Bella
—¿Qué te ha parecido? —le preguntó Esme.
—Me pareció... —susurró, mientras Esme arrancaba el coche y lo sacaba del aparcamiento—. Me ha parecido sorprendente. Jamás se rindió. Ni una sola vez. Siempre se levantó.
No todos lo conseguían en la montaña. No todos sobrevivían. Bella respiró profundamente.
—Jacob ha muerto. Creen que tuvo un ataque al corazón. Él dijo... —susurró Bella mientras parpadeaba rápidamente para evitar que los ojos derramaran las lágrimas contenidas, aunque sin conseguirlo—. Me dijo que te dijera que sentía mucho tu pérdida. Quería que yo me asegurara de decirlo bien.
En aquella ocasión, cuando las lágrimas surgieron de nuevo, Bella no hizo intención alguna de detenerlas.
.
.
.
Un día suponía una gran diferencia. Dos días mucho más. Dos días y Bella ya tenía sus emociones bajo control lo suficiente como para poder acompañar a su madre tras la barra del bar por las noches y servir cervezas. Sobre el tema del tiempo que había pasado en la montaña en compañía de Edward Masen, se mostró recalcitrante. Una sonrisa, una frase sin sentido y un cambio de tema le funcionaban bien. Si no era así, hablaba sobre el hecho de haber visto la avalancha desde el teleférico justo antes de que se estrellara contra el suelo.
Esto tendía a acallar todos comentarios y a producir una reacción de asombro general.
El Bar de Esme no era un establecimiento muy grande, sino más bien un pequeño y alargado local con vino y licores de excelente calidad, cerveza de barril y una cocinera polinesia llamada Ophelia-Anne que estaba a cargo de la cocina. Nadie preparaba el marisco como ella. El menú se cambiaba a diario y raramente se repetían platos. Cuando Ophelia-Anne no estaba, el bar no servía comida.
Aquella tarde la cocina sí que estaba abierta y el restaurante estaba lleno de una variopinta mezcla de comensales que se habían enterado de que aquella noche Ophelia-Anne iba a preparar salmón asado.
Aquel bar había sido un desafío para Esme. Un proyecto inapropiado para conseguir que se olvidara de su igualmente inapropiada relación con un hombre casado. Se había convertido en su refugio, en un lugar cálido, en el que Esme Swan podía estar con la cabeza bien alta y era mucho más que simplemente la amante de Masen.
Al final de su vida, James Masen había ido cada vez con más frecuencia, para pasar el tiempo con Esme y para saborear la comida de Ophelia-Anne sin importarle los comentarios y los problemas que su aparición causaba allí. Se había hecho más descuidado. Eso, o había dejado de importarle lo de ser discreto.
Bella jamás había visto a Edward Masen en el bar. Hasta aquella noche. Esme lo vio entrar, pero dejó que fuera Bella quien lo sirviera.
—Edward, ¿qué te apetece tomar? —le preguntó mientras le ofrecía el listado de bebidas.
—No he venido a tomar nada, Bella —dijo, con una voz airada que auguraba que tampoco había ido a charlar con ella.
—En ese caso, déjame que te lo diga de otro modo —replicó ella—. ¿Qué es lo que quieres?
—No importa, ¿no te parece? He venido para darte esto —anunció él. Colocó un sobre encima de la barra del bar, delante de ella—. Mi padre te menciona en su testamento. A tu madre también. Cualquier abogado sabrá lo que tiene que hacer para completar las transferencias. Alternativamente, si hay algo que no comprendas en esos documentos, podrías devolverme alguna de mis llamadas.
Con eso, saludó a Esme con una inclinación de cabeza y miró de nuevo a Bella.
Entonces, se marchó.
Bella tomó el sobre y lo golpeó suavemente contra la barra de caoba del bar.
Era un sobre muy pesado. La animosidad de Edward acicateó el interés de ella. Había pensado que... bueno, jamás serían amigos, pero había creído que, al menos, se entenderían después de lo ocurrido en la montaña. Había creído que, al menos, habían alcanzado un cierto nivel de tolerancia el uno por el otro.
Se había equivocado.
Resultaba evidente que algo había ocurrido y que eso lo había hecho cambiar de opinión. Algo que tenía que ver con el testamento de su padre.
Suspiró y se retiró a un rincón de la cocina. Allí, sacó un montón de papeles. Empezó por leer la carta que ocupaba el primer lugar. Una carta del abogado de James.
—¿Qué quería Edward? —le preguntó Esme desde la puerta unos minutos más tarde.
—Probablemente estrangularme —dijo Bella lentamente, mientras examinaba los papeles una vez más para asegurarse—. Me ha dicho que me ha estado dejando mensajes para que yo lo llamara, pero mi teléfono no funciona bien. Lleva varios días así, desde la avalancha. Voy a tener que comprarme uno nuevo. Bueno, eso no es lo importante. Ali leído el testamento de James. Edward es el ejecutor del testamento y parece que James me ha dejado una casa en Christchurch y un apartamento en el puerto de Auckland.
—Qué tonto —susurró Esme, aunque no parecía sorprendida—. Le dije que no lo hiciera.
—¿Lo sabías?
—Sabía que quería dejarte algo. Sabía bien lo duro que te resultaba todo en ocasiones por mi relación con él.
Bella cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—Es una pena que no legitimizara su relación contigo —musitó, lo que le reportó una mirada de reprobación de Ophelia-Ann—. ¿Qué voy a hacer yo con una casa y un apartamento?
—Te darán seguridad económica —replicó secamente Esme—. Un lugar para vivir que no sea una caja de zapatos.
—Mi caja de zapatos es muy bonita y, lo que es más, yo pago la renta. Me gano mi vida, mamá. Tú me comprendes porque tú me lo enseñaste.
—Lo sé y se lo dije, pero James quería hacer algo por ti.
—Sí, bueno, pues a ti también te ha dejado algo.
—Eso no es cierto. James no me ha dejado nada —replicó su madre—. Yo no quería nada. Lo acordamos.
—Pues parece que cambió de opinión. Te ha dejado una cartera de inversión por un valor de dieciséis millones —anunció Bella mientras volvía a meter todos los papeles en el sobre y se lo entregaba a su madre—. Y no se trata de dólares —añadió mientras se dirigía de nuevo de camino al bar—, sino de libras esterlinas.
Edward
En el complejo de oficinas de Masen Holdings primaba la funcionalidad sobre la forma, pero el despacho de Edward disfrutaba de una imponente vista y contenía todo lo necesario para hacer que los que allí acudían sintieran que estaban tratando con alguien muy importante. El hecho de que Alice decidiera entrar en el despacho tras llamar ligeramente a la puerta no sorprendió a nadie, y mucho menos a Edward. Que procediera a hablar de las estipulaciones que su padre había redactado en el testamento sí lo sorprendió. Alice era normalmente una persona muy discreta y con mucho sentido común.
—¿De verdad quieres impugnar el testamento de nuestro padre? —le preguntó Edward cuando finalmente Alice se detuvo a tomar aliento—. Te aseguro, Alice, que está blindado. Nuestro padre no tenía ni un pelo de tonto.
Sin embargo, aquellas palabras no apaciguaron a Alice. Siguió hablando sobre Esme y Bella Swan para terminar por decir que no podía soportar que aquellas zorras se hubieran pasado la vida sangrando a su padre.
Edward, que se había pasado dos días descubriendo lo mucho que Esme Swan no había querido aceptar de su padre, se imaginó que había llegado el momento de compartir con su hermana aquellos detalles, aunque no creía que la apaciguaran.
—No se llevaron nada, Alice. Ya lo he revisado.
He repasado las cuentas personalmente y tú puedes hacerlo también si quieres. Me parece que cada vez que nuestro padre quería darle a Esme un regalo y ella lo rechazaba, él lo añadía a la carpeta de acciones que inició para ella hace doce años. Simplemente, ella no lo sabía.
—Claro que lo sabía —replicó Alice, furiosa—. Claro que lo sabía, Edward.
—Como tú prefieras —dijo él. No iba a desperdiciar saliva en convencer a Alice de lo contrario. No importaba lo que su hermana pensara ni lo que pensara nadie—. Mira, Alice. Para empezar, el dinero no formó parte jamás de la estructura de la empresa. Siempre ha sido algo separado. Antes de esta semana, tú ni siquiera sabías que existía.
—No se lo vas a dar.
—Ya se lo he dado y antes de que empieces a protestar, tengo unas cuantas sugerencias para ti. Deja de obsesionarte sobre las Swan. Deja de idolatrar a un hombre que jamás se lo mereció y empieza a pensar si quieres aceptar el puesto de directiva que te he ofrecido en Sydney. Es perfecto para ti y necesitas alejarte de este lugar por los recuerdos que tiene para ti. No es saludable. Te estás convirtiendo en una réplica de nuestra madre, pero más retorcida aún.
—Sí, ¿verdad? —repuso ella—. ¿Y desde cuándo eres tan comprensivo? Siempre has odiado lo que Esme Swan le hizo a nuestra familia, Edward. Lo sé.
—Tal vez ella fue tan sólo un catalizador. Tal vez nosotros seamos los responsables de cómo es esta familia y tal vez vaya siendo hora de que dejemos de ser así —dijo Edward. Respiró profundamente y miró a su hermana. Tenía veinticinco años y jamás había tenido una relación seria. Tenía un título de Empresariales y otro en Arte. El hecho de que fuera un crisol de sentimientos enfrentados que empezaban con un fuerte sentimiento de abandono para terminar por el odio que sentía por todo lo relacionado con las Swan, era exclusivamente culpa de su padre y sólo una razón más para maldecir a James Masen hasta las profundidades del infierno—. Aro quiere marcharse de
Sydney y regresar aquí, donde me vendría muy bien. Y me vendría bien que tú estuvieras allí. ¿Qué le digo?
—Quieres que me vaya —dijo Alice—. ¿Por qué?
—Quiero que seas feliz. ¿Tan mal te parece eso?
—Eres diferente desde lo de la montaña. Estás más pensativo. Trabajas más que nunca. ¿Qué ocurrió allá arriba, Edward?
—Nada que quieras saber.
—Claro que quiero saberlo.
—Vi cómo la naturaleza es capaz de mover una montaña. Me di cuenta de mi propia insignificancia. Vi cómo una mujer se negaba a abandonarme a mí o a ella misma y sobreviví. ¿Qué más quieres saber?
—¿Era valiente?
—Tiene nombre, Alice. Hace unos años fue tu mejor amiga y sí, Bella fue muy valiente, muy decidida y con muchos recursos. Entonces, cuando regresamos a Queenstown, la atención de la prensa la aterrorizó. Creía que yo la iba a ofrecer en bandeja ante ellos. ¿Quieres saber lo pequeño que me sentí en aquel momento del tiempo? ¿Lo mucho que me enfadé con ella por el hecho de que hubiera pensado que yo sería capaz de hacer eso? ¿Lo furioso que estaba con mi padre por su adulterio y conmigo mismo por no ser alguien que Bella sintiera que podía confiar e incluso contigo por darle la espalda durante todos estos años? No confía en nadie. Nadie consigue acercarse a ella.
Alice se mordió el labio.
—Tuve que romper esa amistad. La situación...
—Lo sé. Quiero volver a verla, Ali.
—¿Para qué?
—Tal vez quiera acercarme a ella.
Desde ese momento, la conversación fue de mal en peor.
Alice no accedió a trasladarse a Sydney. Se puso histérica. También amenazó con votar contra él en todas las reuniones de accionistas posteriores y sustituirle como director gerente en el momento en el que tuviera los apoyos suficientes. Por último, prometió que lo convertiría en un eunuco si volvía a acercarse a Bella Swan.
Justo antes de que ella saliera del despacho, le dijo que si sentía algo por su familia, debería salir para acostarse con dos rubias y que la llamara cuando tuviera la libido bajo control y la cabeza sobre los hombros.
Jasper, el segundo al mando de Edward, entró en el despacho poco después de que Alice se marchara. Jasper tampoco se molestó en llamar. Sin embargo, sí cerró la puerta a sus espaldas.
—¿Problemas? —le preguntó mientras tomaba asiento.
—¿Desde cuándo no ha sido Alice un problema? —murmuró Edward—. Está tan mimada y es tan temperamental. Mi padre le consintió todos los caprichos. ¿De verdad espera que yo haga lo mismo?
Jasper levantó una ceja. Parecía encontrar la situación muy divertida.
—Sí y hablando precisamente de eso, si estáis pensando en tener más concursos de gritos, os sugiero que lo hagáis en un lugar más íntimo. Los tabiques son muy delgados aquí. Ahora, todo el mundo está haciendo apuestas sobre quienes son las dos rubias, aunque hay un voto alternativo sobre que va a ser una pelirroja.
—¿Y qué has votado tú?
—Necesito más datos antes de comprometerme. ¿Por qué crees que estoy aquí?
—Esperaba que tuvieras el presupuesto sobre los daños de Silverlake.
—Te lo envié hace cinco minutos, déspota. Comprueba tus correos.
Efectivamente, allí estaba. Abrió la hoja de cálculo que Jasper le había enviado y soltó una maldición.
—Llevamos mucho tiempo siendo amigos, Edward —dijo Jasper.
Edward entornó la mirada. En los seis años que llevaban trabajando juntos y en cinco años de universidad antes de eso, Jasper jamás había sacado a colación su amistad.
—Normalmente no cuestiono tu juicio.
—¿Me puedes decir de una vez de qué estás hablando?
—Está bien, lo haré. Francamente no me importa con quién te acuestes. Jamás lo haces con nadie que esté trabajando para ti y, por lo tanto, nunca ha tenido ningún impacto en Masen Holdings. Sólo es carnaza para las revistas del corazón.
—¿Qué es lo que quieres decir?
—Te estoy dando mi opinión.
—Pues venga.
—Bien. Esos planes que quieres aprobar en el consejo...
Necesitas el voto de Alice para conseguirlo. Vender el algodón australiano para financiar la reconstrucción de Silverlake... para esto también necesitas el voto de Alice. Hacer que la reforma del hotel Shore entre dentro de presupuesto... de eso se ocupa Alice. Los Spas están a cargo de tu madre y su margen de beneficios es increíble. Alice y Victoria no podrán conseguir los votos para echarte, pero necesitas su cooperación. Si crees que puedes estar con una Swan y no provocar que ellas dos se vuelvan locas, estás muy equivocado. Así perdieron a James. Te aseguro que no se van a quedar de brazos cruzados si ven que te van a perder a ti. Lucharán con todas sus armas.
—Mi padre consiguió asegurar su cooperación.
—Tú no eres tu padre.
Creo k alice va a dar muchos problemas al menos ed ya no es tan cabezon jajaja
ResponderEliminarOjalá y logre mandar lejos a Alice, sólo estorba jijiji.
ResponderEliminarQue que Alice se comporte así, ojalá que Edward no se deje manipular si de verdad quiere estar con Bella
ResponderEliminarAlise realmente es problemática!!
ResponderEliminar