Inocente Amor 5

Mientras cenaban, Edward le contó cosas sobre la isla y sobre sí mismo.

—¿Quieres que tomemos el café o un licor fuera? Tienes un poco de pudín en los labios.

—Gracias. Sí, salgamos fuera —suspiró Bella. Salir a la terraza era como entrar en otro mundo. Allí, el silencio era intenso. Nada perturbaba la extraordinaria paz y la quietud, excepto el movimiento de una lagartija o el canto de una cigarra—. Se respira paz aquí.

—Sí, no tiene nada que ver con Londres —contestó Edward.

Ambos se sentaron a contemplar el paisaje. Sí, era muy distinto de Londres. Con el tiempo, el alma de Bella hubiera podido recuperarse en un lugar como aquel. Pero eso era imposible. Si quería vivir con Nessie, tendría que hacerlo en Inglaterra, lejos del alcance de Edward.

—Lo tienes todo —dijo ella.

—Nadie lo tiene todo.

—Félix dice que tú sí.

—Está ciego. Cuidado con sus consejos…

—No haces más que hablar mal de él —le reprochó Bella—. No echemos a perder esta maravillosa noche. Félix se ha portado extraordinariamente bien conmigo. Y no sé por qué.

—Porque eres guapa y atractiva.

—¿En serio? —preguntó Bella volviendo la cabeza hacia él, atónita, con el corazón acelerado.

—Terriblemente —confirmó Edward muy serio.

Edward hizo un esfuerzo por mirar a otro lado. Hubiera querido bebérsela allí mismo: sus enormes y solemnes ojos, de pestañas larguísimas, su rostro, de piel de porcelana, sus cabellos castaños, cayendo en suaves mechones ondulados y perfumados hasta los hombros. Edward respiró hondo. ¡Aquellos sedosos hombros! La espalda perfecta, desnuda, los generosos pechos. No podía evitar sentir una tremenda opresión en el pecho. Todo estaba sucediendo demasiado aprisa. Bella era demasiado sexy, y él estaba demasiado sediento de sexo.

—¡Mira, Edward! —susurró ella—. Murciélagos.

De pronto ambos se miraron, y una tensión eléctrica los envolvió. Todos los músculos del cuerpo de Edward estaban en tensión, contraídos. Sus brazos rodeaban a Bella, por mucho que él ni siquiera supiera cómo habían llegado allí. Para su sorpresa, las manos de Bella se enlazaban en su nuca atrayéndolo hacia sí.

Por un segundo ambos permanecieron paralizados, tensos y expectantes, posponiendo el momento en que sus labios se unieran. Y era seguro que se unirían.

La espera resultó deliciosa, tortuosa y excitante. Edward disfrutó contemplando su cutis perfecto y fragante, sus cabellos, el ardor de su mirada. Imperceptiblemente inclinó la cabeza, y ella abrió los labios dejando que escapara un gemido. Conociéndola como la conocía, recordando la pasión y la locura que los había poseído a ambos cuando hacían el amor, Edward cerró los ojos y gimió también.

Él alzó el mentón de Bella lenta, suavemente. De haberse dejado llevar por su instinto le habría arrancado la ropa allí mismo y le habría hecho el amor apasionadamente. Sus dedos acariciaron eróticamente la mejilla de ella. Ambos sostuvieron la mirada, ninguno de los dos habló. Sus cuerpos lo hacían por ellos. Edward se inclinó poco a poco hasta que los labios de ambos se tocaron.

Jamás, nunca en la vida, se había sentido Edward así. Todo su mundo se centraba en los labios de una mujer: generosos, sensuales, trémulos. La blancura de sus dientes resaltaba en la oscuridad de la noche. Edward rozó muy levemente sus labios. El contacto era sedoso, como de satén. Luego, lenta, profundamente, movió la boca sobre la de ella sin presionarla, recordando su forma, sus curvas…

Edward sonrió. Era como la miel. Succionó suavemente el labio inferior de Bella y comprendió, victorioso, que ella se estremecía en sus brazos. Y continuó acariciando hacia arriba, hacia el labio superior, para volver a bajar otra vez, para lamer sus labios de una esquina a la otra, torturándola. No había nada más dulce.

Edward se levantó y ella lo imitó con un movimiento fluido, uniendo ambos cuerpos mientras él continuaba besándola. Edward tenía su rostro entre las manos, pero seguía haciéndolo todo lenta y suavemente, como si temiera desatar su propia pasión. En cambio Bella estaba impaciente, sus manos se enredaban en los cabellos de él, atrayendo su rostro para profundizar en el beso. Bella mordisqueó sus labios. Y comenzó a devorarlo.

Inclinó sinuosamente su cuerpo hacia el de Edward, con voluptuosidad, hasta hacerle olvidar a él todos sus planes. Ella trataba de seducirlo, pensó. Pero, antes de que pudiera preguntarse por qué, su mente dejó de funcionar al rozar las caderas de Bella su cuerpo excitado.

—Bella —susurró él impotente.

—Bésame. Apasionadamente —gimió ella.

Edward gimió angustiado, con voz espesa y ronca, dejándose llevar por la pasión de sus sentidos. En cuestión de segundos sus manos estaban sobre el trasero de ella, empujándola contra sí, mientras su boca la devoraba y su mente lo olvidaba todo, excepto la explosión de sus cuerpos unidos.

Sí, así era como había sido siempre con ella: los suspiros de Bella, su impaciencia, la sensualidad de sus labios, las caricias de sus manos sobre el pecho, que lo hacían sentirse como un gigante, la pasión que iba creciendo, volviéndolos locos de desesperación, llevados por manos y labios ansiosos, la dulce ansiedad de saborear y acariciar cada centímetro de sus cuerpos…

Bella, la impaciente, impulsiva y apasionada Bella, se aferraba a los botones de su camisa tratando de desabrocharlos con una expresión maravillosa de frustración en el rostro, hasta que finalmente lo agarró de las solapas y tiró de ellas para rasgar la camisa. Edward sintió su mejilla sobre el pecho, bajó la vista con ojos hipnotizados y contempló la curva de su rostro contra su propia piel aceitunada. Entonces ella comenzó a explorarlo con la boca. Temblando, él la rodeó por la espalda y notó que había perdido fuerza. Fue fácil desatarle la cinta que abrochaba la camiseta a la espalda. Pronto tendría sus pechos en las manos.

—¡No! —gritó ella, volviendo fría y súbitamente a la realidad. Quería hacerlo, sí, pero no podía—. ¡No, Edward! —Bella apartó las manos y lo miró a los ojos—. No.

Edward dejó caer las manos. Se quedó de pie, pasándose una mano por los cabellos, con dedos temblorosos. Su rostro expresaba ira. Bella dio un paso atrás y luego otro, apartando la vista de aquel torso aceitunado que unos instantes antes había acariciado.
—¿Por qué? —preguntó él.

Bella se mordió el labio. Estaba temblando. Porque tenía una horrible cicatriz en el pecho. Temía que a él le desagradara, y no se sentía capaz de enfrentarse aún a eso. De pronto Edward echó a andar, y subió las escaleras que accedían a la casa de mal humor. No debía haber hecho eso; los hombres eran incapaces de perdonar algo así.

—Edward, por favor…

Edward hizo una pausa, esperando a que ella se explicara, con el cuerpo tenso, expresando toda su ira. Entonces, cuando ella trató de disculparse, él se giró y la miró con ojos de fuego.

—Era un juego, ¿verdad? Excitarme, seducirme, y después dejarme para así tenerme en tu poder… ¡Oh, vamos, Bella! —gritó, sin control—. No soy un niño, no puedes jugar así conmigo. No soy Garrett, ni Sefton, pendientes de cada una de tus palabras, dispuestos a todo con tal de agradarte…

—Lo… lo siento, no quería… se me fue de las manos.

Edward juró en griego, entre dientes, y pegó un puñetazo sobre la palma de su mano. Bella veía claramente cuánto le costaba gobernar sus emociones. La línea de su boca era dura, tensa. Se colocó la camisa en su sitio, pero sin abrochársela, ya que no tenía botones, y Bella bajó la vista, avergonzada ante la violencia de su pasión.

—No me gusta que me tomen el pelo.

—No era eso lo que pretendía.

—¿Y qué pretendías, entonces? —preguntó Edward con vehemencia.

—No tengo ni idea.

Por unos largos, dolorosos instantes, Edward la miró con ira, como prometiéndose a sí mismo vengarse. Después giró sobre sus talones y corrió escaleras arriba. No comprendía lo que había ocurrido, solo sabía que tenía que marcharse, antes de que dijera algo que pudiera lamentar. Ella había estado a punto de rendirse, Edward casi había conseguido lo que quería, pero de pronto…

Dios lo ayudara. Edward se detuvo en silencio, perplejo. Ni siquiera recordaba por qué había decidido romper con su celibato. Pero si Bella no iba a sucumbir, no iba a demostrar ser una madre inmoral, entonces tendría que buscar otro modo de proteger a Nessie. La mente no le funcionaba. Solo podía pensar en la devastadora sensación de pérdida que había experimentado al apartarse Bella de él. Miró la puerta absorto, recordando la sensación de sus caricias, y pensó que la odiaba. Se odiaba a sí mismo.

Por uno segundo Bella permaneció en silencio, horrorizada ante lo que había hecho, dejándose llevar por un impulso sin inhibirse. Solo cuando la puerta se cerró de un portazo su mente comenzó de nuevo a funcionar. Muerta de pánico, corrió tras Edward y lo llamó:

—¡Edward!, ¿qué hay de Nessie?

—Ah, ahora te acuerdas de ella, ¿no? Tú primero, ella la última, dentro de tu lista de prioridades… ¡Dios mío, Bella! —explotó Edward—. Eres egoísta de verdad, ¿no? Solo piensas en tus propias necesidades, en tus juegos de poder. ¿No se te ha ocurrido pensar que podía sentirme ofendido, y negarme a dejarte verla?

—No —gimió Bella desesperada, con ojos implorantes, agarrándolo del brazo. Edward se soltó de inmediato—. No me hagas esto.

—Hay unas cuantas cosas que me gustaría hacerte, pero ninguna de ellas puede confesarse en voz alta.

Edward la agarró con rostro amenazador y tiró de ella para unir una vez más ambos cuerpos con fuerza. Bella apenas podía respirar.
Entonces él sonrió burlón, tomó sus labios y la besó para, inmediatamente, soltarla con un gesto de desprecio y limpiarse la boca con la manga.

Ambos respiraban profunda, aceleradamente, sorprendidos de su propia pasión, llenos de odio y de deseo, reprimiendo sus peligrosas emociones, que ya habían prendido en su interior. Bella lo sabía. Edward lo sabía. Ambos estaban asustados ante aquella pasión incontrolable, ante aquella fuerza que los arrastraba sin importar las consecuencias.

—Apártate —ordenó él amenazador.

—Pero… Nessie… —susurró ella con voz rota. No quería rogar, pero no le quedaba otro remedio—. Dime que aún puedo… Déjame verla.

Edward pareció considerarlo rápidamente. Tardó solo unos segundos en contestar, pero para entonces Bella estaba ya destrozada.

—¿Y por qué no? —dijo él cínicamente, sorprendiéndola, dando un paso hacia ella y tomándola de la barbilla—. Pero ahora la situación es diferente.

—¿Di… diferente?

—La verás. Verás más de lo que quieres ver. Comprobarás lo feliz que es, te darás cuenta de que esta tierra es su casa, y de que la destrozarías si la sacaras de aquí. Verás cuánto me quiere y sufrirás, Bella. Sufrirás porque comprenderás que ni te necesita ni te quiere, porque comprenderás que es mejor que no sepa quién eres.

Al soltarla él Bella cayó al suelo. La puerta se cerró silenciosamente tras Edward y Bella se hizo un ovillo, desesperada, escuchando el motor de su coche arrancar. Bella se arrastró hasta la silla más próxima. Había cometido un terrible error, había arruinado su ansiada visita a Nessie, y quizá las consecuencias de sus actos fueran fatales.

Apretó los dientes. Bien, le contaría por qué lo había rechazado. Aunque probablemente Edward solo pensara que estaba tratando de ganarse su simpatía, y no consiguiera nada. Lo había herido en su orgullo, y él se revolvía contra ella dispuesto a luchar y vengarse.

Pero no, por nada del mundo le diría que se avergonzaba de su cicatriz en el pecho. Que pensara lo que quisiera. Bella no estaba dispuesta a discutir algo tan personal con nadie, y menos aún con él. Sin embargo las palabras de Edward la habían asustado. Si Nessie era feliz, entonces… sí, cualquier niño preferiría aquel paraíso a Londres… Bella se echó a llorar. Temía que lo que podía ofrecerle a Nessie no fuera suficiente. Desesperada, alzó un brazo y tropezó con algo duro: un teléfono.

Quizá, si pudiera discutir aquello con alguien, pedir una opinión… Bella se enderezó en el asiento tratando de calmarse. Tras unos instantes, descolgó y marchó el número de su abogado.

—¡Félix!, soy yo, Bella. Me gustaría hablar contigo… me preguntaba si… ¿podrías venir, por favor?

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Edward se sentó sobre el tronco caído de un olivo al que había partido un rayo y que, no obstante, daba milagrosamente su fruto. Los olivos eran árboles fuertes, tomaban todo cuanto podían de la tierra y del cielo y producían. Ojalá él hubiera podido estar tan seguro de su propia fortaleza.

No se atrevía a volver al coche. Durante los primeros kilómetros había conducido como un loco, con la adrenalina corriendo por sus venas, hasta darse cuenta de que se había salido de la carretera dos veces, derrapando. De seguir hasta casa, se habría matado. Y Bella no se lo merecía… por muchos placeres que pudiera ofrecerle.

Por eso había salido del coche y se había sentado, tratando de calmarse, negándose a pensar en la pasión que lo había embargado por completo y que, finalmente, se había vuelto contra él. No había sido su intención, en un principio, dejar que Bella viera a Nessie, si podía impedirlo. Simplemente había tratado de seducirla, para declarar después ante los Tribunales que aquella mujer no solo había cometido fraude, sino que además se había acostado con su cuñado la primera noche, nada más llegar a la isla. Y, sobre esa base, habría pedido que se le negaran las visitas.

Quizá aquel plan fuera brutal, moralmente indefendible, pero habría protegido a Nessie. Además, le habría beneficiado. Se lo habría pasado en grande. Edward apretó los dientes. Había perdido la cabeza, y por esa razón se vería obligado a pasar horas y horas con Bella, observándola sufrir al no poder abrazar a su hija. Y, lejos de producirle el placer de la venganza, aquel espectáculo lo destrozaría.

Edward respiró hondo y observó la tierra roja a sus pies. Había sido propiedad de los Cullen durante generaciones, algún día le pertenecería a Nessie. Sefton le había dado a entender que Bella estaba dispuesta a llevársela a Inglaterra de un modo u otro. Eso era lo que más temía. Nessie tenía sus raíces en aquella isla, jamás debía abandonarla.

Tenía que persuadir a Bella de que se marchara, no había otra solución. El fin justificaba los medios. Decidido, Edward caminó hasta su casa caminando. Fue entonces cuando oyó el ruido de un coche aproximándose a la villa. Suspicaz, se apresuró a correr por entre los olivos con creciente furia, sospechando de quién se trataba, hasta ver el coche detenerse delante de la casa de Bella.

Bella salió de la casa pálida. Habló con Sefton en voz baja y él contestó. Luego ella se echó a llorar, y Sefton la atrajo a sus brazos y la estrechó.


5 comentarios:

  1. Que perverso es Edward, como hace sufrir a Bella 😠

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  2. Por un lado está bien k bella cuente con felix aunque sea sospechoso pero ed también te pasas todo por calenturiento pobre bells necesitaba ese abrazo

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  3. Bueno, parece que Bella tiene un mejor concepto de Félix que de Edward.... solo espero que Edward entienda por qué ella no quiere que la vea, y que no es solo por dejarlo con ganas :S
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  4. En realidad Edward sólo hace lo que piensa que es mejor para nessie... Si Bella fue condenada... Hasta que se demuestre que es inocente.. Gracias

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