Bella estaba
sentada, absorta, con los ojos muy abiertos, muerta de miedo. Perdida en su
propio y oscuro mundo. Enseguida llegaría su abogado, se dijo. Él le daría una
solución. Se estaba volviendo loca. Una pregunta martilleaba su cerebro una y
otra vez: ¿dónde estaba su hija?
Dos semanas
antes, sentada en el banquillo de los acusados, escuchaba petrificada al Jurado
pronunciar su sentencia: culpable.
Desde entonces, todo era borroso. Después, ya en la prisión de Leyton para
mujeres, alguien le pasó una nota de su cuñado, Edward. Una nota escueta,
brutal: Tengo a tu hija. A partir de
ese momento no había vuelto a saber nada de ella. Renesmee, su hija, se había
desvanecido de la faz de la Tierra.
Y desde ese
instante era como si la vida de Bella se hubiera suspendido. No recordaba nada:
ni siquiera si había comido. Estaba exhausta. Solo podía conciliar el sueño
cuando su cuerpo ya no aguantaba más. E incluso entonces la invadían las
pesadillas, se despertaba sudando, gritando.
Aquella mañana,
mientras esperaba la hora de las visitas, Bella notó que, con tantos meses de
estrés, le habían salido arrugas alrededor de los labios y en la frente. La
culpa era de Edward. Sus cabellos castaños carecían de vida, de lustre. Se los
cepilló, y se hizo una coleta. Su aspecto era terrible, pero ya nada importaba.
¿Qué podía importar? Renesmee, su
hija, había desaparecido. ¡Con solo seis
meses de vida!
Su hija, el
centro de su vida. Un milagro, el único regalo de su desastroso matrimonio con
Garrett. Una simple sonrisa de su hija despertaba en Bella una pasión
irreprimible. Bella sacó una foto del bolsillo y se quedó mirándola,
torturándose.
¿Qué
haría?, ¿lloraría en brazos de un desconocido?, ¿comería?
Bella alzó una mano temblorosa y reprimió un gemido. Apenas era consciente de
la gente que la rodeaba, del ruido de fondo de la sala de visitas. De pronto
todos parecieron mirar en una misma dirección. Bella levantó la cabeza.
Inmediatamente se quedó helada. En el extremo opuesto de la sala, en el dintel
de la puerta, había un hombre de pie, y no era su abogado.
Alto, de origen
griego, su traje impecable resultaba incongruente en aquel lugar, entre tanta
camiseta y pantalón viejo. Era Edward, su cuñado, el bruto insensible que había
secuestrado a su hija. El dolor de su pecho pareció intensificarse. No iba a
visitarla más que para insultarla, para reprocharle su falta de moral y
defender su derecho a llevarse a Renesmee.
Pero, ¿y su derecho a recibir justicia?, ¿y sus
derechos como madre?, ¿por qué lo había perdido todo automáticamente, como ser
humano? Bella se enderezó, dispuesta a luchar, con ojos brillantes de ira. ¡Conseguiría que lo arrestaran! Era un
estúpido, presentándose así…
Pero la
implacable lógica paralizó los acelerados latidos de su corazón como un jarro
de agua fría. Edward no era ningún estúpido. Si acudía a verla, era para
decirle algo importante. ¿Qué podía ser?
La enfebrecida mente de Bella comenzó a buscar respuesta. Su hija había muerto.
Un accidente, una enfermedad desconocida…
Bella gimió y se
puso en pie, catapultada por una fuerza desconocida que la sacudió
violentamente. Edward la buscó con la mirada. Sus ojos expresaron asombro al
verla, como si su aspecto lo asustara. Pero Bella había perdido todo su
orgullo, ya nada le importaba.
—¿Está muerta?
—preguntó a gritos, histérica.
—¡No! —sacudió la
cabeza Edward.
Bella se sintió
aliviada. Una guardia de prisión la ordenó sentarse, pero las rodillas le
fallaron. De no haberle colocado alguien una silla se habría derrumbado en el
suelo. Su hija estaba viva. ¡Viva!
—¡Gracias, Dios
mío! ¡Gracias! —susurró Bella. Estaba temblando. No podía seguir soportándolo.
Pero debía
calmarse, se dijo muerta de pánico. Debía controlarse, mostrarse razonable.
Siempre había sido una persona de naturaleza apasionada e impulsiva, su vida
estaba plagada de errores, de precipitaciones. Pero debía reprimirse. Tenía que
persuadir a Edward de que le devolviera a Nessie. Hubiera deseado insultarlo,
como lo hacía cuando estaba sola, en sus pesadillas. Pero era mejor mostrarse
prudente. Él tenía el bienestar de su hija en sus manos. Quizá Edward fuera la
única persona del mundo que conociera su paradero. Y si lo enojaba, no volvería
a ver a Nessie jamás.
Edward hablaba
con una guardia. Parecía incómodo en aquella sala, como si temiera ensuciarse.
No era de extrañar. Aquella prisión estaba plagada de gente desesperada,
hundida. La atmósfera era rancia, húmeda. Y continuamente se oía el rumor de
llaves, de puertas. Era el chirrido más desagradable del mundo. Y Bella tendría
que soportarlo durante los próximos cinco años. La injusticia de aquella
situación la ponía enferma. ¡Ella era
inocente!, ¡inocente!
No podía dejar de
torturarse, pensando que se perdería los primeros cinco años de la vida de su
hija. Sus primeras palabras, sus primeros pasos, su comienzo en el colegio, sus
abrazos, sus risas… De nuevo la ira la hizo ponerse en pie. Edward se acercaba.
—¿Dónde está mi
hija?, ¿qué has hecho con ella? —exigió saber, furiosa.
—Siéntate —ordenó
Edward, con un autoritario movimiento de la mano que detuvo incluso a dos
guardias.
—¡Contesta a mi
pregunta, maldita sea!
Tenso, furioso,
Edward se sentó. Siempre había tenido una autoridad natural. Sus cabellos
morenos parecían más brillantes que de costumbre, sus expresivos e intensos
ojos negros más hipnotizadores que nunca. Todo el mundo se sentía perturbado a
su lado; atraído o intimidado, dependiendo de su sexo. El carismático Edward
Cullen jamás pasaba desapercibido.
Y tampoco pasaba
desapercibido para Bella, que no podía olvidarlo. Ni podía olvidar sus
encuentros amorosos. A pesar de lo ocurrido, Bella seguía sintiendo en aquel
preciso instante una fuerte atracción sexual hacia él. Recordaba sus sensuales
y electrizantes labios, que con tanta avidez había saboreado… hasta conocer su
traición. Por un momento, sus miradas hostiles se encontraron.
—Siéntate, Bella
—repitió él—, o volverás a tu celda y yo me marcharé al aeropuerto.
Alarmada, Bella
obedeció. Calma, refreno. Debía pensar, antes de abrir la boca. De pronto las
lágrimas nublaron sus ojos. Bella se las enjugó y alzó la vista, esperanzada.
—¡No puedo
soportarlo más! Si te queda algo de compasión, por Dios, ¡dímelo! ¿Dónde está
mi hija?
—Está a salvo.
—¡Gracias a Dios!
Bella tragó,
incapaz de seguir hablando. Edward le acercó un vaso de agua. Le temblaba tanto
la mano que ni siquiera pudo beber. Tuvo que volver a dejar el vaso sobre la
mesa. Sin histerismos, se ordenó a sí misma. Debía hablar sensatamente, por el
bien de su hija.
—¿Qué… qué tal
está? —preguntó tartamudeando. Edward apretó los labios. ¿Qué había dicho, para enfurecerlo así? Bella estaba
aterrorizada. Si Edward perdía el control, se negaría a contestar—. No me hagas
esto, necesito saberlo —imploró, destrozada.
—Renesmee está
bien, es feliz.
Bella se acercó a
él, ávida de sus palabras. Edward se echó atrás como si hubiera invadido su
espacio privado. La despreciaba, pensó Bella. ¿Cómo ganárselo?
—¿Está inquieta?,
¿llora mucho?
—No.
—¡No me mientas!
¡Seguro que llora!
—Si yo digo que
no, es que no —contestó él irritado—. Llora cuando está cansada o tiene hambre,
pero enseguida se calma. Por lo demás, está contenta. No te miento. Yo soy una
persona honesta —señaló Edward apretando los dientes.
—Y yo. No merezco
estar en prisión, acusada de fraude.
—¡Qué injusticia!
—se burló él cínicamente.
Era inútil tratar
de convencerlo. Edward había dictaminado que era una delincuente.
—Entonces,
¿Nessie está bien?, ¿come bien?
—¿Cuántas veces
tengo que decírtelo? —preguntó Edward irritado—. Está perfectamente bien.
Utiliza el sentido común. ¿Por qué iba a dejar que le ocurriera algo?
Bella lo
consideró. Los griegos adoraban a los niños. Y sabían tratarlos. Probablemente
Edward estuviera malcriando a Nessie. Aquello la alivió, pero también la
deprimió. Quizá, ella ya no le hiciera ninguna falta a su hija. Nessie podía
vivir sin ella. ¿Pero y ella, sin Nessie?
—Tiene su osito
de peluche, ¿verdad? Supongo que ni siquiera te das cuenta de que necesita un
montón de cosas a su alrededor, como la mantita amarilla y…
—Ahora mismo está
con ella. Me lo llevé todo de tu casa, todo lo que creí que era de ella.
—¡Lo tenías todo
planeado! —gritó Bella atónita, acusándolo con ardor—. Sabías perfectamente qué
hacer si el Tribunal me declaraba culpable…
—¡Por supuesto!
¡No iba a dejar a mi sobrina, la única hija de mi hermano, en manos de una
extraña! —soltó Edward.
—No es una
extraña, es mi vecina. Y Nessie la quiere. Era un arreglo temporal, claro.
Esperaba quedar libre…
—¿Y qué arreglo
habías previsto, si no salías libre? —la interrumpió Edward sarcástico.
—Le dije a mi vecina
que me la trajera aquí, a la unidad especial para madres en prisión. Pero dime,
¿qué arreglos has hecho tú?, ¿con quién está ahora, si tú estás aquí? ¿Quién
cuida de Nessie?
—Heidi, mi…
—¡Tu mujer!
—exclamó Bella observando de pronto dolor, amargura, en la expresión del rostro
de Edward.
Edward no era
feliz, comprendió Bella atónita. Súbitamente, el recuerdo de su amor por él la
enterneció. En una ocasión, ella lo había amado. De estudiantes, él lo había
sido todo para Bella. Pero un día, de sopetón, ella lo había visto salir de un
restaurante con una preciosa rubia del brazo. Y todo su mundo se había
desintegrado. Era el banquete en el que se celebraba su compromiso matrimonial.
Sobre el dintel de la puerta, en la que posaron para las fotos, un precioso
cartel: «Edward y Heidi». Aquello debía llevar bastante tiempo
planeado. Edward se había comprometido con otra, mientras le hacía el amor.
—¡Edward!
—había gritado ella, mortalmente pálida.
Todos los ojos se
habían fijado entonces en ella. Aturdido, al ver que Bella lo había
descubierto, Edward había hablado entonces con un joven a su lado. Aquel joven
se había acercado después a ella y se había presentado como su hermano,
Garrett.
—Edward
es el primogénito, el heredero de los Cullen. Y ella es la heredera de los
Vulturi —había explicado Garrett, ofreciéndose a llevarla a casa—. Nuestras
familias tienen lazos ancestrales, no te lo tomes de un modo personal. Así
funcionan las cosas. Pero claro, necesitamos sexo. Por eso buscamos a una mujer
bonita. Luego, nos casamos con una virgen, una mujer más adecuada a nuestra
posición social.
Aquellas
humillantes palabras le habían llegado al alma. Edward la había utilizado como
a una prostituta. Le había hecho regalos, la había llevado a restaurantes… y a
cambio se había aprovechado de su cuerpo y de todo su ser.
Con el corazón
roto, y la estima por los suelos, Bella había comenzado a confiar, cada vez
más, en el atento Garrett. El respeto que había mostrado por ella la había
conmovido. Y, finalmente, había sucumbido a sus brazos y se había casado con
él, inconsciente por completo de la envidia fatal que Garrett sentía por su
hermano, al que consideraba su eterno rival.
Era increíble.
Garrett siempre pensaba que Edward estaría celoso de él, pero Bella no lograba
comprenderlo. Al fin y al cabo, él la había abandonado. Ella no era nadie.
Heidi, en cambio, era elegante, tenía clase, posición.
¡Y esa era la
mujer que en ese momento cuidaba de su hija!, pensó Bella alarmada.
—¡Pues más vale
que tu mujer se porte bien con ella, o tendrás que vértelas conmigo!
—Sabrá cuidarla,
Heidi tiene ya una hija —declaró Edward.
Bella se
estremeció. Edward tenía una hija. Aquella sí que era una sorpresa para ella.
—Pues mejor, así
no necesitáis robarme a la mía.
—Exacto, no la
necesito —confirmó Edward.
—Entonces, ¿por
qué te la has llevado? —preguntó Bella atónita, comprendiendo que Edward si
siquiera quería a Nessie.
—No tenía
elección.
—¿Elección?
—repitió Bella incrédula.
—Necesita un
hogar, nos necesita.
—¡Es a mí a quien
necesita, soy su madre!
—Tú no eres una
buena madre.
—¡La mejor!
—exclamó Bella con pasión.
—Es cuestión de
opinión.
—Recurriré a los
Tribunales, pediré una apelación y…
—No lo creo. Las
pruebas están en tu contra. Ve haciéndote a la idea, Bella. Y procura
aprovechar el tiempo que estés aquí…
—Lo haré, si es
necesario, por injusto que sea. Podré soportarlo todo, pero solo si me
devuelves a mi hija.
—Eso está fuera
de discusión.
Furiosa, Bella
golpeó la mesa y tiró el vaso, cuya agua cayó sobre su regazo. Edward sacó un
pañuelo, pero Bella lo rechazó.
—Tú eres padre,
piensa en lo que sentirías si te robaran a tu hija —imploró Bella, con voz
emocionada.
Por increíble que
pareciera, Edward esbozó una sonrisa cínica, como si la idea le pareciera
perfectamente soportable. No tenía corazón, pensó Bella. Y ni siquiera quería a
Nessie. ¿Cómo podía ser tan insensible?
—Ocurre
continuamente —observó él—. La gente se separa, y los niños acaban con uno de
los padres…
—Pero yo soy el
padre que queda —señaló Bella—. ¡No tienes derecho a secuestrar a mi hija,
podría hacer que te arrestaran!
—Eso sería muy
poco inteligente por tu parte —comentó él, en tono de amenaza.
—¿Por qué?
—Porque no
volverías a ver a tu hija.
—Quizá, pero
reiría la última, y toda tu reputación y tu vida social se vendrían abajo.
—¿Lo harías?
—preguntó él con cinismo.
—Haría cualquier
cosa, con tal de recuperar a mi hija —declaró Bella.
—Pues me temo que
estás en desventaja, en prisión.
—¿Es que no
tienes corazón?, ¿no tienes alma? Nessie debe estar conmigo…
—Puede que
Renesmee sea aun legalmente tuya, pero eso es todo —observó Edward obstinado—.
No eres una buena madre, no tienes ninguna posibilidad.
—Eso no es justo.
—¿Justo?, ¿te
atreves a hablar de justicia? —preguntó él, furioso—. ¿Cómo puedes estar ahí
sentada, fingiendo ser la inocencia en persona? Has cometido fraude
sistemáticamente, has defraudado a toda mi familia y a mis amigos de toda la
vida, a todos mis conocidos. ¡Los has dejado sin un penique!
—Pero es que ahí está,
yo no he sido —protestó Bella—. No… no fui yo…
—¡Eres
despreciable! —bramó él—. ¿Tienes idea de cuáles han sido las consecuencias de
tus actos, para los míos? El banco de mi familia aquí, en Londres, era
considerado por todos como el lugar más seguro del mundo. La gente confiaba en
nosotros. ¡No es de extrañar que a Garrett le diera por beber! ¡Su propia mujer
ha destrozado a la familia, ha arruinado el negocio, ha arrasado con todo el
honor de nuestro apellido!
—¡Honor! —repitió
Bella riendo.
—¡Sí! ¿No habías
oído nunca esa palabra?
—¡Hipócrita! —lo
acusó Bella—. ¿Cómo puedes hablar de honor, cuando olvidaste mencionarme que
estabas comprometido con otra mujer?
Había dado en el
clavo. Edward se echó atrás, como si lo hubiera abofeteado. De pronto estaba
pálido.
—Eso fue una
cuestión de honor…
—Sí, lo sé.
Hiciste honor a una tradición familiar. ¡Me utilizaste solo por el sexo, y
luego hablas de honor!
—No trates de
escabullirte de la cuestión —replicó Edward—. La pura verdad es que Garrett se
quedó helado al ver lo que habías hecho. Tan paralizado, que un desgraciado lo
atropello y lo dejó en la cuneta, hasta que murió. Eres la responsable de su
muerte.
Aterrada ante la
retorcida interpretación de Edward de los hechos, Bella trató de explicarse. Aquella
cruel acusación la había dejado petrificada. Pero se sentía impotente, no podía
desmentirla.
—¡Eso es mentira;
¡Mentira! Yo soy…
—Culpable de
todos los cargos —la interrumpió Edward con desprecio—. Espero que ahora
comprendas que no te tengo ninguna simpatía. Mi familia lo es todo para mí, y
tú los has destrozado. No solo has destrozado a mi hermano, sino que…
—¡No!
—¿Niegas que te
casaste con él por venganza?
—Yo lo quería…
—¡Mentira!
Garrett me dijo que le habías pedido el divorcio.
Bella se mordió
el labio. No era su deseo, romper de ese modo su matrimonio. Pero no había
tenido elección. Edward no tenía ni idea de la agonía que había soportado antes
de tomar esa dolorosa decisión.
—Sí, pero…
—No te molestes
en buscar excusas, utilizaste a Garrett para tus propósitos. Buscaste el modo
de vengarte de mí por casarme con Heidi, y lo encontraste. Bueno, pues
enhorabuena. ¡Has conseguido convertir mi vida en un infierno! —exclamó Edward,
apretando los dientes—. Perdona, si te devuelvo el cumplido.
Bella gimió y
enterró el rostro entre las manos, perdida ya toda esperanza. Para un griego,
orgulloso de su sangre y profundamente unido a su familia, ella había cometido
el peor crimen. Y quería destruirla. ¿Qué
mejor medio, que robarle a su hija? Pero tenía que controlarse y tratar por
última vez de convencer a Edward de que estaba equivocado.
—Debes
escucharme, estás equivocado. Yo no he hecho nada de lo que deba arrepentirme.
Soy completamente inocente…
—Claro, como
todos los que están aquí —se burló Edward.
—No, yo…
—Tú sabías lo que
estaba ocurriendo, eras el director financiero de…
—Ese es el
problema, que no lo era. Te juro que lo era solo nominalmente…
—¡Basta! —gritó
Edward—. Ya te has perjudicado bastante, yéndote de la lengua.
—Edward, ¿es que
no vas a darme una oportunidad?
—¿Cómo la que le
diste tú a Garrett, o a esa gente que se ha quedado sin un céntimo? Mi familia
está obligada ahora a hacer todo cuanto esté en su mano para remediar esa
situación, gracias a ti. Nos llevará años.
—¿Cómo es posible
que nos hayamos convertido en enemigos? —preguntó Bella incrédula,
desesperada—. En una ocasión…
La voz de Bella
se desvaneció. Los ojos de Edward a miraban ardientes, con tal odio, que ella
sintió que se derretía, que tenía que agarrarse a la mesa para no caer
desfallecida al suelo. Edward se acercó de pronto a ella y contestó:
—Sí, en una
ocasión fuimos amantes. Mi pasión era tan intensa como la tuya, mis manos
acariciaron todo tu cuerpo. Mis labios eran tuyos, nuestros cuerpos se
estremecían juntos…
—Edward… —lo
llamó Bella con voz rota, incapaz de seguir soportándolo.
—De haber sabido
cómo eras jamás me habría acercado a ti. Has llegado incluso a culpar a Garrett
del fraude.
—Fue él —insistió
Bella inútilmente.
—Es una lástima
que el Jurado no estuviera de acuerdo contigo.
De pronto se hizo
el silencio. Bella se dio por vencida. La traición de su marido carecía ya de
importancia para ella. Lo único importante era el futuro de su hija. Enferma,
débil, Bella reunió la poca fuerza que le quedaba y declaró:
—Condéname,
ódiame, si quieres. Piensa lo que quieras. Olvídate de mi existencia, si lo
prefieres, pero devuélveme a mi hija.
—Jamás —respondió
él con frialdad—. Jamás dejaré que la hija de mi hermano se críe en una
prisión. Ahora ya está fuera de tu alcance… ni siquiera está en este país.
Bella se puso en
pie de golpe. No podía hablar, tal era su shock. ¡Su amada hija estaba en Grecia! Ya no le quedaba ninguna
esperanza. De pronto sintió náuseas, comenzó a sudar.
—¡Eres un
monstruo! —susurró horrorizada.
—¿Yo? ¿Y tú, qué
clase de madre eres? ¿Se te ocurrió pensar en Nessie, antes de llevar a cabo tu
plan?, ¿te has preguntado alguna vez qué sería de ella, si se descubría el
fraude? Estabas tan embebida en tu odio y sed de venganza que ni siquiera
pensaste en los demás, en las desgraciadas consecuencias de tus actos.
—Pero yo la
quiero…
—Y yo solo quiero
su bien —continuó Edward—. Se quedará conmigo. He venido a tranquilizarte.
Nessie está a salvo, contenta, y estará bien cuidada. La enseñaré a ser una
persona honorable, honrada.
Aquellas palabras
sonaban frías, vacías de amor y afecto. Otra persona sería quien hiciera el
papel de madre para su hija, quien la acunara y le leyera cuentos por las
noches, quien la viera crecer.
—¿Y eso es todo?
—Es mucho más de
lo que puedes darle tú —contestó él.
—¡Edward!
—sollozó Bella—. ¡Oh, Edward!, ¿y qué hay del amor?
Edward se había
dado la vuelta ya, dispuesto a marcharse. Tenso, volvió la cabeza hacia ella y
la miró. Por fin Bella estuvo segura de que no era feliz; lo leyó en sus ojos.
Había en ellos una inmensa pena, una profunda amargura. La mirada de Bella
imploraba su compasión, su comprensión. El silencio y la tensión entre ellos se
intensificó, y entonces ella supo que ambos estaban pensando en lo mismo, en el
pasado, en sus momentos de felicidad juntos, cuando no tenían ninguna
preocupación.
Santa cachucha vienes con todo me dejaste picadisima !!
ResponderEliminar!yenni¡ quiero mas cuando actualizas?????????
No manches, qué bieno esta esto. Gracias por la nueva historia, esperando por la sig actu
ResponderEliminarOoohhh pobre Bella.
ResponderEliminarQue deseperación la que siente Bella, quiero llorar 😣
ResponderEliminarQue has echo mujer!!! Me has dejado pikada!!! Apresuraré con el cap k sigue!!!
ResponderEliminarEso si fue muuuy intenso me gusta como suena.
ResponderEliminarNo sera que la esposa de Edward junto con el marido de Bella cometieron el fraude. Y ahora Heidi a en venenado a Edward. Para quitarle la niña
Y asi quedarce con todo.
Nos seguimos leyendo.
Joder, empieza fuerte....
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