Capítulo 2/El Secreto



—Entonces quíteme las manos de encima —dijo fríamente—. Y no me toque hasta que sea absolutamente necesario. 

Con eso se dio la vuelta y fue de nuevo hacia la ventana, donde permaneció observando la lluvia que caía, mientras trataba de recuperarse de las emociones que habían estallado en su interior. 

—Usted cree que tiene el derecho de estar ahí de pie sintiéndose superior, pero no es así —murmuró Bella—. Usted tiene su precio, como el resto de nosotros. Y eso no le hace mejor persona que mi padre, ni que yo. 

—¿Y cuál es exactamente su precio? Intente decirme una buena razón por la que haya aceptado todo esto y puede que así la respete. 

Los ojos marrones de la mujer brillaron un segundo, y en ese espacio de tiempo, la verdad estuvo a punto de salir de sus labios. 

Pero consiguió recordar algo y entonces apagó las palabras.
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Bella estaba mirando a través de la ventana del estudio en el momento que su padre entró en la habitación. Se había quedado allí, observando como Edward Cullen se alejaba en su coche. Estaba verdaderamente enfadada, incluso tenía lágrimas en los ojos, aunque no podía saber exactamente por qué... a menos que tuvieran algo que ver con ese hombre horrible que le había hecho adoptar un papel que nada tenía que ver con la verdadera Bella Swan. —¿Cómo fue la cosa?
—Le di de plazo hasta mañana para que acepte mis condiciones o tendremos que romper el trato —contestó, sin molestarse en darse la vuelta. 

Pero pudo sentir cómo su padre se debía de estar enfadando. 

—No estropees este asunto, Bella —le advirtió—, o te arrepentirás. 

—No te preocupes, tuve un gran maestro —Bella sonrió de un modo triste—. Él aceptará mis condiciones porque no tiene otra opción. 
Conseguiría que el señor Cullen firmase el mismo el documento. 
¿Y cómo podía ella estar tan segura de eso? Pues porque conocía a esa clase de hombres. Si su padre había convencido a ese arrogante griego para que se acostara con una mujer sólo por el hecho de emparentarse con su adinerada familia, seguro que no le importaría tener que apartarse de su hijo. 

—Si ese hombre nos sorprende y no acepta tus condiciones —comentó su padre tranquilamente—, ¿has pensado ya lo que harás? 

—Esperar hasta que lleguemos a un acuerdo con alguien. Los ojos de él brillaban de un modo extraño. 

—El siguiente de la lista es Marcus. ¿Podrías honestamente prestarte a que ese hombre se acercara a ti, Bella? 

Marcus era un hombre grotesco y varios años mayor que su padre que le revolvía el estómago cada vez que lo veía. 

—Soy una fulana —replicó ella—. Y las fulanas no pueden elegir con quién se acuestan. Cerraré los ojos y pensaré en cosas agradables, como en qué me pondré para tu funeral. 

Él se echó a reír. En realidad, no le importaba en absoluto lo que ella pensara de él. Según parecía, el principal motivo de eso era que ella le recordaba demasiado a su difunta esposa, siempre dispuesta a serle infiel. De hecho, la concepción de su hermano Tony había sido tan sospechosa como la suya propia, y su padre sólo lo había aceptado como hijo debido a que era un varón. Ella, al ser mujer, no había tenido tanta suerte. 

—Si todo marcha bien con el señor Cullen mañana, tendré que ir a ver a Alice a la escuela. Tendré que decirle por qué no me verá demasiado durante el año próximo. 

—Pero dile sólo lo imprescindible —ordenó su padre en un tono seco. 

—No soy tonta —replicó Bella—. No quiero que se haga demasiadas ilusiones, pero tampoco quiero que piense que la he abandonado. 

—Y ella no va a ir a visitarte a Grecia, así que no le vayas a prometer cosas que yo nunca estaré dispuesto a aceptar. 

Bella nunca habría creído que él iba a aceptar nada parecido. Sabía que quería aún menos a esa niña de siete años que a ella misma. Bella salió de la habitación antes de que pudiera decir algo realmente desagradable. 

Y no podía permitirse ser desagradable, ya que no sería nada bueno, en ese momento, en el que estaba a punto de conseguir algo que llevaba tanto tiempo deseando. 

Tampoco podía permitirse perder a Edward Cullen, ya que a pesar de que lo despreciara, era sin duda la mejor opción para poder cumplir el trato que había hecho con su padre. 

Rogó a Dios por que él estuviera realmente arruinado, como su padre le había dicho. 
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A la mañana siguiente, justo después de que ella saliera de la piscina cubierta, después de hacer los veinte largos habituales, la señora Leyton le avisó de que el señor Cullen estaba esperando al teléfono. Bella se escurrió el agua del pelo mientras se dirigía al teléfono que había al lado de la piscina. 

—¿Sí? —dijo en un tono frío. 

—Sí —respondió él en un tono descortés—, te espero en mi despacho al mediodía —le ordenó—. Mis abogados tendrán listo para entonces un documento que quiero que firmes. 

Después se cortó la comunicación. Ella se quedó mirando el auricular, gesticulando, antes de dejarlo en su sitio. 
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Al mediodía, Bella entró puntualmente al vestíbulo del lujoso edificio de Cullen Corportation. Vestida con traje negro de chaqueta y camisa blanca, parecía una mujer de negocios con su largo y sedoso pelo recogido en una coleta, como era habitual, y sin apenas maquillaje. 


Sin embargo, Bella no necesitaba que su forma de vestir realzase su belleza. Era alta e increíblemente delgada, con unas piernas tan largas que ni la falda, demasiado larga, podía disminuir su impacto. 

Tenía un cutis maravilloso, de una blancura que contrastaba con sus ojos, marrones, y con el color rojo de su boca, con forma de corazón. Era una mujer irresistiblemente sensual. 

Además, bajo la severa forma de vestirse, se intuían unas curvas femeninas que debían de dar a su cuerpo una máxima perfección. Los hombres se paraban todos a mirarla, como si pudieran percibir la excitante sensualidad de esa mujer oculta bajo ese traje de chaqueta. 

Edward Cullen había sido uno de esos hombres que la habían mirado de ese modo. Una tarde él había asistido con unos amigos a una función de caridad y había visto entrar a Bella en la habitación del brazo de su padre. 

Se había preocupado de enterarse de quiénes eran ella y su padre. Y luego, al fijarse en la irresistible belleza de esa mujer, había cometido el peor error de su vida al decidir mezclar sus negocios con un poco de placer. 

No pudo quitar la vista de encima a Bella en ningún momento, y ella y su padre no fueron ajenos a ese hecho. 

Finalmente, el hombre se apartó de sus amigos y se acercó a Emmet Swan para presentarse. Pero a pesar de que las palabras se dirigieron al padre, la vista no se apartaba de la hija. 

Bella intentó proteger a ese hombre de las garras de su padre. Se mostró fría y distante ante la voz tierna con que él le dijo toda clase de cumplidos. Pero no pudo hacer nada. 

Bella, a su vez, pensó que Edward Cullen era uno de los hombres más atractivos que nunca hubiera conocido, pero por lo que ella sabía, su padre quería para ella otro tipo de hombre. El griego era demasiado joven, demasiado dinámico, con demasiado carisma. Además de ser un hombre demasiado acostumbrado a ganar, tanto en los negocios como en el amor. 

Ella necesitaba un hombre más débil, un hombre con un aura menos poderoso, un hombre con el que pudiera llevar a cabo los deseos de su padre y luego marcharse sin mirar atrás, espiritualmente intacta. 

No necesitaba un hombre que hiciera palpitar su corazón por el mero hecho de mirarla con sus ojos verdes soñadores, o alguien que al rozarla en el brazo pudiera hacer que en su piel se despertaran todo tipo de sensaciones alarmantes. Un hombre cuya voz provocara ese temblor en sus piernas, y cuya sonrisa le quitara el aliento. En otras palabras: un hombre con las armas exactas para herirla. Ya había sufrido bastante con hombres parecidos a Edward Cullen. 

Había intentado por todos los medios apartarlo de su vida durante las últimas semanas, mientras que su padre intentaba unirlos a la menor oportunidad, pero él era testarudo y se había negado a darse por vencido. 

El va a pagar las consecuencias de su imprudencia, pensó Bella, deteniéndose en el vestíbulo. Recordando por la decoración que el nombre de los Cullen se relacionaba en el pasado con el petróleo y el negocio de los barcos. Antes de que Edward tomara las riendas del negocio. 

—He venido a ver al señor Cullen —informó Bella en recepción—. Me llamo Bella Swan. 

—¡Oh, sí, señorita Swan! —dijo la secretaria, sin mirar siquiera el libro de citas.

Tiene que tomar el ascensor hasta la última planta y allí alguien la estará esperando. 

Después de agradecerle la información, Bella .se encaminó hacia el lugar señalado. Nadie imaginaría cómo le estaban temblando las manos ni que su garganta estaba completamente seca debido al miedo. Los pasos a dar eran difíciles, pero la recompensa final iba a resultar tan buena que no podía permitirse dudar. 

Entró en el ascensor y apretó el botón del último piso sin pensar. Mientras subía, mantuvo la barbilla firme, los labios decididos y los ojos fijos en una acuarela que adornaba la cabina. 

Representaba un paisaje: un pueblo precioso rodeado de árboles, situado en la ladera de una colina. Las casas eran blancas, de tejados rojos, y la ladera de la montaña bajaba suavemente, dividida en terrazas de sembrados hasta llegar a una pequeña bahía con un pequeño embarcadero de madera. Un bote solitario se mecía en las aguas oscuras. 

Lo que más le llamó la atención fue un grupo de árboles en forma de herradura situado a la izquierda de la casa. Parecía ser un cementerio, ya que se veían cruces sencillas entre las flores llenas de coloridos brillantes. 

Era un detalle extraño para aquel bucólico paisaje, pensó con el ceño fruncido. 

—¿Señorita Swan? 


La voz masculina, de ligero acento extranjero, la hizo volverse y descubrir que no sólo el ascensor había llegado, sino que las puertas se habían abierto y un hombre alto moreno y de piel bronceada la miraba confundido. El desconocido la miraba de manera tan fría que ella se imaginó que sabía exactamente a qué había ido allí. 

—Sí —contestó altiva. 

Algo brilló en los ojos del hombre. ¿Sorpresa ante el desafío de ella? O sería algo mucho más sencillo, pensó para sí, mientras observaba cómo esos ojos verdes recorrían todo su cuerpo, como si tuviera todo el derecho de revisarla como una mercancía. 

«»Que es exactamente lo que eres», se dijo Bella, con su habitual sinceridad. 

—¿Y usted es...? —preguntó la muchacha, con su educado acento inglés, obligando a aquellos ojos a que se enfrentaran a sus ojos desafiantes. 

La muchacha estuvo a punto de reírse, al ver la expresión del hombre atrapado en una falta. Pero, de repente, pensó que aquel rostro le era familiar. 

—Yo soy Jasper Cullen —informó el hombre—. Mi hermano está por aquí, sígame... 

«¡Ah, es su hermano!», dijo para sí, sonriendo ligeramente. No le extrañaba que le resultara familiar. Eran los mismos ojos, el mismo físico, aunque sin el dinamismo poderoso de su hermano. Quizá fuera más guapo, en un sentido estético, pero por el comportamiento azorado del hombre mientras lo seguía hacia dos enormes puertas cerradas, la chica pensó que le faltaba la sofisticación y frialdad de su hermano. 

Jasper Cullem se detuvo. Luego golpeó ligeramente en una de las puertas, antes de abrirla y Bella aprovechó el momento para tomar aire y prepararse para los próximos minutos. 

A continuación, el hombre se apartó para que ella pasara. 

Lo hizo despacio, esperando casi entrar en una habitación llena de abogados con trajes grises. Pero en vez de ello, se encontró de repente frente a la única persona que había en la habitación. Edward estaba sentado detrás de una mesa. A través de la ventana entraba una luz que iluminaba su fuerte cabello oscuro, cuidadosamente peinado. 

La puerta se cerró tras ella. Bella miró hacia atrás y vio que Jasper se había ido. Sintió en el estómago un nudo de tensión, mientras se volvía para enfrentarse al hombre con el que pronto tendría que acostarse y tener relaciones íntimas. 

—Muy profesional —murmuró él—. Creo que se llama ropa de ejecutiva, pero debo advertirte que estás perdiendo el tiempo conmigo. 

Sorprendida por ese inesperado ataque, Bella se miró el traje gris severo, con su sencilla falda y su blusa blanca, y sólo entonces se dio cuenta de que él estaba mal interpretando completamente la razón por la que ella iba vestida de aquel modo. 

Pero eso no le importaba, decidió, mientras levantaba de nuevo la barbilla y lo miraba con sus ojos verdes. Iba así vestida porque después de allí tenía que ir al colegio de Alice, donde se insistía en un conservadurismo mojigato. 

—Cuando te cases conmigo —continuó—, espero que te pongas algo más... femenino. 

Me parece una equivocación que las mujeres se vistan igual que los hombres. 

—Eso será si me caso contigo... —corrigió Bella, acercándose a la mesa, hasta que ésta fue la única separación entre ambos—. Tu hermano se parece mucho a ti —comentó. 

Por alguna razón, el comentario pareció molestarlo. 

—¿Te estás preguntando si tu padre ha elegido el hermano equivocado? Jasper es nueve años más joven que yo, lo cual le sitúa en una edad más parecida a la tuya, creo. 

—No tengo ningún interés especial en tu hermano —aseguró, sonriendo ligeramente al pensar que el hermano mayor habría notado e interpretado correctamente el rubor en las mejillas del hermano menor—. Aunque nunca se sabe, puede que mereciera la pena descubrir cuál de los dos hermanos me interesa más antes de comprometerme. 

De nuevo el hombre reaccionó con rabia. 

—Jasper está ya casado con una mujer a la que adora. De manera que para ti sería todo inútil. 

—¡Ah, casado! —exclamó—. Es una lástima. Entonces parece que tendrás que hacer tu. 

La muchacha se sentó en una silla y esperó a que él hablara. 

Para su sorpresa, él permaneció en silencio, con una mueca en los labios. No era ningún estúpido y sabía que era mejor que su hermano, más guapo, y mucho más atractivo. 

—Éste es un contrato que han redactado mis abogados esta mañana —anunció, ofreciéndole un documento de varias páginas—. Te aconsejo que lo leas antes de firmarlo. 

—Es lo que pienso hacer —contestó, tomando el contrato en sus manos. 

A continuación, se concentró en el documento, ignorando al hombre moreno al otro lado de la mesa. 

Era un documento sencillo, que explicaba punto por punto las condiciones del matrimonio. La primera página era más un acuerdo prenupcial que un contrato de negocios, en donde se informaba de los derechos y libertades de cada uno en el primer mes. La segunda página especificaba lo que ella tendría que esperar de él una vez llegada la separación. Esto último era bastante poco, cosa que no la sorprendió. 

El hombre creía que ella tendría bastante dinero una vez hubiera terminado todo. A ella le convenía que él pensara aquello, y no le importaba que no le quedara nada. 

Fue en la tercera página donde las cosas empezaron a ponerse más feas. Ella viviría donde él quisiera, se acostaría dónde él quisiera y si salía fuera, lo haría siempre con un acompañante designado por él. 

También tendría que estar dispuesta a tener relaciones con él cuando él deseara... 

Bella sintió los ojos de él sobre ella, siguiendo, estaba segura, cada línea que ella leía. Notaba que estaba a punto de ponerse colorada, pero se negaba a ello. Apretó los labios y decidió no dejarse llevar por aquella desagradable cláusula. Después de todo, se casaban sólo por sexo, que era lo único que hacía falta para tener un hijo. 

Ella tendría que comportarse en todo momento como una esposa decente, decía la siguiente. Además, ella no podría decir nada de la vida que él llevara aparte del matrimonio, aceptando completamente que mantuviera una amante... 

El hecho de que varios abogados y la persona que hubiera pasado a máquina el documento, estuvieran al tanto de todo, la aterrorizaba. 

Durante su predecible embarazo, ella no podría abandonar Grecia sin su permiso. El hijo tendría que nacer en Grecia y ser nacionalizado como tal. Finalmente, cuando se separaran, los derechos de la custodia serían para ella. 

Pero, para su sorpresa, la separación sería decisión de él. Si Bella abandonaba la casa de ambos por propia voluntad, perdería la custodia del niño... 

—No puedo aceptar esto último. 

—No tienes derecho a elegir —replicó él, recostándose en el asiento y leyendo de nuevo el documento te advertí que no quería negarme el control de mi propio hijo y heredero. Tengo derecho a protegerme contra la posibilidad de que tú te quieras marchar, igual que tú tienes derecho a protegerte si yo me marcho. Así, ambos nos protegemos. 

El hombre la miraba con una decisión firme. 

—Si yo decido que no puedo soportar más la vida contigo, entonces me iré, sabiendo que así perderé los derechos sobre nuestro hijo. Si tú decides lo mismo, entonces tú también perderás los derechos sobre él. Creo que es justo, ¿no crees? 

¿Lo creía? Tenía la horrible sensación de que estaba siendo atrapada, aunque no sabía exactamente cómo. De todas maneras, ¿que le importaba?, se preguntó. No tenía intención de volverse a casar de nuevo. Si Edward Cullen quería ser su marido para siempre, que lo fuera. 

—¿Hay algo que quieras añadir? —quiso saber él, una vez que ella hubo leído el documento sin hacer ningún comentario. 

Bella hizo un gesto negativo con la cabeza. Si se le ocurría algo contra lo que tuviera que protegerse, se lo haría saber mediante un abogado. Poniéndose en pie, tomó su bolso. 

—Le llevaré el documento a mi padre para que lo lea. Luego te lo devolveré. 

— No. 

Bella ya se estaba dando la vuelta, pero se detuvo. Lo miró fijamente a los ojos por primera vez desde

que había entrado allí, y su corazón dio un vuelco, al ver la seriedad inmutable en aquellos ojos claros. 

—Esto es entre tú y yo —insistió—. Cualquier acuerdo entre tu padre y yo, o entre tu padre y tú, será algo completamente aparte de este contrato. Si aceptas, tienes que firmar el contrato ahora o nunca. 

—Sería una estupidez si no llevara esto a un profesional antes de firmar —protestó. 

—¿Quieres a un profesional ahora mismo? Dame el teléfono de tu abogado y le  diré que venga en seguida, pero te advierto que me niego a alterar una sola palabra del contrato, aunque él te aconseje lo .contrario. Así que... —terminó, encogiéndose de hombros. 

Bella se quedó pensativa unos segundos, mirando a aquel hombre de rostro inescrutable cuya expresión le recordaba tanto a su padre. 

Se estremeció. Ese hombre despreciaba quién y qué era ella. Le daba igual lo que ella sintiera. Él estaba dispuesto, estaba segura, a hacerle pagar de todas las maneras posibles por obligarlo a hacer aquello. 

Igual que su padre, pensó tristemente Bella. Eran el mismo tipo de hombre. Eso la hizo preguntarse si por eso Emmet Swan había elegido a Edward Cullen como primer candidato. ¿Era porque veía en él al hombre adecuado para sustituirlo como su torturador? 

—¿Te estás preguntando al final si cinco millones de libras son suficientes por el purgatorio que vas a sufrir al casarte conmigo? 

—No —dijo ella, poniendo en la mesa el contrato—. Simplemente estaba decidiendo si merecía la pena discutir contigo, pero como tengo otro compromiso, creo que es mejor que terminemos cuanto antes. ¿Dónde hay que firmar? 

Tardó en recuperar la calma todo el camino hasta Bedfordshire, ya que desde el momento en que había firmado aquel contrato maldito, se sintió completamente humillada. 

A él no le había gustado que ella hablara de otro compromiso y hubiera sido mejor mantener la boca cerrada. Y la había castigado presentándose en el despacho con dos abogados a los que llamó para que firmaran como testigos. La presentó como la mujer que estaba desesperada por tener un hijo con él, mientras les ofrecía el contrato. 

Había sido cruel e innecesario, pero no le había importado. Por la manera en que la había mirado, con una expresión burlona en los ojos al ver el rubor de sus mejillas, parecía que incluso había disfrutado. 

Luego llegó la humillación final, una vez que los abogados se hubieron marchado: el beso. 

Todo el cuerpo de ella se estremeció y sus labios todavía temblaban al recordar la manera despiadada con que él los había devorado. Había sido todo un caballero. Se había acercado y ella había creído que era para acompañarla educadamente a la puerta. Pero él la tomó en sus brazos y atrapó su boca con la misma decisión con que lo había hecho el día anterior. 

Sólo que esa vez el beso había ido mucho más lejos. Era como si él hubiera proclamado el derecho a la propiedad que acababa de comprar, usándola con toda la experiencia y sabiduría del hombre que sabía exactamente cómo hacer que una mujer se excitara. 

Y se había excitado, eso era lo más humillante de todo. Ella se había quedado en sus brazos y se había excitado como nunca. Se había estremecido y gemido y se había  agarrado a su boca como si su vida dependiera de ello. 

¿Dónde habían quedado su orgullo, su autocontrol y la determinación de permanecer alejada de él? 

«¿Qué te ha hecho?», gritó su mente. «¿Qué le has hecho a él?» 

—No... 

Fue la protesta que escapó de sus labios angustiados. Tuvo que reducir la velocidad porque de repente sus ojos se nublaron, confundidos con el recuerdo de sus manos agarrándolo, rodeando el cuello de él, su pelo, abrazándolo cuando lo que tenía que haber hecho hubiera sido empujarlo. 

Él había murmurado algo. Todavía podía oír el gemido dentro de su cabeza. Todavía en ese momento podía sentir el fuego del cuerpo de él contra el suyo. Podía sentir las nalgas separándose, la piel encendida por el placer de las manos masculinas y la repentina excitación de su miembro viril. 

Había sido horrible. Se habían devorado el uno al otro como animales hambrientos, tan encendidos de deseo que cuando él la había soltado bruscamente, ella se había tambaleado y se había ruborizado como una colegiala. Había abierto los ojos de par en par y la boca temblorosa para tomar aire, mientras lo miraba sin pestañear. 

—Cúbrete —ordenó el. 

Una sensación de repulsa la cubrió por entero, haciendo que el pie se le resbalara del acelerador, cuando imaginó mentalmente lo que él había debido de ver. 

La chaqueta y la blusa, incluso el sujetador de encaje, estaban abiertos, revelando sus senos hinchados y con los pezones duros. 

—No puedo creer que hagas esto —murmuró ella, dándose la vuelta e intentando colocarse la ropa con manos que no la obedecían. 

—¿Por qué no? Has firmado. —Te odio. 

—Pero creo que no te va a ser difícil tener relaciones sexuales conmigo, ¿verdad? La mujer se estremeció ante la burla. 

—No me sorprende, de verdad —continuó—. Los rumores dicen que tú eras bastante libertina en tu adolescencia. 

¿En su adolescencia? La muchacha se quedó inmóvil. El hecho de que él conociera algo sobre aquellos años de rebeldía adolescente fue suficiente para que callara. 

—Y ahora, dejemos una cosa clara antes de que te vayas. Te comportarás como una señorita mientras me pertenezcas. No habrá fiestas locas ni desvaríos. No harás el amor con nadie a la mínima ocasión. 

—Yo no soy así —afirmó, defendiéndose. 

—Eso será ahora. ¿Y quién sabe si es así? En cualquier caso, mientras estés casada conmigo, no tendrás oportunidad. Quiero tener la seguridad de que el niño que lleves dentro es mi hijo, o desearás no haber oído nunca el nombre Cullen. Ahora arréglate antes de salir de esta habitación. Nos casaremos dentro de tres días. 

—¿Tres días? Pero... 

No pudo decir nada más. 

—Nada, otra cosa más, tengo una amante en Atenas con la que estoy muy contento —anunció—. Ella seguirá siendo mi amante pase lo que pase con este contrato. No seré discreto, no haré concesiones a su orgullo, aunque viva con usted y con mi hijo. La despreciaré y la odiaré a usted y le haré el amor hasta que conciba ese hijo. Luego no volveré a tocarla nunca más. Y si usted cree que la dejaré marcharse con mi hijo, está equivocada. 

—Entonces no aceptaré el contrato —respondió Bella, utilizando la misma táctica que su padre. Después de todo, él tenía que estar desesperado para aceptar casarse con ella y engendrar al nieto de Emmet Swan. Ella aceptaría sólo porque al final del os curo túnel veía una luz de esperanza sin la cual no podría sobrevivir. 

—Intente decirle eso a su padre. Lo teme, me di cuenta nada más poner los ojos en usted. 

—Pero usted desea lo que él le va a dar más de lo que desea a ese hijo. Así que le digo que si no acepta que yo me quede con la custodia, romperemos el trato. Ahora sería un buen momento para decirle la lista de candidatos que se presentarían enseguida. 

—Es tan fría y calculadora como su maldito padre. Bella no dijo nada. Edward Cullen se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta. 

—Hablaré con mis abogados —dijo al llegar a ella—. Y mañana lo decidiré. 

—De... acuerdo —contestó Bella nerviosa. 

—Su padre se va a enfadar por esto —dijo él provocador, al notar la ansiedad en ella. 

Ella se encogió de hombros. 

—Mi padre sabía mis condiciones antes de que usted llegara. ¿Cómo si no cree que se marchó dejándonos a solas cuando ya le tenía atrapado en su red? 

Entonces el hombre, que ya tenía agarrado el pomo de la puerta, se giró y caminó hacia ella despacio. El corazón de Bella comenzó a palpitar a toda velocidad. 

Era alto, más alto que ella, incluso varios centímetros. Eso significaba que tenía que alzar la cabeza para mantener la mirada de él. 

—Debe saber que corre un serio peligro al provocarme de esta manera. No entiendo por qué lo hace. —No sé de qué está usted hablando —dijo ella, sintiendo el dedo de él sobre su garganta. 

—¿No? —preguntó él provocador. 

Entonces decidió demostrarle de qué estaba hablando. Tomándola de la barbilla con su mano, la besó. Pero no fue un beso pasional, ni siquiera un beso para castigarla. Se limitó a posar sus labios sobre los de ella y a tocar con su lengua ligeramente la curva exterior de su boca. Después sus ojos, que parecían de cristal oscuro, se quedaron mirando fijamente los de ella, que delataban su sorpresa. 

—¿Por... por qué ha hecho eso? —preguntó ella. —¿Por qué crees? —replicó él con voz burlona. Quería saber si podía saborear el ácido que gotea de esa boca constantemente, pero no ha sido así —admitió en un susurro—. De hecho, tus labios son tan dulces que me da la impresión de que tendré que probarlos de nuevo. 

Y eso fue lo que hizo, tal como le había advertido. Volvió a besarla, sólo que esta vez su lengua se deslizó sinuosamente entre los labios de ella. Como notó que ella intentó protestar, rodeó su cintura con la mano libre y la apretó contra él, de un modo que ella pudo sentir el cuerpo de él pegado al suyo. Un cuerpo que se estaba tensando ya, para su sorpresa. 

Pero lo que más le chocaba era el modo en que sus propios sentidos estaban reaccionando, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera de los pies a la cabeza. 

Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no caer en la tentación de lo que en ese momento le estaba pidiendo su cuerpo. 

¿Qué era lo que le estaba sucediendo?, se preguntó Bella, al borde del delirio. 

Todavía enfebrecida por el deseo, tuvo que admitir que él era bueno. Había utilizado su lengua de un modo tan sensual que le había hecho gemir de placer. La había sujetado con sus manos contra él de modo que ella había podido sentir el efecto que la fricción de sus dos cuerpos había ejercido sobre él. 

Y lo que era peor, el cuerpo de ella había reaccionado ante la excitación de él. El interior de sus muslos estaba hambriento, los labios la temblaban, la respiración se le había acelerado y sus manos habían subido hasta los hombros de él. Después de un nuevo gemido, ella no pudo contenerse más y comenzó a besarlo con gran pasión. 

Bella se sintió morir cuando oyó la risa triunfal de él. 

Nunca se había sentido tan humillada en su vida. —¡Vaya, menuda sorpresa! 

—exclamó él, al tiempo que se apartaba—. No esperaba que reaccionaras con la misma excitación que yo a nuestro pequeño combate. Sin duda, será un aliciente en el caso de que finalmente acepte tu oferta. 

Bella se echó hacia atrás a su ver y sus dedos temblorosos soltaron los hombros de él. Sus mejillas estaban ruborizadas por la profunda vergüenza que sentía. 

—Pensaba que nuestro encuentro debía de ser mucho más profesional. Creo que no has sabido mantener la cabeza demasiado fría —se burló él.

—Nunca dije que fuera una mujer frígida —se defendió ella.

—Pues tu padre debe de pensar que sí que lo eres. En caso contrario, no tendría que pagar a cualquiera para que se acostase contigo.

—No a cualquiera, al hombre que él eligiera —replicó, levantando la barbilla. A pesar de que su cuerpo todavía seguía temblando, lo miró desafiante—. Por favor, recuerda que tú puedes elegir, pero yo no. Yo haría lo que fuese por conseguir esos cinco millones de libras.

La expresión de él cambió como si le hubieran dado una bofetada. Se alejó unos pasos de ella con tal disgusto en su rostro que ella casi se arrepintió de haber dicho esas palabra. Pero sólo casi.

—Te llamaré mañana con lo que decida —dijo bruscamente, mientras se dirigía hacia la puerta.

—Es con mi padre con quien debes tratar, no conmigo.

—No, te llamaré personalmente a ti. Tu padre tratará con mis abogados.


8 comentarios:

  1. Jummm creo que la imagen que todos tiene de Bella es muy dura, y demasiado alejada a lo que ella es, estoy bien???
    Además de todo, es demasiado malo que la trate así sea un asunto de negocios o no... me esta cayendo muy mal Edward en este momento :(
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  2. wow las cosas se ponen mejor!! esto va a ser una guerra entre ed y bella , y bueno definitivamente necesito saber qué papel juega alice en la vida de bella, aunque puedo imaginarmelo, si no fuera así, ella no hubiera aceptado las disposiciones de su padre, en fin, muchas gracias x el capitulo, y felicitaciones por el trabajo hecho ademas de que el blog está muy padre, saludos , y obviamente quiero un capitulo pronto :)

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  3. Edward es muy canijo esto es como jugar al gato y al raton el gato ed y el pequeño raton bella
    este par se dan con todo y apenas empesamos omg lo q nos queda x leer será muyyyyyyyyy emocionante

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  4. Apuesto a que Alice es hija de Bella y con ella la extorsiona su padre.

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  5. Creo que sera una historia muy intensa con arrepentimientos posteriores

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  6. Que es lo que Bella quiere? Que es tan importante para venderse de esa manera o porque quiero 5 millones de libras? Alice es su hermana o su hija?? Y si Edward esta siendo un maldito con ella

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  7. Me es un poco raro que Jasper no sea pareja de Alice pues igual pienso q Alice puede ser hija de Bella su sucio secreto porque es obvio que el dinero no le interesa talvez si ella le dijera la verdad a Edward el la miraria de manera diferente.

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  8. Será que Alice está enferma o Bella solo quiere esa plata para poder mantenerla ella y que ya no dependa de su padre???

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