Solterona Empedernida 8

Era algo extraño; desde el día que Bella había empezado a sacar los adornos que estaban en los armarios, cada vez que hacía el más mínimo esfuerzo, se agotaba. Por otro lado, pronto se encontró con que iba a tener que asumir un nuevo papel. Hasta entonces, aunque estuviera casada con Edward y disfrutara compartiendo su cama, su vida era casi la misma de antes. Un buen día, sin que Bella lo esperara, Edward anunció:

―He puesto un anuncio solicitando un maestro.

Bella se quedó sin aliento.

―Deberías haberlo hablado antes conmigo.

―Pero hay cosas de las que nunca hablamos, ¿o no?

―No sé lo que quieres decir.

―Bueno, no hacemos planes, tú no sabes más de lo que siempre has sabido sobre todas las propiedades de los Cullen, ni siquiera me has preguntado si lo estoy haciendo bien en Forks, o no.

Bella lo miró confundida.

―Estoy segura de que sí. Todo el mundo dice que eres maravilloso.

―Pero eso no tiene nada que ver con los problemas con los que debo enfrentarme cada día, problemas que tú también deberías asumir como tuyos. En otras palabras, tus horizontes se han ampliado. Ya no eres sólo la maestra de doce chiquillos.

Bella lo miró con los ojos abiertos de par en par.

―Lo siento ―confesó―. Tienes razón. No sé por qué, pero he sido un poco negligente.

Edward apretó los labios.

―No, no lo has sido hasta ahora. Tú eres la esposa perfecta en la mayoría de los aspectos, para esta clase de vida, pero esperaba que te dieras cuenta de que tenías que...

―¿Cómo puedo empezar?

―Dejándome contratar otro maestro sin que te enfades por ello. Viniendo conmigo de vacaciones para disfrutar con algo de retraso de una luna de miel; y que me demuestres que si te has casado, vas a tener tiempo suficiente para asumir tu papel de esposa.

―Acepto ―le dirigió una mirada suplicante―. ¿Pero podría ayudarte a escoger al nuevo maestro?

Contuvo el aliento mientras esperaba su respuesta. Edward la miró con aparente seriedad, pero un brillo burlón en los ojos.

―Tenía razón en mi apreciación sobre ti Bella.

―¿Cuándo dijiste que había nacido para maestra?

―Quizá. Lo siento.

Edward entrecerró los ojos y por un momento Bella creyó ver en ellos una expresión de extrema frustración, pero ésta desapareció antes de que pudiera estar segura. Después, para su alivio, Edward alargó la mano hacia ella y le pidió.

―No te pongas así, ven aquí.

Cuando Bella se acercó, la abrazó y pronto desaparecieron todas las discrepancias.

Escogieron a un joven con barba, que cojeaba debido a que tenía una pierna más corta que la otra. Bella pronto descubrió que le apasionaba tanto la enseñanza como a ella y que sabía tratar a los niños de todas las edades. El nuevo maestro era originario también de un pueblo ganadero y empezaría a hacerse cargo de la escuela después de las vacaciones de septiembre que estaban casi a punto de empezar.

―¿Satisfecha Bella? ―le preguntó Edward.

―Sí, lo estoy. Gracias por entenderme.

―Entonces, será mejor que empieces a hacer las maletas.

―¿A dónde vamos?

―A Tennessee unos días, después será una sorpresa.

―No tengo mucha ropa.

―Sí, ya lo he notado.

―¿Y te importa, Edward? ―le preguntó abiertamente. 

―¿Importarme qué?

―Que no me preocupe mucho por la ropa, por el maquillaje y todas esas cosas.

―Al contrario. Es un cambio refrescante y me hace quererte más, Bella ― dijo con una débil sonrisa.

―Yo no no sé lo que quieres decir.

―Bueno, te lo explicaré. Fue tu alma la que me cautivó, no tu físico ni tu ropa.

―¿De verdad? ―dijo con dulzura―. ¿Así que no te hubiera importado que tuviera dientes de conejo, granos y pesara ochenta kilos? Me asombras.

―Ah, bueno, quizá también debería decirte que me pareces una azucena pura, fresca y adorable ―le dirigió una mirada maliciosa.

Bella rió.

―Bueno, has subido un escalón en mi estimación al decir eso, señor Cullen, pero creo que voy a necesitar comprar algo de ropa y espero que eso no estropee la imagen que tienes de mí.

―En absoluto. Estaré encantado de poder ayudarte a elegirla.

Bella tuvo una repentina idea.

―¿Te importaría que la pagara yo?

―¡ Sí! ¡Desde luego que me importaría!

―Lo que pasa es que desde hace mucho no he tenido que hacer ningún gasto y conservo mis sueldos íntegros, así que podría gastar ese dinero en ropa. Pero no te enfades.

―Bella, si dices una palabra más sobre eso, no sólo me enfadaré sino que también haré contigo el amor para enseñarte lo que te mereces por hacerme esas preguntas.

― Ahora resulta que te he ofendido. ¿Quieres decir qué harías conmigo el amor de tal manera que cuando termináramos yo ya ni siquiera sabría qué día es?

―Exactamente.

―Pero es lo que me haces siempre ―dijo con aire inocente.

―Tú ―Edward soltó una carcajada―. Tú te has convertido en una sinvergüenza, cariño.

―No me he convertido en nada, lo que pasa es que hay muchas más cosas de mí de las que saltan a la vista ―murmuró mientras él la abrazaba y alzó el rostro para recibir su beso.

―¿De verdad crees que no te conozco bien? ―la hubiera besado si la señora Mallory, con su inconfundible voz, no se hubiera aclarado en ese momento la garganta.

―¿Sí, señora Mallory? ―preguntó Edward, enfadado.

―Ahora no tienen que avergonzarse en mi presencia, señor Edward ―replicó―. Me preocuparía mucho más si no me los encontrara así por lo menos de vez en cuando.

―Bueno, me alegro de que estemos contribuyendo a su paz mental, señora Mallory. ¿Quería decirnos algo o sólo pasaba por aquí?

―La madre de Seth Clearwater ha llamado. Necesita hablar con Bella. El chico está cubierto de la cabeza a los pies de cierta pintura que ha llevado a casa de la escuela y no se le quita.

―Ese chico necesita un... ―dijo Edward de forma amenazadora y se interrumpió a tiempo.

―Creo que tienes razón ―dijo Bella―. Necesita un maestro.

Edward soltó una carcajada y le aseguró:

―También necesita una buena paliza.

―Sospecho que eso es lo único que ha recibido de su padre, desgraciadamente. Será mejor que me vaya.

―Espera un minuto, ¿ya se ha ido la señora Mallory?

Bella miró en todas direcciones antes de contestar.

―Sí.

―Bien, entonces hay algo que hemos dejado pendiente ― la besó con pasión y cuando terminó, le acarició la barbilla―. Seth Clearwater es todo tuyo.

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Viajaron en helicóptero desde Forks y se llevaron a Riley Witherdale con ellos. Rosalie, Emmett, Ben y Sally los estaban esperando y los recibieron entusiasmados. La casa era muy elegante, de dos pisos y estaba situada en un campo más verde que el de Forks. Bella se preguntó por qué Edward se había ido a Forks y les había cedido aquella hermosa casa a Rosalie y a Emmett.

Los primeros dos días, Rosalie planeó para ellos algunas actividades y apenas tuvieron tiempo para respirar pero después las cosas volvieron a la normalidad y Edward y Emmett empezaron a salir juntos por la mañana a recorrer la propiedad. Una húmeda mañana, Bella se entretuvo en mirar con Rosalie las fotografías de la familia. Cuando terminó, la joven se preguntó si de verdad se le habría ocurrido a Rosalie pensar cuántas fotos de Ángela Weber había en los álbumes, ya que después de encontrar las primeras, Rosalie se sonrojó y empezó a pasar rápidamente las páginas del álbum.

Sin embargo, dos de esas fotos se quedaron grabadas en su mente: la del compromiso de Edward y Ángela, tomada en el salón principal, allí en Tennessee, en la que Ángela miraba directamente a la cámara y Edward la miraba a ella, y otra de Ángela vestida con un elegante uniforme. Cuando cerraron el último álbum, Bella le preguntó con voz tranquila.

―¿Entonces Ángela es azafata?

Rosalie pareció agradecida por algo, probablemente por el tono normal de Bella, aunque respondió con cierto orgullo:

―Ahora no sólo es azafata, sino que es la azafata principal. Creo que una de las razones por las que ella y Edward rompieron fue que ella solía decir que no se imaginaba metida en Tennessee durante el resto de su vida.

―¿Pero ellos se comprometieron a pesar de eso?

Rosalie titubeó.

―Ángela empezó a decirlo después de que se hubieran comprometido. Creo que pensaba que podría manejar a Edward a su antojo y hacer lo que quisiera. La relación entre ellos siempre fue de amor-odio. Ella, me doy cuenta ahora, no quería ser dominada por nadie. Creo que ya no piensa lo mismo, pero después de lo que le hizo a Edward, es lógico que éste la no perdonara.

―¿Qué le hizo? ―fue lo único que Bella tuvo que decir para que Rosalie continuara.

― Tuvo una aventura que se hizo pública con un hombre mucho mayor que ella, desde el mismo momento en que Edward rompió el compromiso. Pero no sólo eso ―Rosalie se dio cuenta de que había sido indiscreta, pero continuó ― ... sino que dejó la aventura demasiado tarde, porque Edward ya te había encontrado a ti, Bella. Además, por lo bien que se le ve, vuestro matrimonio debe estar funcionando.

Esa noche, en la cama, Bella tenía tantas cosas en la cabeza que le resultaba imposible dormir.

―¿Bella?

Bella se acercó a Edward y apoyó la mejilla en su espalda.

―Lo siento, no puedo dormir. ¿Cuándo nos vamos?

―Mañana mismo si quieres. Yo también estoy harto de Tennessee, si eso es lo que estás intentando decirme, aunque me gusta ver a Rosalie y a Emmett juntos en su casa.

―También a mí ―dijo y se durmió al fin.

Volaron a Seattle, alquilaron un coche y fueron por la carretera de la costa hasta Sufers Paradise donde alquilaron una habitación en el Sheraton Mirage, un magnífico hotel turístico con vista a la dorada playa del South Pacific y que tenía al otro lado de la carretera el complejo comercial Marina Mirage. La primera compra que Bella hizo en el elegante complejo comercial fue un traje de baño. Después Edward tomó cartas en el asunto y visitaron todas las boutiques. Cuando volvieron al hotel, Bella colocó todo lo que habían comprado encima de la cama y dijo:

―Gracias, pero esto es demasiado para una flor.

Edward la observó pensativo.

―Me gusta hacerlo ―dijo al fin―, pero no sé si tú temes convertirte en una copia de tu madrastra, no pareces muy contenta.

―No ―dijo. Cruzó la habitación hasta llegar a él, le rodeó la cintura con los brazos y apoyó la cabeza en su pecho.

―Esta agradecida esposa se ha dado cuenta de que trabajaba más de lo que debía y ahora sufre agotamiento ― lo cual era cierto, pensó, no sabía por qué, pero desde que se había casado se cansaba mucho más que antes.

―Eso es algo que yo voy a remediar ―Edward le acarició el pelo lentamente.

Los siguientes días los dedicaron a tomar el sol y a bañarse en el mar, a comer y a dormir mucho. La piel de Edward se convirtió en bronce y la de Bella, tan pálida, adquirió un tono dorado. En su cuarta noche en el hotel, la joven estrenó un traje de pantalón y corpiño, de color azul pizarra.

―Qué aspecto tan exótico, señora Cullen ―le dijo Edward y le puso en el pelo una camelia color crema.

Bella se miró en el espejo y estuvo de acuerdo en que tenía un aspecto diferente.

―Tú tampoco estás mal ―estaba muy guapo con unos pantalones azul marino y una camisa blanca de manga larga―. ¿Sabes?, creo que me gustaría llevar lentillas.

―No me importan tus gafas, Bella ―tiró de ella y la abrazó―. ¿Te sientes mejor?

―Me siento maravillosamente ―replicó.

―Bueno.

Sin embargo, esa misma noche desapareció su felicidad.

Cuando cruzaban el vestíbulo agarrados de la mano para dirigirse hacia el restaurante, Bella se fijó en un alegre grupo de miembros de una aerolínea, en la puerta principal, que aparentemente esperaba su transporte. Ángela Weber estaba entre otras tres altas y elegantes azafatas y de espaldas a ellos; además, los separaba el amplio vestíbulo. Edward también debió advertir su presencia porque se tensó y le apretó a Bella la mano un poco más de lo normal y, cuando ella se volvió a mirarlo, observó que Edward tenía la vista fija en el grupo. Luego se volvió hacia Bella y murmuró.

―Pues aquí estamos ―le hizo un gesto con la mano para que entrara al restaurante delante de él.

―Nuestra cena no ha sido exactamente un éxito, ¿quieres decirme por qué?

Bella se volvió desde la ventana desde la que estaba observando la luna blanca sobre el mar picado.

―Tal vez porque estoy cansada. Tú también debes estarlo, porque no has hablado mucho ―añadió sin mirarlo. Después se encogió de hombros―. Si no te importa, voy a irme a la cama.

―No, Bella ―dijo con voz dura―. Hablemos claramente.

―¿Claramente? ―gritó, se tumbó en la cama y luego se sentó nerviosa―. De acuerdo, ¿vas a reaccionar así cada vez que la veas?, porque era ella, ¿no?

Edward fue a sentarse a su lado y la agarró por las muñecas.

―Bella tranquilízate ―ordenó y suplicó―. Sí, era ella, pero tú has interpretado mal mi reacción.

―Edward,―tragó en seco―. Sólo respóndeme esas preguntas: ¿por qué cediste Tennessee a Rosalie y a Emmett ¿Para irte a vivir a Forks y alejarte de ahí?

―No es difícil entenderlo. Rosalie tiene tanto derecho a Tennessee como yo de quedarse ahí, además yo sabía que podía ser feliz en Forks. Emmett es tan buen administrador como yo, pero la cosa no hubiera funcionado si nos hubiéramos quedado los dos.

― ¿No serían tus recuerdos tan dolorosos que no podios vivir con ellos? ―sugirió Bella con voz tranquila― .¿Los de tu fiesta de compromiso, por ejemplo?

―¿Qué demonios sabes de eso?

―He visto algunas fotografías.

―La condenada de Rosalie, supongo.

―No debes culparla. No lo hizo por malicia, sólo, sólo...

―Por estupidez.

―Es que son muy buenas amigas, pero no has respondido a mis preguntas.

―De acuerdo ―dijo Edward con aspereza, se puso de pie y le dio la espalda ―. Me fui a Forks porque ya no soportaba estar en Tennessee. Quería alejarme de allí tan rápido como fuera posible, pero no porque guardara de allí recuerdos felices, sino porque había sido increíblemente tonto, porque había desperdiciado años de mi vida con una mujer que no valía dos centavos, pero que sabía usar su cuerpo y sus ojos verdes de sirena.

―Edward ―susurró Bella.

―Después te conocí a ti ―continuo―, tan distinta a ella, tan superior. Me dije, ¿por qué no? Bella es una mujer sensata y tranquila y yo necesito eso, paz, sentido común, no una gran pasión de esas que te consumen por dentro y que te lanzan a un torbellino de infelicidad― algo se marchitó en el corazón de Bella al oírle decir aquellas palabras―, pero eso no quiere decir que no te quiera, Bella.

―Sé que me quieres ―se oyó responder como desde una gran distancia―, pero me parece increíble que esas sean las razones por las que te has casado conmigo. No sé... ―hizo una pausa y siguió con voz apenas audible ―si podré vivir con esto ahora.

―Bueno, me temo que tendrás que hacerlo. Una vez me dijiste que tú también eras responsable de nuestro matrimonio.

―Lo sé, lo sé ―susurró―, yo soy tan culpable como tú. No debería haberlo hecho.

―Bella ―repuso Edward con voz fría y autoritaria. ―Está hecho y ya no hay vuelta de hoja, porque dentro de ocho meses más o menos, según creo, habrá entre nosotros unos bracitos tiernos que nos unirán para siempre.

―¿Tú... sabías? ―Bella palideció.

―Sé contar ―dijo―. Además hemos estado muy juntos estos meses y te he notado diferente en estas últimas semanas: somnolienta; hambrienta unas veces y otras con náuseas. Tú no me has dicho nada, pero yo sólo he tenido que hacer las cuentas.

―Yo también ―confesó―, pero la verdad es que sólo hace unos días he comprendido lo que me pasaba.

―Bella, siento haberte decepcionado, siento haber sido un bruto, pero quiero decirte una cosa: tu bienestar y el de nuestro hijo significan más que cualquier otra cosa para mí. También te digo que nunca te dejaré marcharte.

En ese momento, empezó a sonar el teléfono. Edward descolgó el auricular. Bella enseguida se dio cuenta de que la llamada era de Forks y que era urgente.

―¿Qué pasa? ―preguntó preocupada cuando Edward colgó.

―Que está lloviendo mucho.

―Bueno, ésa es una buena noticia, ¿no? ―dijo poco convencida.

―Si te parecen buenas noticias perder la mitad de la manada. Forks está inundada.

Pero yo pensaba que lo que era un problema en Forks era la sequía.

―Y lo es nueve veces de cada diez ―descolgó el teléfono de nuevo―. ¿Estás en condiciones de que salgamos esta misma noche para allí?

―Yo sí  ¿pero de verdad es tan serio, Edward?

―De verdad, Bella.

Fue una larga y tensa noche. De madrugada, ya estaban volando sobre Forks. Entonces, Bella lo creyó.

―Parece un lago ―digo incrédula.

―Lo sé, y el mejor alimento para el ganado está debajo del agua. Por lo menos el jardín todavía se puede ver ―se volvió bruscamente y dijo con expresión de cansancio―. No debería haberte hecho volver hoy y menos arriesgarte con este tiempo.

―Estoy bien, sólo algo cansada ―respondió tranquila―, y además en el helicóptero podríamos ir a cualquier parte si se presentara algún problema.

―¿Te encuentras...?

―No, Edward. Sólo te estoy diciendo que no te preocupes por mí.

―Bueno, entonces tendrás que ir cuanto antes al médico.

―¡Edward!

―¿Por qué no? ¿No es lo que todas las mujeres embarazadas hacen en circunstancias normales? ¿Empezar a ver a un doctor?

―Supongo que sí. No había pensado en eso.

―Entonces, señora Cullen, es hora de que lo hagas.

«Es ahora cuando se te ocurre pensar las cosas con sensatez», señora Cullen, se dijo Bella a sí misma aquella tarde. Estaba en la cama en contra de su voluntad, supuestamente para echarse una siesta, según instrucciones de Edward y de la señora Mallory. La había asombrado que Edward le hubiera dado la noticia del bebé a la señora Mallory en cuanto habían llegado a casa. La señora Mallory se había emocionado al oírlo.

―¡Oh! Qué alegría. ¡Un bultito de felicidad de su propia carne es lo que Bella necesita para olvidarse de los otros niños!

Entonces él se había vuelto hacia Bella y le había guiñado el ojo.

―Yo no lo había visto de esa manera, señora Mallory, pero quizá tenga razón.

Bella pensaba en todo lo que había ocurrido durante aquel largo día. Cuando Edward había admitido que sólo necesitaba paz y compañía, Bella se había sentido incapaz de soportarlo, pero allí estaba, y tenía la sensación de que iba a tratar de continuar su vida como hasta entonces.

―Pero, ¿qué puedes hacer? ―se preguntó en voz alta― después de que no has tomado precauciones para que esto sucediera. Te casaste preparada para hacer que funcionara tu matrimonio y sólo pusiste una condición si se le puede llamar así. ¿Ha incumplido Edward esa condición?

«Oh, vamos, Bella», se respondió en silencio. «¿No habías sabido siempre que al casarte podría comprometer su compañía y su atención, pero no su corazón y su alma?» A pesar de todas sus preocupaciones, no tardó en quedarse dormida, aunque con lágrimas en los ojos.



4 comentarios:

  1. Me duele que Bella piense de esa forma, como si no valiera nada, o menos que los demás... Creo que Edward i la quiere de verdad, sólo que ella está muy cegada para verlo...
    Besos gigantes!!!
    XOXO

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  2. BELLA niña tu vales mucho el t ama no t sientas menos x q tu eres mucho mas q solo la esposa florero eres muy importante creértelo no t sientas a si eres Laurita mama d un precioso bebe y eres el centro d la vida d Edward osea eres su mayor tesoro creértelo Bella, 😘❤ gracias

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  3. De porque decir eso creo que Edward mejor no hubiera dicho banda que no me pensó en no los sentimientos de Bella bien o al finvitar hombre jajajaja graciasssss

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