―¿Todavía te molesta el tobillo? ―preguntó Edward con impaciencia―. ¿Por qué me lo has dicho?
―No ―replicó tranquila ―. Sólo me da alguna punzada de vez en cuando.
―Entonces ¿qué te pasa? ¿Por qué no me contestas?
―No es nada. Bueno, esas rosas se arreglarán con una buena poda, pero julio es el mejor mes para hacerlo.
―¿Y el podar los rosales está en tu lista de habilidades?
Bella decidió ignorar la burla que encerraba su pregunta.
―Sí, he podado algunos rosales ―dijo tranquila―. Alguna vez, hasta pensé en estudiar horticultura.
―Entonces ¿por qué no me quieres ayudar? Pensaba que este jardín sería un reto para cualquier horticultor.
―Sí quiero ayudar. Lo que pasa es que no he dormido muy bien esta noche, eso es todo.
―¿Por alguna razón en especial?
―No. Sally y Ben están encantados ―miró a los dos niños que jugaban como dos cachorrillos en el césped.
―Sí, están felices ―dijo secamente―. Creo que dejaremos lo del jardín para otro día.
―¡No! ―exclamó Bella involuntariamente―. Quiero decir que podríamos... de acuerdo, sí, tengo que admitir que desde que llegué aquí me muero de ganas de meter las manos en este jardín. Pero necesitaría un par de hombres fuertes y mucha agua.
―Cuenta con ello ―comentó.
―Bien. Creo que Sally y Ben nos están llamando.
Cuando se dirigía hacia donde estaban los niños, los ojos se le llenaron de lágrimas.
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El tiempo empeoró al día siguiente. El frío viento del oeste, soplaba y cubría todo de polvo rojo. Aunque Bella y los niños permanecieron dentro de la casa todo el día, el rugir del viento alrededor de la casa fue suficiente para alterar sus nervios. Por la tarde, Ben y Sally se mostraron caprichosos, irritables y desobedientes y Bella empezó a ponerse muy nerviosa.
Cuando finalmente se le acabó la paciencia, metió a los niños en su habitación con la advertencia de que se portaran bien o si no.
―¿O si no...? ―Edward la encontró en el pasillo después de que hubiera cerrado de un portazo la puerta de la habitación de los niños.
―Eso ―dijo furiosa.
―No es lo que esperaba de una reconocida maestra y educadora. No creo que ésa sea la mejor forma de enseñar a los niños ―explicó con mirada insolente.
Bella apretó los dientes.
―De momento no les estoy enseñando nada. Si fuese su madre, sería más dura con ellos.
―¿Quieres decir que les pegarías y los enviarías a la ama sin cenar? ―sugirió.
Bella se mordió el labio. No tenía ganas de alargar aquella discusión.
―Mi querida Bella. Necesitas un descanso reparador y reconfortante. Y es una pena que no quieras extender tu relajación a otros aspectos de tu vida.
Bella lo miró enfadada.
― No sé lo que quiere decir ―contestó mordaz―. Ni quiero que me lo explique, así que no desperdicie su tiempo conmigo, señor Cullen. ¿Ahora, me permite pasar?
―Sólo un momento ―murmuró―. No es tan fácil deshacerse de mí como de dos niños traviesos, señorita Swan y además soy yo el que la contrata.
―Si piensa que eso tiene la más ligera importancia para mí en este momento, se equivoca.
Edward la agarró de la muñeca.
―Bien, entonces tendré que apoyarme en el hecho de que soy más fuerte que tú, ¿no crees?
―Suélteme ―murmuró y trató de soltarse, pero fue inútil.
―Me sorprende la cantidad de energía que cabe en un cuerpo tan pequeño, Bella ―se maravilló―, y no, no voy a soltarte hasta que me dejes decirte, que...
―Si tiene algo que ver con mi forma de tratar a los niños, no se moleste.
― Bueno, ¿y por eso estás tan enfadada? ―esbozó una sonrisa ―, pero en mi opinión habría una forma para olvidar nuestras frustraciones de un día como éste. Podríamos dejar a los chicos al cuidado de la señora Mallory y acudir a cierto lugar privado, como mi habitación, por ejemplo. Encender la chimenea, cerrar las cortinas y desnudarnos.
―Usted... usted...
―Creo que te he dejado sin habla, Bella Swan.
―¿Por qué me hace esto?, ¿por qué no me deja en paz?
―Tú sabes por qué, Bella ―le soltó su muñeca abruptamente y Bella se la frotó. Entonces, Edward volvió a agarrarle la muñeca y observó las marcas rojizas que le había dejado en ella―. Lo siento. No quería hacerte daño.
Bella exhaló un tembloroso suspiro y, cuando Edward la soltó, huyó a la seguridad de su habitación. Una vez ahí se tapó la cara con las manos y se apoyó en la puerta. Trató de borrar entonces las imágenes que Edward había sido capaz de evocar con sus palabras, el reconfortante oasis de paz, de...
―¡No! ―murmuró ―. Que tenga la fuerza de resistir esto, ¿por qué me resulta tan difícil? ―se preguntó a sí misma y se alejó de la puerta. Luego se sentó, desolada en la cama―. Porque ningún hombre le ha atraído nunca tanto como él y porque... es diabólicamente listo... ―murmuró para sí con impaciencia.
La verdad del asunto era que a ella también le gustaba Edward Cullen cuando no se ponía insoportable; le gustaba y lo admiraba. Entonces, ¿qué podía hacer? Se levantó y caminó por la habitación.
Lo que hizo como medida temporal fue decirle a la señora Mallory que le dolía la cabeza y que aquella noche cenaría algo ligero en su habitación.
Al día siguiente, no vio a Edward hasta la hora de la cena, durante la que procuró desviar la conversación en todo momento hacia temas impersonales. Después de que la señora Mallory les sirviera el café en el salón, le preguntó:
―¿Tiene noticias de Rosalie?
―No, ¿por qué? ―la miró con frialdad e indiferencia.
«No te enfades, Bella», se advirtió a sí misma.
―Porque ahora que Sally y Ben están mucho mejor he pensado en volver a mi casa y empezar las clases. También quiero pasar más tiempo con Riley.
―Bella...
Bella estaba sirviéndose una segunda taza de café. Se volvió y encontró a Edward de pie al lado de la chimenea.
―¿Qué?
― ¡Lo sabes perfectamente!
―¡Lo único que yo sé ― respondió exasperada― es que lleva días queriendo empezar una discusión conmigo y yo no tengo ganas de discutir!
― ¿Empezar una discusión? Mi querida Bella, tú y yo no hemos dejado de discutir desde la primera vez que nos vimos.
―No por mi gusto ―dijo tensa.
― ¡Oh, sí, aquí están! ― la señora Mallory entró en el salón―. Sólo he venido a decirles que ya me voy a acostar y que los niños están profundamente dormidos, así que tienen toda la casa para ustedes ―dijo, con inconfundible complicidad.
Edward se despidió de la señora Mallory con una divertida sonrisa.
―Bueno, ya tienes tu bendición, Bella, ¿qué más necesitas?
Al oír sus palabras, a Bella se le resbaló un poco la cafetera de modo que derramó unas gotas de café caliente que le cayeron en la mano y soltó un grito.
―Tontita ―gruñó Edward, corriendo a su lado―. ¡Déjame ver la mano!
―No... es nada.
Pero él le sujetó la mano con firmeza y examinó la pequeña quemadura.
―Tienes razón, pero no te vendrá mal que te ponga algo. Pero antes, voy a hacer algo que los dos estamos deseando.
Bella lo miró a los ojos y sintió que el corazón le latía apresuradamente. Un segundo después, Edward inclinó la cabeza y la besó.
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―¿Por qué no me lo has dicho? ―Bella se movió. Tenía la cabeza apoyada en el hombro de Edward y su pelo se esparcía por su pecho. Sólo cinco minutos antes Bella había alcanzado cumbres de placer desconocidas hasta entonces para ella.
―¿Importa?
Edward deslizó la mano por su pelo.
―Supongo que, en cualquier caso, debería habérmelo imaginado.
Bella se sentó y se volvió a mirarlo. La habitación estaba en penumbra, iluminada solamente por el fuego, que teñía de oro sus cuerpos desnudos.
―Yo no quería que hubiera motivo para reservas; quería ser responsable de lo que hacía, por eso no te he dicho nada.
― Está bien, pero deberíamos haberlo compartido.
―No creo que así hubiera sido mejor. No me has hecho daño. Eres fantástico.
Edward sonrió.
―¿Cómo te sientes ahora?
―Tengo sueño.
―Entonces, durmamos.
―No. Quiero volver a mi habitación.
―Hay mucho tiempo para eso. Confía en mí.
―Pero la señora Mallory se levanta al amanecer, por eso se acuesta tan temprano. También los niños.
―Yo me levanto más temprano todavía. De hecho, rara vez duermo más de cinco o seis hora.
Edward subió las sábanas y volvió a abrazarla y el último pensamiento de Bella antes de quedarse dormida, fue que al día siguiente tendría que enfrentarse a las consecuencias de sus actos, pero que en ese momento, quería disfrutar de todo lo que la estaba pasando.
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Tal como había prometido, Edward se despertó muy temprano. Bella se sintió acariciada y tembló. Luego deslizó las manos alrededor del cuello de Edward. Era la segunda vez que hacían el amor y Bella sintió su cuerpo renacer bajo las expertas caricias de Edward.
―Oh...
Su voz era apenas audible. Bella empezó entonces a acariciarle la espalda a
Edward.
―¡Qué delicia! ―murmuró él y la abrazó con fuerza, estremeciéndose de placer.
Un brillo malicioso iluminó los ojos de Bella.
―Nunca hemos estado más de acuerdo.
―Ah, pero ahora ya he descubierto la forma de que estés de acuerdo conmigo, señorita Swan.
―Comentario típico de un hombre ―respondió con gravedad, pero con risa en sus ojos.
―Me temo que tengo muchas cosas típicas de los hombres.
Bella rió abiertamente.
―¡Siempre lo he sabido!
―Lo que me resulta odioso es tener que dejar que te marches. ¿Tanto te preocupa lo que puedan pensar?
―Sí ―dijo con firmeza―. Por favor Edward, déjame irme.
―Pero hay cosas de las que tenemos que hablar, Bella.
―Lo sé... pero ―titubeó―. ¿Podrías dejarme espacio para respirar?
―Con tal de que ―frunció el ceño―, no utilices ese espacio para pensar que tienes algún motivo para arrepentirte de lo que has hecho.
―No. No voy a arrepentirme de esto en toda mi vida.
Edward la besó la mano con delicadeza y la miró como si fuera a decirle algo, pero luego cambió de opinión y comentó:
―No te he puesto nada en la quemadura.
―Ya lo había olvidado. ¡Oh! ―levantó la cabeza al oír ruidos en la cocina.
―No te asustes ―dijo burlón―. Tarda media hora en encender el fuego y tú sólo te quedarás un minuto más ―se puso de pie, se puso los pantalones y un suéter―. Tú lleva la ropa, yo te llevaré a ti ―antes de que pudiera protestar, la envolvió en la sábana, le puso sus gafas y la llevó a su habitación. Una vez allí, le preguntó―: ¿Por qué no te pasas la mañana durmiendo, señorita Swan? Te lo mereces. Yo inventaré algo para que nadie se acerque a tu habitación.
Bella esbozó una temblorosa sonrisa.
―Eres muy dulce, ¿lo sabes, señor Cullen?
―No muy a menudo, desafortunadamente, ―la besó―. Te veré más tarde.
Bella suspiró una vez más. Edward salió de la habitación; después ella se quitó las gafas, abrazó la almohada y, en unos minutos, se quedó profundamente dormida y así siguió por espacio de dos horas, durante las cuales se perdió la triunfal llegada de Rosalie y Emmett.
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A las nueve, se levantó, se duchó y se vistió y salió de su habitación dispuesta a enfrentarse al mundo, pero cuando pasó por el comedor, vio que éste estaba lleno de gente. Observó a Rosalie, que estaba radiante; Sally y Ben felices y sentados encima de un hombre desconocido para ella, a Edward y finalmente Ángela Weber. Fue Ángela quien la vio primero.
Antes de que Bella pudiera responder, Edward se puso de pie y caminó hacia ella.
―Ven y únete a la reunión ―se volvió hacia Emmett―. Emmett, ésta es Bella Swan, Bella, Emmett y Rosalie han arreglado su... bueno, puedes verlo por ti misma ―repuso haciendo que Rosalie se sonrojara. Emmett le sonrió―. Y han venido esta mañana para darnos la noticia. Y ―Edward continuó―, como no creo que encuentre un momento mejor para hacerlo, voy a daros una buena noticia: Bella y yo vamos a casarnos.
Un absoluto silencio acogió sus palabras. Después. Ángela soltó una carcajada escalofriante. Cuando terminó le dijo a Edward:
―Querido, ¿de verdad crees que debes casarte? Perdóname por decirlo, pero, ¿qué lograrás? No puede dejar de pensar que a la larga eso va a hacerle mucho más daño a Bella que a mí.
―Te equivocas, Ángela ―replicó Edward. ―porque la última cosa que yo haría sería herir a Bella.
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―¿Cómo...? No entiendo cómo has podido ―le decía Bella diez minutos más tarde―.
Estaban los dos encerrados en el estudio de Edward.
Edward la llevó hasta una silla y usó el intercomunicador para llamar a la señora Mallory, que unos minutos después llegó con una tetera y pan tostado. La señora Mallory le dirigió a Bella una dura mirada y dijo:
―¡Escuche: no deje que esa gata salvaje de ojos verdes la convenza!
―Gracias, señora Mallory ―dijo Edward.
La señora Mallory se encogió de hombros y salió.
―Esto se está convirtiendo en una farsa –repuso Bella con desesperación.
―No ―sirvió el té y le ofreció pan tostado―. Y no digas nada más hasta que hayas comido algo.
―Yo... está bien, pero... ¿cómo has podido? ―repitió.
Edward se sentó en el borde del escritorio y esperó a que Bella se terminara media rebanada de pan tostado.
―Porque es lo que pensaba hacer después de haber hecho el amor contigo anoche.
―Pero no puedes... no puedes casarte conmigo contra mi voluntad.
―¿Contra tu voluntad Bella?
―Yo no tenía intención de llegar a esto, Edward. Lo de anoche lo hice porque me pareció inevitable... yo... quería hacer el amor contigo ―dijo con valor―, pero yo no soy la mujer adecuada para ti y quizás lo más importante, tú no eres el hombre más apropiado para mí.
―¿Por qué? ―preguntó―. ¿Por qué piensas que no haríamos una excelente pareja?
―Básicamente porque soy una persona aburrida ―dijo después de pensarlo bien―, llevo una vida tranquila, no tengo tantas ambiciones como tú.
―Qué te hace pensar que soy una persona ambiciosa? ―preguntó―. Lo único que sí me has visto hacer desde que me conoces ha sido trabajar hasta el cansancio.
―Lo sé, pero siempre he pensado que hay dos Edward Cullen: el ganadero y... otro que es bastante diferente. Y, sin embargo, no hay dos Bella Swan. Me he pasado los últimos años de mi vida demostrándoselo a... se interrumpió y palideció ligeramente.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó y frunció el ceño―. ¿Probando qué y a quién?
―No tiene importancia, pero tú no puedes seguir ocultando tu relación con Ángela Weber a tu probable esposa.
―¿Qué quieres saber?; ¿qué ella ha tratado de arrástrame al infierno un par de veces?, pues así es. Pero todo terminó hace años. Ella ha intentado aprovecharse de la oportunidad que le daba la ruptura de Rosalie con Emmett, para tratar de congraciarse conmigo, pero no le ha funcionado, Bella, no estoy orgulloso de eso ni trato de disculparme, créeme, pero hay veces que los hombres sólo son hombres. La noche de la terraza fue una de ellas. Pero no acepté acostarme con ella.
―Y has decidido castigarla esta mañana por todo lo que te ha hecho pasar diciéndole que ibas a casarte conmigo. Es un poco difícil de creer, Edward ―se puso de pie―. Creo que deberíamos olvidar esto, antes...
―¿Y que lo nuestro haya sido solamente un encuentro fortuito? ―se levantó y la rodeó la cintura con los brazos ―. ¿No tendrá algo que ver tu negativa con esa persona a la que, durante tanto tiempo, has estado intentando demostrarle algo diferente?
―Eso no tiene nada que ver con esto, Edward ―repuso―, has dicho que has tomado esta decisión después de haber hecho el amor conmigo, ¿por qué?
―Tú has dicho también que eras aburrida y la verdad es que no fue nada aburrido dormir contigo anoche. De hecho, la manera en que lo hiciste.
―No tuvo nada de especial.
―Lo sé. Por eso mismo fue toda una revelación.
―¿Porque era virgen? ―susurró.―¿Por eso...?
Edward la acarició y ella advirtió algo desapacible y amargo en su mirada.
―Porque no tienes idea de cuánto te necesito, Bella.
―Edward..
―No digas nada, Bella.
Cinco días después, estaban casados.
Así que, aun cuando se negaba, Bella se terminó Casandra con Edward.... Y los dos ahora están juntos, igual que Rosalie y Emmett.... Ahora creo que Angela les hará la vida imposible :(
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
A eso se le llama saber qué es lo que se quiere y no perder el tiempo. Aunque no creo que sea todo tan fácil. Probablemente, esto sólo sea el principio de las artimañas de Ángela.
ResponderEliminarBueno el amor es de locos y s nobaprobechas cuando llega puede irse y no saber lo que son las mieles del amor mejor un minuto a no saber k es ser amado.
ResponderEliminarNos seguimos leyendo.