Tras Telones - Epílogo

Esa noche, allí, de pie, en la puerta, ella no era joven. No era joven en el sentido de completa inocencia. Estaba en una edad hermosa para una mujer, acercándose a los treinta, alta, bien proporcionada, segura de sí, feliz en su mundo. Sabía dónde iba, sabía lo que quería y por sobre todas las cosas, tenía la confiada seguridad de amar y de saber que la amaban con el mismo fervor. Era una profesional, una madre y lo más importante de todo, una esposa.

Llevaba un deslumbrante atuendo de seda. Su cabello caía libremente hasta la mitad de su espalda, un velo de suavidad que avergonzaba la suavidad de la seda. El peinado elogiaba a aquellos ojazos enormes y marrones y a aquel rostro delgado y devastador. Una mujer decidida, auto suficiente; el mero retrato del último sueño de la sofisticación. No obstante, sus ojos marrones y sus labios carnosos denotaban calidez y sonrisas. Era famosa por ser agradable, agraciada y para nada afectada. Las cosas que se escribían y se decían en relación a su persona le agradaban, aunque le dejaban cierta sensación de maravilla. ¡Era tan fácil ser agradable! Ella sabía lo que muchos habían aprendido y lo que tantos otros aún buscaban: que amar y compartir formaban la poción mágica necesaria para hacer de todo lo demás, algo maravilloso, y las tragedias, soportables.

Había ido con toda la intención de seducir. Él era el sueño de ella, su vida, su existencia. Y esa noche ella estaría con él. Sin embargo, era una noche especial.

Él abrió la puerta de la habitación con una expresión confundida, que se mezclaba con aquella maravillosa apreciación masculina que siempre tenía dispuesta para ella. Por más que ella tuviera ochenta años, fuera arrugada como una pasa de uva y su belleza hubiera desaparecido para todos los demás ojos, él siempre la miraría de esa manera. Ella sonrió. Cuando sus cabellos de oro estuvieran blancos en canas y los años trazaran cientos de arrugas sobre su rostro, seguiría siendo igualmente magnífico para ella.

Él la besó y dejó que su mirada la recorriera desde su perfectamente peinada cabellera hasta sus pies, elegantemente calzados.

—Estás bellísima; muy por encima de toda descripción. —Él la elogió con los ojos cálidamente divertidos y endiablados—. ¿Pero por qué golpeas a tu propia puerta?

Bella rió y entró a la habitación, correspondiendo la apreciación. Experimentó una sensación de anticipación que la inundaba. Edward era uno de esos pocos hombres que sabían llevar bien un traje de etiqueta. Era masculino y recio, elegante y vigoroso.

—Me vestí en el cuarto de Mark —dijo ella con una sonrisa. Él la abrazó—. ¿El vestido te recuerda algo?

—Mi amor —bromeó Edward, dándole la bienvenida entre sus brazos—. Nunca se me acusó de mala memoria. —Ella levantó la cabeza hacia él y él le sonrió con ternura—. Recuerdo perfectamente aquella noche en que una niñita abandonada, de cabellos marrón apareció en la puerta de mi casa, con un vestido de seda azul, lista para levantarme del pozo en el que había caído. Es un recuerdo muy especial, muy preciado. ¿Pero por qué esta noche?

Bella suspiró, fingiendo exasperación.

—¡Edward! Está muy claro que te has casado hace bastante: ¡no hay romance! ¡Y tu memoria es mala! ¡Este es nuestro aniversario!

Edward frunció el ceño.

—Nos casamos en julio y cada año recuerdo el día de nuestro aniversario.

—¡No me refiero a ese aniversario! —murmuró Bella, aun maravillándose por aquel perfume masculino que irradiaba el pecho de Edward. El áspero material de su chaqueta, una caricia sobre la mejilla de la muchacha—. ¡Esta noche, hace exactamente siete años que esa niñita abandonada apareció en la puerta de tu casa!

—Así es —rió Edward, acariciando el cabello que caía sobre sus solapas cual las mágicas alas de un ángel—. Pero, mi querida y romántica esposa, ¿por qué estamos celebrando esta noche cuando lo hemos evitado en el pasado?

—Buenoooooo… —Bella se apartó para mirarlo a los ojos—. Porque estamos de regreso en Washington, por un lado. —Era una noche especial porque el gobernador del estado iba a rendirles homenaje esa misma noche por un festival de arte teatral—. Y por otro lado, el escenario está listo. Alec estará allí, Emmett y Rosalie también. Habrá una fiesta para el elenco, a la que tendremos que ir, pero sólo un ratito. Y la tercera razón… —Un leve rubor ascendió a las mejillas de la joven, haciendo que Edward se maravillara por su esposa. Había manejado el suceso y la vida de Hollywood y había ganado fama sin cambiar la dulzura de su forma de ser, ni perder aquel dejo de inocencia que la proclamaba completamente suya.

—Sigue —la alentó él suavemente—. ¿Cuál es esa tercera razón?

—Hoy leí un artículo en una de esas revistas —sonrió ella—. Decía que estábamos esperando un hijo y, al principio, me reí pero cuando más pensé en ello, más me gustó. Mark ya tiene seis años y si alguna vez debe tener un hermano o hermana…

Edward rió feliz y la abrazó nuevamente.

—Creo que deberíamos estar agradecidos a esa revista, cualquiera haya sido. ¿Pero estás segura? Tu carrera está alcanzando el apogeo.

—Sí —dijo Bella lentamente—. No creo que nadie me olvide después de transcurridos sólo nueve meses. Además, con tu ayuda, nunca me preocuparé por el trabajo.

—¡Buen punto! —admitió Edward. Bella soltó un suspiro al sentir las manos de su esposo sobre su espalda y el silbido de la cremallera que bajaba. Con un movimiento rápido y hábil, Edward se liberó de la seda del vestido y lo arrojó al suelo con delicadeza.

—¡Edward! —gritó ella, mientras su piel se acurrucaba deliciosamente contra aquel físico fuerte—. No me refería exactamente a este segundo…

—Pareces una mujer casada hace muchísimos años —susurró Edward, con la voz tan cálida que acarició el lóbulo de la oreja de la mujer—. Sin romance. —Sus dedos dibujaron un delicioso diseño sobre la espalda de Bella, mientras le arrebató las bragas—. Nuestro hijo está con su tío…

—¡El banquete de los premios! —interrumpió Bella débilmente—, …no será sino hasta dentro de una hora —terminó él por ella. Bella lo rodeó con los brazos y sus dedos se confundieron con los cabellos de su esposo que le caían sobre la nuca.

—Así es, —dijo ella complaciente, trayendo la cabeza de él hacia la suya, para que los labios de ambos se encontrasen en dulce invitación. Aquel abrazo duró mucho tiempo. Eran amantes aún enamorados, conscientes de las necesidades de cada uno.

—¡Nuestra ropa! —farfulló Bella, cuando sus dedos, temblorosos, lo ayudaron a quitarse el traje, torpes, al encontrarse con la piel desnuda de Edward.

Edward rió, con un sonido gutural, profundo, proveniente de su pecho.

—Tenemos una plancha por aquí… en alguna parte… creo. Esto es mucho más romántico para una pareja casada hace bastante, ¿no?

—Hmmm…. —Bella nadaba en sensaciones, flotaba en una celestial nube de maravilla. Era sorprendente, después de todos esos años, pero las caricias de su marido aún podían transportarla hasta el cielo.

—Edward —susurró ella cuando él la llevó a la cama, ardiendo de deseo en el momento en que él saboreó sus pezones con la lengua—. Yo había planeado todo esto… eh… para más tarde. Estaba… oooh, Edward… Iba a ordenar comida china… y, uh, uh, todos los detalles.

La respuesta de Edward salió amortiguada, contra las caderas de su esposa.

—Nos encargaremos de todos los detalles más tarde. Ahora somos mayores, ¿sabes? Podemos necesitar muchos ensayos para lograr traer al mundo a la hermana de Mark.

Edward se apoderó de sus labios otra vez. Sonrió, con sus endiablados ojos llenos de deseo y también de una severa advertencia:

—Una cosa, señora Cullen.

—¿Sí? —preguntó ella, prestándole atención a medias, puesto que sentía el devastador calor de aquel cuerpo contra el suyo.

—Esta noche, deja las sábanas en paz y… —la rodeó con los brazos— ¡ni te atrevas a abandonar este cuarto! Puede que para el mundo seas una estrella, señora Cullen, pero el señor Edward Cullen puede hacerte sombra.

—Mala publicidad —dijo ella.

—¡Isabella!

Arqueando su cuerpo mucho más para disfrutar de aquel calor, Bella sonrió. Su voz no era más que un murmullo de seda contra la piel de él.

—No tengo intenciones de marcharme, señor Cullen. Nunca más.

—Te amo, Bella.

Qué maravillosas esas palabras, hechiceras, cautivantes, adorables. Todo su significado en un nombre. El nombre correcto, el hombre correcto, la mujer correcta.

—Te amo, Edward.



Historia Original
Tierna Decepción de Heather Graham 

4 comentarios:

  1. Ohhhh... así que por fin están juntos... Es lindo ver que ya están bien, que pudieron superar todo y que están juntos, con Mark, y proximamente con otros, no????
    Besos gigantes!!!!
    XOXO

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  2. Si al finnnnnn juntos lo ameee chicas hermosa graciasssss graciasssss graciasssss graciasssss

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  3. Muy bien cierre!!! Gracias por la historia 😙😙😙

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