Mientras cenaban, Edward le contó cosas
sobre la isla y sobre sí mismo.
—¿Quieres que tomemos el café o un licor
fuera? Tienes un poco de pudín en los labios.
—Gracias. Sí, salgamos fuera —suspiró
Bella. Salir a la terraza era como entrar en otro mundo. Allí, el silencio era
intenso. Nada perturbaba la extraordinaria paz y la quietud, excepto el
movimiento de una lagartija o el canto de una cigarra—. Se respira paz aquí.
—Sí, no tiene nada que ver con Londres
—contestó Edward.
Ambos se sentaron a contemplar el paisaje.
Sí, era muy distinto de Londres. Con el tiempo, el alma de Bella hubiera podido
recuperarse en un lugar como aquel. Pero eso era imposible. Si quería vivir con
Nessie, tendría que hacerlo en Inglaterra, lejos del alcance de Edward.
—Lo tienes todo —dijo ella.
—Nadie lo tiene todo.
—Félix dice que tú sí.
—Está ciego. Cuidado con sus consejos…
—No haces más que hablar mal de él —le
reprochó Bella—. No echemos a perder esta maravillosa noche. Félix se ha
portado extraordinariamente bien conmigo. Y no sé por qué.
—Porque eres guapa y atractiva.
—¿En serio? —preguntó Bella volviendo la
cabeza hacia él, atónita, con el corazón acelerado.
—Terriblemente —confirmó Edward muy serio.
Edward hizo un esfuerzo por mirar a otro
lado. Hubiera querido bebérsela allí mismo: sus enormes y solemnes ojos, de
pestañas larguísimas, su rostro, de piel de porcelana, sus cabellos castaños,
cayendo en suaves mechones ondulados y perfumados hasta los hombros. Edward
respiró hondo. ¡Aquellos sedosos hombros!
La espalda perfecta, desnuda, los generosos pechos. No podía evitar sentir una
tremenda opresión en el pecho. Todo estaba sucediendo demasiado aprisa. Bella
era demasiado sexy, y él estaba demasiado sediento de sexo.
—¡Mira, Edward! —susurró ella—.
Murciélagos.
De pronto ambos se miraron, y una tensión
eléctrica los envolvió. Todos los músculos del cuerpo de Edward estaban en
tensión, contraídos. Sus brazos rodeaban a Bella, por mucho que él ni siquiera
supiera cómo habían llegado allí. Para su sorpresa, las manos de Bella se
enlazaban en su nuca atrayéndolo hacia sí.
Por un segundo ambos permanecieron
paralizados, tensos y expectantes, posponiendo el momento en que sus labios se
unieran. Y era seguro que se unirían.
La espera resultó deliciosa, tortuosa y
excitante. Edward disfrutó contemplando su cutis perfecto y fragante, sus
cabellos, el ardor de su mirada. Imperceptiblemente inclinó la cabeza, y ella
abrió los labios dejando que escapara un gemido. Conociéndola como la conocía,
recordando la pasión y la locura que los había poseído a ambos cuando hacían el
amor, Edward cerró los ojos y gimió también.
Él alzó el mentón de Bella lenta,
suavemente. De haberse dejado llevar por su instinto le habría arrancado la
ropa allí mismo y le habría hecho el amor apasionadamente. Sus dedos
acariciaron eróticamente la mejilla de ella. Ambos sostuvieron la mirada,
ninguno de los dos habló. Sus cuerpos lo hacían por ellos. Edward se inclinó poco
a poco hasta que los labios de ambos se tocaron.
Jamás, nunca en la vida, se había sentido
Edward así. Todo su mundo se centraba en los labios de una mujer: generosos,
sensuales, trémulos. La blancura de sus dientes resaltaba en la oscuridad de la
noche. Edward rozó muy levemente sus labios. El contacto era sedoso, como de
satén. Luego, lenta, profundamente, movió la boca sobre la de ella sin
presionarla, recordando su forma, sus curvas…
Edward sonrió. Era como la miel. Succionó
suavemente el labio inferior de Bella y comprendió, victorioso, que ella se
estremecía en sus brazos. Y continuó acariciando hacia arriba, hacia el labio
superior, para volver a bajar otra vez, para lamer sus labios de una esquina a
la otra, torturándola. No había nada más dulce.
Edward se levantó y ella lo imitó con un
movimiento fluido, uniendo ambos cuerpos mientras él continuaba besándola.
Edward tenía su rostro entre las manos, pero seguía haciéndolo todo lenta y
suavemente, como si temiera desatar su propia pasión. En cambio Bella estaba
impaciente, sus manos se enredaban en los cabellos de él, atrayendo su rostro
para profundizar en el beso. Bella mordisqueó sus labios. Y comenzó a
devorarlo.
Inclinó sinuosamente su cuerpo hacia el de
Edward, con voluptuosidad, hasta hacerle olvidar a él todos sus planes. Ella
trataba de seducirlo, pensó. Pero, antes de que pudiera preguntarse por qué, su
mente dejó de funcionar al rozar las caderas de Bella su cuerpo excitado.
—Bella —susurró él impotente.
—Bésame. Apasionadamente —gimió ella.
Edward gimió angustiado, con voz espesa y
ronca, dejándose llevar por la pasión de sus sentidos. En cuestión de segundos
sus manos estaban sobre el trasero de ella, empujándola contra sí, mientras su
boca la devoraba y su mente lo olvidaba todo, excepto la explosión de sus
cuerpos unidos.
Sí, así era como había sido siempre con
ella: los suspiros de Bella, su impaciencia, la sensualidad de sus labios, las
caricias de sus manos sobre el pecho, que lo hacían sentirse como un gigante,
la pasión que iba creciendo, volviéndolos locos de desesperación, llevados por
manos y labios ansiosos, la dulce ansiedad de saborear y acariciar cada
centímetro de sus cuerpos…
Bella, la impaciente, impulsiva y
apasionada Bella, se aferraba a los botones de su camisa tratando de
desabrocharlos con una expresión maravillosa de frustración en el rostro, hasta
que finalmente lo agarró de las solapas y tiró de ellas para rasgar la camisa.
Edward sintió su mejilla sobre el pecho, bajó la vista con ojos hipnotizados y
contempló la curva de su rostro contra su propia piel aceitunada. Entonces ella
comenzó a explorarlo con la boca. Temblando, él la rodeó por la espalda y notó
que había perdido fuerza. Fue fácil desatarle la cinta que abrochaba la
camiseta a la espalda. Pronto tendría sus pechos en las manos.
—¡No! —gritó ella, volviendo fría y
súbitamente a la realidad. Quería hacerlo, sí, pero no podía—. ¡No, Edward!
—Bella apartó las manos y lo miró a los ojos—. No.
Edward dejó caer las manos. Se quedó de
pie, pasándose una mano por los cabellos, con dedos temblorosos. Su rostro
expresaba ira. Bella dio un paso atrás y luego otro, apartando la vista de
aquel torso aceitunado que unos instantes antes había acariciado.
—¿Por qué? —preguntó él.
Bella se mordió el labio. Estaba temblando.
Porque tenía una horrible cicatriz en el
pecho. Temía que a él le desagradara, y no se sentía capaz de enfrentarse
aún a eso. De pronto Edward echó a andar, y subió las escaleras que accedían a
la casa de mal humor. No debía haber hecho eso; los hombres eran incapaces de
perdonar algo así.
—Edward, por favor…
Edward hizo una pausa, esperando a que ella
se explicara, con el cuerpo tenso, expresando toda su ira. Entonces, cuando
ella trató de disculparse, él se giró y la miró con ojos de fuego.
—Era un juego, ¿verdad? Excitarme,
seducirme, y después dejarme para así tenerme en tu poder… ¡Oh, vamos, Bella!
—gritó, sin control—. No soy un niño, no puedes jugar así conmigo. No soy
Garrett, ni Sefton, pendientes de cada una de tus palabras, dispuestos a todo
con tal de agradarte…
—Lo… lo siento, no quería… se me fue de las
manos.
Edward juró en griego, entre dientes, y
pegó un puñetazo sobre la palma de su mano. Bella veía claramente cuánto le costaba
gobernar sus emociones. La línea de su boca era dura, tensa. Se colocó la
camisa en su sitio, pero sin abrochársela, ya que no tenía botones, y Bella
bajó la vista, avergonzada ante la violencia de su pasión.
—No me gusta que me tomen el pelo.
—No era eso lo que pretendía.
—¿Y qué pretendías, entonces? —preguntó
Edward con vehemencia.
—No tengo ni idea.
Por unos largos, dolorosos instantes,
Edward la miró con ira, como prometiéndose a sí mismo vengarse. Después giró
sobre sus talones y corrió escaleras arriba. No comprendía lo que había
ocurrido, solo sabía que tenía que marcharse, antes de que dijera algo que
pudiera lamentar. Ella había estado a punto de rendirse, Edward casi había
conseguido lo que quería, pero de pronto…
Dios lo ayudara. Edward se detuvo en
silencio, perplejo. Ni siquiera recordaba por qué había decidido romper con su
celibato. Pero si Bella no iba a sucumbir, no iba a demostrar ser una madre
inmoral, entonces tendría que buscar otro modo de proteger a Nessie. La mente
no le funcionaba. Solo podía pensar en la devastadora sensación de pérdida que
había experimentado al apartarse Bella de él. Miró la puerta absorto,
recordando la sensación de sus caricias, y pensó que la odiaba. Se odiaba a sí
mismo.
Por uno segundo Bella permaneció en
silencio, horrorizada ante lo que había hecho, dejándose llevar por un impulso
sin inhibirse. Solo cuando la puerta se cerró de un portazo su mente comenzó de
nuevo a funcionar. Muerta de pánico, corrió tras Edward y lo llamó:
—¡Edward!, ¿qué hay de Nessie?
—Ah, ahora te acuerdas de ella, ¿no? Tú
primero, ella la última, dentro de tu lista de prioridades… ¡Dios mío, Bella!
—explotó Edward—. Eres egoísta de verdad, ¿no? Solo piensas en tus propias
necesidades, en tus juegos de poder. ¿No se te ha ocurrido pensar que podía
sentirme ofendido, y negarme a dejarte verla?
—No —gimió Bella desesperada, con ojos
implorantes, agarrándolo del brazo. Edward se soltó de inmediato—. No me hagas
esto.
—Hay unas cuantas cosas que me gustaría
hacerte, pero ninguna de ellas puede confesarse en voz alta.
Edward la agarró con rostro amenazador y
tiró de ella para unir una vez más ambos cuerpos con fuerza. Bella apenas podía
respirar.
Entonces él sonrió burlón, tomó sus labios
y la besó para, inmediatamente, soltarla con un gesto de desprecio y limpiarse
la boca con la manga.
Ambos respiraban profunda, aceleradamente,
sorprendidos de su propia pasión, llenos de odio y de deseo, reprimiendo sus
peligrosas emociones, que ya habían prendido en su interior. Bella lo sabía.
Edward lo sabía. Ambos estaban asustados ante aquella pasión incontrolable,
ante aquella fuerza que los arrastraba sin importar las consecuencias.
—Apártate —ordenó él amenazador.
—Pero… Nessie… —susurró ella con voz rota.
No quería rogar, pero no le quedaba otro remedio—. Dime que aún puedo… Déjame
verla.
Edward pareció considerarlo rápidamente.
Tardó solo unos segundos en contestar, pero para entonces Bella estaba ya
destrozada.
—¿Y por qué no? —dijo él cínicamente,
sorprendiéndola, dando un paso hacia ella y tomándola de la barbilla—. Pero
ahora la situación es diferente.
—¿Di… diferente?
—La verás. Verás más de lo que quieres ver.
Comprobarás lo feliz que es, te darás cuenta de que esta tierra es su casa, y
de que la destrozarías si la sacaras de aquí. Verás cuánto me quiere y
sufrirás, Bella. Sufrirás porque comprenderás que ni te necesita ni te quiere,
porque comprenderás que es mejor que no sepa quién eres.
Al soltarla él Bella cayó al suelo. La
puerta se cerró silenciosamente tras Edward y Bella se hizo un ovillo,
desesperada, escuchando el motor de su coche arrancar. Bella se arrastró hasta
la silla más próxima. Había cometido un terrible error, había arruinado su
ansiada visita a Nessie, y quizá las consecuencias de sus actos fueran fatales.
Apretó los dientes. Bien, le contaría por
qué lo había rechazado. Aunque probablemente Edward solo pensara que estaba
tratando de ganarse su simpatía, y no consiguiera nada. Lo había herido en su
orgullo, y él se revolvía contra ella dispuesto a luchar y vengarse.
Pero no, por nada del mundo le diría que se
avergonzaba de su cicatriz en el pecho. Que pensara lo que quisiera. Bella no
estaba dispuesta a discutir algo tan personal con nadie, y menos aún con él.
Sin embargo las palabras de Edward la habían asustado. Si Nessie era feliz,
entonces… sí, cualquier niño preferiría aquel paraíso a Londres… Bella se echó
a llorar. Temía que lo que podía ofrecerle a Nessie no fuera suficiente.
Desesperada, alzó un brazo y tropezó con algo duro: un teléfono.
Quizá, si pudiera discutir aquello con
alguien, pedir una opinión… Bella se enderezó en el asiento tratando de
calmarse. Tras unos instantes, descolgó y marchó el número de su abogado.
—¡Félix!, soy yo, Bella. Me gustaría hablar
contigo… me preguntaba si… ¿podrías venir, por favor?
.
.
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**IA**
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.
.
Edward se sentó sobre el tronco caído de un
olivo al que había partido un rayo y que, no obstante, daba milagrosamente su
fruto. Los olivos eran árboles fuertes, tomaban todo cuanto podían de la tierra
y del cielo y producían. Ojalá él hubiera podido estar tan seguro de su propia
fortaleza.
No se atrevía a volver al coche. Durante
los primeros kilómetros había conducido como un loco, con la adrenalina
corriendo por sus venas, hasta darse cuenta de que se había salido de la
carretera dos veces, derrapando. De seguir hasta casa, se habría matado. Y
Bella no se lo merecía… por muchos placeres que pudiera ofrecerle.
Por eso había salido del coche y se había
sentado, tratando de calmarse, negándose a pensar en la pasión que lo había
embargado por completo y que, finalmente, se había vuelto contra él. No había
sido su intención, en un principio, dejar que Bella viera a Nessie, si podía
impedirlo. Simplemente había tratado de seducirla, para declarar después ante
los Tribunales que aquella mujer no solo había cometido fraude, sino que además
se había acostado con su cuñado la primera noche, nada más llegar a la isla. Y,
sobre esa base, habría pedido que se le negaran las visitas.
Quizá aquel plan fuera brutal, moralmente
indefendible, pero habría protegido a Nessie. Además, le habría beneficiado. Se
lo habría pasado en grande. Edward apretó los dientes. Había perdido la cabeza,
y por esa razón se vería obligado a pasar horas y horas con Bella, observándola
sufrir al no poder abrazar a su hija. Y, lejos de producirle el placer de la
venganza, aquel espectáculo lo destrozaría.
Edward respiró hondo y observó la tierra
roja a sus pies. Había sido propiedad de los Cullen durante generaciones, algún
día le pertenecería a Nessie. Sefton le había dado a entender que Bella estaba
dispuesta a llevársela a Inglaterra de un modo u otro. Eso era lo que más
temía. Nessie tenía sus raíces en aquella isla, jamás debía abandonarla.
Tenía que persuadir a Bella de que se
marchara, no había otra solución. El fin justificaba los medios. Decidido,
Edward caminó hasta su casa caminando. Fue entonces cuando oyó el ruido de un
coche aproximándose a la villa. Suspicaz, se apresuró a correr por entre los
olivos con creciente furia, sospechando de quién se trataba, hasta ver el coche
detenerse delante de la casa de Bella.
Bella salió de la casa pálida. Habló con
Sefton en voz baja y él contestó. Luego ella se echó a llorar, y Sefton la
atrajo a sus brazos y la estrechó.
Que perverso es Edward, como hace sufrir a Bella 😠
ResponderEliminarPor un lado está bien k bella cuente con felix aunque sea sospechoso pero ed también te pasas todo por calenturiento pobre bells necesitaba ese abrazo
ResponderEliminarBueno, parece que Bella tiene un mejor concepto de Félix que de Edward.... solo espero que Edward entienda por qué ella no quiere que la vea, y que no es solo por dejarlo con ganas :S
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
Ruin y rastrero cada día peor.
ResponderEliminarEn realidad Edward sólo hace lo que piensa que es mejor para nessie... Si Bella fue condenada... Hasta que se demuestre que es inocente.. Gracias
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