Inocente Amor 11

Desesperada, Bella trató de ponerse en pie. Edward tiró de ella tumbándola de nuevo, y ambos lucharon hasta que las lágrimas vencieron a Bella, que no dejaba de sollozar. Era perfectamente consciente de que Edward estaba tenso, en silencio, junto a ella, mirándola sin tocarla, sin consolarla siquiera.

—No hace falta que digas nada —musitó Bella tapándose los pechos con las manos, observando a Edward, que seguía mudo y horrorizado—. ¿Dónde está la habitación de Garrett? Señálamela, y me apartaré de tu vista.

—¿Qué…? —preguntó Edward sentándose, aclarándose la garganta—. ¿Qué te ha ocurrido?

—Cáncer.

—¡Bella! —exclamó Edward en un susurro, respirando hondo—. ¿Era esa tu enfermedad, la razón por la que estabas tan cansada?

—Sí. Dime cuál es la habitación de Garrett.

Edward estaba en estado de shock. Siempre había adorado los pechos de Bella, siempre los había considerado perfectos. Suaves, redondos, dulces al contacto de sus labios, con pezones que reaccionaban siempre, alerta a sus caricias… Pero Bella se había enfrentado a una enfermedad terrible… de pronto Edward sintió un vacío en su interior. ¿Qué sería de ella? ¡Era posible que muriera! El shock volvió a atenazarlo nada más pensarlo, dejándolo paralizado. Horrorizado, Edward la miró a los ojos, llorosos, y luchó desesperadamente por no decir una locura. Como, por ejemplo, «No me dejes nunca, no puedes morir. ¿Por qué tú, precisamente?».

—Lo siento —dijo en cambio.

Bella lo miró como si todo su mundo acabara de derrumbarse. Las lágrimas caían por su rostro, de expresión infeliz. Edward no podía dejarla marchar. Suavemente acarició su brazo, tratando de hacer caso omiso a su propio miedo, a sus propias necesidades, para concentrarse en las de ella. Bella creía que era fea. Creía que él ya no la encontraba sexy. ¡Ojalá hubiera sido así!

—Quítate las manos del pecho —ordenó él en voz baja.

—No —sacudió ella la cabeza violentamente—. Ya lo has visto. ¿No te basta con eso? ¿Es que quieres humillarme?

—Verlo no es suficiente para ninguno de los dos.
 
Edward apartó despiadadamente las manos de Bella y besó cada centímetro de sus pechos. Ella hizo una mueca y echó la cabeza atrás, cuando sus labios tocaron la cicatriz. Edward era demasiado fuerte como para apartarlo de allí.

—¿Te gusta? —murmuró él.

Bella no podía creer lo que estaba ocurriendo. Le gustaba. Dejó escapar un gemido, disfrutando de la gloriosa sensación de sentir sus firmes labios sobre el pecho, sobre un lugar que nadie, ni siquiera ella, había rozado con tanta ternura. Verlo amarla así, devota y delicadamente, la enterneció. Edward besaba dulcemente la misma herida de su feminidad.

—No llores —murmuró él levantando la cabeza—. Ya pasó, ¿verdad? Ya ha pasado, dime que ya ha pasado —exigió saber Edward con urgencia.

Inquieto, Edward trató de detener aquel llanto. Bella sintió que la estrechaba en sus brazos. Edward estaba temblando. Y ella era incapaz de comprender por qué. Entonces él se detuvo, se echó atrás y la miró fijamente a los ojos.

—¿Ha pasado? —insistió él, con vehemencia.

—¿Por qué te importa tanto? —preguntó Bella con el corazón acelerado, preguntándose si malinterpretaba sus gestos.

—Yo solo… solo preguntaba. Afecta a Nessie, ¿no es así? —preguntó él irritado.

Bella esperaba que fuera otra la razón. Pero no se atrevía a confiar en su intuición. ¡Se había equivocado tantas veces! Quizá hubiera vuelto a sacar conclusiones apresuradas.

—Estoy bien —aseguró Bella que, una vez más, interpretó correctamente el suspiro de alivio que exhaló Edward. Él acariciaba de nuevo sus pechos, como si con ello pudiera curarla—. Se supone que viviré cien años, si no me rompo el cuello haciendo volteretas.

Edward sintió que su corazón saltaba de alegría, al verla bromear. Lo único que deseaba era abrazarla con fuerza, olvidar el instante en que había creído que ella, su apasionada amante, moriría antes de tiempo. Y cerró los ojos, rezando y dando gracias a Dios. Cuando los abrió, ella sonreía.

—Ven a la cama, y cuéntamelo todo —dijo él con voz grave. Dulcemente, Edward retiró las sábanas y la ayudó a meterse dentro, uniéndose a ella y estrechándola en sus brazos con cuidado, como si fuera un bello objeto de porcelana—. ¿Cuándo ocurrió? Parecías estar bien, cuando fui a visitarte a prisión. ¿Fue entonces?

—Bueno, verme acusada de fraude no ayudó mucho. Me sentía enferma, apenas comía, pero todo empezó mucho antes. Aunque, la verdad, yo no descubrí el bulto hasta después
de ingresar en prisión. El oncólogo habló conmigo y me dijo que se debía al estrés del matrimonio…

Bella apretó los labios decidida a callar, pero Edward puso un dedo sobre su barbilla y alzó su rostro para obligarla a mirarlo a la cara.

—¿Qué estrés?

—No creo que quieras saberlo. Déjalo. Es mejor así.

—No. No quiero que haya secretos entre nosotros, Bella. Eso fue en el pasado, hoy ya no —Bella bajó la vista, pero él insistió, alzando su rostro con el dedo—. Tengo que saberlo.

—Cometí un terrible error —continuó Bella con tristeza—. Garrett fue muy dulce y atento cuando yo estaba destrozada, tratando de superar el hecho de que me abandonaras. Supongo que me enamoré de él porque se parecía a ti. Pero en cuanto nos casamos me di cuenta de que él vivía obsesivamente celoso de ti, de que se había casado conmigo solo para hacerte daño. Yo le dije que eso era una tontería, que eras tú quien me había abandonado, pero…

—Pero él tenía razón, me hizo daño —confesó Edward reviviendo el dolor. En aquel entonces, Edward había llegado a odiar a su hermano y a sentirse avergonzado de ello. Era como si Bella lo hubiera traicionado, por mucho que comprendiera que tenía derecho a rehacer su vida—. ¿Y dices que él estaba celoso?

—No hacía más que hablar de ti —añadió Bella—, y eso no ayudaba en nada a nuestra relación. Yo no podía dejar de compararos a los dos.

—¿Sí?

—Edward… creo que debes saber que tú no le gustabas. Garrett creía que tu padre te prefería a ti. Y los profesores, los amigos… todos.

—Jamás me di cuenta. Sigue.

—Bueno, pues… nuestra relación fue de mal en peor.

—¿Y de ahí el estrés? —preguntó él frunciendo el ceño—. Comprendo que sea terrible, estar casado con alguien a quien no amas, pero tampoco es para tanto, ¿no? Hay algo más, ¿verdad? —añadió escrutando su rostro, con el ceño fruncido.

—Él fue… un bruto.

—¿Por qué?

—Se emborrachaba. Se emborrachaba porque se sentía fracasado, en comparación contigo —explicó Bella—. Entonces venía a casa y me gritaba, me arrojaba cosas, a veces me pegaba y…

De nuevo Bella apretó los labios. Pero Edward comprendió. Garrett la había pegado. Había herido su precioso cuerpo. Apenas podía contener la ira.

—¿Y?

—El… él me obligó a acostarme con él, cuando estaba borracho.

—¿Quieres decir que te violó? —preguntó Edward inhalando aire, expandiendo el pecho y apretando los puños.

—¡Solo una vez! —exclamó ella en voz baja, restándole importancia a un momento terrible de su vida.

—¡Oh, Bella!

—No, yo no soy una víctima, me niego a serlo. No pretendo restarle importancia a lo que hizo, pero me niego a arruinar mi vida por culpa de sus celos, de sus asaltos de borracho —se apresuró a decir Bella—. Yo lo he olvidado, no me gusta pensar en ello. El pasado tiene sus fantasmas y sus pesadillas, pero yo debo seguir adelante y mirar al futuro.

—Eres increíble —comentó Edward maravillado.

Bella suspiró y enterró el rostro en su cuello. Edward no podía creer que hubiera tenido que pasar por todo aquello. Una ola de sentimiento protector lo invadió, instándolo a protegerla a partir de ese momento. Bella no volvería a sufrir. Ya había sufrido bastante.

—¿Cómo te sentiste cuando te dijeron que tenías cáncer?

—Aterrada. Fue como chocar contra un muro. Ni siquiera recuerdo nada del resto de aquel día. Me sentí tremendamente vulnerable, y comencé a deprimirme de verdad. Pasaba las noches llorando.

—¿Tenías miedo de morir?

—No, de no volver a ver a Nessie —lo corrigió Bella—. Solo temía morir sin volver a ver a mi hija. Fue entonces cuando decidí que, pasara lo que pasara, la buscaría y entablaría con ella una relación profunda. Por eso decidí curarme como fuera. Y aquí estoy. Ahora ya sabes por qué estoy empeñada en que ella sepa que soy su madre.

—Lo sabrá. Algún día. Yo me encargo de eso —aseguró Edward terriblemente conmovido, admirado ante su valentía y fortaleza—. Algún día. Pronto te llamará mamá.

—Edward —lo llamó Bella abrazándolo, con ojos de felicidad—. ¿Lo dices en serio?

—Bueno, si no me ahogas primero —protestó Edward, en broma.

—Otra vez me he pasado de la raya, ¿verdad? —preguntó Bella soltándolo.

—Exacto —rió Edward besándola dulce y tiernamente—. Y ahora, veamos si puedes llegar lejos también en otra dirección.

—Oh, señor Cullen —susurró Bella—, creí que no me lo ibas a pedir nunca.

—Pues espera y verás.

—¿Adónde vas? —protestó Bella viéndolo saltar de la cama.

—Vamos a celebrarlo.

—¿A celebrarlo?, ¿el qué?

Edward se quedó mirándola, contemplándola. Su imagen sencillamente le paralizaba el corazón, estaba terriblemente emocionado.

—Tu vida.

—Eres maravilloso, Edward. Brindaré por eso.

Edward salió apresuradamente de la habitación, muy animado, y se dirigió a la cocina por una botella de champán. Por fin comprendía que no solo deseaba a Bella, sino que quería vivir con ella, tenerla siempre en su cama. Subió las escaleras aprisa, con la botella y dos copas en la mano, y al llegar la abrió.

—Me he enfriado.

—No importa —sonrió Edward, dejando que la espuma del champán se desparramara sobre ella y sobre la cama.

—Eres un bruto, mira lo que has hecho. ¡Estoy toda pringosa!

—Exacto —contestó Edward satisfecho, con voz ronca, inclinándose sobre ella y comenzando a lamerla—. Quizá puedas hacer lo mismo tú por mí, después.

Aquello le llevó mucho tiempo. Edward no parecía dispuesto a terminar. Antes incluso de llegar a las rodillas de Bella, ella había tomado en sus manos su cuerpo masculino y lo movía a un ritmo irresistible. Edward sintió una tremenda ternura por Bella mientras le hacía el amor. Era casi como si su corazón estuviera rebosante de algo intangible. Las sensaciones físicas eran intensas, su pasión por ella volcánica, pero había otro ingrediente más, una cualidad indefinible, que se había colado en su relación. Algo profundo y alarmante, un sentimiento de satisfacción y calor. La sensación de haber vuelto a casa.

Edward besó la cicatriz de Bella con ternura, deseando borrar el dolor. Ella se estremeció de placer, se volvió hacia él y dijo algo que le rasgó el corazón:

—Te quiero.

Entonces lo besó. Por un momento, él no respondió. No pudo. Luego, arrastrado por una emoción que era incapaz de explicar, le devolvió aquellos besos con fiera pasión hasta sentir que solo el climax físico de su cuerpo era capaz de borrar aquel sentimiento de dolor dulce y amargo a la vez.

Sus cuerpos se convirtieron entonces en uno solo. Sus respiraciones, sus suspiros, los latidos de sus corazones se acompasaron. Suavemente, con una lentitud torturante, él se movió dentro de ella bañando su rostro de besos y acariciando sus pechos.

Entonces él comenzó a perder la cabeza, a pensar locuras: que estarían así, juntos, para siempre; que haría cualquier cosa con tal de conseguir que ella se quedara, fuera cual fuera el pasado de Bella; que lo que él sentía también era amor; que eso era lo que él deseaba. Con toda su alma. Edward se dejó llevar por esa idea, porque el simple hecho de pensarla intensificaba el fuego y el placer de ambos, conmoviendo su corazón.

Después, tumbado junto a ella, escuchándola respirar, Edward se sintió más feliz de lo que recordaba haberse sentido nunca. La observó dormirse y la besó impulsivamente, sintiendo que aquello era bálsamo para sus heridas.

Pero si la amaba, pensó, tenía un grave problema de conciencia. Necesitaba hablar con ella, buscar el modo de demostrar su inocencia. Encontrar pruebas. Pero, ¿cómo?


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~*~IA~*~
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Tres semanas era mucho tiempo en la vida de una niña, pensó Bella feliz, mientras Edward, Nessie y ella paseaban por las calles floridas de Alikes. Nessie iba en medio, agarrando a ambos de las manos, dando piruetas en el aire.

—¡Una, dos, tres…!

—Otra vez —exigía Nessie.

—Ya hemos llegado a la taberna, cariño —señaló Bella contemplando a su hija con admiración y ternura.

—Ah, buenas noches, bella dama —saludó el tabernero a la niña, haciendo una reverencia, y llevándola a una mesa.

Aquel era su restaurante favorito. Nessie veía pasar los ponys desde el balcón, mientras esperaban la comida. La niña disfrutaba con placeres sencillos, y Bella disfrutaba solo con verla. Tras la cena, Edward y ella pasearon por la playa. Nessie iba a hombros de él. Bella se sentía profundamente feliz. Todas las noches, Edward le demostraba sus sentimientos simplemente con la mirada. Era casi como en los viejos tiempos.

Casi, porque Edward no se había entregado por completo a ella. Ni lo haría, mientras Bella no demostrara su inocencia. Pronto llegaría el momento de hablar seriamente con él, de tratar de convencerlo. Y su única baza era que él la creyera.

—Eso no lo había visto antes —señaló Edward hacia un parque infantil, iluminado a la luz de la luna.

—¡Whoopee! —exclamó Bella soltándose, con Nessie, para correr hacia él.

—¡Niñas! —gritó Edward en broma.

—Sí, eso somos —comentó Bella.

Los tres corrieron a tirarse por el tobogán. Era infantil, una estupidez, pero Bella rió más de lo que lo había hecho en mucho tiempo. En la semioscuridad, todo resultaba mucho más divertido: los columpios, el balancín.

—Ha sido un día maravilloso, una noche preciosa —comentó Bella ya en el coche, de vuelta.

—Nessie está dormida —contestó Edward mirando por el retrovisor y sonriendo—. ¿Qué te parecería si fuéramos tú y yo solos a cenar, mañana por la noche?

—Lo que pasa es que quieres tirarte por el tobogán sin tener a Nessie encima —bromeó Bella.

—No, pensaba ir a un sitio más elegante. Un restaurante para adultos, al que puedas ir con ese vestido verde que tanto me excita y me hace temblar.

—Pues no pidas un plato que requiera mano firme —advirtió Bella.

—Creo que podré dominarme. Al menos hasta que lleguemos al coche.

—Estoy demasiado vieja para los asientos traseros de los coches —bromeó Bella.

—Pero se pueden reclinar.

—Seguro.

—Ya hemos llegado a casa, cariño.

—A casa —repitió Bella, pletórica de amor.

El día siguiente lo pasaron en la playa, buscando caracolas. Athenodora, la mujer del guarda y ama de llaves, se había ganado la confianza de Nessie, y había prometido cuidar de ella aquella noche. Bella y Edward se vistieron y se despidieron de Nessie, tras leerle un cuento antes de irse a la cama.

—¡Oh, poli orayal! —exclamó Nessie al ver a Bella.

Efharisto —contestó Bella, dándole las gracias—. Edward también está muy guapo, ¿verdad?

—Estás muy callada —observó Edward, una vez en el coche, de camino al restaurante.

—Estaba pensando en lo feliz que soy —contestó Bella—. No puedes imaginarte la alegría que me produce estar con Nessie y contigo.

Sí, podía imaginarlo, pensó Edward. Pero, a pesar de todo, su nueva vida de familia resultaba dulce y amarga al mismo tiempo. Más que nada en el mundo, Edward deseaba ayudar a Bella a demostrar su inocencia. Solo entonces la aceptaría la gente, las amistades. Y solo entonces, con una reputación inmaculada, ella sería verdaderamente feliz.

—Estoy contento, te daría el mundo, si pudiera —contestó Edward con voz ronca.

—Me conformo con un plato de souvlaki.

Fueron al restaurante favorito de Edward, sobre una colina dominando el valle y la ciudad de Zante, y se sentaron en la terraza. Un hombre cantaba Kantathes, canciones de amor típicas de la isla. Bella estaba más guapa que nunca. Edward apenas podía apartar los ojos de ella. Se tomaron de las manos, en medio de la mesa, y él se maravilló del amor que reflejaban sus ojos.

—¿Qué prefieres, un brandy, un oporto, o un café?

—Volvamos a casa —susurró ella.

Durante el camino de vuelta, Edward no dejó de mirarla. Ella cantaba. Por fin le resultaba totalmente evidente que Bella era inocente de fraude. Era demasiado honrada, como para ser culpable.

—Bella, cuéntamelo todo otra vez —urgió Edward—, cuéntame cómo es que llegaste a ser director financiero. Ayúdame a comprenderlo. Empieza por el principio, para que me aclare.

—Después de casarme con Garrett —comenzó Bella a explicar—, yo estaba muy ocupada, trabajando como secretaria financiera en una empresa de seguros. No me quedaba mucho tiempo. Garrett me dijo que quería que fuera la directora financiera del banco Cullen, pero yo le dije que era imposible. Entonces me explicó que podía conseguir un salario muy alto sin hacer nada, que él haría lo que hiciera falta por mí. Era un arreglo muy práctico, muy común entre marido y mujer. Me trajo un documento a casa para que lo firmara, y yo lo leí. Todo parecía en regla. No tenía motivos para desconfiar de él. Después, trajo más papeles para que los firmara. Me dijo que, en el fondo, eran similares al primer documento, así que firmé. Sé que fue una estupidez, que debí haberlos leído, pero él estaba de mal humor, y yo hacía todo lo que me ordenaba. Tenía que confiar en él. Era un negocio familiar, todos los beneficios eran para él.

—¿Y no hay evidencia alguna que pueda respaldar tu historia?

—Ninguna, a juicio de mi abogado.

—Tiene que haber archivos, documentos…

—Según parece, cuando el banco quebró, las oficinas estaban limpias —explicó Bella—. Ya sé que no te gusta oírlo, Edward, pero me parece que Garrett se había metido en problemas, y trató por todos los medios de ocultar las pruebas. Los últimos quince días estuvo de muy mal humor. Se mostraba violento, se emborrachaba… fue entonces cuando le pedí el divorcio. Él no venía a casa ni siquiera por las noches —suspiró Bella—. Podría haber quemado todos los libros, haberlos tirado al río. Y la semana anterior a la quiebra murió, como ya sabes.
 
—Garrett me llamó por teléfono unos días antes de morir —comentó Edward—. Me contó lo del divorcio y me dijo que pensaba dimitir de su puesto en el banco. Quería volver a casa, y me pidió que…

De pronto Edward comprendió. Había sido un estúpido. Por fin lo recordaba claramente. Garrett había mandado un contenedor con todas sus pertenencias a la isla una semana antes de la quiebra. Edward juró en voz alta y pisó con fuerza el acelerador.

—¡Pero Edward!, ¿qué haces?

—Lo siento, acabo de recordar que las cosas de Garrett están en casa.

Bella gimió. Sabía qué estaba pensando Edward. Ambos permanecieron tensos, en silencio. Edward se aferró al volante y trató de concentrarse en la carretera, lleno de esperanza. Al llegar salió del coche musitando:

—Por favor, que haya pruebas.

Era su única oportunidad. No era mucho, pero no tenían nada más. Edward no había sacado nada de las cajas, ni siquiera había puesto un pie en el dormitorio de Garrett. Abrió la puerta y se quedó paralizado. Aquella parecía la cueva de Aladino. Muebles antiguos, alfombras de seda, objetos de arte, relojes, cuadros, ropa cara, equipos electrónicos. Todo de lujo. Su hermano había vivido muy bien. Demasiado bien, quizá.

Edward se reprochó no haber entrado antes en aquella habitación. De haberlo hecho, se habría preguntado de dónde había salido todo aquello. Y quizá hubiera investigado por su cuenta. De pronto su mirada quedó fija en un montón de cajas apiladas contra la pared. Por un instante, Edward se sintió incapaz de creer en la culpabilidad de su hermano. Pero enseguida comenzó a abrir cajas y a sacar papeles inútiles.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Bella.

—¿Y Athenodora y Nessie? —preguntó Edward.

—Están bien. Deja que te ayude, Edward —rogó Bella uniéndose a él.

—¡Tiene que estar aquí, tiene que estar aquí! —exclamó él abriendo otra caja, mirando a Bella, que esbozaba una expresión extraña—. ¿Qué ocurre?

—¡Te importa! —gritó ella—. ¡Quieres que sea inocente!

—Por supuesto que sí —gritó él frenético, sacando papeles.

—¿Por qué?

—Porque te quiero, ¿por qué, si no…? —Edward parpadeó, perplejo, preguntándose qué había dicho, sonriendo—. Te quiero —repitió estrechándola en sus brazos.

—¡Oh, Edward! —suspiró Bella.

—¡Te quiero! —continuó él encantado, incapaz de detenerse—. Te quiero, te quiero de verdad.

—No hace falta que te sorprendas —rió Bella—. Y ahora, firmemos esa declaración demostrando que soy inocente.

Ambos se volcaron sobre las cajas con renovado entusiasmo. Y por fin Edward encontró los libros de cuentas que durante tanto tiempo habían estado perdidos. Dos montones enteros. Todos, a buen recaudo, en manos de Garrett. Cartas, documentos de venta de acciones, detalles sobre cuentas bancarias suizas a nombre de Garrett, con más dinero del que él podía haber ganado jamás…

Edward estaba horrorizado. Había pruebas suficientes como para condenar judicialmente a su hermano. Cuando terminaron de revisar el último documento sin encontrar nada que inculpara a Bella, quedó claro que ella no había tomado parte en el fraude. Edward se dejó caer en el suelo, lleno de polvo y con el cabello revuelto, tembloroso y avergonzado ante el enorme sufrimiento que su hermano le había causado a la mujer a la que amaba.


—¡Mi hermano! —susurró atónito—. ¡Mi propio hermano!

9 comentarios:

  1. Es hora de empezar a pedir perdón edward
    Gracial yenni

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  2. Al fin Dios mio
    Ahora que le pida perdón y que le diga a nessie que bella es su madre

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  3. Quiero que sufra. ¿Se puede?

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  4. Por fin y, ¿ahora quién le devuelve todo su tiempo perdido a Bella en la cárcel por un delito que no había cometido? ¿Todos los años perdidos junto a su hija? ¿Quién demonios le ayudó a Garret para que se librase de todo e inculpasen a Bella, e incluso, convenciera a Edward de que la dejase a la sombra tanto tiempo? Debe haber alguien más involucrado en todo el espolio.

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  5. OMG!!!! Tendra que pasar el resto de su vida recompenaando a Bella por todo lo que tuvo que vivir!!!

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  6. Sospecho que Félix estaba al tanto de todo y que después de muerto Garret se aseguró de que Edward no se quedará con Bella, hasta después de muerto se lo jodio

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  7. Por fin lo descubrieron!!!!
    Me alegra que Edward haya abierto su mente a que Garrett era el culpable....
    Por fin pueden demostrar la inocencia de Bella!!!!
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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