Bella se puso de pie y trató de estirar todos los retorcimientos que tenía, abrigando la esperanza de que pudiera ir a la sala y encontrar allí o en la cocina a Edward haciendo alguna cosa. Con la esperanza de que él hubiera regresado más tarde…
Pero por supuesto, Edward no estaba allí. Él nunca habría regresado dejándola con medio cuerpo sobre el suelo. Bella debía enfrentar los hechos: Edward no regresaría.
Esa mañana, se sintió agradecida por poder ejercer sus obligaciones de madre. Eso la ayudaba para no desmoronarse. Hacía imperativo el hecho de que ella tuviera que funcionar: ducharse, vestirse, atender a su hijo, todo sin recurrir a la histeria ni romper en lágrimas.
Y por causa de Mark, Bella pudo llegar al teatro con los ojos secos, negándose el lujo de preocuparse por el futuro o por lo que sucedería inmediatamente después. Edward no hacía amenazas porque sí. La haría pasar por todos los tribunales del país.
Los reporteros estaban en el teatro y el menos entusiasta de todos calificó a la producción de "una brillante obra maestra". Alec, a lo alto, sobre una nube de gloria, dio tiempo a los actores para que leyeran los periódicos mientras bebían café y comían rosquillas. Bella tomó el que tuvo más a mano y empezó a leer. La mayor parte de los elogios estaban dirigidos a Alec y a Edward, pero ella y Emmett también se habían ganado parte de la alabanza. El reportero del Sun Times la proclamó como "una actriz de infinita profundidad talento y belleza", que "creaba un personaje de carisma etéreo, capaz de robar el corazón de todos". Bien, pensó Bella, agradeciendo en silencio al reportero por sus palabras. Su ego se había alimentado.
Sentía comezón en la piel cuando notó que se ruborizaba. Edward estaba detrás de ella. Su fragante y viril colonia anunciaba su presencia macho antes que decidiera tocar el hombro de su esposa.
Ella se apartó furiosa, recordando las palabras de la noche anterior, la agónica noche que había pasado y cómo Edward había abusado de su cuerpo por la fuerza. Le había lastimado los labios, reduciéndola a temblores de deseo, sólo para desaparecer en la oscuridad de la noche. Y no regresó.
—No te alejes a los saltos de mí, como si fueras una maldita liebre —le dijo, cuidando que no lo escuchasen—. Quiero hablar contigo.
Rápidamente, Bella analizó el rostro de su esposo tratando de hallar algún indicio que le revelara perdón, con esperanza. Pero no pudo ver nada en esos ojos implacables o en aquellos labios tan apretados. El verde que la analizaba era desafiante, aterrador, opaco.
—Ya has hablado lo suficiente anoche —dijo ella ásperamente, enfermizantemente consciente de que estaba ensanchando la brecha existente entre ellos hacia unos límites muy peligrosos. No parecía capaz de evitarlo, pero no quería escuchar las palabras de Edward. Si él aún la amara, habría regresado la noche anterior.
Edward quería hablar de Mark y compartirlo en el futuro. Y Bella no quería escucharlo… no en ese momento… no mientras su corazón aún siguiera despedazándose.
—Vas a escucharme, señora Masen —insistió él, tomándola del brazo con la misma fuerza—. Me doy cuenta de que las discusiones y la honestidad no son de tu agrado, pero hay un futuro que arreglar…
—¡Oigan! —interrumpió Emmett alegremente, tan exaltado que no se dio cuenta de la tensión existente entre la pareja—. ¿Han leído el periódico de Jacksonville? —De pronto, hizo una pausa, estudiando el rostro pálido de Bella—. ¡Por Dios, Bella! será mejor que lo leas. Realmente necesitas recibir buenas noticias, a juzgar por tu apariencia….
Bella no tuvo la oportunidad de contestar, tampoco Edward. Rosalie se acercó a ellos, pasando el brazo por los hombros de Edward. Continuó la frase de Emmett con una sonrisa de lo más artificial:
—¡Pobre Bella! ¿No dormiste bien anoche? ¡Realmente pareces un fantasma!
Bella hizo esfuerzos supremos para devolver la sonrisa dulce.
—Me siento absolutamente como un fantasma —farfulló, rápidamente apartando su muñeca de un tirón de la mano de Edward—. Me temo que debo de estar incubando algo. Me voy a casa. Digan a Alec que me llame si tiene algún cambio o instrucción de último momento, ¿sí? —Sin esperar respuesta por parte de ninguno, Bella dio media vuelta y salió corriendo, consciente de que Edward la seguiría. No obstante, estaba decidida a eludirlo o a morir durante el proceso. Sin volver la vista atrás, abrió la puerta del Volvo, se sentó y la cerró inmediatamente.
Edward la siguió. Gritó y golpeó los vidrios con tanta fuerza que Bella tuvo miedo de que rompiera la ventanilla, pero lo ignoró y puso el auto en marcha, haciendo rugir el motor. Prácticamente destrozando la caja de cambios, puso la primera de un tirón.
Podía resultar tonto huir de las cosas a las que uno debía enfrentarse, pero en ese momento. Bella simplemente, no tenía fuerzas como para enfrentar a Edward Cullen. Necesitaba un poquito de tiempo más para lamerse las heridas que se le habían vuelto a abrir antes de construir esa coraza de indiferencia que necesitaría para la confrontación que sobrevendría. Tiempo para ganar unas fuerzas implacables.
Edward la siguió hasta la casa, pero para cuando él llegó ella ya había establecido su barricada. Por supuesto Edward tenía su juego de llaves, pero Bella tenía cerrojos y cadenas de seguridad colocadas. Lo oyó insultar; oyó el rechinante sonido del timbre, incesante, ya que Edward se había apoyado sobre él. Pero la pesadilla que acosaba su mente era aún más chillona. Él ya no la quería más, sólo quería a su hijo, tal como ella siempre lo había imaginado. Edward se había alejado de ella, pero en ese momento, quería tratar con calma, el tema de Mark. Bella ya no estaba más a salvo detrás del muro de la ignorancia de su esposo. Tampoco podía impedir que Edward se acercara a su hijo. Podía ser negativo para el niño y ella lo sabía. Lo aceptaba. Sólo se trataba de que no podía enfrentarse a ese hecho sino hasta que de alguna manera, no hubiera pegado los pedacitos en los que se había roto su corazón. Los timbrazos cesaron finalmente. Bella tomó dos aspirinas y se lavó el rostro con agua fría. Se acostó hasta que dejó de temblar todo su cuerpo. Después llamó a Alec y se disculpó por faltar a la sesión de crítica a la que él consideraba tan importante antes del verdadero estreno, hubieran o no recibido muchos elogios de la prensa.
Bella nunca había faltado un solo día. Ni a una función, ni a un ensayo, ni a una crítica. Explicó que había estado desesperadamente enferma pero que estaba reponiéndose. Era la verdad, se dijo, o lo sería para el momento en que regresara para la función. Alec parecía preocupado, pero sin revelar sospechas. Aparentemente, Edward no le había hecho ningún comentario.
Bella pasó el resto de la mañana ensayando su escena final privada, el encuentro con Edward que no podría evitar después de la función. Debía mantener la dignidad y no romper en lágrimas. Tendría que convencerlo de que no le haría ningún juego tonto y que le permitiría ver a su hijo, bajo sus condiciones, para el bienestar del niño. Era demasiado pequeño para que se lo arrancara de su lado, aunque más no fuera por un mes o un período aproximado durante el verano. Edward tendría que venir a Washington, en determinados momentos, momentos en que ella desaparecería y en su lugar, estaría Jasper para recibir a Edward, para que viera al niño.
Se fue de la casa cuando llegó la hora de ir a buscar a Mark, temiendo que Edward estuviera esperándola. Pero no estaba a la vista. Ni siquiera intentó llamarla o regresar a la casa.
Probablemente había decidido mandar al diablo todos sus inútiles esfuerzos. Sabía que podría acorralarla en el teatro. La ruptura completa sucedería esa noche y una vez más, la joven se sentiría mutilada. Pero por lo menos en ese momento, ella estaba mejor preparada. Su estrella había estado al alcance de su mano, pero Bella la había puesto en juego y la perdió. Se había alejado más y más y el insuperable problema al que había tratado de ignorar, había explotado en su rostro. Demasiado para sus sueños. Murieron estrellados contra el mundo de la realidad.
Se hizo la hora de regresar al teatro. Bella se dirigió allá con los ojos secos como un hueso y la espalda tan derecha como las maderas terciadas de Smoky. Mientras se dirigía hacia su camarín, hasta pudo saludar con alegría a los compañeros con quienes se había cruzado en el camino. No obstante, se cuidó muy bien de que la mirada no cayera sobre Edward, puesto que no deseaba que la acosara antes de la función. Pero Edward la ignoró. Había dado un giro de ciento ochenta grados: desde querer derribarle la puerta como un loco, a ignorarla por completo. Su actitud era de indiferencia, tan intensa como la de ella. Ella encontró su mirada sólo una vez y en forma fugaz. Y Edward sonrió, intencionadamente.
Bella se apartó rápidamente. Toda esa sonrisa le había dicho muchas cosas. Ya no habría más huidas. Edward se las vería con ella… esa noche.
Mientras se ponía el maquillaje, Bella pensó que todo en el teatro se desarrollaba con extremada normalidad. En el camarín se oían las charlas usuales. Rosalie estaba de especial buen humor y trataba de animar a Bella. No había nada malicioso en su conversación y Bella se dio cuenta de que había sido una estupidez preocuparse por Rosalie. La rubia era simplemente una imponente belleza que gustaba a los hombres. Jamás podría aspirar al profundo amor de Edward.
La vida continuaba, se dijo Bella estoicamente. Y si ella podía soportar esa noche, no había dudas de que podría soportar cualquier cosa.
Cuando la función dio comienzo, Bella cerró los ojos y trató de concentrarse en su personaje. Repitió el nombre Desdémona una y otra vez, trayendo a su memoria las actuaciones previas. "Sé un árbol. Sé un pájaro. Piensa en el árbol. Mueve el pájaro. Sé Desdémona. Camina como Desdémona. Piensa y habla como Desdémona." Y así lo hizo. Las ruedas comenzaron a girar. La obra ya estaba en marcha. Edward era Otelo; ella, Desdémona. Moviéndose con fluidez, de escena a escena, de acto a acto. Hacia el final, el crimen más perfecto. El cadáver de Edward cayendo sobre ella.
Aplausos.
El hermoso y estrepitoso sonido para el cual vivían los actores. Luego bajaría el telón y sobrevendría la paz de la soledad. Quizás pudiera evadirse de Edward una noche más. Él la había dejado la noche anterior. Quizás, esa noche, volvería a dejarla.
Cuando se movieron hacia los reflectores para hacer otra reverencia al público, de pie, la mano izquierda de Edward apretaba con fuerza la de ella. El telón cayó una vez y Bella trató de retirar la mano. El telón subió una vez más. Bella accionó sus músculos faciales para esbozar otra sonrisa de plástico, que debía obsequiar a su público, aún de pie. Su mente no estaba con ellos. Cuando trató de liberarse de aquellos dedos, no pudo. La idea de huir se esfumó. Esa noche, en una cuestión de minutos, tendría que decidir lo que harían, cómo disolver los lazos que los unían, cómo manejar el tema Mark.
El telón cayó definitivamente. Bella, desesperada, volvió a tironear sus dedos y miró a Edward con una temblorosa hostilidad, cuando él se negó a soltarla. Edward la ignoró y se dirigió a los demás, aún sobre el escenario, como si previamente se les hubiera pedido que se quedaran.
¡Se les había pedido que se quedaran! Bella se dio cuenta cuando Edward empezó a hablar. Se sintió sumamente aterrada. Iba a hacer un anuncio con respecto a Mark, pensó horrorizada. Justo allí, justo delante de todo el mundo. "¡Oh, Dios, no, por favor!" rezaba ella en silencio, "no expongas el dolor de mi corazón en público". No podía creer que Edward fuera a hacer semejante cosa, pero sabía que tenía algo en mente.
—Esta es una función muy especial para mí —estaba diciendo. Su bella sonrisa denotaba la perfecta blancura de sus dientes contra el oscuro tinte de su maquillaje—. Por varias razones. La primera, empecé aquí mi carrera, con la ayuda de un hombre brillante: Alec Vulturi.
El elenco estalló en aplausos de cariñosa admiración por Alec, a quien Bella vio ruborizarse. No asombró a Bella el hecho de que Edward adjudicara su triunfo a Alec. Relacionarse de ese modo era parte del carisma que emanaba de Edward Cullen. Pero a pesar de eso, Bella sabía que algo más sucedería y se estremeció, física y mentalmente. No importaba lo que Edward fuera a decir; Bella mantendría la frente alta. Lo soportaría. Se acercaba…
—Algo más empezó aquí para mí —continuó él en forma agradable y Bella era consciente de que apenas podía escucharse la respiración. Quizás, su propio sistema respiratorio había decidido detenerse. Edward giró el rostro hacia ella, con los ojos verdes muy vivaces contra el oscuro maquillaje que llevaba—. Algo aún mucho más importante que mi carrera. —Edward era actor y no pudo resistirse a una pausa dramática, pero esa pausa casi mató a Bella. ¡Ya dilo!, gritaba en silencio. Edward empezó de nuevo.
—Hace tres años, sin darme cuenta siquiera en un principio, perdí mi corazón con esta encantadora actriz de primera línea. Lo admito: regresé aquí por algo más que por una obra de teatro. Volví por Bella y esta vez, la gané para siempre. Ella aceptó ser mi esposa. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para hacerlos partícipes de nuestra felicidad y para anunciarles que nuestra boda tuvo lugar hace tres días.
Bella no podría haber permanecido de pie si Edward no la hubiera sostenido. ¿Qué estaba haciendo?, se preguntaba ella desesperadamente. Se le escapó un suspiro, afortunadamente tapado tras la erupción de aplausos, silbidos y sinceras felicitaciones por parte del elenco. Estaba jugando a algo nuevo. ¿O era real? ¿Cómo podía alejarse de ella, ignorarla y luego anunciar con toda tranquilidad que se habían casado? Una combinación de extremada dicha y de temor la impulsó a dirigirse a él y preguntarle:
—¿Qué crees estar haciendo? —dijo. Su voz sólo pudo ser oída por Edward. Ella, para mantenerse a salvo, se alejó de él….
Cuando Bella se movió, Edward avanzó hacia ella, lenta y seguramente, manteniendo el paso mientras ella se apartaba. Edward estaba riendo y rápidamente, Bella se dio cuenta de porqué. Al retroceder sin mirar, había cometido un triste error: se había inmiscuido en el decorado de la cama de Desdémona. Le fallaron las rodillas y poco después, su agraciada silueta cayó sobre la cama. Sin importarle los que lo rodeaban, Edward se acercó a ella y la acorraló allí.
—Tuve que recurrir al público —declaró—. Parece ser la única solución cuando te niegas a escucharme.
Los otros los rodearon rápidamente y Bella no tuvo la oportunidad de decir nada. Se levantó y se sentó sobre el borde de la cama. Todo el elenco tenía entusiastas felicitaciones que brindar: besar a Bella, estrechar la mano de Edward. Emmett, quien estaba más cerca de ellos que todos los demás, fue el más bullicioso. Rosalie, también, parecía muy entusiasmada, cosa que sorprendió momentáneamente a Bella. Hasta que descubrió por qué. Edward había hecho posibles sus silenciosos pensamientos: había presentado a Rosalie y a Caius, quien estaba aguardándola para llevarla a cenar.
—¡Me enloquecen los italianos! —susurró Rosalie a Bella mientras Edward estaba distraído con otra persona—. ¡Son los amantes más sensuales! —dijo—. ¡Quizás podamos hacer algún doble!
—Seguro —sonrió Bella—. Me gustaría. —Rápidamente, se preguntó quién sería el gallo de ese corral y se echó a reír interiormente, imaginándose las batallas que se suscitarían entre ambos para ganar la supremacía.
El escenario mantuvo su vivacidad por algunos minutos más, mientras la gente reía y charlaba. El drama de la vida real, en su apogeo. Luego, uno por uno, los actores comenzaron a filtrarse rumbo a sus camarines, hasta que sólo quedaron Edward y Bella, mirándose en silencio, sobre la cama de Desdémona.
—Quiero ofrecer una disculpa —dijo Edward y luego exigió: ¡Y quiero otra a cambio!
Bella sentía que su lengua era como plomo.
—¿De verdad quieres seguir casado? —preguntó pesadamente.
—¿Qué? gruñó él. ¡Por supuesto que deseo seguir casado, cabeza hueca! Una vez te dije que para mí, el matrimonio era eterno. Si alguna vez pensaste en deshacer los compromisos que hiciste hacia mí, será mejor que lo olvides pronto. Eres mi esposa, desde ahora y para siempre.
Bella deseaba tocarlo con desesperación, que la abrazara. Sobrellevar juntos los errores del pasado. Pero un remanente de temor, se filtró en la dicha y en su alivio, invadiendo lentamente su conciencia.
—¡Edward, tú me dejaste! —lo acusó.
—Estaba enfadado, muy enfadado —admitió, mirándola directamente a los ojos—. Pero no debí haberme ido. Lo siento, lo lamento mucho. Y ahora ¿me pedirás perdón?
Él hablaba medio en broma, ella lo sabía, pero su amor afloró en aquel contacto, en su voz, en sus ojos clavados en ella. Ella quería que todo saliera bien, abrazarlo…
—Oh, Edward —murmuró—. Realmente no sé por dónde empezar. Es sólo que pensé siempre que tenía razón. Al principio, no tenía idea de que yo te importaba. Estaba enamorada de ti y me habría quedado contigo aquella noche si no hubieras dicho: "te amo", pero ¡no a mí! Se lo dijiste a Jane. Entonces, cuando me enteré de que estaba embarazada… —Sus palabras se desvanecieron.
—¡Señor! —gruñó Edward, retorciéndose. Delineó tiernamente los labios de la joven con un dedo—. ¡Qué te he hecho! No me había dado cuenta… ¡Perdóname! El amor era sólo una palabra para mí hasta esa noche. Traté de verte otra vez, pero tú me ignorabas. Después, tu recuerdo siguió atormentándome y por eso volví. Sabía que estabas bien y que tenías un hijo. Alec me lo dijo y recé para que me quisieras ya que habías crecido. Eras tan fría… Nunca adiviné lo de Mark. Y luego, cuando la evidencia me dio una bofetada, me sentí destruido. Estoy fascinado con que sea mi hijo. Pero, Bella, me sentí herido. No podía creer que no hubieras tenido en mí la confianza suficiente como para contarme. Realmente —sonrió—, me fui porque te deseé con toda locura y debía enfriarme.
—Yo también te deseé —admitió como Bella, mientras sus temblorosos dedos se entrelazaron en el cabello teñido de negro—. Pensé que me odiabas —susurró—, que jamás me perdonarías.
—Tonterías —murmuró Edward—. Una riña no pone fin al amor.
—Pero tú te fuiste…
—Traté de volver, pero debes de haber echado cerrojo a la puerta antes de ir a dormir. También yo tuve miedo, Bella. ¡No podía lograr que confiaras en mí! Pensé que querrías irte, que querrías negarme a Mark. Pensé en algunas de las cosas que había dicho y supe que teníamos que hablar con calma. Me llevó tiempo pensar. Y ésa es otra de tus falencias, mi amor.
—¿Pensar? —Bella se ruborizó y tomó la mano de Edward para llevársela al pecho—. Hoy actué en forma abominable, supongo, negándome a confiar en ti lo suficiente como para hablar.
—¡Ciertamente! —aceptó Edward, riendo—. ¿Cómo te atreviste después de todas esas mentiras? —Con burlona severidad le advirtió—: ¡Qué enmarañada red somos capaces de tejer cuando comenzamos a mentir!
—¿Shakespeare? —preguntó Bella, alzando una ceja y sonriendo—. ¿No hemos tenido las suficientes citas textuales por esta noche?
—¡No es Shakespeare! —gruñó Edward—. Tu conocimiento de citas textuales es otra de tus falencias, Isabella, pero supongo que puedo solucionar eso. Sir Walter Scott.
Bella rió. Edward la observaba con una mirada inocente y académica, mientras hallaba fascinación con sus dedos que se entrometían en el valle de los senos de Bella, donde ella había albergado la mano de Edward.
—Edward, lo siento. Estoy tan arrepentida de todo…
—Bella —contestó él—. También yo lo siento. Te di el golpe que esperabas, poniéndome furioso. Pero ya está todo aclarado y terminado. Ambos entendemos los errores cometidos. Todo está bien para nosotros ahora, amándonos y creyendo en ese amor. Y tenemos un hijo hermoso y dos buenas carreras. Creo que somos gente notablemente afortunada. Quiero que todos los arrepentimientos sean cosa del pasado. Excepto —sus ojos bailaron maliciosamente— que quiero que te sientas libre para disculparte por cualquier movida tonta que hagas en el futuro. Discutiremos de vez en cuando, pero yo no volveré a irme y tú tampoco planearás nuestro divorcio.
—¡Aceptado! —rió Bella y luego se encendió—: ¡Movida tonta que yo pueda hacer! ¿Y qué me dices de ti…?
—Sabía que discutiríamos. ¡Con tu carácter! —suspiró Edward.
—¡Mi carácter! —Bella vio la carcajada en su esposo.
—¡Oh, lo olvidé! —Levantó la mano como para abofetearla, bofetada que se transformó en una caricia. Bella, sorprendida, dio un salto y soltó una protesta. No me haga trampas, señora Cullen. Edward fingió un reto. Insisto en que me prometas que nunca jamás volverás a desconfiar de mi capacidad de entender.
—¡Lo siento! —Bella agregó rápidamente—. ¡Por última vez! —Su voz adquirió un tono de seriedad—. ¡Y jamás desconfiaré o dudaré de algo referido a ti! Te amo. —Se aferró de los dedos que hipnotizaban su piel a través del traje. Aún había cosas que decir—. Edward —dijo—. ¿Qué pasará con Mark?
Edward suspiró y la miró a los ojos con serenidad.
—Él es mi hijo, Bella y lo amo, tanto como a su madre. Lo amé antes de saber quién es y creo que tú lo sabes. En este estado se permite volver atrás y cambiarle el apellido legalmente. Cuando crezca, nunca tendrá que dudar de ninguno de sus progenitores. —Le tocó el mentón con el dedo y estudió cuidadosamente los ojos de la joven—. Los periódicos podrían enterarse de esto Bella. ¿Podrás soportar la publicidad?
Una suave y dulce sonrisa estaba dibujándose en los labios de Bella.
—No me importa lo que se escriba o se diga, mientras sepa que me amas y que amas a Mark y que estaremos juntos. Mark es lo importante y se merece a su padre. Y hablando de Mark, ¿no crees que es mejor que regresemos a casa, con nuestro hijo… a nuestra cama? ¡La de Desdémona es un poco deforme!
En ese momento, Edward parecía la viva reencarnación del demonio, con un verde fuego que danzaba en sus ojos contra la oscuridad que el maquillaje proporcionaba al rostro de Otelo. Abandonó abruptamente la cama de Desdémona y la hizo levantar a ella con él.
—Suena maravilloso. Necesito un largo, largo baño —le mordió la oreja eróticamente—, pero también suena excitante. ¡Mi querida esposa podré quitarme el maquillaje de todo el cuerpo!
—¿Te maquillaste todo el cuerpo? —preguntó Bella.
—Bueno —admitió él, con las palabras medio ahogadas porque mientras hablaba le besaba la garganta—, no todo mi cuerpo lo está, ¡pero haremos de cuenta que sí! —Edward abandonó los mimos y le dio un sonoro beso—. ¡Dejemos todo esto, mujer! Cambiémonos y vayamos a casa.
Se encontraron fuera de los camarines y, del brazo, abandonaron el teatro lentamente. Estaba vacío ahora; los otros se habían ido mientras ellos hablaban en el escenario. En alguna parte, había una fiesta del elenco para celebrar el estreno de Otelo, pero una vez más, ninguno de ellos iría. Edward se detuvo, con la mano apoyada sobre el encendido de las luces de la entrada. Estrechando a Bella entre sus brazos, Edward rozó con los labios la cabeza de su esposa e inhaló la fragancia de su cabello.
—¿Por qué nos detenemos? —preguntó Bella. No veía nada interesante en las hileras de las mesas vacías. Edward sonrió y la estrechó más.
—Estaba pensando en Shakespeare otra vez.
Ella no pensaba en otra cosa más que en Edward y en la anticipación de un prolongado baño juntos, de exploración del uno hacia el otro.
Él, abrazándola con fuerza para adaptarla mejor a su viril forma. Le dio un beso que en nada ocultó el deseo que sentía, mientras presionaba las caderas de ambos, las cuales se unieron magnéticamente.
—Tengo una sugerencia para el próximo espectáculo de Alec —susurró cuando la soltó. Apagó las luces y la guió hacia el exterior, donde la noche les dio la bienvenida.
—Todo lo bueno termina bien.
Bella rió feliz.
—Muy adecuado, señor Cullen.
—Sí, señora Cullen, si así lo digo yo.
Me gustó el final, me alegra que hayan podido solucionar las cosas. Aunque admito que me hubiera gustado que Mark estuviera más presente.
ResponderEliminarGracias por la historia, me gustó mucho!
Es lindo que por fin Edward se haya enterado de lo que pasó en ese momento, que por fin todos estén felices y contentos por lo que pasa.... Que puedan volver a crear un futuro juntos y que esta vez no haya nada que pueda separarlos!!!
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO