No tuvieron que esperar mucho.
Al día siguiente, por la tarde, Charlie Swan sufrió otro infarto. Sucedió sin advertencia alguna, sólo tuvo cierta agitación vaga que no preparó a Bella para lo que se avecinaba. El doctor llegó con rapidez, alertado por la enfermera que se dio cuenta. Charlie estaba muy quieto, apenas consciente de lo que pasaba a su alrededor. Bella estaba al pie de la cama y se abrazaba, temiendo lo peor.
— Bella —la llamó Charlie con debilidad.
— Sí, papá —estuvo a su lado en un instante. La expresión sombría del médico le hizo saber que nada se podía hacer ya— Aquí estoy —tomó su mano frágil entre las suyas y se tensó.
— Edward te va a cuidar, linda —susurró— Tú y Swan’s estarán bien con él.
— No hables así —lo reprendió, temblorosa— Esto es sólo una pequeña complicación. En unos días volverás a enojarte conmigo —lo vio sonreír y sus ojos se llenaron de lágrimas— Te quiero mucho, papá —se atragantó y sintió cómo su padre le acariciaba la mejilla, con gran suavidad.
— Igual a tu madre —susurró con un hilo de voz.
— No —supo que era el fin y no pudo aceptarlo. Las lágrimas nublaron su vista— ¿Papá? —susurró y suplicó en silencio que su padre abriera los ojos para que la viera. Papá, escúchame. ¡Tengo algo que decirte! —nada en la expresión de su padre le sugirió que la estaba oyendo— Voy a tener un bebé, papá. ¡Tu nieto! Así que tienes que ponerte bien, ¿verdad? Tienes que...
— Bella... —el médico la tomó del brazo, impotente, y la hizo temblar— Ya todo terminó, linda —anunció y la apartó de la cama, triste— Ya todo terminó, lo siento.
— Ni siquiera me escuchó —susurró.
— Sí, te oyó —le aseguró el doctor y vio cómo ella empezaba a llorar— De eso estoy seguro.
— ¿Bella?
Al oír esa voz profunda, la chica se volvió para buscar a su dueño. Edward estaba en el umbral de la puerta y su rostro estaba pálido y sombrío. A través de sus lágrimas, lo vio mirar al médico, quien le hizo una señal negativa con la cabeza. Entonces, Bella sollozó de tristeza y Edward se acercó a ella y la abrazó con fuerza.
Esa fue la primera noche en casi un mes que Bella durmió en brazos de su esposo. Mientras la casa se preparaba para el velorio, Edward se quedó con ella en su cuarto, absorbiendo su dolor hasta que por fin el agotamiento la hizo dormir.
Bella no volvió a despertar sino hasta la madrugada y descubrió que estaba envuelta en la comodidad de los brazos de Edward.
— ¿Estás bien? —inquirió éste cuando notó que estaba despierta. Bella lo miró. Edward no había dormido nada.
— Sí —bajó la vista y sintió la tranquila insensibilidad que invadía su interior— ¿Cómo supiste que debías venir?
— Mi madre me llamó —explicó— Siento no haber podido llegar antes que...
— Creyó que tú y yo nos amamos, ¿lo sabías? —sollozó aunque su intención fue reír— Siempre creyó, hasta el último momento, que eras el príncipe azul que vino a salvar a su compañía y a su hija.
— Y supongo que tú sabes la verdad —suspiró y apretó su mano.
— Sé la verdad —declaró.
— ¿Y cuál es la verdad? —inquirió con tristeza.
Fui comprada, pensó la chica y se alejó de él. Sintió que la frialdad la invadía de nuevo. Tal vez Edward ayudó a salvar la compañía de su padre para que no cayera en las manos ambiciosas de Jasper y Bella siempre le estaría agradecida por eso. Pero ella se vendió a Edward para conseguir su ayuda.
No halló ningún consuelo en eso, ninguno en absoluto.
Edward hizo un movimiento para abrazarla de nuevo. Bella se tensó y esperó con ansia que lo hiciera. ¡Lo amaba tanto! ¡Y necesitaba tanto que él la amara también!
Sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas y Bella se mordió el labio pues no quería llorar, se negaba a hacerlo. Se sentía tan perdida y sola, que eso le dolía casi tanto como la muerte de su padre.
Entonces sintió que Edward la envolvía en sus brazos de nuevo y Bella no se resistió. Débil y desamparada, se acercó a ese cuerpo cálido y hundió el rostro en el hueco de su hombro.
Sólo por esta última vez, se dijo. Sólo déjame yacer en sus brazos e inhalar su cálido aroma por última vez.
Era probable que nunca más pudiera disfrutar de un momento tan bello como ese.
— Bella... —susurró con voz baja y ronca. La hizo estremecerse pero la chica se negó a hacer caso de ello.
— No hables —susurró, suplicante— Por favor, no digas nada.
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Dos días después, Charlie Swan fue inhumado. Esme acompañó a Bella en el entierro y su actitud para con ella se había suavizado debido a la pena de la joven. Edward estaba del otro lado y la rodeó de la cintura, para darle apoyo y valor.
No la dejó sola desde la muerte del padre. Estaba sombrío. Dormía en otro de los cuartos de huéspedes y ni siquiera Esme le preguntó por qué no lo hacía con su esposa puesto que ella, al igual que todos los demás, se daba cuenta de lo agotada que estaba Bella ahora que ya no tenía que cuidar más de su padre.
Y si la joven yacía despierta en la oscura noche, temblando por la soledad y por el ansia de desear que el cuerpo cálido de Edward llenara de vida el suyo, nadie más lo supo.
Era demasiado tarde. Su padre estaba muerto y ahora se había llevado consigo el derecho que Bella tenía de estar con el hombre al que amaba.
Salvo por su bebé, insistió una vocecita. De seguro, ese hijo tenía el derecho de estar con su padre, ¿no?
Bella debió temblar porque Edward apretó un poco más su cintura para darle valor.
— Vámonos —la condujo fiera del cementerio con lentitud y Bella sintió que Esme le ponía la mano en el hombro durante un breve momento antes de quitarla de nuevo.
¿Simpatía?, se preguntó Bella y quiso llorar de nuevo durante horas.
El auto los llevó de regreso a la casa, abriendo la fila de autos en donde estaban los amigos de su padre, colegas de negocios, personas que Bella casi no conocía pero que le dieron cierto consuelo porque estimaban a Charlie Swan y por eso asistieron al funeral.
Bella se lo comentó a Edward.
— Tu padre era muy querido y muy respetado —replicó, sombrío— Sus amigos vinieron a despedirse de él. Lo van a extrañar mucho.
Bella se retrajo de nuevo y llegaron a la casa sin decir nada más. En el momento en que entraron al vestíbulo, Esme miró su rostro pálido y cansado y la envió a su habitación. Bella obedeció, agradeciendo el pretexto de no tener que ser valiente frente a todos y dejó que Edward y su madre se hicieran cargo.
Edward la encontró en su cuarto, horas después. Su abrigo negro, su sombrero y sus zapatos estaban en la cama. Bella estaba sentada frente a la ventana y apoyaba la mejilla en sus rodillas mientras miraba afuera.
— No has hecho tus maletas — Edward cuando entró en la habitación y cerró la puerta
Bella se volvió al oírlo hablar. Se percató entonces de que Edward esperaba que ella regresara a su casa ese día.
— No voy a irme —anunció.
Edward se detuvo, la miró con enojo e hizo una mueca.
— Eso sospeché. ¿Puedo preguntarte el motivo? —fue sarcástico.
— Leí el testamento de mi padre —le informó con voz triste.
— Ah —comentó como si eso lo explicara todo y en realidad sólo se trataba de la punta del iceberg que amenazaba a Bella.
— Tenía un copia en el cajón de su mesa de noche La hallé mientras guardaba sus efectos personales. Te lo dejo todo —concluyó con pesadumbre.
— Sí —suspiró y se sentó en la orilla de la cama— Me lo confió —aclaró— Para nuestro primer hijo. Pero espero que me creas si te digo que yo no sabía que esas eran sus intenciones.
— No importa —murmuró, indiferente. Entendía las razones de su padre. Este creyó que así protegería a su hija de Jasper, que quería aprovecharse de su ingenuidad— De todos modos te lo debía —se encogió de hombros y pensó: Qué persona tan patética debo ser para que mi padre llegara a esos extremos para protegerme.
— Claro que importa —explotó Edward— Yo no quería nada de eso.
— Querías tener Swan’s.
— Te quería a ti, Bella. Y me niego a que te olvides de eso.
La quería a ella... Bella recordó la primera vez que se lo dijo, en ese mismo cuarto. Ahora le parecía que habían pasado siglos desde entonces.
Apoyó la mejilla en sus rodillas y lo contempló. Edward estaba cansado y la tensión de las últimas semanas empezaba también a hacer mella en él. Algo despertó en el interior de Bella, pero la chica lo aplastó antes que pudiera aflorar.
En ese momento, Edward alzó la vista. Sus miradas se encontraron y por una vez Bella no bajó la mirada. Afuera, la tarde era gris. Bella no podía ver con claridad el rostro de Edward debido a que había poca luz en el cuarto, pero intuyó que estaba muy serio y triste. Así era el ambiente que reinaba en toda la casa.
— Es hora de ir a casa, Bella —declaró Edward con tranquilidad, rechazando la negativa anterior de la chica.
— No —para ella, el hogar era una isla soleada que estaba a millones de kilómetros de allí. Ese fue el único lugar en donde fue feliz hacía poco. Se levantó, tensa— Yo… necesito un poco de tiempo para estar sola —insistió y se abrazó como si hiciera frío.
— ¿Qué significa eso? —se puso de pie también tenso.
Bella se apartó de su cuerpo alto y hermoso pues la abrumaba la necesidad de lanzarse a sus brazos.
— Necesito tiempo para pensar, para planear lo que voy a hacer con mi vida ahora.
— Vendrás a casa conmigo —declaró con arrogancia. Parecía un griego tan celoso, que Bella casi sonrió— Y allí volverás a asumir tus responsabilidades como mi esposa.
— En tu cama, querrás decir.
— Sí, en mi cama —la jaló del brazo para verla a los ojos— Esposa, amante, ¿cuál es la diferencia? Ese es tu sitio. Estar conmigo, dondequiera que yo esté. No estar viviendo por separado.
— ¡Mi padre está muerto!
— Sí —asintió con tensión y apretó sus antebrazos— Respeto tu luto, pero a partir de ahora, llorarás su muerte en mi casa. No seguiré tolerando esta absurda separación ni un momento más. Dios sabe que no debía siquiera dejar que empezara —suspiró con enojo— Ahora ya es hora de poner fin a todo esto. Y tú, Bella Cullen, vendrás a casa conmigo. ¡Hoy mismo!
— Prometiste liberarme de cualquier compromiso contigo el día en que mi padre muriera —sólo dime que me amas, Edward, suplicó para sus adentros, y yo haré lo que sea por estar a tu lado— Hace tan sólo unas noches que volvimos a hablar de eso y me prometiste...
— Que lo discutiríamos —intervino con furia— Y eso haremos, en casa... ¡en nuestra casa!
La insistencia y la rabia de Edward la hicieron querer claudicar en ese momento. Bella ansiaba que él le quitara el peso de las preocupaciones de sus hombros. Pero eso no estaba bien. Ya no. No ahora que su padre estaba muerto y que el trato terminaba. Bella estaba embarazada y necesitaba que Edward ya no la deseara tan sólo como mujer. Necesitaba que la amara con desesperación.
— Por favor... —suplicó con angustia. Su cabello era como una cascada en su espalda y no tenía idea de lo hermosa que le parecía al hombre que la miraba con enojo— ¡Trata de entender! No puedo regresar y dejar que las cosas sean como antes.
— ¿Y cómo eran? —retó— Un hombre y una mujer que apenas empezaban a conocerse. Y quieres desecharlo todo por... ¿Por qué? —estaba confundido de pronto y la miró con ojos penetrantes.
— Porque eso fue parte de nuestro trato.
— Sólo fue un pacto absurdo —descartó con desprecio— Lo hicimos para salvar tu conciencia culpable porque me deseabas tanto que te aborrecías por ello.
— ¡Eso no es cierto! —negó y supo en el fondo que era la verdad.
— ¿No? —la atravesó con la mirada y la hizo estremecerse tanto, que el cabello de su nuca se erizó— Vamos a probar esa teoría, ¿de acuerdo? —antes que Bella adivinara sus intenciones, Edward la atrajo con enojo a su cuerpo tenso.
La besó con fuerza en la boca y el beso ardió en el centro de Bella y la arrastró por una corriente de sensualidad renovada que la dejó sin nada… sin nada a qué aferrarse para salvarse de ella.
— La verdad —se burló al empujarla y rompió el beso con tanta brusquedad, que la chica se tambaleó frente a él, mirando con fijeza su rostro duro y desdeñoso, mientras que su propia mente seguía perdida en un torbellino de placer— ¿Qué sabes acerca de la verdad cuando tienes la habilidad de distorsionarla para tu propia conveniencia?
Edward se alejó de ella y se dirigió a la puerta.
— Quédate aquí si eso es lo que quieres —decidió con amargura— Pero esta es la última vez que salgo de esta casa sin ti —advirtió al verla con resentimiento— Ya sabes en dónde estoy si cambias de opinión. Sólo reza para que entonces yo no haya cambiado de opinión.
Cerró con violencia. Se había ido, dejándola sola y preguntándose qué fue lo que esperaba. Su corazón se abrió para dejar salir todo su dolor. Sollozando, se aventó en la cama y lloró como nunca. Lloró por sí misma, por su padre, por el hijo que llevaba en sus entrañas y aún por el hombre que acababa de desaparecer con tanta violencia de su vida.
Alguien llamó a la puerta. Bella se sentó y su corazón le dio un patético vuelco. No es Edward, se dijo al bajar de la cama. Él dijo que no volvería y no volverá.
Y no era Edward.
Bella apenas se había secado las lágrimas de los ojos cuando la puerta se abrió e Esme entró en la habitación.
— ¡Bella! —exclamó, más ansiosa que enojada— ¿Por qué salió mi hijo de aquí tan furioso?
Bella se dirigió de nuevo a la ventana, huyendo como solía hacerlo.
— ¿Por qué no se lo pregunta, Esme? —sugirió con tristeza— Después de todo, usted está preocupada sólo por sus sentimientos.
En toda su vida nunca se sintió tan sola y perdida y eso debió reflejarse en su voz pues, a diferencia de lo que Bella esperaba, Esme no hizo un comentario despectivo sino que suspiró y se acercó para tomarla del brazo con suavidad.
— Ay, ay, ay —suspiró con tristeza— ¿Qué no tienes suficiente dolor al que hacer frente ahora, Bella, como para provocarte más sufrimiento al alejar a mi hijo al reñir con él? —la sintió temblar y volvió a suspirar— Me aseguraste que lo amabas —insistió con gentileza— Entonces, por qué tengo que ver la forma en que estás destrozando su corazón.
¿Su corazón?, se amargó Bella. ¿Qué corazón? ¿Y qué hay con el mío? De nuevo sus ojos azules se cegaron por las lágrimas.
—Edward no tiene corazón —se burló—. Tiene un pedazo de roca en su pecho.
— ¿Ah, sí? —lejos de sentirse ofendida por el insulto, la voz de Esme se suavizó aún más— ¿Y alguna vez has tratado de comprobar lo que dices tú misma?
— Yo sé lo que pasa —murmuró.
— Supongo que cuando dices eso, te refieres a que la compañía de tu padre fue la única razón por la que mi hijo fue en contra de mis deseos al casarse contigo.
— Estoy hablando de deseo, Esme —a Bella ya no le importaba nada. Las cosas se habían deteriorado mucho y ya no podía fingir más— La única manera en que él podía acostarse conmigo, era casándose, así que lo hizo.
Sintió que Esme se tensaba.
— Entonces... Si tú estuviste de acuerdo en casarte con él sabiendo eso, ¿por qué no estás usando todos los trucos que sabes para mantener vivo ese deseo en vez de alejarlo como es obvio que lo has hecho?
— Yo... usted no entiende —suspiró y miró cómo la noche caía afuera.
— ¿Esperabas tal vez más de lo que Edward te ofreció?
— No —Bella logró sonreír un poco— Nunca esperé tener nada más que lo que me ofreció.
— Pero, como lo amas, esperas que él te ame también, de modo automático — asumió Esme.
Con un vacío interno muy grande, Bella se alejó y se sentó en la silla junto a su cama. Nunca esperó que Edward la amara, pensó con desdicha. Tal vez lo deseó, mas nunca lo esperó.
Esme permaneció en su sitio y la observó con detenimiento durante un momento antes de encender las lámparas para que la oscuridad no invadiera el cuarto.
— Sabes, Bella —comentó— el amor no viene de pronto y provoca un milagro repentino como les gustaría creer a los románticos. Toma tiempo y mucho cuidado para crecer. Amar significa esforzarse mucho para conocer a alguien, aprender sus aficiones y desagrados, hacerlos sentir contentos al estar con una para que no consideren siquiera ir a otra parte en busca de consuelo. Yo lo sé —murmuró con sequedad. Se sentó en la cama y tomó las manos frías de Bella entre las suyas. — Mi matrimonio no fue una unión de amor —confesó e hizo una mueca cuando Bella la miró con sobresalto— Los griegos hacemos las cosas de manera diferente a los ingleses —explicó la asombrada chica— Yo sólo tenía dieciséis años cuando mi padre me presentó a mi futuro esposo y lo odié en cuanto lo vi —la sonrisa se convirtió en una mueca— Él tenía quince años más que yo y era tan arrogante que me pareció viejo y estirado... ¡Y así se lo dije! —rió con suavidad al recordar— “Entonces debes enseñarme a no ser odioso, ¿verdad, Esme?”, me dijo y me hizo un desafío al que yo contesté de inmediato —la miró a los ojos— Primero me hizo enamorarme de él, Bella, y luego esforzarme mucho para ganarme su amor.
— ¿Y lo logró? —Bella tuvo que toser pues su garganta estaba apretada por una patética esperanza— ¿Logró que la amara?
La expresión de la otra mujer se suavizó hasta casi convertirse en algo bello a pesar de que Esme seguía observando a Bella de modo solemne.
— Un griego es diferente a todos los hombres del mundo —explicó la señora a modo de respuesta— Bella, no esperes de mi hijo más de lo que tú estés dispuesta a darle o siempre te va a decepcionar. Oculta tus sentimientos detrás de tu orgullo si quieres, huye de ellos si eso necesitas. Pero si lo haces, entonces no albergues la estéril esperanza de que algún día mi hijo te entregue su corazón. Nunca lo hará. Dices que mi hijo sólo se casó contigo para saciar su deseo —prosiguió, sombría— Entonces, ¿no basta eso para empezar a luchar por más? ¿O es que tu propio amor no es lo bastante fuerte como para darte ánimo y luchar?
Bella se miró el regazo en donde sus dedos estaban bajo los de Esme.
— ¿Por qué se está tomando la molestia de decirme todo esto? —cuestionó con voz ronca— Pensé que estaría contenta ahora que piensa que nos vamos a separar.
Esme alzó las cejas con altivez.
— Estás embarazada, ¿verdad? —sonrió con satisfacción al verla sorprendida y ruborizarse de inmediato. Eso confirmó sus sospechas— Eso, por encima de todo lo demás, merece mi respeto.
— Pero no el de su hijo —se atragantó Bella y empezó a sollozar de nuevo— No se casó conmigo para tener hijos —susurró con voz ronca— Él mismo me lo dijo.
Esme se impresionó mucho luego regañó a Bella.
— ¡Tonterías!—denunció y se levantó con impaciencia— Si mi hijo dijo algo tan terrible como eso, entonces deberías pasarte el tiempo preguntándote qué fue lo que hiciste o dijiste para hacerlo mentir de esa manera, en vez de estar sufriendo por el dolor que te provocó.
— Usted no entiende... —suspiró Bella.
— Entiendo lo suficiente como para saber que si no haces algo drástico, acerca de tu relación con Edward, pronto todo llegará a un fin irreversible —declaró sombría— Piénsalo, querida. Hay muchas mujeres que están más que dispuestas a ayudarlo a que se olvide de ti. ¿Es eso lo que de ver dad quieres?
¿Qué?, se preguntó Bella con tristeza mientras Esme salía del cuarto. ¿Cómo se suponía que iba a saber lo que deseaba cuando ella misma estaba tan confundida que no podía pensar con coherencia?
Lucha, le aconsejó Esme. Pero no sabía si tenía el valor de entablar tan gran batalla. ¿Y de veras quería comprometerse del todo a un hombre que sólo la quería porque su cuerpo lo excitaba?
No pasaría mucho tiempo antes de que el cuerpo delgado y grácil que Edward amaba tanto se desproporcionara y se hiciera grande con el hijo que los dos habían concebido. ¿Acaso Edward querría mirarla entonces?
Y quedaba otra consideración. Ella ya amaba a ese niño y haría lo que fuera por mantenerlo a salvo. Pero si decidía que no podía vivir con Edward sin que éste la amara, ¿acaso él intentaría quitarle al bebe? Si era un varoncito, sin duda sería el heredero de Edward. De seguro él no permitiría que su vástago viviera lejos de él.
Por supuesto, Bella podía desaparecer en silencio. Irse a otra parte, irse a...
¿A dónde? ¿Vivir en dónde? Su corazón se estrujó de tristeza. Bella sabía en dónde quería estar. Amor o no, deseo o no. Sabía muy bien en dónde ansiaba estar.
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El mes de Septiembre terminaba en medio de brumas. Bella estaba de pie, ante las rejas de hierro forjado, mirando con fijeza la mansión de muros blancos. A diferencia de la primera vez que estuvo allí, la casa parecía estar en paz. No había autos estacionados en ninguna parte ni se escuchaba música.
Bella se subió el cuello del abrigo y empezó a caminar. Todavía no sabía si hacía lo correcto. Sin embargo, igual que la primera vez, tenía que ver al dueño de la casa para hablar con él.
“¿O es que tu amor propio no es lo bastante fuerte como para darte ánimo y luchar?”, la desafió Esme.
Bueno, pues ahora Bella estaba allí para averiguarlo.
Estaba quieta cuando se detuvo frente a la puerta y tocó el timbre. Tenía que admitir que temía la bienvenida de Edward... si es que le daba la bienvenida.
“¡Ya sabes en dónde buscarme si cambias de opinión!”, rugió él. Bella rezó por que hubiera hablado en serio.
Aro abrió la puerta. Se sorprendió al ver a Bella.
— Hola, Aro —Bella entró en el vestíbulo.
— ¿Cómo está, señora Cullen? —saludó con cortesía y vaciló sólo un instante antes de cerrar la puerta. Se paró en frente de Bella, como si quisiera evitar que ella siguiera adelante.
— ¿Está mi esposo en casa? —lo miró con curiosidad y se preguntó por qué estaba tan extraño. Tal vez Edward ni siquiera esperó un solo día antes de ir a buscar el consuelo del que habló su madre. Tal vez.
— Sí, por supuesto —miró la puerta del estudio antes de dirigirse a Bella de nuevo— Si me espera un momento, yo...
— No —lo detuvo con una mano y le sonrió— Si no le importa, Aro, prefiero anunciarme yo misma —no quería que Edward fuera puesto sobre aviso. Ella quería ver cu era su reacción inicial al verla en la casa. Eso podría revelarle todo lo que quería saber. Tragó saliva y miró la puerta— ¿Está en el estudio?
— Sí, pero... —Aro no parecía saber qué hacer. De pronto, encogió los hombros y le quitó el abrigo en vez de seguir discutiendo.
— Gracias —le dio el abrigo de lana. Abajo llevaba un sencillo vestido de seda negra. Se dirigió hacia el estudio. Sentía que Aro la miraba pero estaba demasiado nerviosa para preguntarse el motivo.
Al llegar frente a la puerta, se detuvo para tranquilizar los latidos de su corazón. Alzó la barbilla con decisión y entró sin hacer ruido en el cuarto. Por fin vislumbró al hombre que estaba parado en frente del escritorio.
Bella se quedó petrificada y su corazón se congeló.
No estaba solo. Angela estaba con él y su cuerpo tan atractivo se inclinaba de modo íntimo hacia el de él y le pasaba los brazos al cuello como la primera vez que ella los vio. Edward le sonreía con indulgencia y su boca tenía esa curva sensual que reconocía tan bien.
Estaban tan absortos uno en el otro, que ni siquiera la oyeron entrar.
— No puedo creer que esto esté sucediendo al fin —comentó Angela con emoción.
— Bueno, ya era hora de que alguien hiciera de ti una mujer honesta —bromeó Edward y bajó la boca hacia la de Angela, que ansiosa esperaba el beso.
De pronto, Bella dejó de estar inmóvil y el dolor la invadió con tal fuerza, que se mareó. Debió gemir, porque Edward alzó la vista en ese momento. Sus miradas se encontraron sobre la cabeza de Angela. Edward se quedó pasmado e incrédulo antes de empujar a Angela con tal fuerza, que la sola acción mostraba su sentimiento de culpa.
— ¡Bella! —estaba atónito.
Angela se volvió en ese momento y se ruborizó tanto, que eso sólo los condenó aún más. Bella se alejó y trató de salir con rapidez del cuarto, antes de quedar destrozada.
Pero antes de que pudiera salir, Edward la tomó del brazo.
— No seas tonta, Bella —murmuró— No es lo que...
— Eres todo lo que pensé de ti, ¿verdad? —exclamó y jaló su brazo.
Edward maldijo en voz baja y trató de mantenerla quieta mientras Bella luchaba por liberarse.
— ¡Basta! —estaba tenso.
— ¡Suéltame! —se movió con desesperación, con pánico. Volvió a jalar el brazo y esa vez Edward cometió el error de soltarla. Sin saber lo que hacía, Bella lo encaró con tal furia, que sólo se dio cuenta de lo que hizo cuando oyó el sonido de un golpe y sintió que su palma chocaba contra algo tibio y duro.
Edward se estremeció con la fuerza del golpe y con el esfuerzo que le fue necesario para controlarse a su vez. Sólo se oían los jadeos de Bella que observaba las marcas blancas de sus dedos en la mejilla de Edward.
— De nuevo… muestras la tendencia de herirme físicamente —estaba tan fúrico, que Bella recordó su primer explosivo encuentro, en la oscuridad de su dormitorio, hacía unos meses.
— ¡Te lo mereces! —exclamó con enojo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su corazón palpitaba con fuerza mientras lo odiaba con toda la fuerza de su ser— Mereces todo lo que tienes —se atragantó y se volvió para huir, antes que...
Edward la tomó de la muñeca, deteniéndola. La volvió para verla con ira indecible.
— Aro —murmuró con rabia. Estaba tan enojado, que temblaba— Acompaña a Angela a su auto y luego vete de aquí.
— Sí, señor —fue sólo entonces que Bella recordó que había otras personas presentes y empezó a temblar, por la impresión, el horror y por un miedo de saber que Edward no la dejaría salirse con la suya esta ver que lo había humillado en público.
— Edward... yo... —empezó a hablar Angela y Bella se tensó. Volvió a mirar a Edward con odio.
— Vete, Angela. Te quiero mucho, pero vete —ordenó— No necesito testigos cuando tengo que cometer un asesinato —añadió sólo para beneficio de Bella.
Hubo una pausa breve en que todos oyeron la amenaza. Entonces Aro sacó a Angela del cuarto y luego de la casa. Bella y Edward se quedaron solos.
El silencio y la tensión reinaban. Bella todavía temblaba y estaba tan desolada, que respiraba con dificultad.
— ¿Qué hacía ella aquí? —pregunto la chica cuando ya no pudo seguir soportando la tensión.
— ¿Qué derecho tienes de cuestionarme así? —estaba muy resentido.
— ¡El derecho de una esposa! —replicó y lo miró con enojo.
— No eres una esposa —se burló— Nunca lo has sido.
Edward la soltó y fue hacia el bar en donde se sirvió un trago.
— ¿Qué quieres decir con eso? —inquirió mientras seguía viendo las marcas, ahora rojas, del golpe que le dio.
— Bella, lo que eres, es una niña —la miró con profundo desprecio antes de bajar la vista— Una niña tonta y molesta que da más problemas de lo que vale.
— Si eso piensas, ¿por qué te casaste conmigo? —se atragantó con tristeza.
— Ya sabes por qué —bebió un sorbo largo— Porque no podía quitarte las manos de encima.
La burla la hirió.
— Ahora me doy cuenta de que es un problema que has logrado resolver — replicó y apretó las manos para no temblar tanto.
— Ni lo creas —volvió a observarla con desdén— Podría llevarte ahora mismo arriba y tirarte en la cama si no fuera por... esa expresión tan patéticamente etérea que has logrado adquirir en estas últimas semanas.
— ¡Mi padre estuvo enfermo! —de nuevo, sus lágrimas le impidieron ver. Edward la miró con malevolencia antes de suspirar.
— Sí, lo sé. Fue un golpe bajo de mi parte y te pido una disculpa —bebió más brandy y Bella lo observó con desdicha.
Edward seguía fúrico y su piel estaba pálida, como nunca la había visto Bella. El corazón le dio un vuelco doloroso. Edward estaba muy enojado de que Bella lo hubiera sorprendido así, pues eso minó su orgullo, su autoestima.
— Lo siento —por algún motivo extraño, se sintió más culpable que él— Debí llamarte para avisarte que vendría esta noche.
— ¿Ah si? —la miró con intriga y bajó la vista— ¿A qué has venido?
¿Por qué fue allí? Bella sonrió con amargura. Sus motivos ya no valían nada ahora que lo vio junto a Angela.
Era hora de volver a esconderse, se dio cuenta. Por lo menos debía tratar de irse con el orgullo intacto.
Bella se controló para no reflejar su angustia y lo miró con frialdad y altivez.
— A decirte que todo ha terminado entre nosotros —logró decir con una calma increíble.
Eso pareció herirlo mucho pues se tensó e hizo una mueca.
— Supongo que debí sospecharlo —murmuró con cinismo— Pero no lo hice, lo cual es raro.
— Yo... he decidido regresar a la universidad —anunció. Quería lastimarlo tanto como él la lastimó. Pero fue inútil. Ella tuvo razón al decirle a su madre que Edward no tenía corazón.
— Ah, claro, los importantes estudios de piano —se burló y tomó más brandy— Y supongo que también volverás con el importante Jasper —añadió con pesadumbre.
Bella tuvo que corregirlo.
— Ya lo sé todo acerca de Jasper —informó— Y también acerca de mi madre. Eso lo hizo encararla.
— ¿Cómo? —estaba atónito.
— Al parecer, Jasper no cree que le pagaste muy bien su silencio —fue ácida y lo miró de modo acusador e intrigado— Chantajeó tanto a mi padre, que éste tuvo que pedirle dinero a sus amigos, ¿verdad?
Edward no contestó, pero su sombría expresión fue muy elocuente.
— Y todo para conservar el recuerdo de mi madre sin mácula —suspiró e inhaló hondo. De nuevo sintió el peso de sus desilusiones en los hombros— No valió la pena. Mi padre debió saber que yo hubiera preferido verlo a salvo y contento y que la imagen de mi madre quedara arruinada, en vez de lo que tengo ahora —de nuevo, sollozó por la pena tan honda que la embargaba.
— ¿Y qué es lo que tienes?
— No mucho —apartó la vista bajo su cabello brillante— Un matrimonio vacío, basado en los intentos frenéticos de un anciano por salvar algo del desastre que era su vida, y en tu deseo insaciable —sonrió con desdicha.
—No olvides tus propios deseos, Bella —comentó con cinismo— Son necesarias dos personas muy atraídas una por otra para generar el tipo de carga sexual que tú y yo logramos crear.
La vergüenza la inundó antes de alzar la barbilla y mirarlo con frialdad.
— Es por eso que he decidido volver a estudiar. Me niego a que otras personas me vuelvan a usar. Me hiciste desearte, Edward —estaba resentida— No quería yo sentir eso.
— ¿Y tú crees que yo sí? —dejó la copa con tal fuerza que la hizo saltar.
— Supongo que eso también es mi culpa —suspiró-- Venir aquí esa fatídica noche, suplicarte como una tonta que nos ayudaras.
— No, en eso te equivocas —la corrigió Edward— Empezó mucho tiempo antes de esa noche en que viniste a buscarme, Bella.
El corazón de la chica se detuvo al presentir un nuevo ataque.
— ¿De qué estás hablando? —jadeó.
— Yo ya sabía todo acerca del chantaje de Jasper, de sus intentos, por inmiscuirte en sus planes, de su deseo de hacerse de Swan’s —se encogió de hombros— Yo sabía todo lo que había que saber antes de que tú acudieras a mí esa noche... salvo lo del anillo de compromiso —añadió con una pequeña sonrisa— Eso fue una sorpresa, incluso para mí.
— Yo... —no sabía qué decir, algo raro le sucedía en el interior— ¿Por qué? — perdió el aliento— ¿Por qué te confió todo eso mi padre a ti cuando ya estaba dispuesto a perderlo todo sólo para que siguiera siendo un secreto?
— Porque él sabía lo que yo quería —dijo Edward con los ojos entre cerrados— Eso hizo que yo fuera el único en quien él podía confiar y que estaría dispuesto a ayudarlo a salir del lío en el que estaba metido.
— Yo —susurró, más pálida cada vez.
— Nunca traté de fingir otra cosa —le recordó— La noche en que viniste a pedirme ayuda, tu padre ya lo había hecho. Ya teníamos un trato —le informó— Yo debía de quitarle a Jasper de encima con mucho dinero y a cambio controlaría a Swan’s y te tendría en la cama —fue brutal— Claro, legalmente. Tu padre no salvaría a su hija de las garras de un hombre sólo para entregarlas a las de otro.
Bella se mareó como si le hubieran pegado.
— Te odio por esto —se atragantó y se alejó para no ver la crueldad de su sonrisa.
— ¿Y qué hay de nuevo en eso? —volvió a llenar su copa— Siempre me has odiado. De todos modos —añadió al verla acercarse a la puerta— si tratas de salir de aquí, Bella, te prometo que lo lamentarás.
— ¿Por qué? —lo encaró con enojo— ¿Por qué me necesitas aquí cuando ya tienes a Angela? ¿O es que una mujer no basta para un hombre como tú?
Su desprecio lo hizo enfurecer y acercarse a ella. Bella no se movió y lo desafió con la mirada. Sin embargo, estaba tan herida, que Edward debía saberlo.
— Un día tu lengua te meterá en un gran lío —rugió y se detuvo a un centímetro de ella.
— Entonces déjame salir de aquí y nunca más tendrás que oírme decir nada.
— Por nada del mundo —se negó y le alzó la cara— Tú y yo todavía tenemos un asunto pendiente —le informó— El asunto tan importante de tener un hijo para que la compañía de tu padre siga bajo mi control.
Sin saber lo que hacía, Bella se llevó las manos al estómago.
— No —empezó a temblar— No puedes hablar en serio.
— ¿Crees que no? —la miró con crueldad— He estado luchando para restablecer a Swan’s demasiado tiempo como para abandonarla ahora sólo porque tú has decidido retractarte de tu promesa.
— Todo eso murió con mi padre —exclamó.
— ¿Y qué hay de nuestro trato? —le recordó— ¿El trato en el cual te vendiste a mí en cuerpo y alma?
— Eso también murió —de pronto sintió un miedo verdadero por él— Nunca tendrás un hijo de mí —prometió con voz ronca. Ahora jamás le confesaría a ese hombre despiadado que estaba embarazada. Jamás—. No permitiré que te acerques a mí para intentarlo siquiera.
— Demasiado tarde, mi amor... —susurró— Ambos sabemos que nuestro hijo está creciendo en tus entrañas.
La chica se mareó y cerró los ojos ante el horror de la situación.
— Matia mou, ahora ya sabes que tu intuición acerca de mí ha sido siempre la correcta —insistió con voz letal. —Te compré como a una esclava en el mercado, tal como me acusaste de hacerlo, y hasta que no obtenga todo de ti, incluyendo al hijo que estás alimentando con tanto amor, te quedarás conmigo.
— ¡No! —gimió con dolor mientras Edward la miraba, sombrío, con la boca apretada ahora que le había revelado cuánto le importaba ella como persona— Y pensar —susurró Bella, al apartarse— que alguna vez estuve convencida de que estaba enamorada de ti, que te amaba como no creí posible.
Lo miró con fijeza un momento, vio cómo Edward palidecía al oír esa confesión, y huyó. Salió corriendo de la casa. Tenía que escapar antes de ser destrozada por ese hombre.
— ¡Bella! —la llamó con voz ronca, pero la chica ya corría por el jardín sin tener una idea clara de a dónde iría aunque en realidad eso ya no tenía importancia.
Edward la alcanzó cuando ella estaba cruzando la mitad del jardín. Le puso las manos sobre los hombros para detenerla y la encaró.
— ¿Qué dijiste? —susurró con voz ronca.
Bella notó que parecía que al fin lo había conmovido hasta la médula. Estaba atónito, pálido, pasmado.
— Suéltame —se atragantó— Quieres quitármelo todo... ¡todo! —se zafó de él con furia. Después de dar tres pasos, lo miró— Y ahora quieres quitarme a mi bebé —sollozó, desolada.
Un espasmo de dolor contorsionó los rasgos pálidos de Edward.
— Bella, por el amor de Dios... —gruñó— No dije en serio ni una sola de las cosas que manifesté en la casa.
— Este es mi bebé —la chica se cubrió el vientre con las manos de nuevo— Y ni tú ni los tratos que hiciste con mi padre me lo van a quitar.
— No te arrebataría nunca a tu hijo, Bella —tenso, la miró temblar— Me molesté mucho —suspiró— Estabas amenazando con irte de mi lado y yo también te ataqué. ¡Demonios! —explotó cuando ella sólo lo miró con profundo resentimiento— He sabido que estás embarazada desde el día en que mi madre me comentó que tuviste náuseas. Hasta traté de que me lo confesaras, pero no quisiste hacerlo, ¿verdad? —ahora él fue quien la miró con enojo— Te negabas a contarme lo de nuestro hijo y ahora te preguntas cómo puedo querer herirte —resintió.
Bella negó con la cabeza, negándose a admitir que lo lastimó.
— Planeaste esto con mi padre, ¿verdad? —lo acusó— Lo planearon ambos para que yo me embarazara. Fue sólo otra parte del terrible trato que pactaste con él.
— Jamás usaría a una criatura —se impacientó Edward— ¿Qué clase de hombre crees que soy para hacer algo tan inhumano?
— Me usaste a mí —se atragantó— Yo sólo era una niña comparada con mi padre y contigo.
— Tu padre te quería mucho, Bella —aseguró Edward, cansado— Te amaba tanto, que estaba dispuesto a todo por mantenerte a salvo de cualquier peligro… ya fuera del pasado de tu madre, de las garras de Jasper o de las mías. Jamás habría hecho un trato que te involucrara de la manera en que yo sugerí antes —aspiró antes de mirarla con tristeza— Me dio la bendición para que yo tratara de que me amaras... si es que podía deshacerme antes de Jasper. Y eso es todo —declaró— El resto dependía de mí y yo acepté el desafío con gusto. Bella... —suplicó— Hace mucho frío aquí afuera y estás temblando. Vamos adentro para terminar de hablar, ¿de acuerdo? —pidió— Por favor. Podemos...
— Nunca más podré vivir contigo de nuevo, Edward —se mantuvo firme. Su cabello empezó a adquirir un brillo en la noche brumosa.
— ¿Por qué no? —la miró con dolor— ¿Por tus estudios universitarios? ¡Está bien! Puedes seguir estudiando si eso quieres —añadió con brusquedad— Bella, sabes que podemos estar bien juntos. No eches todo a perder sólo por unos mal entendidos —se acercó un paso a ella y gruñó con frustración cuando ella retrocedió.
— Dices que me amas, pero ni siquiera me dejas acercarme a ti —se irritó— ¿Qué es lo que quieres de mí, Bella?
Sólo quiero tu amor, susurró la chica con tristeza, para sus adentros.
El silencio se hizo y sólo se escuchaban sus respiraciones. Hasta que Edward alzó la cabeza con rapidez e incredulidad, Bella se dio cuenta, con horror, de que pronunció las palabras en voz alta.
Y con lentitud, mientras el silencio se hacía más tenso, y ninguno de los dos se movía ni hablaba, Bella sintió que perdía el sentido de la realidad.
Edward la vio tambalearse y, profiriendo una maldición, sé acercó a ella y evitó que se desplomara al abrazarla con fuerza.
— Siempre lo has tenido —murmuró con voz ronca sobre su cabello— Desde el instante en que te vi, quedé total e irrevocablemente capturado de ti.
— Porque me deseas, eso es todo —no se atrevía a creer en él. Había demasiadas cosas en juego.
Edward se impacientó y la miró.
— Si no estuvieras embarazada, si no parecieras tan frágil, te sacudiría hasta hacerte entender, tonta. ¡Dios mío, Bella! —suspiró--- Eres la única persona de este mundo que no sabe que sólo bastó una mirada de Edward Cullen hacia la hija de Charlie Swan para quedar perdidamente enamorado de ella.
— Pero... Angela..
— Angela es una vieja amiga de la familia —descartó de inmediato— Llegó esta noche para avisarme la noticia de que acaba de comprometerse con un amigo mutuo.
— He visto el ansia con que la besas —acusó Bella, celosa, necia. No quería creerle nada... sobre todo cuando su estúpido corazón quería aferrarse a cualquier esperanza.
— ¿Cuándo me has visto besar a Angela como te beso a ti?
Bella se puso incómoda bajo su penetrante mirada.
— Esa primera noche en que me escondí en tu casa —confesó con culpa— Se enredó contigo como una serpiente y tú estabas disfrutándolo mucho —acusó de nuevo.
— El único placer que obtuve de ese beso fue la esperanza de que ella se marchara cuanto antes —suspiró Edward— Acababa de enterarme del infarto de tu padre y lo último que quería era tener que soportar a Angela. Estaba muy preocupado por ti y de que estuvieras sola y vulnerable con la sanguijuela de Jasper.
Algo empezó a florecer en su interior, la primera luz de esperanza.
— Fueron amantes —acusó.
— Antes de encontrarte, hubo muchas mujeres en mi vida, Bella. Pero ahora no puedo acordarme de una sola de ellas.
— Me obligaste a casarme contigo —volvió a la carga— Me compraste como a una esclava en el mercado, en tus propias palabras ¿Cómo pudiste hacer eso y afirmar ahora que me amas?
— No —Edward negó con la cabeza- y nunca mostró el menor remordimiento por la forma en que se casaron— Si alguien compró a alguien, tú fuiste quien me compró a mí, Bella. Yo me vendí a ti, claro que con gusto, lo confieso, por el precio de la compañía de un anciano enfermo que no vale los problemas que me ha dado.
— ¿A qué te refieres? —lo miró a los ojos con seriedad.
— Quiero decir que lo único de valor en Swan’s es una vieja y derruida propiedad en Londres que legalmente es intocable pues no se puede quitar ni un solo ladrillo sin gastar una enorme fortuna para restaurarla de modo aceptable.
Bella palideció.
— Entonces, todo ese dinero que dijiste que mi padre te debía... nunca te lo habría podido devolver aún si no hubiera enfermado, ¿verdad?
— No en esta época —negó con la cabeza.
— ¿Cuánto?... —tosió pues su garganta estaba seca— ¿Cuánto te costamos en realidad?
Edward mencionó una cifra y la chica se mareó.
— Dios mío —jadeó— Es muchísimo dinero —estaba tan impresionada, que no pudo respirar mientras asumía la enormidad del asunto— Todos estos meses me he considerado comprada cuando en realidad... Así que tú fuiste una ganga para mí, ¿verdad? —sus ojos brillaron con malicia. Le sonrió de modo provocativo y lo vio tensarse antes de mirar a la deseable criatura con la que tanto gozó en su isla.
— Nunca vas a dejar que olvide esa confesión, ¿verdad? —murmuró Edward con sequedad.
— No —lo revisó de arriba a abajo como si de nuevo estuviera a la venta— ¿De todos modos quieres que regrese a tu lado? —lo retó con dulzura.
— ¡Ven acá! —la atrajo con los brazos y la besó con una pasión a la que la chica respondió con fervor— Claro que te quiero —murmuró cuando al fin logró separar la boca— No puedo recordar un solo momento en que no te haya querido.
— ¿Sólo por mi cuerpo? —le acarició la sensible nuca. Sintió que Edward se estremecía de placer.
— Por cualquier migaja que quieras aventarme —confesó — Acabo de admitir, y creo que ha sido el peor error de mi vida, que soy tu esclavo para siempre y dejaré que hagas conmigo lo que quieras. Me conformaré con sentarme a tus pies si eso es todo lo que quieres que haga.
— Mentiroso —lo aguijoneó con un susurro sensual— No puedes quitarme las manos de encima y lo sabes muy bien.
Mientras lo dejaba absorber ese comentario, Bella empezó a caminar, alejándose de él.
— ¿A dónde vas? —estaba inquieto.
Se volvió a verlo con tanta sensualidad provocadora, que casi lo hizo gruñir de deseo.
— Voy a la casa. Ven, esclavo —ordenó con suavidad— Hace frío afuera y quiero... calentarme.
Sus ojos brillaron con una promesa y Edward hizo una aspiración profunda antes de exhalar con lentitud. Gimió con voz ronca estremeciéndola de emoción y la alcanzó. La alzó en brazos y se dirigió a la casa.
— Me vengaré de ti —la advirtió al subir por la amplia escalera— Un día te ganaré una batalla y entonces verás cómo te molesto con ello.
— Te amo, Edward —le susurró Bella al oído.
Eso lo detuvo de inmediato afuera de la habitación.
— ¿Te das cuenta de lo que me provocas al decirme eso? —estaba muy conmovido.
— ¿Tienes idea de lo que me provocó a mí el no escucharlo de tus labios? Edward miró su rostro sombrío y suspiró.
— No fue un buen comienzo, ¿verdad? Un matrimonio basado en tantas mentiras y engaños.
— No —asintió Bella con un poco de tristeza. Observó su rostro serio— Sin embargo, te amé a pesar de todo.
Los ojos de Edward se ensombrecieron y ardieron con un fuego que la excitó de inmediato.
— Abre la puerta —ordenó él con voz ronca.
— ¿Esta puerta? —Bella volvió a mirarlo con enorme provocación.
— Sí, esa maldita puerta —gruñó--. Ábrela, ninfa atormentadora, o te seduciré aquí mismo.
— Eso suena interesante —musitó y su sangre palpitó con un triunfo delicioso al darse cuenta de la facilidad con la que podía emocionar a ese hombre.
Edward la besó sin advertencia alguna y ella jadeó, sobresaltada por un momento antes de que la calidez sensual empezara a crecer en su interior. Se entregó a él sin reservas y se excitó cuando lo sintió temblar a modo de respuesta, mientras trataba de encontrar la perilla y abrir la puerta.
— Aquí es donde todo empezó para mí —murmuró Bella, mucho después, cuando yacía saciada en los brazos de Edward. Observó el cuarto al que no entraba desde esa brumosa noche, hacía meses, en que sus sentidos despertaron por el frenesí tan intenso del deseo.
Edward se apoyó en un codo para verla y le apartó el enmarañado cabello de la cara.
— Entonces esto será como un nuevo inicio para ambos —sugirió con ternura.
— Un nuevo inicio —le sonrió Bella— Me gusta cómo suena —le acarició el cuello— Un inicio sin final —susurró al besarlo en la boca.
— Será mejor que lo digas en serio porque nunca dejaré que te vayas de mi lado —aseguró él con fiereza— ¡Nunca!
Con un suspiro de felicidad, Bella se ofreció a sus ansiosas exigencias.
Fin
Lindo final, gracias por la historia!
ResponderEliminarx fin ya era hora d q los dos dejaran las tonterias y se dijeran la verdad d cuanto se aman gracias hermosa historia ♥
ResponderEliminarHola me a facinado la historia.
ResponderEliminarNos seguimos leyendo