Desesperada,
Bella trató de ponerse en pie. Edward tiró de ella tumbándola de nuevo, y ambos
lucharon hasta que las lágrimas vencieron a Bella, que no dejaba de sollozar.
Era perfectamente consciente de que Edward estaba tenso, en silencio, junto a
ella, mirándola sin tocarla, sin consolarla siquiera.
—No hace
falta que digas nada —musitó Bella tapándose los pechos con las manos,
observando a Edward, que seguía mudo y horrorizado—. ¿Dónde está la habitación
de Garrett? Señálamela, y me apartaré de tu vista.
—¿Qué…?
—preguntó Edward sentándose, aclarándose la garganta—. ¿Qué te ha ocurrido?
—Cáncer.
—¡Bella!
—exclamó Edward en un susurro, respirando hondo—. ¿Era esa tu enfermedad, la
razón por la que estabas tan cansada?
—Sí. Dime
cuál es la habitación de Garrett.
Edward
estaba en estado de shock. Siempre había adorado los pechos de Bella, siempre
los había considerado perfectos. Suaves, redondos, dulces al contacto de sus
labios, con pezones que reaccionaban siempre, alerta a sus caricias… Pero Bella se había enfrentado a una
enfermedad terrible… de pronto Edward sintió un vacío en su interior. ¿Qué
sería de ella? ¡Era posible que muriera! El shock volvió a atenazarlo nada
más pensarlo, dejándolo paralizado. Horrorizado, Edward la miró a los ojos, llorosos,
y luchó desesperadamente por no decir una locura. Como, por ejemplo, «No me dejes nunca, no puedes morir. ¿Por
qué tú, precisamente?».
—Lo
siento —dijo en cambio.
Bella lo
miró como si todo su mundo acabara de derrumbarse. Las lágrimas caían por su
rostro, de expresión infeliz. Edward no podía dejarla marchar. Suavemente
acarició su brazo, tratando de hacer caso omiso a su propio miedo, a sus
propias necesidades, para concentrarse en las de ella. Bella creía que era fea.
Creía que él ya no la encontraba sexy. ¡Ojalá
hubiera sido así!
—Quítate
las manos del pecho —ordenó él en voz baja.
—No
—sacudió ella la cabeza violentamente—. Ya lo has visto. ¿No te basta con eso?
¿Es que quieres humillarme?
—Verlo no
es suficiente para ninguno de los dos.
Edward
apartó despiadadamente las manos de Bella y besó cada centímetro de sus pechos.
Ella hizo una mueca y echó la cabeza atrás, cuando sus labios tocaron la
cicatriz. Edward era demasiado fuerte como para apartarlo de allí.
—¿Te
gusta? —murmuró él.
Bella no
podía creer lo que estaba ocurriendo. Le gustaba. Dejó escapar un gemido,
disfrutando de la gloriosa sensación de sentir sus firmes labios sobre el
pecho, sobre un lugar que nadie, ni siquiera ella, había rozado con tanta
ternura. Verlo amarla así, devota y delicadamente, la enterneció. Edward besaba
dulcemente la misma herida de su feminidad.
—No
llores —murmuró él levantando la cabeza—. Ya pasó, ¿verdad? Ya ha pasado, dime
que ya ha pasado —exigió saber Edward con urgencia.
Inquieto,
Edward trató de detener aquel llanto. Bella sintió que la estrechaba en sus
brazos. Edward estaba temblando. Y ella era incapaz de comprender por qué.
Entonces él se detuvo, se echó atrás y la miró fijamente a los ojos.
—¿Ha
pasado? —insistió él, con vehemencia.
—¿Por qué
te importa tanto? —preguntó Bella con el corazón acelerado, preguntándose si
malinterpretaba sus gestos.
—Yo solo…
solo preguntaba. Afecta a Nessie, ¿no es así? —preguntó él irritado.
Bella
esperaba que fuera otra la razón. Pero no se atrevía a confiar en su intuición.
¡Se había equivocado tantas veces!
Quizá hubiera vuelto a sacar conclusiones apresuradas.
—Estoy
bien —aseguró Bella que, una vez más, interpretó correctamente el suspiro de
alivio que exhaló Edward. Él acariciaba de nuevo sus pechos, como si con ello
pudiera curarla—. Se supone que viviré cien años, si no me rompo el cuello
haciendo volteretas.
Edward
sintió que su corazón saltaba de alegría, al verla bromear. Lo único que
deseaba era abrazarla con fuerza, olvidar el instante en que había creído que
ella, su apasionada amante, moriría antes de tiempo. Y cerró los ojos, rezando
y dando gracias a Dios. Cuando los abrió, ella sonreía.
—Ven a la
cama, y cuéntamelo todo —dijo él con voz grave. Dulcemente, Edward retiró las
sábanas y la ayudó a meterse dentro, uniéndose a ella y estrechándola en sus
brazos con cuidado, como si fuera un bello objeto de porcelana—. ¿Cuándo
ocurrió? Parecías estar bien, cuando fui a visitarte a prisión. ¿Fue entonces?
—Bueno,
verme acusada de fraude no ayudó mucho. Me sentía enferma, apenas comía, pero
todo empezó mucho antes. Aunque, la verdad, yo no descubrí el bulto hasta
después
Bella
apretó los labios decidida a callar, pero Edward puso un dedo sobre su barbilla
y alzó su rostro para obligarla a mirarlo a la cara.
—¿Qué
estrés?
—No creo
que quieras saberlo. Déjalo. Es mejor así.
—No. No
quiero que haya secretos entre nosotros, Bella. Eso fue en el pasado, hoy ya no
—Bella bajó la vista, pero él insistió, alzando su rostro con el dedo—. Tengo
que saberlo.
—Cometí
un terrible error —continuó Bella con tristeza—. Garrett fue muy dulce y atento
cuando yo estaba destrozada, tratando de superar el hecho de que me
abandonaras. Supongo que me enamoré de él porque se parecía a ti. Pero en
cuanto nos casamos me di cuenta de que él vivía obsesivamente celoso de ti, de
que se había casado conmigo solo para hacerte daño. Yo le dije que eso era una
tontería, que eras tú quien me había abandonado, pero…
—Pero él
tenía razón, me hizo daño —confesó Edward reviviendo el dolor. En aquel
entonces, Edward había llegado a odiar a su hermano y a sentirse avergonzado de
ello. Era como si Bella lo hubiera traicionado, por mucho que comprendiera que
tenía derecho a rehacer su vida—. ¿Y dices que él estaba celoso?
—No hacía
más que hablar de ti —añadió Bella—, y eso no ayudaba en nada a nuestra
relación. Yo no podía dejar de compararos a los dos.
—¿Sí?
—Edward…
creo que debes saber que tú no le gustabas. Garrett creía que tu padre te
prefería a ti. Y los profesores, los amigos… todos.
—Jamás me
di cuenta. Sigue.
—Bueno,
pues… nuestra relación fue de mal en peor.
—¿Y de
ahí el estrés? —preguntó él frunciendo el ceño—. Comprendo que sea terrible,
estar casado con alguien a quien no amas, pero tampoco es para tanto, ¿no? Hay
algo más, ¿verdad? —añadió escrutando su rostro, con el ceño fruncido.
—Él fue…
un bruto.
—¿Por
qué?
—Se
emborrachaba. Se emborrachaba porque se sentía fracasado, en comparación
contigo —explicó Bella—. Entonces venía a casa y me gritaba, me arrojaba cosas,
a veces me pegaba y…
De nuevo
Bella apretó los labios. Pero Edward comprendió. Garrett la había pegado. Había
herido su precioso cuerpo. Apenas podía contener la ira.
—¿Y?
—El… él
me obligó a acostarme con él, cuando estaba borracho.
—¿Quieres
decir que te violó? —preguntó Edward inhalando aire, expandiendo el pecho y
apretando los puños.
—¡Solo
una vez! —exclamó ella en voz baja, restándole importancia a un momento
terrible de su vida.
—¡Oh,
Bella!
—No, yo
no soy una víctima, me niego a serlo. No pretendo restarle importancia a lo que
hizo, pero me niego a arruinar mi vida por culpa de sus celos, de sus asaltos
de borracho —se apresuró a decir Bella—. Yo lo he olvidado, no me gusta pensar
en ello. El pasado tiene sus fantasmas y sus pesadillas, pero yo debo seguir
adelante y mirar al futuro.
—Eres
increíble —comentó Edward maravillado.
Bella
suspiró y enterró el rostro en su cuello. Edward no podía creer que hubiera
tenido que pasar por todo aquello. Una ola de sentimiento protector lo invadió,
instándolo a protegerla a partir de ese momento. Bella no volvería a sufrir. Ya
había sufrido bastante.
—¿Cómo te
sentiste cuando te dijeron que tenías cáncer?
—Aterrada.
Fue como chocar contra un muro. Ni siquiera recuerdo nada del resto de aquel
día. Me sentí tremendamente vulnerable, y comencé a deprimirme de verdad.
Pasaba las noches llorando.
—¿Tenías
miedo de morir?
—No, de
no volver a ver a Nessie —lo corrigió Bella—. Solo temía morir sin volver a ver
a mi hija. Fue entonces cuando decidí que, pasara lo que pasara, la buscaría y
entablaría con ella una relación profunda. Por eso decidí curarme como fuera. Y
aquí estoy. Ahora ya sabes por qué estoy empeñada en que ella sepa que soy su
madre.
—Lo
sabrá. Algún día. Yo me encargo de eso —aseguró Edward terriblemente conmovido,
admirado ante su valentía y fortaleza—. Algún día. Pronto te llamará mamá.
—Edward
—lo llamó Bella abrazándolo, con ojos de felicidad—. ¿Lo dices en serio?
—Bueno,
si no me ahogas primero —protestó Edward, en broma.
—Otra vez
me he pasado de la raya, ¿verdad? —preguntó Bella soltándolo.
—Exacto
—rió Edward besándola dulce y tiernamente—. Y ahora, veamos si puedes llegar
lejos también en otra dirección.
—Oh,
señor Cullen —susurró Bella—, creí que no me lo ibas a pedir nunca.
—Pues
espera y verás.
—¿Adónde
vas? —protestó Bella viéndolo saltar de la cama.
—Vamos a
celebrarlo.
—¿A
celebrarlo?, ¿el qué?
Edward se
quedó mirándola, contemplándola. Su imagen sencillamente le paralizaba el
corazón, estaba terriblemente emocionado.
—Tu vida.
—Eres
maravilloso, Edward. Brindaré por eso.
Edward
salió apresuradamente de la habitación, muy animado, y se dirigió a la cocina
por una botella de champán. Por fin comprendía que no solo deseaba a Bella,
sino que quería vivir con ella, tenerla siempre en su cama. Subió las escaleras
aprisa, con la botella y dos copas en la mano, y al llegar la abrió.
—Me he
enfriado.
—No importa
—sonrió Edward, dejando que la espuma del champán se desparramara sobre ella y
sobre la cama.
—Eres un
bruto, mira lo que has hecho. ¡Estoy toda pringosa!
—Exacto
—contestó Edward satisfecho, con voz ronca, inclinándose sobre ella y
comenzando a lamerla—. Quizá puedas hacer lo mismo tú por mí, después.
Aquello
le llevó mucho tiempo. Edward no parecía dispuesto a terminar. Antes incluso de
llegar a las rodillas de Bella, ella había tomado en sus manos su cuerpo
masculino y lo movía a un ritmo irresistible. Edward sintió una tremenda
ternura por Bella mientras le hacía el amor. Era casi como si su corazón
estuviera rebosante de algo intangible. Las sensaciones físicas eran intensas,
su pasión por ella volcánica, pero había otro ingrediente más, una cualidad
indefinible, que se había colado en su relación. Algo profundo y alarmante, un
sentimiento de satisfacción y calor. La sensación de haber vuelto a casa.
Edward
besó la cicatriz de Bella con ternura, deseando borrar el dolor. Ella se
estremeció de placer, se volvió hacia él y dijo algo que le rasgó el corazón:
—Te
quiero.
Entonces
lo besó. Por un momento, él no respondió. No pudo. Luego, arrastrado por una
emoción que era incapaz de explicar, le devolvió aquellos besos con fiera
pasión hasta sentir que solo el climax físico de su cuerpo era capaz de borrar
aquel sentimiento de dolor dulce y amargo a la vez.
Sus
cuerpos se convirtieron entonces en uno solo. Sus respiraciones, sus suspiros,
los latidos de sus corazones se acompasaron. Suavemente, con una lentitud
torturante, él se movió dentro de ella bañando su rostro de besos y acariciando
sus pechos.
Entonces
él comenzó a perder la cabeza, a pensar locuras: que estarían así, juntos, para
siempre; que haría cualquier cosa con tal de conseguir que ella se quedara,
fuera cual fuera el pasado de Bella; que lo que él sentía también era amor; que
eso era lo que él deseaba. Con toda su alma. Edward se dejó llevar por esa
idea, porque el simple hecho de pensarla intensificaba el fuego y el placer de
ambos, conmoviendo su corazón.
Después,
tumbado junto a ella, escuchándola respirar, Edward se sintió más feliz de lo
que recordaba haberse sentido nunca. La observó dormirse y la besó
impulsivamente, sintiendo que aquello era bálsamo para sus heridas.
Pero si
la amaba, pensó, tenía un grave problema de conciencia. Necesitaba hablar con
ella, buscar el modo de demostrar su inocencia. Encontrar pruebas. Pero, ¿cómo?
.
.
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~*~IA~*~
.
.
.
Tres
semanas era mucho tiempo en la vida de una niña, pensó Bella feliz, mientras
Edward, Nessie y ella paseaban por las calles floridas de Alikes. Nessie iba en
medio, agarrando a ambos de las manos, dando piruetas en el aire.
—¡Una,
dos, tres…!
—Otra vez
—exigía Nessie.
—Ya hemos
llegado a la taberna, cariño —señaló Bella contemplando a su hija con
admiración y ternura.
—Ah,
buenas noches, bella dama —saludó el tabernero a la niña, haciendo una
reverencia, y llevándola a una mesa.
Aquel era
su restaurante favorito. Nessie veía pasar los ponys desde el balcón, mientras
esperaban la comida. La niña disfrutaba con placeres sencillos, y Bella
disfrutaba solo con verla. Tras la cena, Edward y ella pasearon por la playa.
Nessie iba a hombros de él. Bella se sentía profundamente feliz. Todas las
noches, Edward le demostraba sus sentimientos simplemente con la mirada. Era
casi como en los viejos tiempos.
Casi,
porque Edward no se había entregado por completo a ella. Ni lo haría, mientras
Bella no demostrara su inocencia. Pronto llegaría el momento de hablar
seriamente con él, de tratar de convencerlo. Y su única baza era que él la
creyera.
—Eso no
lo había visto antes —señaló Edward hacia un parque infantil, iluminado a la
luz de la luna.
—¡Niñas!
—gritó Edward en broma.
—Sí, eso
somos —comentó Bella.
Los tres
corrieron a tirarse por el tobogán. Era infantil, una estupidez, pero Bella rió
más de lo que lo había hecho en mucho tiempo. En la semioscuridad, todo
resultaba mucho más divertido: los columpios, el balancín.
—Ha sido
un día maravilloso, una noche preciosa —comentó Bella ya en el coche, de
vuelta.
—Nessie
está dormida —contestó Edward mirando por el retrovisor y sonriendo—. ¿Qué te
parecería si fuéramos tú y yo solos a cenar, mañana por la noche?
—Lo que
pasa es que quieres tirarte por el tobogán sin tener a Nessie encima —bromeó
Bella.
—No,
pensaba ir a un sitio más elegante. Un restaurante para adultos, al que puedas
ir con ese vestido verde que tanto me excita y me hace temblar.
—Pues no
pidas un plato que requiera mano firme —advirtió Bella.
—Creo que
podré dominarme. Al menos hasta que lleguemos al coche.
—Estoy
demasiado vieja para los asientos traseros de los coches —bromeó Bella.
—Pero se
pueden reclinar.
—Seguro.
—Ya hemos
llegado a casa, cariño.
El día
siguiente lo pasaron en la playa, buscando caracolas. Athenodora, la mujer del
guarda y ama de llaves, se había ganado la confianza de Nessie, y había
prometido cuidar de ella aquella noche. Bella y Edward se vistieron y se
despidieron de Nessie, tras leerle un cuento antes de irse a la cama.
—¡Oh,
poli orayal! —exclamó Nessie al ver a Bella.
—Efharisto
—contestó Bella, dándole las gracias—. Edward también está muy guapo, ¿verdad?
—Estás
muy callada —observó Edward, una vez en el coche, de camino al restaurante.
—Estaba
pensando en lo feliz que soy —contestó Bella—. No puedes imaginarte la alegría
que me produce estar con Nessie y contigo.
Sí, podía imaginarlo, pensó Edward. Pero, a pesar de todo, su nueva vida de familia
resultaba dulce y amarga al mismo tiempo. Más que nada en el mundo, Edward
deseaba ayudar a Bella a demostrar su inocencia. Solo entonces la aceptaría la
gente, las amistades. Y solo entonces, con una reputación inmaculada, ella
sería verdaderamente feliz.
—Estoy
contento, te daría el mundo, si pudiera —contestó Edward con voz ronca.
—Me
conformo con un plato de souvlaki.
Fueron al
restaurante favorito de Edward, sobre una colina dominando el valle y la ciudad
de Zante, y se sentaron en la terraza. Un hombre cantaba Kantathes, canciones
de amor típicas de la isla. Bella estaba más guapa que nunca. Edward apenas
podía apartar los ojos de ella. Se tomaron de las manos, en medio de la mesa, y
él se maravilló del amor que reflejaban sus ojos.
—¿Qué
prefieres, un brandy, un oporto, o un café?
—Volvamos
a casa —susurró ella.
Durante
el camino de vuelta, Edward no dejó de mirarla. Ella cantaba. Por fin le
resultaba totalmente evidente que Bella era inocente de fraude. Era demasiado
honrada, como para ser culpable.
—Bella,
cuéntamelo todo otra vez —urgió Edward—, cuéntame cómo es que llegaste a ser
director financiero. Ayúdame a comprenderlo. Empieza por el principio, para que
me aclare.
—Después
de casarme con Garrett —comenzó Bella a explicar—, yo estaba muy ocupada,
trabajando como secretaria financiera en una empresa de seguros. No me quedaba
mucho tiempo. Garrett me dijo que quería que fuera la directora financiera del
banco Cullen, pero yo le dije que era imposible. Entonces me explicó que podía
conseguir un salario muy alto sin hacer nada, que él haría lo que hiciera falta
por mí. Era un arreglo muy práctico, muy común entre marido y mujer. Me trajo
un documento a casa para que lo firmara, y yo lo leí. Todo parecía en regla. No
tenía motivos para desconfiar de él. Después, trajo más papeles para que los
firmara. Me dijo que, en el fondo, eran similares al primer documento, así que
firmé. Sé que fue una estupidez, que debí haberlos leído, pero él estaba de mal
humor, y yo hacía todo lo que me ordenaba. Tenía que confiar en él. Era un
negocio familiar, todos los beneficios eran para él.
—¿Y no
hay evidencia alguna que pueda respaldar tu historia?
—Ninguna,
a juicio de mi abogado.
—Tiene
que haber archivos, documentos…
—Según
parece, cuando el banco quebró, las oficinas estaban limpias —explicó Bella—.
Ya sé que no te gusta oírlo, Edward, pero me parece que Garrett se había metido
en problemas, y trató por todos los medios de ocultar las pruebas. Los últimos
quince días estuvo de muy mal humor. Se mostraba violento, se emborrachaba… fue
entonces cuando le pedí el divorcio. Él no venía a casa ni siquiera por las
noches —suspiró Bella—. Podría haber quemado todos los libros, haberlos tirado
al río. Y la semana anterior a la quiebra murió, como ya sabes.
—Garrett
me llamó por teléfono unos días antes de morir —comentó Edward—. Me contó lo
del divorcio y me dijo que pensaba dimitir de su puesto en el banco. Quería
volver a casa, y me pidió que…
De pronto
Edward comprendió. Había sido un estúpido. Por fin lo recordaba claramente.
Garrett había mandado un contenedor con todas sus pertenencias a la isla una
semana antes de la quiebra. Edward juró en voz alta y pisó con fuerza el
acelerador.
—¡Pero
Edward!, ¿qué haces?
—Lo
siento, acabo de recordar que las cosas de Garrett están en casa.
Bella
gimió. Sabía qué estaba pensando Edward. Ambos permanecieron tensos, en
silencio. Edward se aferró al volante y trató de concentrarse en la carretera,
lleno de esperanza. Al llegar salió del coche musitando:
—Por
favor, que haya pruebas.
Era su
única oportunidad. No era mucho, pero no tenían nada más. Edward no había
sacado nada de las cajas, ni siquiera había puesto un pie en el dormitorio de
Garrett. Abrió la puerta y se quedó paralizado. Aquella parecía la cueva de
Aladino. Muebles antiguos, alfombras de seda, objetos de arte, relojes,
cuadros, ropa cara, equipos electrónicos. Todo de lujo. Su hermano había vivido
muy bien. Demasiado bien, quizá.
Edward se
reprochó no haber entrado antes en aquella habitación. De haberlo hecho, se
habría preguntado de dónde había salido todo aquello. Y quizá hubiera
investigado por su cuenta. De pronto su mirada quedó fija en un montón de cajas
apiladas contra la pared. Por un instante, Edward se sintió incapaz de creer en
la culpabilidad de su hermano. Pero enseguida comenzó a abrir cajas y a sacar
papeles inútiles.
—¡Oh,
Dios mío! —exclamó Bella.
—¿Y Athenodora
y Nessie? —preguntó Edward.
—Están
bien. Deja que te ayude, Edward —rogó Bella uniéndose a él.
—¡Tiene
que estar aquí, tiene que estar aquí! —exclamó él abriendo otra caja, mirando a
Bella, que esbozaba una expresión extraña—. ¿Qué ocurre?
—¡Te
importa! —gritó ella—. ¡Quieres que sea inocente!
—Por
supuesto que sí —gritó él frenético, sacando papeles.
—¿Por
qué?
—Porque
te quiero, ¿por qué, si no…? —Edward parpadeó, perplejo, preguntándose qué
había dicho, sonriendo—. Te quiero —repitió estrechándola en sus brazos.
—¡Oh,
Edward! —suspiró Bella.
—¡Te
quiero! —continuó él encantado, incapaz de detenerse—. Te quiero, te quiero de
verdad.
—No hace
falta que te sorprendas —rió Bella—. Y ahora, firmemos esa declaración
demostrando que soy inocente.
Ambos se volcaron
sobre las cajas con renovado entusiasmo. Y por fin Edward encontró los libros
de cuentas que durante tanto tiempo habían estado perdidos. Dos montones
enteros. Todos, a buen recaudo, en manos de Garrett. Cartas, documentos de
venta de acciones, detalles sobre cuentas bancarias suizas a nombre de Garrett,
con más dinero del que él podía haber ganado jamás…
Edward
estaba horrorizado. Había pruebas suficientes como para condenar judicialmente
a su hermano. Cuando terminaron de revisar el último documento sin encontrar
nada que inculpara a Bella, quedó claro que ella no había tomado parte en el
fraude. Edward se dejó caer en el suelo, lleno de polvo y con el cabello
revuelto, tembloroso y avergonzado ante el enorme sufrimiento que su hermano le
había causado a la mujer a la que amaba.
—¡Mi
hermano! —susurró atónito—. ¡Mi propio hermano!
Ahora que es inocente si la quiere.
ResponderEliminarEs hora de empezar a pedir perdón edward
ResponderEliminarGracial yenni
Al fin Dios mio
ResponderEliminarAhora que le pida perdón y que le diga a nessie que bella es su madre
Quiero que sufra. ¿Se puede?
ResponderEliminarPor fin y, ¿ahora quién le devuelve todo su tiempo perdido a Bella en la cárcel por un delito que no había cometido? ¿Todos los años perdidos junto a su hija? ¿Quién demonios le ayudó a Garret para que se librase de todo e inculpasen a Bella, e incluso, convenciera a Edward de que la dejase a la sombra tanto tiempo? Debe haber alguien más involucrado en todo el espolio.
ResponderEliminarFelix?? Incluso desconfio de Heidi
ResponderEliminarOMG!!!! Tendra que pasar el resto de su vida recompenaando a Bella por todo lo que tuvo que vivir!!!
ResponderEliminarSospecho que Félix estaba al tanto de todo y que después de muerto Garret se aseguró de que Edward no se quedará con Bella, hasta después de muerto se lo jodio
ResponderEliminarPor fin lo descubrieron!!!!
ResponderEliminarMe alegra que Edward haya abierto su mente a que Garrett era el culpable....
Por fin pueden demostrar la inocencia de Bella!!!!
Besos gigantes!!!
XOXO