EHQMO-Capítulo 12

¿Quieres hablar de ello?

—Acabo de hacerlo. 

— ¿Quieres que me vaya? 

—No.

—Sería mejor que lo hiciera.

—¿Para quién? ¿Para mi madre y para Alice?

 —Para ti.

—No —dijo él mesándose de nuevo el cabello—. Mira, ¿no puedes olvidar que acabas de escuchar esa conversación?

—No —replicó ella—. Hay partes de la misma que quiero recordar. Me ha gustado bastante lo de «seguramente estoy profundamente enamorado de ella». Bonita frase, Romeo.

—Bella, yo...

—También me ha gustado bastante que te hayas negado a dejarme a pesar de todo lo que se te viene encima. Por supuesto, seguramente tiene más que ver con el hecho de que no te gusta que te digan lo que tienes que hacer que con el hecho de que estés profundamente enamorado de mí, pero aun así...

—¿Por qué es que las mujeres no hacen más que preguntar a un hombre si quiere hablar sobre algo y entonces, cuando él dice que no, siguen y analizan la situación de principio a fin de todos modos?
Bella había llegado a la encimera. Se había apoyado junto a él y había sacado un pastelillo de la caja mientras miraba el humeante café que él le había preparado a Alice.

—No te importa que me beba el café de Alice, ¿verdad? —le preguntó ella dulcemente—. Me he dado cuenta de que no se lo ha tomado y es una pena desperdiciarlo.

—La leche está en el frigorífico.

Observó cómo Bella la sacaba, se echaba un chorrito y volvía a guardarla mientras su estado de ánimo y su mal genio iban empeorando por momentos. Una declaración de amor y devoción por su parte no habría caído en saco roto, pero no ocurrió. Tal vez se había equivocado con ella. Con la fuerza de su relación. Con la alegría de estar juntos. Tal vez él veía sólo lo que quería ver.

—Háblame, Bella.

—Está bien. En lo bueno y en lo malo, y yo predigo lo malo, iré a esa cena y permaneceré a tu lado. No estoy tan segura como tú de que pueda encajar en tu mundo o ser parte de él y no perjudicarte a ti. Algunas veces, soy muy tímida. Verdaderamente tímida. Algunas veces, me cuesta relacionarme con la gente y lo único que quiero hacer es salir corriendo y refugiarme en la seguridad de mis dibujos y mi imaginación, donde yo soy la que controla todo y puedo hacer que las cosas sean exactamente como a mí me gustan.

—Yo puedo apoyarte —dijo él—. En la cena de esta noche, yo te apoyaré. 

—Sé que lo harás —afirmó Bella, sonriendo—. Conozco tu fuerza de mente,

Edward. La he visto de primera mano, pero has mentido, ¿sabes? Sobre lo de ignorar a tu familia. Sobre lo de fingir que no te importa si tienes su aprobación o no en lo que se refiere a tu relación conmigo. Claro que te importa. Te importa mucho. Lo que piense Alice. Todavía no he decidido lo que sientes hacia tu madre.

—Yo tampoco.

—¿Te llevas normalmente bien con tu madre? 

—Siguiente pregunta, pelirroja.

—Eso significa que no.

—Mi madre no es una persona muy abierta. Yo jamás la he comprendido. 

—¿Y la comprende Alice?

—Alice y ella están muy unidas. Mi madre tiene por costumbre usar a Alice para proteger su posición. Alice no se da cuenta.

—Familias felices.

—No tanto —dijo él. Ya estaba harto de aquella conversación en particular. Quería que la mirada de preocupación desapareciera de los ojos de Bella—. Confía en mí —murmuró colocándole una mano en el rostro—. No me abandones ahora.

—Me estás pidiendo mucho, Edward. Estás pidiendo mucho a todo el mundo forzando esta reunión. A Alice. A tu madre. A mí. ¿Qué ocurrirá cuando te defraudemos?

—Tú aún no me has defraudado.

—Eso no significa que no vaya a defraudarte. Algunas veces, siento que estás forzando deliberadamente esta reunión, Edward, porque en lo más profundo de ti quieres que nuestra relación fracase.

—Te equivocas.

—Eso espero, porque hay modos más sencillos de terminar con una relación. Menos destructivos.

—Y yo los conozco todos —dijo él—. Por última vez, Bella. No quiero que te vayas.

Bella se vistió para la cena con mucho cuidado. El color dorado no sentaba

bien a todas las mujeres, pero a Bella sí y el dorado era precisamente el color de su vestido. Se trataba de un vestido de seda de color oro viejo que le llegaba hasta las rodillas y que a Bella le hacía pensar en el vestido negro de Holly Golightly en Desayuno con diamantes. Era sencillo. Maravilloso. Llevaba el cabello recogido en lo alto de la cabeza, como una princesa y las perlas de su abuela alrededor del cuello y colgando de las orejas. Estaba lista. Se sentía preparada para cualquier cosa que la familia de Edward pudieran echarle encima. Tomó el abrigo y se lo colocó sobre el brazo. Se trataba de un Vintage de terciopelo negro. Como las perlas, había pertenecido a su abuela y, como las perlas, daba elegancia y estatus a la mujer que se lo pusiera.

Podrían culparla de muchas cosas, y seguramente lo harían, pero un atuendo inapropiado no sería una de ellas.

Edward no estaba en el dormitorio. Los hombres como Edward lo tenían fácil a la hora de vestirse para impresionar. Un esmoquin negro hecho a medida, un cepillado de dientes, un afeitado apurado y un peine por el cabello. Había tardado cinco minutos en arreglarse. El mundo era injusto.

También había que decir que él se había pasado la mayor parte de la tarde repasando las cifras que Alice le había dejado y haciendo llamadas y contestándolas. Bella le había dejado en paz, había sacado su cuaderno de dibujo y había salido al jardín. Gnomos y hadas encajaban bien en los agujeros que se encontraban en la naturaleza salvaje y allí había muchos que explorar. Además, necesitaba un respiro. Un distanciamiento de la realidad.

Él la había llamado a las cinco y ya eran casi las seis. Él no parecía nervioso. —¿Parezco nerviosa? —le preguntó ella.

—No.

—Bien.

—Estás bellísima, Bella.

—Gracias —dijo ella. La mirada en los ojos de Edward le dio seguridad. Incluso le permitió sonreír—. ¿Nos vamos?

—Creo que deberíamos hacerlo —replicó él—. Si no lo hacemos pronto, te aseguro que no vamos a ir.

La tarde empezó bien. Un cóctel en el bar del hotel en el que se alojaban algunos de los directivos de Edward. Más tarde, se trasladarían al restaurante del hotel, pero, por el momento, era la hora de los saludos y las presentaciones. Edward se encargaba de eso mientras que Bella hacía todo lo posible para recordar los nombres. El hecho de que todo el mundo pareciera conocerse no ayudaba en absoluto. El que la mitad de ellos quisieran hablar de negocios con Edward tampoco.
¿Qué se suponía que hacía la esposa o la pareja de un ejecutivo cuando eso ocurría? ¿Guardar silencio? ¿Expresar su opinión sobre el asunto? Sabía muy poco sobre Masen Holdings, tan sólo que aunaba una serie de empresas individuales. Parecía que Edward estaba en el proceso de centralizar todo lo que fuera común.

Parecía una medida inteligente, pero algunas personas tenían reservas. La mayoría de los que tenían reservas eran los de más edad, los que eran de la edad de James, y tenían sus propias ideas sobre cómo debían hacerse las cosas. Las frases que empezaban por «James habría...» o «tu padre habría...» empezaban la mayoría de sus argumentos.

¿Cómo de harto estaba Edward de las comparaciones? Seguramente había tenido que luchar mucho para salir de debajo de la sombra de su padre. A Edward no le gustaba que lo compararan con James. Eso sí lo sabía. Sin embargo, Edward se parecía más a su padre de lo que creía. Persuasivo. Insistente. Le importaba poco el efecto que sus actos podrían tener, como el hecho de haberla llevado a ella allí aquella noche, al igual que a James le había importado poco lo que su adulterio podría afectar a los que estaban más cercanos a él. Era indicio de su gran pasión o de su egoísmo emocional.
O de las dos cosas.

Bella no estaba del todo cómoda con ninguna de ellas.

—Voy a saludar a la gente —murmuró, cuando el caballero de cabello gris se detuvo por fin para tomar aire. Saludar a la gente, como si eso fuera lo más fácil del mundo.

Edward la miró extrañado y luego miró a su alrededor.

—No queda mucho para la cena. Sólo estamos esperando a un par de personas más.

Bella miró a los que ya estaban. Ni Alice ni Christina. Edward había llamado a su madre aquella mañana y le había dicho que iba a ir a la cena acompañado de Bella. Tal vez Christina había decidido boicotear el acto.

No obstante, el sentimiento predominante que Bella sentía era de alivio.

Esbozó una sonrisa de seguridad en sí misma y se alejó de Edward para recorrer una sala llena de desconocidos. Aquello era lo que se había prometido que haría. Tomaría una máscara, se la pondría y trataría de encajar allí todo lo que pudiera.

El grupo de personas más cercano a ella eran las esposas de algunos de los ejecutivos. Tendrían unos cincuenta años. Eran cuatro en total y charlaban amigablemente. Al ver que Bella se dirigía hacia ellas, se dispersaron.

Lo intentó con otro grupo de mujeres. Aquéllas eran más jóvenes, menos experimentadas en el juego social. Consiguieron intercambiar algunos comentarios sobre el tiempo antes de que una de ellas se fijara en que su marido la estaba llamando y otra descubriera que había perdido su bolso. Tanto ella como su amiga se fueron a buscarlo y dejaron a Bella allí sola.

En ese momento, Alice llegó del brazo de un hombre de ojos fríos y rostro de granito. Las cosas empeoraron considerablemente a partir de ese momento.

El hombre se dirigió hacia Edward mientras que Alice se puso a charlar con el grupo más cercano de mujeres, las primeras a las que Bella había tratado de saludar. Ellas la saludaron como si fuera una hija.

Bella se dirigió al bar, aunque no para beber sino tan sólo para encontrar su sitio. Un lugar medio familiar, un camarero con el que charlar. Desgraciadamente, lo que ella pidió era agua con gas, por lo que el camarero no tardó en marcharse a servir a otra persona.

Ella se cuadró de hombros y se dio la vuelta para observar a los Edwardgas de Edward y a sus parejas, tratando de encontrar el modo de encajar. Una elegante

mujer de unos treinta años, en un avanzado estado de gestación, estaba sentada sola y observando a la gente con interés, pero Bella no se acercó a ella. La mujer parecía necesitar un descanso y no lo conseguiría si cuando Bella se sentara a su lado sentía deseos de levantarse y marcharse.

Decidió acercarse a un par de hombres, escogidos deliberadamente porque rondaban ya los cuarenta años y habían acudido solos a la fiesta. Las mujeres se ponían a la defensiva cuando ella se acercaba a sus parejas, algunas incluso bastante hostiles. Siempre le había ocurrido lo mismo.

Los dos hombres se mostraron bastante simpáticos. Les gustaba lo que veían. Uno era más cortés que el otro, menos inclinado a estar a su lado y a mirarla a la cara.

— ¿Con quién has dicho que estás? —le preguntó el más amable. 

—Con Edward.

El hombre asintió. Tenía una mirada sonriente y no sentía ningún interés sexual por Bella. Tal vez había hecho la pregunta por su amigo, que rápidamente recordó los buenos modales.
La conversación fluyó adecuadamente. Ellos le preguntaron cómo se ganaba la vida y ella respondió. Hablaron sobre películas de Tolkien, sobre orcos y elfos. Bella no había formado parte de las personas que trabajaron en la saga del Anillo, pero se había beneficiado inmensamente de los efectos especiales que habían utilizado. Otro hombre se les unión. Aquél era aficionado a Warhammer. Ver lo que se les ocurría a los artistas de Warhammer era uno de los pasatiempos favoritos de Bella. Dos hombres más se les unieron y comenzaron a hablar de los juegos online.

Bella terminó por guardar silencio y dejar que fueran los demás los que llevaban el peso de la conversación. No tenía que ser el centro de atención en un círculo de hombres. De hecho, no quería serlo. Sólo necesitaba un grupo con el que estar.

Se tomó su agua y miró a su alrededor para ver dónde estaba Edward.

Cerca de la puerta, de espaldas a ella, sumido en una profunda conversación con Alice y el hombre de ojos de acero.

Deseó que otra mujer se acercara al grupo en el que estaba ella, pero ninguna lo hizo. Tan sólo la observaban con diferentes grados de hostilidad.

—Mírala —estarían diciendo—. Rodeada de hombres. Flirteando con ellos. Animándolos. ¿Es que él no se da cuenta de lo que es esa mujer?

El tiempo fue pasando.

Edward parecía haber desaparecido. Bella se excusó de la conversación y devolvió el vaso vacío a la barra. Le preguntó al camarero dónde estaban los aseos.

—Saliendo por la puerta a la derecha.

Bien.

—Seguramente son falsas —dijo una mujer refiriéndose a las perlas cuando Bella pasó a su lado.

—Seguramente una bruja —susurró ella. Entonces, tras mirarla con

desaprobación, siguió andando. Salió de la sala y se encontró a Edward, que estaba a punto de entrar.

—Vamos a ir a cenar —dijo al verla—. Tenía que ocuparme de un par de cambios en las mesas.

—Tu madre no ha venido —replicó Bella—. ¿Quién más no lo ha hecho?

—Nadie. Lo estás haciendo muy bien, pelirroja. Gracias por darme el espacio suficiente para hablar de negocios con los invitados.

Bella le dedicó una triste sonrisa, la que esbozaba para los clientes del bar de su madre, llena de una seguridad en sí misma que distaba mucho de sentir.

—De nada. La mitad de tus jefes regionales son adictos a los juegos en línea. Hemos encontrado un tema común.

—Entonces, cuando termines de reducirlos a esclavos, ven a buscarme — susurró Edward. Se inclinó para besarla, no ligeramente, sino con una promesa de lo que le daría en el futuro.

—Vete a hacer negocios.

Se dirigió al aseo. El estrecho pasillo que conducía a las puertas no estaba vacío. Uno de los jefes de división de Edward, un caballero de cierta edad, se dirigía hacia ella con una sonrisa en los labios.

—Tú debes de ser la pareja de Edward —dijo, deteniéndose para ofrecerle la mano—. Rufus.

Rufus tenía las manos sudorosas. También era una de esas personas que estrecha la mano de otros con dos de las suyas.

—Por supuesto. Yo conocí a tu madre, así que te he reconocido enseguida —dijo Rufus—. Hermosa mujer tu madre. Exquisita. Es una pena que a James no le gustara compartir.

Bella tiró de la mano, pero no consiguió retirarla.

—Sin embargo, creo que descubrirás que el joven Edward es mucho menos constante que su padre —añadió el hombre afablemente—. Los jóvenes de hoy en día no tienen constancia.

—Me gustaría recuperar mi mano, por favor, señor—dijo Bella—. Ahora mismo. La sonrisa de Rufus se hizo más amplia, pero hizo lo que Bella le había pedido.

—Si no te importa que te lo diga —murmuró—, ésa no es manera de hablar a un posible cliente.

—Usted no es un posible cliente, viejo. No podría pagarme. Ahora, dígame una cosa —le dijo Bella, acercándose a él como buscando confidencialidad—, ¿quién es su mujer? Me gustaría tanto conocerla.

Rufus se marchó enseguida.

Bella encontró el aseo y se dirigió directamente al lavabo. Jabón. Necesitaba enjabonarse las manos para borrar el desagradable tacto de Rufus y la fealdad de sus palabras. Mientras se las frotaba, se miró en el espejo y examinó su rostro, su aspecto. Trató de imaginarse qué era lo que tenía para sacar siempre lo peor de los demás.

¿Su aspecto? ¿Sus modales? ¿Una reputación que siempre la precedía?

¿Qué?

Edward pensaba que le iba bien en la vida. Ella no estaba de acuerdo.

Tras enjuagarse las manos, las apoyó sobre el borde del lavabo de porcelana y cerró los ojos. Deseó estar en Christchurch, en su apartamento, con su horrible vista y sus amigos de papel por todas partes. No necesitaba aquella clase de gente en su vida, la clase de gente que destrozaba a otros para salir a flote. Los que se comportaban sin conciencia y luego se ocultaban detrás de ropa cara y mentiras increíbles, seguros de que su estatus los protegería, en especial contra alguien que no tenía ninguna de esas cosas. Normalmente así era.
Estaba segura de que, en aquellos momentos, el asqueroso Rufus le estaba diciendo a su esposa que Bella acababa de ofrecerle favores sexuales por un precio. Para cubrirse. Para vengarse de ella. Eso era lo que estaba ocurriendo. Y no sabía si era lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a ello.

—Puedes hacerlo —susurró en voz alta, pero a su voz le faltaba convicción —. Prometiste que lo intentarías.

El ruido que hizo la puerta del aseo al abrirse hizo que ella abriera también los ojos. Su mirada se cruzó con la de la mujer que acababa de entrar a través del espejo. Una mujer de brillante cabello negro que enmarcaba un rostro que, hacía años, había sido tan familiar para Bella como el suyo propio. Alice, con diamantes en las orejas y ataviada con un vestido de color azul medianoche. Alice, con los ojos rojos de tanto llorar.

—¿Por qué él? —le espetó al verla con una profunda amargura—. Podrías tener a quien quisieras. ¡A cualquiera! Lo único que tendrías que hacer sería mirarlos. ¿No podrías al menos haber tenido la decencia de alejarte de él?

—¿Y crees que no lo intenté? —replicó Bella—. ¿Acaso creías que quería enamorarme de un hombre que me trajera de nuevo a esto, a una sala llena de personas que están convencidas de que soy una ramera, y frente a ti, que llevas más años odiándome de los que soy capaz de contar por algo que ni siquiera fue culpa mía? ¿Qué es lo que te he hecho yo a ti, Alice? ¿Qué es lo que he hecho yo mal?

—Tuve que elegir —rugió Alice, aún a través del espejo—. Ella me hizo elegir y ahora va a volver a hacerlo, porque Edward te miró y tú lo miraste a él. ¿No podrías haberte marchado sin mirar atrás?

—Lo intenté —repitió Bella—. Alice, te juro que lo intenté. Edward vino detrás de mí. Es bueno para mí y yo soy buena para él. Lo que hay entre nosotros es brillante y hermoso. Me ciega, Ali. Nos ciega a los dos. Lo único que pedimos es una oportunidad de explicar lo que hay entre nosotros. ¿Tanto estamos pidiendo? Yo no soy una mala persona. Tú me conoces. ¿De verdad soy tan mala para él?

—No sabes a lo que te enfrentas —le dijo Alice. Los ojos se le habían vuelto a llenar de lágrimas—. No queda nada bueno en mi madre, Bella. Nada más que amargura y odio. No tienes ni idea de lo fácilmente que odia. Esto viene de ser siempre la última en el cariño de mi padre. Después de su maravillosa empresa, de su maravillosa Esme y de muchas cosas más. Viene de doce años de tener que soportar los comentarios malintencionados de esas brujas porque no satisfacía a su marido. ¿Crees que tú estás pasando una mala noche? ¿De verdad crees que no puede ser peor? Te equivocas. Puede ser mucho peor y tú ya has venido al cuarto de baño para esconderte.

—Y tú también. ¿Por qué te escondes tú? ¿No estás consiguiendo exactamente lo que quieres, Alice? ¿Que todas esas personas me estén crucificando?

—Todavía no te lo ha dicho, ¿verdad? Ni siquiera sabes lo que de verdad está ocurriendo ahí fuera esta noche. Estás demasiado ocupada preguntándote lo que la gente piensa de ti —dijo Alice con voz gélida—. Pues deja que te otorgue el don de la clarividencia. Esta noche, Edward está ahí desesperado por mantener el control de la empresa, Bella. Mi madre va a presentar un voto de no confianza contra él. Está en riesgo todo por lo que él ha luchado siempre. Y está desgarrando a nuestra familia. Por ti.

6 comentarios:

  1. Hay mucha gente sin vida propia que le gusta estar metida en la vida de los demas. Alice creo que estas asienso todo mal, bella ed te necesita no vallas a hacer k me enoje

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  2. Yo no podría con todo eso, puede que fuera una cobarde pero no me quedaría ahí por nada del mundo. Que feo todo esto, una pena por Bella y Edward 😞

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  3. Owww qué capítulo, a veces la gente que se juzga ser la mejor por tener estudio y dinero son las que más prejuicios poseen ante lo diferente. Pobre Bella, está en una difícil situación, a ver cómo sigue las cosas. Gracias por el capi, nena! Saludos, Jane

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  4. Alis no es tan mala, esta súper emocionante, espero la actualización

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  5. Rayos que critico se pondra todo.

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