Los cambios producidos en Isabella no le sorprendieron. Seis años era mucho tiempo. Se preguntó si en ese tiempo sus sentimientos por él habrían cambiado. No tenía la menor duda de que antes ella le amaba, pero se preguntó si también habría cambiado en eso.
Isabella parecía haberse alegrado de verle. No podría decir qué impresión le había causado; había estado demasiado ocupado ocultando su reacción ante su repentina e inesperada aparición.
Después de seis años había perdido la esperanza de que regresara a Forks. Siempre había sabido que tarde o temprano tendría que hacer un esfuerzo para ponerse en contacto con ella una última vez, pero había ido posponiendo lo inevitable hasta que le resultase imposible negarse.
Pero ya no le quedaba otra alternativa. Isabella estaba de vuelta y tenía que hablar con ella. Tenía que explicarle su silencio durante los últimos seis años. ¿Lo entendería? ¿Le afectaría?
Isabella no le había preguntado por qué no había intentado comunicarse con ella ni dado ninguna explicación respecto a su silencio, y él no estaba preparado para oír que ya no tenía cabida en su vida. ¿Qué otra cosa podía esperar?
Seis años era mucho tiempo. Edward mantuvo la palabra que había dado al padre de Isabella, incluso después de su muerte. Su hermano, Emmett, había mantenido el trato por parte de la familia.
Pero se dijo que ya había llegado el momento de terminar con su situación y de dar un paso hacia una nueva vida.
Edward dio media vuelta en la cama, tumbándose boca abajo, recordando.
Nunca olvidaría la primera vez que vio a Isabella. Entonces ella era una niña tímida que a él le parecía un ángel de los que su familia ponía en el árbol de Navidad. Llevaba el pelo largo y recogido en una cola de caballo, pero lo que más le atrajo fueron sus ojos marrones que semejaban ventanas a las que podía asomarse para ver su alma, como si no tuviera secretos que ocultar.
Edward se enamoró de ella ese mismo día, cuando ella tímidamente le ofreció agua fresca y unas galletas.
Se preguntó qué edad tendría ella entonces. Unos diez. Era como una muñeca de porcelana, y él deseó envolverla, llevársela a su casa y protegerla contra los duros golpes que le infligiría la vida.
Seguía sintiendo lo mismo, pero no sabía qué hacer. Quizá lo que Isabella necesitaba era que la protegieran de él mismo, tal como había hecho su padre.
El caso era que Isabella estaba en Forks y que había aceptado la invitación de ir a casa de sus padres. Era un comienzo. Se dijo que en adelante iba a tener que tocar de oído.
Se durmió pensando en los claros ojos marrones que una vez lo miraron llenos de amor.
.
.
.
—Mamá, adivina a quién me encontré ayer comprando —dijo Edward, después de besar a su madre cuando ésta le abrió la puerta.
—¡Isabella! ¡Qué sorpresa! Entra, entra, hace mucho frío.
Esme Cullen les hizo pasar a una habitación donde las llamas de la chimenea calentaban el ambiente y le daban un aspecto muy hogareño y acogedor.
—Hola, señora Cullen. Espero que no le importe que haya venido.
—Qué tontería. Claro que no me importa. Tú eres parte de la familia desde hace años. Además, ya me conoces. Siempre preparo comida para alimentar a una docena más —dio media vuelta y salió con pasos apresurados de la sala—. Papá, no te puedes imaginar quién ha venido con Edward.
De pie, Isabella y Edward escucharon voces en la habitación contigua.
—¿Qué te había dicho? —preguntó Edward, con una sonrisa.
Isabella miró a su alrededor. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Todo le resultaba tan familiar y querido: el nacimiento en la repisa de la chimenea, el abeto alegremente decorado, los adornos navideños…
Pero también vio algunos indicios del cambio producido: cortinas nuevas, un sofá y sillas nuevas.
Por primera vez desde que llegó a Forks, Isabella tuvo la sensación de que por fin había vuelto a casa.
—¿Qué ocurre? —preguntó él, preocupado.
—Nada —respondió ella, sacudiendo la cabeza—. Sólo que me alegro mucho de estar aquí. Creía que nunca iba a volver a ver esta casa.
Edward le tendió la mano.
—Vamos a buscar a los demás. Se me ha olvidado preguntar si van a venir Jasper y Alice.
La familia aceptó a Isabella como si nunca se hubiera ido. Los cambios se notaban más en la mesa de la cena. Sólo los dos hijos más jóvenes vivían en la casa familiar, y habían cambiado tanto que casi no podía reconocerlos. El hermano de Edward, de catorce años, se parecía al muchacho del que ella se había enamorado cuando tenía diez.
—He llamado a Alice y le he dicho que estabas aquí —le dijo Esme en un momento de la cena—. Me ha dicho que Jasper está trabajando hasta tarde, pero que intentarán venir a tiempo para tomar el postre y el café contigo —le dio unas palmaditas en la mano—. Alice está impaciente por verte. Tiene que contarte un montón de cosas.
Isabella echaba de menos a Alice. No había encontrado otra persona con quien mantener una relación de amistad tan estrecha y fuerte como con Alice. ¡Cuánto había perdido al irse a estudiar al Este!
—Cuéntanos qué has estado haciendo, Isabella—continuó Esme, después de asegurarse de que todos estaban servidos.
Isabella miró a su alrededor y vio que toda la familia estaba esperando su respuesta.
—Principalmente estudiar. He estado haciendo prácticas enseñando a niños que tienen problemas de aprendizaje.
—¿Dónde piensas trabajar cuando termines tus estudios? —preguntó Esme.
Isabella sacudió la cabeza.
—No lo sé.
—Estoy segura de que podrías encontrar algo en Forks si quisieras vivir aquí —continuó Esme.
La mirada de Isabella se encontró con la de Edward, que la estaba mirando intensamente, esperando su respuesta.
—Eso es verdad —dijo, suavemente, planteándose qué ocurriría si volviera a Forks.
Un par de días atrás Isabella ni siquiera hubiera considerado esa posibilidad. Pero una vez que había vuelto a ver a Edward, a su mente estaban acudiendo ideas que antes habría creído insólitas.
—Seguro que te tienes que sentir muy orgullosa de Edward —continuó Esme—. ¿No te parece que le ha ido muy bien?
Isabella miró a Edward, que estaba sentado a su lado. Su aspecto era relajado.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—¿No te lo ha dicho? —el rostro de Esme estaba resplandeciente—. Ahora tiene su propia empresa.
Isabella se volvió para mirar a Edward.
—¿Tu propia empresa? No entiendo.
Edward se encogió de hombros.
—Estuve yendo a clases nocturnas, aprendiendo la parte técnica de la construcción. Empecé remodelando casas hasta que ahorré un pequeño capital para comprar una. Después sólo fue cuestión de vender las casas viejas remodeladas y comprar otras. También he hecho algo de construcción.
—Oh, Edward. Es maravilloso.
—Dudo que a tu padre le hubiera impresionado.
Las palabras de Edward resonaron en el comedor como un eco interminable. Su padre. Sí, la influencia de su padre seguía presente en sus vidas. ¡Qué distintas habrían sido las cosas sin su interferencia!
—¡Isabella! ¡Es verdad, estás aquí!
Isabella levantó la cabeza y vio a Alice que corría hacia ella.
—Cuando mamá me lo dijo no podía creerlo —abrazó a Isabella y después giró la cabeza—. Jasper, ven a conocer a Isabella.
Un hombre alto y rubio había entrado detrás de Alice y contemplaba la escena con una sonrisa en los labios.
—Hola, Isabella —dijo con una inclinación de cabeza—. Me alegro de conocerte por fin.
Esme señaló dos sillas vacías.
—Sentaos, sentaos. Llegáis a tiempo para un poco de tarta y de helado.
—Oh, no, mamá, no puedo. Tengo que vigilar lo que como.
Isabella miró a su amiga, tan delgada como siempre, sin comprender.
—No te habrás puesto a régimen, Alice, ¿verdad? —dijo su madre, preocupada.
—No, no —rió Alice—. Pero todavía sigo teniendo náuseas por la mañana, y he descubierto que me encuentro mejor cuando ceno poco por la noche.
Isabella miró al resto de la familia.
—¿Todo el mundo lo sabe menos yo?
Todos estallaron en carcajadas.
—Alice insistió en que quería ser ella quien te lo dijera. Creo que no lo hemos hecho del todo mal, me refiero a lo de ocultar el secreto —explicó Esme.
—Oh, Alice, me alegro mucho.
Retazos de conversaciones pasadas acudieron a su memoria. Las dos querían tener muchos hijos, y en ese momento todo daba la impresión de que Alice estaba en camino de realizar sus sueños. Isabella sintió una punzada de envidia. Miró a Edward y se encontró con sus ojos verdes y penetrantes clavados intensamente en ella. Bajó los ojos, incapaz de mirarlo.
Hacía tiempo ellos dos también habían hablado de la familia que tendrían algún día, pero eso sucedió en otra vida, antes de que ella decidiera dedicarse a cuidar a los hijos de otras personas.
—Vas a ser abuela, ¿no? —dijo a Esme.
—Sí —rió la mujer—. Y estoy impaciente…
Nadie mencionó que Edward, por ser el mayor, debería haber sido quien le diera el primer nieto a su madre. Isabella se miró las manos, que se retorcía nerviosamente sobre el regazo.
Edward le tocó levemente las manos con la suya, como para tranquilizarla, y ella alzó los ojos, sorprendida. Lo que vio en su rostro decía claramente que él también recordaba sus planes.
La conversación continuó con anécdotas divertidas sobre los primeros pasos de Alice e Isabella en la cocina. Después de recoger la mesa, pasaron al salón, donde Isabella se sentó en medio de Edward y su hermano menor.
Edward le pasó el brazo por los hombros, con naturalidad. Ella sonrió. Edward parecía reclamar, en silencio, sus derechos sobre ella. ¿Cómo había podido permanecer lejos de él durante tanto tiempo sin ni siquiera intentar averiguar si podía salvarse algo de lo que había habido entre ellos?
—¿Estás lista para irnos? —preguntó Edward más tarde, después de que Alice mencionara que tenía que volver a casa a descansar.
—Nunca estoy lista para irme de esta casa —sonrió ella. Se levantó y abrazó a Esme—. Pero tengo que volver a casa. Ha sido maravilloso verlos a todos de nuevo. Muchas gracias por la cena.
—Vuelve cuando quieras —le dijo Esme, abrazándola—. ¿Qué vas a hacer el día de Navidad, Isabella?
—La verdad es que aún no hemos hablado del tema. Mi hermano está muy ocupado con su trabajo, y apenas está en casa, y mi madre tampoco. Sigue trabajando con varias organizaciones benéficas, y no ha dicho nada sobre nuestros planes.
—Bueno, si quieres puedes venirte con nosotros. El día de Nochebuena cenaremos aquí y después iremos todos a la misa del gallo —explicó Esme. Miró a su hijo mayor—. Tú pensabas venir, ¿verdad, Edward?
—Claro, mamá. Siempre paso la Navidad contigo, ¿no? —dijo él, abrazándola.
Una de las cosas que Isabella siempre había admirado de la familia Cullen era la facilidad con que expresaban su afecto. Ella nunca había visto a su padre, ni siquiera a su hermano, abrazar a su madre. Y no recordaba la última vez que su hermano o su madre le habían
dado un beso. Edward condujo en silencio hasta la casa de los padres de Isabella, situada en las colinas al oeste de la ciudad desde la que se divisaba todo Forks.
—Ya no vives con tus padres —dijo ella, rompiendo el silencio.
Edward la miró durante un segundo y enseguida volvió a mirar a la carretera.
—No. Vivo en una de las casas que estoy remodelando.
—¿Podría verla? —preguntó ella.
—¿Ahora?
Isabella sintió que se le disparaba el corazón. Se preguntó qué pensaría Edward que había querido decir. Ni ella misma estaba segura. Quizá tan sólo llenar el silencio y la tensión que apareció entre ellos tan pronto como se encontraron solos.
—No creo que sea una buena idea —dijo ella, consciente de que estaba admitiendo mucho más de lo que hubiera deseado.
Edward no contestó; continuó conduciendo hasta la casa de los Swan. Al llegar, en lugar de aparcar delante de la puerta principal, Edward continuó hasta la puerta de atrás. Apagó los faros y el motor.
—Si de verdad quieres ver mi casa, te puedo llevar mañana, después del trabajo.
—Me gustaría mucho —dijo ella, sin poder ver la expresión de su rostro debido a la oscuridad reinante en el jardín.
Edward miró el garaje, la piscina, la casa.
—Esto me parece conocido, ¿verdad? Traerte a casa así, pensando en no despertar a tus padres.
—Tienes que admitir —dijo ella, sonriendo—, que este coche es bastante más silencioso que la vieja camioneta o que la moto.
—Cierto. Dudo que nos haya oído llegar nadie.
Se quedaron mirando en silencio. Edward le puso una mano en la mejilla y le acarició el labio con el pulgar.
—Te he echado de menos —dijo por fin.
—Yo también. Pero pensaba que no querías volver a verme.
Edward le acarició el lóbulo de la oreja y bajó la mano por su garganta.
—¿Por qué pensabas eso?
—Por lo que pasó. Porque no volví a saber de ti.
Él le alzó la barbilla, e Isabella no tuvo más remedio que mirarlo a la cara. A menos que cerrara los ojos. Era una idea tentadora: cerrar los ojos y besarle. Pero tenía que saber por qué él no se había puesto en contacto con ella. Isabella le había pedido a Alice que le dijera a Edward que le escribiera, pero no había obtenido respuesta de ninguno de los dos.
Edward la besó levemente en la sien.
—No podía ponerme en contacto contigo. Era parte del trato.
—¿Qué trato? —Isabella no comprendía a qué se refería.
—El que hice con tu padre.
—No sé de qué estás hablando.
—No me extraña.
—¿Te dijo que me dejaras en paz?
—¿Qué esperabas de él? Nunca me aceptó y me dejó muy claro que no aprobaba nuestra relación, sobre todo la última vez que te vi.
Isabella enrojeció de vergüenza, sin poder disimularlo. ¿Cuántos años llevaba ella intentando olvidar aquella última vez con Edward?
—Estaba muy asustada.
—Lo sé. E incluso entendí tu reacción. Pero me dolió.
Isabella le puso una mano en el brazo.
—Yo no quería hacerte daño, Edward. Por favor, créeme.
—Lo sé. Y eso lo comprendí entonces también. Eras muy joven y te encontraste ante una decisión que no estabas preparada para tomar.
—Tienes razón.
Isabella quería que la besara, que la abrazara y le dijera que sus sentimientos por ella no habían cambiado. Pensó que si Edward le pedía que se quedara en Forks, lo haría sin dudarlo un minuto.
Edward se inclinó hacia ella y depositó un suave beso sobre sus labios.
—Será mejor que entres. Es tarde. ¿Quieres que venga a buscarte pronto para que veas mi casa antes de que oscurezca? —preguntó él—. Después podemos cenar juntos.
Isabella sonrió.
—Estaré preparada cuando tú digas.
Edward bajó del coche y le abrió la puerta.
—Quiero que sepas que te agradezco mucho que me hayas llevado a ver a tu familia —dijo ella, bajando del automóvil—. Estar con ellos me ha hecho recordar un pasado feliz.
—Sí, yo casi me había olvidado de lo mucho que les tomábamos el pelo a Alice y a ti.
Llegaron al porche y se detuvieron.
—Duerme bien —dijo él, abriéndole la puerta para que entrara—. Hasta mañana.
—Tú también —dijo ella, y se metió en el interior de la casa.
Isabella subió lentamente las escaleras que llevaban al primer piso, a su dormitorio, recordando con toda claridad las últimas navidades que había pasado en Forks.
Después de lavarse y cambiarse de ropa, se tendió en la cama y se cubrió con las mantas.
Edward se comportaba con ella de forma totalmente natural, como si se sintiera cómodo, como si su presencia no le afectara en lo más mínimo. ¿Era ella la única que sentía la tensión que parecía aprisionarla cuando estaba cerca de él?
Los recuerdos del pasado se apoderaron por completo del presente.
Sitio, ahí sigue habiendo amor, no tardes con el siguiente capítulo, me encanta la historia
ResponderEliminarSaludos y besos 😘😘😘
Muchas gracias por el capítulo
ResponderEliminarO nena ameeeeeeee el cap graciasssss y si se ve amor en ellos todavía gracias emosionada X leer pronto un nuevo cap graciasssss gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias
ResponderEliminarme encanta, gracias por esta historia.
ResponderEliminarTan poquito??? Jeje preparada para el siguiente, linda historia �� silmonianos para ti!!!
ResponderEliminarEdward la ama Charlie lo alejo ahora Bella ya puede estar con el OMG me encanta 😘❤ gracias sigue x favor
ResponderEliminarQue trató tendría con Charlie??? Sólo espero que puedan volver a estar juntos, parece que los.de verdad se quieren!!!!
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
gracias me encanta la historia.
ResponderEliminar