Capítulo VI ~ Amarga Posesión


Edward llegó puntual a las ocho. Bella lo esperaba en los escalones con sus maletas; usaba una falda y chaqueta de color verde y una blusa blanca de cuello alto. Él la ayudó a subir al coche y después metió las maletas en el portaequipajes. Casi ni la miró, hasta que puso en marcha el motor.

—Te veo muy mal —comentó, y después metió la velocidad.

Bella no se molestó en responder. No quería pasar esos días con él, y no veía razón para ocultar su ira.

—Estás demasiado pálida. ¿Qué pasa? ¿Estás enferma o algo?

—No dormí bien —espetó con frialdad—. Adivina por qué.

Edward se quedó callado, y Bella miró por la ventana. Sin embargo, fue consciente de que Edward se volvía a ella de cuando en cuando.

Le sorprendió cuando le habló de sus planes para los hoteles. Por fin ganó un poco su interés y Bella contestó algunas cosas. Se relajó con la conversación neutral. Cuando el coche se abría paso entre el tráfico de Londres, Bella sintió el antiguo temor.

—¿A dónde me llevas? —preguntó.

—¿A dónde quieres ir?

—Qué más da. Contigo a mi lado todo es horrible.

—Esos comentarios son tontos. Seguramente te das cuenta de que tus protestas son una pérdida de tiempo.

Bella respiró hondo. Él debía estar equivocado. Aun así, en el bote se sintió tentada por él. Cuando la besó, también. Era una causa perdida.

—¿Eso crees? —inquirió con desdén—. Si insistes, al final me vas a hartar.

—No. Creo que tarde o temprano te darás cuenta de que podemos tener algo lindo juntos. Aún me deseas, Bella. Debo decir que dudé cuando hiciste las maletas, pero entonces mentías. Si no lo creyera así, no estaría aquí, contigo. Ha pasado mucho tiempo y no será fácil, pero tú también recuerdas cómo fue. Al final vendrás a mí.

—Estás cometiendo un grave error. Yo soy un objeto inconmovible. Tú no eres una fuerza irresistible.

—No planeo usar ni la fuerza ni la insistencia para lograr mi objetivo. Debido a que no eres un objeto inconmovible, eso quieres. Ayer en el lago, te conmoví.

—Un pelo de rana calva. Lo que tú buscas requeriría de un terremoto.

—Entonces compraré una casa en la falla de San Andrés y esperaré.

Bella lo miró con disgusto, pero él no se percató.

—Aún no me has dicho a dónde me llevarás.

—¿No? A Londres.

—¿Dónde nos hospedaremos? Si estás pensando en llevarme al mismo hotel que…

—Así es.

—¡Es decir que iremos allí! Déjame decirte que…

—No. Tienes razón. Sería una idea estúpida ir a ese hotel en particular. Lo compró una cadena multinacional y lo convirtió en algo sin carisma. No es a lo que estamos acostumbrados, ¿eh?

—Así que…

—Espera y lo verás. Además, tenemos negocios que atender. Vamos a almorzar con Carlisle y debemos hacer planes.

Qué bueno que Carlisle estaría con ellos. Eso la salvaba de estar todo el tiempo con Edward, Carlisle Cullen era un hombre guapo a sus cincuenta años, de cabello espeso de color blanco y una sonrisa divertida. Abrazó a Bella con fuerza cuando entró en el salón.

—Siempre me siento tentado a decir que creciste mucho, Bella. Aún pareces esa niña fresca que me atacaba con ciruelas podridas…

—Carlisle, ¿tienes que recordármelo cada vez que me ves? Además, era lo que te
Carlisle Cullen
merecías por llevarte a mi papá a Ámsterdam. Él me prometió llevarme a pescar y tú arruinaste un día perfecto. Si quieres emplear a escultores felizmente desempleados, y convertirlos en artistas malhumorados y ocupados, debes sufrir las consecuencias. De hecho, tenía una mejor idea que las ciruelas, pero las abejas no estaban de muy buen humor ese día.


—¿Cómo te llevas con nuestra Bella, Edward? —preguntó Carlisle con una sonrisa—. ¿Su conversación te enloquece? Es una suerte para nosotros que tenga una mente tan vivaz. Cuando parlotea es un placer escucharla. Imagínate si hablara así sobre los méritos de las diferentes marcas de jabón.

Edward estaba muy raro y callado. Miraba fríamente a la distancia. Parecía que no contestaría, ni ponía atención a la charla. Bella, tomó a Carlisle del brazo y contestó ella, avergonzada por la falta de atención de Edward. No quería que Carlisle descubriera nada.

—¡Oye! Tú también eres un latoso, sobre todo cuando te bebes una botella de oporto. Te merecerías que pasara la siguiente hora hablando de lo que pienso de los diferentes productos domésticos. De hecho, podría empezar con el amoníaco y terminar con Zebrite.

—¿Zebrite? —preguntó Edward.

Así que después de todo sí estaba escuchando. Bella arqueó las cejas con humor.

—No lo inventé —aseguró—. Es la marca de un pulidor de piedras, como el grafito. De hecho, es fantástico. Cuando alguna chimenea se raya, entonces…

—¡Bella! —gimió Carlisle—. ¡Por Dios, ya basta! Me retracto. Eres una mujer de poquísimas palabras. De verdad, querida.

Bella hizo una mueca, pero Carlisle ya ponía atención en su portafolios. Estaba muy impresionado por los diseños de la chica y la tomó del brazo para guiarla al restaurante. Continuaron provocándose amigablemente durante la comida, mientras Edward cortésmente regresaba la charla a los negocios cuando se desviaban del tema.

—Carlisle, estoy pensando en poner una pequeña fábrica bajo el control de Bella, para que pueda cumplir con la cantidad de mosaicos que necesitaremos. Por el momento está sola y necesitara ayuda profesional. ¿Qué te parece?

—Buena idea —replicó Carlisle—. En realidad, sería esencial. Si funciona bien, creo que nuestra compañía podrá darle muchísimo trabajo a Bella por varios años.

—Esperen un minuto —Bella frunció el ceño—. Yo no sabía nada de esto.

—No tienes otras opciones, Bella —Edward se encogió de hombros—. La piscina misma necesitará miles de mosaicos. Si tienes que pintarlos todos tú, necesitaremos meses. No tenemos tanto tiempo…

—No, pero ya hice arreglos para subcontratar a…

—Edward tiene razón —interrumpió Carlisle—. No puedes hacerlo todo tú sola. Una vez que la fábrica esté funcionando, podrás aceptar comisiones más grandes —sonrió con calidez y miró a Edward—. Heredó el talento de su padre, ¿sabes? Es un hombre tremendo este Charlie. Y un escultor brillante, con maravilloso sentido del humor. Puede hacer que un gato se ría, sobre todo cuando ha tomado cerveza. ¿Todavía almuerza en Fartner's Arms, Bella? Los locales lo quieren mucho.

Edward miró duramente a Carlisle.

—Qué raro —habló con suavidad—. Nunca conocí al padre de Bella —hizo una pausa y después insinuó—: Quizá es hora de que lo conozca.

Bella se humedeció los labios. Lo último que quería era a Edward y a su padre intercambiando anécdotas mientras bebían cerveza.

—Por el momento está muy ocupado —anunció—. Trabaja en una obra de arte, y odia que lo molesten.

—Quizá pueda encontrarlo a la hora del almuerzo… —advirtió Edward.

—Crees que eso le gustaría, ¿verdad? —preguntó ella con los párpados entrecerrados.

—Creo que sí —replicó Edward con frialdad.

—Mi padre escoge a sus propios amigos, y es muy selecto —protestó Bella.

—Esto no nos llevará a ninguna parte, Edward —interrumpió Carlisle, sintiendo la tensión—, ¿por qué no vamos a mi oficina para que veas las nuevas visualizaciones en la computadora? Podré ver detalladamente el portafolios de Bella, y charlar con ella sobre la fábrica.

Bella suspiró con alivio, pero Edward sacudió la cabeza.

—Esta tarde no, Carlisle. Tengo otras citas.

Una expresión de confusión se dibujó en el rostro de Carlisle. Esperaba una larga sesión con Edward, pero éste estaba de pie con decisión y una sonrisa encantadora. Sostenía la chaqueta de Bella, que seguía sentada sin comprender.

—Pues… yo estaría muy interesada en hablar con Carlisle y…

—¿No te mencioné las citas antes, Bella? Qué descuidado soy. Temo que te necesitaré conmigo —señaló y la sujetó del codo.

Bella no supo qué hacer. Podía armar un escándalo, pero una mirada de Carlisle le advirtió que sería tonto. Le sonreía cálidamente a Edward, ansioso por complacer a un cliente importante.

—Claro, claro, ve querida. Ahora que recuerdo, Edward me mencionó las citas. ¿Cómo pude olvidarlas…?

Bella se levantó furiosa y le quitó la chaqueta. Podría controlar su vida profesional, pero no dejaría que la vistiera. Cuando caminaban por la calle, Bella lo atacó

—¿Qué fue eso? No tienes otras citas, ¿verdad?

—No.

—¿Por qué quisiste alejarme de Carlisle? ¿Porque nos llevamos bien? No creerás que le estaba coqueteando, ¿o sí? Vaya…

—No, no creí eso.

—Entonces ¿por qué?

—Olvídalo.

—No comprendo, Edward. Sé que tramas algo, pero a veces actúas muy extraño. Se estaba hablando del trabajo y de pronto ¡zas!. Te vas. Es como cuando me hiciste observarte mientras desayunabas. Simplemente me cortaste, como ahora lo hiciste con Carlisle. Supuse que para ahora ya sabría lo que tramas, pero soy como una de esas ratas de experimento en un laberinto, y no me molesta admitirlo. Hay algo… raro en la forma en que te comportas conmigo. Me tienes harta.

Edward siguió caminando sin siquiera mirarla. Bien. A Bella no le gustaba que la mirara.

—No sé qué planeas para mí. Todo esto de la fábrica, por ejemplo. ¿No habría sido educado de tu parte decírmelo en el coche, en vez de soltarlo así?

—Sí, pero ya sabes que no soy educado.

—Vaya, eso sí lo había adivinado. Sin embargo, no respondiste a mi pregunta.

—¿Por qué saqué la idea frente a Carlisle? Para que aceptaras, claro. Si lo hubiera hecho estando tú y yo solos, no habrías aceptado, ¿eh?

—No necesariamente —hizo una pausa—. Bueno, quizá sí.

—No puedes hacer el trabajo tú sola, lo sabes.

—Sí, sí. De hecho, ya hacía planes para subcontratar…

—Ya sé, pero yo lo solucionaré por ti.

—¿Por qué? ¿Por qué quieres meterte así en mi vida?

—Tienes pésima memoria, Bella. Estamos casados. Soy tu esposo. ¿No es natural que…?

—Oh, cállate.

—¿No quieres saber más sobre tu nueva empresa, Bella?

—Yo tomaré sola la decisión, gracias.

—Demasiado tarde. Ya compré los locales y ya hay algunos solicitantes…

—¿Qué? ¡No puedo creerlo! Estás loco. No aceptaré tus disposiciones.

—Lo harás.

—¿Por qué crees que puedes obligarme?

—Por mi experiencia contigo. Hasta ahora has protestado contra varias cosas. Nada de desayuno, ni cabello suelto, ni cena, ni trabajo, ni beso. ¿Continúo?

—Te odio.

—No te creo.

—¿Por qué no?

—Por esto —y ahí en pleno centro de Londres, con gente a su alrededor, Edward sujetó a Bella y la besó.

"Perfecto", pensó Bella con alegría. Edward había escogido el momento equivocado. Lo pateó duro en la espinilla, y después gritó:

—¡Auxilio! ¡Auxilio!

¿El centro de Londres? ¿El momento equivocado? ¿Edward? Toda esa gente y nadie hizo absolutamente nada, nadie se volvió, excepto Edward, quien echó atrás la cabeza y rió con ganas. Después se fue de nuevo.

Bella quería gritar con frustración. Era la situación más increíble en que estaba. Se quedó con los nudillos blancos, los labios apretados, viendo que Edward se alejaba. Carlisle, Carmen, su padre. Lo que dirían si supieran por las que estaba pasando. Todo lo que podía hacer era decir la verdad. Sí, dañaría su orgullo, pero ya no soportaba más. Cada momento con Edward la asustaba. Lo deseaba mucho. Edward tenía razón: tarde o temprano se rendiría y se entregaría a él.

Todo cambió. Sería menos humillante contar todo, que entregarse a él por lujuria. Su padre se sentiría muy lastimado por no haberle dicho antes la verdad. Y lo lastimaría
más cuando descubriera el papel de Alice en todo eso. Habían pasado siete años desde que vio a su hija. Alice tenía veinticinco años ahora, era una mujer madura. Odiaría saber que Bella había perdido el respeto a sí misma para proteger el recuerdo que él tenía de su hija Alice.

Le daría a Edward una última oportunidad para retroceder, para vender Littlebourne y alejarse de ella. Si se negaba, Bella le diría todo a su padre. Comenzó a correr abriéndose paso por entre la gente para alcanzar a la espigada figura.

—Edward… —jadeó.

—¡Querida! —exclamó él—. Por fin te lanzas a mis brazos. Sabía que era cuestión de tiempo…

—Cállate. Debo decirte algo.

—Bien, soy todo oídos. Sólo espera a que entremos. Será más privado ahí, ¿no crees? —subió por los escalones de una impresiónate casa antigua. Sacó una llave y la introdujo. ¿A qué jugaba? Eso no era un hotel…

Bella miró a su alrededor, pasmada. Pensó que habían vagado sin rumbo fijo.

—Esta es la Calle Harley —protestó.

—Así es —acordó Edward y abrió la puerta.

—¿Qué hacemos aquí? ¿Estás enfermo?

—No todas las casas de esta calle son consultorios. Hay unas casas muy elegantes aquí. Las admiré mucho tiempo, así que compré una. Cuando no estoy en el campo, aquí vivo. Bienvenida a su casa citadina, señora Masen.

—No voy a entrar —protestó abriendo enormes los ojos—. Hablaré contigo aquí, en la calle.

—Guárdate tus protestas, Bella —gimió—. Sabes que es sensato —con un movimiento rápido la cargó y subió por los escalones.

—¡Bájame!

—No grites. Si alguien, pregunta, diré que te llevo con una siquiatra.

Así que no gritó. Cruzaron el umbral y la bajó sobre la alfombra azul.

Edward sonreía y su mirada era picara.

—Eso fue muy simbólico, ¿no? Te cargué para cruzar el umbral.

—Ya te dije que no me acostaré contigo, ¿así que para que continúas con esta farsa de nuestro matrimonio?

—Porque sí estamos, casados.

—No por mucho tiempo. O vendes Littlebourne y te vas, o me divorcio de ti tan pronto como pueda. Diré toda la historia en la corte, de ser necesario. Será el divorcio más escandaloso que imagines, y no me importará. ¿Qué te parece?

Edward sólo sonrió y caminó hacia una imponente escalera.

—¿Por qué no bebemos algo? Ya que las citas de esta tarde se cancelaron, parece una idea atractiva, ¿no?

Bella se mordió un labio. ¿Cómo diablos la tomaría en serio? Lo miró. Él subía por la escalera de caoba, sonriéndole.

—¡No me estás escuchando! —exclamó con amargura.

—Sí. Me dices sobre el divorcio escandaloso que planeas. Simplemente pensé que es mejor escucharte con una bebida en la mano. Vamos —subió más.

Bella cruzó los brazos, y entonces pudo ver que era una casa grande, que seguramente necesitaba de servidumbre. Sonrió.

—Tú sube y bebe. Yo prefiero quedarme en este pasillo. Creo que aquí daré mi discurso, si no te importa. No te preocupes. Me esforzaré para que puedas oírme desde allá arriba —tomó un respiro y comenzó a gritar—. Quiero divorciarme de ti y muy escandalosamente. Me aseguraré de que mi padre sepa cada detalle sobre Alice y tú, y después me pondré en el estrado y diré todo a quien le interese.

Edward se detuvo en el barandal, casi en el segundo piso, sonrió y gritó también:

—¿Por qué crees que tu padre estará del lado tuyo?

—¿Por qué no?

Edward ladeó la cabeza y la estudió. No parecía como un hombre que acabara de recibir un ultimátum. Estaba muy complacido.

—¿No comprendes? —rugió ella con ira—. ¡Todo se sabrá en la corte! ¡Todo!

—¡Sólo si yo debato!

—¿Ah sí? —gritó Bella—. Pienso que si exijo una pensión de muchísimo dinero, habrá mucha publicidad, disputes o no.

—Hazlo. Creo que puedo pagar.

De pronto sus gritos se convirtieron en un rugido de furia.

—¡Maldito! ¿Por qué no me tomas en serio?

—Porque no me importa lo que digas de mí —habló con voz muy suave y peligrosa—. Ni en la corte ni en ningún lugar. No hice nada de lo cual avergonzarme. Si te dejé ir fue por lo que tú sentías, y porque necesitabas tiempo para madurar. Quizá no debí casarme contigo en primer lugar. No sé. Sólo sé que me enamoré de ti y quería que fueras mi esposa.

Fue lo único que podía decir para callarla. Pasmada, Bella comenzó a subir por la escalera.

3 comentarios:

  1. Y nos acabas de dejar con ganas de más... Le dará una explicación ahora?? Gracias por el capítulo

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  2. Así que si se quería casar con ella, y estaba enamorado.... Entonces por qué estaba con Alice????
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  3. Ahhh odio a Ed y no entiendo por qué actúa así Dios ojalá que actualize rápido

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