo hacer... es muy triste que alguien se haya hecho pasar por ella para divorciarse de él, pero quién???
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Comienzo a pensar que ella nunca va a recuperar la memoria.

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  3. Muchas intrigas. Y preguntas sin respuesta.... Una película de espías

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  4. Muchas intrigas. Y preguntas sin respuesta.... Una película de espías

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  5. Siento que aqui la responsable de todo es ESME ;(

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