Capítulo I ~ Amarga Posesión





No le había sucedido en dos años. Antes, a menudo vislumbraba una silueta, un cabello cobrizo… alguien más alto que la mayoría. Entonces su boca se secaba, su corazón latía temeroso y ella caminaba al otro lado por si acaso era él; por si la veía e intentaba alcanzarla para hablar con ella. Así que cuando le sucedió otra vez y, en Dorchester, se sorprendió muchísimo. Aunque por suerte no respondió con el pánico acostumbrado. De hecho se convenció de que no podía ser él en ese coche, después de cuatro años y mucho menos en Dorchester.

Cuando lo vio por primera vez, él iba al volante de su auto. No era el coche negro de un hombre de negocios, sino un convertible de color crema de techo azul marino. Se detuvo en el camino, lanzando grava en todas direcciones.

Bella estaba arrodillada, deshierbando el frente de la casa, cuando el conductor irrumpió en su mente esa cálida tarde de julio. Una sola mirada al hombre, la hizo sonrojarse. Era el hombre más atractivo del mundo. Se detuvo frente a su casa y la miró. Bella se humedeció los labios y se limpió la tierra en la parte posterior de sus jeans.

—Hola —saludó él, abrió la puerta y sacó una pierna. Usaba pantalón de gabardina de color verde seco y una camisa de color crema. Con su cabello lacio y oscuro, peinado hacia atrás contra su piel bronceada, era el epítome de la elegancia casual.

—Hola… —dijo Bella nerviosa, tratando de no ver su camiseta rosa manchada del color del césped y los jeans viejos. Su apariencia era casual, pero nada elegante.

Él se acercó a ella y Bella se levantó de prisa para no estar en desventaja, aunque no debería importarle. El problema era que, a pesar de que cumpliría veinte años, en dos meses, Bella acababa de salir de la escuela religiosa. Aún estaba envuelta en sueños de colegiala sobre extraños espigados, morenos y guapos. Era ridículo, ya que el hombre tendría unos treinta años y seguramente visitaba a su padre por algo… aun así, deseó estar sentada en una silla de mimbre, con un hermoso vestido floreado, leyendo poesía y bebiendo té helado.

—Estoy perdido… —anunció él—. Quiero llegar a Dorchester, pero llevo horas perdido en estos caminos.

Bella deseó que surgiera una ventisca para meterlo en la casa y ofrecerle sopa caliente y una buena cama para pasar la noche.

—Ah… Dorchester —murmuró ella como si apenas recordara el lugar. Después se controló—. Es muy fácil. Viras a la izquierda en la carretera; después sigues hasta una curva a la derecha. Creo que es la primera, si no tomas en cuenta el camino a la granja de los Hayward, porque ese no tiene salida, aunque quizá sea el segundo. Después de un rato, más bien largo, hay una especie de puente jorobado. Sabrás si es el camino equivocado porque pasarás por una iglesia.

El hombre levantó las manos a la defensiva.

—Oye, oye… espera un minuto.

—Perdón —hizo una mueca—. ¿No me entendiste? No soy buena para dar direcciones. El problema es que he vivido aquí siempre y pienso que todos saben la localización de todo. ¿Me entiendes?

El hombre sonrió con diversión.

—Ah, ya sé qué hacer —exclamó ella con inspiración—. Iré contigo y te mostraré el camino. Es mucho más fácil.

Seguramente lo asustaba la idea, aunque mantuvo fija su linda sonrisa. ¿Y qué? Un hombre como él no se interesaría en una chica como ella, lo sabía. Sin embargo, contaría con la experiencia de viajar al lado de un hombre guapo en un coche maravilloso. Sería muy divertido y no pasaría nada.

—¿Cómo regresarás? —preguntó él.

—En autobús. De todas formas, debo ir al pueblo. Necesito comprar algunas cosas.

—¿No te aconsejaron no aceptar invitaciones de extraños? —la reprendió con ironía.

—Me criaron muy mal —sonrió—. Puedes preguntárselo a quien quieras. Además, yo me invité y no es lo mismo.

—¿No deberías avisar a alguien? —preguntó él con una risa.

—Sólo a mi padre —se encogió de hombros—. Se enfurecería si lo molesto —explicó. Trabajaba como loco para terminar la labor requerida—. Además, se irá a Australia en unos días, y estaré sola, así que no le molestará —su padre confiaba en que era una chica sensata. Además, tenía muchas amigas con las que ella podía quedarse, si quería.

Él frunció el ceño. Ay, Dios… comenzó a buscar una forma de deshacerse de ella. Si tan solo estuviera sentada en una silla de mimbre, bebiendo té helado, sin saber qué hacer, y con el cabello recogido en un moño…

A pesar de ser alta, Bella parecía una chica de doce años. Su largo y sedoso cabello de color café estaba trenzado a la nuca con una cinta verde. La línea de su alta frente se veía invadida por mechones rebeldes. Un rizo cayó sobre su pequeña nariz, dándole el aire de un gatito curioso.

Ella sopló contra el mechón.

—Hago lo que quiero —explicó, tratando de indicarle que era mucho mayor de lo que parecía—. Me iré en octubre a la universidad. De hecho debí irme el año pasado, pero hice un año extra de bachillerato.

¡Ya! con eso él adivinaría su edad. Bella sonrió ampliamente, de forma confiada. La sonrisa mostró unos dientes grandes, pero parejos y blancos, y sus ojos de color café destacaron en su rostro angular. Para su desgracia, Bella a los diecinueve años, aún poseía la belleza fresca e intacta de la niñez.

—¿No hay nadie más? —preguntó él.

—No. Mi madre se fue —explicó ella y él frunció el ceño.

¡Oh, Dios! La forma en que lo dijo daba a entender, que su madre había muerto. Era horrible.

—Pues… ya no vive aquí —continuó—. Se fue al extranjero. Se volvió a casar. Es muy feliz. Mucho, muy feliz. Extraordinariamente feliz —enfatizó. Eso estaba mejor, así su madre parecería muy viva. Bella no quería darle la impresión de ser una huerfanita o algo así.

El hombre continuó estudiándola, con cierta suspicacia en esos astutos ojos verdes rodeados de densas pestañas negras.

—Bien, si vienes conmigo será mejor que nos presentemos. Soy Edward. Edward Masen.

—Bella Swan —susurró ella, mordiéndose el labio para no mostrar una sonrisa de satisfacción. Edward… ah sí, le iba bien el nombre. Edward Masen. Sí. Sonrió un poco y después se apresuró hasta el coche antes de que él se arrepintiera.

Bella iba a abrir la puerta cuando él la detuvo. Así que había cambiado de opinión. Bueno, seguiría deshierbando…

El hombre posó la mano en su antebrazo desnudo y después habló con frialdad:

—Perdón, Bella… —expresó y después le sacudió el trasero—. Así está mejor —concluyó con una amplia sonrisa.

Bella casi brincó cuando Edward le sacudió el trasero. Después recordó que se había limpiado la tierra de las manos en sus jeans. Sabía que su rostro estaba enrojecido… de hecho sentía que todo su cuerpo se sonrojaba.

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Iban camino a Dorchester cuando se atrevió a mirarlo de nuevo. La brisa le agitaba el cabello que era ligeramente canoso, lo cual lo hacía parecer de mundo y experimentado. Sus pómulos eran altos, las cejas rectas y la boca bien formada. Esos ojos verdes profundo que la estudiaron intensamente antes de limpiarle el pantalón… ¿cómo diablos podía impresionar a alguien como él? Ni siquiera podía hablarle. Se volvió a contemplar el paisaje de verano y no le pareció tan extraordinario como siempre. Palidecía al lado de él, pensó y sofocó una risita.

Antes de llegar al centro del pueblo, recordó que no llevaba dinero. Metió los dedos en un bolsillo y después en el otro por si acaso hallaba una moneda. Nada. Claro, en ese momento él la miró mientras esperaba el cambio de luces.

—¿Qué pasa, Bella?

—Nada.

—Te veo preocupada.

—¿Sí? Quizá es de herencia. La gente suele decir que estoy preocupada cuando no lo estoy.

—No tienes dinero, ¿verdad?

—Pues… yo…

—Vamos, admítelo.

—Bueno, en realidad no importa. Tengo a mi amiga Ángela de la escuela. Su padre tiene una tienda de abarrotes. Si ella no está, el señor Webber me prestará algo de dinero.

Edward condujo por las estrechas calles del viejo pueblo comercial y señaló un lindo salón de té.

—Te veré ahí… —anunció firmemente y miró el reloj—, a las cinco y media. Si llegas antes que yo, ordena algo. Yo pagaré cuando llegue y te llevaré a tu casa.

—No, estaré bien, de verdad. Conozco cientos de personas en Dorchester y…

—A las cinco y media. Es una orden.

Bella asintió con mortificación. Ella sólo había querido dar un breve paseo en un día soleado, en un convertible, con un extraño alto y guapo. Sólo se trataba de un agasajo para la parte más juvenil de su ser. Era terrible. No había querido molestarlo ni forzarlo a que la regresará a casa. Era una tonta…

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El hombre llegó poco después que ella, transformado en algo enigmático y austero, vestido de traje y corbata. Bella no había ordenado nada y Edward lo desaprobó; después pidió té y bollos para los dos.

—Cuéntame sobre ti —la alentó, tomando un bollo y untándole mantequilla.

—¿Qué quieres saber?

—No sé —se reclinó y la miró intensamente—. ¿Por qué pasaste un año extra en la escuela?

Bella se frotó la nariz con un dedo. No era una pregunta fácil.

—Yo… repetí el quinto año.

—Pero no eres tonta. Después de todo, tienes un lugar en la universidad.

—Pues… sí. Bueno, tuve algunas distracciones ese año. Problemas familiares.

—Ah. Tu extraordinariamente feliz madre, supongo…

Bella respingó. Odiaba hablar de eso. Se recuperó, pero no fue fácil. Su madre se había enamorado de otro hombre; su querida madre, a quien amaba y a quien le tenía confianza. Aún eso no habría sido tan malo. Esas cosas pasaban. Ella sabía que su madre no se iría. Después de todo, ya había tenido una relación anterior con ese hombre y habían terminado. No se fue aquella primera vez, y no lo haría la segunda vez. Lo sabía porque había escuchado a su madre hablar con Alice, su hermana mayor. Su madre estaba llorando y decía que no podía romper a la familia. Dijo que se recuperaría con el tiempo, pero Alice… Alice, imperdonablemente, la alentó.

"Debes irte con él, mamá, había dicho Alice. Llévame contigo", le rogó. "Podemos hacer una nueva vida. Por favor, mamá, por favor. Debes hacerlo. Tú lo amas", insistió una y otra vez hasta que Bella casi enfermó.

—Sí, algo así —respondió Bella—. Además, no quería arruinar mi educación sólo por un problema —agregó con alegría—. Así que hice un año extra. Fue maravilloso porque conocí a muchas chicas del año anterior e hice amigas. Es tonto que las alumnas no se hablen si son de otro grado, ¿no?, bueno, así era en mi escuela. Yo ni siquiera le hablaba a Ángela Webber y ahora somos buenas amigas —terminó de pronto y tomó un sorbo de té. Era tonto parlotear como una niña sobre la escuela, pero era preferible a hablar de su madre y de su hermana. No lo miró a los ojos. Seguramente pensaba que era una retrasada mental.

Edward no dijo mucho ahí, ni en el camino de regreso a casa. Tampoco le hizo más preguntas sobre ella. Bella lo había echado a perder; había tantas cosas que pudo decir para no parecer inmadura y tonta: su interés por la historia, sus planes para el jardín… así que se sorprendió muchísimo cuando él se detuvo frente a la casa y se bajó del coche también.

—Yo puedo ir sola —anunció, convencida de que la creía una imbécil.

—Entraré y te esperaré —respondió él—. Puedes cambiarte y te llevaré a mi hotel a cenar.

—¡Dios! —exclamó abriendo enormes ojos—. Qué amable, pero no es necesario. Ya te di muchos problemas.

—Será un placer —murmuró y le sonrió para alentarla.

Bella se sintió débil de emoción cuando lo guió dentro de la espaciosa casa, hasta la sala. Su padre seguía en el viejo establo tallando los bloques de piedra, y el ama de llaves estaba de vacaciones. Cuando corrió arriba para cambiarse, se percató de que debió invitarle a beber algo. Titubeó. ¿Debería bajar? No. Se apresuraría a vestirse antes de que él se arrepintiera.

Regresó a la sala, sin aliento y transformada, con un vestido, blanco bordado. Su cabello caía sedosamente sobre sus hombros hasta la espalda.

—Debí decirlo antes —se disculpó—. ¿No quieres algo de beber?

—No, gracias —miró su reloj—. Vamos. Estás linda.

El cumplido casi la derrite. ¿Cómo sobreviviría a la universidad si se mareaba con el cumplido de un hombre que no estaba interesado en ella? Edward le dijo que permanecería dos semanas trabajando en Dorchester. Hasta la compañía de ella era mejor que pasarlo solo en un pueblo aburrido, decidió Bella. Cuando entrara a la universidad debía tener cuidado de no emocionarse con el primer joven que la halagara. Sobre todo si tenía ojos verdes, porque tenía preferencia por ese color, a juzgar por su reacción ante Edward.

Y todo empeoró durante la velada. Cuando Edward la tomó del brazo para llevarla a la mesa. Bella casi se desmayó de emoción. Su tacto era ligero y tibio y le erizó la piel. Después, la mano de él le rozó la cintura cuando la ayudó a sentarse. Sintió algo nuevo, poderoso, como una descarga eléctrica. La piel le cosquilleó, y un calor muy especial le invadió las entrañas. "He despertado", pensó con excitación cuando él se sentó frente a ella. "Hacía un momento era una niña. Ahora soy una mujer".

La sensación la acompañó durante toda la cena. Era una sensación de espera, de promesa. Observó la forma en que la boca de Edward se movía cuando hablaba, la forma en que ocupaba el espacio frente a ella. Observó las manos grandes que manipulaban la cuchillería y el pan. La sensación crecía un poco cuando observaba el movimiento de sus labios, el pecho que se expandía a cada respiración, los dedos partiendo el pan. El sentimiento anticipaba el momento en el que no hubiera una mesa entre ellos, cuando pudiera tocarlo. 

Era extraordinario, pero conforme la cena progresaba, Bella se convenció de que él también preveía ese tiempo y lo esperaba igual que ella.

Edward le preguntó sobre ella. La emoción la hacía voluble. Se rió, se mordió un labio y le contó muchas cosas, pero tuvo cuidado de guardar el secreto de aquella época lastimosa de su vida. Él le contó sobre su abuelo francés canadiense, y sobre los negocios de bienes raíces que tenían. Edward era británico, pero su padre se había ido al extranjero, y después él lo había seguido para aprender el negocio desde la matriz. Más tarde Edward había tenido que regresar para ampliar las sucursales europeas y británicas. Pero Bella no puso mucha atención, estaba muy interesada en observarlo y esperar.

Cuando la llevó a la casa, él le tocó el codo varias veces, cuando la ayudó a bajar, pero no la besó. Era raro, pero a Bella le complació. Él era mucho mayor que ella, muy experimentado. Se alegraba de que la esperara.

—Debo pasar dos días de negocios en Londres —anunció él cuando partía—, pero estaré en contacto.

Una vez más, Bella no se decepcionó. Por alguna razón sabía que no era una excusa. Tan pronto se desocupara iría a verla. Había algo en la cargada atmósfera de la velada que no dejaba lugar a dudas.

Su padre la esperaba cuando entró.

—¿Fuiste a algún lugar divertido? —preguntó, frotándose la barba.

—Mmm… —dijo y de pronto estalló—. ¡Oh, papá! Creo que estoy enamorada.

—Bien hecho —hizo una mueca divertida y complacida.

—¿Es todo lo que dirás?

—¿Qué se supone que debo decir? —se encogió de hombros.

—No sé. Tú eres el padre. Debes saber qué decir cuando tu hija llega y te dice que se ha enamorado por primera vez.

—Ah —parecía sorprendido. Frunció el entrecejo y se rascó más la barba. Después, la inspiración le llegó—. No olvides usar anticonceptivos —anunció con humor.

—¡Papá! —gimoteó—. Se supone que no debes decir eso, ya que tú escogiste criarme en un pueblo. No puedes educar a una hija de forma protectora y después decir cosas así. Terminaré neurótica. ¡Válgame!

—Bien, Bella —suspiró de mala gana—. Entonces, ¿qué debo decir?

—Debes hacer preguntas sobre él y todo eso, creo.

—¿Por qué? ¿Te pidió que te casaras con él?

—No, claro que no. Sólo ha salido con él una vez.

—Bueno, entonces… —la abrazó por la cintura—. Qué bueno que me digas cómo debo educarte. Estaríamos perdidos el uno sin el otro, ¿eh?

Lo abrazó con afecto. Lo extrañaría mientras estuviera de viaje, aunque estaba ansiosa por una probar la independencia. Su padre se había portado maravillosamente cuando su madre y Emma los habían abandonado. Fue fuerte y decidido a pesar de su propio dolor. Hablaba de ellas con tanta ternura que Bella supo que su padre no sabía cómo lo había rechazado Emma. Ella evitó mencionar el tema por temor a revelar la verdad sobre su hermana. Lastimaría a su padre enterarlo de lo que Emma hizo y no merecía la pena.

—¿Estarás bien mientras no esté aquí? —preguntó su padre con seriedad.

—Claro. Sabes que sí. ¿Por qué lo preguntas?

—Ah, no sé. Supongo que enamorarte quizá cambió tu opinión.

—Dios, no. ¡Estás bromeando! Me darás algo que hacer mientras estás lejos. Además, así no tendré que presentártelo.

—¿Por qué? ¿No lo aprobaría?

—Claro que sí. Acabo de descubrir que tengo un gusto impecable en hombres. Parece que en los hogares bien educados uno debe traer al novio para el té del domingo. Tú siempre estás irritado los domingos, papá, sobre todo a la hora del té. Odias los programas de radio de fines de semana. Dices que interrumpen tu rutina y que no puedes concentrarte en tu trabajo. Andas pateando y rechinando los dientes por toda la casa. ¿Recuerdas?


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Capítulo II

8 comentarios:

  1. Esto esta muy interesante quiero mas. Gracias yenni

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  2. Pues Bella le gustó o no? Quisiera saber el punto de Edward.

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  3. Me encanto, continúa por favor, estoy ansiosa por leer más. Gracias.

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  4. Gracias hermosa me súper encantó gracias gracias gracias gracias

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  5. Jummmm este Edward es muy enigmático... Sobre todo porque no muestra como le parece Bella....
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  6. Padre el fic!!! Siguela, solamente no demores en actualizarla

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  7. Hola me gusta como suena.

    Nos seguimos leyendo.

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