Mi lugar en el mundo 3


Posó la mano sobre su clavícula. Se sentía como un pajarillo obnubilado ante una serpiente. No podía moverse pero sabía que dejar que la tocara sería desastroso para ella.

—Hice una promesa a tu padre y voy a cumplirla.

—No necesito un guardaespaldas.

—El no piensa igual.

—Mi padre no me dice lo que tengo que hacer.

—Eso es cierto. Al contrario que tu hermana, tú tienes la desconcertante tendencia de ir a tu aire, pero pensé que aunque sólo fuera por amor a tu padre dejarías de hacerlo para evitarle la preocupación constante por tu seguridad.

—Eso es lo que él dice —dijo ella, que no pensaba dejarse manipular tan fácilmente.

—Tuvo un ataque al corazón el mes pasado. ¿Te lo ha dicho?

—No —dijo ella con apenas un susurro. No podía respirar—. No me ha dicho nada.

—No sé. Tal vez no quisiera preocuparte.

—Debería haberlo sabido. —la angustia que sentía le recordó que no era más que una extraña. No pertenecía a nadie ni a ningún lugar.

Edward la estudió de una manera que la hacía sentirse vulnerable.

—Ahora lo sabes. ¿Quieres que sufra otro ataque?

Bella se sentía impotente. A pesar de no tener una relación muy cercana con su padre lo quería mucho. Era cierto que no tenía muy buen aspecto la última vez que lo había visitado.

—Entonces me quedo.

Haciendo un tremendo esfuerzo de voluntad, Bella retrocedió en un intento por alejarse del insidioso contacto.

—No. Si papá está tan preocupado, admitiré que me ponga un guardaespaldas, pero no tú.

—Es un encargo demasiado importante para dejarlo en manos de otro.

—¿Yo, importante? —no podía evitar reírse del comentario.

Edward tensó la mandíbula y sus ojos marrón chocolate se convirtieron en lanza llamas.

—Deja de presionar, Bella.

El tono que empleó le decía que era lo más aconsejable, pero Bella no podía contenerse. Tenía demasiado dolor acumulado. Aquel hombre le había hecho mucho daño y una parte de ella quería devolverle el golpe, aunque sólo fuera a través de comentarios hirientes para su orgullo masculino.

—Consígueme otro guardaespaldas.

—Eso no va a pasar.

—Llamaré a papá y le diré que no quiero que estés cerca de mí.

—¿Y vas a decirle por qué?

—No tengo que darle explicaciones —contestó ella deteniéndose de camino al teléfono.

—Quiere que tengas lo mejor y yo soy el mejor. Tendrás que darle una explicación. Lo cierto era que sabía que Edward tenía razón. Aunque algunos de los hombres disponibles en la empresa eran ex militares, ninguno había sido entrenado tan a fondo como Edward. Su padre y su abuelo se habían encargado de ello enviándolo a formarse en una academia de élite en la que le habían enseñado una forma de combate cuerpo a cuerpo sin igual en todo el mundo.

A la formación técnica había seguido la universidad con resultados que lo dejaban a la par con el servicio secreto del gobierno.

—Entonces se lo diré.

¿Y te arriesgarás a provocar otro ataque? ¿Tan poco significa para ti?

—¿Por qué me haces esto? —dijo ella apretando los puños mientras su cuerpo se estremecía por las emociones que ya no podía seguir controlando—. ¿No me has hecho ya bastante daño?

Ya lo había dicho. La verdad quedó al descubierto. El tenía el poder para hacerle daño y lo había llevado a la práctica.

—No hago esto para hacerte daño. Necesitas mi protección. dijo él, su rostro parecía de piedra.

— Estar cerca de ti me hace daño. —dijo incapaz de seguir ocultándolo. Tal vez diciéndole la verdad dejaría de insistir en ser él quien la protegiera y asignaría a otra persona. Podría aprovecharse del sentimiento de culpa de los sicilianos.—No puedo soportar los recuerdos, Edward. ¿No lo ves? No verte es la única forma de empezar a vivir con ello.

Un gesto de dolor cruzó el rostro de Edward pero fue sólo un segundo.

—Fingir que no sucedió no es vivir.

De pronto, Bella se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Edward quería hablar de lo sucedido. No podría soportarlo. Hablar del pasado abriría sus heridas en vez de curarlas. Pero él no se daba cuenta, claro, porque él no sentía el punzante dolor de haber sido rechazado. De hecho nunca había sentido por ella más que deseo sexual.

Desesperada por evitar la confrontación que se avecinaba, Bella se decidió por el menor de los inconvenientes.

—¿Dijiste algo de una invitación a cenar?

—Tenemos que hablar, Bella.

—Estoy realmente cansada. Preferiría no cocinar esta noche.

A juzgar por la forma en que frunció el ceño, era evidente que Edward se sintió irritado ante la negativa de Bella pero, al final, y para sorpresa de ésta, accedió.

—Está bien. Si no tienes que cambiarte de ropa, vámonos.

—Deja que me peine un poco y me pinte los labios.

Edward accedió de nuevo y Bella sintió un gran alivio cuando se encerró en el pequeño cubículo que hacía las veces de cuarto de baño.

Edward  empezó  a  maldecir.  Había  pensado que iba a ser difícil  vencer  la aversión que Bella sentía hacia él pero estaba resultando prácticamente imposible. Bella no estaba enfadada con él. Simplemente, lo odiaba. Había perdido a su bebé por su culpa. Ella nunca lo había dicho con esas palabras pero la última pelea que tuvieron había sido tan fuerte que el enfrentamiento provocó sin duda el aborto. El había aprendido a vivir con la culpa por lo sucedido pero no seguiría viviendo con la idea de no haber hecho nada para solucionarlo. Sin embargo, era evidente que no estaba preparada para hablar de matrimonio aún.
Tendría que cortejarla. Torció los labios en una expresión llena de cinismo. Sabía cómo lo haría. En la cama. Seducirla sería más fácil que tratar de convencerla con palabras. Y más agradable, también.

Puede que a ella no le gustara, pero su cuerpo seguía reaccionando a su presencia sin que ella pudiera evitarlo. El pulso se le aceleraba al más mínimo contacto con él. Un poco más de tiempo y la suficiente proximidad bastarían para verse cada uno en los brazos del otro.
No importaba lo que hubiera pasado antes. Definitivamente quería volver a  meterse en la cama de Bella. Ni siquiera el matrimonio le parecía un alto precio para recuperar la pasión y el fuego que una vez habían sido suyos.

Cuando Bella salió del cuarto de baño su aspecto era frágil pero adorable. Se  había dejado el pelo suelto y retirado de la cara con una horquilla. Su rostro tenía más color que antes pero probablemente fuera por el maquillaje más que por una mejoría en sus sentimientos. Sus ojos verdes, antes siempre animados, estaban ahora desprovistos de toda emoción.

—¿Listo? —preguntó con voz absolutamente inexpresiva.

Edward odiaba aquella actitud. Quería disfrutar de la Bella de un año antes, no  de aquella extraña. Era cierto que se había comportado como un estúpido. Aunque el padre de Bella dijera que la hija era como la madre, Bella era distinta en una cosa. Ella sí quería casarse con él cuando descubrió que estaba embarazada.

Seguía sin saber si él era el padre de aquel bebé. Llevaban juntos un mes tan sólo cuando ella le dijo que estaba embarazada... ¿Qué posibilidades había? Pero él estaba decidido a arriesgarse porque quería tenerla en su cama y en su vida. Lo había decidido demasiado tarde y tenía que vivir con el arrepentimiento.

—Vamos —dijo tomándola de la mano.

Ella trató de soltarse pero él no la dejó ir. Tendría que acostumbrarse a su contacto de nuevo. La idea de que no quisiera volver a hacerlo era algo en lo que no quería ni pensar.

—¿Adónde vamos?

—¿Importa acaso?

—No.

—Eso pensaba yo.

Regresaron al piso dos horas más tarde. La cena había sido un desastre. Bella había evitado mirarlo, tocarlo e incluso hablar con él en todo lo posible. La huella del cansancio era visible en los dos. Bella bostezó.

—Vete a la cama.

Ella asintió. Edward echó un vistazo al apartamento. El confortable pero pequeño sofá no lo parecía tanto como posible cama. Estaba seguro de que el mueble- cama sería mejor, pero dudaba mucho que Bella estuviera dispuesta a compartirla con él. Miró al suelo y aquello le pareció aún peor.

—Supongo que esperarás que duerma en la alfombra.

Bella lo miró con los ojos muy abiertos y una ola de rubor subió a sus mejillas.

—No espero que vayas a dormir aquí.

—Creía que ya habíamos aclarado ese asunto.

—No vas a dormir en mi apartamento —dijo ella rígida.

—Me quedaré hasta que se celebre la subasta —respondió él. Su tono era tan sombrío como su humor después de la cena. Se sentía como un paria indeseable y eso era algo a lo que no estaba acostumbrado. Normalmente las mujeres se tiraban a sus pies, incluso sus ex novias.

Todas menos Bella.

Y la mirada de horror de Bella no mejoró en nada su deteriorado humor.

—No voy a atacarte —continuó—. Estoy aquí para protegerte.

—Imposible.

—¿Se te ocurre algo mejor? No voy a dejarte sola.

Bella se mordió el labio inferior en un gesto que le resultaba familiar. Indicaba que estaba tratando de tomar una decisión. A continuación, la mirada de horror se tomó de disgusto.
—Si insistes en ser mi guardaespaldas puedes reservar una suite con dos dormitorios en un hotel o dormir en el rellano. Tú eliges.

—Un hotel dijo él mirándola con fijeza. No podía creer que fuera tan fácil.

—De acuerdo. Dame un minuto para hacer la maleta. Bella metió ropa en una maleta sin orden ni concierto. Edward había parecido muy sorprendido con la sugerencia del hotel pero ella sabía lo intratable que podía ser. Se quedaría con ella por mucho que protestara, y Bella no quería que fuera en su apartamento. La sola idea de compartir con él un lugar tan pequeño la ponía nerviosa. Necesitaba una habitación propia y una cama que no le trajera recuerdos.

Y no era que hubieran compartido la cama de su apartamento pero, por alguna razón, si se quedaba con ella, sabía que quedaría impregnada de su presencia y tendría que volver a mudarse.

No quería pararse a pensar por qué aquel hombre tenía un impacto tan brutal  sobre sus emociones después de tanto tiempo.

Tumbada en la cama del lujoso hotel, los recuerdos la invadieron y estaba demasiado agotada para luchar contra ellos.

Verlo había hecho que volviera a sentir de nuevo el dolor que ya había empezado  a debilitarse; el sentimiento de traición; la tristeza por la pérdida; y con todo ello, el gozo de la posesión.

Y es que aquél había sido el período más gozoso de su vida. Había pertenecido a alguien, había encontrado un lugar en la vida de otra persona sin tener la sensación de estar de más, como le había ocurrido con su madre; ni de ser un inconveniente como había sido con su padre.

Edward la había aceptado y deseado tal y corno era. O eso había creído. Si fuera posible retroceder en el tiempo lo haría, hasta el breve lapso de tiempo ene! que se había sentido amada y se quedaría allí para siempre.

No conocería nunca el dolor de ser abandonada, ni la humillación por no ser querida, ni la desolación por la falta de compromiso por parte del hombre que amaba. Todo eso formaría parte de un futuro que nunca viviría.., pero no podía ser. Igual que tampoco podía borrar el terrible dolor de perder al único ser al que habría estado unida para siempre, un ser a quien habría dedicado toda su vida para proporcionarle todo el amor del que ella había carecido.
Entonces sus recuerdos viraron hacia el momento en que se dio cuenta de que Edward se había fijado en ella.

Había ido a Milán a una subasta de joyas. Recordaba que la habitación de su hotel parecía un horno porque el aire acondicionado no funcionaba. El teléfono sonó justo cuando ella salía de la ducha.

—¿Sí?

—Bella, soy Edward.

—¿El amigo de mi padre? —había dicho ella, incapaz de creer que la estuviera llamando a Milán.

—Espero ser también tu amigo, cara.

—Sí, claro. ¿Pasa algo con mi padre? —preguntó ella sin poder dejar de pensar en lo amable que era aquel hombre.

—¿Por qué lo preguntas? —su voz sonó acariciadora a través del hilo telefónico.
—Porque me estás llamando.

—¿Acaso un hombre no puede llamar a una hermosa mujer soltera nada más que para hablar de su padre?

Bella recordó cómo había sentido que las rodillas le flaquearon con la broma hasta el punto de tener que sentarse en el borde de la cama.

—Sí, claro, yo sólo...

—Vamos, cara. Seguro que ya te habías dado cuenta de que me había fijado en ti. Y por muy raro que pudiera haberle parecido no se había dado cuenta.

—¿Lo dices por la forma en que flirteaste conmigo? Pensé simplemente que lo hacías con todas las mujeres.

—¿Y lo hago?

—No lo sé —contestó ella. Prácticamente no lo conocía de nada. Ella se había criado con su madre en América y, por muy amigos que fueran su padre y el de Edward, ella sólo había coincidido con éste durante las ocasionales visitas que le hacía a su padre en Sicilia durante las vacaciones.

Por supuesto que había flirteado con ella el mismo día que la vio tomando el sol junto a la piscina en casa de su padre, en verano. Todavía podía recordar cómo relucían sus ojos al bromear con ella sobre algo que tenía que ver con las sirenas. Los hombres italianos tienen una forma muy especial de halagar a una mujer, pero los sicilianos son una clase aparte. Y Edward era el ejemplar más impresionante de sus compatriotas.
Había iniciado una especie de ritual de flirteo que duró las dos semanas que estuvo de visita en Sicilia.

Bella no había podido hacer nada para evitar caer en sus redes pero jamás se le ocurrió que el sentimiento pudiera ser mutuo.

—Pues tendrás que conocerme un poco mejor —continuó él—, para comprobar que mis intenciones están lejos de ser un flirteo, cara.

—¿De veras? —dijo ella. Le gustaba la idea.

—Sí.

—Como quieras.

—Te recogeré en cuarenta minutos.

—¿Qué? ¿Ahora? —no podía creer que se refiriera a empezar a conocerse tan pronto.

—Para cenar.

—¿Quieres salir a cenar conmigo?

—Pues claro. ¿Qué crees que estoy intentando hacer? -dijo él haciendo un ruido de impaciencia y diversión al tiempo.

—¿Que quieres cenar conmigo?

Puede que fuera hija de una estrella de Hollywood, pero llevaba una vida tranquila en la que no estaba acostumbrada a ese tipo de juegos. Había visto demasiadas cosas desde temprana edad y estaba segura de que no quería ser como su madre. Ella nunca devaluaría su intimidad como había visto hacer a su madre.

—Sí. Quiero cenar contigo y ahora sólo te quedan treinta y cinco minutos para prepararte.
Edward llegó treinta minutos antes. Ella ya estaba preparada. La llevó a un elegante restaurante. Tras la cena, bailaron. La tomó entre sus brazos de una  forma muy íntima y ella no se quejó. Era demasiado placentero. Sensaciones que nunca antes había experimentado la invadieron mientras se mecían al son de la música. Era un deseo sexual como nunca había creído posible. Instantáneo. Ardiente. Imparable.

—Es un placer estar junto a ti, dolcezza.

—Lo mismo digo —respondió ella en un susurro lleno de sensualidad. Nunca en su vida había empleado un tono así.

—Me alegro.

Bella echó la cabeza hacia atrás y se encontró con la intensa mirada de él, quemándola en su camino hacia el mismo interior de su sexualidad.

—Dulce —continuó él mientras inclinaba la cabeza hacia ella—. Seguro que eres muy dulce.
El beso le hizo olvidar por completo quién era. Empezó a arder como la llama de una vela, de una forma que nunca había experimentado.

Indiferente a todo lo que la rodeaba, clavó las caderas contra las de él en busca de algo que pudiera sofocar el fuego que hacía arder sus sentidos. La caricia no hizo sino empeorar las cosas y Edward no hizo nada por evitar el gemido, al tiempo que el beso se hacía más profundo en un juego de sensualidad sin cuartel. Ella respondía con toda la sensualidad de su ser.

—Salgamos de aquí o te haré el amor aquí mismo y nos arrestarán por exhibicionismo.

—Me han dicho que la policía es bastante comprensiva —dijo ella bromeando.

—No bromees. Esto es angustioso. Quiero una cama y a ti en ella. Ahora.

De pronto se dio cuenta de la dirección que estaba tomando aquel ataque de pasión y se detuvo de golpe camino de la mesa. Edward se volvió hacia ella y la miró con sus negros ojos llenos de deseo, los labios ligeramente arqueados formando una expresión risueña que se le antojó aterradora.

—¿Qué pasa?

—¿Esperas que nos vayamos a la cama? ¿Ahora mismo?

—¿A qué estás jugando? Si el beso de antes no te ha parecido el preludio de una noche de sexo, ¿qué demonios era?

Ella no era muy dada a los juegos pero él no lo sabía, aunque la acusación que acababa de hacerle la hizo pararse a pensar. No podía decirle que nunca antes había besado de ese modo a nadie, así que no podía tener experiencia en lo que podía preludiar. El instinto le decía que si le confesaba a Edward su falta de experiencia éste perdería todo interés en ella.

—Es nuestra primera cita.

—Pero ya hicimos la danza de cortejo durante dos semanas en Sicilia. Te habría llevado a la cama entonces pero hacer algo así estando en casa de tu padre habría sido una falta de respeto hacia tu familia.

—Tan seguro estás de que me habría ido contigo a la cama? —la pasión estaba cediendo paso a la rabia. ¿Cómo se atrevía a asumir que caería en sus brazos tan fácilmente?

—Te deseaba, cara. Sigo deseándote. Desesperadamente. Pero si no estás preparada, dímelo ahora. Iremos a tu ritmo —la sinceridad se reflejaba en su tono de voz y en la profundidad de sus ojos y el hechizo surtió efecto sobre ella.

—Yo también te deseo.

—Entonces vamos.

Bella asintió. El la llevó a su casa y fue entonces cuando descubrió que vivía gran parte del año en Milán, desde donde se hacía cargo de la empresa que tenía diferentes sedes repartidas por todo el mundo. Milán albergaba muchas grandes empresas y éstas requerían medidas de seguridad de última generación.

La besó de nuevo una vez dentro de la casa y ella perdió la batalla antes de empezar. Se despertó horas después con el cuerpo dolorido. Edward seguía durmiendo a su lado, respirando tranquilamente, y aquello le hizo cobrar  conciencia de que era la primera vez que compartía el lecho con otra persona.

Se tocó las mejillas. Sentía el calor en la oscuridad. Se había sonrojado. No la sorprendía después de lo que había hecho. A juzgar por la apasionada forma en que la había amado, Edward había creído que era una mujer experimentada.

Se escurrió fuera de la cama y de puntillas llegó hasta el cuarto de baño. Se dio una ducha. Al salir, observó su cuerpo desnudo en el espejo del baño. La imagen que le devolvió correspondía a otra Bella. Una mujer extraña pero muy sensual. Los pezones estaban aún duros y ligeramente doloridos. Tenía una pequeña marca en un pecho. Recordaba el beso salvaje y cómo ella había entrelazado las piernas alrededor del cuerpo de aquel hombre con una urgencia casi animal mientras le sujetaba con las manos los hombros sacando una fuerza casi sobrenatural. Recordaba también cómo el rincón secreto oculto entre sus muslos había experimentado el placer más increíble que pudiera imaginarse.

Se sentía distinta, como si las emociones de ambos estuvieran conectadas. Sentía que se había enamorado muy deprisa, pero ¿sentiría él lo mismo? Edward era un hombre muy experimentado. Le daba miedo salir del cuarto de baño y comprobar que él no sentía nada. Tal vez seguiría dormido y ella podría vestirse y volver a su hotel. Así evitaría la horrible sensación de la «mañana siguiente».

Él no había dicho o hecho nada que la indujera a pensar que sintiera por ella otra cosa que no fuera pura atracción física. Un hombre tan sexy como él no podía haberse enamorado en una noche. ¡Las mujeres se postraban a sus pies continuamente! Una noche de amor frenético que lo significaba todo para ella no podía significar nada para él. Y no podía culparlo. A pesar de los años que llevaba evitando encuentros íntimos pero casuales no pedía ninguna promesa. Y él no le había hecho ninguna. No había fingido estar enamorado de ella, sólo la deseaba.
Apagó finalmente la luz y tuvo que deja
r pasar unos segundos para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Entonces abrió la puerta. No quería despertarlo. Su ropa estaba desperdigada por toda la habitación. Se agachó a recoger la ropa interior.

—Cara, te echaba de menos. Vuelve a la cama.

—Creo... que será mejor que me vaya.

—No.

Y se movió con tal rapidez que Bella no lo vio venir. En un abrir y cerrar de ojos estaba fuera de la cama y al momento la tomó en brazos.
—Yo creo que deberías quedarte.

—Pero... 

—¿Pero qué, cara?

—Tú... yo... —Bella no podía pensar con claridad notando el roce del pecho desnudo de Edward en su piel.

—Sí. Tú y yo. Somos una pareja y no me gusta dormir solo si mi chica está cerca.
¿Su chica? Bella pensó entonces que sí debía de significar algo para él, pero ése fue el último pensamiento coherente que tuvo antes de perder la conciencia en los sensuales labios de Edward.

Las siguientes cuatro semanas fueron de una alegría absoluta. Se quedó unos  días más en Milán. El la llamaba todas las noches y varias veces al día y finalmente pasaron un fin de semana juntos. Bella se tomó unos días libres para pasarlos en Milán y él la llevó con él a Nueva York en uno de sus viajes de negocios. Fueron tiempos felices hasta que empezó a perder el apetito por las mañanas.

2 comentarios:

  1. Así que Edward fue quien la sedujo... pensó que sería fácil estar con ella??? o de verdad quería algo más??? Pobre Bella, tener que volver a estar con él a la fuerza :S
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

    ResponderEliminar
  2. Que feo sentirse como Bella, me da mucha pena :( Y se nota que no tenía nada de experiencia como para ver que Edward sólo quería una aventura pasajera... Espero que ahora no se deje volver a engatusar, al menos que Ed haya cambiado.

    ResponderEliminar