Reencuentro en Navidad 2

—Tengo que irme —dijo Isabella, cogiendo su bolso y sus compras—. Mi madre estará preocupada. He cogido el coche de Emmett y probablemente querrá que se lo devuelva cuanto antes.

Edward se levantó, con una sonrisa en los labios que no se reflejaba en sus ojos.

—Siento que tengas que irte tan pronto. Esperaba que me contaras cómo te han ido las cosas desde la última vez que nos vimos.

Isabella le miró, sorprendida ante su repentino interés.

—He pasado la mayor parte del tiempo estudiando.

—Mi familia se alegrará de volver a verte —dijo él, tras un breve silencio—. ¿Te gustaría venir alguna tarde a casa? Puedo pasar a recogerte.

A ella le empezó a latir aceleradamente el corazón. ¿Edward Cullen quería volver a verla, pasar tiempo con ella, después de todo lo ocurrido entre ellos? La joven se preguntó si acaso podría haber una segunda oportunidad.

—No estoy muy convencida de que así sea, Edward. Dudo que quieran volver a verme después de todo este tiempo.

—Te sorprendería. Pero eso depende de ti, por supuesto.

—Me gustaría mucho volver a verles, Edward, mucho.

—Bien —dijo él, con una sonrisa que casi la hizo echarse a temblar—. ¿Cuándo? 

—No tengo ningún plan.

—¿Mañana por la tarde? Puedo pasar a recogerte a las siete, si te parece bien.

—Sí, perfecto —contestó en un impulso. Se separaron y hasta que Edward desapareció entre la multitud, Isabella no se dio cuenta de que él había evitado tocarla en todo momento.

Se preguntó por qué habría aceptado su invitación. Una vez más iba a formar parte de las reuniones navideñas de la familia Cullen, una tentación a la que no podía resistirse a pesar de las consecuencias emocionales que pudiera tener.

¿Cómo podría una persona resistirse a la magia?

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*

.


Isabella se acostó temprano, con la esperanza de descansar, pero no le sirvió de mucho.

Cada vez que cerraba los ojos veía un par de ojos verdes observándola. A veces era una expresión cálida, llena de amor. Otras veces, la expresión era de completo vacío.

Edward no se había mostrado impresionado ni sorprendido al verla. ¿Sería una indicación de lo poco que ese encuentro afectaba a sus sentimientos?

Isabella se recordó que le había encontrado delante del escaparate de una joyería, mirando las joyas femeninas, lo cual era una prueba clara de que existía otra mujer en su vida.

¿Qué esperaba? Edward era un hombre muy atractivo. Siempre lo había sido. Isabella sonrió, recordando…


Nunca olvidaría el verano que conoció a Edward, cuando él iba a su casa a ayudar a su abuelo y a su tío a cuidar del jardín.

Pasaba muy poco tiempo con él, pero eso tampoco le importaba demasiado. Le bastaba con mirarle mientras trabajaba, y a medida que pasaban las semanas iban aprendiendo más cosas sobre él.

Era el mayor de cinco hermanos, y una de sus hermanas, Alice, tenía la misma edad que Isabella. También tenía un hermano recién nacido, e Isabella enseguida pudo darse cuenta del gran amor que Edward sentía por su familia.

Cuando empezó a ir al instituto, Isabella ya sabía que ningún hombre podría ocupar el lugar de Edward en su corazón. En seis años le había visto convertirse en un hombre. Aunque había dejado de trabajar en su casa después de un par de veranos, Isabella pudo seguir viéndole gracias a Alice.

Isabella conoció a Alice el primer día de instituto. En cuanto la vio, con su pelo negro y sus expresivos ojos verdes, supo que tenía que estar emparentada con Edward.

Alice era una joven tímida pero muy agradable y Isabella y ella pronto se hicieron amigas. Aunque Isabella no había podido convencerla de que en su casa sería bien recibida, Alice empezó a invitarla a su casa.

Isabella no mentía a su madre sobre lo que hacía al terminar las clases. Era cierto que tomaba parte en muchas actividades extraescolares, pero cuando éstas terminaban Isabella se apresuraba a irse a casa de los Cullen, que afortunadamente para ella vivían cerca del instituto.

Desde muy pequeña Isabella había sabido que su familia tenía ideas muy concretas sobre quiénes debían ser sus amigos. Su padre, sobre todo, le había marcado unas normas muy estrictas sobre los chicos con los que podía salir.

Dada la timidez de Isabella, la mayoría de esos jóvenes no tardaron en perder interés por ella para irse a buscar otras amigas más animadas. Isabella era feliz ayudando a Alice con sus hermanos pequeños, y cuando Edward aparecía por la casa, su felicidad era completa. Vivía para los pocos momentos en que lo veía.

Ni siquiera el hecho de que la tratara de modo muy similar a Alice le importaba. Era Edward, y eso le bastaba.

Fue en el verano del año en que cumplió diecisiete años cuando las cosas entre Edward y ella cambiaron.

Isabella había logrado convencer a Alice para que fuera a conocer a su madre. Ésta se alegró de la amistad que existía entre las dos muchachas. Había oído muchas historias sobre algunas de las fiestas y actividades de las jóvenes de su edad. Así pues Isabella se pasó casi todo el verano en casa de los Cullen con la bendición callada de su madre.

Nunca olvidaría la primera vez que Edward la invitó a salir. Alice y ella acababan de volver de nadar en la piscina de su casa. Alice le había prometido a Edward que le prepararía la cena, pues el resto de la familia había salido a pasar el fin de semana fuera de la ciudad.
Edward trabajaba en la construcción, y su único medio de transporte era una vieja motocicleta. Acababan de llegar a casa y antes de que tuvieran tiempo de quitarse los bañadores, apareció Edward, cansado y sudoroso.

—Edward, lo siento —se excusó Alice—. No nos hemos dado cuenta de la hora. Te prepararé algo de comer enseguida.

—No te preocupes, Angie —dijo él, sentándose a la mesa—, hace demasiado calor para comer.

Miró a Isabella, que todavía no había podido quitarse el bañador. La joven se preguntaba por qué no se habría puesto el que se había comprado una semana antes, en lugar del viejo, que le quedaba pequeño. En ese momento estaba avergonzada, deseando que la tragara la tierra.

Edward sonrió con picardía.

—Hola, Isabella. Ese tono rojo te queda muy bien.

Isabella se miró el bañador de color azul claro y después miró a Edward, perpleja.

—Hablo del rojo de tus mejillas —explicó él—. Desde luego te ha dado bastante el sol. Más vale que tengas cuidado, tienes la piel muy blanca.

La miraba de arriba abajo, como estudiando su piel, deteniéndose un poco más de lo necesario en sus piernas.

—Er, Alice, voy a cambiarme. Después te ayudaré con la cena.

—Tengo una idea mejor —dijo Edward—. ¿Por qué no vais a cambiaros y luego vamos a tomar una pizza?

—Pero mamá me ha dicho que tenía que prepararte la cena —respondió Alice.

—Si comemos bien no le importará. Además, hace mucho calor para cocinar.

Alice no necesitó que insistiera más, y las dos jóvenes corrieron al dormitorio a cambiarse.

Isabella todavía recordaba aquella noche. Hablaron y se rieron. Edward les escuchaba atentamente y a ella le hizo preguntas sutiles sobre sus actividades, sus intereses y sobre los chicos.

Alice declaró que Isabella no tenía ningún interés por los chicos del instituto. Casi desde el principio se había dado cuenta del interés de Isabella por su hermano mayor, y para ella, que quería a Isabella de verdad, no podía haber nada mejor que se enamorase de Edward. Alice adoraba a su hermano. Pero hasta aquella noche no había hecho ningún comentario sobre el tema.

Isabella se vengó dándole una patada por debajo de la mesa.

Más tarde Edward insistió en llevarla a su casa en moto. Le consiguió un casco y se aseguró de que ella se sujetara bien a su cintura antes de salir. Alice les despidió con una maliciosa sonrisa.

Isabella nunca había estado tan cerca de Edward, y no desperdició aquella oportunidad. Apoyó la cabeza en su espalda y cerró los ojos, deseando que aquel viaje durara para siempre.

Cuando llegaron a su casa, Isabella se dio cuenta de que sus padres habían salido. Edward siguió el sendero que llevaba a la parte de atrás de la casa y detuvo la moto.
Después de ayudarla a bajar, Edward montó otra vez para irse, pero ella le detuvo.

—¿Tienes que irte?

Él la miró, sorprendido.

—Bueno, es que hace una noche muy buena. ¿Quieres que nos sentemos y hablemos un rato? —preguntó ella, señalando las mesas que rodeaban la piscina.

Edward miró a su alrededor.

—¿No están tus padres?

—Han salido a cenar.

—¿Y te dejan aquí sola?

—No —rió ella—. Billy y Sarah viven ahí —señaló el apartamento que había sobre el garaje—. Billy siempre espera a que vuelvan mis padres para asegurarse de que todo queda bien cerrado.

—¿Qué hace Sarah?

—Cocina y ayuda un poco en la limpieza.

—¿Por eso estás siempre en nuestra casa, aprendiendo a cocinar?

Ella asintió tímidamente.

—Sí. A Sarah no le gusta verme en la cocina. Además, no sabe cocinar comida italiana.

Edward le acarició los rizos que le caían sobre los hombros.

—¿Y tú quieres aprender a cocinar comida italiana?

—Sí —dijo ella, ruborizándose.

—¿Por qué? —preguntó él.

Ella se encogió de hombros y miró a su alrededor, buscando algo que decir. De repente, al ver la piscina, se le ocurrió algo.

—¿Te apetece darte un baño?

—Me encantaría —sonrió él—, pero no llevo bañador.

—Eso no es problema. Tenemos de sobra —le cogió de la mano—. Ven —le llevó a la cabaña que había al otro extremo de la piscina—. Yo voy a ponerme el mío y enseguida vuelvo.

Isabella estaba temblando tanto que casi no pudo cambiarse. Edward estaba allí, e iban a bañarse juntos, a la luz de la luna. Era lo más romántico que jamás hubiera podido imaginar.

Cuando salió del vestuario, Edward ya estaba en la piscina, nadando. La luz de la luna se reflejaba en la superficie y bañaba su cuerpo que se deslizaba majestuosamente sobre el agua.

Isabella se reunió con él y se puso a nadar hasta que ya no pudo dar una brazada más. Se sujetó al borde y exclamó:

—Me rindo. Si sigo me voy a ahogar.

Edward se echó a reír.

—Yo no lo permitiría, Isabella. Lo sabes —colocó las manos en el borde de la piscina, una a cada lado de Isabella.

A ella le latía tan deprisa el corazón que casi le dolía, y no podía recuperar el aliento. Edward ya no sonreía. La verdad era que Isabella nunca le había visto tan serio.

—Eres tan bella, Isabella, que me pareces casi irreal. Cuando me miras con esos inocentes ojos azules me desarmas por completo.

Hablaba en voz baja y vacilante, como si le hubieran sacado las palabras a la fuerza.

—Soy real —logró decir ella, suavemente.

—Lo sé muy bien —miró a su alrededor—. Creo que esto no ha sido una buena idea.

—¿Por qué no?

Edward sacudió la cabeza.

—Venga, vamos a vestirnos.

Edward estaba a pocos centímetros de distancia, e Isabella no pudo resistir la tentación de averiguar cómo sería besarlo.

Se soltó del borde de la piscina y le puso las manos sobre los hombros. Después se inclinó hacia él y lo besó suavemente en los labios.

Isabella advirtió su respingo de sorpresa. Su cuerpo flotaba junto al suyo, tocando el pecho desnudo y las piernas. Edward abrió un poco los labios y le devolvió el beso sin soltarse del borde de la piscina.

Isabella se sentía segura rodeada por sus brazos, y se relajó apoyándose en él. Edward intensificó el beso, separándole los labios con la lengua. Isabella creyó estar a punto de desmayarse por la alegría que le proporcionaba el hecho de estar compartiendo algo tan íntimo con él. ¡Cuando él por fin se separó, los dos estaban casi sin aliento. Edward la sujetó por la cintura y la hizo sentarse en el borde de la piscina. Después se subió él a pulso y se sentó a su lado. Sin decir otra palabra, la abrazó y volvió a besarla.

Isabella estaba deseosa de aprender todo lo que él le pudiera enseñar, y le rodeó el cuello con los brazos, acariciando su cabello con los dedos.

La mano de Edward se deslizó desde la espalda a su pecho, e Isabella no pudo reprimir una exclamación, mezcla de deseo y sorpresa. Inmediatamente, Edward la soltó.

—¿Qué estoy haciendo? —musitó—. He debido de perder el juicio. Lo siento, Isabella.

—Yo no —respondió ella—. Llevo años soñando con besarte.

Al darse cuenta de lo que acababa de confesar, se cubrió la cara con las manos.

—¿Isabella?

Ella se negó a mirarlo.

—¿Isabella? —repitió él—. ¿Qué estás diciendo? ¿Qué quieres salir conmigo, que quieres estar conmigo? ¿Qué?

Lentamente ella se apartó las manos de la cara y lo miró.

—Sólo si tú quieres estar conmigo.

Edward sacudió la cabeza.

—Llevo años recordándome continuamente que no eres para mí, que no debo mostrar interés por ti, y ahora me dices que…

—¿Quieres decir que no me ves como a una hermana?

Edward casi se ahogó de risa.

—Para nada.

Se quedaron mirándose en silencio. Después Edward le acarició la mejilla con la palma de la mano. Isabella sintió cómo le temblaban los dedos.

—Oh, Isabella, ¿tienes alguna idea del efecto que me causas? —ella negó con la cabeza—. Tengo que irme. Ya —dijo él. Se levantó y fue al vestuario.

Isabella continuó sentada mirando a la puerta tras la que acababa de desaparecer hasta que él reapareció.

—Voy a llamarte para invitarte a salir. Le pediré el coche a mi padre; podemos ir al cine o algo así. A algún sitio donde haya gente y no me sienta tan tentado. Pero tengo que volver a verte, Isabella. ¿Me entiendes?

—Me alegro—sonrió ella.

—Debo de estar loco —dijo él, acariciándole el pelo aún mojado.

—Si es así, yo también —dijo ella, esbozando una tímida sonrisa.

Edward la abrazó y la besó con fuerza antes de separarse de ella.

—Buenas noches —dijo, y se alejó. Isabella lo siguió con los ojos hasta que la moto desapareció por el sendero que llevaba a la calle y después subió a su dormitorio para revivir aquellas últimas horas con detalle.

Durante los dos meses y medio que siguieron vio a Edward todos los días. Ya no le importaba lo que pudieran pensar sus padres. Cuando su padre le dijo que desaprobaba aquella relación, ella le ignoró por primera vez en su vida.

Amaba a Edward. Le amaba desde hacía años, y podía estar con él siempre que su trabajo se lo permitía. Isabella no quiso pensar en el futuro. Quería disfrutar de aquel verano con Edward y no iba a permitir que nada se lo estropeara.

Fue feliz hasta finales de agosto, cuando su padre le anunció que ya no volvería al instituto a terminar el último año. Iba a mandarla a un internado privado para señoritas en la Costa Este.





10 comentarios:

  1. lo amé, ya quiero saber que pasa en el siguiente capitulo.

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  2. O XD niña hermosa ansiosa por leer un nuevo cap me súper encantó gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias

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  3. Ahhhh entonces Edward si quería estar con ella... Pero debió pasar algo peor para que se hayan separado así, no???
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  4. Holaaaaa soy Silmo yme ha encantado; esperando el siguiente, leo un Charlie muy complicado, como dice Tatiana que pasaría para que ISABELLA aceptara irse? Con que la convenció Charlie de hacerlo?? Espero que Edward esté comprando el regalo de su mañana ���� ��
    Besos silmonianos para ti

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  5. Por favor esto es amor verdadero, por favor no tardes con el siguiente capítulo, gracias gracias gracias 😘😘😘

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  6. Ese Charlie 😠😠😠
    Acabo de empezar a leer la historia y estoy picada jajaja
    Ya quiero saber k paso con este par 😲😲😲
    Gracias por el capi

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  7. uffff.... ME-EN-CAN-TO =D
    hace mucho que no me meto a los blogs y justo cuando vuelvo me topo con esto =D estoy feliz!!!me gustó mucho la historia y ya espero con ansias el siguiente capítulo
    gracias

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  8. Estoy tan emocionada, la historia es fabulosa y en para mejorar usd actualizan seguido.
    Gracias miles de gracias.

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