De haber estado de buen humor, Bella habría
disfrutado del paseo por el campo de olivos hasta la casa de Edward, a la
mañana siguiente. Durante la noche anterior, Félix había estado encantador,
consolándola y animándola a seguir adelante. Eso le había dado confianza y
fuerzas, surgiendo de nuevo en ella el optimismo. Pero estaba increíblemente
nerviosa. Llevaba un pantalón corto, una camiseta sin mangas azul, y una
mochila rosa a la espalda. Se sentía como si estuviera a punto de hacer un
examen, solo pensaba en Nessie. Le aterrorizaba desagradar a su hija, molestar
a Edward y suscitar su odio.
En prisión, había pasado horas estudiando
griego, pero era muy diferente escuchar la lengua a través de un magnetofón que
en boca de una niña pequeña. Además, era probable que Edward le dijera cosas
malas acerca de ella. Quería hacerla sufrir. ¡Y todo por su orgullo herido!
¡Hombres!
—Pero yo lograré sacar lo mejor de él —se
prometió Bella en un susurro.
El camino se ensanchó. En lo alto de una
colina, a medio kilómetro de distancia, se levantaba una mansión de piedra
perfectamente proporcionada. Bella la contempló con ojos muy abiertos. Las
dudas la corroían. Aquel paraíso era el sueño de cualquier niña, pero de nada
valía sin amor. Decidida, Bella llamó a la puerta. Le abrió una mujer esbelta,
con vaqueros y camiseta. ¡Y no era Heidi!
—Hola, ¿eres Bella?
—Sí.
—Entra.
Bella la siguió por el vestíbulo hasta
llegar al extremo opuesto de la casa. La joven le señaló el jardín, diciendo:
—Edward está allí.
Bella salió sola a la terraza, muerta de
miedo. Pálida y temblorosa, contempló el fabuloso jardín y enseguida reconoció
a Edward, sentado a la sombra de un árbol. De pronto se llevó una mano a la
boca, conteniendo el aliento. Allí estaba Nessie. Las lágrimas invadieron sus
ojos, nublándole la vista. Bella se las enjugó impaciente.
—Oh, cariño —susurró angustiada—. Oh, hija
querida, querida mía.
Bella observó voraz a aquella niña, con sus
pantaloncitos cortos y su camisetita de flores, arrodillada en el suelo. El
amor por ella la embargó. Alguien le había hecho una coleta y se la había
sujetado con una goma rosa, pero los rizos, rebeldes, se le salían. Bella
sintió que el corazón se le derretía. Su hija era muy guapa. Respiró hondo y se
calmó. El amor lograría superar todas las barreras.
Bella se quedó un rato observando a su hija
amontonar pétalos de flores contenta, según sus colores: rosas, blancos, rojos,
amarillos. Se sentía orgullosa, viéndola tan concentrada en la tarea. Sentía
una necesidad imperiosa de correr hacia ella y abrazarla, pero apretó los
labios y se escondió detrás de una columna, para observarla sin ser vista. En
cuestión de segundos tendría que presentarse, y tendría que hacerlo con
naturalidad. ¡Delante de su propia hija!, se dijo, temblando ante tamaña
injusticia. Una brisa repentina sopló sobre los montones de pétalos, arruinando
el juego de la niña.
—Papá… —gritó Nessie en inglés.
Bella gimió horrorizada, paralizada.
Entonces tanto Edward como Nessie se giraron hacia ella, y Bella ocultó su
rostro, aferrándose a la columna.
—¡Oh, Dios mío! —gimió al ver a Edward
acercarse a ella.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó él de
mal humor, en voz baja, tratando de evitar que lo oyera Nessie.
—Lo suficiente… ¡te llama papá! ¿Cómo te
has atrevido?, ¿de cuántas formas más has planeado quitarme a mi hija?
—preguntó Bella con ojos brillantes.
—Siempre la corrijo —contestó él en voz
baja, distante y frío—, pero ella insiste. Es cabezota… ya lo descubrirás.
—¿Qué quieres decir?, ¿le has hablado mal
de mí?
—No le he dicho nada. Jamás perdería el
tiempo hablando de ti. Bueno, ¿estás preparada? Te sugiero que pongas una cara
más amable.
Bella se esforzó por cambiar la expresión
de su rostro. Por fin había llegado el momento esperado. El pulso le latía
fuertemente en los oídos, tenía un nudo en el estómago.
—Estoy… estoy lista. Pero una cosa antes,
Edward. Tienes que darme realmente una oportunidad. Si sospecho que tratas de
influir sobre ella, sobre su opinión de mí, iré directa a ver a Félix,
involucraré en esto a los abogados. Nessie debe tener una oportunidad de
conocer y amar a su madre. ¿Ha quedado claro?
—Cristalino —contestó él con ojos
brillantes—. Supongo que era de eso de lo que hablaste ayer con Sefton, ¿no?
—Mmm… sí.
—¿Y esta mañana? —continuó Edward
sarcástico—. ¿O te estaba prestando un servicio… digamos más personal?
—¿Y tú?, ¿espías por tu propia cuenta, o se
lo encargas a alguien?
—Con esa evasiva, no has logrado sino
contestar a mi pregunta. Pero ten en cuenta una cosa, Bella. Para una mujer en
tu posición, es un error ofrecerse a los hombres así. Primero yo, luego Sefton…
¿quién será el siguiente?, me pregunto. Tu vida debe ser la de una santa. De
otro modo, vas en contra tuya.
Bella lo miró fríamente, a pesar de saber que
tenía razón. Debía tener cuidado. Félix había insistido en quedarse hasta que
ella se durmiera. Era un bonito gesto, pero debía saber que ella estaba bajo
vigilancia, y que Edward, con toda seguridad, malinterpretaría la situación.
—Mi conciencia está limpia —contestó Bella
alzando el mentón—. Ahora quiero ver a mi hija.
—Recuerdas lo que acordamos, ¿no?
—Sí, sí, le diré que conocía a su padre
—contestó Bella comprendiendo que, aún en ese momento, Edward podía echarse
atrás—. Yo cumpliré mi parte del trato, pero no quiero trucos por tu parte
—advirtió.
—No me harán falta —sonrió Edward.
Bella se echó a temblar. Edward parecía muy
seguro de sí mismo. Alzó una mano, llamando la atención de alguien en la casa,
y la mujer que le había abierto la puerta salió a la terraza.
—¿Quieres traernos café, Gia?
—Claro, ¿y un zumo de naranja recién
exprimido para Nessie? Esta mañana he preparado galletas, por si os apetecen…
—contestó la joven alzando una ceja, con una sonrisa cómplice dirigida hacia
Edward.
Edward sonrió dándose palmaditas en el
estómago, y Bella deseó con todas sus fuerzas que Gia desapareciera de la faz
de la Tierra. Ni siquiera fue capaz de comprender lo que la joven respondió en
griego, y eso la enfureció aún más. Evidentemente, se trataba de algo muy
gracioso, porque los dos rieron sofocadamente.
—¡Qué chica tan amable! —exclamó Bella
sarcástica, igual que si hubiera sido una esposa celosa.
—Sí, cocina como un ángel. Es una joya. Un
diamante, de entre todas las mujeres.
—Una perla, así es como se dice.
—No, en este caso no. Los diamantes son
para siempre.
—¿Estás tratando de decirme algo? —preguntó
Bella con la mayor frialdad de que fue capaz—. ¿Es probable, acaso, que Gia
llegue a ser una figura permanente en la vida de mi hija?
—Gianna… Gia será siempre bienvenida en
esta casa, y puede permanecer en ella cuanto quiera.
—Pues espero que se porte bien con Nessie.
—De maravilla. Ven a descubrir lo feliz que
es tu hija —comentó Edward—. ¡Nessie, ven! Quiero que conozcas a alguien que
conocía a tu verdadero papá.
La niña levantó la vista, miró a Bella y
continuó jugando con los pétalos. Bella contuvo el aliento, con una sonrisa
petrificada en el rostro.
— Geia sou —saludó en griego
Bella.
Edward la contempló sorprendido. Nessie la
miró y siguió jugando. Bella tragó, decepcionada. Pero, ¿qué otra cosa esperaba, que se lanzara a sus brazos y la reconociera?
Sí, eso era lo que esperaba. Una estúpida esperanza. Edward sonreía,
acomodándose en la silla. Bella se acercó a Nessie y se arrodilló junto a ella.
—Tengo una cosa para ti —añadió Bella en
griego.
Nessie levantó la vista, pero enseguida
continuó con los pétalos. Bella se mordió el labio. Nessie no se dejaba comprar
fácilmente, tenía mucho carácter. Bella esperó pacientemente, observándola. Los
dedos de Nessie eran hábiles, y eso no lo había heredado de Garrett. Garrett
siempre había sido torpe. Pero sí era un rasgo de los Cullen, de Edward. Bella
ejercitó todo su autodominio, amargamente aprendido, para evitar estrechar a la
niña en sus brazos. Se quitó la mochila y comenzó a desatarla, notando que
Nessie la observaba con el rabillo del ojo. Estaba tan nerviosa que los dedos
le temblaban. Dirigió la vista hacia Edward, implorándole ayuda, y este
contestó:
—Tú sola.
Entonces sintió una suave manita sobre la
suya, y se quedó helada. Nessie iba a ayudarla. Bella sintió la emoción
embargarla… no podía soportarlo. Aquello era una tortura. Nada más desatar los
cordones, Nessie se echó atrás.
—Gracias —sonrió Bella—. ¡Qué lista eres! Mira
lo que te he traído.
Bella sacó una mochilita pequeña rosa y la
dejó delante de Nessie, que la miró con cierta inseguridad, buscando la
aprobación de Edward con la mirada. Edward, sin embargo, observaba algo más
allá.
—Muchas gracias —dijo Nessie educadamente.
Bella comprobó que el regalo le había
gustado. Nessie investigaba el contenido de la mochila. Inmediatamente sacó una
muñeca de trapo a la que le quitó el sombrero y el vestido, abrochado con
velero, descubriendo embelesada debajo que llevaba un bikini rosa. Bella se
inclinó hacia ella, sin atreverse apenas a respirar, y señaló la mochila que
llevaba la muñeca a la espalda, comenzando a enumerar su contenido: leche
solar, cepillo para el pelo, toalla, gafas de sol y chanclas, todo para la muñeca.
—¡Oh! —exclamó Nessie excitada.
Bella se había ganado unos cuantos puntos
en su estima. Pero Nessie corrió entonces a enseñárselo todo a Edward, y Bella
tuvo que recordar que, al fin y al cabo, ella solo era una extraña. Nessie le
ordenó a Edward que cepillara las trenzas rubias de la muñeca, mientras ella
trataba de ponerle las gafas de sol.
—¿Te gusta? —preguntó Bella contenta.
Nessie ni siquiera la miró. Estaba absorta,
investigando la leche solar de juguete y echándole a la muñeca por todo el cuerpo.
Edward levantó la vista y contempló los atormentados ojos de Bella.
—Ve a dar las gracias como es debido
—ordenó Edward. Nessie abrazó a Edward y se acurrucó contra él. Aquello dolió
más a Bella de lo que nunca hubiera imaginado. Su hija quería más a otras
personas que a ella—. Vamos.
—Gracias —dijo Nessie solemnemente,
dirigiéndose a Bella.
—De nada.
—Bella, ven a tomar café —la llamó Edward
con ojos oscurecidos, de expresión indescifrable.
Era extraño, porque Bella esperaba ver en
ellos la satisfacción de la venganza. Descorazonada, Bella tomó asiento
mientras Gia llegaba con la bandeja.
—Gracias, Gia. ¿No te quedas a tomar café
con nosotros? —preguntó Edward sorprendido, al ver que solo había dos tazas.
—No, hoy no, Edward. Estoy preparando tiropitta.
Gia acarició la cabeza de Nessie y esta
levantó la vista sonriente. Bella esbozó una mueca. Edward y Gia volvieron a
hablar en griego en un tono jocoso y familiar. Bella los observó, aislada,
molesta al ver que Edward la seguía con la mirada mientras la joven se
marchaba.
—Bien, Nessie, ven a la mesa, por favor
—ordenó Edward.
—¿No puede quedarse ahí, jugando? —preguntó
Bella al ver a su hija reacia.
—No —respondió Edward con firmeza—. Tiene
que sentarse a la mesa, si quiere comer.
—Pero…
—No hay peros que valgan, es la norma de la
casa —para sorpresa de Bella, Nessie le dio un beso a la muñeca, la dejó y se
sentó en la silla que le señalaba Edward—. Buena chica.
—¿Por favor, puedo tomar una galleta?
—preguntó Nessie.
—Claro… pero solo una —ordenó Edward.
Nessie alargó la mano y miró a Edward,
buscando su punto débil. Bella sonrió disimuladamente. Pero Edward no se
conmovió. Entonces la niña dejó la galleta en su plato y la partió por la
mitad.
—Dos.
—Nunca gano —bromeó Edward, tratando de no
echarse a reír.
—Estoy muy contenta —dijo Bella—. Nessie,
¿cómo vas a llamar a tu muñeca?
—Mamá.
Bella se atragantó. Edward le dio
golpecitos en la espalda y explicó:
—Es una obsesión, Nessie quiere ser como
Jane.
Nessie comenzó a charlar con Edward.
Hablaba tan deprisa, que Bella apenas entendió nada, pero la vio reír, y
comprendió que Edward y ella se llevaban muy bien y estaban muy a gusto juntos.
Edward no dejaba de observarla, tratando de evitar accidentes y problemas antes
de que surgieran. Sin decir nada ni regañar a la niña, apartó el vaso de
plástico para evitar que lo derramara. Su hija era impetuosa y entusiasta. Como
ella. Segundos después, Edward colocó a Nessie en el centro de la silla
procurando que no se cayera. Incluso le recomendó que comiera despacio. Una vez
más, era igual que ella: ninguna de las dos podía hacer nada despacio.
—¿Te ha gustado la galleta? —preguntó
Edward.
—¡Sí!, ¿y a ti?
—Creo que podríamos tomar otra, ¿no?
—sugirió Edward.
—¡Sí, por favor! —contestó Nessie dando
palmadas.
Edward cuidaba mucho la educación y buenas
maneras de Nessie: se aseguraba de que no comiera con la boca llena, de que no
interrumpiera la conversación de los demás. Bella no era tan estricta, y menos
aún con una niña tan pequeña, pero Nessie parecía superar la prueba sin
problemas. Quizá fuera porque ellos dos se adoraban, pensó Bella. Era evidente,
en el lenguaje de sus cuerpos. Y la expresión del rostro de Edward lo
proclamaba.
Bella se sentía excluida. Aquella no era
una farsa interpretada para ella. No lo hacían para castigarla. Edward se había
convertido en el padre y la madre de su hija, y de ahí su rechazo a todo el que
quisiera arrebatarle el puesto. Félix había cometido un terrible error. Bella
se reclinó pesadamente en el asiento. Edward adoraba a su hija, y por eso no
había puesto pegas a la hora de invitarla a su casa: confiaba plenamente en su
relación con la niña. Bella no habría podido pronunciar palabra aunque hubiera
querido. Sabía que se había quedado pálida, que todo su cuerpo se estremecía.
Sus labios parecían pegado el uno al otro.
Nessie comenzó a balancear las piernas
debajo de la mesa. Edward tomó una de ellas y la detuvo. Luego acarició la
mejilla de la niña. Bella cerró los ojos para no ver aquel gesto de cariño. Era
algo natural, entre padre e hija. Edward reclamaba a su hija. ¡A su hija!
—Bella, ¿te encuentras bien? —preguntó
Edward.
—No —susurró ella.
—¿Quieres volver a la villa, o prefieres
venir a la playa con nosotros?
—Iré… iré con vosotros.
—¿Seguro?, ¿es que no has tenido
suficiente? —inquirió Edward—. Bella, esto no va a ser fácil para ti… Nessie,
si has terminado, puedes marcharte a jugar. Deja que te limpie los labios.
—Beso —exigió Nessie.
—Cariño —murmuró Edward besándole la
mejilla. Bella escuchó la respuesta de Nessie en griego. Decía algo sobre el
amor—. Sí, preciosa, te quiero —contestó Edward. Bella apartó la vista—.
Escucha, Bella. No debes hacerte esto a ti misma. Ya has visto suficiente,
sabes que tu hija está bien, que es feliz…
—Y es amada —susurró Bella amargamente.
—Mucho —contestó Edward—. ¿Por qué te pones
a ti misma en esta situación? Deberías haberte figurado que, después de dos
años, la vida de Nessie sería feliz. Yo soy su guardián, he prometido dedicarle
mi vida.
—No pensé que sería así. Tú… le diste la
impresión a Félix de que ella no significaba nada para ti.
—Eso no es cierto —respondió Edward bajando
la vista hacia Nessie, que lo llamaba dándole palmaditas en la pierna, para que
le atara el lazo a su muñeca—. Ese hombre o no sabe juzgar el carácter de la
gente, o es que está predispuesto a pensar mal de mí. O… o espera que te
desilusiones, al venir aquí.
—¿Y por qué iba a querer algo así?
—preguntó Bella indignada.
—Quizá le guste sentirse necesitado, quizá
espere que acudas a él, en busca de consuelo.
—Pero yo no… —la voz de Bella se
desvaneció. Eso era justo lo que había hecho la noche anterior. Y Félix se
había mostrado encantado—. Nessie debe conocerme.
—¿Por qué?, ¿no crees que pueda ser feliz
sin ti?
—Quizá ahora pueda, pero pronto querrá
saber quién es su madre —declaró Bella—. De hecho, está hecha un lío,
llamándote papá a ti y mamá a la muñeca. No es normal, Edward. Quiere ser como
Jane, que sabe perfectamente quién es ella y quiénes son sus padres.
Edward hizo una mueca. Jane también estaba
confusa, Heidi se había asegurado de ello. Pero Bella tenía razón. Nessie había
comenzado a preguntar por su madre, y eso era un problema. Y lo último que
deseaba Edward era que Nessie acabara tan confusa emocionalmente como Jane.
Apartar a Bella para siempre de su lado era la mejor solución. Así podría
enfrentarse al problema solo, con amor, sin interferencias molestas. Edward se
estremeció. No quería a más personas histéricas en su casa. Con una le bastaba,
para toda la vida.
—Comprendo lo que dices, pero esto te está
resultando muy doloroso, es evidente…
—Ya he sufrido antes. He pasado miedo y
soportado humillaciones —declaró Bella.
Aquellas palabras le llegaron a Edward muy
hondo, hiriéndolo como si se tratara de una cuchilla. Miró a Bella a los ojos y
vio en su expresión las cicatrices de la vida, desnudas ante él en el azul de
su mirada. Sus pestañas estaban húmedas por las lágrimas, sus labios
entreabiertos temblaban. Reacio a dejarla instalarse de nuevo en su vida, Edward
reprimió su instinto compasivo y contuvo el aliento.
—Entonces, ¿por qué seguir sufriendo?
Alégrate de que esté a salvo, y vete a casa.
Bella sollozó. La idea resultaba tentadora.
Comenzar una nueva vida. Si se quedaba, el tormento era seguro. Y, a cada
minuto que pasaba, la idea del secuestro se le hacía más difícil. Pero nada más
considerarlo Bella supo que no se marcharía. No podía. Marcharse era como dejar
algo inconcluso en su vida. Al menos, si se quedaba y lo intentaba, sabría
siempre cuál era su puesto en el corazón de su hija.
—No puedo marcharme sin ser reconocida como
la madre de Nessie. Sé que va a ser duro, pero ella tiene derecho a conocerme.
No es demasiado pedir, dejarme visitar a mi hija.
—¿Y es eso todo lo que quieres?
Edward la había pillado por sorpresa. Los
ojos de Bella no pudieron evitar expresar lo que sentía. El gesto de compasión
de Edward desapareció de inmediato.
—Espero… espero tenerla conmigo por
vacaciones, cuando sea mayor… —comenzó a decir Bella con sinceridad, ocultando
sus verdaderas intenciones.
—Nessie jamás abandonará Zakynthos sin mí,
mientras sea menor de edad —afirmó Edward.
—Entonces tendré que hacer valer mis
derechos ante los Tribunales.
—Pues desperdiciarás tu dinero, y Sefton lo
sabe. Búscate un abogado griego, y pregunta. Esa es la situación, Bella. Ella
está bajo mi custodia. Te permitirán visitarla dos veces al año y…
—¡Pero yo quiero algo más! —gritó Bella.
—Entonces tendrás que quedarte a vivir en
esta isla. Eso fue lo que le ocurrió a un amigo mío, que tenía problemas
similares con su ex mujer, de nacionalidad alemana. Ella tuvo que dejar su casa
y su trabajo en Alemania para venir a Zakynthos, o resignarse a no volver a ver
a sus hijos.
Me dolió mucho que Nessie no le hiciera nada de caso a Bella. No es justo 😢
ResponderEliminar😢😢😢😢😢😢
ResponderEliminarPor un momento pensé que Nessie la reconocería por el video 😕, pibre bells no lo tiene naada facil.
ResponderEliminarEste mendigo ed!! Pero todo se paga ya le llegará la hora bells no te aguites poco a poco
ResponderEliminarGracias, hermosa historia.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAghhh como Edward puede pedirle que se aleje, que lo deje con Nessie, que ella no la conozca como su madre????
ResponderEliminarY que es lo que de verdad quiere Félix???
Besos gigantes!!!
XOXO
este Edward es cabezota, que le cuesta dejar que Bella este en la vida de su hija...
ResponderEliminarademas no entiendo eso de jane es u no hija de Edward y que edad tiene??