Inocente Amor 1

Segura en los dominios de Edward, la pequeña Renesmee, de dos años y medio, dormía en sus brazos mientras él hacía planes de futuro. Renesmee heredaría todos sus bienes. Siempre y cuando arreglara el problema de su ex mujer y su hija, claro. Pensaba contarle a Renesmee cómo su familia había sido recompensada por su valentía y bravura con aquellas propiedades. Le enseñaría la colina en la que sus antepasados habían defendido al pueblo de los piratas sarracenos, allá por el siglo XVI. Y la playa en la que los barcos de los Cullen habían celebrado una batalla decisiva, una playa que se había convertido en la maravillosa terraza de su casa. Y luego le diría que esas tierras serían suyas: desde la playa hasta las montañas, todas las fértiles llanuras.

Nessie murmuró algo en sueños y Edward bajó la vista, acariciando sus rizos rubios y recordando haber acariciado de igual modo los cabellos de Bella. Pero la dulce imagen de ella se desvaneció, ante el recuerdo de una Bella de aspecto lamentable, dos años atrás cuando fue a visitarla a la prisión. Aquella imagen lo incomodó. Había estado a punto de ceder, ante el alarmante deterioro físico y la angustia de Bella.

No obstante Bella no había mostrado arrepentimiento alguno, y los hechos no podían ser ignorados. El bienestar de Nessie estaba en peligro. Su deber era proteger a la hija de su hermano. Nessie abrió los ojos, de un azul idéntico al de su madre. Edward sonrió. Nunca había querido tener hijos, pero había aceptado a aquella niña, sin embargo, encantado.

—Mamá —gimoteó Nessie.

—Tranquila, soy yo. Estoy aquí, duérmete —la calmó Edward abrazándola fuertemente.

No estaba del todo despierta, solo soñaba. Podía dormir aún unos veinte minutos más. A su tierna edad, era imposible que recordara a una madre a la que apenas había conocido. Renesmee se acurrucó y volvió a dormir, pero Edward se sintió inquieto. Después, cuando comprendió que por fin estaba tranquila, se dirigió a su despacho con ella en brazos, la dejó con cuidado sobre el sofá y la protegió con una barricada de cojines.

La casa estaba en silencio. Heidi, que seguía compartiéndola con él, insistía en que todo el mundo se echara la siesta. Y era un descanso. Edward paseó arriba y abajo, pensando. El momento que más temía en su vida estaba a punto de llegar. Nessie comenzaría pronto a hacer preguntas. Preguntas sobre su madre. Y él aún no sabía qué responder.

La vista se le fue involuntariamente al cajón cerrado de su mesa. Algo, una fuerza interior, lo arrastró allí. Sus dedos lo abrieron impacientes, sacando una cinta de vídeo y metiéndola en el reproductor. Edward miró de reojo a Nessie, que seguía dormida, y se sentó en el sillón a ver la cinta.

Un suspiro escapó de sus labios. No recordaba que Bella fuera tan bella. En las imágenes, tenía aún veinte años. Era estudiante de económicas, mientras él hacía un curso de postgraduado. Su rostro y su cuerpo iluminaban la pantalla con su asombroso sentido lúdico de la vida, bailando y riendo en una parodia de la danza de los siete velos. Todos los poros de su cuerpo exhalaban erotismo, excitándolo. Bella rió y dio unas cuantas volteretas, arruinando todo el efecto.

¡Mamá!

—¡Ness!

Edward se volvió bruscamente. Renesmee se había sentado y observaba la televisión con avidez. Era imposible que supiera lo que estaba diciendo. Edward se maldijo a sí mismo en silencio, por su imprudencia, y apagó el vídeo. Nessie trepó por los cojines y corrió a su lado. Y, antes de que pudiera darse cuenta, alcanzó el mando a distancia y encendió el vídeo de nuevo.

Mamá —repitió con firmeza, cuando él volvió a apagarlo una segunda vez.

Tenía que ser una coincidencia. Nessie no hacía más que imitar a la hija de Heidi, que siempre gritaba llamando a su madre. El día anterior, precisamente, Nessie había llamado mamá a Heidi, quien enseguida la había corregido. Pero ella había seguido llamándola así una y otra vez, hasta exasperarla. Edward sonrió, recordando cuánto se había divertido observando a su querida sobrinita. Nessie era cabezota, tan cabezota y decidida como un Cullen. En ese instante mismo, se agarraba a su cuello implorándole que la dejara verlo.

—Nessie quiere ver.

Edward lo consideró. La ternura de la niña lo derretía. El daño, si es que ver el vídeo era dañino, ya estaba hecho.

—Está bien.

—Muchas gracias —dijo la niña, muy educadamente.

—Picaruela —murmuró Edward abrazándola. Nessie disfrutó de la película. Como siempre, Bella iba demasiado lejos, se precipitaba, dando una voltereta tras otra riendo, con los ojos encendidos—. Se acabó —anunció Edward, recordando lo que había ocurrido a continuación.

Él había atraído a Bella a sus brazos y la había besado. Lo recordaba muy bien. Siete años después, aún podía oler su fragancia y sentir la indescriptible suavidad y calor de su respuesta.

Edward giró a Nessie en sus brazos y sugirió que fueran a nadar. Era una suerte que la niña no hubiera hecho preguntas. Aún tenía que decidir cómo abordar el tema de Bella. ¿Le diría alguna vez la verdad sobre su madre encarcelada, o le contaría una versión suavizada?, ¿le contaría algún día quién era la mujer del vídeo? Si lo hacía, Nessie se sentiría cautivada por ella, desearía inmediatamente conocerla. Y él quería mantenerlas separadas. Cuanto más tiempo, mejor.

Edward sintió un escalofrío. Bella saldría de la cárcel en un par de años. Y entonces Nessie no volvería a estar segura. Edward la observó tratando de ponerse un bañador. Atento siempre, se acercó a hacerle una coleta. La adoraba. Nessie lo había conquistado desde el primer día, lo era todo para él. La vida sin ella se le hacía insoportable. Edward rezó una plegaria en silencio. Bella jamás volvería a tener a su hija. No mientras le quedara aliento.

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***IA***
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—Y… señora Cullen —murmuró el oficial de Aduana—, ¿qué planes tiene, ahora que ha llegado a Zakynthos?

Bella trató de mantener la calma, a pesar del nerviosismo. Tenía dos años de práctica en el ejercicio del autodominio. Entrar en la isla era mucho más importante que muchas de las cosas por las que había rogado en silencio a Dios, durante su estancia en prisión. Por eso sonrió, y contestó:

—Pues muy sencillo, voy a ponerme morena —dijo señalando la crema bronceadora, en la maleta abierta y revuelta.

—Comprendo. ¿Y… dónde va a alojarse? —preguntó el oficial de Aduana leyendo una hoja de papel que parecía contener una lista de nombres—. ¿En qué hotel?

—¡Hotel!, ¡qué más quisiera! Buscaré algo barato. Un amigo me ha dicho que es fácil encontrar habitación. ¿Puede usted recomendarme alguna?

—Su apellido es griego —continuó el oficial, sin hacer caso.

—Sí— Bella estaba preparada para contestar a esa pregunta. Sonrió, asintió y dijo: —Mi marido era griego… murió en Inglaterra, hace dos años.

—¿Tiene familia aquí?

Bella se puso tensa. El abogado le había dicho que había muchos Cullen en la isla, que su llegada no despertaría sospechas. Quizá aquel hombre simplemente estuviera aburrido.

—Mi marido trabajaba y vivía en Inglaterra, pero su familia, esté donde esté, se opuso a nuestro matrimonio. No vinieron a la boda. Pero, ¿qué es esto? Todo está en orden, ¿verdad? Lo único que quiero es tomarme unas vacaciones al sol. Acaban de operarme. Necesito descansar, necesito paz.

—Ah, por eso lleva tantas medicinas.

Bella observó al oficial leer con curiosidad las etiquetas de las medicinas. No eran más que unas píldoras homeopáticas para el cansancio. Su sentencia había sido reducida precisamente a raíz de la enfermedad, por pura compasión. Y eso tenía que agradecérselo a su abogado. Bella miró el reloj y se mordió el labio. Debía estar esperándola fuera, preguntándose por qué tardaba tanto…

—¿La espera alguien?

—No, jamás había estado aquí —parpadeó Bella, ante la sagacidad del oficial.

—Pero ha mirado el reloj.

—Sí, necesito comer a intervalos regulares, y tomar mis píldoras. Con la diferencia de horarios, no quería hacerme un lío. Tengo que sentarme —añadió pasándose una mano por la frente. Sin decir nada más ni pedir permiso, Bella se acercó a un banco que había contra la pared y se dejó caer en él—. No comprendo qué ocurre, estoy segura de que no soy la única persona que llega aquí sin tener una habitación de hotel reservada. No llevo drogas, ni apenas ropa. No hay nada ilegal. Simplemente soy una turista, que desea ir a la playa.

—Comprendo. ¿Quiere esperar un momento, por favor? —pidió el oficial, con mucha educación.

Bella esperó pacientemente. Una hora. Dos. Exhausta, se acurrucó sobre el banco y se quedó dormida.

—¿Señora Cullen? —la llamó el oficial de Aduana sacudiéndola por el hombro—. Puede usted marcharse. Que disfrute de sus vacaciones.

—¡Ya era hora! —contestó Bella despertando aliviada—. ¡Vaya bienvenida!

El oficial la saludo, y Bella recogió su maleta y salió a la calle. No podía creerlo, por fin había llegado a Grecia. Nessie estaba cerca. Pronto abrazaría a su hija. No podía dejar de pensar en el instante en el que Nessie la llamara mamá.

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***IA***
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De vuelta en la oficina, el oficial de Aduana marcó un teléfono.

—Ahora mismo se marcha.

Edward le dio las gracias, se guardó el móvil en el bolsillo y esperó a la sombra de unos pinos frente al aeropuerto. La primera conversación telefónica, unas dos horas antes, lo había pillado por sorpresa. Por un momento había creído que se trataba de un error, pero la descripción del oficial era correcta. Si se trataba de Bella, posiblemente aquella llamada impediría el secuestro de Nessie.

Edward se metió las manos en los bolsillos tratando de controlar el miedo. El bienestar de una niña pequeña dependía de su habilidad para manejar la situación. Apenas había tenido tiempo de pensar qué hacer, pero no podía cometer un solo error. Edward observó la puerta alerta. Era Bella. Igual que una mariposa, respiraba hondo y caminaba con la cabeza alta, absorbiendo la luz y el calor del sol. Todo su cuerpo exhalaba felicidad.

—Te equivocas —murmuró Edward.

Si creía que era libre de llevarse a su hija estaba muy equivocada. La vigilaría paso a paso. Por astuta y vengativa que fuera, por muchos problemas que quisiera causarle, estaban en su terreno. Edward contaba con muchas personas dispuestas a ayudarlo. ¿Cómo se le ocurría arrancar a una niña pequeña del único hogar que conocía? Su abogado, Félix Sefton, le había sugerido que ocurriría cualquier día, pero Edward no podía creer que Bella fuera capaz de ignorar por completo las necesidades e inquietudes de una niña pequeña. Bella caminaba como si supiera perfectamente a dónde iba. Interesante. Edward guardó las distancias. Ella pasó por delante de una parada de taxis. Los taxistas se quedaron mirándola, pero ella no hizo caso.

Poli oroya —murmuraban, buscando el acuerdo entre ellos.

Sí, Bella era increíblemente atractiva, reconoció Edward. La cárcel no parecía haberla desmejorado, al final. Sencillamente, Bella había recuperado toda su belleza. Sus atléticas y largas piernas caminaban con seguridad. Edward no podía dejar de observar el movimiento de sus caderas.

—Olvídalo, guarda tu castidad —musitó entre dientes, sorprendido de su propia excitación.

Pero no podía olvidarlo. Bella había ganado peso, pero seguía más delgada que de joven. Para Edward, su silueta resultaba más espectacular que nunca pechos generosos, torso delgado, cintura diminuta, seductoras caderas. Llevaba un vestido del mismo tono azul de sus ojos, y sus cabellos rubios caían sobre los hombros espesos y revueltos. Las faldas revoloteaban alrededor de sus muslos, firmes y bien formados.

Bella se detuvo y miró a su alrededor. Evidentemente, esperaba a alguien. Edward, desgarrado entre el desprecio y el deseo, se permitió fantasear durante un rato. Ojalá no lo hubiera hecho. Su cuerpo y su libido parecían dispuestos a recuperar el tiempo perdido. Enseguida llegó un coche, que se detuvo junto a ella. Y de él salió un hombre. Bella abrió los brazos dándole la bienvenida, su rostro era una pura sonrisa.
Félix Sefton, su abogado. Edward lo conocía bien, tras las largas discusiones mantenidas con él por espacio de dos años a propósito de la custodia de Nessie. Pero aquella no era una forma correcta de saludarse abogado y clienta. Demasiado abrazo, demasiada alegría. Llevado por una repentina ira, Edward se dirigió hacia ellos nada más ver cómo el abogado alargaba impúdicamente una mano hacia el trasero de Bella.

—¡Vaya, así que ahora dejan entrar a pájaros enjaulados en mi tierra!

—¡Tú! —exclamó Bella.

—Sí, yo. Vivo aquí —contestó Edward mirándola de arriba abajo—. ¿Qué excusa tienes tú?

Bella se contuvo. ¿Qué excusa iba a tener? Su hija, por supuesto. Sin embargo, ejercitando de nuevo un dominio de sí largamente aprendido, contestó:

—He venido a arreglar el tema de las visitas a mi hija.

La custodia quedaba fuera de discusión. Félix había luchado por ella desde el momento en que la mandaron a prisión, pero había sido inútil. En cambio las visitas estaban permitidas. Bella, no obstante, planeaba llevarse a la niña de la isla en cuanto se familiarizara con ella.

—Iba a llamarte, pero primero quería hablar con Bella —se excusó Félix dirigiéndose a Edward.

—¿En serio? Dispongo de media hora —contestó Edward hablando para Bella—. Si quieres, lo discutimos. Pero sin tu novio.

—Conoces a Félix de sobra, sabes perfectamente que es mi abogado —contestó Bella irritada.

—Sí, pero espera ser algo más —murmuró Edward.

—¡No seas ridículo! —protestó Bella indignada. —Pregúntale a él.

—La relación que mantenemos mi cliente y yo es asunto nuestro —intervino Félix pomposamente.

Bella levantó la vista a la defensiva. De pronto, miró a Félix con otros ojos. ¿Tendría Edward razón? Por supuesto que no. A Edward le convenía enemistarlos, causarle problemas.

—Félix lleva mucho tiempo trabajando en mi caso. Es un buen hombre, y vale mil veces más que tú —declaró Bella con firmeza—. Sin él, no sé qué habría hecho. Estaba sola. Él siempre me ha apoyado. Ha estado a mi lado en los peores momentos, animándome cuando estaba desesperada. Y jamás ha dejado de luchar por mí.

—¡Qué gran dedicación! Pero supongo que le pagarás bien, ¿no? —preguntó Edward sarcástico, amenazador.

Félix pareció echarse atrás. Eso incomodó a Bella. Necesitaba que su abogado tuviera el valor de enfrentarse a Edward.

—Eso no es asunto tuyo —contestó Bella, pensando que vender su casa para pagarle había merecido la pena—. Aquí hace demasiado sol para mí, ¿podemos ir a un sitio a la sombra, o prefieres que vayamos a tu casa?

Edward la observó unos segundos. Bella se había mostrado directa y segura en un primer momento, pero los ojos de Edward parecían derretirla lentamente. Una sedosa sensación acariciaba todo su cuerpo, relajando sus músculos y ablandando su cerebro. Era el calor, pensó.

—Hablaré contigo y solo contigo —afirmó Edward—. O eso, o nada.

—¡Eso no es correcto, Bella! —protestó Félix.

—¿Y qué importa? —preguntó ella mirando a Félix y sonriendo, consciente de que su relación con él molestaba a Edward—. Es lo que queremos, no puede causarme ningún daño. Ya nos veremos luego —añadió Bella, poniendo una mano sobre el hombro de Félix, que parecía dudar, y besando su mejilla—. Tengo tu número de teléfono. He de hablar con Edward, si quiero ver a Nessie antes de… antes de volver a Inglaterra —añadió mirando a su abogado con una sonrisa cómplice.

—No me gusta. No tomes ninguna decisión, no debes llegar a ningún acuerdo con él. Recuerda nuestros planes —advirtió Félix.

—Por supuesto, me limitaré a…

—¿Podemos marcharnos? —la interrumpió Edward impaciente.

—¡Qué prisas! —sonrió Bella—. Hasta la vista, Félix.

Edward abrió la puerta del coche de Félix de mal humor. Bella permaneció inmutable. El abogado se marchó, y Bella se quedó pensando en que las cosas estaban saliendo mejor de lo que esperaba. Edward era tan intransigente que ni siquiera soñaba se dignara hablar con ella. Por eso ella y Félix habían planeado acudir a los Tribunales, resignándose a comenzar una batalla legal. En previsión de ello, Félix había llevado a Grecia unas cuantas maletas con juguetes y ropa para Nessie y para ella, aparte del dinero restante de la venta de la casa de Bella. Incapaz de ocultar su alegría por el hecho de que Edward accediera a hablar con ella, Bella se volvió y dijo:

—Te agradezco mucho que me dediques tu tiempo, Edward. ¿Qué tal está?

—Muy bien —contestó él seco.

—¿Feliz?

—Estoy delirante de alegría —se burló Edward, serio.

—Me pregunto si… si llevas alguna foto de ella —añadió Bella anhelante, deseosa de mostrarle cuánto le preocupaba su hija.

Los Tribunales no podrían impedirle visitarla, por mucho que no le concedieran la custodia, y también verían cuánta era su ansia por verla. Bella contuvo el aliento. Edward se metió una mano en el bolsillo de la chaqueta. Las manos de Bella temblaban, contemplando una fotografía tras otra. Era la primera vez que la veía en el plazo de dos años. Nessie parecía una niña feliz, reía. Había tantas fotos de ella que Bella incluso se extrañó. Edward debía adorar a su sobrina pero, ¿y Nessie?, ¿lo quería ella? Bella sintió un dolor atenazarla. Quizá estuviera a punto de cometer un error. Levantó la vista con los ojos llenos de lágrimas y escuchó a Edward decir:

—Sí, Bella, es una niña feliz. ¿Por qué inquietarla?

Bella no supo qué responder. Sentía un nudo en el estómago. Sus planes, cuidadosamente trazados, comenzaron a tambalearse. Félix siempre había insistido en que Edward hablaba de su hija como si se tratara de una carga. Jamás con amor. Y en la prisión, así era exactamente como le había hablado a ella. Por eso había creído siempre que el interés de Edward por su hija era nulo. Por supuesto, su propia hija era la favorita. Nessie no podía sino ocupar un segundo puesto.

Sin embargo en ese instante todo parecía al revés. Edward llevaba encima casi un álbum completo de su hija, todas las fotos eran de Nessie. Bella se llevó la mano a la herida del pecho. Algo brillaba en los ojos de Edward… ¿la sensación de triunfo, quizá?

—Vuelve a casa —murmuró él—. Ahórrate el sufrimiento. Y ahórraselo a Nessie. Piensa en sus sentimientos, si apareces de pronto en escena. En el shock…

Edward hablaba con confianza, parecía plenamente convencido de que ella cedería. Pero Félix no podía haber mentido, siempre había mirado por sus intereses. En cambio Edward habría estado dispuesto a cualquier cosa con tal de disuadirla. ¿Quién de los dos decía la verdad?, ¿cómo saber qué era lo mejor para su hija? De intuir mínimamente que iba a causarle algún daño a Nessie, Bella habría estado dispuesta a abandonar sus planes de secuestro. Quizá aquel viaje a Grecia hubiera sido inútil.



9 comentarios:

  1. Nooo secuestro nooo, esa no es una buena decisión, ahora bien??? Como k esta enferma??? K va a hacer edwar cuando se entere??? No tardes con el cap k sigue, vale!!?!?!

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  2. De que eztarà enferma?? Por ciero odio a EdwardXD.... Grax x el cap

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  3. Pobre Bella... Parece que de verdad Edward trata bien a Nessie y Félix le mintió... Espero que pueda verla!!!
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  4. Tantas dudas y misteriosi ese feliX tiene otros intereses 😑 bella no te rindas con tu hija pero tampoco la secuestrespuesta poco a poco

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  5. Tantas dudas y misteriosi ese feliX tiene otros intereses 😑 bella no te rindas con tu hija pero tampoco la secuestrespuesta poco a poco

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