Matriminio de Mentira 9

Edward abrió los ojos, gruñendo por lo mal que se sentía por haber pasado la noche en aquel horrible colchón de aire. Luego, no dejó de quejarse durante todo el desayuno.

Ella lo miró con una sonrisa dulce y le dijo que la paciencia era una virtud.

Por supuesto, ella no había dormido mucho mejor en la lujosa cama extra grande. Se había acercado de puntillas a la puerta en más de una ocasión, por las ganas terribles de unirse a él en aquel incómodo colchón sobre el suelo… tentada de abrir la puerta e invitarlo a compartir su cama.

Pero siempre logró resistir la tentación; de lo cual, se sentía bastante orgullosa. La noche anterior, se había dejado llevar por el embrujo de sus palabras sobre segundas oportunidades; pero se había advertido a tiempo que debía ir despacio. Ese debía ser su lema.

Al menos, por el momento; no estaba segura de cuánto tiempo podría cumplirlo.

Edward se había convertido en el hombre encantador con el que ella había salido. El cansancio de su mirada casi había desaparecido.

Cuando ella entró en la cocina, descalza y sin ni siquiera mirarlo, él recurrió al viejo truco del ordenador para provocarla. Se sentó delante de su portátil y, con una mirada pícara, la incitó para que fuera a interrumpirlo.

Era imposible resistirse.

Bella se coló entre él y la mesa y se cruzó de brazos.

—De acuerdo, ya estoy entre vosotros dos. Aquí es donde querías tenerme, ¿verdad?

Él asintió.

—Pero te prefiero mucho más cerca —la agarró de la mano y tiró de ella para darle un beso; un beso con el que le decía lo que la había echado de menos.

—¿Qué quieres hacer hoy? —preguntó ella cuando se separó para tornar aliento. Antes de que el pudiera contestar, ella se corrigió—: Déjame que te haga la pregunta de otra manera: ¿Qué quieres que hagamos hoy con la ropa puesta?

Edward dejó escapar un gruñido.

—No eres nada divertida.

—He estado viendo una guía sobre esta zona. Hay un pueblecito muy pintoresco cerca de aquí, ¿quieres que vayamos a verlo?

—Sí; pero, ¿cuándo has tenido tiempo de ver una guía?

—He tenido toda la noche. En soledad.

Ella lo miró con una sonrisa.

El «pueblecito» resultó ser mucho más bullicioso de lo que se habían imaginado. Obviamente, la industria del turismo era floreciente. Incluso había un buen centro comercial y Bella le pidió a Edward que aparcara cerca.

Él soltó un improperio, pero hizo lo que le pedía.

—¡Vamos, Bella! No me digas que quieres ir a comprar en tu luna de miel.

—No es una luna de miel de verdad. Y aunque lo fuera; ¿por qué no iba a poder ir de compras?

—Esta es una luna de miel en la práctica con las mismas reglas de una de verdad. Yo no puedo trabajar y tú no puedes ir de compras. ¿Es que no sabes que las compras son una de las torturas más horribles para un hombre? Es casi tan horrible como una tortura china.

Ella resopló con exasperación.

—De acuerdo. Tú espera sentado junto a ese estanque y dale de comer a los patos mientras yo compro.

—¿Qué necesitas tan urgentemente? —la miró a las zapatillas de deporte—. Ya sé, unos zapatos; las mujeres siempre os estáis comprando zapatos.

—No; te has equivocado de lleno. Quiero comprarte un regalo —dijo con dulzura—. ¿Te parece eso lo suficientemente romántico para una luna de miel de mentira?

Él la miró sin poderse creer lo que le decía.

—¿Estás segura de que eso es lo que tienes en mente?

—Por supuesto. Confía en mí —abrió la puerta y salió del coche.

Él salió detrás de ella.

—Si yo voy a tener un regalo, tú tendrás otro.

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Quedaron en el banco que había junto al lago a la entrada del almacén. A Bella no le sorprendió encontrarse allí a Edward sentado y leyendo el periódico cuando ella salió. Aunque, sí le impresionaron las dos enormes bolsas de plástico que tenía al lado.

Si aquello era su regalo, era un regalo muy grande.

—Ya estoy lista —dijo con un suspiro de satisfacción y se sentó junto a él—. ¿Es ése mi regalo?

Edward le sonrió.

—Estoy impresionado. ¿Sólo dos horas y sólo traes tres bolsas?

—Es por lo de la luna de miel. No quiero que mi flamante esposo se aburra demasiado.

—¿Qué has comprado?

—Sólo… unas cosas.

Ella le dio un golpecito a la bolsa de él con el pie.

—¿Me has comprado un regalo? —preguntó ella, muerta de curiosidad.

—Aja. ¿Y tú a mí?

—Para eso entré ahí, ¿no?

—Sí; pero pensé que quizá sólo era una excusa para comprarte unos zapatos —sonrió al ver que ella intentaba ver lo que había en la bolsa—. ¿Te gustan los regalos, verdad?

—Ya sabes que sí. ¿Cuándo me lo vas a dar?

—Cuando quieras.

—¿En serio? Pensé que ibas a aguantar hasta que no pudiera más?

—¿Por qué iba a hacer una cosa así?

Ella le sacó la lengua.

—Porque eso es lo que siempre haces.

Edward dejó escapar una carcajada y metió el periódico en una de las bolsas.

—Tienes razón. Pero voy a hacer una excepción. ¿Quieres abrirlo ahora?

Ella lo miró con desconfianza. Seguro que estaba tramando algo.

Edward sacó una caja envuelta en papel de regalo y la dejó sobre su regazo.

Ella arrancó el papel, después, lo miró a él con desconfianza.

—¿No me habrás comprado unos zapatos, verdad?

—Ábrelo.

Ella hizo lo que le decía.

—¡Unos patines!

—Después de todo ya sabes patinar sobre hielo, no creo que te cueste mucho hacerlo sobre asfalto.

Ella lo miró pensando en su primera cita, cuando habían ido a patinar sobre hielo. Era un gesto encantador por parte de él al querer rememorar aquella cita.

—Déjame que te los ponga.

Antes de que ella pudiera darse cuenta, ya le había quitado las deportivas y le estaba colocando las botas. Bella no acababa de salir de su asombro cuando él sacó otro par de patines igual de nuevos.

—¡Oh, Dios! Tú tampoco has hecho esto nunca, ¿verdad?

—Será divertido. No puede ser muy diferente a patinar sobre hielo.

—Bueno, según yo recuerdo, no es que fuéramos muy buenos patinando sobre hielo tampoco.

Edward agarró la otra bolsa y sacó unas protecciones y un par de cascos.

Edward, esto no me da ninguna seguridad.

—Te serán de mucha utilidad si te caes.

Un par de críos pasaron por su lado y uno de ellos dejó escapar un silbido.

—Mira —dijo uno de ellos—. Dos viejos que van a patinar.

—¿Viejos? —Bella se quedó mirándolos un momento—. Ya les enseñaré yo quién es viejo aquí.

Un par de horas después, ella se sentía bastante vieja mientras se subía al coche. Había descansado un buen rato en el banco y se alegraba de volver a tener sus deportivas en los pies.

—Prefiero el patinaje sobre hielo —dijo Bella con decisión.

—Yo también. Es mucho más romántico.

—Además, en las pistas no hay coches.

—Pero, esto también fue divertido —añadió él.

—Sí. Sobre todo me gustó la parte en la que te fuiste directo a los rosales.

Edward se miró los rasguños del brazo.

—Calculé mal —gruñó, mientras ponía el coche en marcha—. Ahora ya casi sé frenar.

Bella sacó el teléfono del bolso para ver si tenía alguna llamada perdida.

—¿Qué tal estará Marie?

—Estupendamente —contestó él.

—¿Cómo crees que debemos actuar cuando volvamos? ¿Vamos directamente a verla y le contamos lo del divorcio?

Él dejó escapar un suspiro.

—¿Queremos divorciarnos?

—Será mejor que discutamos esto en la cabaña, ¿te parece bien?

Él asintió. El tema se estaba complicando demasiado. Por un lado, iban a divorciarse y, por otro, querían seguir juntos.

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—Así pues —le dijo ella cuando ya estaban en la casa—. ¿Cómo vamos a decírselo? ¿Tienes alguna idea?

Edward estaba detrás de ella, mirándola mientras preparaba el café.

—Bueno… en realidad, no tenemos que hacer nada. Ya lo sabe.

Bella se giró con tanto ímpetu que casi se echa el café de la bolsa encima.

—¿Qué?

Edward se encogió de hombros.

—Se lo imaginó.

Ella no salía de su asombro.

—¿Y el psicoterapeuta? ¿Y la luna de miel?

—Intentos para que volviéramos a estar juntos. Y ha funcionado, ¿no?

—¿Desde cuándo lo sabe?

Edward la tomó de la mano.

—Todo el tiempo, me temo. Lo planeó todo.


—¿Nunca estuvo enferma?

—No.

Bella se sintió molesta al darse cuenta de que en vez de estar furiosa con la anciana, se sentía agradecida.

—¿Y tú lo sabías y aun así me trajiste aquí engañada? Desde luego, Edward, esto no va ayudarme mucho con el tema de la confianza.

—Sí, sí va a ayudarte. ¿Puedes confiar en mí si te digo que sólo lo he hecho porque pensé que este viaje podía ayudarnos a reconciliarnos?

Ella le sostuvo la mirada.

—¿Puedes confiar en mí para que tome mis propias decisiones sin manipularme?

Edward entrecerró los ojos.

—Creo que me estoy acostumbrando a llevar las riendas. Una mala costumbre.

—Sí. Aunque no puedo decir que me moleste del todo.

—¿Significa eso que me perdonas por ser un manipulador irrefrenable?

Bella cerró los ojos y tomó aliento.

Ella había pensado que Edward la había abandonado cuando más lo necesitaba; pero, en realidad, lo que había pasado era que no le había dado la oportunidad de que la ayudara cómo él pensaba que era lo mejor. Ella había insistido en que las cosas se hicieran a su manera.

Eso no había tenido nada que ver con lo que él sentía por ella. Sin embargo, Bella había dejado que lo que sentía por él interfirieran con su lógica.

—Sí. Estás perdonado.

Edward no pareció muy aliviado.

—¿Estás segura? Me parece demasiado fácil.

Ella le puso las manos sobre el pecho y lo empujó hacia el sofá.

—Estoy trastornada.

Edward sonrió y se dejó llevar.

—¿Significa esa mirada de lujuria que esta noche no voy a tener que dormir en el colchón de aire?

—No lo sé. Eso depende de lo bien que te portes.

Ella tembló ligeramente y él le echó la manta por encima.

—No tengo frío, tonto. ¿Es que no distingues cuando alguien tiembla de deseo?

—Lo siento. Llevo seis semanas que no sé nada de deseos.

—¿Crees que podrás acordarte?

Edward negó con la cabeza.

—No. No tengo ni idea de cómo funciona esto. —se recostó en el sofá y la atrajo sobre él—. Vas a tener que enseñarme. Guiarme. Sé amable conmigo, ¿de acuerdo?

En cualquier otro momento, ella se habría reído, pero su mano estaba sobre la piel desnuda de su cintura y ella apenas podía respirar. De alguna manera, se las había arreglado para desabrocharle la camisa mientras la miraba a los ojos con fingida inocencia. Ella le devolvió el favor.

La luz del fuego brillaba en su piel y ella sintió que los dedos la quemaban.

Hacía demasiado tiempo.

¿Merecía la pena correr el riesgo de quemarse?

Le quitó la camisa del todo y se acercó para besarle el torso desnudo. Abrió la boca para morder con suavidad su piel y decidió que nada importaba.


Merecía la pena tener algunas quemaduras.



6 comentarios:

  1. Siiii por fin Bella le va a dar una oportunidad!!!!
    Sólo espero que puedan terminar de arreglar todas sus diferencias, y que por fin puedan seguir casados ;)
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. Todo fue un complot de abuelita y funcionó jajaja

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  3. Me encantó!!! Esa reconciliación va viento en popa. Me parece que en vez de volver para anunciar el divorcio van a anunciar la boda verdadera.

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