Edward estuvo fuera una semana y Bella no sabía qué era peor: tenerlo a su lado constantemente o que estuviera ausente y que entonces su imaginación empezara a pensar en todas las cosas horribles que podrían sucederle.
Al final, fue a su piano en busca de un escape y memorizó una nueva pieza de Mozart.
—Qué bonito estuvo eso —comentó el padre cuando entró Bella en su cuarto, más tardé. Estaba muy restablecido y ahora ya podía sentarse en la silla, junto a la cama, aunque pasaba mucho tiempo dormido— Hasta ahora me doy cuenta, de lo mucho que he extrañado que toques el piano.
— No quise tocar cuando estuviste enfermo —explicó— Edward no quiere que prosiga con mis estudios una vez que nos casemos —confesó con profunda tristeza.
—Eso supuse —el padre la miró de modo penetrante— Te ama —sonrió como si eso lo explicara todo y Bella sintió deseos de llorar— Y los griegos pueden ser muy posesivos con sus mujeres. Tengan hijos. Después, si todavía quieres hacerlo, puedes pedirle que te deje regresar a tus estudios.
—¿Acaso ustedes los hombres siempre se protegen unos a otros? —lo miró con enojo.
—Bella, a veces el amor es más importante que una carrera.
El amor, pensó la chica con depresión. ¿Qué era el amor? Tal vez si Edward y ella se amaran, ella podría aceptar con gusto cualquier sacrificio.
— Y piensa en lo feliz que harás a tu padre cuando tengas a tu primer hijo — añadió Charlie. Sus ojos brillaron con su antigua malicia, después de semanas de estar opacos y sin vida y Bella contuvo la réplica acerba que estuvo dispuesta a darle. Sin embargo, comentó:
—Así que ya no te importa que el padre de tus nietos sea el hombre a quien alguna vez quisiste matar y odiaste tanto, ¿verdad?
— Todo eso fue... un mal entendido —descartó y se retrajo como lo hacía cada vez que Bella quería hablar de él y de Edward— Yo... le debía dinero —añadió de pronto.
—Sí, Edward me lo dijo.
—¿Eso hizo? —Charlie se sorprendió y añadió a la defensiva— Habría podido devolverle todo si el corazón no me hubiera fallado.
—Estoy segura de ello —manifestó, aunque no era cierto.
—Como están las cosas —cerró los ojos, cansado—, puedo estar más tranquilo ahora que él se hará cargo de Swan’s. Hay muchos tiburones allá afuera, esperando atacar a un viejo enfermo como yo, Bella. Edward sólo era uno de ellos. Por lo menos, ahora que te vas a casar con él, sabré que todo por lo que he trabajado está seguro en la familia. Eso me da una gran satisfacción —suspiró— Asegúrate de tener un heredero y entonces moriré tranquilo.
¿Puedes verla?, se preguntó Bella al verse en el espejo. No, sonrió con desdicha. No se podía ver la cuerda que se estaba apretando en torno a su cuello, jalada por su padre a un extremo y por Edward al otro.
Era sábado por la noche. Edward pasaría a recogerla en unos momentos. Charlie la llamó el día anterior. Al parecer, Edward llegaba de Grecia ese día y su madre lo acompañaba para cono a Bella y la invitaba a cenar.
Qué alegría, pensó con burla. Voy a ser inspeccionada para ver si reúno los altos requisitos que al parecer busca su madre en la esposa de su hijo. Bueno, ni siquiera la intimidante Esme podría quitarle su aplomo esa noche, pues Bella se había arreglado durante horas para asegurarse de que así fuera.
No obstante, estaba nerviosa al ver su aspecto final en el largo espejo. Su vestido era de seda y la cubría de la garganta a los pies. Lo había comprado para usarlo en una de las recepciones formales de su padre. Era un vestido tan clásico que la hacía parecer mayor que sus veinte años, dándole un aspecto elegante y mundano. El color azul turquesa brillante hacía resaltar sus ojos y contrastaba muy bien con su cabello que estaba peinado con una trenza de moño. Su apariencia era digna y eso la tranquilizó bastante.
Ese fue el vestido qué usó la primera vez que vio a Edward, se recordó Bella mientras tomaba su bolso y su chal. Pero eso no significaba nada y descartó el nudo de su estómago. No se lo puso por ese motivo, sino por que era el vestido que mayor confianza le daba.
Alzó la barbilla y fue a despedirse de su padre.
Edward llegó a tiempo, muy guapo, vestido de etiqueta. La hizo perder el aliento de inmediato.
Él la recorrió con la mirada y no dijo nada.
—No tienes joyas —fue su único comentario y Bella se deprimió.
—No —se defendió— No me gustan las joyas.
—Entonces espero que aprendas a usar esto... —se adelantó y los sentidos de la chica reaccionaron ante su cercanía. Edward sacó un estuche de su bolsillo y al abrirlo, Bella jadeó de sorpresa al ver el enorme zafiro rodeado de diamantes— Dame tu mano —ordenó, brusco.
—Yo... —se humedeció los labios— ¿Estás seguro de que es necesario que?...
—Muy seguro —tomó su mano izquierda— Este anillo perteneció a mi abuela
—le dijo al ponérselo en el dedo— Mi madre espera verte usarlo. Me lo dio para ese propósito.
—Yo... gracias —susurró, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Edward sonrió, sombrío, y luego hizo algo extraño: inclinó la cabeza y besó el anillo. Cuando se irguió, no la miró, pero Bella vio que estaba muy conmovido. Se preguntó el motivo.
Esa noche un chofer los llevaría a la residencia de Edward.
—Estoy un poco cansado por el cambio de horarios y no me siento en condiciones de conducir —comentó Edward para justificar la presencia del chofer.
—Pensé... que estabas en Grecia con tu madre —notó Bella, apabullada por ese hombre y el anillo que tenía en la mano— Por costumbre, la gente no se siente mal por un vuelo tan corto.
—Estuve en Grecia esta mañana —asintió— Y antes estuve en Estados Unidos y sólo hice escala en Atenas para recoger a mi madre y acompañarla a Londres. He estado de compras en varios países —le informó, burlón— Traté de hacer que dos meses de trabajo encajaran en sólo unos cuantos días.
—¿Y cómo?... —estaba tensa— ¿Cómo tomó tu madre la noticia de que te vas a casar conmigo? —su ansiedad fue evidente por la ronquera de su voz. Edward la estudió en silencio.
—No es un ogro —murmuró con sequedad.
—¿No? —le sonrió muy poco— Su hijo sí lo es. Debió heredarlo de alguien. Edward echó a reír, apreciando el comentario.
—Apaciguada pero no muerta —comentó—. Pobrecita desdichada... —retó con suavidad— Pareces ser Juana de Arco, aceptando su destino con valor.
Bella se incomodó perturbada por el comentario.
—Me pregunto si a Juana de Arco le pareció la causa por la que luchaba digna de su sacrificio —prosiguió Edward.
—¿Cómo va la compañía de mi padre ahora que tú estás al frente? —inquirió la chica. Edward no era el dueño absoluto de la compañía, más se hacía cargo en persona de todos los negocios de Swan’s.
—Mucho mejor que antes —contestó con seriedad— Tenía muchos gastos innecesarios que la hicieron perder mucho dinero. ¿Has sabido algo de Jasper en mi ausencia? —cambió de tema y la tensó a ella ahora.
—No —y esa vez era la verdad. De pronto ya no recibió ni una carta de Jasper.
Lo miró con suspicacia— Supongo que lo amenazaste o algo parecido —acusó.
—Le... aconsejé que sería mejor que dejara en paz el pasado —la corrigió Edward con cuidado.
—Es lo mismo —no lo miró— No debiste ser nada sutil al respecto. No sabes serlo.
—¡Ven acá! —se impacientó y la tomó por sorpresa cuando la jaló con urgencia hacia él— Ya basta, Bella —murmuró al apoyarla sobre su pecho— Tu espíritu de lucha es admirable y me gusta discutir contigo. Eso pone un brillo encantador en tus hermosos ojos. Pero estoy cansado —suspiró y vio su rostro pálido y cansado— No estoy de humor para ello esta noche.
—Entonces suéltame y me quedaré quieta como una estatua —prometió tratando de tranquilizar su pulso.
—Lo que necesitas son besos para ponerte de mejor humor —comentó con voz ronca— Y yo también los necesito. De hecho, con desesperación.
Gruñó y su boca cubrió la suya con lentitud.
Bella estaba ruborizada cuando la soltó. El brillo de sus ojos era más intenso que el de la gema que tenía en el dedo. Sus labios estaban entreabiertos y temblorosos y Edward la contempló con cuidado. Bella esperó, rezando por que no volviera a besarla... y esperando con ansia que lo hiciera.
—Conserva esta expresión, agapi mou —murmuró Edward— Ya casi llegamos a casa y así es cómo quiero que mi madre te vea.
—Lo hiciste a propósito —exclamó y de nuevo volvió a odiarlo.
—No del todo —negó y se arrellanó en su asiento mientras seguía observándola y poniéndola nerviosa— Cinco días sin ti, Bella, es demasiado tiempo para que un hombre normal lo soporte. Y para un hombre cuyos deseos son tan profundos como los míos, esos cinco días fueron un purgatorio.
—Vaya, eres... —se atragantó.
—Despreciable, ya lo sé —suspiró— Me lo has dicho tantas veces, que ya me aburriste. Sólo recuerda esto —la tomó de la barbilla— Mi madre no está al tanto de la verdad, así que no saques las uñas cuando estés a su lado o tendré que adoptar medidas drásticas para que no lo hagas.
—¿Me amenazas de nuevo, Edward? —lo retó.
—Será mejor que creas que hablo en serio, Bella —confirmó— Haz las veces de la novia enamorada, o te arrepentirás. ¿Entendiste?
—Sí —su desafió murió muy pronto— No tenía intenciones de hacer otra cosa.
—Bien —la soltó al fin— Ya llegamos.
—Buenas noches, señorita Swan — Aro los esperaba cuando entraron en la casa. Miró a su jefe con una disculpa en los ojos— Siento molestarte en cuanto llegas, Edward, pero acaba de entrar la llamada que esperabas de Nueva York.
—Qué inoportunos —maldijo Edward y sus ojos se tornaron cálidos al ver a Bella, quien estaba muy hermosa— Tengo que hablar con ellos —aseguró con voz ronca.
La chica asintió. No podía hablar por la tensión que la embargaba.
—¿En dónde está mi madre? —inquirió Edward.
—En el cuarto de estar —informó Aro.
—Entonces ve y diles a los de Nueva York que tardaré unos momentos —tomó el chal de seda de los hombros de Bella y se lo dio a su asistente. Edward la contempló con tal intensidad, que la hizo perder el aliento. ¿Cómo puedo odiar tanto a este hombre y desearlo de esta manera al mismo tiempo?, se preguntó Bella— ¿Estás bien? —inquirió Edward atento al acercarla a una puerta.
—Sí —tragó saliva y alzó la barbilla.
—No te preocupes —le indicó al abrir la puerta— Mi madre te va a querer mucho. ¿Cómo podría no hacerlo cuando estás tan hermosa esta noche?
El halago la hizo sonrojarse y Edward sonrió al llevarla ante su madre. De inmediato, Bella se deprimió. Era una mujer formidable, alta, de complexión fuerte. Su cabello negro brillaba y su rostro aceitunado estaba bien conservado y hermoso... Era un rostro que no mostró ninguna amabilidad y cuyos ojos negros estaban muy fríos.
—Madre —Edward tomó a Bella de la cintura al inclinarse y darle un beso cálido— La llamada de Nueva York que estaba esperando acaba de entrar. Tendré que presentarlas con rapidez y las dejaré para que se conozcan. ¿Bella? —la adelantó— Querida —murmuró--- esta es mi madre. Madre, esta la hermosa mujer que me ha hecho tan feliz al aceptar ser mi esposa.
¿Triunfo o reto?, se preguntó Bella al oír su tono.
—Buenas noches, señora Cullen —la saludó con nerviosismo. Extendió una mano temblorosa y se estremeció al encontrarse con esos helados ojos negros.
—Señorita Swan —dijo Esme Cullen con formalidad. Ignoró la mano extendida y se acercó para darle un beso en la mejilla— Es un... placer conocerla al fin —murmuró al separarse, pero el mensaje de sus ojos era otro. Bella se deprimió aún más. Así que Louisa tenía razón y ella no sería aceptada de buen grado por la señora.
—Tengo que irme —comentó Edward— Cuídala, madre —pidió con naturalidad— Bella está un poco nerviosa. Haz todo lo que puedas por hacerla sentirse como en casa.
De nuevo, Bella oyó el desafío en el tono de voz de Edward y quedó convencida de que él no logró convencer a su madre de que quería a Bella Swan por esposa. Bella podía entenderlo. Ni siquiera ella estaba convencida.
Sin embargo trató de que las cosas fueran corteses.
—Fue... muy amable de su parte el haber venido de tan lejos a conocerme, señora Cullen —señaló en un intento por aliviar la tensión, ahora que estaban a solas.
—Mi hijo insistió en ello —la informó— Y le diré señorita Swan que Edward me ha entristecido mucho con esta decisión tan repentina.
—Yo lo lamento —fue sincera. Estaba muy triste al ver que la señora no la aceptaba.
—¡Usted ni siquiera es griega!
—No —confirmó con una sonrisa seca— Me temo que no tengo nada de sangre griega en las venas —alzó la barbilla— Pero mi sangre es roja señora Cullen, igual que debe ser la suya —añadió.
—Y mire si cabello horrible cabello sin duda —los ojos negros miraron con desdén el halo sedoso del cabello de la chica, ignorando su primera observación.
—No lamento el color de mi cabello —sus manos empezaban a temblar y las ocultó entre los pliegues del vestido. Edward le advirtió no discutir con su madre pero al parecer no le ordenó lo mismo a su madre, pues ésta estaba dispuesta a provocar a Bella.
—Usted no es más que una niña y demasiado delgada para mi gusto —hizo una mueca desagradable— ¿Me pedirá disculpas cuando su frágil cuerpo no pueda darle a Edward los hijos que necesita?
—No me voy a casar con Edward por la función exclusiva de darle hijos, señora Cullen —Bella se indignó ante la bajeza de la pregunta.
—¿Y por qué se va a casar con él? —inquirió la griega con frialdad— ¿Por su dinero? La fortuna de su propio padre está desapareciendo, así que usted pensó en casarse con un hombre rico, ¿verdad?
Bella no pudo evitar reír. Todo era ridículo.
—Vaya; ¿no puede creer que su hijo sea capaz de hacer que una mujer lo ame por él mismo? —preguntó con dulzura.
—Edward puede tener a su lado a la mujer que quiera —Esme se tensó.
—Porque el dinero las atrae —asintió Bella. ¿Qué tenían esos griegos que se sentían superiores a los demás?
—Eso no fue lo que quise decir —se irritó la madre— Tendría que entender las costumbres griegas para comprender lo que ha provocado la declaración súbita de mi hijo. Se suponía que Edward iba a casarse bien. Con una chica griega, cuya riqueza sólo complementara la suya.
¿Cómo con la hermosa Angela, por ejemplo?, pensó Bella. Era consciente de que su familia tenía una compañía naviera, era muy acaudalada.
—Mi padre no es un pobretón, señora —se defendió.
—Estamos hablando de mucho dinero, señorita Swan —se burló la mujer— Y estamos hablando de raza. De la buena raza griega que formará nuestra sangre. Usted tiene que estar al tanto de lo que hará perder a Edward al casarse con él.
Bella empezaba a sentirse como una novia victoriana a quien se condena por pensar que puede casarse con un príncipe.
—Entonces, ¿qué trata de sugerir, señora Cullen? —inquirió— ¿Que rechace a su hijo por su propio bien?
—Ah —sonrió Esme al fin— Veo que empieza a entender las cosas.
—¿Que la felicidad de su hijo está en venta como si fuera cualquier mercancía?
—prosiguió Bella— Tiene razón, señora Cullen, ya empiezo a entenderlo todo.
—No me refería a eso —protestó Esme, impaciente. Por fin estaba incómoda y Bella tan furiosa, que se alegró de ello.
—¿Todavía están de pie? —notó una voz profunda con sorpresa. Ambas mujeres se tensaron y se volvieron hacia Edward, que se encontraba en el umbral— Y no tienen nada para beber —declaró. No parecía ser consciente de la hostilidad del ambiente.
Edward se adelantó y les sonrió con amabilidad.
—Les pido una disculpa por tardar tanto Fue una tontería, pero eso siempre es lo que toma más tiempo. ¿Un jerez, madre?
Fue una velada espantosa y Bella nunca se alegró tanto de regresar a su casa cuando Edward por fin dio por terminada la reunión.
—Me odia —declaró angustiada.
—No es odio —negó Edward— Sólo es... resentimiento de que alguien se interponga en algo que ha deseado mucho.
—¿Te refieres a la chica griega y rica con cartas de presentación? —se burló Bella.
Edward estaba cansado y la miró con sorpresa.
—Eso fue lo que te dijo —estaba divertido y eso sólo enojó más a Bella— Terminará por aceptarlo —le aseguró y cerró los ojos— Sólo dale tiempo.
—Si se supone que me dices eso para hacerme sentir mejor entonces te voy a desilusionar —replicó Bella— No quiero su aprobación —después de toda una noche de escuchar los comentarlos e insinuaciones ácidas de Esme, Bella ya estaba harta y se desahogó con Edward— Y tampoco la de nadie más —sus ojos brillaron con furia— Me estoy casando porque hicimos un trato, no por tener la ambición de ser la niña de los ojos de tu madre
—Ni la de los demás tampoco para el caso —declaró él con pesadumbre
—Me deseas y me tendrás —murmuró— No esperes más que eso.
—Espero mucho más querida —la atrajo con rapidez y empezó a besarla en la boca. Convirtió su furia en pasión sin gran esfuerzo. Y al mismo tiempo obligó a Bella a que aceptara lo que no se podía expresar en palabras: que aún si ella podía escapar de la red que le tendía, no querría hacerlo.
Bella ansiaba eso demasiado. Lo deseaba a él.
Aghh me duele que Esme trate de esa forma a Bella, pero Bellita ni siquera quería casarse... y además de todo Edward no hace casi nada porque ella se sienta bien :(
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Hasta que apareció la mamá de Edward, pero que arpía!!!!! Al menos Bella trató de defenderse lo mejor que pudo. Aunque creo que Ed si está enamorado de Bella, no entiendo porqué la hace pasar tan malos ratos, como el que le hizo tener con Angela. Será una especie de venganza por lo que ella aún no demuestra estar enamorada de él????
ResponderEliminarwow esme que perruchona!! bien por bella al defenderse, ojalá bella la ponga en su lugar se una manera bastante clara si sigue asi, y bueno el mas divertido ocn esto es edward que bueno como vemos ambos estan que se mueren el uno por el otro, ahi hay mucho mas que pasion!! gracias por el capitulo!!!
ResponderEliminarEsme algún dia t vas a arrepentir es mucho lo q bella tiene q aguantar y algun dia todos se van a tragar sus palabras Bella y Edward q par los amo gracias x el cap. estos niños se odian y se aman pero no lo aceptan =) ♥
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