Capítulo Once - Final Amor Tormentoso



—Buenos días —dijo Bella. Había llegado el momento de estar cara a cara con Edward después de la extraordinaria conversación que habían tenido la noche anterior, y la invadió la timidez.

—Buenos días —dijo Edward fijándose en ella.

Bella llevaba vaqueros y chaqueta y tenía el pelo revuelto. Edward se preguntaba si sería un espejismo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—Estaba poniendo el aire acondicionado —dijo Bella.

—Dale al otro botón.

Bella se sonrojó al comprobar la exultante masculinidad de Edward. No sólo estaba desnudo, estaba excitado, y, aparentemente, ya no sentía ningún rubor porque ella le mirara.

—Estamos casados —dijo Edward con una sonrisa burlona—. Si no quieres mirarme, nadie te obliga a hacerlo.

Bella lo miró. Por la expresión de sus ojos, se dio cuenta de que volvía a haber una barrera entre ellos. Había ido al hotel llena de esperanzas, de felicidad, porque él, finalmente, había admitido lo que sentía por ella, pero en aquellos momentos se daba cuenta de que había vuelto a esperar demasiado. Estaba claro que Edward se negaría a admitir nada, que estaba dispuesto a mantener las distancias a toda costa. Ni siquiera el niño significaba nada para él. Vivirían juntos, pero como dos extraños, con el niño como único lazo entre ellos. Podía ver con claridad los largos y solitarios años en que lo amaría sin ver su amor recompensado, sin esperanza.

—He venido a decirte que regreso a Tucson —dijo con frialdad—. Eso es lo que quieres, ¿verdad? —añadió al verlo tan sorprendido—. Te casaste conmigo porque creías que era lo que debías hacer, pero te has arrepentido y no quieres verme. Te hago perder el control y eso es algo que no puedes soportar. Bueno, pues ya no tendrás que preocuparte. He hecho las maletas y mañana ya no estaré en tu casa.

Edward se levantó. Desnudo era intimidador. Se acercó a ella y la tomó en brazos inesperadamente y la llevó hacia la cama.

—¡Bájame! ¿Qué te crees que estás haciendo?

—¿Quieres que te dé una pista?

La puso sobre la cama y se echó encima. La agarró por las muñecas y las puso por encima de la cabeza, sobre el colchón.

—¡Te odio! —dijo Bella con furia y con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Te odio, Edward!

—Claro que sí —dijo él.

A Bella, perdida en un torbellino de emociones, su voz le sonó muy dulce. Pero debía estar equivocada, pensó. Edward entrelazó los dedos con los suyos y se inclinó para besarla suave, tiernamente. Apretó el pecho contra el de Bella y deslizó las piernas entre las suyas. El silencio magnificaba la respiración agitada de Bella y el ruido de sus cuerpos.

Bella le echó los brazos al cuello, él deslizó las manos bajo el cuerpo de Bella y luego la desabrochó los botones de la camisa y bajó la cremallera del pantalón. Bella, se daba cuenta de cada uno de los movimientos de Edward, que la desvestía sin dejar de besarla. Le acarició los pechos y le besó los pezones mientras le quitaba la ropa, hasta que quedó completamente desnuda. Bella notó el vello de su pecho y sintió cosquillas, luego su cuerpo se estremeció de deseo.

Edward no decía nada. La besó de la cabeza a los pies, como nunca había hecho. La acarició con un misterio que la habría vuelto loca de celos al pensar en las mujeres que le habían enseñado aquellas caricias, si hubiera sido capaz de pensar. La besó con intensidad, con frenesí, sin dejar de acariciarla, como si el placer de Bella fuera para él lo más importante del mundo. Era como si encendiera hogueras y las apagara una y otra vez hasta llevarla hasta el límite de la locura. Bella gemía con alivio cuando él abandonaba sus expertas caricias.

Pero fue mucho, mucho tiempo después cuando, finalmente, él se abrió paso entre sus piernas para hendir el oscuro y dulce misterio de su cuerpo, cubriendo la boca de Bella con la suya mientras empujaba suavemente.

Bella se puso ligeramente tensa, pero no opuso resistencia, al contrario, suspiró y se apretó contra él, y él empujó un poco más. Edward nunca había sido más dulce, más lento, más tierno. Notaba su cariño, su amor. Bella no abrió los ojos, no trató de mirarlo. Yacía sumergida en el placer de cada uno de sus suaves movimientos, gimiendo rítmicamente bajo la exquisita oleada de placer que cada vez era más y más profunda.

Con enloquecedora precisión, Edward llevó el placer hasta un crescendo que la dejó susurrándole palabras que la hubieran sorprendido unos minutos después. Pero en aquellos momentos no existía el futuro, ni la vergüenza. Todo su cuerpo era un ruego, un temblor. De repente, Edward la penetró aún más y comenzó a moverse con un ritmo lento, profundo e interminable que la llevó dando vueltas hacia una luz cegadora. Le clavó las uñas en la espalda y tembló y gritó entre sus labios con angustia y deleite. Las lágrimas corrieron por sus mejillas y vivió el mayor éxtasis de placer que había sentido nunca, tan profundo y conmovedor que casi se confundía con el dolor.

Sólo entonces, al ver los espasmos de placer de Bella, Edward buscó su propia plenitud. Y fue como la vez anterior, espasmos de ardiente placer que crecían y crecían y de repente estallaban en una explosión de luz y calor que le convertían en un ser sin forma, ni pensamiento. Él era parte de ella y ella parte de él. No había nada más en el mundo, sólo ellos dos. Sólo... aquel placer...

*~AT~*

Edward se apoyó sobre un costado y la miró. Bella apartó la vista, pero él la tomó por la barbilla y la obligó a mirarlo.

—Bueno, ¿todavía quieres dejarme después de eso? —le preguntó—. ¿O quieres convencerme de que todas esas cosas que me has susurrado al oído son el resultado de un momento de locura?

Bella se levantó y se dirigió al baño para vomitar. Llegó justo a tiempo. El corazón le latía con tal fuerza que parecía que iba a partirle el pecho y tenía los ojos llenos de lágrimas. Qué monstruo era Edward, pensaba, burlándose, aprovechándose de lo que le había dicho en los momentos más íntimos. ¿Y dónde había aprendido a acariciar de aquella manera? ¿Acaso era un seductor, un mujeriego?

Edward se anudó una toalla en la cintura y, con un suspiro de resignación, empapó una toallita en agua y se agachó junto a Bella. Cuando se le pasó el mareo, le limpió la cara, la llevó a la cama y la tapó con la sábana.

—Dame la ropa —dijo Bella—. ¡No puedo irme así!

—No hay ningún problema porque no vas a ninguna parte —dijo Edward, recogió la ropa de Bella, abrió la ventana y la tiró.

Bella se quedó de piedra, observando cómo llevaba a cabo el acto más irracional que le había visto hacer.

—No he traído más ropa que ésa —dijo alarmada—. Y ahora incluso mi ropa interior, ¡mi ropa interior, por Dios! ¿Cómo voy a salir de la habitación? ¿Cómo voy a salir del hotel?

—No vas a salir —replicó Edward, observando la tersa y morena piel de los hombros de Bella—. Dios, qué guapa eres. Me cortas en aliento cuando estás desnuda.

Bella guardó silencio. No sabía cómo salir de aquella situación.

Edward se sentó a su lado y sonrió.

—Supongo que no puedo esperar que lo entiendas todo de una vez —dijo Edward con ternura y acariciándole el pelo—. Mientras tratas de comprender la situación, voy a llamar para que suban algo de comida. ¿Te apetece helado de fresa y melón?

Era el postre favorito de Bella, aunque no sabía que Edward lo supiera. Asintió lentamente.

—¿Y té?

—La cafeína...

—Leche fría entonces —dijo Edward sonriendo.

Bella asintió de nuevo.

Edward descolgó el teléfono y habló con el servicio de habitaciones. Luego abrió su maleta, tomó una camisa limpia y la dejó sobre la cama.

—No uso pijama —dijo—, pero puedes ponerte eso cuando entre el camarero.

—¿Y tú? —preguntó Bella algo incómoda.

Edward la miró con humor.

—¿No te gusta que te vean con un hombre desnudo, aunque sea tu marido?

Bella se sonrojó.

—¿Y eras tú la que me llamabas mojigato? —dijo Edward levantándose y tirando la toalla para ponerse los pantalones—. ¿Mejor? —le preguntó abrochándose el cinturón.

Bella lo miró con puro placer, observando su amplio pecho, cubierto de vello, su estrecha cintura, sus largas y poderosas piernas. Le encantaba mirarlo, pero sabía que si lo hacía tendría problemas otra vez, así que apartó la vista.

Edward se dio cuenta. Volvió a sentarse sobre la cama y con un largo suspiro apoyó la mano en el hombro desnudo de Bella. Estaba fresco y húmedo. Bella estaba pálida.

—Adelante —dijo Edward—, mírame. Ya no me importa. Supongo que anoche te conté todo lo que había que contar. No recuerdo muy bien lo que dije, pero seguro que fui elocuente.

Bella lo miró con cautela. No dijo nada, pero tenía un gesto de resignación y tristeza.

Edward hizo una mueca.

—Bella...

Bella enterró la cara en la almohada y apretó los puños.

—Déjame sola —susurró tristemente—. Ya has tenido lo que querías y ahora me odias otra vez. Siempre es lo mismo, siempre...

Edward la tomó y la estrechó entre sus brazos. Frotó la cara contra su pelo y su cuello.

—Te quiero —dijo con voz grave—. ¡Te quiero más que a mi vida! Maldita sea, ¿es que no es suficiente?

Era lo que había dicho la noche anterior, pero en aquellos momentos estaba sobrio. Quería creerlo desesperadamente, pero no confiaba en él.

—Tú no quieres quererme —dijo sollozando y apretándose contra él.

Edward suspiró pesadamente, como si dejara escapar una carga intolerable.

—Sí quiero —dijo después de una larga pausa. Parecía derrotado—. Te quiero a ti y quiero a tu hijo. Quiero abrazarte en la oscuridad y hacerte el amor a la luz del día. Quiero consolar tus lágrimas con besos y compartir contigo las alegrías. Pero tengo miedo.

—No, tú no —susurró Bella acariciando el pelo de la nuca de Edward—. Tú eres fuerte y no tienes miedo.

—Sólo tengo miedo contigo —confesó Edward—. Sólo por ti. Nunca lo tuve hasta que apareciste tú. Bella, si te perdiera, no podría vivir.

A Bella le dio un vuelco el corazón.

—Pero no vas a perderme —dijo—. No voy a salir corriendo. No quería irme, pero pensaba qué tú querías que me fuera.

—¡No! —exclamó Edward con voz grave, y levantó la cabeza. Tenía un gesto sombrío, de preocupación—. No quería decir eso. Lo que quería decir es que podría perderte cuando tengas al niño.

—¡Por Dios santo!

—Algunas mujeres todavía se mueren al dar a luz —murmuró incómodamente—. Mi madre murió.

Bella estaba conociendo cosas sobre él que nunca se habría atrevido a preguntar.

—¿Tu madre murió al dar a luz? —le preguntó con delicadeza.

Edward asintió.

—Estaba embarazada. No quería tener al niño y trató de abortar, pero mi padre se enteró y la amenazó con quitarle su asignación. Ella olvidó el asunto, pero algo salió mal. Estaban de viaje aunque el embarazo estaba muy avanzado. Sólo había una pequeña clínica, y un solo médico —dijo Edward suspirando—. Y murió. Mi padre la quería mucho, tanto como quiso a tu madre. Tuvieron que pasar años para que se recobrara. Se sentía responsable. Y yo me sentiría responsable si algo te ocurriera.

Bella entrelazó sus dedos. Era abrumador que la quisiera tanto. No quería librarse de ella, al contrario, estaba aterrorizado ante la posibilidad de perderla.

—Soy fuerte y tengo buena salud y quiero tener a nuestro hijo. Quiero vivir —dijo suavemente—, yo no podría dejarte, Edward.

Edward la miró. Bella tenía una expresión contenida, firme. Le acarició los labios con un dedo tembloroso.

—Algún día confiarás en mí —dijo Bella con dulzura—. Te darás cuenta de que nunca te haría daño deliberadamente, ni trataría de hacerte sentir menos hombre porque me quieras.

Edward apoyó la mano en su mejilla.

—Y no me dejarás —añadió con una sonrisa penetrante.

—No. Sin ti no puedo vivir —dijo sonriendo con ternura, y tomó la mano de Edward y la puso sobre su regazo—. Estoy embarazada. Tenemos un futuro en el que pensar.

—Un futuro —dijo Edward, y le tembló la mano—. Supongo que voy a tener que dejar de vivir apegado a mis malos recuerdos. Va a ser duro.

—El primer paso es mirar hacia delante.

Edward se encogió de hombros y sonrió.

—Supongo que sí —dijo—. ¿Hasta dónde hay que mirar?

—Hasta los primeros grandes almacenes —dijo Bella con humor—. No puedo pasarme el día desnuda.

Edward apretó los labios y, por primera vez desde que Bella llegó, parecía muy tranquilo.

—¿Por qué no? —preguntó—. ¿Es que ya estás satisfecha?

Bella lo miró.

—¿Lo estás? —insistió Edward—. Porque quiero hacer el amor otra vez.

—¿A la luz del día?

Edward se encogió de hombros.

—Igual que antes —dijo muy serio—. Has cerrado los ojos. No lo vuelvas a hacer, no volveré a quejarme. Siento haberte avergonzado porque querías ver algo tan hermoso.

Bella no sabía cómo tomarse aquel repentino cambio de actitud. Lo miró a los ojos, pero no vio más secretos. Ya no le escondía nada.

—Lo sé —murmuró Edward tristemente—. Todavía no puedes confiar plenamente en mí, pero ya lo conseguiremos.

—¿Lo haremos?

Los golpes en la puerta interrumpieron la respuesta de Edward. Bella se puso la camisa rápidamente y se la abrochó, mientras Edward fue a abrir al camarero, firmó la cuenta y le dio una propina.

—Quítate eso —murmuró al cerrar la puerta otra vez.

—No.

—Sí. Pero primero, vamos a ver qué le damos a tu estómago —dijo Edward.

Tomó un plato con helado de fresa y se sentó en la cama. Tomó una cucharada y se la ofreció a Bella.

Bella se quedó un poco sorprendida.

—Tú me diste de comer cuando estaba en el hospital —dijo Edward—. Ahora me toca a mí.

—Yo no estoy herida —replicó Bella.

—Sí que lo estás —dijo Edward—. Aquí.

Edward puso la cuchara en la mano que sostenía el plato y con la mano libre tocó el pecho de Bella a través de la camisa. Notó la inmediata respuesta, pero no continuó, sino que volvió a ofrecerle el helado.

—Vamos —dijo—, te sentará bien.

Bella se imaginó a Edward con un bebé en brazos, sonriendo, exactamente como estaba, tratando de meterle la cuchara en la boca, y sonrió mientras tomaba el helado.

—¿En qué estás pensando? —dijo Edward.

—En un bebé, que no querrá ni jarabe ni espinacas.

La mirada de Edward se ensombreció, pero no con irritación. Respiró profundamente y le dio a Bella otra cucharada.

—Creo que también tendré que cambiar pañales y preparar biberones —murmuró Edward.

—Nada de biberones —dijo Bella—. Quiero darle el pecho.

Edward se quedó quieto y miró a Bella, aturdido al comprobar que aquella afirmación le había excitado.

Al ver la quietud de su cuerpo, su mirada sombría y el ligero color de sus mejillas, Bella se dio cuenta de lo que pasaba y se le hizo un nudo en la garganta. Lo imaginó mirándola mientras le daba el pecho al niño.

—Estas temblando —dijo Edward con la voz trémula.

Bella se movió inquieta y se rió nerviosamente.

—Estaba pensando en ti, mirándome dar de comer al niño —dijo.

—Yo también.

Bella se fijó en su boca. Tuvo que contener el aliento al sentir una oleada de deseo.

—Santo Dios —dijo Edward, dejó el plato en la mesilla, porque estaba temblando, y al volver a mirarla, Bella se había desabrochado la camisa. La abrió y observó a Edward, que miraba sus pechos erguidos.

Le agarró la cabeza con manos temblorosas y se tumbó, haciendo que Edward la besara los senos. Edward la besó con ardor, apasionadamente, apretándola contra la cama.

—Estoy demasiado excitado, voy a hacerte daño.

—No, no me vas a hacer daño —dijo Bella apretándolo contra sí, arqueándose bajo su boca ardiente—. Oh, Edward, Edward, es la sensación más dulce que...

—Sabes a pétalos de rosa. Dios, nena, no creo que pueda esperar.

—No importa —dijo Bella sin aliento.

Le ayudó a quitarse la camisa y apartar las sábanas y a ponerse sobre ella. Luego lo guió dentro de sí. Esperaba que fuera desagradable, pero no lo fue.

Edward sintió la facilidad de la posesión y levantó la cabeza para mirar a Bella a los ojos besándola con dulzura.

—Te dejo... que mires —susurró, estremeciéndose al notar la creciente tensión—. No me importa. Te quiero, te quiero, Bella, te quiero.

Bella observó a Edward, su rostro tenso, el rubor que se extendía por sus mejillas y los ojos que se dilataban a medida que aumentaba el ritmo frenético de sus cuerpos, la pasión desenfrenada. Edward separó el pecho del de Bella y apretó la mandíbula.

—Mira... —pudo decir antes de perder por completo el control.

Bella anduvo con él cada paso del camino. Se apretó contra él, que empujaba con violencia y frenesí, para darle la mayor satisfacción posible. Se abrió a él y lo vio gritar en oleadas de éxtasis. Entonces también ella gritó y su cuerpo estalló en fragmentos de color, ardiendo mientras el mundo entero giraba a su alrededor.

Oyó muy lejana la voz de Edward, con un tono de preocupación.

—¿Qué ocurre? —decía.

—Nada, estoy bien —dijo y sus ojos, grandes y verdes, brillaron de satisfacción—. He dicho cosas increíbles —dijo sintiéndose incómoda.

—Cosas malvadas y eróticas —dijo Edward asintiendo—. Me encanta.

Se inclinó y la besó.

—No puede haber límites en lo que nos digamos en la cama ni en lo que hagamos. No pienso burlarme de lo que digas o hagas, jamás.

—Yo tampoco —dijo Bella—. Te he mirado.

Edward se sonrojó.

—Ya lo sé. Yo también te miré a ti.

Bella sonrió tímidamente.

—Pero no he podido ver mucho. Había estrellas explotando en mi cabeza.

—Y en la mía, así que tampoco te he podido ver bien. Supongo que empiezo a perder mis inhibiciones, poco a poco.

—Puede que yo también —dijo Bella apartando el cabello húmedo de Edward de su frente—. Me gusta estar así contigo. Me gusta que llegues lo más cerca posible.

Edward la abrazó y exhaló un largo suspiro.

—Tanta intimidad es nueva para mí —dijo.

—¡Ja! ¿Dónde aprendiste a hacer las caricias que me hiciste esta mañana? ¡No! —exclamó tapándole la boca—. No me lo digas. No quiero saberlo.

Edward la miró. Tenía un gesto de enfado.

—Sí que quieres, y yo te lo voy a decir. Las aprendí en una sucesión de noches cuidadosamente elegidas pero emocionalmente insatisfactorias. Las aprendí sin participar realmente en ellas. No, no mires a otro lado. Tienes que oír esto —dijo y Bella lo miró—. Me he acostado con otras mujeres, pero hasta que toqué tu cuerpo nunca había hecho el amor. Aquel día, en el suelo de mi estudio, fue la primera vez en mi vida que me di completa y deliberadamente a una mujer.

Bella se excitó.

—Pero no te gustó —dijo.

—Me encantó —dijo Edward—. No me gustó que me miraras porque no confiaba en ti. Cuánto lo siento. Concebimos un niño en el calor de aquella mañana. Siento que por mi culpa no sea para ti un recuerdo más feliz... para los dos.

—Yo no lo siento —dijo Bella y sonrió con malicia—. Mirarte fue la experiencia más excitante que nunca me había ocurrido.

—Me lo imagino —dijo Edward con ternura—. Porque esta mañana yo he podido mirarte a ti, todo el tiempo. Y ahora entiendo por qué lo hiciste.

Bella se apoyó sobre su pecho y besó a Edward en la boca, mordisqueando el labio superior.

—Porque querías ver el amor en mis ojos —susurró.

—Sí. Y eso fue lo que tú viste en los míos, por encima del deseo que me hacía tan vulnerable.

Al cabo de un largo instante, Bella respondió.

—Entonces no me di cuenta, pero es cierto, era el amor lo que no querías que yo viera.

—Sí —dijo Edward recorriendo la nariz de Bella con un dedo, disfrutando de la perezosa intimidad de sus relajados cuerpos—. Podría haberme ahorrado problemas. No has sabido lo que siento por ti hasta que no te lo dije anoche, medio borracho, ¿o sí lo sabías?

—No, no lo sabía —confesó Bella chascando la lengua—. Y me sorprendió tanto que tomé el primer avión para ver si lo decías en serio —dijo y lo miró a los ojos—. Al llegar pensé que no querías que estuviera aquí.

—Estaba sorprendido y contento porque me has evitado el problema de volar a Sheridan para demostrarte que he decidido dejarme llevar por mis sentimientos hacia ti.

Bella estaba tumbada ante él y Edward la miró maravillado y complacido.

—¿Te das cuenta? Antes ni siquiera podía mirarte —le dijo—. Me sentía incómodo al verte desnuda.

—Entonces estamos haciendo progresos.

—Aparentemente —dijo Edward y acarició un pezón. Frunció el ceño al ver las venas azules. El pezón estaba más oscuro y más grande. Deslizó la mano hacia su vientre y sonrió—. Dios mío, cómo has cambiado.

Bella sonrió complacida.

—En Navidad estaré como un globo —dijo.

Edward la acarició.

—Y tanto —dijo y le besó el vientre—. No le hemos hecho daño, ¿verdad?

—Los niños son muy fuertes —dijo Bella. Sabía que Edward estaba pensando en el niño que habían perdido—. Éste quiere nacer, lo sé.

Edward levantó la cabeza y la miró a los ojos. Permaneció en silencio largo tiempo. Sus ojos lo decían todo.

—No vas a perderme —dijo Bella—. Te lo prometo.

Edward suspiró profundamente.

—Está bien.

Bella se sentó y se apretó contra él.

—Tengo sueño —dijo.

—Yo también. Podríamos dormir un poco. ¿Estás mejor?

—Oh, sí. En realidad no me sentía mal —murmuró Bella chascando la lengua—. Al contrario, me he sentido demasiado bien.

Edward la abrazó con fuerza.

—Después de todo, la vida puede ser maravillosa.

—Hummm —murmuró Bella. Estaba soñolienta. Cerró los ojos y se durmió oyendo el latido del corazón de Edward. 


Historia Original
Diana Palmer - Un Asunto de Familia


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Nota:

Si leíste hasta aquí, gracias por acompañarnos en nuestras adaptaciones, como mencionamos en el grupo esta adaptación es la segunda parte de la adaptación "Mentiras y Rumores" en un principio la adaptación  iba hacer de Jasper & Alice, pero decidí subirla al blog como las parejas de Edward & Bella. En el menú de inicio de la adaptación encontraran dos PDF para descargar la versión Edward/Bella, así como la versión Jasper/Alice, por aquello que quieran la historia de Jasper y Alice después de "Mentiras y Rumores" eso esta el gusto de cada un@ de uds.

Gracias y nos leemos en las próximas adaptaciones.


8 comentarios:

  1. Muy buena historia y por fin Edward dejo sus miedos para ser feliz
    Gracias

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  2. Este ed fue muy cabeza dura pero me gusto mucho.gracias yenni la dos me gustaron

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  3. Me gusto mucho la historia muchas gracias por adaptarla!!!

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  4. Muchas gracias por esta adaptación!!!! Me encantó completamente y me fascina que por fin se hayan rendido el uno al otro, así Edward en el comienzo haya sido tan malo, por fin vio la luz ;)
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  5. Por fín Edward olvidó sus tonterías.

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  6. Gracias por todas las historias hermosa q publican

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  7. Fantastica historia...Mil gracias.

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  8. Hola me a facinado la historia algunas personas somls maliaimas para expresar los sentimientos.
    Nos seguimos leyendo.

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