Inocente Amor 6

De haber estado de buen humor, Bella habría disfrutado del paseo por el campo de olivos hasta la casa de Edward, a la mañana siguiente. Durante la noche anterior, Félix había estado encantador, consolándola y animándola a seguir adelante. Eso le había dado confianza y fuerzas, surgiendo de nuevo en ella el optimismo. Pero estaba increíblemente nerviosa. Llevaba un pantalón corto, una camiseta sin mangas azul, y una mochila rosa a la espalda. Se sentía como si estuviera a punto de hacer un examen, solo pensaba en Nessie. Le aterrorizaba desagradar a su hija, molestar a Edward y suscitar su odio.

En prisión, había pasado horas estudiando griego, pero era muy diferente escuchar la lengua a través de un magnetofón que en boca de una niña pequeña. Además, era probable que Edward le dijera cosas malas acerca de ella. Quería hacerla sufrir. ¡Y todo por su orgullo herido! ¡Hombres!

—Pero yo lograré sacar lo mejor de él —se prometió Bella en un susurro.

El camino se ensanchó. En lo alto de una colina, a medio kilómetro de distancia, se levantaba una mansión de piedra perfectamente proporcionada. Bella la contempló con ojos muy abiertos. Las dudas la corroían. Aquel paraíso era el sueño de cualquier niña, pero de nada valía sin amor. Decidida, Bella llamó a la puerta. Le abrió una mujer esbelta, con vaqueros y camiseta. ¡Y no era Heidi!

—Hola, ¿eres Bella?

—Sí.

—Entra.

Bella la siguió por el vestíbulo hasta llegar al extremo opuesto de la casa. La joven le señaló el jardín, diciendo:

—Edward está allí.

Bella salió sola a la terraza, muerta de miedo. Pálida y temblorosa, contempló el fabuloso jardín y enseguida reconoció a Edward, sentado a la sombra de un árbol. De pronto se llevó una mano a la boca, conteniendo el aliento. Allí estaba Nessie. Las lágrimas invadieron sus ojos, nublándole la vista. Bella se las enjugó impaciente.

—Oh, cariño —susurró angustiada—. Oh, hija querida, querida mía.

Bella observó voraz a aquella niña, con sus pantaloncitos cortos y su camisetita de flores, arrodillada en el suelo. El amor por ella la embargó. Alguien le había hecho una coleta y se la había sujetado con una goma rosa, pero los rizos, rebeldes, se le salían. Bella sintió que el corazón se le derretía. Su hija era muy guapa. Respiró hondo y se calmó. El amor lograría superar todas las barreras.

Bella se quedó un rato observando a su hija amontonar pétalos de flores contenta, según sus colores: rosas, blancos, rojos, amarillos. Se sentía orgullosa, viéndola tan concentrada en la tarea. Sentía una necesidad imperiosa de correr hacia ella y abrazarla, pero apretó los labios y se escondió detrás de una columna, para observarla sin ser vista. En cuestión de segundos tendría que presentarse, y tendría que hacerlo con naturalidad. ¡Delante de su propia hija!, se dijo, temblando ante tamaña injusticia. Una brisa repentina sopló sobre los montones de pétalos, arruinando el juego de la niña.

—Papá… —gritó Nessie en inglés.

Bella gimió horrorizada, paralizada. Entonces tanto Edward como Nessie se giraron hacia ella, y Bella ocultó su rostro, aferrándose a la columna.

—¡Oh, Dios mío! —gimió al ver a Edward acercarse a ella.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó él de mal humor, en voz baja, tratando de evitar que lo oyera Nessie.

—Lo suficiente… ¡te llama papá! ¿Cómo te has atrevido?, ¿de cuántas formas más has planeado quitarme a mi hija? —preguntó Bella con ojos brillantes.

—Siempre la corrijo —contestó él en voz baja, distante y frío—, pero ella insiste. Es cabezota… ya lo descubrirás.

—¿Qué quieres decir?, ¿le has hablado mal de mí?

—No le he dicho nada. Jamás perdería el tiempo hablando de ti. Bueno, ¿estás preparada? Te sugiero que pongas una cara más amable.

Bella se esforzó por cambiar la expresión de su rostro. Por fin había llegado el momento esperado. El pulso le latía fuertemente en los oídos, tenía un nudo en el estómago.

—Estoy… estoy lista. Pero una cosa antes, Edward. Tienes que darme realmente una oportunidad. Si sospecho que tratas de influir sobre ella, sobre su opinión de mí, iré directa a ver a Félix, involucraré en esto a los abogados. Nessie debe tener una oportunidad de conocer y amar a su madre. ¿Ha quedado claro?

—Cristalino —contestó él con ojos brillantes—. Supongo que era de eso de lo que hablaste ayer con Sefton, ¿no?

—Mmm… sí.

—¿Y esta mañana? —continuó Edward sarcástico—. ¿O te estaba prestando un servicio… digamos más personal?

—¿Y tú?, ¿espías por tu propia cuenta, o se lo encargas a alguien?

—Con esa evasiva, no has logrado sino contestar a mi pregunta. Pero ten en cuenta una cosa, Bella. Para una mujer en tu posición, es un error ofrecerse a los hombres así. Primero yo, luego Sefton… ¿quién será el siguiente?, me pregunto. Tu vida debe ser la de una santa. De otro modo, vas en contra tuya.

Bella lo miró fríamente, a pesar de saber que tenía razón. Debía tener cuidado. Félix había insistido en quedarse hasta que ella se durmiera. Era un bonito gesto, pero debía saber que ella estaba bajo vigilancia, y que Edward, con toda seguridad, malinterpretaría la situación.

—Mi conciencia está limpia —contestó Bella alzando el mentón—. Ahora quiero ver a mi hija.

—Recuerdas lo que acordamos, ¿no?

—Sí, sí, le diré que conocía a su padre —contestó Bella comprendiendo que, aún en ese momento, Edward podía echarse atrás—. Yo cumpliré mi parte del trato, pero no quiero trucos por tu parte —advirtió.

—No me harán falta —sonrió Edward.

Bella se echó a temblar. Edward parecía muy seguro de sí mismo. Alzó una mano, llamando la atención de alguien en la casa, y la mujer que le había abierto la puerta salió a la terraza.

—¿Quieres traernos café, Gia?

—Claro, ¿y un zumo de naranja recién exprimido para Nessie? Esta mañana he preparado galletas, por si os apetecen… —contestó la joven alzando una ceja, con una sonrisa cómplice dirigida hacia Edward.

Edward sonrió dándose palmaditas en el estómago, y Bella deseó con todas sus fuerzas que Gia desapareciera de la faz de la Tierra. Ni siquiera fue capaz de comprender lo que la joven respondió en griego, y eso la enfureció aún más. Evidentemente, se trataba de algo muy gracioso, porque los dos rieron sofocadamente.

—¡Qué chica tan amable! —exclamó Bella sarcástica, igual que si hubiera sido una esposa celosa.

—Sí, cocina como un ángel. Es una joya. Un diamante, de entre todas las mujeres.

—Una perla, así es como se dice.

—No, en este caso no. Los diamantes son para siempre.

—¿Estás tratando de decirme algo? —preguntó Bella con la mayor frialdad de que fue capaz—. ¿Es probable, acaso, que Gia llegue a ser una figura permanente en la vida de mi hija?

—Gianna… Gia será siempre bienvenida en esta casa, y puede permanecer en ella cuanto quiera.

—Pues espero que se porte bien con Nessie.

—De maravilla. Ven a descubrir lo feliz que es tu hija —comentó Edward—. ¡Nessie, ven! Quiero que conozcas a alguien que conocía a tu verdadero papá.

La niña levantó la vista, miró a Bella y continuó jugando con los pétalos. Bella contuvo el aliento, con una sonrisa petrificada en el rostro.

Geia sou —saludó en griego Bella.

Edward la contempló sorprendido. Nessie la miró y siguió jugando. Bella tragó, decepcionada. Pero, ¿qué otra cosa esperaba, que se lanzara a sus brazos y la reconociera? Sí, eso era lo que esperaba. Una estúpida esperanza. Edward sonreía, acomodándose en la silla. Bella se acercó a Nessie y se arrodilló junto a ella.

—Tengo una cosa para ti —añadió Bella en griego.

Nessie levantó la vista, pero enseguida continuó con los pétalos. Bella se mordió el labio. Nessie no se dejaba comprar fácilmente, tenía mucho carácter. Bella esperó pacientemente, observándola. Los dedos de Nessie eran hábiles, y eso no lo había heredado de Garrett. Garrett siempre había sido torpe. Pero sí era un rasgo de los Cullen, de Edward. Bella ejercitó todo su autodominio, amargamente aprendido, para evitar estrechar a la niña en sus brazos. Se quitó la mochila y comenzó a desatarla, notando que Nessie la observaba con el rabillo del ojo. Estaba tan nerviosa que los dedos le temblaban. Dirigió la vista hacia Edward, implorándole ayuda, y este contestó:

—Tú sola.

Entonces sintió una suave manita sobre la suya, y se quedó helada. Nessie iba a ayudarla. Bella sintió la emoción embargarla… no podía soportarlo. Aquello era una tortura. Nada más desatar los cordones, Nessie se echó atrás.

—Gracias —sonrió Bella—. ¡Qué lista eres! Mira lo que te he traído.

Bella sacó una mochilita pequeña rosa y la dejó delante de Nessie, que la miró con cierta inseguridad, buscando la aprobación de Edward con la mirada. Edward, sin embargo, observaba algo más allá.

—Muchas gracias —dijo Nessie educadamente.

Bella comprobó que el regalo le había gustado. Nessie investigaba el contenido de la mochila. Inmediatamente sacó una muñeca de trapo a la que le quitó el sombrero y el vestido, abrochado con velero, descubriendo embelesada debajo que llevaba un bikini rosa. Bella se inclinó hacia ella, sin atreverse apenas a respirar, y señaló la mochila que llevaba la muñeca a la espalda, comenzando a enumerar su contenido: leche solar, cepillo para el pelo, toalla, gafas de sol y chanclas, todo para la muñeca.

—¡Oh! —exclamó Nessie excitada.

Bella se había ganado unos cuantos puntos en su estima. Pero Nessie corrió entonces a enseñárselo todo a Edward, y Bella tuvo que recordar que, al fin y al cabo, ella solo era una extraña. Nessie le ordenó a Edward que cepillara las trenzas rubias de la muñeca, mientras ella trataba de ponerle las gafas de sol.

—¿Te gusta? —preguntó Bella contenta.

Nessie ni siquiera la miró. Estaba absorta, investigando la leche solar de juguete y echándole a la muñeca por todo el cuerpo. Edward levantó la vista y contempló los atormentados ojos de Bella.

—Ve a dar las gracias como es debido —ordenó Edward. Nessie abrazó a Edward y se acurrucó contra él. Aquello dolió más a Bella de lo que nunca hubiera imaginado. Su hija quería más a otras personas que a ella—. Vamos.

—Gracias —dijo Nessie solemnemente, dirigiéndose a Bella.

—De nada.

—Bella, ven a tomar café —la llamó Edward con ojos oscurecidos, de expresión indescifrable.

Era extraño, porque Bella esperaba ver en ellos la satisfacción de la venganza. Descorazonada, Bella tomó asiento mientras Gia llegaba con la bandeja.

—Gracias, Gia. ¿No te quedas a tomar café con nosotros? —preguntó Edward sorprendido, al ver que solo había dos tazas.

—No, hoy no, Edward. Estoy preparando tiropitta.

Gia acarició la cabeza de Nessie y esta levantó la vista sonriente. Bella esbozó una mueca. Edward y Gia volvieron a hablar en griego en un tono jocoso y familiar. Bella los observó, aislada, molesta al ver que Edward la seguía con la mirada mientras la joven se marchaba.

—Bien, Nessie, ven a la mesa, por favor —ordenó Edward.

—¿No puede quedarse ahí, jugando? —preguntó Bella al ver a su hija reacia.

—No —respondió Edward con firmeza—. Tiene que sentarse a la mesa, si quiere comer.

—Pero…

—No hay peros que valgan, es la norma de la casa —para sorpresa de Bella, Nessie le dio un beso a la muñeca, la dejó y se sentó en la silla que le señalaba Edward—. Buena chica.

—¿Por favor, puedo tomar una galleta? —preguntó Nessie.

—Claro… pero solo una —ordenó Edward.

Nessie alargó la mano y miró a Edward, buscando su punto débil. Bella sonrió disimuladamente. Pero Edward no se conmovió. Entonces la niña dejó la galleta en su plato y la partió por la mitad.

—Dos.

—Nunca gano —bromeó Edward, tratando de no echarse a reír.

—Estoy muy contenta —dijo Bella—. Nessie, ¿cómo vas a llamar a tu muñeca?

—Mamá.

Bella se atragantó. Edward le dio golpecitos en la espalda y explicó:

—Es una obsesión, Nessie quiere ser como Jane.

Nessie comenzó a charlar con Edward. Hablaba tan deprisa, que Bella apenas entendió nada, pero la vio reír, y comprendió que Edward y ella se llevaban muy bien y estaban muy a gusto juntos. Edward no dejaba de observarla, tratando de evitar accidentes y problemas antes de que surgieran. Sin decir nada ni regañar a la niña, apartó el vaso de plástico para evitar que lo derramara. Su hija era impetuosa y entusiasta. Como ella. Segundos después, Edward colocó a Nessie en el centro de la silla procurando que no se cayera. Incluso le recomendó que comiera despacio. Una vez más, era igual que ella: ninguna de las dos podía hacer nada despacio.

—¿Te ha gustado la galleta? —preguntó Edward.

—¡Sí!, ¿y a ti?

—Creo que podríamos tomar otra, ¿no? —sugirió Edward.

—¡Sí, por favor! —contestó Nessie dando palmadas.

Edward cuidaba mucho la educación y buenas maneras de Nessie: se aseguraba de que no comiera con la boca llena, de que no interrumpiera la conversación de los demás. Bella no era tan estricta, y menos aún con una niña tan pequeña, pero Nessie parecía superar la prueba sin problemas. Quizá fuera porque ellos dos se adoraban, pensó Bella. Era evidente, en el lenguaje de sus cuerpos. Y la expresión del rostro de Edward lo proclamaba.

Bella se sentía excluida. Aquella no era una farsa interpretada para ella. No lo hacían para castigarla. Edward se había convertido en el padre y la madre de su hija, y de ahí su rechazo a todo el que quisiera arrebatarle el puesto. Félix había cometido un terrible error. Bella se reclinó pesadamente en el asiento. Edward adoraba a su hija, y por eso no había puesto pegas a la hora de invitarla a su casa: confiaba plenamente en su relación con la niña. Bella no habría podido pronunciar palabra aunque hubiera querido. Sabía que se había quedado pálida, que todo su cuerpo se estremecía. Sus labios parecían pegado el uno al otro.

Nessie comenzó a balancear las piernas debajo de la mesa. Edward tomó una de ellas y la detuvo. Luego acarició la mejilla de la niña. Bella cerró los ojos para no ver aquel gesto de cariño. Era algo natural, entre padre e hija. Edward reclamaba a su hija. ¡A su hija!

—Bella, ¿te encuentras bien? —preguntó Edward.

—No —susurró ella.

—¿Quieres volver a la villa, o prefieres venir a la playa con nosotros?

—Iré… iré con vosotros.

—¿Seguro?, ¿es que no has tenido suficiente? —inquirió Edward—. Bella, esto no va a ser fácil para ti… Nessie, si has terminado, puedes marcharte a jugar. Deja que te limpie los labios.

—Beso —exigió Nessie.

—Cariño —murmuró Edward besándole la mejilla. Bella escuchó la respuesta de Nessie en griego. Decía algo sobre el amor—. Sí, preciosa, te quiero —contestó Edward. Bella apartó la vista—. Escucha, Bella. No debes hacerte esto a ti misma. Ya has visto suficiente, sabes que tu hija está bien, que es feliz…

—Y es amada —susurró Bella amargamente.

—Mucho —contestó Edward—. ¿Por qué te pones a ti misma en esta situación? Deberías haberte figurado que, después de dos años, la vida de Nessie sería feliz. Yo soy su guardián, he prometido dedicarle mi vida.

—No pensé que sería así. Tú… le diste la impresión a Félix de que ella no significaba nada para ti.

—Eso no es cierto —respondió Edward bajando la vista hacia Nessie, que lo llamaba dándole palmaditas en la pierna, para que le atara el lazo a su muñeca—. Ese hombre o no sabe juzgar el carácter de la gente, o es que está predispuesto a pensar mal de mí. O… o espera que te desilusiones, al venir aquí.

—¿Y por qué iba a querer algo así? —preguntó Bella indignada.

—Quizá le guste sentirse necesitado, quizá espere que acudas a él, en busca de consuelo.

—Pero yo no… —la voz de Bella se desvaneció. Eso era justo lo que había hecho la noche anterior. Y Félix se había mostrado encantado—. Nessie debe conocerme.

—¿Por qué?, ¿no crees que pueda ser feliz sin ti?

—Quizá ahora pueda, pero pronto querrá saber quién es su madre —declaró Bella—. De hecho, está hecha un lío, llamándote papá a ti y mamá a la muñeca. No es normal, Edward. Quiere ser como Jane, que sabe perfectamente quién es ella y quiénes son sus padres.

Edward hizo una mueca. Jane también estaba confusa, Heidi se había asegurado de ello. Pero Bella tenía razón. Nessie había comenzado a preguntar por su madre, y eso era un problema. Y lo último que deseaba Edward era que Nessie acabara tan confusa emocionalmente como Jane. Apartar a Bella para siempre de su lado era la mejor solución. Así podría enfrentarse al problema solo, con amor, sin interferencias molestas. Edward se estremeció. No quería a más personas histéricas en su casa. Con una le bastaba, para toda la vida.

—Comprendo lo que dices, pero esto te está resultando muy doloroso, es evidente…

—Ya he sufrido antes. He pasado miedo y soportado humillaciones —declaró Bella.

Aquellas palabras le llegaron a Edward muy hondo, hiriéndolo como si se tratara de una cuchilla. Miró a Bella a los ojos y vio en su expresión las cicatrices de la vida, desnudas ante él en el azul de su mirada. Sus pestañas estaban húmedas por las lágrimas, sus labios entreabiertos temblaban. Reacio a dejarla instalarse de nuevo en su vida, Edward reprimió su instinto compasivo y contuvo el aliento.

—Entonces, ¿por qué seguir sufriendo? Alégrate de que esté a salvo, y vete a casa.

Bella sollozó. La idea resultaba tentadora. Comenzar una nueva vida. Si se quedaba, el tormento era seguro. Y, a cada minuto que pasaba, la idea del secuestro se le hacía más difícil. Pero nada más considerarlo Bella supo que no se marcharía. No podía. Marcharse era como dejar algo inconcluso en su vida. Al menos, si se quedaba y lo intentaba, sabría siempre cuál era su puesto en el corazón de su hija.

—No puedo marcharme sin ser reconocida como la madre de Nessie. Sé que va a ser duro, pero ella tiene derecho a conocerme. No es demasiado pedir, dejarme visitar a mi hija.

—¿Y es eso todo lo que quieres?

Edward la había pillado por sorpresa. Los ojos de Bella no pudieron evitar expresar lo que sentía. El gesto de compasión de Edward desapareció de inmediato.

—Espero… espero tenerla conmigo por vacaciones, cuando sea mayor… —comenzó a decir Bella con sinceridad, ocultando sus verdaderas intenciones.

—Nessie jamás abandonará Zakynthos sin mí, mientras sea menor de edad —afirmó Edward.

—Entonces tendré que hacer valer mis derechos ante los Tribunales.

—Pues desperdiciarás tu dinero, y Sefton lo sabe. Búscate un abogado griego, y pregunta. Esa es la situación, Bella. Ella está bajo mi custodia. Te permitirán visitarla dos veces al año y…

—¡Pero yo quiero algo más! —gritó Bella.


—Entonces tendrás que quedarte a vivir en esta isla. Eso fue lo que le ocurrió a un amigo mío, que tenía problemas similares con su ex mujer, de nacionalidad alemana. Ella tuvo que dejar su casa y su trabajo en Alemania para venir a Zakynthos, o resignarse a no volver a ver a sus hijos.


8 comentarios:

  1. Me dolió mucho que Nessie no le hiciera nada de caso a Bella. No es justo 😢

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  2. Por un momento pensé que Nessie la reconocería por el video 😕, pibre bells no lo tiene naada facil.

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  3. Este mendigo ed!! Pero todo se paga ya le llegará la hora bells no te aguites poco a poco

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Aghhh como Edward puede pedirle que se aleje, que lo deje con Nessie, que ella no la conozca como su madre????
    Y que es lo que de verdad quiere Félix???
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  6. este Edward es cabezota, que le cuesta dejar que Bella este en la vida de su hija...
    ademas no entiendo eso de jane es u no hija de Edward y que edad tiene??

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