―Bella, Bella, ¿puedo hablar contigo?
―Por supuesto, Rosalie, entra ―Bella estaba en su casa.
Y mientras Bella preparaba el café, Rosalie había empezado a explicarle angustiada:
― Estaba en una difícil situación, Bella. Edward es mi hermano y Ángela mi mejor amiga. Por otro lado, tú has sido tan buena con mis hijos.
―No tienes que explicar nada, Rosalie.
―Sí, pero quiero explicártelo y Emmett está de acuerdo conmigo. Mira, yo sabía que Ángela… bueno, probablemente no tengo que decirte que pensaba que ella y Edward se iban a reconciliar.
―Sí, él me lo ha contado.
Rosalie pareció aliviada.
―Estuvieron comprometidos. Parecían la pareja ideal, pero sucedió algo y creo que Edward nunca la perdonó, aunque, pero de cualquier manera, cuando Emmett y yo discutimos, Ángela fue un gran consuelo para mí. Yo pensé que la chispa volvería a encenderse entre ellos de nuevo y ella pensaba lo mismo. ¡Qué equivocadas estuvimos! Pero lo que yo he venido a decirte a nombre mío y de Emmett es que como esposa de Edward tú tendrás nuestro afecto y apoyo.
―Gracias, Rosalie. Te lo agradezco. ¿Sabe Edward que has venido?
―¡Oh, no!. Él me ha dicho que no era asunto mío y se acabó. Él... yo... Oh, bueno, me molestó cómo echó a Ángela de la hacienda ayer por la mañana. Emmett dice que estoy equivocada en eso, pero bueno, tú tienes que estar de acuerdo en que era una situación muy difícil para mí.
―Por supuesto. Pero no te preocupes por eso ahora. Yo estoy encantada de que Emmett y tú os hayáis reconciliado. Ahora sólo tienes que pensar en él y en tus maravillosos hijos.
―Oh, gracias, Bella.
La señora Mallory también le había felicitado en cuanto se había enterado de la noticia.
―¡Es lo mejor que puede hacer! ―le había dicho.
―Gracias, señora Mallory, pero hace sólo unas semanas usted me recomendaba a Jasper Whitlock.
―Olvídese del veterinario, el patrón es mucho mejor para usted.
―Sólo por curiosidad ―le había preguntado Bella―, dígame, ¿por qué está tan segura?
―Porque ese hombre la hará cobrar vida, por eso, Bella. Aunque usted piense que no es el hombre más adecuado para usted.
La puerta se abrió y Bella se volvió desde la ventana. Edward no se acercó a ella inmediatamente. En vez de eso la estudió en silencio. Bella llevaba el sencillo pero bonito vestido azul de falda larga; el único vestido bueno que tenía.
―¿Y bien señora Cullen?
―¿Y bien señor Cullen? ―respondió no muy convencida.
―No me gusta verte así, Bella.
―¿Cómo?
―Abstraída, como Alicia en el País de las Maravillas.
Creo que yo soy demasiado mayor para parecerme a ella, Edward ―ladeó la cabeza cuando Edward se detuvo frente a ella.
―No ―le acarició la mejilla con las yemas de sus dedos― No para mí. Bella, temo que estés todavía enfadada conmigo por… por haberte forzado a este matrimonio.
―Tú no me has forzado, Edward.
―¿Te seduje entonces? ¿No es ésa la razón por la que no has querido que volviéramos a acostarnos hasta después de la boda? ¿Por eso has pasado los últimos cinco días en tu casa?
―No ha sido por eso sino para guardar las apariencias.
―Pues bien, las has guardado plenamente.
―Sí. Edward.
―Bella, mírame. ¿Por qué no me dejas demostrarte lo buen marido que puedo ser? En otras palabras, ¿por qué no dejas de preocuparte y empezamos lo que durante tiempo he estado esperando?
―Sólo si me dejas decirte algo antes ―susurró―. He tratado de decírtelo durante días, pero ―hizo un gesto de impotencia con la mano―. Me he acostado contigo y luego me he casado contigo, pero hay cosas entre nosotros que yo desconozco. Yo te creí cuando dijiste que me necesitabas y me di cuenta de que yo tenía también mis propias necesidades. Recuerdo cuando dijiste que haríamos una pareja excelente. Tú me has demostrado que muchas cosas que me importan a mí, como lo de Riley Witherdale, por ejemplo, significan algo para ti también. Yo, al igual que tú, adoro este lugar y esta vida.
―Y ya que hablamos de eso ― repuso él―, creo que deberíamos aclarar aquello que dijiste sobre que yo era demasiado ambicioso, Bella. Tú eres una persona muy educada y culta y, a pesar de tu afinidad con la gente del campo, tú no estarías para nada fuera de lugar en la alta sociedad.
―¿Cómo lo sabes…? Mejor dicho, ¿qué quieres decir?
―Creo que es obvio.
―Quizá, pero lo que yo estaba intentando decirte antes de que cambiaras de conversación es que, a pesar de todas las razones por las que me he casado contigo, ninguna de ellas contaría si alguna vez llegara a pensar que te sientes atado a mí y en esas circunstancias lo menos doloroso que podrías hacer por mí, sería... romper las ataduras.
―Así que no confías en mí, pero has decidido casarte conmigo de todas maneras. Edward, estoy intentando decirte que tú no tienes la culpa de que me haya enamorado de ti.
―Ésa es la mejor noticia que he tenido en toda la mañana Bella.
― También quiero decirte que tú no eres responsable de que yo fuera virgen, y que si alguna vez decides volver con Ángela, sepas que al casarme contigo yo he sido consciente de esa posibilidad.
―¿Qué te hace estar tan segura?
―No digo que esté segura ―suspiró―, pero bueno, tú mismo has dicho alguna vez que tengo demasiado sentido común.
―Ya no pienso así ―dijo con gravedad.
―¿Por qué?
― Por tu forma de hacer el amor. Aquello no tuvo nada de sensatez.
―¡Edward! Siempre volvemos a lo mismo ―dijo Cada vez que trato de hablar contigo tú… tú…
―¿Lo recuerdo? ―sugirió.
―¡Sí! Y peor aún...Besos, abrazos... todas esas cosas.
―¡Edward…!
―Qué sinvergüenza soy. Ya te dije que era un hombre difícil.
―¿Pero no entiendes que eso me hace preguntarme si yo soy…?
―¿Si tú eres qué, Bella?
―Nada… nada. ¡Mira, estás haciendo que esta conversación sea imposible!
―Es que ésta es mi noche de bodas ―dijo como distraído.
Bella se ruborizó y Edward continuó.
―O quizá sea porque es la primera vez que estamos realmente solos. A propósito, la señora Mallory me ha dicho que incluso podíamos jugar al escondite desnudos si nos apetecía.
―No ha podido decirte eso.
―Claro que sí, después de algunas copas de champán, lo admito, pero ha sido su manera, creo, de hacerme saber que tú estabas siendo el centro de atención de todo esto y que posiblemente estarías un poco inhibida. Aunque yo no necesitaba que me lo dijera.
Bella frunció el ceño, asombrada, y luego se llevó una mano a la boca para silenciar una repentina carcajada.
―Así está mejor ―dijo Edward con voz apenas audible y la abrazó.
―Este vestido ―le preguntó Edward más tarde, cuando estaban sentados uno al lado del otro en el borde de la cama agarrados de la mano―. ¿Lo has hecho tú?
―No... ¿Por qué me lo preguntas?
―Porque al verlo he pensado que a lo mejor lo habías hecho tú durante estos cinco días en tu casa.
―No, no lo he hecho. Dudo poder emular a Balmain*, pero no lo había estrenado, así que pensé que sería apropiado.
―¿Quieres decir que te lo trajiste al interior de Queensland por si tenías la oportunidad de casarte?
―¡No! ―protestó―. Lo traje porque me vine con todo lo que tenía, pero ya sé lo que quieres decir, que no va con la imagen de maestra de escuela. En realidad me lo regaló mi padre.
―Corrígeme si estoy equivocado, pero si es de Balmain, probablemente viene de París.
―Exactamente.
―¿No quieres contarme nada de tu padre, Bella?
―No.
―Volviendo al pasado, lo que me preocupa en primer lugar, es si me vas a dejar quitártelo.
―¡Me pregunto si de verdad sientes la necesidad de pedir permiso!
―Es que yo soy un hombre muy educado, señora Cullen ― respondió muy serio.
―En este momento, creo que eres todo lo contrario ―dijo con voz temblorosa mientras Edward le acariciaba suavemente el pezón.
―Y así seguiré mientras no me odies por ello.
―Yo...
Momentos después, Bella correspondía plenamente a sus caricias hasta que ambos alcanzaron el éxtasis.
―¡Oh! ―gimió Bella―. ¿Cómo consigues hacerme sentir así?
―Cariño, tienes una manera única de hacer el amor.
―No creo que sea la mía, sino la tuya –replicó nerviosa.
―Bella, relájate. Creo que los dos somos responsables de esta maravilla.
―Yo… bueno, no sabía que… ―se interrumpió con cierta frustración al no encontrar las palabras más adecuadas.
―Bueno, te voy a decir algo que te va a interesar. A los hombres nos fascinan las mujeres que no anuncian su sensualidad al mundo. Es como si nos gustara que nuestras mujeres fueran especialmente discretas.
―Estoy segura de que debería criticar esa teoría o sugerir algunos cambios, pero de momento no puedo.
Edward se echó a reír, la besó y se acurrucó con ella entre las sábanas.
― Hay cosas de las que deberíamos hablar. Cosas que no tuve oportunidad de hablar contigo antes de casarnos.
―¿Cómo cuáles?
― Como si quieres continuar dando clases en la escuela; si quieres tener alguna información sobre nuestro matrimonio, por ejemplo sobre mis ambiciones en la vida, si vamos a tener dos o diez hijos, ese tipo de cosas ―repuso con gravedad. Luego añadió―: Y a mí me gustaría saber por qué te niegas a hablarme de tu familia.
―No tengo mucha familia. Mi madre murió cuando tenía diez años, y mi padre se volvió a casar. Mi madrastra, era mucho más joven que él y creo que sólo se casó con él por su dinero. Lo único que parecía gustarle a esa mujer eran las fiestas. No creo que le fuera fiel a mi padre cuando estaba vivo y sé que, desde que él murió, hace tres años, ella ha tenido muchos amantes más jóvenes que ella. Cuando acepté este trabajo en Forks ni siquiera le avisé. Estaba tan enfadada con ella.
―¿Así que es a ella a quien le has estado demostrando ciertas cosas, Bella?
―Supongo que sí. Crecí odiando el tipo de vida que ella disfrutaba: las fiestas sin fin, la ropa, los hombres. Crecí intentando no parecerme nada a ella, pero no sé si lo he conseguido.
―Bella, si estás comparando nuestro matrimonio con…
―Lo sé ―dijo―, no hay comparación posible porque ellos no estaban enamorados el uno del otro.
―Sí, entre ellos hubo poca sinceridad y entre nosotros todo es absolutamente sincero ―la miró a los ojos―. De todas formas, todavía no hemos hablado de nuestra vida futura.
―¿Te importaría que siguiera viviendo como hasta ahora? preguntó Bella.
―Con ciertas reservas.
―¿Qué continuara dando clases?
―No me importaría, pero a veces puede causarnos algún problema. Por ejemplo, he accedido a tu petición de que no tuviéramos luna de miel porque hay mucho trabajo pendiente, pero yo no querré dejarte cada vez que tenga que salir fuera, así que sería conveniente que buscáramos otra maestra que pueda sustituirte.
En ese momento, Bella se dio cuenta de la importancia del paso que había dado; hasta entonces no se había dado cuenta de cómo iba a cambiar su vida.
―¿Bella?
―¿Sí? ―contestó un poco temblorosa.
―Créeme. Habrá compensaciones por dejar tu adorada escuela y de todas formas no la dejarás totalmente.
―No…
Edward se apoyó en un codo y la miró.
―Bella, esto funcionará.
Bella continuó mirándolo en silencio hasta que Edward soltó una exclamación y la abrazó con fuerza.
―Funcionó durante dos meses. Te dije que funcionaría.
―Ya lo sé, pero no hace falta que lo repitas continuamente.
― Mi querida Bella ―Edward se abrochó la camisa―, tu vestido de Balmain te está siendo de mucha utilidad.
Se estaban vistiendo para la boda de Bree Witherdale y Bella se miró el vestido un poco preocupada.
―No te importa, ¿verdad? Es que con tantas prisas para terminar el vestido de la novia y el de las madrinas, de pronto me di cuenta de que no tenía nada apropiado para mí, que no fuera esto.
―¿Por qué va a importarme?
―Bueno, porque fue mi vestido de boda.
―¿Y es sagrado?
―Más o menos.
Edward cruzó la habitación para llegar hasta donde ella estaba.
― No, no me importa, siempre y cuando sólo lo uses cuando estés conmigo y que yo sea el único hombre que pueda quitártelo. ¿Sabes que me trae muy buenos recuerdos? ―la agarró de la cintura.
―A mí también ―repuso agitada, mientras lo ayudaba a abrocharse la camisa.
―Hay muchas cosas que se pueden hacer sin decir nada ―musitó―, pero que son totalmente satisfactorias.
Bella lo miró y le alisó la camisa.
―Sí, Edward.
―¿Eso es todo?
―No se me ocurre nada más.
―Entonces espero que me lo demuestres con hechos ―susurró mientras empezaba a deslizar las manos por sus caderas.
―Lo haré encantada.
―¿Tienes idea de lo provocativas que son tus caderas?
Bella se ruborizó y se mordió el labio. Le parecía sorprendente que después de tres semanas de matrimonio tuvieran tantas ganas de hacer el amor. Bastaba una mirada o un comentario para que ambos estuvieran deseando encerrarse en su habitación.
―Si crees que pienso que estás dispuesto a esperar hasta que te invite a… a… ―se interrumpió bruscamente.
―¿A que me invites a acostarme contigo?
―Sí. Y sé que no eres capaz de esperar tanto tiempo.
Edward apartó las manos de sus caderas y las entrelazó con las de Bella.
―¡Es terrible vivir con una mujer que me conozca tan bien!
―¡Tampoco creo que sea tan terrible!
Edward empezó a reír y luego dijo burlón:
―Puede que no lo creas, pero estoy destrozado y antes de que sigas hablando...―le dio un apasionado beso.
La boda de Bree fue una extraña experiencia para Bella. Era su primer compromiso juntos, como matrimonio y advirtió algunos cambios en la actitud de los demás hacia ella. No eran menos amistosos, pero había un nuevo respeto. La verdad era que no entendía qué había hecho ella para merecerlo.
La boda de Bree fue todo un acontecimiento y su vestido fue objeto de admiración. El resplandor de Bree logró opacar todas las perlas, Cuando, a la vuelta de la boda, estaban cruzando el jardín de la hacienda, Bella se quitó los zapatos y murmuró:
―Estoy agotada.
―Es el efecto del baile ―dijo Edward, burlón―. No me habías dicho que eras una experta en esas viejas danzas. He tenido que pelearme con toda esa multitud que quería bailar contigo.
―No aprendí a bailar hasta que vine a Forks ―sonrió apenas.
― Tengo un plan señora Cullen. Desnúdate y dúchate; después métete en la cama y ahí me reuniré contigo.
Cuando se reunió con ella, llevaba también una botella de champán francés y un plato artísticamente presentado, con jamón, queso, espárragos y ensalada.
Bella lo miró sorprendida.
―¿Está en casa la señora Mallory?
―La señora Mallory debe de estar ahora debajo de una mesa. No. lo he preparado yo ―dijo refiriéndose al plato―. No sé qué pensarás tú, pero la comida y el champán que suelen ofrecer en las bodas en general, dejan mucho que desear.
―El alcohol puede ser un problema, por eso no suele haber mucho.
― Lo sé. Yo no quería causar problemas, pero he pensado que una copa o dos no iban a hacerle ningún mal a nadie.
―Tienes razón. ― contestó Bella sonriente―. En fin ―continuó con voz soñadora―. Supongo que ya es hora de que te demuestre que no soy una provocativa.
Edward empezó a desabrocharle el camisón.
―Esto no te sentará mal tampoco. Me has hecho sufrir bastante esta tarde.
―¿Sí? ¿Por qué? ― preguntó Bella con aire inocente.
―Porque he tenido que soportar verte bailar con un montón de hombres. Estabas tan guapa con ese vestido que he estado contando los minutos para poder alejarte de ahí.
Bella rió suavemente.
―No sé si tendrá algo que ver el champán, pero a veces dices cosas muy bonitas, Edward.
Edward desabrochó algunos botones más de su camisón y lo bajó para dejar al descubierto sus senos.
― Tengo el presentimiento de que estos dos y mi fascinación por ellos, tiene mucho que ver.
―Tú también tienes cosas que me fascinan.
―Dímelas.
―No creo que pueda. Mira, cuando haces eso ―Edward tenía la cabeza inclinada y le lamía los pezones con la lengua―, se me pone la carne de gallina.
―¿Y sabes cuándo se me pone a mí así? Cuando te arqueas y te estremeces.
― Ahora estás hablando como un poeta. No sé si creerte.
Le bajó el camisón hasta los muslos y continuó acariciándola. Bella respiraba agitadamente. Sabía lo que seguía; sabía que con la más ligera caricia en la parte más íntima de ella gemiría y se arquearía, tal como Edward había predicho.
Edward y Bella tuvieron dos ligeros desacuerdos en esos dos meses. El primero llegó cuando Edward se interesó por el contenido de los armarios que la señor Mallory había enseñado a Bella.
Edward le dijo una mañana: ―No sé si lo sabes Bella, pero hay un tesoro en cristal, plata y objetos de arte guardados.
―Sí... lo sé ―confesó y añadió―. La señora Mallory me lo ha enseñado todo.
Edward arqueó una ceja.
―¿Hace poco?
―No, cuando me torcí el tobillo.
―Bien. No sabía nada. ¿Por qué no los sacas? Muchas cosas eran de mi madre y no me gusta pensar que están guardados bajo llave.
Bella tocó con su dedo el espacio que no muy a menudo ocupaba su anillo de compromiso, un maravilloso anillo de perla y diamante que también había sido de la madre de Edward, y se preguntó cómo iba a explicarle los motivos por los que no le gustaba ponérselo.
―Yo… háblame de tu madre, Edward. Siempre he tenido ganas de saber cosas de ella, sobre todo desde que uso su anillo.
―Casi nunca ―comentó Edward, después de mirar su mano izquierda.
―Me da miedo de perderlo o estropearlo.
―Mi madre ―le explicó Edward―, se parecía mucho a Rosalie. Era muy femenina, pequeña, pero con muchísimo estilo; también era una magnífica anfitriona y cuando no estaba enfadada con mi padre, él la adoraba.
―Como Rosalie y Emmett.
―Creo que tienes razón, Bella ―dijo Edward. Acababan de desayunar, pero estaban todavía sentados en la mesa―. ¿Por qué no quieres sacar esas cosas de las cajas?
Bella desvió la mirada.
―No sé.
―No estarás pensando que voy a echarte y a volver con Ángela, ¿verdad? ―preguntó con aspereza.
―No ―repuso Bella con voz apenas audible ―. Está bien, empezará a sacarlo todo ―la conversación terminó cuando sonó el teléfono.
Bella casi no lo vio el resto del día. No sacó de sus envolturas los objetos porque no tuvo tiempo para hacerlo y esa noche, aunque Edward no dijo nada, ella sintió que había cierta tensión entre ellos, quizá porque ambos estaban cansados. La asombró lo sola que la hacía sentirse aquella ligera tensión. Empezó a revisar los armarios al día siguiente, que era sábado. Cuando Edward llegó a casa esa noche después de haber pasado otro cansado día marcando el ganado, éste vio algunos de los hermosos adornos colocados por la casa, pero no dijo una palabra.
«No empieces a pelear por esto, Bella», se advirtió a sí misma, «muchas de las discusiones de los matrimonios son por trivialidades y tonterías...»
―¿Quieres venir a sentarte a mi lado, Bella y decirme qué te preocupa?
Estaban tomando un aperitivo en el salón y, después de un ligero titubeo, Bella tomó su copa y fue a sentarse a su lado.
―Nada.
―¡No me mientas! ―exclamó―. Ahora ya estoy convencido que no es cierto ―la miró pensativo.
Bella movió la cabeza enfadada.
―¡No sé cómo puedes estar tan seguro!
―Porque lo noto en tu expresión, en tu espalda particularmente erecta, y ahora en tu forma de mirarme; todo eso me dice que te mueres por soltarme cuatro verdades. Como puedes ver, tengo alguna experiencia.
Bella hizo una mueca y dijo: ―Esta expresión no me sienta muy bien, ¿no crees?
Edward empezó a reír, pero se interrumpió muy bruscamente. Luego respiró profundamente y exhaló el aire con lentitud. Bella se volvió hacia él inmediatamente.
―¿Qué te pasa? ―le preguntó asustada.
―Nada.
―Sí ―insistió―. A ti te duele algo.
―Sólo un poco, pero ya se pasará ―dijo reacio. Bella dejó su copa en la mesa y se puso de rodilla, en el suelo, enfrente de él.
―Edward. ¡Dime qué tienes!
―No es nada, Bella. Me he caído cuando estaba corriendo detrás de un animal esta tarde y me he hecho daño en las costillas. No ha sido nada, de verdad. Puedo asegurarte que lo que más me ha dolido ha sido el orgullo.
―Déjame ver.
―Bella…
―Edward Cullen, ¡por una vez en tu vida has lo que se te dice!
―Sí, señora.
―¡No me importa que no te hayas fijado en los adornos! ―le decía diez minutos más tarde durante los cuales Edward había hecho todo lo posible por cambiar de tema de conversación ―. Edward, ¿estás seguro de que no tienes rota alguna costilla? Tienes un moratón espectacular en la espalda ― pasó suavemente los dedos por su espalda.
―No, no lo creo.
―¿Pero cómo puedes estar seguro?
―Porque me dolería más, Bella. ¿Me harás el favor de no hacer ningún escándalo?
―Túmbate en la cama y consultaré a la señora Mallory. Ella conoce un montón de remedios antiguos y sabrá lo que te conviene.
Edward gruñó y empezó a protestar, pero Bella estaba decidida. Más tarde, esa misma noche, cuando estaban en la cama le preguntó.
―¿Cómo te sientes ahora?
―Terriblemente.
―Edward…
Se sentó asustada y lo miró. Un brillo malicioso iluminaba sus ojos. Inmediatamente se tranquilizó y le dirigid una mirada reprobadora.
―Bueno, no por las costillas ―le explicó Edward―, sino por la ausencia de caricias y amor.
―Eres un farsante.
―¡No lo soy! ―se sentó y la miró indignado―. No ves que no estoy tan mal.
Bella sonrió.
―De acuerdo. Túmbate otra vez y veré qué puedo hacer.
―Eres adorable ―dijo Edward somnoliento unos minutos después mientras ella lo acariciaba―. Siento no haberme fijado en los adornos.
―Está bien.
―No pareces muy convencida.
―Lo estoy... lo estoy, pero tú... anoche estabas enfadado conmigo por los adornos, ¿verdad?
―Sí, pero ya no.
―Entonces deberías parecer más alegre ―dijo con una sonrisa.
―Lo recordaré ―dijo dócilmente.
Bella sabía que esa docilidad era fingida, pero era incapaz de continuar molesta con él.
Su siguiente discusión fue la que los hizo encontrarse con problemas mucho más serios.
* Pierre Balmain: Fue un diseñador de moda francés de alta costura y de vestuario.
Gracias.. por actualizar..,porfa no demores me tiene muy metida ls historia
ResponderEliminarA mi tb, revisó casi cada día para ver si actualizan,
ResponderEliminarGraciassss graciasssss emosionada X el siguiente cap gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias
ResponderEliminarQue matrimonio más raro jajajaj, No entiendo como se puede llevar así pero parece que a ellos les funciona XD
ResponderEliminarGracias por el capi
Ohhh ya están casados y sacaron a Ángela.... Pero es raro que se traten de esa forma, como si se quisieran solo a veces :S
ResponderEliminarBesos gigantes!!!!
XOXO
Muy buena historia. Me gusta mucho como se ha desarrollado. Gracias por adaptarla y esperando una pronta actualizacion.
ResponderEliminarHola cuando actualizan porfis..,
ResponderEliminarMe gusta la historia..
ResponderEliminarCuándo actualizan??