Mi lugar en el mundo 2



—También es una realidad que tu padre me ha pedido que te proteja. Y es lo que voy a hacer.

—No necesito que me protejan.

—¿Cómo puedes asegurarlo? —Cullen parecía furioso—. El sistema de seguridad de la tienda es peor de lo que imaginaba. Ha sido un milagro que no hayan robado. Esta tienda es el sueño de cualquier ladrón principiante —el ímpetu en la palabra «principiante» rebajó un tanto el desprecio hacia el sistema de seguridad.

—No ha habido dinero para hacer mejoras en ese aspecto.

—Eso no es excusa. Según el señor Di Adamo y tu padre, pasas muchos días aquí sola. ¿Es eso cierto?

—No es asunto tuyo.

—En eso te equivocas.

Aquella afirmación tan categórica despertó algo en su interior. El dolor que había ido creciendo durante meses mientras intentaba convencerse de que ya lo había superado estalló en su pecho. No había habido enfrentamiento que hubiera puesto punto final a su relación. Ella había salido del hospital en contra de las instrucciones del médico y se había negado a volver a ver a Edward.

Bella se puso de pie de un salto y, sin pensarlo, se acercó a él hasta quedar a meros centímetros. Se aseguró de estar cerca y habló golpeando con su dedo el pecho de roca de Edward para enfatizar el significado de sus palabras.

—No soy nada para ti —dijo apenas logrando contener el tono de su voz—. No era nada para ti mientras me poseías y ahora que ni siquiera somos amantes, mucho menos. Y tú no eres nada para mí.

—Dijiste que yo era el padre del hijo que perdiste.

El impacto de las palabras la golpeó con tanta fuerza que perdió el equilibrio como si hubieran sido golpes físicos contra su cuerpo, el dolor tan intenso que no sabía si podría contenerlo. De pronto, con la rapidez de un rayo, Edward la tomó por la muñeca y la acercó hacia sí mientras sus labios articulaban palabras que ella no pudo comprender. El cuerpo de ella se amoldaba al de él de una forma que una vez había sido placentera, pero que en ese momento sólo le provocaba odio y miedo. Odio por su propia reacción y miedo de que él pudiera darse cuenta.

—No hables así. Lo que fueras en aquel tiempo, cuando estábamos juntos, me lo ofreciste. No fue algo repugnante, como quieres dar a entender con tus palabras.

¿Lo que fuera? Una virgen. Eso era lo que había sido para él, pero debido a que  su himen no había resistido los embates de sus tiempos como gimnasta, él había creído lo contrario. De hecho había supuesto que era el mismo tipo de mujer que su madre.

—Pues ya no te ofreceré nada más. He aprendido la lección —le espetó.

Edward la miraba con pura furia, la mandíbula marmórea tensa. Y ella se alegró. Quería enfurecerlo, tanto como para que la dejara en paz de una vez por todas.

—No tenemos que discutir ese tema ahora. Estoy aquí por tu seguridad. Nuestra relación puede esperar.

—No... —Bella se alejó de él de un brinco y se acercó a la mesa—. No tenemos ninguna relación. Ninguna. ¿Me oyes? Déjame en paz, Edward. No hay lugar para ti en mi vida y nunca lo habrá.

El no contestó, sólo la miró, fijamente. A continuación, bajó la vista hacia su pecho y  Bella deseó gritar. Mientras le había estado diciendo que se marchara, su cuerpo no había dejado de reaccionar a su aroma, a la sensación de estar junto a él de nuevo.

—Te engañas a ti misma si crees que eso es cierto.

—Preferiría irme a la cama con una rata que contigo, señor Cullen -dijo ella cruzando los brazos sobre sus traicioneros y duros pezones.

El ladeó la cabeza como si lo hubiera golpeado. Lo que dijo a continuación asombró a Bella por la calma con que lo hizo.

—El señor Di Adamo necesita hacer mejoras en el sistema de seguridad para que pueda decirse que la tienda es segura. Y aun así, ninguno de los dos debería estar solo en ella.
Bella se apoyó en el respaldo de la silla. El peso de sus responsabilidades le parecía tan grande que no podía seguir soportándolo.

—Estoy segura de que tienes razón, pero no se puede hacer nada de eso.

—Debe hacerse.

—No hay dinero.

—Aun así, tiene que hacerse —contestó él sin hacer caso a la afirmación.
Bella se preguntó si no la habría oído. Tal vez, para un hombre como Cullen, poseedor de una de las más prestigiosas empresas de seguridad del mundo, el concepto de carecer de dinero no significaba nada.

—No podemos —suspiró Bella frotándose los ojos con los dedos, sin importarle que, por un momento, su enemigo viera un signo de flaqueza en ella. Estaba tremendamente cansada—. El señor Di Adamo está intentando mantener la tienda por todos los medios para su nieto, pero cada año es más difícil.

—La subasta de las joyas de la corona será una fuente de ingresos.

—Sí. Un buen montón de dinero que necesita desesperadamente, pero no sé si será suficiente. El sistema de seguridad no es lo único que necesita mejoras.

—Yo me encargaré de ello.

—No te dejará —dijo ella pensando en el orgullo del hombre.

Cullen se limitó a sonreír vagamente. En realidad sólo levantó los labios ligeramente, recordándole a Bella momentos que sería mejor olvidar.

—Sé cómo convencerlo.

—No lo dudo. Se te da muy bien manipular a la gente.

—No voy a discutir otra vez, cara.

—Yo no quiero discutir contigo —y era cierto. Sólo deseaba que se marchara.

—Bien.

Por un momento no comprendió lo que Edward había querido decir hasta que se dio cuenta de que sólo había dicho en voz alta que no quería discutir pero no que deseaba que se marchara.

—No quiero verte.

—No se puede tener todo, dolcezza.

Dolcezza. Dulzura. Así era como solía llamarla porque decía que era muy dulce. Aquello levantó heridas de nuevo, heridas que ya no sangraban pero que tampoco estaban curadas por completo.

—No me llames así.

—¿Dónde están las joyas de la corona ahora? —preguntó como si no la hubiera oído.

—Ya te lo he dicho. En la cámara de seguridad.

—¿Ya están en tu poder? -dijo él, su cuerpo tenso y alerta.

—Sí.

—Tu padre pensaba que todavía faltaba una semana o más para que las trajeran desde Mukar.

—Eso era lo que quería el anterior príncipe. Les dijo a todos que las transportarían justo antes de la subasta. Esperaba poder hacerlo en secreto. Y funcionó.

—Sólo porque yo no supiera que las tenías ya en tu poder no significa que nadie más lo desconozca.

—Están seguras en la cámara de seguridad —repitió ella con tozudez.

—Tal vez, pero tú no estás segura.

Seguía insistiendo en lo mismo y ella sabía que tenía razón, pero no sabía qué hacer. Lo cierto era que cuando estuvo negociando la subasta no había tenido en cuenta su seguridad. Tras haber perdido a su hijo y a Edward, tenía la sensación de que nunca alcanzaría la felicidad y por tanto podía arriesgarlo todo para asegurar un futuro al negocio de un hombre que había sido tan bueno con ella. El señor Di Adamo.

Mientras pensaba en lo único que lo preocupaba, Edward se acercó subrepticiamente hacia ella. Le acarició la mejilla con suavidad y Bella sintió como si la marca quedara grabada a fuego sobre su piel.

—Nunca te dejaré sola —y diciendo esto giró sobre sus talones y salió del despacho.

Edward esperó a que Bella saliera del despacho. Había pasado la tarde trabajando en la subasta mientras él y el señor Di Adamo discutían los detalles del nuevo sistema de seguridad. El señor Di Adamo se ocupó también de los clientes mostrando a su nieto los entresijos del negocio mientras Edward hacía unas llamadas y pedía que el equipo se instalara de inmediato.

Había sido una tarde muy agradable pero aún le quedaba por hacer lo más difícil. Tenía que decirle a Bella que la llevaría a casa y se quedaría con ella. No tenía otra opción, pero dudaba mucho que Bella quedara satisfecha.

Y así fue.

Cinco minutos después lo miraba como si acabara de sugerirle la mayor de las obscenidades.

—De ninguna manera —dijo sacudiendo la cabeza con tanta fuerza que algunos mechones escaparon del recogido y cayeron sobre sus verdes ojos. Bella hizo un gesto impaciente para retirarlos—. No vendrás a casa conmigo.

—Si alguien se entera del paradero de las joyas, ni tu jefe ni tú estaréis a salvo. El se quedará con su hija y su yerno. Tú no tienes a nadie.

La expresión de Bella al oír sus palabras fue de un vacío espiritual tan grande que Edward no podía creer perteneciera a la apasionada mujer que había sido su amante una vez.
—Tampoco te tengo a ti. No lo haría. Ni siquiera por orden de mi padre. No  vendrás conmigo. Punto—dijo Bella saliendo de la tienda y dejando que el señor Di Adamo cerrara. Edward  maldijo la situación y salió tras ella.

—Al menos deja que te lleve a casa —ya se ocuparía él de llegar hasta la puerta del apartamento.

—Tomaré el autobús —dijo ella echando a correr para tomar el que se acercaba y Edward quedó sorprendido de la forma tan hábil en que lo había burlado.

Furioso, dio instrucciones a uno de los hombres que había llevado consigo de que acompañara al señor Di Adamo y a su nieto a casa. Por su parte, se acomodó en su todoterreno negro dispuesto a seguir al autobús en el que iba Bella. No estaba de muy buen humor cuando llegó.

Bella bajó del autobús y dijo algo desagradable al verlo allí.

Edward la estaba esperando delante de su edificio. En sus ojos había una mirada violenta aunque ella sabía que aquel hombre nunca le haría daño físico. Sin embargo ella no podía evitar el escalofrío de aprensión que le subió por la columna vertebral.

Se acercó a la entrada con cautela, los ojos fijos en la puerta a la izquierda del hombre. Se detuvo a poca distancia porque él no se había movido, ni siquiera había hablado, aunque su lenguaje corporal hablaba a gritos, y nada bueno.

—No vuelvas a huir de mí.

Bella tuvo el coraje de mirarlo a los ojos fingiendo no sentir dolor.

—Déjame en paz. No puedes darme órdenes.

—Alguien tiene que hacerlo. No te preocupa tu propia seguridad.

—¿Qué crees que podría pasarme en un autobús público? -dijo ella abriendo desmesuradamente los ojos.

—Si no lo sabes, eres más ingenua de lo que deberías ser para tu edad —contestó él procediendo a enumerar los peligros a los que podría haber tenido que enfrentarse. Cuando terminó, Bella sentía una mezcla de náuseas e irritación.

—Y si piensas que tu apartamento será más seguro, eres una estúpida —añadió al ver que ella se quedaba en silencio.

—Supones que hay más gente que sabe que las joyas están en la tienda pero no tienes pruebas que lo demuestren.

—Hay que ponerse en lo peor y actuar de acuerdodijo él sin pedir disculpas por el cinismo que ocultaban sus palabras, disculpas  que ella tampoco habría esperado de él. Cuando aún lo amaba, se había dado cuenta de la visión pesimista que tenía del mundo.

—Aunque alguien supiera y quisiera robar las joyas, la cámara de seguridad  tiene un temporizador que controla su mecanismo de apertura —dijo ella no sin satisfacción—. El señor Di Adamo no puede abrirla antes de las nueve de la mañana por mucho que quisiera hacerlo antes.

—Eso no evitará que puedan utilizarte para llegar hasta ellas.

Bella suspiró consciente de que podía tener razón pero se negaba a creer que su vida pudiera correr un riesgo tan alto.

—Por favor, quítate de en medio —dijo mientras buscaba la llave—. Quiero entrar.

—¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?

—Lo he escuchado. Simplemente no creo que sea así —dijo sacando por fin la llave.

—Cabezota —dijo él y en un rápido movimiento le quitó la llave. Fue como la primera vez que la besó: inesperada.

Intentó recuperar la llave pero él ya estaba abriendo la puerta. Retrocedió un paso para hacerla entrar, pero sin soltar en ningún momento la llave.

—El edificio cuenta con un sistema de seguridad, por todos los santos.

—Un pequeño cerrojo no es suficiente seguridad. Sobre todo cuando el cerrojo es tan viejo como éste.

El edificio entero era antiguo y a ella le gustaba. Su apartamento tenía carácter y el alquiler era barato. Se negaba a vivir de sus padres y el señor Di Adamo no podía pagarle más dinero aunque lo mereciera.

—Deja de exhibir tus conocimientos sobre medidas de guardia de seguridad y devuélveme la llave. Tengo hambre y estoy cansada. Quiero llegar a mi casa, hacerme la cena y meterme en la cama.

—Soy un especialista en medidas de seguridad, no un guardia.

—Lo que sea.

Bella no tuvo que volver a pedirle la llave. Edward cubrió con grandes zancadas la distancia hasta su apartamento. Cuando se detuvo delante de la puerta, ella lo miró inquisitivamente.

—¿Cómo sabías cuál era mi piso?

Bella se había mudado tras la ruptura, incapaz de soportar los recuerdos que su otro piso despertaba en ella.

—No ha sido tan difícil averiguar tu dirección. De hecho, quince segundos y un ordenador bastan. Sin embargo, en este caso, simplemente tuve que preguntar a  tu padre.

—Oh —Bella no supo qué decir. No le había dicho a su padre nada de su breve aventura con Salvatore ni el desastroso final.

—No le contaste lo nuestro -dijo él poniendo voz a los pensamientos de ella. Bella se encogió de hombros mientras él abría la puerta del piso.

—Tampoco le dije lo del bebé -dijo Bella sin saber muy bien por qué.

—Yo tampoco.

—Lo sé.

Su padre ignoraba el embarazo y el aborto involuntario que había sufrido, al   igual que también ignoraba el tipo de rata que era el hijo de su mejor amigo. Bella tampoco se lo había contado a su madre. De hecho, la única persona que lo sabía era ese hombre y no podía esperar comprensión de su peor enemigo.

Entró en el piso y ella no tuvo más remedio que seguirlo.

—Es bonito.

Bella echó un vistazo a su pequeño apartamento. Tenía cuarto de baño pero la estancia principal hacía las veces de salón y dormitorio cuando abría el mueble- cama.

—Alegre, como tú —añadió Edward.

Como solía ser, tal vez. Había tratado de hacer de su hogar un lugar alegre pero la decoración no había conseguido que superara la sensación de pérdida y soledad. Ni siquiera el sol que se colaba por la ventana lograba subirle el ánimo.

—Gracias —contestó ella con gravedad.

—Cámbiate y te llevo a cenar —dijo él con tono impaciente.

—¿Qué le pasa a mi ropa? —preguntó ella poniéndose de inmediato a la defensiva.

—Nada. Vamos —dijo él tomándola del brazo. Bella sintió que el contacto la abrasaba.

—No he dicho que vaya a ir contigo —dijo ella tratando de soltarse.

—¿Prefieres preparar tú la cena? —preguntó él con la misma sonrisa que solía emplear antaño. Bella sintió un pinchazo en el corazón—. Hace mucho que no cocinas para mí, pero recuerdo que eras una estupenda cocinera. Me gustaría repetir la experiencia.

—Pues yo preferiría que te fueras —espetó ella explotando al escuchar el  arrogante comentario—. Ya me has acompañado hasta casa, estoy sana y salva, no hay razón para que prolonguemos esto.

—Parece que no lo entiendes.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella dejando de hacer fuerza para recuperar el brazo. No iba a dejarla ir y cada movimiento la hacía más consciente de  la cercanía de su cuerpo.

—No voy a dejarte sola.

—Qué es exactamente lo que pretendes? -dijo ella aterrada por lo que se esperaba.

—Hasta que pase la subasta seré tu fiel compañero.

—¿Fiel tú? -dijo ella con desdén, tratando de asimilar sus palabras.

—Nunca te fui infiel —afirmó él apretándole el brazo con más fuerza.

Lo creía a pesar de no querer hacerlo. No quería creer en él igual que él no había querido creerla a ella cuando le dijo que estaba embarazada. No quería darle la satisfacción de decfrselo, al menos.

No.

—¿No, qué, dolcezza?

—No te quedarás aquí conmigo.









7 comentarios:

  1. JummmBella de verdad está muy dolida con él... solo espero que Edward sea consciente del daño que le hizo, y que ella no tiene la culpa de que él no le haya creído...
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Vaya carácter el de Bella, ojalá no dejé que Edward la reconquiste tan rápido jajaja

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  3. Bravo Bella no te dejes este Edward es muy altanero

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  4. Me gusta esta Bella, aunque no entiendo por que no le contó a su padre, para haber si asi Edward la deja en paz.

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  5. No van a seguir publicando??

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  6. Hola me gustaría saber si te ha pasado algo de pronto estas en feema o al gun familiar. Te pregunto porque siempre eres puntual subiendo los capítulos de las adaptaciones que por siento son excelentes. Solo me preguntaba si algo te había pasado para no seguir la historia

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  7. muy buena esta historia me encanta...este Edward es un arrogante y me gusta como es Bella. esperando el próximo cap. Gracias por actualizar

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